Cuando Copper se despertó a la mañana siguiente, Mal ya se había levantado y vestido. Se encontraba de pie frente al tocador, pero al oírla bostezar se volvió para mirarla con un extraño brillo en los ojos.
Aunque soñolienta, aquel cambio de expresión no le pasó desapercibido a Copper, y se incorporó cubriéndose con las sábanas.
– Buenos días -le dijo, sintiéndose ridículamente tímida después de todo lo que habían compartido aquella noche.
– Buenos días -la saludó Mal con tono suave pero distante, como si entre ellos se hubiera levantado una invisible barrera.
Copper sintió un nudo en la garganta. ¿Qué era lo que había sucedido? La noche anterior Mal le había hecho el amor con una pasión que había estado más allá de las palabras. ¿Cómo podía permanecer en ese momento tan tranquilo, tan indiferente, tan tremendamente inabordable? Luego bajó la mirada y descubrió que tenía algo en la mano. El contrato.
– Esta es tu copia -le dijo Mal, dejando despreocupadamente el documento sobre la mesa del tocador-. Será mejor que la guardes bien.
Copper se dijo, desengañada, que Mal no había podido dejarle más claro que lo de la noche anterior no había sido más que un puro fingimiento, al menos para él.
Apoyando la cabeza en la almohada, se volvió para mirar hacia otro lado.
– Lo haré.
Permaneció tensa y callada durante el trato a la ciudad, para recoger a Megan. Todo aquel día transcurrió en una especie de atmósfera de pesadilla. Durante el desayuno. Mal se había comportado como si nada absolutamente hubiera sucedido entre ellos. Sólo le había hablado de la conveniencia de comprar fruta y verdura fresca para la granja. Y de la hora a la que había quedado en recoger a Brett en el hotel, pero no hizo la más mínima mención a las largas y dulces horas que habían pasado haciendo el amor.
Copper le había pedido que fingiera que la quería, y eso era lo que había hecho: fingir. Estaba muy claro.
Temía lo que pudiera suceder a la noche siguiente. El contrato pertenecía al reino de la dura luz del día. Pero una vez que cayera la noche, y se encontraran encerrados en el dormitorio, podrían recrear una vez más la ternura y el gozo que habían compartido. No le preocupaba que Mal sólo estuviera fingiendo, llegó a decirse Copper, con tal de volver a tenerlo en sus brazos otra vez.
Anhelaba regresar a Birraminda, pero aquel día parecía no terminar nunca. Tuvieron que hacer las compras necesarias, recoger a Megan, despedirse de todo el mundo hasta que, después de recoger a Brett, llegaron por fin al aeropuerto.
El vuelo a Birraminda, a bordo de la pequeña avioneta, resultó especialmente largo e incómodo. Todo el mundo estaba muy cansado. Mal llevaba los controles del aparato, frunciendo el ceño; Brett estaba de pésimo humor y Megan muy irritable; en cuanto a Copper, habría querido encerrarse en una habitación a oscuras para desahogarse llorando.
Cuando aterrizaron en la pista de la granja ya estaba a punto de caer la noche, y después de cargar todas sus compras en la camioneta, se dirigieron hacia la casa. Copper tuvo que dar de cenar a Megan, bañarla y acostarla, así que, para cuando se retiró a su dormitorio con Mal, se sentía demasiado cansada como para pensar en los planes que había trazado para redescubrir la magia que había compartido con su marido…
– ¡Estoy agotada! -suspiró dejándose caer sobre la cama, mientras Mal cerraba la puerta.
– No hay necesidad de que me lances indirectas -repuso él, y Copper lo miró sorprendida.
– ¿Qué quieres decir?
Irritado, Mal empezó a desabrocharse la camisa.
– Quiero decir que no tienes por qué inventarte una excusa cada noche para evitar acostarte conmigo. La noche anterior me lo dejaste suficientemente claro.
– Pe…Pero… pero si no era una indirecta… -tartamudeó Copper-. ¡Solamente estaba diciendo que me encontraba cansada!
– Muy bien -repuso Mal, dejando su camisa en el respaldo de una silla y tomando una toalla-. Tú estás cansada, yo estoy cansado, así que intentaremos dormir.
Cuando Mal volvió del cuarto de baño, Copper ya estaba acostada, rígida y tensa, de espaldas a la lámpara de la mesilla. Tenía los ojos cerrados y fingía dormir, pero su cuerpo vibraba de deseo. Podía sentir a Mal moviéndose por la habitación, oírlo mientras se desvestía, y se lo imaginaba con tanta claridad como si tuviera los ojos bien abiertos.
Luego Mal apagó la luz y Copper sintió que la cama se hundía cuando se acostó a su lado. En medio de la oscuridad, contuvo el aliento. Si en ese momento se volvía hacia ella, si le hablaba, evidentemente todo estaría bien. Lo recibiría en sus brazos y se reirían juntos de todas las tensiones y equívocos del día…
Pero Mal no se volvió hacia ella. Ni siquiera le dio las buenas noches. Simplemente se quedó inmóvil y se durmió.
Decepcionada, Copper se volvió del otro lado. La noche anterior, ¿habría querido Mal simplemente satisfacerla? Ese pensamiento la hacía arder de humillación. Si Mal pensaba que ella iba a suplicarle que le hiciera el amor cada noche, estaba muy equivocado. Se lo había pedido una vez, ¡y sería la última! La próxima ocasión sería él quien hiciera el primer movimiento.
De madrugada. Copper tomó una decisión. Le resultaba sencillo tomar decisiones cuando estaba furiosa. Pero eso no cambiaba el hecho de que todavía lo amaba. De alguna manera, iba a tener que conseguir que Mal se enamorara de ella, como ella lo estaba de él. Si Mal quería una esposa práctica, nada romántica, la tendría. Jugaría su papel y no le pediría nada a cambio. Quizá, con el tiempo, se daría cuenta de que no se parecía en absoluto a Lisa y decidiría que, después de todo, quería una mujer que lo amara como ella.
Durante las semanas siguientes, Copper se esforzó realmente por ser como Mal quería que fuese. La mayor parte del tiempo lo pasaba con Megan, enseñándola a leer con unos manuales que había comprado en Adelaida. Cuando no estaba con la pequeña, limpiaba, fregaba y mantenía en orden la casa. Arregló la despensa, reorganizó el despacho e incluso se ofreció a ayudar a Mal con la contabilidad. Y también estaba lo del campamento turístico. Copper se sumergió totalmente en su proyecto, reservándose siempre cierto tiempo cada día para estudiar las propuestas de construcción del edificio o rediseñar los planos, a la luz de todo lo que había ido aprendiendo acerca de la vida en el interior.
Tan ocupada estaba que los días se le pasaban volando, pero no así las noches. No era muy difícil charlar a punto de caer la noche, y después de cargar todas sus compras en la camioneta, se dirigieron hacia la casa. Copper tuvo que dar de cenar a Megan, bañarla y acostarla, así que, para cuando se retiró a su dormitorio con Mal, se sentía demasiado cansada como para pensar en los planes que había trazado para redescubrir la magia que había compartido con su marido…
– ¡Estoy agotada! -suspiró dejándose caer sobre la cama, mientras Mal cerraba la puerta.
– No hay necesidad de que me lances indirectas -repuso él, y Copper lo miró sorprendida.
– ¿Qué quieres decir?
Irritado, Mal empezó a desabrocharse la camisa.
– Quiero decir que no tienes por qué inventarte una excusa cada noche para evitar acostarte conmigo. La noche anterior me lo dejaste suficientemente claro.
– Pe…Pero… pero si no era una indirecta… -tartamudeó Copper-. ¡Solamente estaba diciendo que me encontraba cansada!
– Muy bien -repuso Mal, dejando su camisa en el respaldo de una silla y tomando una toalla-. Tú estás cansada, yo estoy cansado, así que intentaremos dormir.
Cuando Mal volvió del cuarto de baño, Copper ya estaba acostada, rígida y tensa, de espaldas a la lámpara de la mesilla. Tenía los ojos cerrados y fingía dormir, pero su cuerpo vibraba de deseo. Podía sentir a Mal moviéndose por la habitación, oírlo mientras se desvestía, y se lo imaginaba con tanta claridad como si tuviera los ojos bien abiertos.
Luego Mal apagó la luz y Copper sintió que la cama se hundía cuando se acostó a su lado. En medio de la oscuridad, contuvo el aliento. Si en ese momento se volvía hacia ella, si le hablaba, evidentemente todo estaría bien. Lo recibiría en sus brazos y se reirían juntos de todas las tensiones y equívocos del día…
Pero Mal no se volvió hacia ella. Ni siquiera le dio las buenas noches. Simplemente se quedó inmóvil y se durmió.
Decepcionada, Copper se volvió del otro lado. La noche anterior, ¿habría querido Mal simplemente satisfacerla? Ese pensamiento la hacía arder de humillación. Si Mal pensaba que ella iba a suplicarle que le hiciera el amor cada noche, estaba muy equivocado. Se lo había pedido una vez, ¡y sería la última! La próxima ocasión sería él quien hiciera el primer movimiento.
De madrugada. Copper tomó una decisión. Le resultaba sencillo tomar decisiones cuando estaba furiosa. Pero eso no cambiaba el hecho de que todavía lo amaba. De alguna manera, iba a tener que conseguir que Mal se enamorara de ella, como ella lo estaba de él. Si Mal quería una esposa práctica, nada romántica, la tendría. Jugaría su papel y no le pediría nada a cambio. Quizá, con el tiempo, se daría cuenta de que no se parecía en absoluto a Lisa y decidiría que, después de todo, quería una mujer que lo amara como ella.
Durante las semanas siguientes, Copper se esforzó realmente por ser como Mal quería que fuese. La mayor parte del tiempo lo pasaba con Megan, enseñándola a leer con unos manuales que había comprado en Adelaida. Cuando no estaba con la pequeña, limpiaba, fregaba y mantenía en orden la casa. Arregló la despensa, reorganizó el despacho e incluso se ofreció a ayudar a Mal con la contabilidad. Y también estaba lo del campamento turístico. Copper se sumergió totalmente en su proyecto, reservándose siempre cierto tiempo cada día para estudiar las propuestas de construcción del edificio o rediseñar los planos, a la luz de todo lo que había ido aprendiendo acerca de la vida en el interior.
Tan ocupada estaba que los días se le pasaban volando, pero no así las noches. No era muy difícil charlar a punto de caer la noche, y después de cargar todas sus compras en la camioneta, se dirigieron hacia la casa. Copper tuvo que dar de cenar a Megan, bañarla y acostarla, así que, para cuando se retiró a su dormitorio con Mal, se sentía demasiado cansada como para pensar en los planes que había trazado para redescubrir la magia que había compartido con su marido…
– ¡Estoy agotada! -suspiró dejándose caer sobre la cama, mientras Mal cerraba la puerta.
– No hay necesidad de que me lances indirectas -repuso él, y Copper lo miró sorprendida.
– ¿Qué quieres decir?
Irritado, Mal empezó a desabrocharse la camisa.
– Quiero decir que no tienes por qué inventarte una excusa cada noche para evitar acostarte conmigo. La noche anterior me lo dejaste suficientemente claro.
– Pe…Pero… pero si no era una indirecta… -tartamudeó Copper-. ¡Solamente estaba diciendo que me encontraba cansada!
– Muy bien -repuso Mal, dejando su camisa en el respaldo de una silla y tomando una toalla-. Tú estás cansada, yo estoy cansado, así que intentaremos dormir.
Cuando Mal volvió del cuarto de baño, Copper ya estaba acostada, rígida y tensa, de espaldas a la lámpara de la mesilla. Tenía los ojos cerrados y fingía dormir, pero su cuerpo vibraba de deseo. Podía sentir a Mal moviéndose por la habitación, oírlo mientras se desvestía, y se lo imaginaba con tanta claridad como si tuviera los ojos bien abiertos.
Luego Mal apagó la luz y Copper sintió que la cama se hundía cuando se acostó a su lado. En medio de la oscuridad, contuvo el aliento. Si en ese momento se volvía hacia ella, si le hablaba, evidentemente todo estaría bien. Lo recibiría en sus brazos y se reirían juntos de todas las tensiones y equívocos del día…
Pero Mal no se volvió hacia ella. Ni siquiera le dio las buenas noches. Simplemente se quedó inmóvil y se durmió.
Decepcionada, Copper se volvió del otro lado. La noche anterior, ¿habría querido Mal simplemente satisfacerla? Ese pensamiento la hacía arder de humillación. Si Mal pensaba que ella iba a suplicarle que le hiciera el amor cada noche, estaba muy equivocado. Se lo había pedido una vez, ¡y sería la última! La próxima ocasión sería él quien hiciera el primer movimiento.
De madrugada. Copper tomó una decisión. Le resultaba sencillo tomar decisiones cuando estaba furiosa. Pero eso no cambiaba el hecho de que todavía lo amaba. De alguna manera, iba a tener que conseguir que Mal se enamorara de ella, como ella lo estaba de él. Si Mal quería una esposa práctica, nada romántica, la tendría. Jugaría su papel y no le pediría nada a cambio. Quizá, con el tiempo, se daría cuenta de que no se parecía en absoluto a Lisa y decidiría que, después de todo, quería una mujer que lo amara como ella.
Durante las semanas siguientes, Copper se esforzó realmente por ser como Mal quería que fuese. La mayor parte del tiempo lo pasaba con Megan, enseñándola a leer con unos manuales que había comprado en Adelaida. Cuando no estaba con la pequeña, limpiaba, fregaba y mantenía en orden la casa. Arregló la despensa, reorganizó el despacho e incluso se ofreció a ayudar a Mal con la contabilidad. Y también estaba lo del campamento turístico. Copper se sumergió totalmente en su proyecto, reservándose siempre cierto tiempo cada día para estudiar las propuestas de construcción del edificio o rediseñar los planos, a la luz de todo lo que había ido aprendiendo acerca de la vida en el interior.
Tan ocupada estaba que los días se le pasaban volando, pero no así las noches. No era muy difícil charlar normalmente con Mal durante el día, pero cada noche, cuando se acostaban, los dos se mantenían apartados sin dirigirse la palabra. Copper no volvió a hacerle ninguna petición a Mal, pero como resultaba evidente que esa táctica no estaba dando resultado, se fue sintiendo cada vez más frustrada.
Estaba haciendo grandes esfuerzos por convertirse en una buena esposa, adaptándose además a la vida del interior, pero al parecer eso no era suficiente. No podía marcar una vaca ni montar a caballo muy bien, y para Mal lo demás no contaba. Era como si no tuviera mérito para él que mantuviera en orden la casa, o que advirtiera que uno de los jackaroos no se sentía bien, o descubriera que Naomi se encontraba profundamente deprimida. Y tampoco tenía ni una sola palabra de agradecimiento para ella por la educación que le estaba proporcionando a Megan.
Cuanto más reflexionaba sobre ello, más crecía su resentimiento… hasta que casi se convenció a sí misma de que no estaba en absoluto enamorada de Mal. ¿Cómo podía estar enamorada de un hombre que apenas reconocía su existencia?
Conforme transcurrían las semanas, la tensión fue aumento hasta alcanzar un límite insoportable para Copper.
Cierto día se encontraba en el despacho, trabajando con algunos diseños, cuando Mal entró de repente y le dijo que los hombres necesitaban que les preparase algo de comida para llevar, ya que pretendía mandarlos a revisar unos cercados.
Copper dejó a un lado su bolígrafo y lo fulminó con la mirada.
– ¿Por qué no me lo dijiste durante el desayuno?
– Porque entonces no lo sabía -respondió Mal, impaciente-. Creí que tardarían más en terminar lo que habían empezado ayer, pero han sido muy rápidos y será mejor que comiencen esta misma mañana a revisar esas vallas.
– Pues si han ahorrado tanto tiempo. Muy bien podrían prepararse ellos mismos la comida -repuso Copper, y volvió a tomar su bolígrafo.
Un ominoso silencio siguió a sus palabras.
– ¿Por qué no puedes prepararla tú? -le preguntó Mal con frialdad.
– Porque estoy ocupada -le espetó.
– No estás ocupada; ¡sólo te estás entreteniendo con ese precioso proyecto tuyo!
– ¡No me estoy entreteniendo! -estalló Copper, furiosa-. Estoy estudiando la forma más barata de aprovisionar a los grupos de turistas, y la manera más adecuada de calcular los costes. ¡Creo que eso es un poquito más importante que preparar unos sándwiches que tú y todos los demás sois perfectamente capaces de hacer solos!
– Por supuesto, piensas que eso es mucho más importante -replicó Mal, desdeñoso-. Estás obsesionada con tu negocio. Siempre estás aquí, moviendo papeles de un lado a otro. ¡Aunque Birraminda se cayera a pedazos a ti no te importaría, siempre y cuando pudieras sacar adelante tu proyecto!
– ¿Quieres saber lo que he estado haciendo esta mañana, Mal? -Inquirió Copper, conteniéndose con dificultad-. He preparado el desayuno para ti y para tus hombres, después he lavado los platos y he arreglado la cocina, he barrido el suelo, te he hecho la cama, te he lavado la ropa y te he limpiado la ducha. Y además -continuó, sin darle oportunidad a Mal de replicar-, he dado de comer a tus perros y a tus gallinas, he preparado el guisado del mediodía y dos tartas de manzana para la cena, para no hablar del helado que he guardado en la nevera. Y por si fuera poco, he bañado a tu hija y la he vestido, y después he jugado con ella… y ahora que dispongo de unos pocos minutos para mí sola, estoy trabajando en un ventajoso negocio que le reportará jugosos beneficios a la propiedad, unos beneficios de los que está muy necesitada a juzgar por las cuentas… que, por cierto, también he puesto al día. ¡Y todavía te atreves a insinuarme que no hago nada por Birraminda!
– No te estoy acusando de estar sentada todo el día sin hacer nada -replicó Mal, imperturbable-. Pero sólo estás haciendo lo que haría en tu lugar cualquier ama de llaves, y eras perfectamente consciente de tus deberes cuando firmaste el contrato.
– ¡Lo que no sabía era que estaba firmando tres años de esclavitud! -exclamó Copper con amargura.
– Si tienes tanto que hacer, ¿por qué no dejas de cocinar por las tardes para la gente? A Naomi no le importaba hacerlo.
– ¡Naomi no estaba contenta haciéndolo! -Estalló Copper-. Si tuvieras ojos para ver algo más que tus estúpidas vacas, te habrías dado cuenta de eso -se levantó de repente para acercarse a la ventana, cruzándose de brazos-. El otro día descubrí a Naomi llorando -explicó, volviéndose para mirarlo con expresión acusadora-. Tiene dos niños pequeños y otro más en camino, Bill está fuera de la casa todo el día, y ella no puede dar abasto con tanto trabajo. Cuando estuve hablando con ella, se encontraba tan mal que pensaba incluso largarse con los niños y regresar a Brisbane. Si yo no la hubiera escuchado, si no me hubiera esforzado por facilitarle las cosas, ofreciéndome a cocinar y a cuidarle los críos cuando pudiera, a estas alturas ya no estaría aquí -Copper se interrumpió por un momento, furiosa, antes de continuar-: Bill no es un tipo muy expresivo, pero cualquiera se daría cuenta de que adora a su mujer, y si se hubiera marchado él la habría seguido, y tú te habrías quedado corto de personal. Y como tú te habías pasado las últimas semanas contándome lo muy ocupado que estabas, supuse que preferirías que convenciera a Naomi de que se quedara. ¿Pero acaso me estás agradecido por eso? ¡No! Piensas que simplemente puedes entrar aquí y chasquear los dedos para conseguir que al momento me ponga a hacer unos pocos sándwiches. Y cuando protesto. ¡Me echas en cara los términos de nuestro contrato!
Durante todo el tiempo Mal la miraba asombrado, sin saber qué responder.
– Bueno, yo también soy empresaria -añadió Copper, con los ojos brillantes-, y leo los contratos antes de firmarlos. Allí no figuraba nada acerca de preparar sándwiches o algo parecido. ¡Lo que sí figuraba era el acuerdo de que pasaría parte de mi tiempo elaborando el proyecto, lo cual era la única razón por la que me casé contigo, por silo has olvidado!
– No lo he olvidado -repuso Mal con frialdad-. Nunca me diste la oportunidad de que lo olvidara.
– ¡Mira quién habla! -exclamó Copper, furiosa-. ¡Apenas abres la boca excepto para recordarme las cláusulas del contrato! Si fuera por ti, me pasaría todo el día a tu entera disposición. ¿Quizá debería estarte agradecida de que al menos me dejes dormir por las noches?
– Supongo de unos pocos minutos para mí sola, estoy trabajando en un ventajoso negocio que le reportará jugosos beneficios a la propiedad, unos beneficios de los que está muy necesitada a juzgar por las cuentas… que, por cierto, también he puesto al día. ¡Y todavía te atreves a insinuarme que no hago nada por Birraminda!
– No te estoy acusando de estar sentada todo el día sin hacer nada -replicó Mal, imperturbable-. Pero sólo estás haciendo lo que haría en tu lugar cualquier ama de llaves, y eras perfectamente consciente de tus deberes cuando firmaste el contrato.
– ¡Lo que no sabía era que estaba firmando tres años de esclavitud! -exclamó Copper con amargura.
– Si tienes tanto que hacer, ¿por qué no dejas de cocinar por las tardes para la gente? A Naomi no le importaba hacerlo.
– ¡Naomi no estaba contenta haciéndolo! -Estalló Copper-. Si tuvieras ojos para ver algo más que tus estúpidas vacas, te habrías dado cuenta de eso -se levantó de repente para acercarse a la ventana, cruzándose de brazos-. El otro día descubrí a Naomi llorando -explicó, volviéndose para mirarlo con expresión acusadora-. Tiene dos niños pequeños y otro más en camino, Bill está fuera de la casa todo el día, y ella no puede dar abasto con tanto trabajo. Cuando estuve hablando con ella, se encontraba tan mal que pensaba incluso largarse con los niños y regresar a Brisbane. Si yo no la hubiera escuchado, si no me hubiera esforzado por facilitarle las cosas, ofreciéndome a cocinar y a cuidarle los críos cuando pudiera, a estas alturas ya no estaría aquí -Copper se interrumpió por un momento, furiosa, antes de continuar-: Bill no es un tipo muy expresivo, pero cualquiera se daría cuenta de que adora a su mujer, y si se hubiera marchado él la habría seguido, y tú te habrías quedado corto de personal. Y como tú te habías pasado las últimas semanas contándome lo muy ocupado que estabas, supuse que preferirías que convenciera a Naomi de que se quedara. ¿Pero acaso me estás agradecido por eso? ¡No! Piensas que simplemente puedes entrar aquí y chasquear los dedos para conseguir que al momento me ponga a hacer unos pocos sándwiches. Y cuando protesto. ¡Me echas en cara los términos de nuestro contrato!
Durante todo el tiempo Mal la miraba asombrado, sin saber qué responder.
– Bueno, yo también soy empresaria -añadió Copper, con los ojos brillantes-, y leo los contratos antes de firmarlos. Allí no figuraba nada acerca de preparar sándwiches o algo parecido. ¡Lo que sí figuraba era el acuerdo de que pasaría parte de mi tiempo elaborando el proyecto, lo cual era la única razón por la que me casé contigo, por silo has olvidado!
– No lo he olvidado -repuso Mal con frialdad-. Nunca me diste la oportunidad de que lo olvidara.
– ¡Mira quién habla! -exclamó Copper, furiosa-. ¡Apenas abres la boca excepto para recordarme las cláusulas del contrato! Si fuera por ti, me pasaría todo el día a tu entera disposición. ¿Quizá debería estarte agradecida de que al menos me dejes dormir por las noches?
– No hay problema de que hagas otra cosa más que dormir por las noches. ¿Verdad? -Replicó Mal, y giró sobre sus talones-. No eres tan imprescindible como piensas, Copper. Nos las arreglábamos muy bien antes de que vinieras, y nos las arreglaremos muy bien otra vez tanto si te quedas aquí como si no -se detuvo con una mano en la puerta y se volvió para mirarla-. Yo mismo prepararé los sándwiches… ¡por nada del mundo querría distraerte de ese importante negocio tuyo!
Se marchó dando un portazo dejando a Copper sola. Rechinando los dientes de furia. Había trabajado sin cesar para Mal… Y todo lo que hacía él era repasarle el contrato por la cara y exigirle que le preparase unos o hay problema de que hagas otra cosa más que dormir por las noches. ¿Verdad? -Replicó Mal, y giró sobre sus talones-. -No eres tan imprescindible como piensas, Copper. Nos las arreglábamos muy bien antes de que vinieras, y nos las arreglaremos muy bien otra vez tanto si te quedas aquí como si no -se detuvo con no en la puerta y se volvió para mirarla-. Yo mismo prepararé los sándwiches… ¡por nada del mundo querría distraerte de ese importante negocio tuyo!
Demasiado irritada para permanecer quieta en un sitio, se puso a pasear por el despacho. Así que Mal pensaba que estaba obsesionada por su propio negocio, ¿verdad? ¡Pues todavía no había visto nada! Copper se prometió a sí misma demostrarle a Mal que aquellas «distracciones», que le ocupaban parte de su tiempo, producirían el mejor negocio de turismo mal del país. ¡Le demostraría cuán obsesiva podría llegar a ser!
Por la tarde reinó una atmósfera muy tensa. Copper habló solamente con Brett y se mostró muy cuidadosa en no decirle nada que, de alguna manera, no estuviera relacionado con su proyecto. El propio Mal apenas pronunció una palabra, excepto para anunciar que volaría a Brisbane a la mañana siguiente, y que regresaría un día después.
Copper se alegró de que se marchara. Pero al día siguiente se disgustó consigo misma por echarlo tanto de menos. Todo en aquella casa le recordaba su ausencia…
Por la tarde, Brett y ella se sentaron tranquilamente en las mecedoras a tomar una cerveza juntos. Al ver su sombría expresión, el joven le preguntó:
– ¿Has discutido con Mal?
– ¿Qué te hace pensar eso? -replicó Copper.
– Ayer estaba furioso, y cuando le pregunté qué le pasaba, estuvo a punto de romperme la cabeza -explicó Brett, preocupado.
Copper se dijo entonces que no tenía sentido fingir que no sucedía nada entre Mal y ella.
– Si quieres saberlo, ¡últimamente está insoportable! -le confesó, y se sintió reconfortada al encontrar en Brett a un comprensivo confidente.
– Lo sé -comentó-. ¡Hace semanas que he intentado evitarlo todo lo posible! No estoy diciendo que Mal no sea un gran tipo, pero cuando se pone así lo mejor es guardar las distancias. ¡Deberías haberlo visto el otro día, cuando me olvidé de encargar a los jackaroos que revisaran la cerca! -Se interrumpió, haciendo una mueca-. Si piensas que es duro estar casado con él, deberías ponerte en mi lugar alguna vez. Al menos está enamorado de ti…
– ¿Tú crees? -inquirió Copper con un tono de amargura que no fue capaz de evitar. No podía confesarle a Brett la verdad de su relación con Mal, pero no veía por qué debería fingir que funcionaba maravillosamente bien-. Jamás lo habrías creído si lo hubieras visto ayer, te lo aseguro.
– No es muy bueno exteriorizando sus sentimientos, eso es todo -Brett se movió un tanto incómodo en su mecedora-. Nunca se lo había dicho a nadie antes, pero lo pasó muy mal con Lisa. La odiaba -añadió con súbita vehemencia-. Era la mujer más bonita que he visto en mi vida, pero de alguna forma destrozó por dentro a Mal. Lo convirtió en un hombre amargo, duro, y creo que jamás volverá a ser el que era -Brett suspiró y sacudió la cabeza antes de beber un trago de cerveza-. Por eso me alegré tanto cuando se casó contigo… ¡dejando a un lado mi propia y amarga decepción, por supuesto! -Exclamó con una sonrisa-. Tú eres buena para él, Copper. Generalmente se cierra en banda, como si no tuviera emociones, ni sentimientos. El hecho de que esté furioso es en sí una buena señal.
– Te recordaré eso la próxima vez que tengamos una discusión -repuso Copper con una amarga sonrisa, y Brett dejó su cerveza en el suelo de la veranda.
– Mira, abramos una botella de vino para acompañar la cena de esta noche -le sugirió, animado-. Los dos nos lo merecemos. Mal estará ahora mismo cómodamente instalado en un buen hotel…, ¡así que lo menos que podemos hacer es demostrarle que podemos divertirnos perfectamente sin él!
Al final fueron dos botellas las que abrieron, y Copper se sintió fatal al día siguiente. No recibió ninguna llamada de Mal, y cuando se reunió con Brett aquella tarde, le preguntó si no debería llamar al hotel para saber qué le había sucedido.
¿Crees que se encontrará bien? le preguntó preocupada.
– Claro que sí. Habrá decidido quedarse una noche más, eso es todo.
– Entonces, ¿por qué no nos ha llamado?
– Quizá se le haya olvidado -repuso Brett con naturalidad, dejándose caer en una silla y agarrándose la cabeza con las dos manos-. ¡Qué dolor, Dios mío!
Pero Copper seguía pensando en Mal. Volvería cuando le apeteciera, y no antes, pero… ¿tanto trabajo le habría costado dejárselo saber? ¡Probablemente habría consignado en su maldito contrato que ella tendría que esperarlo pacientemente y estar preparada para servirle la comida cuando se dignara aparecer!
Cerró la puerta del horno, contrariada, y fue a sentarse ante la mesa de la cocina al lado de Brett.
– ¿Crees que otra botella de vino nos sentaría bien? -le preguntó él.
– ¿Lo aprobaría Mal? -inquirió a su vez Copper sonriendo.
– No.
– En ese caso… ¡iré por el a borrarnos!
Acababan de servirse el primer vaso cuando oyeron el sonido de la avioneta, y se miraron decepcionados.
– ¿No sería mejor que fueras a buscarlo? -le sugirió ella, pero Brett negó con la cabeza.
– En la pista de aterrizaje tiene la camioneta -señaló-. ¡Que se las apañe solo!
– Tienes razón -repuso Copper, irguiéndose-. No hay motivo para no disfrutar de un buen vino si nos apetece, ¿verdad?
– Verdad.
La situación era tan ridícula que los dos empezaron a reír nerviosamente como dos críos traviesos, disfrutando de su rebeldía. Y cuando Mal entró en la cocina, todavía seguían riendo a carcajadas.
Copper se interrumpió de inmediato nada más verlo, emocionada. Su primer impulso fue echarse en sus brazos y suplicarle que no volviera a marcharse otra vez, pero de alguna manera se obligó a exteriorizar una despreocupación que estaba muy lejos de sentir.
– Vaya, ya has vuelto.
– Sí, he vuelto -Mal miró sombrío a uno y a otro -¿Qué creéis que estáis haciendo?
– Consolándonos el uno al otro por tu ausencia -respondió ella.
– Bueno… -señaló Brett-… pensaba que era mí deber reconfortar a Copper.
– A mí no me parece que tenga mucha necesidad de que la reconforten -replicó Mal-. Si hubiera sabido que iba a pasar esto, habría vuelto solo.
– ¿Qué quieres decir? -inquirió ella, asombrada-. Has venido solo.
– No. Te he traído un ama de llaves.
– ¿Que me has traído qué?
– Un ama de llaves -repitió Mal, y luego se volvió hacia la veranda-. Aquí está.
Mientras hablaba, una chica preciosa y esbelta, de cabello color miel y brillantes ojos azules, entró en la cocina y sonrió a Brett y a Copper… que la miraban estupefactos, con la boca abierta.
– Os presento a Georgia -dijo Mal.
Copper apenas pudo esperar a que Mal cerrara la puerta del dormitorio para lanzarse sobre él.
– ¿Cómo te atreves a traer a esa chica sin consultarme antes? Creía que te habías marchado a Brisbane por un asunto de negocios.
– Y así fue.
– Y simplemente te encontraste a una chica bonita y se te ocurrió traértela a casa. ¿Es eso?
– Ya te lo expliqué al presentarte a Georgia -repuso impaciente-. Tenía que ver a nuestro contable, que es un viejo amigo mío. Y como me había comentado que la hija de un amigo suyo estaba buscando trabajo en el interior, me preguntó si conocía a alguien que pudiera emplearla.
– ¡Y tú dijiste que sí!
– No, fuiste tú. Tú eras la única que se quejaba de todo el trabajo que tenías que hacer. Me pareció bien contratar a una chica para que te ayudara… ¡aunque sólo fuera para evitar que siguieras acusándome de esclavizarte! Y Georgia es una chica del interior. Creo que nos será muy útil.
– Oh, sí, es ideal -exclamó Copper, celosa.
Durante la cena, Georgia les había contado que su padre había poseído una granja muy similar a la de Birraminda, así que había pasado la mayor parte de su vida en el interior. Una vez que él se jubiló, Georgia se marchó a la ciudad para encontrar trabajo, pero no había sido muy feliz y había saltado literalmente de alegría ante aquella oportunidad de regresar a su tierra natal. Era una chica amable y muy competente, a juzgar por la forma en que había salvado la desastrosa cena que Copper había preparado. De hecho, Copper no había podido evitar sentirse acomplejada al compararse con ella. Georgia sabía montar bien a caballo, lacear un becerro y pilotar un avión…, y era cinco años más joven que Copper.
– Qué pena que no visitaras a tu contable antes de que yo apareciera por aquí -añadió resentida mientras empezaba a desnudarse.
Mal también estaba desvistiéndose, y ambos estaban demasiado furiosos para darse cuenta de ello.
– Vamos a ver, ¿cuál es el problema? -le preguntó él-. Dijiste que tenías demasiado trabajo que hacer y yo he encontrado a alguien para que te ayude. ¡Imaginaba que me estarías agradecida!
– Te recuerdo que tenemos un teléfono -le espetó Copper mientras se quitaba los vaqueros-. ¡Podrías haberme preguntado antes si quería ayuda!
Mal juró entre dientes al tiempo que se despojaba de la camisa.
– ¡Nunca imaginé que podrías llegar a comportante de una manera tan irracional!
– Simplemente, me habría gustado que me consultaras -repuso ella, obstinada-. Se supone que soy tu esposa.
– ¡Sólo cuando tú te sientes como tal!
– ¿Sólo cuando yo me siento como tal? -Repitió Copper, incrédula-. ¡Tú eres el único que me trata como si fuera un ama de llaves… y no muy satisfactoria, además!
– Si eso fuera verdad… no me habría complicado tanto la vida para conseguir simplemente un ama de llaves, ¿no te parece?
– No lo sé -Copper se quitó la camiseta y se apartó el cabello de los ojos-. Mis funciones como esposa son bien escasas, ¿verdad? Ni siquiera soy una esposa en la cama.
– ¿Y de quién es la culpa? -exclamó Mal-. En cierta ocasión me dejaste muy claro que sólo me querías por una sola noche. Yo me comprometí a que no te tocaría a no ser que tú me lo pidieses, y ciertamente no lo has hecho.
– Una esposa de verdad no le hace esas peticiones a su marido -repuso Copper, desabrochándose el sostén y tomando su camisón-. ¿Por qué no podemos comportamos normalmente?
– De acuerdo -desnudo como estaba, Mal rodeó la cama y le quitó el camisón de las manos-. Vamos a acostarnos.
– ¿Qué?
– Que vamos a acostarnos -repitió-. Quieres que seamos una pareja normal. Las parejas normales se acuestan.
– No seas ridículo -replicó Copper, tensa, e intentó arrebatarle el camisón.
– ¡Ah, no! -exclamó Mal acercándola hacia sí y arrastrándola consigo a la cama.
El contacto de su cuerpo desnudo la dejó sin habla por un momento, pero cuando se disponía a apartarse Mal se colocó encima de ella y le sujetó los brazos.
– Tú eres la única que quiere ser normal -le recordó-. Así que vamos a empezar.
La sensación de su piel contra la suya resultaba indescriptiblemente excitante, y los intentos que hizo Copper por liberarse sólo consiguieron aumentar su deseo. Mal debió de haber sentido su reacción, porque le soltó los brazos y, tomándole una mano, se la llevó a los labios.
– Un marido normal se disculparía con un beso -murmuró, depositando un cálido beso en su palma-. Siento no haberte consultado antes lo de contratar a una nueva ama de llaves -continuó mientras la besaba delicadamente la parte interior del brazo, hasta llegar al hombro-. Lo siento mucho -y dejó de hablar para besarla apasionadamente en los labios.
Copper se había olvidado de su intención primera de resistir. Se había olvidado de la furia, de los celos, de la terrible tensión que había soportado durante las últimas semanas. Nada importaba en ese momento salvo aquel fuego que le corría por las venas, consumiéndola de deseo. Se abrazó a Mal y entreabrió los labios entregándose a la seductora exploración de su lengua, mientras se estiraba voluptuosamente bajo su cuerpo.
– Ahora es tu turno -susurró Mal, sonriendo contra su piel.
Era tan maravilloso poder tocarlo otra vez, poder acariciar sus poderosos músculos… Rápidamente se colocó sobre él, excitada por su propio poder sobre aquel cuerpo fuerte, bronceado, que yacía a su merced.
– Siento haber sido tan gruñona y desagradecida-dijo Copper con tono obediente mientras empezaba a besarlo.
– ¿Cuánto lo sientes? -inquirió Mal.
– Ya te lo demostraré -repuso ella con una sonrisa.