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UÉ DICES que has hecho? Jane, cómodamente instalada en el sofá de su mejor amiga con una taza de té entre las manos repitió la noticia.
– Le he pedido a Mark Hilliard que se case conmigo. O al menos lo he manipulado para que me lo pida él a mí, que viene a ser lo mismo.
– ¿Cómo? Quizá pueda utilizar el método con Greg -bromeó Laine-. Contigo nunca se sabe, Jane. Sabía que estabas loca por él, pero que hubieran avanzado tanto las cosas… Tu madre estará feliz.
– No lo sabe. Nos casamos el martes en el juzgado. Solo estaremos los dos y dos testigos, y quería saber si Greg y tú querríais serlo.
– ¿Has perdido la cabeza? A tu madre le dará un infarto.
– Ya, pero esto no es exactamente un cuento de hadas. Por eso voy a contárselo el miércoles.
– Tú estás embarazada -dijo Laine súbitamente.
– Paso a paso, por favor. Para eso primero tiene que besarme -dijo Jane con una extraña sonrisa.
– Oh, no me lo puedo creer. Espero que sepas lo que estás haciendo.
¿Realmente lo sabía? Por la mañana estaba convencida, ¿pero y si seguía en la habitación de los invitados cuando cumplieran las bodas de plata? ¿Y si Mark nunca llegaba a verla como algo más que «la buena de Jane»?
– Tendré al hombre que amo y a una niña encantadora -se recordó en voz alta. Estoy trabajando en ello.
– ¿Y el fantasma de su primera mujer, por ejemplo? Siempre se interpondrá entre vosotros -al no responder nada Jane, Laine siguió presionando-. ¿No era una belleza? ¿No era una auténtica rosa inglesa?
Jane, sin embargo era celta de la cabeza a los pies, cabello negro, ojos castaño oscuro, y un metro sesenta y siete con tacones.
– Supongo que tendré que sacar las tijeras de podar -bromeó Jane. Su amiga no sonrió.
– En fin, si es lo que quieres, Greg y yo seremos los testigos. ¿Es lo que quieres?
– Lo quiero, Laine. Y quiero ser necesaria para él y para la niña.
– No te infravalores. Tú vales más que eso.
– Esta mañana a las diez nada estaba más lejos que el matrimonio de la cabeza de Mark, y a las once él mismo había puesto la fecha -Jane alzó una ceja y sonrió con inocencia-. ¿Crees que me infravaloro?
Laine se quedó mirando a su amiga un momento y repentinamente rompió a reír.
– ¿Entonces por qué estamos tomando té, y no champán? -dijo mientras iba al frigorífico a sacar una botella. Parece que lo tienes todo pensado.
– Hasta el mínimo detalle. Mi madre estará encantada de colocar a su hija pequeña, y mi padre con tal de no tener que tomar parte en la organización agradecerá no haberse enterado.
– Vamos, estás exagerando -Laine frunció el ceño-. Tus padres no son así.
– Oh, en cualquier caso ya será demasiado tarde -sonrió Jane-, Aunque sí tengo un problema. ¿Qué voy a ponerme el martes?
– Algo elegante.
– Pero sencillo -Jane no quería aparecer en el juzgado con nada parecido a un vestido de novia. Pero aunque solo hubiera un par de testigos, quería que fuera una boda de verdad. Aunque la ceremonia fuese poco más que una formalidad, el martes iban a unirse en matrimonio. Mark iba a tomarla como esposa, y pensase lo que pensase el resto del mundo, Jane quería que él lo tuviera muy claro.
– Siento que hayas tenido que venir, Mark -dijo Jane cuando salían del registro-. Me dijeron que tenías que firmar los papeles personalmente.
Al salir de la oficina por la mañana Mark le había pedido que empezase a tutearlo, y aunque le había resultado extraño las primeras veces, se estaba acostumbrando rápidamente.
– No pasa nada. De todas formas teníamos que salir. En los bancos quieren tu firma para las cuentas, la tuya personal, la de la casa…
– Oh.
– Como vas a dejar de trabajar, había pensado darte una asignación equivalente a tu sueldo. Pero si necesitas más…
– No, no -negó vigorosamente Jane mientras se clavaba las uñas en las palmas de las manos. No había pensado que él le siguiera pagando un sueldo, pero así era como él la veía, y no debía olvidarlo.
– Y necesitas un anillo.
Jane sintió que el corazón se le salía del pecho.
– Un anillo -repitió. Con el aire distante que había tenido toda la mañana, oírle pronunciar aquella palabra era maravilloso.
– Podemos ir a comprarlo ahora.
El joyero los felicitó calurosamente cuando le pidieron una alianza. Jane le dio las gracias y observó que Mark parecía levemente desconcertado.
– ¿Qué buscaban? ¿Algo clásico en oro? Ahora el platino se lleva mucho…
Para Jane un anillo de boda no debía estar sujeto a las modas. Debía ser algo sencillo y clásico. Levantó la vista y sonrió al joyero.
– Lo quiero de oro, sin adornos, no demasiado ancho.
Pusieron ante ella una variada selección de anillos y no tardó en elegir.
– Este -dijo, sosteniendo entre los dedos un anillo que una mujer podía llevar siempre. Algo cohibida se lo puso y se lo mostró a Mark.
– ¿Te parece bien?
Jane esperaba que él sacase la cartera, pero para su sorpresa le tomó la mano, de modo que sus finos dedos quedaron extendidos sobre los suyos, y pareció observarla durante una eternidad. El contacto de aquellos dedos elegantes, largos y vibrantes, provocó una reacción en cadena que recorrió todo su cuerpo con una intensidad muy superior a lo que jamás había imaginado.
– ¿Estás absolutamente segura? -preguntó él finalmente mirándola a los ojos.
– Mark, es el anillo que elegiría aunque fuera a casarme con el sultán de Zanzíbar.
– ¿Me estás diciendo que tengo competencia? -dijo él sin apartar de ella sus profundos ojos grises.
– Por supuesto -respondió ella con fingida seriedad-. No deja de suplicarme que me vaya a su harén.
– Pues la próxima vez dile que ya estás comprometida -dijo él sonriendo, y se volvió al joyero-. Ha sido sorprendentemente fácil.
– La señorita sabe lo que quiere -asintió el circunspecto dependiente-. Y ahora si el señor me deja tomarle la medida…
Jane percibió al instante la tensión de Mark, que retiró la mano discretamente, aunque ella pudo ver que todavía llevaba el anillo que le había puesto Caroline.
– Ahora no hay tiempo, Mark -dijo apresuradamente para salvar la situación-. Tenemos que ir al banco. Y hay que ir a buscar a Shuli.
Ya en la calle, Mark se detuvo y se volvió hacia ella.
– Lo siento, Jane -dijo. Ella posó una mano levemente sobre la suya en un mudo gesto de comprensión, pero no fue capaz de decirle que no importaba, porque la verdad era que sí importaba.
De vuelta en la oficina, estuvo comprobando que su sustituía iba haciéndose con las riendas del despacho y fue a recepción a recoger a Shuli.
– ¿Es verdad que te vas? -preguntó asombrada la recepcionista.
– Sí, es cierto. Patsy me sustituye desde hoy, aunque estaré viniendo a ratos esta semana -dijo despreocupadamente Jane mientras sujetaba a Shuli a la sillita.
– Qué repentino, ¿no? Corre por ahí el rumor de que te casas con Mark Hilliard.
Lo dijo como si fuera un chiste, pero Jane no estaba de humor para bromas, y dado que Mark ya había informado a sus socios, probablemente aliviados al saber que ello suponía una mejora en su organización laboral, no había ningún secreto que guardar.
– ¿Ah, sí? Bueno, de vez en cuando algún rumor es cierto -repuso con naturalidad, y estuvo a punto de añadir que lo apresurado de la boda se debía a que estaba embarazada. De trillizos-. Si alguien pregunta por mí, me voy con Shuli a comprar algo absolutamente deslumbrante para la ocasión.
No consideró necesario aclarar para cuál de las dos era aquel algo «absolutamente deslumbrante».
Mark volvió a su despacho pero no conseguía concentrarse en el trabajo. Sentado en su escritorio, no dejaba de dar vueltas a su anillo de boda. Había llegado a ser parte de él hasta el punto de que no había reparado en que tendría que cambiarlo por otro.
Un rato antes Jane le había sacado del aprieto cuando él había retrocedido instintivamente ante la idea de un nuevo anillo. Le había tendido una mano ofreciéndole su apoyo en lugar de hacerle los reproches que merecía. Y todavía sentía en la piel el cálido roce de sus dedos.
Miró por última vez el anillo y lo guardó en su cartera antes de pulsar el intercomunicador.
– ¿Patsy? Tengo que salir media hora. ¿Puedes avisar a todos de que retrasamos la reunión semanal?
– Por supuesto, señor Hilliard-respondió su nueva secretaria-. Espero que le parezca bien, he hecho una reserva provisional para el martes a mediodía en el Waterside.
– ¿Te ha dicho Jane que lo hagas? -preguntó él sorprendido.
– No, ha sido iniciativa mía. Jane me dijo que la utilizara, que era lo que a usted le gustaba. Pero si tiene otros planes la cancelaré.
– ¿Y te ha parecido que una comida en el Waterside podía ser una sorpresa adecuada?
– Desde luego, señor Hilliard.
– Bien, confirma la reserva, y pide que pongan una silla alta para mi hija.
– ¿Shuli hará de dama de honor? Qué bonito… ¿Quiere que encargue unas flores?
Anillos, restaurante, damas de honor, flores… ¿Qué había sido de la ceremonia sencilla y discreta que había imaginado? De repente pensó que aquello podía no ser tan fácil como había imaginado.
– No, yo me encargaré de las flores -dijo mientras se levantaba-. Estaré de vuelta en media hora.
Para su sorpresa, elegir las flores fue un placer… hasta que al abrir la cartera vio brillar en su interior el anillo. Volvió a ver la sombra de dolor en los ojos de Jane e imaginó lo que sentiría si volvía a ver el anillo algún día, o si lo encontraba en el fondo de un cajón.
No quería volver a ver en su rostro aquella expresión. Jane merecía su más absoluta fidelidad.
Por ello, en el camino de vuelta a la oficina, detuvo el coche junto al río y lanzó el anillo a sus profundas aguas.