¿Por que había tardado tanto tiempo en aceptar que lo amaba? En esa ocasión no podía decirse que solamente era una aventura de vacaciones, una fugaz pasión por un desconocido. En aquella ocasión era real.
El día de la boda, Copper se miró en el espejo. Llevaba un sencillo vestido estilo años veinte, de seda. Se había puesto unos preciosos pendientes de perlas, y sus brillantes ojos verdes destacaban como nunca. Se dijo que debería sentirse feliz. Minutos después atravesaría el jardín para desposarse con el hombre al que amaba, rodeada de sus familiares y amigos. Se convertiría en la esposa de Mal y volvería a Birraminda, donde se enfrentaría al desafió de hacer realidad el ansiado proyecto de su padre. ¿Qué más podría desear?
Deseaba que Mal la amara también. Deseaba que la necesitara como ella a él, que sufriera cuando ella no estuviera a su lado… Pero eso no aparecía en el acuerdo que habían firmado. Copper se apartó del espejo para tomar su ramillete de flores mientras recordaba sus palabras: «Ya tuve una esposa que decía que me amaba, y no quiero otra». Mal no quería que ningún profundo sentimiento le complicara la vida. Quería una esposa práctica, una mujer que se atuviera estrictamente a los términos del contrato.
– ¡Papá ha venido! -Le informó Megan cuando entró corriendo en el dormitorio, temblando de excitación; llevaba su melena oscura recogida con una cinta rosa, a juego con su precioso vestido-. ¿Crees que le gustará mi vestido?
– Pensará que eres la niña más bonita del mundo -le aseguró Copper.
No había estado sola con Mal desde el día anterior. Cuando comieron juntos en el restaurante. Al día siguiente por la mañana se había llevado a pasear a su hija por la ciudad, mientras que Copper se había visto arrastrada por un remolino de frenética actividad, ya que sus amigos se habían mostrado decididos a celebrar su inminente boda. La tarde la habían pasado tranquilamente en compañía de sus padres.
Durante los dos últimos días. El descubrimiento de lo mucho que lo amaba había pesado como una losa para Copper. Nada de lo que la rodeaba le parecía real excepto sus sentimientos por Mal, y ahora que ya habían llegado las cinco de la tarde y estaba a punto de casarse… se sentía más nerviosa que nunca.
– Estás preciosa -le comentó su padre al entrar en la habitación-. Este es el día más feliz de mi vida -sonrió emocionado-. Vas casarte con un buen hombre, Caroline. Te echaremos de menos, pero sé que serás muy feliz.
Copper parpadeó para contener las lágrimas.
– Gracias, papá -repuso con voz ronca, y lo besó en las mejillas-. Gracias por todo.
– ¿Preparada? -le preguntó mientras le ofrecía su brazo.
– ¿Estamos preparadas, Megan?
La niña asintió enérgicamente. Llevaba preparándose todo el día…
– Pues adelante.
El jardín donde había jugado cuando era niña estaba decorado con farolillos de papel. En las numerosas mesas que estaban dispuestas a la sombra había flores amarillas y blancas que impregnaban el ambiente con su fragancia. Cuando apareció Copper, un alegre murmullo se levantó en el pequeño grupo de invitados que rodeaban a Mal y a Brett, y todos se volvieron para ver cómo la novia caminaba por el césped hacia ellos.
Pero Copper sólo tenía ojos para Mal, que la esperaba vestido con una chaqueta blanca que resaltaba su cabello oscuro, con su habitual aspecto sereno y tranquilo. Al verla, esbozó una sonrisa que le aceleró el corazón.
De repente, la joven se encontró a su lado. Su padre le tomó una mano y se la besó antes de apartarse, y Copper recordó entonces que tenía que entregarle el ramillete a Megan, que lo tomó cuidadosamente, sonriendo.
Luego fue Mal quien la tomó de la mano. A partir de ese momento, fue como si todo dejara de existir. Copper nunca llegó a saber realmente cómo se desarrolló la ceremonia, pero de alguna manera respondió adecuadamente a las preguntas que se le hicieron.
Mal la miró por un momento, sonriendo, antes de acunarle el rostro entre las manos e inclinarse para besarla. El contacto de sus labios fue suficiente para sumergirla en un dorado hechizo; los términos del contrato que habían firmado, los invitados que los observaban, la convicción de que Mal nunca correspondería a sus sentimientos, todo eso no le importó cuando sus labios se fundieron en un beso íntimo, mágico, que terminó demasiado pronto…
Un murmullo de aprobación se levantó entre los invitados cuando Mal levantó la cabeza, y la sonrisa que Copper esbozó fue como la señal para que todos estallaran en aclamaciones y felicitaciones a los novios. Megan seguía agarrando el ramillete; tenía los ojos muy abiertos, y se sentía un poco intimidada por él tumulto que se había formado. Cuando Copper la levantó en brazos, la pequeña sonrió, reconfortada, y poco después se reunía con su amiguita para seguir jugando en el jardín.
La madre de Copper estaba llorando de felicidad, y su padre parecía verdaderamente emocionado. La joven sólo tenía tiempo para darles un beso antes de que. junto a Mal, se viera rodeada de amigos y familiares. Al principio, Mal no le soltaba la mano, pero no transcurrió mucho tiempo antes de que los separaran y Copper se encontró en medio de amigas a las que no veía desde hacía mucho tiempo.
– Es guapísimo -suspiraban, con cierta envidia-. ¡Todo es tan romántico, Copper!
Alguna amiga suya también le hizo algún comentario sobre el hermano de Mal, y una incluso llegó a preguntarle si estaba casado.
Pero Copper pensaba que el adjetivo «romántico» era el que menos convenía a su matrimonio. Incluso el hecho de ver a Glyn no bastó para distraerla de aquellas reflexiones. Por otro lado, su nueva situación no dejaba de asombrarla. «Estoy casada con Mal…». Se repetía sin cesar, sorprendida.
Inconsciente de su expresión de tristeza mientras abrazaba a Glyn para luego volverse con gesto distraído. Copper de repente descubrió a Mal a su lado.
– Vamos a bailar -le dijo, Tomándola posesivamente de la cintura para llevarla a la carpa cercana.
Había oscurecido y alguien había encendido las luces del jardín. Resultaba evidente que todo el mundo había estado esperando a que ellos abrieran el baile, al ritmo de una romántica balada. Copper sentía la fuerte y cálida mano de Mal en su espalda. Mientras apoyaba la cabeza en su hombro. Pensó que todo el mundo debía de imaginarse que estaban locamente enamorados. Por el rabillo del ojo alcanzaba a distinguir el pulso que latía en su garganta, tentadoramente cercano. Si ella fuera una novia de verdad, podría volver la cabeza y acariciárselo con los labios: podría levantar el rostro sabiendo que la besaría; podía murmurarle que ansiaba estar a solas con él…
Pero no era una novia de verdad, y no podía hacer ninguna de las cosas que tanto ansiaba. Sólo podía apretarse un poquito más contra él y fingir que sólo estaba amando, y anhelar que todo aquello fuera cierto, sincero…
Pero ya estaban casados. Copper al fin sucumbió a la tentación y apoyó el rostro contra la garganta de Mal, aspirando el aroma de su piel. Se sentía debilitada de deseo. En algún momento de la noche se despedirían de todo el mundo y se dirigirían al hotel de las montañas; la puerta se cerraría a su espalda y se encontrarían solos en una habitación. Y entonces, ¿qué? ¿Realmente esperaría Mal a que ella se lo pidiera antes de tocarla? ¿O la tomaría de la mano y la acostaría en la cama para hacerle el amor? Se estremecía de emoción al evocar esa posibilidad…
Bailaban en silencio, abrazados. Copper se encontraba tan ensimismada en esas reflexiones que se sobresaltó cuando Mal le preguntó de pronto:
– ¿A quién estabas besando antes?
– ¿Yo? -Copper se apartó levemente de él, confundida por el contraste entre su frío tono de voz y la intimidad de su abrazo-. ¿Cuándo? -preguntó vagamente; ¿acaso no había besado a todo el mundo aquella tarde?
– Justo hace un momento.
– Oh… -hizo un esfuerzo por recordar con quién había estado hablando antes de que Mal hubiera aparecido a su lado-. Era Glyn.
– ¿Glyn? -Repitió Mal, apretando su abrazo-. ¿Quién le invitó a la boda?
– Yo, Glyn siempre ha sido un buen amigo mío. No podía dejar de invitarlo…
– No sé por qué -repuso Mal, disgustado-. Yo pensaba que no querías volver a verlo.
– No le guardo rencor a Glyn -explicó Copper, algo sorprendida por su actitud. Si no lo hubiera conocido mejor, habría pensado que estaba celoso-. De hecho, ahora nuestra relación es mucho mejor que la que teníamos antes.
Era verdad. Su compromiso con Mal había disuelto los últimos vestigios de tensión que habían existido entre ellos, y Copper había sido capaz de hablar con Glyn con la misma naturalidad que con un viejo amigo. Además, el hecho de verlo aquella tarde la había hecho darse cuenta de la diferente calidad de sus sentimientos hacia Mal. Su relación con Glyn había sido agradable, cómoda. Pero superficial comparada con lo que sentía por el hombre con quien en ese momento estaba bailando.
– ¿Quieres decir que lo has visto antes de esta tarde? -le preguntó Mal, incrédulo.
– Sí, un par de veces.
– ¿Y qué pasa con esa mujer por la que te dejó? -continuó con tono áspero-. ¿Estaba ella al tanto de esos encuentros?
– No. el marido de Ellie regresó hace un par de semanas, y ella decidió conceder una última oportunidad a su matrimonio. Así que ha acordado con Glyn que no se verán durante un tiempo.
– De modo que vuelve a estar libre -comentó Mal-. ¡Supongo que ahora te arrepientes de no haberlo esperado un poco más!
Copper reflexionó amargamente sobre el absurdo de aquella situación, cuando delante de todo el mundo parecían dos enamorados.
– No, porque entonces no habría sido capaz de ejecutar mi proyecto en Birraminda, ¿verdad? -replicó exasperada. ¿Acaso no podía Mal darse cuenta de cómo se sentía? ¿No se daba cuenta de ello cuando la besaba?
De inmediato se arrepintió de sus palabras. La mención de su negocio había sido suficiente para endurecer aun más la expresión de Mal, y Copper no tuvo dificultades en adivinar que estaba pensando en Lisa, quien siempre había antepuesto su trabajo a todo lo demás.
– ¿Me estás recordando por qué te has casado conmigo? -le preguntó él.
– No creo que necesite hacer eso -repuso Copper en voz baja, sabiendo que Mal nunca se olvidaba de las verdaderas motivaciones de su matrimonio, al igual que ella.
Más tarde, cuando al fin terminó la fiesta, Copper no pudo pensar en nada más que en la noche que se avecinaba. La tensión provocada por su discusión acerca de Glyn se había evaporado, para ser sustituida por una nueva y distinta inquietud en el mismo momento en que se quedaron solos.
Reinaba un silencio incómodo en el coche mientras se dirigían colina arriba, hacia el hotel. Para cuando llegaron, Copper casi temblaba de expectación y estaba tan nerviosa que apenas podía hablar; fue Mal quien se encargó de recibir las felicitaciones del director del hotel y quien cerró al fin la puerta de la habitación.
– Gracias a Dios que todo esto ha terminado -suspiró, dejándose caer en uno de los sillones.
– Sí -fue todo lo que pudo decir Copper. Observó cómo Mal se desabrochaba el botón superior de la camisa y cerraba los ojos.
– Todo ha ido bien, ¿verdad?
– Sí -respondió ella, con la garganta cerrada.
Mal parecía agotado. Copper anhelaba acercársele, darle un masaje en los hombros, sembrar su rostro de pequeños besos hasta lograr que sonriera y se olvidara de su cansancio. Aquel anhelo era tan intenso que, debilitada, tuvo que sentarse en una silla, frente a él. Sentía un nudo de opresión en su interior, un nudo que la estrangulaba y que le aceleraba el corazón. Se obligó a sí misma a respirar pausadamente, aspirando el aire y reteniéndolo por un momento antes de soltarlo.
De repente Mal abrió los ojos, dando al traste con todos los esfuerzos que estaba haciendo Copper por tranquilizarse.
– Yo… creo que voy a tomar una ducha -balbuceó, levantándose, y se dirigió al cuarto de baño.
Bajo la ducha, se vio asaltada por imágenes de su pasado, por recuerdos de los días que había pasado con Mal en Turquía. Ansiaba acurrucarse contra él. Como había hecho entonces; quería saborear su piel, escuchar el latido de su pulso… Las manos le temblaban mientras se ponía la bata, y cuando se miró en el espejo vio que los ojos le brillaban con febril intensidad. «Todo lo que tienes que hacer es pedírmelo»; aquellas palabras de Mal resonaron de nuevo dentro de su cerebro y Copper acogió aliviada la oleada de furia que acompañó a aquel recuerdo. Mal era injusto al obligarla a que le pidiera algo parecido. ¿Qué esperaba que le dijera ella? ¿Que, después de todo, le gustaría acostarse con él?
No podía hacer eso… ¿o sí?
Al fin y al cabo, Mal había sido completamente franco con ella. No había visto ninguna razón por la que los dos no pudieran satisfacerse físicamente. Lo único que no quería era comprometerse emocionalmente, pero Copper no tenía por qué confesarle que estaba enamorada de él. Nada podría ser peor que pasar tres largos años soportando aquella terrible necesidad…
– ¿Te has quedado dormida ahí dentro?
– No, no… Ahora salgo -aspirando profundamente, se ajustó el cinturón de la bata. «Ahora o nunca», pensó.
Cuando Copper abrió la puerta, Mal estaba sentado en el borde de la cama, con el torso desnudo, quitándose los zapatos y los calcetines.
– Estaba empezando a preguntarme si pensabas pasar la noche allí -le dijo sin mirarla.
– Lo siento -musitó ella con voz débil.
Ahora era el momento. Todo lo que tenía que hacer era sentarse a su lado y acariciarle la espalda desnuda. «Hazme el amor, Mal»; eso era lo único que tenía que decirle. No sería tan difícil, se dijo a sí misma. Pero sus pies se negaban a moverse y aquellas palabras se le habían atascado en la garganta, y cuando Mal se levantó para entrar en el cuarto de baño. Copper se dio cuenta de que había desperdiciado una buena oportunidad.
Decepcionada, despreciándose a sí misma por su falta de coraje, Copper salió al balcón para que el frío aire de la noche refrescara sus ardientes mejillas. Allá abajo podía distinguir las luces de Adelaida, entre las colinas y el mar. Una de aquellas luces podría ser la de su casa, donde sus familiares y amigos todavía estarían celebrando su matrimonio, y quizá imaginándosela pasando una luna de miel inolvidable con Mal…
– ¿Qué estás haciendo ahí fuera? -le preguntó él cuando salió del cuarto de baño y la vio asomada al balcón, descalza y medio oculta por las sombras. Después de un momento de vacilación se reunió con ella y se apoyó en la barandilla. Se había quitado los pantalones y sólo llevaba unos pantalones cortos, tipo boxeador.
– Estaba pensando -respondió al fin Copper.
Una leve brisa se levantó procedente de los árboles, despeinándola, y la joven se subió el cuello de la bata, como si tuviera frío.
– ¿En qué?
– Oh… sólo en que esta noche de bodas no es como me había imaginado que sería -contestó, fijando firmemente la mirada en las luces de la ciudad.
– ¿Qué te habías imaginado? -inquirió Mal con tono suave desde las sombras, y Copper tragó saliva, nerviosa.
– Una habitación como ésta, quizás. Una vista, una noche semejante… Creía que todas estas cosas podrían ocurrir, pero nunca pensé que todo lo demás sería tan diferente.
– Me fijé en la manera en que mirabas a Glyn esta tarde -le comentó de repente Mal con voz áspera-. Supongo que habrías esperado pasar esta noche con él.
– Simplemente había esperado pasar esta noche con alguien a quien amara -repuso ella con dificultad-. Eso es todo.
Siguió un largo e incómodo silencio. Copper era atrozmente consciente del latido acelerado de su propio corazón, de la textura de la bata sobre su piel desnuda, del poderoso cuerpo de Mal a su lado…
– ¿Mal?
– ¿Si?
– Yo… yo… -empezó a decir, desesperada-… he estado pensando en lo que me dijiste… -se interrumpió, sin poder evitarlo.
– ¿Qué es lo que te dije? -le preguntó él, súbitamente alerta.
– Tú… dijiste que no me tocarías a no ser que yo te lo pidiera -respondió Copper con precipitación. Todavía tenía la mirada fija en las lejanas de luces de la ciudad, que parpadeaban como si se burlaran de sus torpes intentos por explicarse-. Y… yo me preguntaba si… bueno, si podríamos fingir… sólo por esta noche… que… que todo esto es realmente como me había imaginado y que nos hemos casado… porque nos queremos de verdad y no porque hayamos firmado ese contrato… -volvió a interrumpirse, incapaz de mirar a Mal pero decepcionada por su silencio-. Bueno, no tienes por qué hacerlo. Probablemente no sea una buena idea, después de todo -añadió desesperada-. Ha sido un día muy largo, los dos estamos cansados y…
El resto de la frase murió en su garganta mientras Mal se le acercaba para volverla tiernamente hacia sí.
– Yo no estoy cansado -le dijo con tono suave, acariciándole el rostro-. ¿Y tú?
Copper sintió que se le detenía el corazón al ver la expresión de su mirada.
– No… no… -susurró.
– ¿Fingimos entonces?
– Sólo por esta noche -tartamudeó Copper.
– Sólo por esta noche -le confirmó Mal con tono solemne, aunque ella llegó a detectar un brillo de alegría en las profundidades de sus ojos castaños mientras le acariciaba tiernamente la nuca-. ¿Por dónde empezamos?
Sus caricias la inflamaban de deseo por instantes, y de pronto Copper comprendió que la respuesta a aquella pregunta era muy fácil.
– Bueno… -fingió reflexionar-. Si estuviera enamorada de ti, no me mostraría tan tímida. Podría acercarme un poquito más a ti… así -explicó mientras le acariciaba el pecho desnudo con una inefable sensación de alivio-. Y luego podría besarte… justo aquí -tentadoramente, le acarició con los labios el pulso que latía en su garganta, deslizándolos con deliciosa lentitud por el cuello hasta llegar a la mejilla y al lóbulo de la oreja-. O tal vez aquí… -susurró mientras continuaba-. O aquí… o aquí…
Mal se había quedado inmóvil al primer contacto, pero cuando sus besos se fueron tornando cada vez más provocativos, enterró los dedos en su cabello y la obligó a levantar la cabeza.
– Si yo estuviera enamorado de ti -le dijo con voz grave, profunda, mirándola directamente a los ojos-, te diría que estás preciosa, que me he pasado el día entero pensando en este momento, ansiándolo… -murmuró, inclinando la cabeza para besarla.
Copper abrió la boca como un capullo de flor entregándose al sol. Deslizó las manos por sus hombros y le devolvió el beso, mareada por el placer de poder tocarlo y saborearlo, de saber que era real y que, a pesar de lo que sucediera al día siguiente, aquella noche era suya, de los dos.
En ese instante, después de haberla estrechado entre sus brazos, Mal se dispuso a abrirle la bata, mientras Copper gemía de deseo.
– Creo -musitó él contra su cuello -que podríamos ponernos más cómodos, ¿no te parece? Esto es, si estuviéramos enamorados -añadió, apartándole la bata para besarle un hombro.
– Sí… -respondió Copper con voz temblorosa.
De repente, Mal apagó la luz principal, y durante un buen rato permanecieron mirándose solamente iluminados por las lámparas de la cama, saboreando de antemano lo que seguiría a continuación. Copper podía sentir cómo temblaba su cuerpo de expectación mientras Mal se quitaba los pantalones cortos y luego, con movimientos deliberadamente lentos, terminaba de despojarla a ella de la bata.
Su piel desnuda brillaba bajo la tenue luz y Mal contuvo el aliento a la vez que deslizaba las manos por su cintura, impresionado por su belleza.
– Copper…
Eso fue todo lo que dijo, pero pronunció su nombre como si fuera una caricia, y todos los sentidos de la joven se enardecieron de deseo al escuchar su voz profunda al ver la expresión de su mirada, al sentir la firme promesa de sus manos. Sin atreverse a respirar por miedo a que se rompiera aquel hechizo y se despertara para descubrir que sólo había estado soñando, Copper esperó… hasta que Mal la abrazó sonriendo y la llevó a la cama. Entonces, fue como si el mundo hubiera estallado en mil pedazos candentes de placer.
El contacto de sus cuerpos desnudos fue tan intenso que Copper casi sollozó de deseo. Deslizaba las manos impaciente por su piel, explorando su textura, la dureza de sus músculos, admirando la suavidad y la fuerza de aquel cuerpo que clamaba por su posesión… Pero Mal no parecía tener prisa.
– Si estuviéramos enamorados… -murmuró mientras le acariciaba un seno-…, te diría que he soñado contigo, que he ansiado tocarte así…
Exploraba cada centímetro de su cuerpo sin apresuramiento, deteniéndose posesivamente en cada curva, en cada ángulo, sonriendo contra su piel. Sus manos expresaban la misma firmeza y seguridad que recordaba Copper, su boca seguía siendo igual de excitante, pero la necesidad que sentía por él era más grande, mucho mayor que antes. Su cuerpo parecía tener el temple del acero, implacable pero cálido, suave, gloriosamente excitante.
Intoxicada de placer, Copper se colocó sobre él sembrando de besos su pecho, su vientre plano, acariciándolo con la lengua hasta que Mal gruñó y volvió a tumbaría de espaldas. Luego la castigó besándola lentamente, prolongando su tormento, y sólo cuando ella le suplicó que la liberara, cedió a aquella urgencia que ya no podía contener por más tiempo.
Copper gimió al sentirlo dentro de sí. Abrazándose a él, sollozó su nombre y Mal respondió instintivamente moviéndose a un ritmo salvaje, tan antiguo como el tiempo, arrastrándola cada vez más cerca del abismo, de la eternidad… Se detuvieron durante un momento mágico, interminable, antes de que una irrefrenable marea de sensaciones los barriera por completo lanzándolos a aquel abismo, en el que fueron cayendo una y otra vez. Abrazados desesperadamente, Mal y Copper pronunciaban sus nombres sin cesar, sin dejar de moverse, y justo cuando ya creían que sus cuerpos iban a romperse en mil pedazos, como una copa al estallar contra el suelo, cayeron en un puro éxtasis, en una pura tormenta de gozo que poco a poco fue amainando…
Tiempo después, Copper abrió los ojos lánguidamente y se quedó sorprendida al ver que la habitación seguía todavía allí. Aparentemente, nada había cambiado. Se habían dejado abierta la puerta del balcón y la brisa movía las cortinas, pero por lo demás todo seguía tan inmóvil como si el tiempo se hubiese detenido. Podía escuchar el sonido de sus respiraciones aceleradas, pero era como si procedieran de un lugar lejano, fuera del mundo.
Permaneció tumbada en la cama, satisfecha, ocupada en acariciar la espalda de Mal, saboreando su cálido cuerpo tan relajado en aquel momento como el suyo, escuchando cómo se iba calmando poco a poco su respiración. De repente, Mal se tensó y se incorporó sobre un codo para mirarla sonriente, con una expresión de inmensa ternura.
– Sé que estamos fingiendo -le dijo con tono muy suave -pero si estuviera enamorado de ti, ahora mismo te diría lo mucho que te quiero.
Por un instante, Copper estuvo a punto de confesarle la verdad, pero se contuvo a tiempo. Si le confesaba que realmente estaba enamorada de él, Mal podría sentirse irritado o avergonzado, y no quería estropear aquella mágica noche. En vez de eso lo abrazó con exquisita ternura murmurando:
– Y yo te diría que yo también te quiero.