CAPITULO 10

J


ANE estaba sentada junto a la ventana. Era una noche cálida y silenciosa, y se podía oler la madreselva en el jardín de la casa de sus padres.

Mark había tenido la consideración de quedarse abajo con la excusa de sacar a pasear a Bob antes de subir a acostarse, dándole así a ella tiempo para meterse en la cama, cerrar los ojos y fingir que dormía.

Apenas habían tenido tiempo de hablar en todo el día. La noche anterior había esperado a que volviera, pero él debía haber dado un largo paseo en compañía de sus recuerdos. Y en el camino hacia la casa de sus padres Shuli había reclamado toda la atención. Entre historias y juegos, el viaje se había pasado en un abrir y cerrar de ojos, y al llegar la cena estaba preparada y la familia en pleno ansiosa por conocer a Mark.

Pero ahora iban a quedarse solos, y Jane lo tenía todo planeado. Él solo tenía que besarla. Ella haría el resto. Se sobresaltó ligeramente al oír unos suaves golpes en la puerta. Varios segundos después se abrió y Mark entró. El corazón de Jane martilleaba en su pecho.

– ¿Estás dormida? -entonces la vio junto a la ventana-. Oh.

– No enciendas la luz -murmuró ella sin volverse, y extendió una mano hacia él-. Hay una zorra en el jardín. Ven aquí.

Por un momento pensó que no iba a acercarse, pero él tomó su mano y apoyó la rodilla en el alféizar de la ventana, asomándose a las sombras.

– ¿Dónde?

– Ahí -señaló ella. Él se acercó más. Su pecho tocó la espalda desnuda de Jane-. Está con sus cachorros. ¿Los ves, Mark? -dijo volviéndose hacia él.

Su rostro era una máscara impenetrable a la luz de la luna, sombras blancas y negras, como el negativo de una vieja foto.

– Sí -dijo él-. Los veo -entonces se inclinó hacia ella y la besó tan tierna y brevemente que ella no tuvo tiempo de responder-. Vete a dormir, Jane.

– Mark…

– Mañana, Jane. Duerme. No te molestaré.

Había pasado su oportunidad. Dando gracias a que las sombras ocultaban su sofocante vergüenza, Jane se apartó de él y se tendió en el lado más lejano de la cama, dándole la espalda. Pero no habría sido necesario. Él mantuvo su palabra, y se quedó sentado junto a la ventana, mirando a la noche.

En cuanto al día siguiente, ¿qué podía importar? Él había dejado clara su posición desde el principio, aunque en su ingenuidad ella hubiera pensado que podía ganarse su corazón.

– Mamá, ¿puedo hablar contigo?

– Por Dios, Jane, ¿aún no estás arreglada? Hemos quedado con tus hermanas en menos de una hora.

– Es una comida de sábado en el pub, tampoco hay por qué vestirse de etiqueta -en ese momento reparó en que, efectivamente, su madre vestía sus mejores galas.

– Te equivocas, querida. Elizabeth ha encontrado un restaurante nuevo maravilloso, y no es un sitio donde se pueda ir en vaqueros. ¿Por qué no te pones esa preciosidad de vestido que llevaste en tu boda?

– No…

– Por favor, haz un esfuerzo, Jane. Haz como tus hermanas.

– Por el amor de Dios, mamá. Probablemente he cometido el mayor error de mi vida y lo único que te interesa es que esté a la altura de mis hermanas.

– ¿Qué error?

– Mark no me quiere. Pensé que podía conseguir que…

Su madre la abrazó y toda la verdad brotó de sus labios como un torrente.

– ¿Qué voy a hacer ahora?

– ¿Qué vas a hacer? -su madre le acarició una mejilla-. No necesitas que yo te diga lo que vas a hacer, querida. Vas a subir a tu habitación, te vas a poner tu precioso vestido y…

– No puedo.

– Sí, Jane, claro que puedes. No tienes elección. Ellos te necesitan. Mark fue honesto contigo, y tú has aceptado como hija a una pequeña que te adora,

– Y yo a ella.

– Por supuesto. Igual que yo te adoro a ti. Y sé que no los abandonarás a ninguno de los dos.

– No.

– Puede que esto no sea el romance del siglo, Jane, pero en un matrimonio hace falta mucho más que eso. Hace falta trabajo y compromiso, y a veces hay que mantener el tipo.

– Ojalá pueda ser tan buena madre para Shuli como tú lo has sido para mí.

– Antes me preocupaba mucho, Jane, pero algo debo haber hecho bien. Eres fuerte. Y serás una madre maravillosa para Shuli. Y tendrás tus propios hijos. Date un poco de tiempo.

– ¿Cuánto tiempo?

– ¿Eso quién puede saberlo? -su madre miró el reloj y dejó escapar un gemido de pánico-. Vayamos paso a paso. Por ahora tienes veinte minutos.

– ¿Por qué paramos aquí? -Jane miró a su alrededor al ver que su madre aparcaba delante de la iglesia-. ¿Qué hacen todos estos coches aquí?

– Algo de la parroquia… -dijo su madre vagamente, como si fuera suficiente explicación-. Acabo de acordarme de que tenía que darle un recado al párroco. Será un minuto. ¿Por qué no vas a ver a tu abuela? Siempre le contabas tus problemas cuando eras pequeña.

– ¿Crees que ella tendrá una respuesta? Su madre, que iba a salir del coche, se detuvo y posó una mano sobre la suya.

– No pierdes nada por preguntar.

– No -Jane salió del coche, rodeó la iglesia y se dirigió al rincón del cementerio donde estaba enterrada su abuela. Pero allí ya había alguien.

– ¿Mark? Creía que os habíais ido a la playa -dijo desconcertada. Él no iba vestido como para ir a la playa. Llevaba un traje color crema, una camisa del mismo color que su vestido de cachemir y una corbata que ella misma le había regalado-. ¿Qué haces aquí? ¿Qué está pasando?

– Anoche…

– ¡No!

– Anoche deseaba más que nada en el mundo hacerte el amor, Jane. Sentía una necesidad de ti que sé que no sentiré jamás por otra mujer.

No era una buena respuesta, pero Jane ya había olvidado su pregunta.

– ¿Entonces por qué no lo hiciste? No podía habértelo puesto más fácil.

– Porque lo había hecho todo mal.

– No…

– Sí. Acepté tu generosa oferta sin pensarlo dos veces. Debería haberme dado cuenta entonces, ¿no crees? ¿Qué hombre se casaría con una mujer que no le importa? Podía haber contratado una niñera interna mucho antes, pero no quería compartir mi casa con nadie. Y sin embargo desde el momento en que me preguntaste si te estaba proponiendo matrimonio, no pude pensar en otra cosa. Me parecía… perfecto.

– Yo te manipulé. Sabía que no pondrías el anuncio, pero pensé que si te metía la idea en la cabeza…

– Estaba seguro de que era lo correcto, y me repetía que tú debías tener una buena razón para conformarte con algo así. Pensé que alguien te había roto el corazón y no querías volver a sufrir algo parecido -Mark tomó su mano-. Pero no era esa la razón, ¿verdad?

Todas las defensas de Jane habían caído. Solo quedaba decir la verdad.

– Solo ha habido un amor en mi vida, Mark. Te quise desde el momento en que te vi por primera vez.

– Y yo creo que te he amado desde antes de saberlo. Quizá desde el día en que entraste en mi vida, tomaste a Shuli en tus brazos y dejó de llorar.

Así que lo recordaba.

– Un hombre indefenso y su bebé -dijo ella con infinita ternura-. Entonces supe que me romperíais el corazón, pero no sentí el verdadero dolor hasta anoche.

– Lo de anoche fue diferente.

– ¿En qué, Mark? ¿Cuál fue la diferencia?

– Que quería demostrarte lo que realmente significas para mí. Empezar de nuevo. No como una pareja que se ha casado por conveniencia y que acaba en la cama simplemente porque está ahí -Mark tomó sus manos y las apretó entre las suyas-. Todas las personas que queremos y nos importan están esperando en esa iglesia… para oírnos pronunciar los votos ante Dios. Para ser testigos de nuestro matrimonio, no como un trámite más, sino como una verdadera alianza, en todos los sentidos de la palabra.

– ¿Tú has organizado todo esto? -consiguió decir Jane.

– Con la ayuda de tus padres, tus hermanas y Laine. Incluso he conseguido arrastrar hasta aquí a mi madre y mi hermana. Te quiero, Jane, y quiero que todo el mundo lo sepa. Eres mi esposa en los papeles. Ahora te pido que lo seas.,, en cuerpo y alma.

Ella alzó una mano y le acarició el rostro.

– Siempre lo he sido, mi amor. Solo estaba esperando a que te dieras cuenta.

– Entonces no hagamos esperar más al párroco.

Laine y Shuli los esperaban a la puerta de la iglesia. Laine la abrazó y le dio un espléndido ramo de flores. Shuli esperaba con un pequeño almohadón de terciopelo para llevar las alianzas.

– Puede besar a la novia -anunció el sacerdote cuando hubieron formulado los votos matrimoniales. El beso tierno y prolongado de Mark encerraba la promesa de que aquello solo era el principio de su matrimonio.

Jane se volvió y tomó en brazos a Shuli. Mark la tomó de la mano y los tres se dirigieron a la salida. En la puerta de la iglesia, se detuvo y volvió a besarla.

– ¿Sabes? -murmuró-. Me gusta mucho tu familia, pero creo que preferiría no pasar la luna de miel con ellos.

– Podemos irnos a casa.

– Podemos -asintió él-. O también podemos dejar a Shuli y a Bob con tus padres e irnos unos cuantos días a París -Mark entreabrió su chaqueta para que solo ella pudiera ver los billetes que sobresalían del bolsillo interior-. ¿Qué piensa usted, señora Hilliard?

– Creo que soy la mujer más afortunada del mundo.

Él le enjugó una lágrima de la mejilla.

– No. Eres la mujer más valiente, más honesta y más fuerte del mundo. La suerte es toda mía.

– ¿Papá?

– ¿Sí, ángel mío?

– ¿Ahora sí que podré tener un hermanito?

Mark miró a Jane alzando una ceja y ella se ruborizó hasta la raíz de los cabellos.

– Haremos lo posible, cariño, te lo prometo. Todo lo posible.

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