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ANE despertó sobresaltada en la oscuridad. No sabía dónde estaba. Entonces todo volvió a su memoria. La boda, la comida, el champán… La habitación de invitados.
Dejó caer la cabeza sobre la almohada, pero se incorporó de inmediato al pensar que quizá Shuli se hubiese despertado. Había sido un día muy movido para ella y había tomado demasiado helado.
Extendió el brazo hacia la lámpara de la mesilla de noche, que cayó al suelo. Si la niña no se había despertado todavía, pronto lo haría. Mientras buscaba la lámpara a tientas por el suelo, cayó en la cuenta de que aún llevaba la ropa que se había puesto para bañar a Shuli. Encontró la lámpara y, tras encenderla, se sentó con las piernas cruzadas y frunció el ceño. Lo último que recordaba era que había estado leyendo un cuento a la pequeña. La combinación de una noche en vela, la tensión y el champán francés había funcionado como un potente somnífero.
Un principio perfecto para la responsable e infalible Jane Carmichael. Los diamantes de su mano reflejaron la luz de la lámpara como recordándole que todo había cambiado. Ya no era Jane Carmichael, sino la señora Hilliard. Y vivía en la casa de la primera señora Hilliard. Nunca podría llamar a aquello su hogar mientras viviera en la habitación de invitados.
Se acercó a la ventana y apartó las cortinas para aspirar el fresco aire de la noche. Miró el reloj. Aún no eran las cinco. En la casa reinaba el silencio, pero se acercó a ver cómo estaba Shuli. La pequeña estaba profundamente dormida. Aceptando el hecho de que ya no iba a dormir más, decidió bajar al piso de abajo y prepararse un té.
Mark, acostumbrado a dormir con un oído siempre pendiente de Shuli, se despertó al instante. No era Shuli, pero algo lo había despertado, y momentos después oyó cómo alguien abría una puerta con infinito cuidado.
Jane. Mark experimentó una repentina sensación de placer al darse cuenta de que ya no estaba solo. Por primera vez desde que era padre tenía a alguien con quien compartir la responsabilidad, las noches en vela cuando Shuli estuviera resfriada, el miedo de no poder darle todo lo que necesitaba.
Temiendo que ella pensara que había puesto toda la responsabilidad de Shuli en sus manos, saltó de la cama y se dirigió a la puerta. Se puso una bata y salió al pasillo.
Demasiado tarde. Shuli estaba profundamente dormida, y Jane había vuelto a su cama. Se sintió extrañamente decepcionado, y se demoró un momento observando a su hija, la fuente de tanta felicidad y tanto dolor. No recordaba haberla visto dormir tan tranquila en mucho tiempo. Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente. Volvía a su habitación cuando vio luz en la cocina.
Temiendo que Jane se encontrara mal, decidió bajar a ver si necesitaba algo, pero al llegar al final de la escalera se detuvo en seco. Jane estaba sentada frente a la mesa de la cocina, sorbiendo té de una jarra.
Su pelo había estallado en una cascada de rizos y ondas, y su boca, habitualmente curvada en una sonrisa, estaba fruncida en un gesto triste y pensativo. Por segunda vez en pocas horas tenía ante sus ojos a una Jane muy diferente de la que él conocía. Y bajo la bata, su cuerpo le recordó que era un hombre.
– Jane, ¿te ocurre algo?
Su voz sonó más fuerte de lo que pretendía, y Jane dio un salto haciendo caer la taza, que se derramó sobre sus piernas. Sin pensarlo dos veces se lanzó hacia ella, apartándola de la mesa.
– ¿Te has quemado? -preguntó secamente-. Quítate eso…
Empezó a tirarle de los pantalones del chándal para quitárselos, y entonces descubrió que sus ojos podían escupir fuego con la misma facilidad con que sonreían.
– ¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?
Comprendiendo demasiado tarde que su reacción ante el accidente podía ser malinterpretada, Mark dio un paso atrás.
– Tienes que quitarte esos pantalones…
– Lo sé, pero puedo hacerlo sola -dijo ella dándose la vuelta y quitándoselos. Él se dirigió al frigorífico y sacó una jarra de agua fría.
– Vuélvete.
Jane se dio media vuelta para protestar, pero él empezó a verter lenta y cuidadosamente el agua helada sobre sus muslos enrojecidos.
– ¡Basta! Por favor… Basta -dijo ella entrecortadamente cuando por fin recuperó el habla.
– ¿Estás segura?
– Sí. Creo que corro más peligro de congelarme que de sufrir quemaduras. Será mejor que recoja el agua. Si me dices dónde está la fregona.
– Ni hablar. Tú siéntate mientras yo te preparo otro té.
La condujo de nuevo a su silla chapoteando en el agua helada, pero dado que las piernas de Jane estaban provocándole pensamientos demasiado libidinosos, pensó que era mejor idea no ayudarla a sentarse.
– Lo siento, Mark. No suelo sobresaltarme tan fácilmente. Y siento haberte gritado por intentar ayudarme.
– Grita cuanto quieras. Estás en tu derecho. Soy yo quien debe disculparte. Te oí bajar y pensé que podías estar…
Enferma. O simplemente desvelada, preguntándose cómo había podido cometer el error de casarse con él. Los últimos días se había sentido como si estuviera viendo la luz al final de un largo túnel, y ahora se daba cuenta de que no había pensado cómo se sentiría Jane. La verdad era que se había agarrado a ella como a un clavo ardiendo. ¿Quizá porque era lo más fácil? ¿Porque era la respuesta a sus oraciones? ¿Cuándo se había vuelto tan egoísta y egocéntrico? Pero ahora era demasiado tarde para sugerirle que lo pensara mejor. Solo podía intentar que Jane no se arrepintiera de su generoso impulso haciendo cuanto estuviera en su mano porque ella fuera feliz. De repente se dio cuenta de que ella esperaba que acabara la frase.
– Pensé que podías estar preocupada por la reacción de tu madre ante la noticia.
– Mi madre, mi padre, mis cuatro hermanas mayores y sus maridos, y varias docenas de sobrinos. Oh, y unas cuantas sobrinas que estarán furiosas por no haber podido ser damas de honor -dijo ella con una leve sonrisa.
– Quizá deberíamos huir del país -sugirió él.
– Un buen plan, si no tuvieras el compromiso del proyecto Maybridge -bromeó ella.
– Lo sé, pero si tu padre va a venir a buscarme con una escopeta de caza…
– ¿Por qué iba a hacerlo? Tú no me has hecho nada malo. Todo esto fue idea mía -Jane bajó la mirada hacia sus piernas desnudas.
Mark no pudo dejar de observarlas. Jane no era alta, pero sus piernas no dejaban nada que desear. Eran proporcionalmente largas y bien formadas, y sus tobillos finos y delicados. Contra su voluntad pensó que dos recién casados podían hacer en su noche de bodas algo más que beber una taza de té.
No podía entenderlo. Su libido había estado dormida durante años. La semana anterior, cuando habían decidido casarse, nada había estado más lejos de su mente que hacer el amor a Jane. Y sin duda a ella tampoco le interesaba en absoluto, o no habría seguido adelante con aquello. Ahora no podía cambiar las reglas del acuerdo solo porque se sintiera inesperadamente excitado. Eso habría sido demasiado egoísta.
– Creía que ibas a sentarte mientras yo preparaba unté.
Jane se sentía súbitamente desnuda. Pensó en echar a correr y refugiarse en su habitación, pero a Mark parecía no afectarle en absoluto el hecho de que la sudadera apenas le cubriese las braguitas. De hecho en lo único que parecía pensar era en hacer un té. Con un leve encogimiento de hombros decidió hacer lo que habría hecho una buena esposa: buscar la fregona y recoger el agua del suelo.
– No tenías por qué hacer eso -Mark dejó sobre la mesa dos jarras de té y acercó otra silla para sentarse a su lado-. Viene un servicio de limpieza tres veces por semana para limpiar la casa de arriba abajo.
– Quizá ahora deberían venir una sola vez -comentó Jane intentando no pensar en lo cerca que estaban. El calor corporal de Mark le erizaba el vello de su muslo-. De lo contrario voy a tener demasiado tiempo libre.
– No te preocupes, Shuli te mantendrá ocupada.
– Eso es verdad. ¿No va a ninguna guardería?
– Una de las niñeras la llevaba a un centro infantil de juegos en Upper Haughton -Mark apartó la mirada y su mandíbula se tensó imperceptiblemente-. Allí fue donde Shuli descubrió que los demás niños no tenían niñeras, sino madres. Creo que entonces fue cuando empezó a ponerse tan difícil.
Jane sintió el impulso de tomar su mano, pero estaba empezando a darse cuenta del conflicto emocional en el que se debatía Mark.
– Bueno, ahora tiene una madre -dijo tomando en sus manos la taza de té caliente-. Espero no decepcionarla. Por cierto, de un momento a otro va a despertarse. Debería darme una ducha y ver si encuentro algo que ponerme. Hice las maletas con tanta prisa que todavía no sé dónde tengo nada.
Se levantó de la silla y Mark la observó mientras cruzaba la cocina, vagamente preocupado por su inesperada reacción ante una mujer a la que creía conocer tan bien. Él sabía lo que podía esperar de aquel matrimonio, ¿pero por qué había tomado ella tal decisión? No lo había hecho por tener una bonita casa o una vida desahogada. Ni para evitar las lágrimas y los excesos de chocolate que acarreaban las relaciones convencionales. ¿Le habría roto el corazón algún estúpido que no había sido capaz de ver lo que tenía delante? Quizá tenía miedo de volver a sufrir algo parecido y había decidido conformarse con una relación de amistad.
En aquel momento se prometió que Jane no lamentaría su decisión, que él sería el mejor amigo que hubiera tenido jamás.
– Te aseguro que no tengo por costumbre dormir vestida -dijo ella mientras recogía sus pantalones empapados del suelo.
– Eso fue culpa mía. Quizá debería haberte despertado, pero dormías tan plácidamente…
– ¿Dormida, yo? -Jane se puso en pie y se volvió lentamente-¿Plácidamente?
– Estabas leyendo un cuento a Shuli, ¿recuerdas? Debía ser muy aburrido, porque las dos os quedasteis dormidas, y pensé que estarías más cómoda en tu cama -a Mark no le pasó desapercibido el rubor que cubrió sus mejillas. ¿La avergonzaba que él la hubiera llevado a su cama? No era como si la hubiera llevado a la de él,o le hubiera quitado la ropa. Probablemente no era el mejor momento para confesarle que la había besado-. Solo te quité los zapatos. Espero que no te parezca mal. Jane tragó saliva.
– ¿Por qué iba a parecérmelo?
– Pareces un poco… desconcertada -Mark dudó un momento-. ¿No te han dicho nunca que tienes unos pies preciosos?
– Continuamente -dijo ella intentando bromear-. La gente me para por la calle para decírmelo.
– Y dicen que los ingleses son reservados -comentó él sacudiendo la cabeza y ocultando una sonrisa-. No me había dado cuenta de lo pequeños que son. Tus pies.
Incapaz de ocultarlos, Jane retrocedió hacia la puerta.
– Creo que voy a darme esa ducha.
– Mejor que sea fría -comentó Mark según se alejaba. Ella se volvió y lo miró sin entender nada-. El agua caliente puede irritarte las piernas.
– Ah, sí -dijo ella con una tímida sonrisa-. Ya se me había olvidado.
Mark la vio salir dignamente de la cocina y echar a correr escaleras arriba. Se quedó allí sentado un largo rato, sonriendo y pensando que había sido un principio maravilloso para un nuevo día.
Al rato oyó a Shuli chillar de júbilo al ver aparecer a Jane, y cayó en la cuenta de que tenía que prepararse para un nuevo día de trabajo. Y seguramente haría bien en seguir su propio consejo acerca de la temperatura de la ducha.