Capítulo 11

A pesar de las escenas melodramáticas, los llantos y los berrinches, Courtney estuvo preparada para recorrer el pasillo hacia el altar justo a tiempo. Katie ya había ido a ver cómo iba el novio, y Alex estaba en su sitio, junto al sacerdote. Los dos novios estaban nerviosos y felices, y no paraban de decir a quien quisiera escucharles lo mucho que se amaban.

Los casi trescientos invitados habían ocupado también su lugar. Aquella cifra hacía que a Katie se le encogiera el estómago, pero al menos no era ella quien tenía que ocuparse del gentío. Ni pagar la boda, pensó, preguntándose cuánto les habría costado a sus padres.

Regresó a la habitación de la novia.

– Estoy perfecta -dijo Courtney, girándose delante del espejo.

Katie hizo lo posible por sacudirse la exasperación que le producía la vanidad de su hermana. A fin de cuentas, era el día de su boda, y sólo quedaban unas horas más. Pasaría por todo aquello porque Courtney era su hermana. Pero luego volvería a su rutina.

– Todo el mundo está esperando -dijo Janis al entrar en la habitación-. Courtney, estás preciosa. Tu padre ya está aquí. Vamos.

Courtney se ajustó el velo, recogió su ramo de flores y sonrió.

– ¿Verdad que éste ha sido el mejor fin de semana del mundo? Todo ha sido perfecto, mamá. Alex y yo te agradecemos muchísimo que haya sido tan romántico.

– De nada.

Su madre tomó a Katie del brazo y tiró de ella fuera de la habitación.

– Gracias por tu ayuda -dijo-. No podría haber pasado por esto sin ti. No paro de repetirme que dentro de unas horas se habrá acabado por fin.

– Eso estaba pensando yo. Te juro que, cuando me case, me escaparé. O no habrá más de cincuenta invitados.

– Tu padre y yo gastaremos exactamente lo mismo en tu boda que en la de tu hermana.

Katie le sonrió.

– ¿Podéis dármelo en efectivo, mejor?

Su madre la abrazó.

– Con intereses.

La ceremonia fue preciosa y transcurrió sin incidentes. En el banquete, el primer baile hizo suspirar a todo el mundo, la comida fue perfecta y la tarta ocupó un lugar de honor en el rincón. Los novios no habían querido que hubiera mesa presidencial. Había, en cambio, una mesa especial sólo para ellos: bajo un arco con colgaduras y bombillas parpadeantes.

Jackson abrazó a Katie mientras se movían al ritmo de la música.

– ¿Te enfadarás si te pregunto cuánto tiempo más tenemos que quedarnos?

Ella le sonrió.

– No, porque ya tengo la respuesta. Cincuenta y siete minutos. Le prometí a mi madre que nos quedaríamos hasta las nueve y media. Luego seremos libres.

– Bien. ¿En tu habitación o en la mía?

Ella ladeó la cabeza mientras sopesaba la pregunta. La suave luz se derramaba sobre su hermosa cara, iluminando sus tenues pecas, la forma de su boca y el brillo de humor de su mirada.

– En la tuya -dijo por fin-. Sobre todo porque nadie me buscará allí.

– O sea, que soy sólo una excusa.

– ¿Y eso te preocupa?

– En absoluto.

Katie se rió y Jackson sintió en las entrañas el claro sonido de su risa. Cada vez se sentía más a gusto con ella.

Seguía recordando las palabras de su madre; sabía que debía andarse con pies de plomo. Pero quería dejarle claro a Katie y a todos los demás que ella le importaba. No estaba jugando. Katie era la mujer de su vida y pensaba hacerla suya.

Courtney se acercó y tocó a Katie en el hombro.

– Voy a lanzar el ramo. Voy a lanzártelo directamente a ti. Ya sabes, para que tengas suerte -luego la abrazó-. Te quiero, Katie.

– Yo también a ti.

Su hermana la soltó y miró a Jackson.

– Gracias por venir a mi boda.

– Creía que me odiabas.

Ella se rió, achispada.

– No seas tonto. Aunque más vale que tengas cuidado con mi hermana. Lo sé todo de ti.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó él.

Courtney volvió a mirar a Katie.

– Sé que te gusta mucho. Porque aunque sea una cita pactada y todo eso, es muy majo. Pero ten cuidado. Ya sabes cómo son los tíos. Y tú no tienes mucha suerte.

Katie permaneció impasible. Obviamente, se le daba muy bien ocultar sus verdaderos sentimientos.

Pero Jackson estaba harto de soportar las idioteces de Courtney.

– Escucha -comenzó a decir.

Courtney achicó los ojos.

– No, escucha tú. Te acostaste con Ariel. Me lo dijo ella. Así que no hagas daño a mi hermana. Vamos -Courtney agarró del brazo a su hermana-. Voy a lanzar el ramo.

Katie se alejó antes de que Jackson pudiera detenerla. Jackson se quedó en medio de la pista de baile, viendo cómo se llevaban a la mujer a la que amaba.

No se había acostado con Ariel. Al menos, desde hacía mucho tiempo. Katie tenía que saberlo. Tenía que saber que Courtney estaba mintiendo, o que había malinterpretado la verdad. O quizás hubiera sido Ariel. Katie tenía que saber cuánto significaba para él. Que nunca haría nada que pudiera hacerle daño.

– ¿Va todo bien? -preguntó su madre.

– Sí.

– Katie parece disgustada.

Tenía que arreglar aquello, pensó él con firmeza. Pero ¿cómo? Tenía que haber algún modo de convencerla de que era…

Puso las manos sobre los hombros de su madre.

– Necesito que distraigas a Courtney para que no tire el ramo todavía.

– ¿Qué?

– Va a lanzarlo de un momento a otro. Necesito que la distraigas.

– ¿Cuánto tiempo?

– Hasta que yo vuelva -se dirigió hacia la puerta.

– Howie…

El se dio la vuelta.

– Mamá, tienes que dejar de llamarme así. Te lo explicaré todo en cuanto pueda. Pero ayúdame.

– De acuerdo. Pero no sé qué voy a decir.

– Ya se te ocurrirá algo.


– Esto es ridículo -dijo Courtney mientras bebía champán y se paseaba por el borde del salón de baile-. Quiero lanzar el ramo y seguir con mi vida.

– Mamá y Tina lo han dejado muy claro. Quieren que esperemos.

– De acuerdo. Pero sólo cinco minutos más. Luego haré lo que quiera.

«Y al diablo con las consecuencias», pensó Katie con sorna. Courtney se preocupaba a veces por los demás. Pero, por desgracia, esos momentos eran muy poco frecuentes.

– Espero que sepas que lo que he dicho lo he dicho por tu bien -dijo.

Katie la miró con desconcierto.

– ¿De qué estás hablando?

– De lo de Jackson y Ariel. ¿Tú la viste? No tienes nada que hacer. Sé que suena cruel, pero es cierto. Más vale que te olvides de él antes de que te rompa el corazón.

Katie se dijo que dormiría mejor si no pensaba lo peor de su hermana.

– Te agradezco la advertencia, pero Jackson y Ariel no están juntos. No han dormido juntos.

Los ojos de Courtney se agrandaron.

– Claro que sí. Las dos noches.

– No -dijo Katie con calma-. Es imposible. Jackson estaba conmigo.

Courtney se puso colorada. Abrió y cerró la boca.

– Me lo dijo Ariel. Dijo que me lo contaba porque sabía lo mucho que te quiero y pensaba que alguien debía advertirte. Y yo pensando en cómo iba a decírtelo -su expresión se despejó de pronto-. Me alegra que no sea cierto.

Katie no se habría sorprendido más si la copa hubiera empezado a hablar.

– Eh, yo también.

Courtney la abrazó.

– Ahora sí que quiero que recojas el ramo.

Todavía ligeramente aturdida, Katie había cruzado la mitad de la pista de baile cuando oyó que la llamaba Jackson. Se detuvo con el corazón acelerado. El amor la embargó por completo. El amor, la esperanza y la certeza de que aquél era el hombre de su vida. Se volvió hacia él.

– Hola.

– No me he acostado con Ariel.

Hablaba en serio y parecía preocupado, como si de verdad le angustiara. Lo cual era propio de él.

– Lo sé.

– Ni siquiera lo deseé.

– Te creo.

Estaban rodeados de invitados. Unos cuantos fingían no escucharlos, y otros fueron acercándose.

Jackson se levantó las gafas y la miró fijamente.

– Sé que quizá sea una locura, pero, Katie McCormick, eres la mujer más asombrosa que he conocido nunca. Eres la mujer que estaba esperando. Me fastidia que nuestras madres tuvieran razón, pero habrá que asumirlo. Eso espero, al menos. Te quiero.

Puede que se oyera algún otro ruido en el salón. Música de la orquesta, una exclamación de sorpresa o dos, pero Katie sólo oía sus palabras. Palabras mágicas que la hacían sentir como si flotara.

– Te quise desde el instante en que te vi -continuó él-. Comprendo que tengas que pensártelo, pero, por favor, no digas que no.

Entonces Jackson Kent, el hombre más guapo, sexy y maravilloso que había conocido, se hincó de rodillas y le ofreció un anillo de diamantes.

– Katie, ¿quieres casarte conmigo?

Mil ideas desfilaron por su cabeza. Que, si aquello era un sueño, no quería despertar. Que hasta ese instante ignoraba que pudiera quererse tanto a alguien. Que a su hermana iban a darle ganas de matarla. Pero, sobre todo, que todas las fibras de su ser le suplicaban que aceptara.

Se acercó a Jackson y se agachó delante de él. Tras tomar su cara entre las manos y perderse un momento en sus ojos verdes, sonrió.

– Sí.

El salón estalló en aplausos y ovaciones. Jackson se levantó, tiró de ella y, estrechándola entre sus brazos, la besó.

– Te quiero -susurró contra su boca.

– Yo también a ti. Desde el primer instante.

El se apartó lo justo para ponerle el anillo en el dedo. Katie miró el enorme diamante.

– ¿Lo llevabas encima? ¿Por si te daban ganas de casarte?

– Conseguí que el director del hotel convenciera al encargado de la joyería de que abriera la tienda. Podemos comprarte otro distinto, si quieres. Un pequeño casco de rugby hecho de diamantes, quizá, o una gorra de béisbol.

Katie se rió.

– Éste es perfecto. Igual que tú.

Jackson la hizo girar una vez y luego volvió a besarla.

– Perfecto, no. Pero sí muy, muy afortunado.

Katie lo abrazó. Por encima de su hombro, vio que su madre y Tina se estaban enjugando las lágrimas. Courtney se aferraba a Alex y sacudía su ramo de flores.

Katie se echó hacia atrás ligeramente.

– Respecto a la boda… -comenzó a decir.

– Estaba pensando que podíamos escaparnos.

– Me has leído el pensamiento.

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