– ¡Aja! ¡Ya os estáis dando la mano!
Copper no siquiera había oído pasos en los escalones de la veranda, y cuando la puerta de la cocina se abrió de repente, dejó de estrechar la mano de Mal como si la hubieran sorprendido abrazándolo apasionadamente, ruborizada.
Uno de los hombres más guapos que había visto en su vida apareció entonces en el umbral. Era tan alto como Mal, rubio, de ojos azules y con un aire de encanto casi tangible. Riendo, entró con Megan en los brazos.
– ¡Ya ves lo que sucede cuando dejas solo a tu padre con una chica tan bonita!
– ¡Brett! -exclamó Mal con una expresión mezclada de resignación y algo más que Copper no consiguió identificar-. ¿Ya has terminado con esas reses?
– Los chicos se encargarán de eso -respondió Brett despreocupadamente, en apariencia insensible a su recriminación-. Cuando Megan me dijo que papá se había quedado con una bonita chica para él solo, tuve que venir a ver esto personalmente -sus ojos azules, de mirada juguetona, observaron a Copper con expresión aprobadora mientras bajaba al suelo a su sobrina. Emanaba una alegría tan contagiosa que la joven no pudo evitar corresponderle con una sonrisa.
– Este es mi hermano, Brett -le presentó Mal con gesto severo, apretando la mandíbula-. Brett, ésta es Copper… -se detuvo, haciendo un evidente esfuerzo por recordar su apellido.
– Copley -dijo ella, ruborizada-. Sé que suena estúpido, pero en mi escuela había otra chica que se llamaba Caroline, y solían llamarme por mi apellido. De alguna manera Copley llegó a convertirse en Copper, y desde entonces he tenido que cargar con ese nombre. Ahora ya nadie me llama Caroline, excepto mi familia, y creo que hasta algunos de mis amigos todavía no saben que Copper no es mi verdadero nombre.
– Lo mismo le pasa a Mal -explicó Brett, ignorando la mirada de advertencia de su hermano y sentándose al lado de Copper-. Lo bautizaron con tres nombres: Matthew Anthony Langland Standish… así que siempre se lo recortábamos en «Mal» cuando éramos pequeños, y ahora sólo la gente con la que hace negocios lo llama Matthew.
– Quizá entonces sea mejor que yo también te llame Matthew -dijo Copper, volviéndose hacia Mal. Aquélla le parecía una buena oportunidad para colocar su relación en el lugar apropiado.
– No creo que sea necesario -Mal frunció el ceño levemente-. Si vas a vivir aquí como un miembro más de la familia, no hay necesidad de mantener esas formalidades.
– Estoy completamente de acuerdo -convino Brett, lanzando una apreciativa mirada a la recién llegada mientras le estrechaba la mano con burlona solemnidad-. Vamos a llamarte por tu apodo; de esa forma seremos recíprocamente informales. Copper te sienta muy bien -añadió, extendiendo una mano para acariciarle el cabello-. Un bonito nombre… para alguien con un pelo castaño cobrizo tan precioso como el tuyo…
Copper frunció los labios; evidentemente aquella era una táctica de flirteo por parte de Brett. Lanzó una subrepticia mirada a Mal. Los estaba observando con una adusta expresión y parecía tenso y sombrío comparado con la radiante alegría que demostraba Brett. Copper pensó en lo extraño que resultaba que el hermano menos guapo resultara, por el contrario, mucho más atractivo e intrigante.
– Creo que deberías ir a echar un vistazo a los jackaroos -le comentó Mal a su hermano, esbozando una mueca de disgusto.
– Estarán bien -repuso Brett, haciendo un gesto despreocupado-. Creo que es más importante que me quede aquí para darle la bienvenida a nuestra nueva ama de llaves.
– ¿Cómo? -inquirió Copper, sorprendida -¿Es que estáis esperando a alguien más hoy?
Un corto y tenso silencio siguió a sus palabras. Los dos hermanos se volvieron para mirarla.
– Te estábamos esperando a ti, claro está -explicó Mal, sombrío.
Copper miró a uno y a otro, intuyendo que debía de haberse producido un malentendido.
– Entonces, ¿quién es la nueva ama de llaves que va a venir?
– Tú eres la nueva ama de llaves -declaró Brett.
– ¿Yo? -preguntó, incrédula.
– ¿Quieres decir que no has venido para sustituir a Kim? -inquirió a su vez Mal, frunciendo el ceño.
– ¡Pues claro que no! -Exclamó indignada Copper-. ¿Acaso parezco yo un ama de llaves?
– ¿Por qué crees que me sorprendí tanto al ver cómo ibas vestida? -Le espetó Mal, pellizcándose el puente de la nariz-. La agencia de Brisbane me dijo que hacía cerca de una semana que habían enviado a una nueva chica, por eso supuse que serías tú.
– Bueno, eso explica también por qué pensaste que debí haber venido en autobús.
– Pero eso no explica el motivo de tu presencia aquí, ¿verdad? -había un ominoso matiz en las palabras de Mal, y Copper se irguió, a la defensiva.
– Creí que habrías recibido la carta de mi padre.
– ¿Qué carta? -preguntó Mal, impaciente.
– La carta que te escribió hace un par de semanas, diciéndote que acababa de sufrir un ataque de corazón y que yo vendría a verte en su lugar -Copper lo miró expectante pero evidentemente Mal no tenía ni idea de lo que le estaba diciendo-. ¿Te suena el nombre de Dan Copley? ¿Viajes Copley? -Añadió apresurada, esperando a que hiciera memoria-. Estuvo aquí hace unos dos o tres meses. Vino a hablar contigo acerca de la posibilidad de utilizar Birraminda como base para nuestros nuevos proyectos de turismo rural.
– ¡Oh, sí! -un brillo de reconocimiento apareció en sus ojos-, ya recuerdo. ¿Pero, qué tiene que ver eso con tu presencia aquí?
– He venido a negociar un trato contigo, por supuesto-declaró Copper, sorprendida.
– ¿Un trato? -Mal se apoyó en la mesa, inclinándose hacia adelante-. ¿Qué trato? -Inquirió; no levantó la voz, pero algo en su expresión alarmó de inmediato a la joven-. ¡Yo nunca firmé ningún trato!
– Lo sé -respondió Copper-. Pero te mostraste de acuerdo con que papá volviera cuando tuviera un plan de viabilidad económica. Dijiste que estarías dispuesto a discutir los términos en caso de que él te convenciera de que el proyecto tenía visos de funcionar.
Para el inmenso alivio de Copper, Mal suavizó su expresión.
– Puede que dijera algo parecido -admitió-. Pero no puedo decir que me gustase su plan. ¡La sola idea me pone enfermo!
– No es una idea tan mala -replicó Copper-. De hecho, es extremadamente buena. A mucha gente le gustaría experimentar el estilo de vida del interior. No desean quedarse sentados en los autobuses o en las habitaciones de sus hoteles, pero tampoco quieren pasar por las con la radiante alegría que demostraba Brett. Copper pensó en lo extraño que resultaba que el hermano menos guapo resultara, por el contrario, mucho más atractivo e intrigante comodidades de pernoctar en una pequeña tienda de campaña. Nosotros podemos ofrecerles tiendas más grandes y cómodas con literas, sanitarios, una buena cocina y guías especializados, expertos, ornitólogos, gente así…
– A mí me suena bien -intervino Brett-. ¡Sobre todo si están dispuestos a pagar un montón de dinero por el privilegio de reventarse los tímpanos a base de escuchar miles de cacatúas!
– Bueno, el dinero es ciertamente algo de lo que tenemos que hablar -pronunció con cuidado Copper.
– Ahora mismo no vamos a hablar de nada -declaró Mal con tono rotundo-. Siento que tu padre se haya puesto enfermo pero, francamente, no podías haber elegido un momento peor. Si hubiera sabido que venías, te habría dicho que no te tomaras la molestia.
– Pero mi padre te escribió -protestó ella-. Por eso pensaba que me estabas esperando. ¡Tuviste que recibir la carta!
– Puede que sí -se encogió de hombros, indiferente-Últimamente hay mucho que hacer por aquí, y las cosas han estado tan mal desde que Kim se marchó, que cualquier papel que no fuera absolutamente urgente ha tenido que esperar…
Copper lo miraba resentida. Puede que aquello no fuera urgente para él, pero si se hubiera molestado en leer la carta… ¡ella se habría ahorrado tres días de viaje en coche desde Adelaida!
– Pues ahora ya estoy aquí -señaló-. ¿No podrías escuchar al menos nuestras propuestas?
– No -respondió Mal, terco-. Tengo demasiadas cosas que hacer en este momento, sobre todo cuando tú no vas a trabajar para nosotros de ama de llaves. Eso es lo que necesito, un ama de llaves, y no un descabellado plan que promete problemas desde el principio hasta el final. Un ama de llaves que pueda cuidar de la casa, o a mi hija -después de recoger su sombrero, se levantó-. Pero lo que sí tengo son ochenta mil cabezas de ganado, y mil de ellas se encuentran ahora mismo ahí afuera, a decenas de kilómetros de aquí, así que tendrás que disculparnos -señaló la puerta con un movimiento de cabeza-. Y este «nosotros» te incluye a ti, Brett. Todavía tenemos trabajo que hacer.
Cubierto ya con el sombrero, miró a Copper. La joven mantenía levantada la barbilla con gesto de desafío y sus ojos verdes ardían de indignación. Todavía estaba hirviendo de rabia por la manera en que había despreciado su ansiado proyecto. ¡El futuro de la empresa de su padre estaba en juego y todo lo que se le ocurría decir a Mal era que aquello era un plan descabellado!
– Puedes quedarte aquí esta noche, por supuesto -añadió él-. Pero te aseguro que no vamos a hablar de negocios.
A espaldas de Mal, Brett le lanzó a Copper una sonrisa de simpatía.
– Estoy seguro de que encontrarás alguna otra cosa que hacer -le comentó de manera significativa, al tiempo que le hacía un guiño.
– Vamos, Brett -le espetó su hermano-. Ya hemos perdido bastante tiempo.
Copper observó cómo se marchaban tranquilamente. ¡Todos aquellos años soñando con Mal y en encontrarse de nuevo con él, para que le dijera que aquel encuentro le había significado una pérdida de tiempo!
En cierta forma se alegraba de que se hubiera mostrado tan arisco. Eso hacía que le resultara mucho más fácil ignorar la manera en que se le había acelerado el corazón al verlo, la forma traicionera que había tenido su cuerpo de reaccionar ante una fugaz sonrisa suya. Ahora verdaderamente podía dejar atrás el pasado.
Estrechó los ojos al recordar cómo se había negado Mal a escuchar sus propuestas. Había llegado allí con un montón de ideas, y si Mal pensaba que se iba a marchar tranquilamente a su casa al día siguiente… ¡estaba muy equivocado!
La preocupación por el futuro de Viajes Copley casi había conseguido matar a su padre, y la perspectiva de recuperar su fortuna invirtiendo en un proyecto semejante era lo único que lo había motivado para seguir resistiendo. Aquella empresa había dado sentido a la vida de Dan Copley, y los viajes selectos de turismo rural habían constituido su más anhelado sueño. Mientras estuvo en el hospital, Copper había seguido adelante con el proyecto, trabajando día y noche para llegar a la etapa en que podrían mantener una nueva entrevista con Matthew Standish. ¡Y Mal se había negado a escucharla sólo porque no tenía a nadie que le lavara la ropa!
¡Bueno, pues no tardaría en comprender que ella no tenía ninguna intención de admitir un no por respuesta!
Cuando mucho más tarde volvió Mal, Copper se encontraba sentada en la veranda, delante de la puerta de la cocina, contemplando la vista del arroyo. Megan estaba sentada a su lado, en camisón, charlando con ella acerca sobre la granja. Tenía una expresión radiante de alegría, y su melena rizada, antes sucia y llena de polvo, estaba limpia y brillante.
– ¡Aquí llega papá! -se interrumpió de pronto, señalando a Mal.
Copper tuvo que tragarse el nudo que sentía en la garganta. Agradecida de que la luz ya estuviera desapareciendo, observó a Mal acercándose hacia ellas en medio de una nube de polvo. Sus movimientos eran ágiles, fluidos, y reflejaban tal gracia y seguridad que la joven no podía evitar experimentar una extraña aprensión al verlo.
– ¡Papá, papá, tengo una sorpresa para ti!
Copper se obligó a no fijarse en la sonrisa que Mal le lanzó a su hija mientras la levantaba en brazos.
– Te has bañado -comentó mientras Megan se abrazaba a su cuello.
– Ha sido Copper quien me ha bañado, y me ha cantado una canción muy bonita.
– ¿De verdad?
Todavía con la niña en brazos, Mal miró a Copper, que seguía sentada en la mecedora. Advirtió que se había duchado y cambiado de ropa; en aquel momento llevaba una camisa sin mangas y unos pantalones ajustados. Aún tenía húmedo el cabello, de color castaño brillante. Levantando la barbilla en un inconsciente gesto de desafío, Copper le sostuvo la mirada.
– Supongo que no te habrá molestado, ¿verdad?
– Claro que no.
Había un extraño tono en su voz, pero antes de que Copper pudiera especular sobre su significado. Megan le preguntó a su padre, riendo:
– ¿Ya puedo enseñarte la sorpresa?
– Yo creía que la sorpresa consistía en que estuvieras bañada y preparada para acostarte… -se burló, pero la niña negó solemnemente con la cabeza.
– No, es una sorpresa de verdad.
Mal arqueó las cejas y se volvió para mirar a Copper con gesto inquisitivo, pero la joven se limitó a sonreír con expresión inocente. Ella se estaba reservando su propia sorpresa para más tarde.
Megan arrastró a su padre hasta la cocina. A través del mosquitero, Copper alcanzó a escuchar el diálogo de las dos voces, una alta y excitada, la otra baja y profunda, tranquila, y sonrió mientras seguía contemplando la puesta de sol. Había sido un día muy duro y se encontraba muy cansada.
Media hora después reapareció Mal, llevando dos botellas de cerveza. Le ofreció una a Copper y se sentó en otra mecedora, a su lado.
– ¿Dónde está Megan? -le preguntó.
– En la cama.
– Y Brett?
– Duchándose.
Mal también se había duchado. Tenía el pelo húmedo y Copper pudo oler el aroma a jabón que despedía su piel cuando se inclinó hacia adelante. Apoyando los codos en las rodillas, mientras daba vueltas a la botella de cerveza entre las manos.
Copper se dedicó a observarlas inconscientemente, como si estuviera hipnotizada. Siempre le habían encantado las manos de Mal. Eran fuertes, bronceadas, de dedos largos, sensibles, que habían trazado lentos dibujos sobre su piel… se habían cerrado en torno a sus senos y deslizado a lo largo de sus muslos, poseyéndola con una seguridad y una pasión que la habían hecho susurrar su nombre entre gemidos…
Desviando la mirada. Copper bebió un trago de cerveza y se obligó a enterrar aquellos recuerdos. No iba a pensar ni en sus manos, ni en su boca, ni en nada suyo. Iba a pensar únicamente en los negocios.
Para entonces ya había oscurecido, y la única luz existente procedía de la bombilla azul que colgaba del alero de la veranda, para atraer a los insectos. Copper la miraba en silencio, mientras intentaba pensar en la forma más adecuada de introducir en la conversación el tema de su nueva propuesta. Al final, fue Mal quien habló primero.
– Has estado muy ocupada. Ha debido de llevarte mucho tiempo limpiar la cocina.
– Megan me ayudó -repuso ella, encogiéndose de hombros. En realidad. Megan había sido más un estorbo que una ayuda, pero la niña se había sentido tan encantada con la sorpresa que le iba a dar a su padre, que Copper no había tenido corazón para decepcionarla.
Mal seguía dando vueltas a su botella de cerveza entre los dedos.
– No quiero que pienses que no lo aprecio, pero una cocina limpia no basta para hacer que cambie de idea.
– No tenía intención de pedírtelo -repuso Copper.
– ¡No esperarás que me crea que has hecho todo eso por pura bondad! ¡Tienes que querer algo a cambio! -la miró con ojos entrecerrados.
– Así es -asintió Copper-. Quiero que me des trabajo. Mal dejó bruscamente de jugar con la botella de cerveza y se irguió sorprendido.
– ¿Qué tipo de trabajo?
– Necesitas un ama de llaves, ¿verdad? Te estoy sugiriendo que me encargues ese trabajo hasta que llegue la chica de la agencia.
– ¿Qué sabes tú de ese trabajo? -le preguntó, mirándola con sospecha.
– ¿Qué es lo que hay que saber? -Inquirió ella a su vez-. No necesitas tener una calificación muy especial para limpiar una casa… ¿o es que solamente admites a chicas con estudios universitarios en limpieza con aspiradora y fregado de vajillas?
– Quizá debí haber empezado por preguntarte por qué de repente has decidido ejercer de ama de llaves -comentó Mal, ignorando su sarcástico comentario-. Hace muy poco te mostraste muy ofendida cuando te lo insinué.
– Yo no quiero ser un ama de llaves, pero sí deseo quedarme en Birraminda. Y si eso significa pasar unos pocos días trabajando tan duro como acabo de hacerlo esta tarde, entonces estoy dispuesta a hacerlo.
– Y a cambio yo tendré que consentir que tu padre y tú me impongáis ese descabellado plan vuestro, ¿verdad? -Mal dejó la botella de cerveza en el suelo y sacudió la cabeza-. No puedo negar que necesito un ama de llaves, pero no con tanta desesperación como para comprometer a Birraminda en una empresa que puede causarle más daño que beneficio. Aunque fuese un éxito colosal, los beneficios económicos probablemente no serían tan altos como para que mereciera la pena.
Copper suspiró profundamente. Aquél no era el momento más adecuado para demostrarle a Mal que tenía una idea equivocada acerca de su proyecto.
– No te estoy pidiendo que apruebes nuestro plan. Al menos, todavía no. Lo único que te pido es que esperes algún tiempo hasta escuchar la propuesta, antes de que me marche. Estoy segura de que si te expongo nuestros planes, seré capaz de convencerte de que pueden ser tan beneficiosos para ti como para nosotros, pero prefiero esperar a que me dediques toda tu atención. Mientras tanto, trabajaré para ti como ama de llaves -lo miró expectante, deseando poder leer la expresión de su rostro-. Es una buena oferta -le aseguró-. Una hora de tu tiempo a cambio de cuidarte la casa gratis.
– ¿Quieres decir que no esperarás a cambio ninguna retribución? -le preguntó Mal arqueando las cejas incrédulo.
– Todo lo que te pido es la oportunidad de conocer un poco más Birraminda. Todavía hay un montón de detalles prácticos que tenemos que arreglar, y necesito ver los lugares que mi padre escogió.
Siguió un momento de silencio. Mal volvió a tomar su botella de cerveza, con la mirada fija en la bombilla azul.
– Esta disposición a quedarte no tendrá nada que ver con mi hermano, supongo.
– ¿Con Brett? -Copper lo miró asombrada-. ¿Qué podría tener que ver con él?
– Puede llegar a ser muy encantador -repuso Mal, encogiéndose de hombros.
– Me doy cuenta de ello, pero si crees que iba a estar dispuesta a pasar varios días cocinando y limpiando sólo por estar cerca de él… ¡entonces es que estás completamente loco!
– No dirías eso si hubieras visto la cantidad de chicas que se han vuelto locas con él -Mal se frotó la cara con gesto cansado-. Brett, como probablemente habrás observado, es físicamente incapaz de estar con una mujer en una misma habitación sin intentar ligar con ella. No es que se lo tome muy en serio… Brett no se toma nada en serio… pero la agencia no hace más que enviarnos chicas que creen ser las únicas a las que ha besado en toda su vida. Se enamoran locamente de él, luego se aburren al cabo de una semana, y todo termina en lágrimas. Por último, toman el primer autobús para Brisbane. Una vez que la apasionada aventura ha terminado, no hay manera de evitar que le siga otra -añadió con sequedad.
– Entiendo que pueda llegar a ser bastante difícil -comentó Copper al cabo de un momento-. ¿Por qué no le pides a la agencia que te envíe a una mujer mayor?
– ¿Crees acaso que no se me ha ocurrido? -Suspiró Mal-. No es tan fácil. No hay muchas mujeres de mediana edad que estén dispuestas a abandonar una vida cómoda para venir a un sitio como éste. Incluso las chicas más jóvenes sólo vienen con contratos de corta duración. No tienen nada divertido que hacer aquí y se aburren, por eso ninguna se queda permanentemente, pero podrían quedarse un poco más si no fuera por Brett.
– ¿No puedes pedirle que las deje en paz?
– Seguro… -Mal esbozó una sonrisa completamente carente de humor -¡y también podría pedirle que dejara de respirar!
– Debe de ser muy difícil para Megan con tantas chicas yendo y viniendo -comentó Copper, y vio que él fruncía el ceño.
– Ya lo sé, pero… ¿qué puedo hacer?
– ¿Es que Brett no se da cuenta de lo difíciles que te está poniendo las cosas? -le preguntó Copper, curiosa.
– Siempre se lamenta cuando le explico por qué una nueva ama de llaves ha tenido que renunciar, pero ya has visto cómo es. Las críticas simplemente le traen al pairo, y de alguna forma es imposible enfadarse con él durante mucho tiempo. Es casi diez años más joven que yo, así que siempre ha sido como el bebé de la familia. Probablemente quizá por eso nunca ha aprendido a asumir ninguna responsabilidad -volviéndose para mirar a Copper una vez más, Mal se apoyó de espaldas en la barandilla-. Y no ayuda nada el hecho de que sea yo quien administre Birraminda. Brett no tardaría en aprender a asumir sus responsabilidades si esta propiedad fuera suya, pero la granja no es tarea fácil, y hemos tenido que trabajar muy duro para invertir lo suficiente en adquirir más tierra. Esa es una de las razones por las que me mostré dispuesto a escuchar a tu padre cuando estuvo por aquí. Esperaba que pudiera reportamos algún dinero con su proyecto, pero una vez que conocí sus planes, ¡no tardé en cambiar de idea!
– Bueno, quizá yo pueda hacerte cambiar de opinión con respecto a eso -repuso Cooper con una tensa sonrisa-. Sin embargo, no voy a intentar persuadirte ahora. Esperaré a que me concedas tan sólo una hora… si es que aceptas mi oferta, por supuesto -levantó la barbilla-. ¡Y creo que puedo garantizarte que no voy a acabar enamorándome de Brett!
– Pareces muy segura de eso -comentó Mal, mirándola con expresión especulativa.
– Lo estoy. Me cae muy bien tu hermano, pero realmente no es mi tipo. Además… -se apresuró a añadir, antes de que Mal decidiera preguntarle cuál era su tipo-… sucede que ya estoy enamorada de otro hombre.
Mal no hizo movimiento o gesto alguno, pero Copper tuvo la sensación de que el aire se había llenado de una extraña tensión.
– ¿De Adelaida? -preguntó con tono inexpresivo.
– Sí -Copper cruzó mentalmente los dedos al pensar en Glyn, que hasta hacía un mes había sido su novio. Habían pasado buenos momentos juntos y, a pesar de la forma en que había terminado todo, seguía guardándole un profundo cariño. En ese momento no estaba enamorada de él, pero había ninguna necesidad de decirle eso a Mal.
– Entiendo.
– Entonces, ¿hacemos el trato? -le preguntó ella, forzando un tono desenfadado.
– Vas a tener que trabajar duro -le advirtió Mal-. No será como trabajar en una oficina. Parece que tu padre tenéis una imagen muy romántica de la vida en el interior, pero se trata de una vida muy dura. Los días son largos, calurosos, polvorientos, y al final de cada uno de ellos no hay ninguna parte a donde ir, nadie a quien ver. No va a ser una experiencia romántica, te lo garantizo.
– Yo no soy en absoluto una mujer romántica -replicó Copper con frialdad.
Era verdad. A Copper le gustaba la vida tal cual era, y no creía en los sueños. Sus amigos se morirían de risa si supieran que alguien la había acusado de ser una romántica… pero también era cierto que con ninguno de ellos había hablado de aquellos tres días que pasó con Mal en Turquía… Para Copper, aquella experiencia había sido demasiado especial para que pudiera compartirla con cualquier otra persona. Mal había sido su secreto, su aberración, su única experiencia romántica.
– Pues eso debe de resultarle decepcionante a tu novio -repuso Mal con un cierto tono burlón.
– Eso depende de lo que entiendas por «romántico», ¿no? -lo desafió-. Prefiero aceptar las cosas tal y como son -«¿bah, sí?», le preguntó una voz interior. ¿Entonces por qué nunca había tenido éxito en olvidarse de Mal, a pesar de todos sus esfuerzos? ¿Por qué le dolían tanto sus recuerdos?-. Es igual -continuó Copper, dominando su tono de voz-. Todo lo que necesitas saber es que voy a trabajar duro, y no estoy dispuesta a perder más tiempo hablando de tu hermano. Por lo que a mí respecta, Birraminda es una pura cuestión de negocios, y no estoy interesada en nada más.
– De acuerdo -dijo al fin Mal, apartándose de la barandilla-. Te quedarás aquí trabajando de ama de llaves, pero sólo hasta que venga la chica de la agencia. Lo cual puede suceder en cualquier momento.
– Muy bien -convino Copper, levantándose aliviada después de haber sorteado el primer obstáculo. ¡Al menos ya no tendría que conducir de vuelta a Adelaida!-. ¿Y me darás una oportunidad para que te explique nuestra propuesta?
– Sí, mientras no te dediques a recordármelo constantemente -replicó Mal-. No quiero que andes rezongando todo el tiempo. Podrás presentarme tu plan de financiamiento y tus propuestas, pero sólo tendrás una sola oportunidad para hablarme de ello.
– Con una será suficiente -comentó Copper con una sonrisa.