Capítulo 5

Katie se ahuecó los rizos y los roció con laca por tercera vez desde que había empezado a usar el rizador. Mientras no saliera ardiendo, todo iría bien.

La cena de esa noche era para dar oficialmente la bienvenida al resto de los miembros de la familia, que habían llegado ese día, y para festejar a la feliz pareja. Era una cena más bien formal, así que había elegido un vestido de fiesta que le sentaba como un guante. Le había costado más de la cuenta porque se lo habían hecho a mano, pero había valido la pena, pensó mientras dejaba el spray fijador y se volvía para verse por detrás. Con la luz adecuada, y con sus tacones de ocho centímetros, casi podía pasar por alta.

Teniendo en cuenta cómo había empezado el día, se merecía un poco de diversión por la noche. Aunque para ser sincera, tras aquel horrendo comienzo el día había transcurrido razonablemente bien. Había pasado la mañana recibiendo al resto de sus familiares a medida que llegaban. Jackson había estado muy guapo y muy simpático a la hora de la comida. Se habían sentado en una mesa en la que no estaba Courtney, y Ariel había dado señales de vida. Katie estaba dispuesta a considerarlo una victoria.

Salió del cuarto de baño y fue a recoger su bolso. Cuando casi había llegado, llamaron a la puerta. «Jackson», pensó, y el corazón se le aceleró un poco más de lo debido. Justo a tiempo.

Efectivamente, su pareja estaba en la puerta, muy guapo y sexy con un traje oscuro, camisa blanca y corbata gris.

– ¿Voy bien? -preguntó-. He traído un esmoquin.

– Estás fantástico -contestó ella sinceramente, pensando que no había nada mejor que un hombre guapo, puntual y dueño de un esmoquin-. Voy a tener que interponerme entre la tía Tully y tú.

– Te lo agradecería. Aunque en la comida me ha parecido que estaba más interesada en el padre del novio.

– Eso sí que sería un espectáculo -Katie tomó nota de que debía pasarle la información a su madre. Aunque todavía no la había perdonado por la escenita del ascensor. Saber que sus padres tenían vida sexual era una cosa, y tener que oír los detalles, otra bien distinta.

– ¿Qué tal te encuentras? -preguntó él.

Ella comprobó que llevaba la llave de la habitación en el bolsito de pedrería y tiró de la puerta.

– Estoy bien. Contando los días para que esto acabe. ¿Y tú?

– No es mi familia -replicó Jackson-. Aunque he decidido que, cuando me case, quiero una ceremonia sencilla. Y que todo se haga en un día.

– Tienes razón. Esto es un infierno: no se acaba nunca.

Como los invitados eran cada vez más numerosos, la cena iba a celebrarse en una parte del salón de baile pequeño. El sábado tendría lugar allí la ceremonia, después de la cual habría un banquete en el salón de baile grande.

Al acercarse a la fiesta, Katie oyó risas y el tintineo del hielo en las copas. Se preparó mentalmente para pasar una noche entera con su familia al completo. Pero cuando se disponía a entrar en el salón, Jackson la retuvo en el pasillo.

– Quiero que sepas que estás preciosa -le dijo mirándola a los ojos.

Katie veía sus gruesas pestañas, el destello de admiración de su mirada. Aunque siempre había deseado ser más alta, tenía que reconocer que era agradable que un hombre se cerniera sobre ella. Al menos, aquel hombre.

– Gracias -murmuró-. Eres muy bueno.

Él frunció el entrecejo.

– ¿Cómo dices?

– Que eres muy bueno.

Jackson frunció más aún el ceño.

– ¿Te digo que estás preciosa y tú me insultas?

Aunque tenía una expresión feroz, Katie vio que tensaba un poco la boca. Como si intentara no sonreír.

– ¿Cómo es posible? -preguntó, severo-. Me marcho.

Ella reprimió las ganas de reír.

– Espera, Jackson. Lo siento. No eres bueno.

Él siguió con el ceño fruncido.

– La verdad es que eres… -vaciló, y luego bajó la voz- malo. Muy malo. Ya me advirtió mi madre sobre ti.

– Eso está mejor -refunfuñó él-. Conviene que lo recuerdes.

Luego se inclinó para besarla. Katie tensó los músculos, expectante, y contuvo el aliento. Sus labios temblaban de emoción.

– Ah, ahí estás -una voz aguda y trémula hizo que la emoción de Katie se convirtiera en pesadilla-. Katie, tesoro, ven a darme un beso.

Katie se apartó de Jackson y sonrió a la ancianita que se acercaba a ella.

– Nana -dijo, y avanzó hacia ella.

Conteniendo el aliento, ya que por motivos que nadie lograba explicar, Nana Marie siempre olía a pescado, Katie se inclinó y besó su mejilla apergaminada.

– Buena chica. Déjame verte.

Katie se quedó quieta y después, respondiendo a una seña de Nana, dio una vuelta.

– Muy bien. Veo que te mantienes delgada. Nos preocupaba mucho a todos que siguieras siendo gorda. Pero nos has demostrado que estábamos equivocados -Nana Marie miró a Jackson-. ¿Tú quién eres?

– Jackson Kent.

– Jackson, ésta es Nana Marie le dijo Katie-. Es… -sacudió la cabeza-. ¿Cuál es nuestro parentesco, Nana?

– No somos parientes. Yo era amiga de tu abuela -Nana sonrió a Jackson-. ¡Qué guapo eres! Nos alegramos mucho de que Katie tenga por fin novio. Ese Alex… ¡darle esperanzas para luego enamorarse de Courtney! Esa chica tiene la profundidad sentimental de una patata frita. No como nuestra Katie.

Nana le pellizcó la mejilla tan fuerte que a Katie se le saltaron las lágrimas.

– Ahora tienes un hombre. Eso es lo que cuenta. Bueno, ahora tendréis que disculparme: tengo que ir a hacer pipí.

Katie la vio dirigirse hacia los aseos y luego se preguntó si haría bien en darse de cabezazos contra la pared. Aquello le dejaría un moratón, claro, pero al menos así la gente tendría otra cosa de que hablar, aparte de de su peso y su vida amorosa.

– Lo siento -dijo apesadumbrada-. Esto es mucho peor de lo que imaginaba.

Jackson se acercó y le acarició ligeramente la mejilla.

– Eh, que he venido porque he querido. Además, me gusta Nana Marie.

– Espera a que te pellizque la mejilla.

Él se rió y luego se puso serio.

– No te lo tomes a mal, pero tu familia tiene que dejar de juzgarte. Tienes un trabajo estupendo, eres preciosa y sexy. Cuando estés lista, te casarás. Cualquier hombre se sentiría afortunado por casarse contigo. Alex es un idiota por haber preferido a Courtney.

Katie lo miró parpadeando.

– Gracias -musitó.

– De nada -la rodeó con el brazo y la condujo hacia la fiesta-. Pasaremos al lado de Alex y Courtney para que ese pobre diablo vea lo que se está perdiendo.

Nana Marie resultó ser una de las invitadas más llevaderas, pensó Jackson tres horas después, mientras Katie y él bailaban una canción lenta. La familia McCormick era grande, cariñosa y estaba demasiado centrada en los que consideraban defectos de Katie. Cuando no hablaban de su peso, se extrañaban que tuviera pareja. Como si fuera sorprendente.

Jackson no lo entendía. Él era chico, claro, y quizá no fuera muy perspicaz, pero ¿qué le pasaba a aquella gente? Katie era preciosa. Tenía unos ojos preciosos, una piel fantástica y el pelo rubio y brillante, y ésos eran sólo sus atributos más corrientes. Mientras bailaban y se mecían juntos al son de la música, Jackson sentía sus pechos apretados Contra su torso y apoyaba mano sobre la curva de su cadera. No había nada de malo en su figura. Al contrario: su cuerpo le decía que era perfecta. La gente era muy rara, y las familias peores aún. Al menos él estaba allí y podía protegerla.

El aire le llevó una dulce y ligera fragancia floral. Su aroma le hizo pensar en dormitorios en penumbra y sábanas revueltas. Sin pensarlo, condujo a Katie hacia una gran columna que había al borde de la pista de baile. Cuando estuvieron fuera del alcance de la vista de los invitados, se inclinó y la besó. La boca de Katie recibió la suya con una leve presión. Ella entreabrió los labios y sus lenguas se tocaron. Katie sabía a chocolate, a vino y a tentación. Jackson se excitó en cuestión de segundos.

Intentando ser un caballero, mantuvo una ligera distancia entre ellos. O lo intentó. Ella le rodeó el cuello con los brazos y le hizo inclinarse. Cuando rozó su erección, dejó escapar un ruido a medio camino entre un gruñido y un ronroneo. Jackson sintió que su vibración le llegaba hasta la entrepierna.

– No podemos -murmuró ella contra su boca, y luego le mordisqueó el labio-. Sería una pésima idea. Peligrosa, incluso.

Jackson bajó la cabeza y besó su cuello. Mientras lamía su piel por debajo de la oreja, la sintió estremecerse.

– ¿Una pésima idea para quién? -preguntó.

– Para mí. Para los dos. Es sólo un fin de semana, Jackson. Y a mí no me gustan los líos de una noche.

Él se irguió y miró sus bellos ojos azules.

– ¿Por qué tiene que ser una sola noche?

Katie estaba acalorada. Saltaba a la vista que la habían besado. Jackson vio sus pezones erectos a través de la fina tela de su vestido. Poniéndose de lado para que nadie les viera, los tocó con los dedos. Ella contuvo el aliento. Sus ojos brillaban de deseo.

– Eres muy tentador.

Jackson volvió a besarla, chupando suavemente su boca. El deseo palpitaba dentro de él. Había algo especial en Katie.

Sintió que alguien se acercaba y se apartó. Unos segundos después, los padres de Katie rodearon la columna.

– Ah, estáis aquí -dijo su madre-. Bueno, esto va bastante bien. Ya estamos en el ecuador. Han pasado dos noches y quedan otras dos. Quería deciros que podéis marcharos cuando queráis. Se está yendo todo el mundo. Tully se fue a la cama hace una hora. Sola, por suerte, aunque no dejaba de mirar a un camarero.

– Nosotros también estamos cansados -se apresuró a decir Katie, sin mirar a los ojos a Jackson-. Vamos con vosotros.

Subieron juntos en el ascensor. Katie y él se bajaron en el mismo piso y caminaron hacia la puerta de la habitación de ella.

– Jackson, yo… -comenzó a decir.

– No pasa nada -dijo él, besándola ligeramente.

– ¿No pasa nada?

– Éste no es el momento, ni el lugar. Para empezar, está toda tu familia. Te llamaré cuando pase el fin de semana. Saldremos por ahí -sonrió-. A un sitio más normal.

– ¿No estás enfadado?

– Katie, no tengo diecisiete años. Puedo esperar -la besó de nuevo-. Merece la pena.

Tomó la llave que ella había sacado del bolso y abrió la puerta. Después de devolvérsela, la empujó dentro.

– Nos vemos mañana.

– Está bien. Buenas noches.

Katie entró flotando en su habitación, más que andar. Aquello no podía estar pasando, se dijo, aturdida de emoción. Era imposible que Jackson fuera guapo, inteligente y divertido, y que además estuviera interesado en ella. ¿No? Todas las señales estaban allí. Pero esas mismas señales la habían engañado otras veces. Había, sin embargo, una parte de ella; bueno, toda, que quería creer que Jackson era de verdad un buen tipo.

Acababa de quitarse los tacones cuando alguien tocó a su puerta y la llamó en voz baja. En su estómago empezaron a batallar la emoción y la angustia, porque aunque le gustaba que la sedujeran tanto como a la que más, le daba un poco de miedo la idea de meterse en la cama con Jackson en ese momento.

Abrió la puerta dispuesta a decírselo, pero vio que el hombre que esperaba en el pasillo no era su pareja. Era su ex novio.

– ¿Alex?

– Hola, Katie -Alex dio un paso adelante y tropezó al cruzar el umbral.

– Estás borracho.

– Puede ser -se puso delante de ella con expresión ilusionada. Como un perrito-. Puede que sólo digamos la verdad cuando estamos borrachos.

Oh, oh. A Katie no le gustó cómo sonaba aquello.

– Alex, sea lo que sea lo que te pasa, háblalo con Courtney. Vais a casaros dentro de cuarenta y ocho horas -le dio media vuelta y lo empujó hacia la puerta todavía abierta-. Largo de aquí.

Él no se movió.

– ¿Y si es un error, Katie? ¿Y si no quiero a Courtney?

Dentro de la cabeza de Katie se dispararon las alarmas.

– Sólo estás nervioso porque vas a casarte -«y además eres un capullo por portarte así a menos de cuarenta y ocho horas de tu boda». Pero de eso ya hablarían más tarde-. Eso es lo que te pasa.

Alex le tendió los brazos.

– ¿Recuerdas lo nuestro? ¿A que era fantástico?

– No, no lo recuerdo.

Él le lanzó una sonrisa.

– Me echas de menos, lo sé.

¿No acababa de comportarse como una mujer adulta hacía dos minutos? ¿No había hecho lo correcto? ¿Y aquélla era su recompensa? ¿Acaso era justo?

– Está bien -dijo, sonriéndole-. Tengo que ocuparme de un par de cosas -señaló el cuarto de baño-. Tú espera aquí.

– Podría ir desnudándome.

Ella refrenó un chillido y procuró poner cara de seductora.

– Eso déjamelo a mí, Alex.

Él se dejó caer en la cama.

– Está bien, eso haré.

Katie se metió en el cuarto de baño y sacó su teléfono móvil del bolso. Marcó el número de Jackson, que le había dado su madre, y esperó:

– ¿Katie?

– Alex está aquí. Está borracho y cree que quiere acostarse conmigo.

– No es el único.

– Muy gracioso. Necesito ayuda.

– Enseguida voy.

Cumplió su palabra y llegó cuando ella acababa de salir del baño. Miró a Alex y sacudió la cabeza.

– Tuviste tu oportunidad y la desperdiciaste -dije-. Ahora es mía.

Alex lo miró desconcertado.

– ¿Eres el nuevo novio de Katie?

– Ése soy yo.

– Maldita sea.

Alex se levantó, se inclinó un poco a la derecha y luego se enderezó. Logró llegar a la puerta abierta y se detuvo.

– Perdona, hombre.

– Que no vuelva a pasar -dijo Jackson. Alex se despidió con la mano y cerró cuidadosamente la puerta tras él.

– Impresionante -le dijo Katie a Jackson-. Gracias por salvarme. Si hubiera intentado algo, habría sido un desastre.

– Un escándalo, como mínimo.

Jackson la deseaba. Katie lo notaba en su mirada, lo veía en su postura. Pero, siendo como era, respetaría su decisión y ni siquiera volvería a intentarlo por segunda vez. Qué bueno era, pensó Katie de nuevo.

Lo más sensato habría sido dejarlo marchar. Apenas se conocían. El ambiente estaba demasiado cargado de emociones y ella no pensaba con claridad. Ceder al sexo con un extraño era un gran error. Un error enorme. Se odiaría por la mañana.

Todos argumentos muy razonables, pensó mientras se acercaba a Jackson y tocaba sus gafas.

– ¿Qué tal ves sin ellas? -preguntó.

– De cerca, estupendamente.

– Bien.

En algún momento entre su despedida y su regreso a la habitación de Katie, él se había quitado la chaqueta y la corbata. Katie prácticamente lo tenía todo hecho. Sería una pena desperdiciar tanto esfuerzo.

– ¿Quieres quitarte las gafas? -preguntó.

– ¿Qué me das si lo hago?

Ella se rió.

– Lo que quieras.

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