CAPITULO 9

L


A VIDA de casada es mucho más dura de lo que parece -dijo Jane en respuesta a la pregunta de Laine. Estaba aprovechando la ausencia de Shuli para ordenar el despacho de Mark mientras hablaba sujetando el teléfono con el hombro. Mark debía haber estado enseñándole algo a su padre, ya que había planos por todas partes-. Mis padres vinieron a cenar anoche.

– Lo sé. Tu madre llamó a la mía y está muy enfadada porque no se lo conté. Espero que haya valido la pena -dijo Laine, pero Jane no contestó-. Así que sigues en el cuarto del servicio.

– ¡Por favor! Es la habitación de invitados. Pero tienes razón. Esto va para largo. De hecho mi plan de demostrar que era la esposa perfecta se desmoronó el primer día.

– ¿Discutisteis?

– Sí. No. No lo sé.

– Entendido.

– No fue por nada personal. Todo empezó porque encontré un perrito en la calle…

– Por Dios, Jane -exclamó Laine después de oír la historia completa-, ¿Se puede saber qué te pasa? ¿No eres capaz de ver un problema y pasar de largo?

¿Como Caroline?

– Parece que no.

– Pues creo que tu Mark es un héroe, puedes decírselo de mi parte.

– Y aún no has oído lo peor. Mis padres nos han invitado a pasar ei fin de semana en su casa. Para una reunión familiar en toda regla.

– ¿Y eso es un problema?

– Piénsalo, Laine.

– Oh, ¿el problema es que tendréis que compartir una cama de matrimonio? ¿Y por qué esperar al fin de semana? cariño, ponte ese camisón de seda negro, suéltate el pelo y plántate delante de él. Lo tendrás en tus manos, te lo aseguro.

Según colgaba el auricular, vio que había en la papelera un plano roto en pedazos. No era nada espectacular, no tenía nombre ni número de proyecto. Solo una fecha, de seis años atrás. En cuanto empezó a recomponerlo identificó una casa que le había llamado la atención en Upper Haughton aquella misma mañana al llevar a Shuli al pueblo a su centro infantil.

Al pasar por delante se había detenido a contemplarla, y en aquel momento había salido de la casa una mujer con dos niños y se habían saludado.

– Tuvimos muchísima suerte -le comentó la mujer-. Esto era exactamente lo que buscábamos, aunque supongo que no le gusta a todo el mundo. El arquitecto la construyó como sorpresa para su novia, pero ella se había encaprichado con una casa georgiana que había visto, y al parecer no hubo más que hablar.

Entonces había intuido que la casa era obra de Mark. Ahora, al ver el plano de la casa en la que había puesto su corazón, sintió ganas de llorar.

– El centro infantil va a hacer un mercadillo de ropa usada el domingo, Mark. He estado revisando mi ropa, y he pensado que tú podías tener algo que ya no te sirva.

Mark levantó la vista. Los últimos días Jane se había mostrado distante y reservada. Se ocupaba de todo a la perfección, pero había algo que no iba bien. Cada vez que intentaba hablar con ella corría a hacer algo que aparentemente no podía esperar ni un momento.

– Te lo advierto, una vez que entras en el círculo social del pueblo, ya no hay forma de salir. ¿Aún no te han enrolado en el comité de actividades del ayuntamiento?

– No voy a participar en el mercadillo, Mark. Al menos esta vez -dijo ella sin mirarle a los ojos-. Además este fin de semana estamos comprometidos, ¿recuerdas?

– Por supuesto. Entonces será mejor que no regales tu pijama -bromeó él sin poder evitarlo.

– Espero que tú tengas alguno -inquirió ella.

– No estoy muy seguro.

Jane hizo un esfuerzo por contenerse. Hasta entonces no había comprendido a lo que se enfrentaba, cuánto seguía amando a Caroline. Qué necia había sido al pensar que algún día podría ganarse su amor.

– No tenemos por qué ir, Mark -dijo por fin, ofreciéndole una salida-. Puedo inventar cualquier excusa.

– No, sabes que nos esperan. Se supone que es un secreto, pero han planeado una gran fiesta. Así que había hablado con sus padres.

– Oh.

– No te pongas tan trágica -dijo él sonriendo-. Te prometo que no roncaré…

– ¡Basta ya! -saltó ella-. ¿Quieres dejar de decir tonterías y tomarte esto en serio?

– Oh, ¿así que es serio? Yo creía que hablábamos de un simple mercadillo. Bien, pues encontrarás toda la ropa de Caroline en uno de los cuartos de arriba. Llévate lo que quieras. Seguro que se vende mejor que mis camisas viejas.

Jane lo miró asombrada. Y era comprensible, porque él mismo estaba asombrado ante lo que acababa de decir. Aquello era algo que tenía que haber hecho mucho antes, pero nunca hubiera sospechado que podía ser tan fácil.

Sin una palabra, Jane se dio media vuelta y salió de la habitación. Mark la oyó subir las escaleras hasta el segundo piso, donde había media docena de habitaciones que servían principalmente de trasteros. Al cabo de un momento subió tras ella. Jane estaba ante un gran armario en el que colgaba la sofisticada ropa de diseño que había pertenecido a Caroline.

– Supongo que esto será un éxito en el mercadillo -comentó simplemente.

Jane había esperado encontrar unas cuantas bolsas de ropa. De buenas marcas, por supuesto. Caroline Hilliard no debía vestir cualquier cosa. Pero la realidad iba mucho más allá. Le costaba imaginar que una mujer pudiese tener tanta ropa tan elegante.

– Pero no puedes… No puedo… -Jane sacudió la cabeza sin saber qué decir.

– ¿Por qué? Solo es ropa. Si quieres quedarte tú algo… -ella negó con la cabeza-. Por supuesto.

– Hablame de ella, Mark -dijo por fin. «Muéstrame el fantasma».

– ¿Quieres que te hable de Caroline? -Mark pareció reflexionar un momento-. Caroline es lo que ves a tu alrededor, Jane. La casa, la ropa, la perfección en todo. Supongo que fue su obsesión por la perfección lo que acabó matándola.

– Pero si se ahogó… -dijo ella desconcertada.

– Padecía depresión postparto, Jane. No fue un accidente.

– Oh -Jane no pudo evitar un estremecimiento-. No lo sabía.

Mark le pasó un brazo por los hombros.

– Ven, vamos abajo. Mañana haré que se lleven todo esto.

– No -Jane lo miró a los ojos-. Déjame a mí. Pero no lo llevaremos al mercadillo. No quiero que la gente hable de Caroline, que manoseen sus cosas-. No sería… correcto.

– No sé si merezco esa consideración por tu parte, Jane. Pero gracias.

De nuevo en el salón, tenuemente iluminado, Mark sirvió dos copas de brandy y le ofreció una a Jane, que la aceptó con gesto ausente.

– Eramos la pareja ideal, ¿sabes? -dijo él con un leve dejo de amargura-. Lo teníamos todo, dinero, posición social, estilo… Y por un tiempo eso fue suficiente. Entonces Caroline decidió que quería tener un hijo. Todas sus amigas los tenían. Era un accesorio fundamental. Resplandecían durante el embarazo, daban a luz y pasaban el resultado a una niñera para que se lo cuidara. Todo parecía muy fácil.

– ¿Y tú qué pensabas? -preguntó Jane mirándolo muy seria.

– ¿Yo? Estaba encantado. Feliz. Era como si el mundo fuera mío -dio un largo sorbo a su copa-. Los primeros meses todo fue bien. Ella disfrutaba de la atención de todo el mundo, leía libros sobre bebés… Iba a ser la madre perfecta. Pero de repente… -sacudió la cabeza frunciendo el ceño-. No lo sé. Fue presa del pánico. Al principio era muy divertido, pero la realidad era demasiado dura para ella, e intentó darle la espalda. Me culpó a mí, por supuesto. Y tenía razón. Caroline era como una figura de cristal perfecto. Exquisita, pero muy frágil. Debí imaginar que no lo resistiría.

– Mark…

– El embarazo no la había afectado mucho, pero de repente empezó a sufrir ataques de nervios. Jamás me he sentido tan impotente como entonces -Mark se asomó a las profundidades de su copa-. Los últimos tres meses fueron un infierno, pero pensé que al nacer la niña todo cambiaría. Y lo que hizo fue empeorar. Perdió el interés por todo. Hasta por su aspecto.

Jane tenía un nudo en la garganta. No podía llorar. Él necesitaba que fuera fuerte y que escuchara hasta el final.

– No quería tocar a Shuli. Ni siquiera podía verla. Contratamos a una niñera, pero no podía sustituirla. Yo hacía lo que podía, pero mi trabajo empezaba a resentirse. Quizá si la madre de Caroline hubiera vivido las cosas habrían sido diferentes.

Jane pensó en su madre, en cómo había estado siempre al lado de sus hermanas. Y de ella misma. Como una tabla de salvación.

– Sí -dijo pensativa-. Una madre hace que todo sea diferente.

– Era incapaz de enfrentarse a aquella criatura que dependía totalmente de ella. Estaba desesperada por escapar. Cuando unos amigos le sugirieron que pasara un par de semanas con ellos en el Mediterráneo pareció ver el cielo abierto. Que Dios me perdone, pensé que le haría bien. El sol, el mar… Le encantaba nadar.

– Pudo ser un accidente, Mark. Incluso los nadadores más expertos pueden verse en dificultades.

– Me envió una carta. La llevó a la oficina de correos y la certificó para estar segura de que llegaría a su destino. Cuando la recibí ella ya había muerto.

– Mark, lo siento…

El asintió, pero su sonrisa no llegó a sus ojos.

– Fue el último acto de una perfeccionista. Dejar una nota habría sido demasiado escandaloso. Todo el mundo se habría enterado de que había fracasado en la prueba más importante para una mujer. La maternidad. La carta solo era para mí, decía que lo sentía…

– Mark, no fracasó. Necesitaba ayuda.

– Y no unas vacaciones -concluyó tristemente-.No, no busco excusas. Fui yo quien fracasó, como marido -dijo tomando la mano de Jane-.Pero te prometo que esta vez no fallaré, Jane.

Por un momento Jane creyó que iba a abrazarla. Ello hubiera significado que todavía había esperanzas. Pero Mark se levantó al oír a Shuli llamarlos desde su habitación.

– Está entusiasmada con lo del fin de semana. Se muere de ganas de conocer a sus nuevos primos. ¿Te importa subir con ella? Yo sacaré a Bob a dar una vuelta.

Jane hubiera querido gritar para sacudirse la frustración, pero comprendió que necesitaba estar a solas.

– No lo dejes meterse en los charcos -dijo simplemente.

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