CAPITULO 6

M


ARK asomó la cabeza por la puerta de la habitación de Shuli. -Jane, tengo una reunión a primera hora, así que me voy ya. Estaré de vuelta hacia las siete.

Jane, que acababa de descubrir que vestir a una niña de tres años con ganas de jugar era mucho más complicado de lo que pensaba, se levantó de un salto.

– ¿Y tu desayuno? Es la comida más importante del día.

El café, el zumo de naranja, los cereales, los huevos… Todo aquello que una esposa perfecta preparaba a su marido cada mañana. Mark sonrió, tomó a su hija en brazos y la besó.

– Estoy acostumbrado a desayunar solo. Tú puedes desayunar con Shuli -se volvió hacia ella sin soltar a su pequeña-. Esta mañana ha sido muy agradable.

Por un momento Jane pensó que iba a besarla a ella también, pero dejó a Shuli en el suelo y se dirigió a la puerta.

– Si voy a retrasarme te llamaré. Adiós, Shuli, sé buena.

– Tú también -respondió sonriente la pequeña.

– Que tengas un buen día -murmuró Jane.

El desayuno se prolongó durante lo que pareció una eternidad, y a las nueve en punto llegaron dos señoras en una furgoneta amarilla y se pusieron a limpiar la casa con una destreza aterradora. Jane decidió que su madre podría esperar un día más y que un paseo la ayudaría a aclararse la cabeza y a decidir qué iba a decirle. Instaló a Shuli en su sillita y se dispuso a explorar Upper Haughton.

Patsy asomó la cabeza por la puerta del estudio.

– Mark, tiene una llamada personal. ¿Se la paso aquí?

– Sí, por favor -dando por sentado que era Jane, se sujetó el teléfono contra el hombro mientras seguía examinando un plano-. ¿Cuál es el problema?

– No lo sé, señor Hilliard -replicó una voz de mujer secamente-. Para eso lo llamo, para que me lo explique.

– Disculpe -Mark se apartó de la mesa de dibujo-, ¿Quién es?

– Jennifer Carmichael. ¿Su suegra? -aventuró la voz.

– Jane la ha llamado.

– No, señor Hilliard, y dado que no tengo forma de localizarla para que me confirme la noticia de que mi hija pequeña se casó ayer, lo llamo a usted.

– Señora Carmichael…

– ¿Es cierto?

– Sí, pero en realidad… -lo que realmente pensaba Mark era que debía tener esa conversación con Jane, pero a la señora Camichael no parecía interesarle su opinión.

– ¿Está embarazada?

– No.

– Entonces quizá pueda explicarme por qué decidió casarse con tanta prisa y sin la presencia de un solo miembro de su familia.

– En este momento no estoy en mi despacho, señora Carmichael -dijo Mark, que no pensaba dar ningún tipo de explicaciones delante de sus empleados-. ¿Puedo llamarla en un par de minutos?

– Se lo agradeceré.

Mark salió del estudio y mientras se dirigía a su despacho llamó desde su móvil a Jane. Respondió el contestador automático.

Cuando llegó a casa, Mark había perdido la cálida y agradable sensación con la que había empezado el día. De hecho estaba bastante furioso. Había tenido que cancelar dos reuniones y enviar a un delegado a una tercera. En dos años y medio Jane la secretaria nunca le había fallado, y parecía que en un día de matrimonio la señorita Jekyll se había convertido en la señora Hyde.

Al abrir la puerta principal oyó risas infantiles procedentes de la cocina. Dejó escapar un suspiro de alivio. Parecía que no había ocurrido ningún desastre. Pero al abrir la puerta de la cocina tuvo que replantearse su conclusión. Hablar de desastre podía ser una exageración, pero Jane, a quien parecía que hubieran arrastrado de los pelos por un barrizal, estaba a cuatro patas frotando el suelo con un cepillo. Sobre una vieja manta, con el morro pegado al suelo y una actitud claramente sumisa, había un cachorro lanudo de dudoso origen. Shuli, sentada en su sillita dominando la escena, reía alborozada.

– ¡Papá! -gritó extendiendo los brazos hacia él.

– No, cariño, todavía no puede venir -suspiró Jane levantando la vista hacia la niña-. Y espero que tarde unas horas más.

De repente observó que la niña no la miraba a ella, sino a algo o alguien que estaba a su espalda. Volvió la cabeza y vio en el umbral de la cocina a un ejecutivo tremendamente atractivo con traje con chaleco y expresión de desconcierto.

– Oh, no -gimió Jane.

– Yo también me alegro de verte -dijo Mark mientras se dirigía hacia Shuli.

Por un momento Jane pensó que era una pesadilla. El perro. El barro. Y Mark que llegaba a su casa y se encontraba no con el remanso de paz que esperaba, y que ella le había prometido, sino con el caos más absoluto. ¿Pero por qué había vuelto tan pronto? Nunca le había visto abandonar la oficina antes de las seis.

– He estado intentando localizarte todo el día-dijo mientras desataba a Shuli de su sillita-. ¿Dónde demonios estabais?

Jane se contuvo para no decir lo que estaba pensando, y se repitió que quizá él tuviera su parte de razón.

– ¿Quieres la historia completa, o te la resumo?-preguntó poniéndose en pie y echándose hacia atrás los húmedos mechones de pelo que le colgaban sobre la cara.

– Creo que de momento me bastará con el resumen.

– Bien, veamos -Jane se dirigió al fregadero a lavarse las manos, y él la siguió a una distancia prudente-. Esta mañana, después del desayuno, llegó el equipo de limpieza. Entre el ruido de la aspiradora y que molestábamos dondequiera que nos pusiésemos, decidí que sería una buena idea llevar a Shuli a dar una vuelta, a echar un vistazo al pueblo, la oficina de correos, la tienda… Pero no habíamos dado cuatro pasos cuando este felpudo con patas decidió que quería acompañarnos -Mark miró al perro, pero no hizo ningún comentario sobre su aspecto-. Intenté que nos dejara en paz, pero no hacía más que salirse a la calle, y tuve que agarrarlo. Podía haber habido un accidente, Mark.

– ¿Por eso te lo trajiste a casa? -preguntó él alzando una ceja con incredulidad.

– ¡No! Bueno, sí, pero eso fue después. No tenía collar, ¿sabes?

– Pues ahora lo tiene.

Aquello estaba resultando muy difícil, pensó Jane. Pero había que mantener la calma.

– Pregunté en la tienda y en la oficina de correos, y en el pub, pero nadie lo conocía.

– En esta zona los perros suelen tener pedigrí. Suelen ser dálmatas y labradores bien cuidados. No creo que muchos vecinos estuvieran dispuestos a admitir la propiedad de esta desgracia de perro.

– Es muy cariñoso -dijo ella a la defensiva-. Mira, lo llevé a la policía, me dijeron que seguramente lo habían abandonado. Y me sugirieron que lo llevara a la Sociedad Protectora de Animales. Y eso fue lo que hice, pero empezó a gemir cuando nos íbamos, y entonces Shuli también empezó a llorar.

El cachorro se había acercado reptando hasta que su morro estuvo tocando el pie de Mark.

– Y tú también te echaste a llorar -aventuró él levantando la vista.

– ¡Claro que no!

– Claro que no -repitió él escéptico-. ¿Todo esto significa que ahora tenemos perro?

– No podía hacer otra cosa, Mark -dijo ella enarcando las cejas-, ¿Estás muy enfadado?

– ¿Enfadado? -Mark contempló a la dulce y encantadora mujer que lo miraba como si fuera a echarlos a ella y al perro de la casa, y se sintió como un ogro-. ¿Cómo voy a estar enfadado? Has hecho lo que haces siempre. Ves una necesidad y ía cubres. Primero Shuli, luego yo, y ahora el perro.

Al menos ahora sabía cuál era su lugar.

– Es un perro muy bueno, papá -dijo Shuli entusiasmada-. Se llama Bob. ¡Ven aquí, Bob! -el cachorro se levantó y empezó a mover la cola frenéticamente-. Y en el parque se puso a perseguir a un pato y se tiró al estanque. Había agua por todas partes.

– Gracias, Shuli -dijo Jane con un suspiro. Las cosas ya no podían ir peor-. No sé cómo me había olvidado de eso -Mark hizo un esfuerzo por no echarse a reír-. Lo bañé fuera, pero se escapó antes de que terminara.

– Entró en casa y se sacudió el agua por toda la cocina -añadió Shuli innecesariamente gesticulando a su alrededor-. ¿Ves papá?

– ¿Seguro que tú lo bañaste a él? -Mark extendió una mano y limpió una mancha de barro de la mejilla de Jane-. Supongo que todo esto explica que no hayas comprobado si había mensajes en el contestador.

– Oh, Dios. Has intentado llamarme. ¿Ocurre algo?

– ¿No ibas a telefonear a tu madre? Jane se llevó una mano a la boca.

– Lo haré ahora mismo. En cuanto me duche.

– Demasiado tarde, Jane. Me ha llamado ella a primera hora de la mañana. Parece que te llamó para charlar anoche. Una de tus hermanas espera un bebé. ¿Elizabeth?

– ¿De verdad? Qué bien, llevaban mucho tiempo intentándolo. Lo siento. ¿Qué más?

– Oh, digamos que todo. La chica del departamento de cuentas que se ha quedado tu piso le contó a tu madre la sorpresa que había sido para todo el mundo, y que era muy romántico que te hubieras casado con tu jefe.

– Oh, Mark. Cuánto lo siento. ¿Qué le dijiste?

– ¿Qué podía decirle? Le dije la verdad -Jane sintió que su rostro se vaciaba de sangre-. Que te había pedido que te vinieras a vivir conmigo y no quisiste, y que entonces nos casamos.

– Oh. ¿No le dijiste nada más?

– Lo demás es asunto nuestro, Jane.

– Sí, sí, claro -asintió ella y tragó saliva-. ¿Y ella se conformó con eso?

– Eso sería mucho decir, pero cuando le hablé de Shuli pareció calmarse.

Había algo que se estaba callando.

– ¿Y…?

– Y le sugerí que viniera a cenar con tu padre para que nos conozcamos.

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