El silencio era tan completo que Copper alcanzó a escuchar el motor del todoterreno de Mal mucho antes de que lo viera aparecer, cuando ya había anochecido. Para entonces se encontraba demasiado cansada para moverse, y no tuvo más remedio que quedarse sentada, indefensa, con Megan en su regazo.
– Estarnos aquí -intentó llamar a Mal, que se había bajado del todoterreno y escrutaba nervioso la oscuridad.
Su débil voz, apenas un murmullo, bastó para que se volviera de repente y las descubriera en su refugio, debajo de las rocas. A partir de aquel instante todo se volvió borroso para Copper, interrumpido a intervalos por fogonazos de terrible claridad… como la expresión de Megan cuando vio a su padre o la desesperada ternura con que Mal abrazó a la pequeña. Tampoco le pasó desapercibida la palidez de su rostro, la dureza de su expresión al mirarla y el horrible silencio que reinó en el coche durante el trayecto de vuelta a la casa.
– Las explicaciones pueden esperar-replicó con tono cortante cuando Copper intentó explicarle lo sucedido.
Georgia los estaba esperando en la casa. Fue ella quien le vendó apropiadamente el tobillo a Megan y quien ayudó a Mal a consolar a la pequeña, a bañarla y a acostarla. Dejaron sola a Copper, que se retira al dormitorio caminando con dificultad, cansada y dolorida. Se sentía demasiado deprimida para hacer algo más que quedarse sentada en el borde de la cama, con su camisa hecha jirones. Todo había sido culpa suya. Nunca debió haber salido con Megan de la casa.
Su remordimiento era tan grande que ni siquiera intentó defenderse cuando Mal entró en la habitación cerrando la puerta a su espalda.
– ¿Te das cuenta de que esta tarde pudiste haber matado a mi hija?
Copper simplemente volvió la cabeza. Sentía la mirada de Mal fija en ella mientras paseaba por la habitación.
– La metiste en un coche que no habías conducido desde que llegaste de la ciudad. Y la llevaste al lugar más peligroso de toda la propiedad -pronunció Mal. No levantaba la voz, pero cada palabra restallaba como un látigo-. ¡Y luego, la dejaste alejarse tranquilamente de tu lado!
– Lo siento -susurró Copper, entrelazando las manos para dominar su temblor.
– ¿Lo sientes? ¿De qué sirve que lo sientas? -Mal estaba pálido de furia-. ¿Cómo te has atrevido a arriesgar así la vida de mi hija? ¡Ni siquiera se te ocurrió dejar una nota para decirnos a dónde ibas! Si Georgia no hubiera vuelto temprano y te hubiera descubierto, habríais pasado toda la noche ahí fuera, perdidas. ¡Si no me hubiera transmitido por radio vuestra posición, a estas horas todavía estaría conduciendo como un desesperado, tratando de encontraros!
– No sabía que el coche fuera a averiarse… -repuso Copper, arrepentida.
– No se averió -le informó con desprecio-. Brett ya lo ha traído. Cualquiera con un mínimo conocimiento de mecánica habría resuelto el problema.
– Yo no sé nada de mecánica -murmuró, bajando la mirada.
– ¡Claro que no! -Exclamó Mal mientras seguía paseando furioso por el dormitorio-. No sabes nada útil y jamás has hecho intento alguno por aprender. ¡Todo lo que has hecho ha sido mover papeles de un lado a otro y ponerme en ridículo!
– ¡Eso no es verdad! -exclamó al fin Copper, sobreponiéndose a su depresión y a su arrepentimiento.
– ¿Ah, no? -Inquirió desdeñoso-. Dios mío, jamás he podido aprender la lección y siempre me he liado con mujeres que no me convenían… Lisa era tan inútil como tú, pero al menos no era tan irresponsable. Puede que no pasara mucho tiempo con Megan, ¡pero al menos nunca la expuso al riesgo que ha corrido contigo hoy!
– ¿Por qué entonces te casaste con mujeres que no te convenían? -Copper se levantó despojándose de su camisa hecha jirones, demasiado dolida y furiosa para permanecer quieta-. Nunca encontrarás a una mujer que te satisfaga, Mal, porque piensas que el matrimonio es algo que puede ser arreglado por medio de un estúpido contrato. Me acusas de estar obsesionada con mi negocio, pero tú eres el único que lo ve todo en términos de contrato. Siempre piensas en lo que vas a sacar de un matrimonio, y no en lo que estás dispuesto a dar -añadió, temblando de indignación-. ¡Yo creía que lo hacías porque estabas amargado después de tu experiencia con Lisa, pero ahora pienso que es porque tú no tienes nada que ofrecer nada que dar… e incluso aunque lo tuvieras no te mercería la pena!
Mal se acercó entonces hacia ella, pero de repente dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. En el último instante se volvió para mirarla con frialdad, diciéndole con el más absoluto desprecio:
– La razón por la que no te doy nada, Copper, es porque no quiero nada de ti -y salió, cerrando la puerta a su espalda.
– ¡Copper, tienes muy mal aspecto! -exclamó preocupada Georgia cuando la vio a la mañana siguiente.
– Estoy bien -mintió, forzando una sonrisa.
Había pasado la noche encogida en posición fetal en la cama, con la mirada fija en la pared y demasiado desesperada incluso para llorar, mientras las últimas palabras de Mal resonaban una y otra vez en su cerebro. Inútil. Irresponsable. Peor que Lisa. No lo había visto desde que salió de la habitación, pero tampoco sentía ninguna necesidad de hacerlo. Ahora sabía exactamente lo que pensaba de ella, y su esperanza de que pudieran ser capaces de resolver sus diferencias le parecía en aquel momento absurdamente ingenua.
Mal jamás la perdonaría por haber puesto en peligro la vida de Megan, y cuanto más pensaba Copper en ello, más llegaba a la conclusión de que estaba en lo cierto. Ella era completamente inútil allí, en Birraminda. No pertenecía y jamás pertenecería a aquel lugar. Mal necesitaba una esposa como Georgia, que era radicalmente diferente de Copper. La conciencia de su verdadera situación la asustaba terriblemente, pero sabía que tenía que hacerlo.
– ¿Cómo está Megan? -le preguntó, intentando ignorar la mirada preocupada de Georgia.
– Muy bien, aparte de la lesión del tobillo -respondió la chica-. Los niños tienen una gran capacidad de recuperación, pero nosotros pensamos que sería mejor que pasara el día en la cama… en caso de que padeciera alguna secuela por el golpe que recibió en la cabeza.
Copper se estremeció al oír aquel «nosotros». Sabía que no lo hacía intencionadamente, pero la tranquila sensatez de Georgia sólo parecía reforzar la sensación que tenía de sentirse una inútil.
– Iré a verla.
Cómodamente apoyada en un montón de almohadones, Megan parecía más aburrida que enferma, pero su expresión se iluminó de alegría al ver a Cooper. Ardía de deseos de enseñarle su pie vendado.
– Tengo un esguince en el tobillo -le informó orgullosa-. ¿Quieres contarme un cuento?
– Hoy no, corazón -con un nudo de emoción en la garganta, Copper se sentó en el borde de la cama-. Tengo que irme a Adelaida.
– ¿Puedo ir contigo? -le preguntó Megan, alegre.
– No: tienes que quedarte y cuidar de papá.
– ¿Cuándo volverás?
Copper vaciló. Había pensado en decirle que sólo estaría ausente durante una semana, pero… ¿no sería eso más cruel que confesarle la verdad?
– No… No volveré, Megan.
Era una de las cosas más difíciles que había tenido que decir a alguien en toda su vida. Megan la miraba fijamente, con los ojos muy abiertos, confundida.
– No puedes irte.
Copper había temido ese momento, pero la expresión que veía en los ojos de la niña era peor que cualquier cosa que hubiera imaginado.
– Papá dijo que te quedarías -añadió, antes de estallar en sollozos.
– Oh, Megan… -Copper la estrechó entre sus brazos, acunándola-. Lo siento tanto… -susurró, consciente de la inutilidad de ese consuelo-. Pero Georgia está aquí para cuidarte, y a ti te gusta, ¿no?
– No quiero a Georgia -sollozó Megan-. ¡Te quiero a ti! ¡Dijiste que te quedarías para siempre!
– Megan, yo… -Copper se interrumpió, a punto de llorar-. Yo no quiero irme -lo intentó de nuevo-. Ojalá pudiera quedarme para siempre.
– Entonces, ¿por qué te vas?
– Megan, tú quieres a papá, ¿no? -Al ver que asentía con la cabeza, continuó-: Yo también, pero él no me quiere a mí.
– ¡Sí que te quiere!
– Algunas veces, cuando quieres a alguien, tú quieres que ese alguien sea feliz aunque tú no lo seas. Eso es lo que me pasa a mí. Creo que si me marcho, papá será más feliz.
– ¡No! -exclamó Megan -¡Él quiere que te quedes!
– Yo no pertenezco a este lugar -le confesó Copper abrazándola con fuerza, con los ojos llenos de lágrimas-. Pero quiero que sepas que te quiero mucho. Siempre te querré. Serás una buena niña y te portarás bien con papá, ¿verdad?
Megan no contestó, sino que continuó aferrándose a ella, desesperada, mientras Copper intentaba tumbarla de nuevo en la cama. Luego se quedó a su lado, arrullándola, hasta que se cansó de tanto llorar y se quedó dormida.
La cubrió delicadamente con una sábana y le apartó con ternura los ricitos de la cara, congestionada por las lágrimas. Durante un buen rato permaneció de pie, mirándola con el corazón destrozado, hasta que al fin se marchó de la habitación cerrando sigilosamente la puerta.
– ¡No puedes irte! -Georgia se quedó horrorizada cuando Copper le anunció que se marchaba-. No estás en condiciones de conducir y…
– Tengo que hacerlo -respondió. Se sentía terriblemente cansada, como si hubiera envejecido de repente diez años.
– Copper, yo sé que anoche Mal y tú tuvisteis una discusión -le confesó, incómoda-. Lo vi salir de tu habitación; tenía una expresión desesperada, casi agónica. Pero ayer fue un día muy duro, y los dos estabais muy alterados. Estoy segura de que si conseguís hablar, podréis solucionar vuestra situación.
– Mal y yo ya hemos hablado bastante -repuso Copper. Se sentía completamente agotada, aunque todavía no eran ni las nueve de la mañana-. Yo no pertenezco a este lugar, Georgia. No puedo montar a caballo, ni arreglar un coche ni curar un esguince de tobillo, y después de lo de ayer resulta evidente que ni siquiera sirvo para cuidar de Megan.
– Todo eso no importa -se apresuró a replicar Georgia-. Lo único que importa es que Mal y tú os queréis. ¡Por favor, quédate y habla con él esta noche!
– No puedo -le confesó Copper, entre lágrimas; sabía que no podría soportar que Mal volviera a mirarla con tanto disgusto, con tanto desdén-. ¡No puedo!
– Pero, ¿qué le voy a decir a Mal cuando me pregunte por qué te has marchado?
Copper recogió su maleta. Había roto en dos su copia del contrato dejando los pedazos sobre la almohada de la cama.
– No necesitas decirle nada. Ya sabrá él por qué me he ido -respondió, ahogando las lágrimas-. Cuida bien a Megan, Georgia y dile a Mal… dile que lo siento… por todo.
– Esta tarde le enviaré un folleto por correo -Copper colgó el teléfono y se frotó el cuello con gesto cansado. No pudo menos que preguntarse si realmente había estado alguna vez acostumbrada al trabajo de oficina.
A lo largo de los diez últimos días había estado luchando por rehacer su vida, pero seguía teniendo la sensación de que todo lo que la rodeaba era irreal, borroso… excepto el dolor que la atenazaba por dentro. Cada día le parecía interminable, y cuando llegaba al final de cada jornada de trabajo, como en aquel mismo momento, sólo veía ante sí la perspectiva de una tarde estéril y vacía. Levantó un fajo de solicitudes de reservas y volvió a dejarlo caer con desgana sobre la mesa de escritorio. Ansiaba volver a Birraminda. Echaba de menos el cielo radiante del interior, su inmenso espacio, los caballos pastando serenamente en sus prados… y, sobre todo, echaba de menos a Mal.
Le había llevado algún tiempo convencer a sus padres de que realmente lo había abandonado.
– Pero estábamos tan seguros de os llevabais tan bien… -le había dicho su madre con expresión consternada al verla volver a casa, deprimida y agotada.
– Sólo fue una farsa -había replicado Copper son amargura-. Simplemente estábamos actuando.
– Pues si eso es verdad… ¡deberían contrataros en Hollywood! -fue el comentario de su padre.
Al final, tuvo que confesarles lo del contrato que había firmado con Mal. La expresión de su padre se oscureció visiblemente al escuchar su relato, y Copper sintió una terrible punzada de culpa.
– Lo siento, papá. Sé que estabas muy ilusionado con el proyecto de Birraminda, pero estoy segura de que podremos encontrar otro lugar si…
– ¡El proyecto! ¿Qué importa el proyecto? -había exclamado Dan-. ¡Lo único que me importa eres tú! Me gustaría llamar ahora mismo a Mal… ¿Cómo se ha atrevido a chantajear a mi hija?
– ¡No, papá! ¡No fue un chantaje! Yo elegí casarme con él…
– Debió haberte obligado. ¿Cómo pudiste elegir casarte con un hombre que sólo fingía casarte?
– Pero yo no estaba fingiendo, papá. Ese fue el problema.
Aunque dudando todavía, sus padres al fin habían aceptado su decisión de regresar a casa, y Copper se había sumergido en el trabajo de la oficina. Cualquier cosa era mejor que quedarse en casa esperando a que sonara el teléfono, o a que Mal llamara a la puerta. Seguramente sabría que había vuelto a casa de sus padres, pero no había hecho ningún intento por ponerse en contacto con ella. En esa ocasión no tenía ninguna excusa para ignorar su paradero.
Con un suspiro, Copper se levantó del escritorio.
Eran las seis de la tarde, y su padre no tardaría en recogerla. Como había llevado su coche al taller, Dan había quedado en ir a buscarla a la oficina. Conectó el contestador telefónico y ordenó los papeles de su mesa antes de pasarse las manos por el pelo con gesto cansado. La vitalidad que tanto la había caracterizado había desaparecido víctima de la desesperación.
Asomada a la ventana, distinguió el coche de su padre y le hizo una seña indicándole que ya salía. Abandonó la oficina y subió rápidamente al vehículo. Pero cuando se volvía hacia su padre para darle las gracias, sonriendo, se llevó una buena sorpresa. No era su padre quien conducía, sino… Mal.
Por un instante, sintió que se le paraba el corazón y el aire escapaba de sus pulmones. Mal estaba allí, tranquilo, imperturbable, pero en sus ojos había una expresión que Copper jamás había visto antes. Cuando bajó la mirada, advirtió el pedazo de papel que sobresalía del bolsillo superior de su camisa.
De inmediato reconoció aquel papel, y la fría, cruel realidad borró brutalmente la primera sensación de alegría que había experimentado al verlo. Mal había llevado aquel contrato consigo y, con toda seguridad, iba a obligarla a atenerse a las condiciones del mismo.
Una tremenda amargura hizo presa en ella.
– ¿Qué estás haciendo en el coche de mi padre? -inquirió furiosa.
– Me lo ha prestado -con toda tranquilidad, Mal puso el intermitente y arrancó-. ¿Pensabas que lo se había robado?
– ¿Has hablado con mis padres?
– Estuve en su casa a primera hora de la tarde -seguía concentrado en conducir, sin mirarla-. Tuve que soportar una desagradable sesión con tu padre, pero una vez que dispuse de la oportunidad de explicarle a qué había ido allí, me cedió su coche y me animó que te recogiera yo mismo.
– ¿A qué has venido? ¿Me lo puedes explicar a mí?
– Yo pensaba que resultaba evidente -repuso Mal-. Necesitamos hablar.
– Ya hemos hablado bastante.
– No. Si tú no quieres hablar, lo haré yo, y tú me escucharás.
Condujo hacia la playa y aparcó el coche frente al mar. Había hecho un día soleado, pero no muy caluroso, y la playa estaba casi vacía. Durante un rato permanecieron sentados sin hablar, contemplando las olas. Mal parecía haberse olvidado de que quería hablar con ella.
– ¿Y bien? -Preguntó al fin Copper-. ¿Qué es lo que quieres decirme?
– Quería saber por qué te habías marchado sin despedirte.
– Pues deberías saberlo -repuso con amargura-. Me dejaste muy claro lo que pensabas de mí la noche anterior. Pensé incluso que te alegrarías de que me fuera.
– ¿Pensaste que me alegraría al volver a casa y descubrir que mi esposa me había abandonado? -se volvió para mirarla.
– Pero yo no era realmente tu esposa, ¿verdad, Mal? Para estar verdaderamente casados hacen falta más cosas que una simple ceremonia. Por lo que a ti se refería, yo sólo era un ama de llaves, y ya antes habías tenido muchas. Ni siquiera tuviste que molestarte en llamar a la agencia para conseguirte otra, ya que Georgia estaba allí, preparada para ocupar mi lugar. ¿Por qué no intentas chantajearla para que se case contigo? ¡Sería mucho mejor esposa de lo que yo lo he sido!
– Ciertamente es ideal… -empezó a decir Mal, sonriendo.
Copper yo no pudo soportarlo más. Salió del coche, cegada por las lágrimas, y empezó a caminar hacia la playa. Pero Mal la siguió.
– ¡No vuelvas a huir de mí! -le gritó, deteniéndola-. ¿Por qué crees que he venido a buscarte?
– ¡No lo sé! -se enjugó las lágrimas, furiosa-. Supongo que para repasarme ese papel por la cara, ¿Qué es lo que vas a hacer, denunciarme por incumplimiento de contrato?
– No -Mal sacó el documento de su bolsillo-. Aunque si, me lo he traído. Mira, aquí está -y mientras hablaba, lo rompió en pedazos.
– ¿Qué es lo que has hecho? ¡Era el contrato! -exclamó, asombrada.
– Ya no existe.
– Pero… ¿no lo quieres?
– Jamás lo he querido.
– ¡Tú mismo insististe en que lo firmáramos! Siempre estabas hablando de él. No lo entiendo…
– Dios mío, ¿es que no te das cuenta? -gritó Mal, desesperado -¡Recurrí al contrato porque era la única manera de conseguir que te quedaras conmigo!
Aquellas palabras permanecieron suspensas en el aire, en medio del silencio que los rodeaba. Copper no podía moverse, y Mal se acercó a ella para tomarla de los brazos con suavidad.
– Yo nunca quise ese contrato, Copper. Sólo te quería a ti.
– Tú querías un ama de llaves… -lo corrigió ella. Estaba temblando, aterrada de enfrentarse a la amargura de su desilusión, pero incapaz de ignorar la esperanza que acababa de concebir.
– Eso mismo me decía a mí mismo, pero sólo era una excusa. Una excusa que estuve buscando desde el día en que volví a casa y te encontré sentada en los escalones de la veranda, junto a Megan. Fue un milagro volver a verte después de siete años.
– Yo creía que ni siquiera me habías reconocido, que no te acordabas… -repuso Copper con voz temblorosa-. ¡No me dijiste que me habías estado esperando durante todo ese tiempo!
– No te esperaba -explicó Mal-, y eso es algo de lo que siempre me arrepentí. Había aceptado que jamás volvería a verte otra vez, y luego conocí a Lisa. Con ella quería sentir lo que había sentido contigo, pero no pudo ser; el matrimonio fue un desastre desde el principio. Constantemente pensaba en ti, en tu forma de sonreír, en la manera que tenias de cerrar los ojos cuando te besaba… -se interrumpió, mirándola enternecido-. Solía preguntarme cómo habría sido mi vida si mi padre no hubiera fallecido justo en aquel entonces, o si hubieras estado en tu casa cuando te llamé. Pero, como no tenía mucho sentido lamentarse de eso, me esforcé todo lo posible para olvidarte. Y, cuando ya había creía haberte enterrado en el fondo de mi memoria, de repente apareciste…
– ¿Por qué no me dijiste eso entonces? -le preguntó Copper, insegura.
– No estaba segura de que los días que habíamos pasado juntos en Turquía significaran para ti lo mismo que para mí. Obviamente, habías seguido disfrutando con la vida que llevabas y no parecías arrepentirte de nada -esbozó una mueca-. Y Lisa me enseñó a ser desconfiado. Fue un golpe tremendo descubrir la importancia que le dabas a tu negocio, pero pensé que si podía conseguir que te quedaras un poco más, tendríamos la oportunidad de conocernos el uno al otro. Cuando tú misma me propusiste quedarte para trabajar de ama de llaves, me pareció demasiado bueno para ser cierto, pero no tardé mucho tiempo en darme cuenta de que eso no sería suficiente. Me dejaste muy claro que tu negocio era tu absoluta prioridad, y comprendí que no te quedarías si yo simplemente te lo pedía.
– ¿Por eso recurriste al chantaje? -le preguntó Copper, esbozando una sonrisa.
– Fue lo único que se me ocurrió, pero con ello sólo conseguí empeorar las cosas -esbozó una mueca-. Me sentía culpable por haberte forzado a un matrimonio que no deseabas, y el mismo hecho de que hubieras aceptado me indicaba a las claras la absoluta prioridad que le concedías a tu negocio.
– ¿Te parecía que estaba pensando en mi negocio en nuestra noche de boda?
– No estaba seguro -le confesó Mal-. Cuando hicimos el amor, estaba convencido de que sentías lo mismo que yo, pero te había observado mientras hablabas con Glyn después de la ceremonia y recordé lo que me habías dicho acerca de que todavía lo amabas. Temía que simplemente estuvieras intentando olvidarlo, y cuando me desperté a la mañana siguiente y vi las dos copias del contrato, me di cuenta de que yo mismo te había colocado a ti y a mí en una situación imposible. Sabía que no tenía ningún derecho a tocarte a no ser que tú misma me lo pidieras, porque era eso lo que habíamos convenido. Pero no tenía ni idea de lo duro que resultaría acostarme a tu lado cada noche, sin hacer el amor…
– ¿Ah, no? -inquirió ella, sonriendo.
– Copper -pronunció Mal con súbita urgencia-. Sobre el amor, te dije un montón de estupideces. Fingí que no quería saber nada más del amor después de mi experiencia con Lisa, cuando durante todo el tiempo sentía miedo de confesarte lo mucho que te amaba. He venido a buscarte para pedirte disculpas por la manera en que te he tratado, pero en realidad lo que más deseo es pedirte que vuelvas conmigo -vaciló por un momento, para sorpresa de Copper-. Sé que no tengo derecho a pedírtelo pero Birraminda no es lo mismo sin ti. No es como antes. Te necesito ahora, y Megan también -le acunó la cara entre las manos con infinita ternura-. ¿Volverás, Copper? No como mi ama de llaves, sino como mi esposa…
Copper lo abrazó por la cintura y le sonrió con los ojos brillantes.
– Eso depende de cuánto tiempo quieras que me quede esta vez.
– Para siempre -respondió Mal.
– De acuerdo -aceptó, y lo besó exultante de alegría.
Mal la estrechó entre sus brazos, besándola con ansia desesperada, y Copper pensó que nunca en toda su vida se había sentido tan feliz. Acurrucada contra su pecho, empezaron a caminar por la playa.
– Yo creía que Georgia era tu esposa ideal… -musitó provocativamente.
– Será la esposa ideal de Brett. También tenías razón en eso, Copper…
– ¿Georgia y Brett se van a casar? -preguntó deleitada.
– Se comprometieron después de que tú te fueras. De hecho, creo tu partida les hizo tomar conciencia de cómo se sentirían si uno de los dos se marchaba…
– ¡Sabía que Brett estaba enamorado, pero no me había dado cuenta de lo que Georgia sentía por él! -Copper abrazó a Mal mientras continuaban paseando.
– Desde luego, Georgia es la única chica que Brett se ha tomado en serio, y creo que les irá muy bien. Ahora mi hermano es más firme, más responsable. He estado tan desesperado buscándote que ha tenido que asumir una gran cantidad de trabajo en la granja, y eso le ha sentado maravillosamente bien. Sólo están esperando a que vuelvas para casarse.
– Entonces, ¿ya no estás celoso de Brett? -le preguntó Copper, bromista.
– Ahora no -respondió Mal, sonriendo arrepentido-. Aunque sí que lo estaba. Pero no tan celoso como lo estuve de Glyn. Sentía verdadero terror de que decidieras volver con él -se tensó por un momento antes de confesarle-: La última noche te dije cosas imperdonables, Copper. Jamás en mi vida me he sentido tan asustado como cuando descubría que Megan y tú os habíais perdido, pero todavía seguía furioso por la discusión que habíamos tenido y me desahogué contigo. Al día siguiente me sentí tan mal que volví a salir con el ganado, con tal de no quedarme en casa. Quería decirte que lo sentía, que no había tenido intención de decirte todo aquello, pero cuando regresé y Georgia me contó que te habías marchado… -se interrumpió por un momento, como si aquel recuerdo lo torturara de una manera insoportable-. Fue el peor momento de mi vida. Georgia estaba llorando, lo mismo que Megan, y Brett no hacía más que decirme lo condenadamente estúpido que había sido… pero lo único que se me ocurrió fue que, después de todo, habías decidido volver a probar suerte con Glyn… Al principio me sentí tan furioso y desesperado que me negué a ir a buscarte. Los últimos diez días fueron un verdadero infierno; no hacía más que imaginarte con Glyn… Pero esta mañana ya no pude soportarlo más. Tomé el primer avión y fui directamente a casa de tus padres… Dan me echó en cara haberte hecho tan desgraciada, pero cuando le dije que no le veía sentido a la vida mientras no pudiera convencerte de que volvieras conmigo… ¡se apiadó de mí y me prestó las llaves de su coche!
– ¿Mal? -Copper lo apartó ligeramente de sí para poder mirarlo a los ojos-. ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?
– Ahora que lo dices… -sonrió-… creo que no.
– Pues te quiero -dijo ella, y le dio un beso largo, cálido, inefablemente dulce que anunciaba la promesa de los años por venir.
Poco después se quitaron los zapatos y caminaron descalzos por la playa. El contacto de la arena tibia y cálida bajo sus plantas le recordó a Copper la playa de Turquía por la que habían caminado juntos siete años atrás, de la mano.
– ¿Tendremos que casamos otra vez ahora que ya hemos roto los contratos? -le preguntó a Mal en un murmullo.
– No necesitamos otra boda, pero creo que sí podríamos pasar otra luna de miel, ¿no te parece? ¿Por qué no le damos la buena nueva a tus padre y después salimos para el hotel de las colinas? Podríamos celebrar una verdadera luna de miel ahora que ya no necesitamos fingir más. ¿Qué te parece?
– ¡Me parece maravilloso! -exclamó Copper mientras volvían hacia el coche.
Tres días después, la avioneta sobrevoló el arroyo y aterrizó en Birraminda.
– Bienvenida a casa -declaró Mal, besando tiernamente a Copper.
Brett y Georgia los estaban esperando en la pista, conteniendo a duras penas a la impaciente Megan, ansiosa por salir corriendo hacia ellos antes de que terminara de detenerse la hélice del aparato.
– ¡Copper, Copper! -la llamó mientras se lanzaba a sus brazos-. ¡Has vuelto a casa!
Copper le dio un tierno abrazo, y por encima de la cabeza de la pequeña su mirada se encontró con la de Mal.
– Sí -repuso-. Ya he vuelto a casa.