Lo de «divide y vencerás» podía tener sentido, pensó Katie media hora después, cuando bajó a la cocina. Pero el plan tenía un fallo. Un fallo pelirrojo y de largas piernas, con una boca perfecta y capacidad para pensar en una sola cosa.
– Eres de la boda, ¿no? -preguntó Ariel cuando Katie entró en la cocina.
La ex de Jackson estaba junto a una encimera, montando con todo cuidado un pastel de boda de cuatro pisos. Todas las capas estaban recubiertas de nata. Había varias bandejas con flores de color amarillo y rosa pálido, y algunas hojas de papel llenas de puntos plateados.
– Sí. La que se casa es mi hermana.
– Bueno, ¿y qué sabes de Jackson? Te vi con él. ¿Sois amigos?
Katie pensó en el beso íntimo que le había dado Jackson esa mañana, en la ducha. En cómo había apretado la boca abierta contra la parte más sensible de su cuerpo. No había ni un solo centímetro de su piel que no hubiera tocado o saboreado. La había hecho gozar de formas que rozaban lo ilegal.
– Somos amigos -dijo, confiando en parecer tranquila y ligeramente indiferente. Su instinto la impulsaba a arañar la cara a Ariel, pero tal vez ella se resistiera. Y, además, había que pensar en la tarta.
– ¿Está…? -Ariel respiró hondo-. ¿Está con alguien? Antes salíamos juntos. Lo dejé porque fui tonta. Ahora me doy cuenta de que estábamos muy bien juntos. Jackson es fantástico, y yo la cagué. Cometí un error. Quiero que vuelva -las lágrimas llenaron sus perfectos ojos almendrados. A ella no se le ponía la nariz roja, ni se le llenaba de manchas la piel cuando lloraba, pensó Katie con amargura.
Tenía ganas de decirle que Jackson estaba con ella. Que prácticamente estaban enamorados. Porque lo…
El mundo pareció detenerse de golpe. Había oído aquella expresión, la había leído, pero era la primera vez en su vida que la sentía. Todo dejó de moverse. Se hizo un silencio total. Hasta su corazón se quedó callado.
¿Prácticamente enamorados? No podía estar enamorada. Apenas conocía a Jackson. De acuerdo, él era todo lo que deseaba, además de bueno, divertido y amable. Había aceptado ser su pareja durante el fin de semana porque se lo había pedido su madre.
Si Jackson era todo lo que buscaba y tenían una química asombrosa en la cama, y él la hacía sentirse como una diosa, ¿era ilógico suponer que cupiera posibilidad de que se estuviera enamorando de él? ¿Absurdo, quizá, pero posible?
El mundo volvió a ponerse en marcha.
– ¿Estás bien? -preguntó Ariel.
– Sí -murmuró Katie, aturdida-. Eh… No sé nada sobre su vida amorosa -estaba diciendo la verdad. Con excepción de su relación con ella.
Aunque estaba segura de que Jackson no tenía novia formal; si no, su madre no le habría pedido que fuera a la boda, ignoraba si tenía alguna amiga. Que ella supiera, podía haber un montón de mujeres haciendo cola, esperando su regreso.
Ariel suspiró.
– Quiero hablar con él. Explicárselo. Quiero recuperarlo. No puedo creer que fuera tan tonta. Un tío como Jackson no se presenta muy a menudo.
– No, tienes razón -dijo Katie mientras retrocedía hacia la puerta-. No habrás visto al novio, ¿verdad?
– No. Sólo a tu madre. Es muy simpática.
– Eso pensamos todos. Gracias.
– Deséame suerte con Jackson.
Katie se despidió con un ademán y salió de la cocina. Aturdida, entró en el vestíbulo y salió luego a la luz radiante de la mañana.
Se estaba enamorando del hombre con el que su madre había intentado emparejarla mil veces. Eso sí que era irónico. Pero más desconcertante aún era no tener ni idea de qué sentía Jackson. Preguntárselo estaba descartado. Se negaba a ser una de esas chicas odiosas que querían hablar de matrimonio a la segunda cita. Estaba acostumbrada a ocultar sus sentimientos. ¿Por qué había de ser distinto esta vez?
Miró hacia el hotel. Tal vez porque Jackson era distinto, pensó. O quizá no. Quizás estuviera dándole demasiada importancia a una sonrisa maravillosa, y a un sexo aún mejor.
Jackson no tuvo que ir muy lejos para encontrar al novio. Se había quedado dormido en un banco, dentro de una caseta que seguramente se usaba para guardar los esquís en invierno.
Jackson lo zarandeó un par de veces. Alex gruñó, se dio la vuelta y parpadeó, soñoliento.
– Hola -dijo con voz ronca-. Yo te conozco. Has venido a mi boda. Echo de menos a Courtney. Es fantástica. ¿Te has fijado en lo fantástica que es?
– Es asombrosa, sí -le dijo Jackson-. Y mañana vas a casarte con ella.
Alex se levantó lentamente.
– Lo sé. Es preciosa y todo eso, pero puede ser muy egoísta y eso me saca de quicio. Luego pienso en no estar con ella, y me cuesta respirar. ¿Qué crees que querrá decir?
– Estás nervioso por la boda -dijo Jackson con firmeza-. Es normal. Tienes que concentrarte en lo que más te gusta de Courtney, en lo que sentías cuando le pediste que se casara contigo. En aquel momento estabas seguro de que juntos seríais felices para siempre. Recuerda eso ahora.
Alex parpadeó varias veces.
– Eso es muy profundo, tío.
– Soy un profesional con experiencia -dijo Jackson, mintiendo sin problemas-. Tienes que levantarte y volver al hotel. Dúchate, aféitate y toma un montón de café. Luego ve a buscar a Courtney y dile lo mucho que la quieres. Después tendrás que vértelas con tu madre. Es posible que tu padre se haya acostado con la tía Tully.
La mirada de Alex se volvió vidriosa.
– ¿Que ha hecho qué?
Jackson lo ayudó a levantarse.
– Tu madre te contará los detalles. ¿Te acuerdas de lo que tienes que hacer?
– Ducha, afeitado, café, Courtney y mamá. Lo tengo.
– Estupendo.
– Entonces, ¿eres psiquiatra? -preguntó Alex cuando salían de la caseta.
– Algo parecido.
– Katie tiene suerte por tenerte. Se merece a alguien genial.
– Lo sé.
– No como yo.
– Eso parece.
Alex suspiró.
– A ella también la echo de menos.
– No está en tu lista.
– Lo sé.
Jackson lo vio alejarse hacia el hotel. Cuando Alex desapareció dentro, él se quedó allí, preguntándose hasta qué punto sería desastrosa la boda.