Capítulo 3

Hacia el mediodía del día siguiente Cooper se encontraba exhausta. Mal no se había equivocado al advertirla sobre lo duro que resultaba ese trabajo. Se había levantado a las cinco para preparar el desayuno a Mal y a Brett, así como a los tres jackaroos, y tenía la sensación de haber pasado toda la mañana haciendo viajes de la casa al comedor común.

Había lavado, fregado, barrido… Había dado de comer a las gallinas, a los perros, a seis hombres que desayunaban y comían como animales… y, en medio de todo, había tenido que ocuparse de una vivaracha e incansable niña de cuatro años.

No la había ayudado precisamente el hecho de que hubiera pasado la mayor parte de la noche anterior despierta, pensando en Mal… La única cosa que se había jurado no hacer. A pesar del cansancio, su mente se había negado a dejar de funcionar evocando una y otra vez su imagen. Analizándolo desde todos los ángulos, desconcertada. ¿Cómo se explicaba que no la hubiera reconocido? ¿Se había olvidado de sus caricias, de la pasión con que habían hecho el amor?

Pero Copper se había esforzado por enterrar aquellos recuerdos en el olvido. Había ido a Birraminda únicamente por una cuestión de negocios; eso era lo único que debía importarle. Y eso era lo que se había repetido sin cesar, apretando los dientes.

Al mediodía había comido con los jackaroos y con los demás trabajadores, excepto Bill, en el comedor común. Bill era el decano del grupo, y todos le llamaban «el casado». Mientras que los jackaroos dormían en barracones, él tenía su propia casa a un par de kilómetros de la granja, y acudía allí a comer. Su esposa, Naomi, era la encargada de preparar la comida a los trabajadores por las tardes, afortunadamente para Copper…

Mal le había dicho que lo único que querían los hombres para comer a mediodía eran carnes frías y pan, así que Copper no había tenido que complicarse mucho la vida cocinando. En aquel momento estaba tachando el apartado de comidas de su lista de tareas para empezar a estudiar las que le quedaba, mientras se preguntaba si dispondría de tiempo suficiente para conocer la granja. Necesitaría hacer fotografías y explorar bien el lugar, con el fin de reunir materiales con que confeccionar el atractivo folleto turístico que tenía en mente.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó Mal, estirando el cuello para ver que Copper anotaba en su lista de tareas las palabras preparar las verduras y baño de Megan. Arqueó las cejas con gesto burlón al leer lo que había escrito-. ¡Nunca he conocido a nadie que hiciera por adelantado un programa de las actividades del día siguiente!

– Me gusta ser organizada -explicó Copper, poniéndose de inmediato a la defensiva-. De otra manera me resultaría imposible.

– Espero que te hayas concedido tiempo para respirar, al menos -repuso burlón.

– ¡Tengo tantas cosas que hacer! -exclamó, algo molesta-. ¡No sabía que la esclavitud todavía fuera legal en el interior!

– Has trabajado muy duro -le comentó Brett en ese momento, quitándole la lista de la mano. Había recibido con entusiasmo la decisión de su hermano de que Copper se quedara con ellos y, en ese momento, sentado a su lado en el banco de la cocina, se acercó a ella con actitud insinuante-. Esta tarde te mereces un descanso… ¿Por qué no sales un poco para que pueda enseñarte lo que tu padre había proyectado para este lugar?

– Brett, a lo mejor te has olvidado del trabajo que todavía te queda por hacer esta tarde… -lo interrumpió Mal, antes de que Copper abriera la boca para aceptar; su tono de voz era tranquilo, pero implacable-. Megan y yo saldremos con Copper.

Megan levantó entonces la mirada, súbitamente alerta.

– ¿Vamos a montar a caballo?

Mal miró a Copper. Ese día llevaba una ropa mucho más adecuada para las tareas que debía desempeñar: una camisa ligera, de color verde, y unos vaqueros, pero todavía seguía teniendo un aire indefinible de chica de ciudad. Durante la comida, la conversación había girado en torno al próximo rodeo que iba a celebrarse, y sus expresivos ojos verdes habían reflejado una intensa sorpresa ante las imágenes de la doma de toros a lazo y la monta de potros salvajes.

– Creo que probablemente Copper preferirá ir en el coche -comentó con tono provocativo, sonriendo burlón.

La joven se tensó, consciente de que en aquel ambiente parecía completamente fuera de lugar.

– Me niego -replicó, levantando la barbilla. ¡No estaba dispuesta a darle a Mal una excusa para que desechara sus propuestas… sólo porque pensara que no podía adaptarse bien a la vida del interior! Se dijo que no tenía ninguna importancia que jamás antes hubiera montado… no podía ser tan difícil-. Me encantará montar a caballo.

Pero se arrepintió de su propia audacia tan pronto como puso los ojos en el caballo que Mal le ofreció. Parecía inmenso, y en el momento en que sacudió las crines para ahuyentar las moscas, Copper no pudo menos que retroceder asustada, apretando nerviosa su carpeta contra el pecho. Quizá lo del coche habría sido una mejor idea.

– ¿Qué llevas ahí? -le preguntó Mal, señalando la carpeta.

– Unos cosas que necesito, el proyecto de papá para el lugar, las medidas de la tienda…, y también tendré que tomar algunas notas.

– ¿Y dónde vas a llevarla? -le preguntó, exasperado-. ¿O es que esperas agarrar las riendas con una sola mano?

Copper no había pensado en eso hasta ese momento.

– ¿No lleva la silla una alforja o algo parecido?

– Anda, dámela a mí -le ordenó suspirando-. Yo te la llevaré mientras tú montas.

– De acuerdo -Copper aspiró profundamente y cuadró los hombros-. De acuerdo.

El caballo sacudió la cabeza con gesto impaciente cuando Copper agarró las riendas. Había visto muchos caballos antes en la televisión. Lo único que tenía que hacer era apoyar un pie en el estribo y auparse sobre la silla. No tenía ninguna complicación…

Pero en la televisión, sin embargo, los caballos no se movían cuando la gente montaba en ellos. Ese caballo en concreto se movía en todas direcciones tan pronto como ponía el pie sobre el estribo, y de esa manera se fueron alejando los dos varios metros, mientras los tres jackaroos, sentados cómodamente en lo alto de la cerca, los miraban divertidos.

Maldiciendo entre dientes, Copper intentó auparse nuevamente sobre la silla, en vano. Mal sacudió entonces la cabeza entre irritado y divertido.

– ¿Quieres que te lo sujete? -le preguntó con un tono de voz tan suave que resultaba humillante. En el momento en que agarró la silla, el caballo, sensible a la mano de su amo, se quedó quieto.

– Gracias -repuso Copper, tensa.

Sujetando con fuerza las riendas con una mano, lo intentó de nuevo, pero no tuvo más éxito que en las anteriores ocasiones. Al final, Mal tuvo que agarrarla de un pie y auparla sin muchas ceremonias sobre la silla.

– Oh, Dios mío -musitó, aterrada de verse tan lejos del suelo. Iba a necesitar un paracaídas para volver a bajar. Demasiado nerviosa para advertir la expresión resignada de Mal, miró fijamente hacia adelante mientras él soltaba la brida del caballo para hacerse a un lado.

Impaciente, el caballo se puso en marcha de inmediato.

– ¡Ay! -exclamó Copper alarmada y tiró de las riendas con fuerza, pero eso sólo pareció excitar aun más a su montura y se puso al trote. En ese momento, soltó los pies de los estribos y empezó a balancearse peligrosamente sobre la silla, gritándole al animal que parase. De alguna parte del patio escuchó unas voces desternillándose de risa. ¡Al menos alguien se estaba divirtiendo con aquella situación!

El caballo se dirigió entonces hacia la puerta del cercado. “¡Oh, Dios mío! ¿Y si ahora le da por saltar?», exclamó Copper para sí.

– ¡Sooooo…! -chilló, tirando frenéticamente de las riendas, y el caballo, astuto, giró hacia un lado haciéndola balancearse hacia el otro, antes de detenerse bruscamente al ver a su amo delante de él. Sorprendida, Copper se vio lanzada hacia adelante por un puro movimiento de inercia, resbaló todo a lo largo de su cuello y aterrizó en el suelo del patio con el trasero, en una postura muy poco digna, a los pies de Mal.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó, sonriendo maliciosamente. No hizo nada por disimular su diversión mientras Megan se tronchaba de risa y los jackaroos estallaban en carcajadas desde la valla.

Sin esperar su respuesta, Mal se agachó para agarrarla de un brazo y ayudarla a levantarse.

– Creo que sí -respondió con resentimiento convencida de que no habría mostrado mayor interés ni aunque se hubiera roto una pierna. Todo el mundo se lo había pasado en grande a su costa…

– ¿Por qué no me dijiste que no sabías montar? -le preguntó Mal con tono suave.

– No tenía la menor idea de que me ibas a hacer montar un caballo salvaje’ -le espetó ella, casi decepcionada al descubrir que la única parte de su persona que había sufrido algún daño era su orgullo.

– ¿Salvaje? -Mal se echó a reír-. El viejo Duke es el caballo más lento y perezoso que he tenido. Lo había elegido especialmente para ti.

– Muy amable de tu parte -murmuró entre dientes-. ¡Recuérdame que jamás vuelva a pedirte un favor!

– ¿Quieres volver a montar?

Copper desvió la mirada hacia los sonrientes jackaroos. El más joven le gritó:

– ¡Hey, Copper! ¡Vamos a contratarte para el rodeo! ¡Será mejor que sigas practicando!

– ¿Por qué no? -replicó ella-. ¡No me gustaría privaros de tan buena diversión!

– Buena chica -Mal le sonrió-. Esta vez te enseñaremos a hacerlo -añadió-. Mira, tienes que sujetar las riendas así -la instruyó después de levantarla en brazos y montarla en la silla.

Por un momento, Copper sintió que se le detenía el corazón. Podía distinguir cada detalle de su rostro: los pliegues a ambos lados de la boca, el brillo amable de sus ojos…

– ¡Relájate! -le pidió, al tiempo que palmeaba cariñosamente el lomo de Duke.

Copper sonrió débilmente y se esforzó por desviar la mirada de su rostro.

– ¡Creo que tengo vértigo!

Mal alzó los ojos al cielo, sonriendo, y montó a su vez en otro caballo de color pardo, con una estrella blanca sobre la frente. En ese momento se les acercó uno de los jackaroos con una cuerda; después de atarla a la brida de Duke, le tendió el otro extremo a Mal, que la agarró mientras colocaba su montura delante de la de Copper.

– ¿Lista?

– Sí -Copper se aclaró la garganta-. Sí -repitió con mayor firmeza en esa ocasión.

Megan ya había montado en su pony, y cabalgaba al trote por el patio con humillante destreza para Copper. Abrieron la puerta en ese momento. Mal espoleó levemente a su montura y abrió la marcha tirando de Duke. Y Copper observó maravillada que podía conservar el equilibrio.

Al principio marcharon lentamente. Megan se había adelantado al trote con su pony, mientras que los dos caballos iban al paso, juntos y tranquilos. Aquella lentitud no parecía molestar a Mal, lo cual no era de extrañar, pensó Cooper. El nunca tenía prisa, jamás se ponía nervioso ni se inquietaba. La joven era muy consciente de su presencia a su lado, tranquilamente sentado en la silla, escrutando el horizonte con la mirada.

Después de un rato, ella también empezó a relajarse y a mirar el paisaje. Iban siguiendo el curso del arroyo, por entre los árboles de caucho que lo flanqueaban. Todo estaba muy tranquilo y silencioso, y sólo se oía el ruido de las hojas bajo los cascos de los caballos.

Seguía siendo muy consciente de Mal, impresionantemente seguro a su lado. Al contrario que ella, no llevaba gafas oscuras, pero el sombrero le protegía los ojos del sol. Copper no podía vérselos,pero sí podía distinguir la forma de su boca firme,particularmente excitante…

Mal guió los caballos hacia un claro cercano al arroyo, que servía de abrevadero. Desmontó ágilmente y ató las riendas a la rama de un árbol caído, antes de bajar a Megan de su pony. La niña corrió alegremente hacia la ribera, donde había una pequeña playa de arena, y Mal se volvió entonces hacia Copper, que ya se estaba preguntando cómo se las iba a arreglar para bajar del caballo.

– Saca el pie izquierdo del estribo -la instruyó-. Luego levanta la pierna y pásala al otro lado. Yo te agarraré.

Mal mantenía los brazos extendidos hacia ella mientras hablaba, pero una timidez paralizante se apoderó de Copper una vez más, y sólo pudo mirarlo indefensa. Desvalida… deseando que nunca se hubiera casado, que los siete últimos años que había pasado se disolvieran en la nada y todo volviera a ser como antes…

– Vamos -la animó Mal-. ¡Algún día tendrás que bajar!

De alguna forma, Copper se las arregló para decidirse, pero lo hizo tan torpemente que estuvo a punto de caer al suelo…, si Mal no la hubiese agarrado de la cintura. La sostuvo por un momento y ella apoyó las manos en sus hombros, luchando contra la abrumadora necesidad de acariciarle el cuello y echarse en sus brazos.

– Gracias -musitó, incapaz de mirarlo a los ojos por temor a que Mal leyera aquel anhelo en los suyos.

– Este es el abrevadero donde tu padre quería montar el campamento turístico -le dijo Mal después de soltarla, mirando a su alrededor.

– Parece perfecto -Copper se aclaró la garganta, y se apartó de él-. Bueno… será mejor que tome algunas notas.

Caminó por el lugar mientras garabateaba en su cuaderno, pero su mente no estaba ocupada en los emplazamientos de las tiendas, o en las cocinas del campamento. Estaba ocupada en Mal, que había llevado los caballos a beber antes de dejarlos descansar a la sombra. Emanaba una seguridad, una firme serenidad lentitud que parecía encajar perfectamente con aquel paisaje.

De repente, Mal se volvió para sorprenderla observándolo, y Copper se apresuró a bajar la cabeza a su cuaderno. Sin embargo, no podía seguir tomando notas eternamente, y cuando pensó que ya lo había impresionado suficientemente con su obsesiva profesionalidad, se reunió con él junto al árbol caído.

Mal le hizo un sitio para que se sentara. Durante un rato permanecieron sentados sin hablar, observando a Megan mientras jugaba al lado del agua. Detrás de ellos, los caballos resoplaban suavemente. Poco a poco aquella paz fue envolviendo a Copper, y empezó a relajarse.

– Este lugar es precioso -comentó al fin.

– Sí -Mal miró a su alrededor, y luego a ella-. No lo sería tanto con un montón de tiendas instaladas y una manada de turistas bullendo por todas partes, ¿verdad?

– Todo podría encajar bien con el paisaje -replicó Copper, mirándolo a los ojos-. Te quedarías sorprendido de la manera en que toda esta belleza podría conservarse, pero ahora no voy a intentar convencerte -sonrió-. No he olvidado los términos de nuestro acuerdo… ¡y no voy a desperdiciar la única oportunidad de la que dispongo!

– Oh, sí, a propósito de nuestro acuerdo… -Mal se dio un leve toque en el sombrero, echándoselo hacia atrás-. A mediodía llamé a la agencia para saber qué había sucedido con mi nueva ama de llaves. Al parecer, le ofrecieron trabajar como camarera, y decidió renunciar en el último minuto.

Mirando el reflejo de los árboles en el agua. Copper se preguntó por qué alguien habría podido elegir trabajar en un restaurante cuando podía disfrutar de aquella maravillosa experiencia. Pero luego recordó las tareas que había tenido que realizar aquella mañana y decidió que la chica, quienquiera que fuera, había tomado una decisión muy razonable.

– ¿Van a enviarte a alguien más?

– No tienen a nadie inmediatamente disponible, así que tendrán que poner un anuncio. Pasará al menos una semana antes de que consigan a otra persona, quizá más -Mal la miró-. ¿Crees que podrás quedarte tanto tiempo?

– Por supuesto -respondió Copper, secretamente aliviada. Todavía no estaba preparada para volver a Adelaida… pero tampoco estaba dispuesta a analizar su propia reluctancia a abandonar Birraminda-. Te dije que me quedaría hasta que consiguieras un ama de llaves, y lo haré.

– ¿No tienes ningún compromiso en tu casa?

– Eso no es problema -respondió con cierta sorpresa-. Disponemos de alguien que nos ayuda en la oficina, así que puedo concentrarme por completo en los planes que tenemos aquí. Papá puede echarle un vistazo al negocio. No hay mucho trabajo en esta época del año, por otro lado.

– Yo me refería a compromisos más personales -comentó secamente Mal-. ¿No tienes a nadie que te eche de menos?

“¿Quién habría de echarme de menos?», se preguntó Copper. Tenía muchos amigos que se preguntarían dónde estaba, y desearían que asistiese a alguna fiesta con ellos, pero nada más. Se hallaban tan ocupados con sus propias vidas que no se molestarían en acordarse de ella dos veces.

– No -le confesó Copper sonriendo tristemente-. No creo que nadie me eche mucho de menos.

– ¿Qué hay acerca del hombre del que estás enamorada?

Copper pensó entonces que se había olvidado de lo que le había dicho sobre Glyn.

– No creo que esta ausencia signifique una gran diferencia -suspiró-. Siempre se está quejando de que nunca estoy en casa, de todas formas. Me veo obligada a viajar mucho, y cuando estoy en Adelaida tengo demasiado trabajo en la oficina. No puedo estar en casa todos los días a las cuatro, esperando a que venga.

– Podrías cambiar de trabajo -le sugirió Mal.

– Lo mismo me dice Glyn -repuso con amargura-. Dejando a un lado el hecho de que papá me necesita ahora, me encanta mi trabajo. ¿Por qué habría de abandonarlo?

– Por ninguna razón, si es que tu trabajo te importa más que tu novio.

– ¿Por qué siempre hay que elegir una de las dos cosas? -estalló Copper, frustrada-. Soy muy feliz con la vida que llevo. Glyn sabe cómo soy. ¿Por qué tendría que ser yo la única en asumir todos los compromisos?

– No dirías eso si estuvieras verdaderamente preparada para asumir esos compromisos -comentó Mal con una inesperada nota de dureza en la voz.

– Eso es lo que siempre me dice Glyn -Copper se quitó el sombrero y se pasó una mano por el cabello-. En cualquier caso, eso ya no importa. Estuve diez días en Singapur. Y cuando volví Glyn me dijo que quería hablar seriamente conmigo. Al principio me lo tomé a broma, y le comenté que antes tenía que consultar mi agenda para ver si podía concertar una cita, pero él se lo tomó a mal. Me dijo que estaba harto de regresar a casa para no encontrar a nadie, y que no le parecía que tuviera sentido fingir que éramos una pareja, cuando él pasaba solo la mayor parte del tiempo. Luego, me confesó que estaba frecuentando a Ellie, una buena amiga mía. Su marido la había dejado a principios de años, y los dos se sentían solos, así que… -Copper intentó fingir indiferencia, pero aquel recuerdo todavía le dolía-. Bueno, al final me dijo que iba a mudarse con ella. Todo fue muy civilizado. Tanto Glyn como Ellie siempre habían sido mis amigos. Formábamos parte de la misma pandilla, y no podía evitar volver a verlos si quería conservar a mis amistades…

– Pero tenías tu propio trabajo para consolarte, ¿no? -le comentó Mal, irónico.

– Sí, tenía mi trabajo -respondió dolida.

– Entonces, cuando ayer me dijiste que estabas enamorada de ese Glyn, ¿no me estabas diciendo la verdad?

– Oh, no lo sé… -Copper empezó a girar su sombrero entre las manos-. Quiero a Glyn. Es una gran persona. Incluso un día pensamos en casamos, pero nunca llegamos a eso… por culpa mía. Siempre tenía demasiadas cosas que hacer… y ahora me alegro de que fuera así. Viajes Copley significa demasiado para mí, y si hubiera tenido que renunciar a la empresa por Glyn… estoy segura de que lo nuestro tampoco habría funcionado. El tampoco me habría querido, por mucho que deseara que cambiara.

Mal no dijo nada. A Copper le resultaba imposible discernir si su silencio reflejaba desprecio o simpatía.

– En cualquier caso -continuó ella-, al menos ya sabes por qué no tengo ninguna prisa por volver a Adelaida. Realmente no me importa ver a Glyn y a Elije juntos, pero si estoy fuera durante un tiempo, podré facilitarle a todo el mundo una oportunidad para acostumbrarse a la nueva situación.

– Eso me suena como si a Glyn le estuvieses poniendo un puente de plata para que se escape mejor.

– Mal seguía observando cómo su hija jugaba alegremente en la arena, pero sus labios esbozaban una mueca amarga, como si estuviera recordando algún penoso suceso-. Debió de quedarse consternado al descubrir que estabas dispuesta a anteponer tu negocio a cualquier otra cosa -se interrumpió, para luego añadir-: Mi esposa era como tú. Creía que podría conseguirlo todo. Cuando la conocí, tenía su propia cadena de tiendas en Brisbane. Nunca se me ocurrió pensar que estaría dispuesta a abandonarlo todo para venir aquí, pero a Lisa le gustaba la idea de ejercer de dueña de una enorme granja del interior. Todo lo hacía a lo grande, y Birraminda tenía las dimensiones adecuadas. Por supuesto, yo procuré que pasara algún tiempo viviendo aquí antes de que nos casáramos, para que pudiera ver exactamente la clase de vida que iba a elegir, ¡pero no! Lisa sabía siempre lo que quería… y lo que quería, lo conseguía.

– ¿Por qué te casaste con ella entonces? -le preguntó Copper con mayor agresividad de lo que hubiera deseado. Se había preparado para soportar los celos de su esposa fallecida… ¡pero no para que la comparara con ella!

– No me di cuenta de cómo era hasta que fue demasiado tarde -explicó Mal-. Y era tan bonita… -se interrumpió como si estuviera conjurando su imagen en la memoria-. Tendrías que haberla conocido para comprender cómo era. Poseía una voluntad de hierro y nunca dudaba de cuáles eran sus prioridades. Al principio, pensó que podría administrar su negocio desde aquí, así que invertí una fortuna en equiparla con un despacho especial -se detuvo, para luego añadir, mirando a Copper-: Deberías visitarlo alguna vez. Dispone de teléfonos, un ordenador, fax, fotocopiadora… todo lo necesario para llevar un negocio. Pero eso no le bastaba a Lisa. No estaba interesada ni en lavar ni en limpiar, aunque también le había instalado una nueva cocina. Se aburría si no tenía nada que quisiera hacer realmente, así que siempre estaba detrás de mí pidiéndome que la dejara volar a Brisbane, para que pudiera revisar las cuentas, visitar a los diseñadores o negociar uno u otro acuerdo. Oh. Desde luego era una empresaria muy inteligente…

Copper se preguntó por qué Mal había hecho ese comentario, como si pareciera un insulto. Ella misma no podía evitar reconocerse en Lisa. ¿Qué tenía de malo ser enérgica e inteligente?

– Si era tan inteligente, no se habría casado contigo de no haber estado muy segura de ello -comentó al cabo de un momento.

– Eso mismo era lo que yo pensaba -repuso Mal-. Por supuesto, yo tenía lo que tú llamarías una estúpida y romántica idea acerca del matrimonio, pero la actitud de Lisa no era mucho más práctica. A ella nunca le gustó la vida de aquí, y terminó pasando cada vez más tiempo en Brisbane.

– ¿Megan?

– Megan fue el resultado de un intento desesperado por salvar un matrimonio condenado al fracaso -explicó Mal con frialdad-. No funcionó, por supuesto. Lisa encontró en su embarazo una excusa para escapar permanentemente a la ciudad. Decía que necesitaba estar cerca de un hospital, que Birraminda no era un lugar adecuado para un bebé, así que un día se marchó a Brisbane y no volvió jamás. Ni siquiera me llamó después de que la niña naciera -esbozó una mueca de amargura-. Me dijo que había tenido tanto trabajo que hacer que ni siquiera había tenido tiempo para telefonearme y decirme que había ido al hospital, pero no era verdad. Se suponía que todavía tenía que estarle agradecido por permitirme que viera a nuestra propia hija.

Mantenía una voz muy controlada, pero Copper podía percibir su tensión. Ahora comprendía el porqué de aquella expresión suya, siempre distante, dura. No se extrañaba que Mal hubiera cambiado tanto.

Copper ansiaba ofrecerle su consuelo, pero no sabía cómo. Si hubiera sido una mujer diferente habría sido capaz de tomarle una mano, o de abrazarlo… Pero se había condenado a ser una mujer que anteponía a todo su trabajo, igual que la esposa de Mal, y temía que éste pudiera rechazar su contacto. Así que se limitó a sujetar su sombrero entre las manos, sin decir nada. Al cabo de un rato Mal continuó su relato, como si necesitara desesperadamente ponerle punto final.

– Los dos sabíamos que no tenía ningún sentido fingir que nuestro matrimonio iba a funcionar después de todo. En cierta manera era un alivio, pero el acuerdo de divorcio terminó arruinándome. Todo mi dinero está en estas tierras, y todavía estoy luchando por volver a la situación que antes disfrutaba. Lo peor fue tener que abandonar a Megan pero todo el mundo decía que con quien necesitaba estar era con su madre -su expresión era distante, implacable-. Yo mismo lo creí hasta que vi la cantidad de niñeras que contrataba Lisa para Megan, una tras otra, mientras ella se dedicaba por entero a trabajar en su negocio. Viajaba en avión a Brisbane para verla con tanta frecuencia como me era posible, pero la niña no tenía ninguna oportunidad de llegar a conocerme. Cuando Lisa murmuró en un accidente de coche y fui a la ciudad para traerme a Megan a casa, la cría estaba aterrada. Yo debí de parecerle un completo desconocido.

Copper miró en ese momento a Megan, que seguía jugando en la pequeña playa, Tenía las manos llenas de barro y hablaba sola, absorta en sus juegos, ajena a los dos adultos que la estaban observando.

– Ahora parece muy feliz.

– Yo también lo creo cuando la veo así, pero es que también ha tenido que acostumbrarse a jugar sola -suspiró Mal-. No guarda muchos recuerdos de Lisa, pero se resiente de no tener una madre. Las cosas serían diferentes si pudiera contratar a una niñera para que se quedase aquí por lo menos un año. Necesita algún tipo de seguridad.

– Tú eres su seguridad -comentó Copper con tono suave, pero Mal negó con la cabeza.

– No basta con eso. No puedo estar todo el tiempo en la casa. Megan necesita más atención de la que yo puedo darle. Demasiado a menudo tiene que quedarse sentada en el cercado para que yo no pueda perderla de vista mientras trabajo. Evidentemente, lo que yo necesito es una esposa de verdad -añadió con una sonrisa irónica-. Pero no creo que pueda volver a pasar por un matrimonio como el que tuve.

– No tiene por qué ser así -objetó Copper tras una leve vacilación.

– ¿Ah, no? -Inquirió Mal-. ¿Dónde voy a encontrar a una mujer que esté dispuesta a dejarlo todo para venirse a vivir aquí? Nada de amigos, ni de tiendas, ni de restaurantes, ningún trabajo de interés…, sólo calor, polvo y duro trabajo.

«Sí que sería duro», pensó Copper. No había duda alguna sobre ello. Pero aun así, la esposa de Mal podría contar con otras cosas. Podría contar con el arroyo, con los árboles del caucho, con aquel cielo tan radiante. Podría extender una mano y acariciar a Mal siempre que lo deseara. Pasaría largas, dulces noches en sus brazos, y cuando se fuera a dormir, sabría que al día siguiente lo vería nada más despertarse. ¿Qué clase de mujer había sido Lisa para dar la espalda a todo aquello? ¿Una mujer tal vez como ella misma?, se preguntó Copper, inquieta.

– Nada de eso le importaría si te amara -dijo con una voz levemente temblorosa.

– Si algo he aprendido de mi matrimonio, es que el amor no es suficiente -repuso Mal-. Lisa me amaba… o al menos eso era lo que me decía… y mira lo que nos ocurrió. Y mírate a ti. Tú quieres a Glyn, pero no lo suficiente para que puedas renunciar a las cosas que verdaderamente te importan. ¿Por qué habría de ser diferente la mujer con quien me casara? ¡Eso suponiendo que pueda encontrar alguna detrás de un arbusto! No -declaró levantándose para dirigirse hacia donde estaba atado el pony-. No volveré a casarme. Megan estará bien si consigo encontrar a un ama de llaves decente. Todo lo que puedo hacer es esperar a que una aparezca tarde o temprano por aquí -y se volvió para mirar a su hija-. Venga, Megan. Vamos a casa.

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