– ¿Mal? ¿Eres tú…? -la voz de Brett interrumpió aquel momento de pasión. El joven se detuvo bruscamente en la puerta de la casa mientras contemplaba la escena-. ¡Oh, oh! -exclamó sonriendo.
Mal ni siquiera se tensó. Sin apresurarse, levantó la cabeza y miró a su hermano.
– ¿Qué pasa? -le preguntó con voz firme.
Copper, estremecida y mareada, estuvo a punto de caerse cuando Mal la soltó. Le temblaban las piernas de manera incontrolable y le ardían las mejillas. Era incapaz de pronunciar palabra.
– Venía a preguntarte si te apetecía una cerveza -explicó Brett, sin dejar de sonreír-. ¡Pero ya me doy cuenta de que estás ocupado!
– Lo estábamos antes de que nos interrumpieras -repuso Mal.
Copper se preguntó entonces cómo podía Mal parecer tan tranquilo. Ella tenía el corazón acelerado, la cabeza le daba vueltas, estaba excitada y medio ahogada… ¡y él respiraba con toda normalidad!
Brett, por su parte, hacía oídos sordos a la indirecta de su hermano.
– Creía que lo de besar a las amas de llaves era cosa mía -le comentó, fingiendo sentirse dolido.
– A ésta no -Mal miró entonces a Copper, que se estaba esforzando por volver a la realidad-. Esta es mía -desvió de nuevo la mirada hacia Brett y su voz adquirió un claro tono de advertencia-. Copper va a casarse conmigo, así que será la única que haya escapado a tus manos.
– ¡Lo sabía! -Brett prorrumpió en gritos de alegría y, después de darle una cariñosa palmada a su hermano, abrazó a Copper y la levantó en voladas -¡Lo sabía! ¡Mal cree que no puedo leerle esa cara de póquer que tiene, pero sabía lo que sentía por ti desde el principio!
– ¿De verdad? -balbuceó ella. Cuando volvió a poner los pies en el suelo, sentía las rodillas tan débiles que se agarró instintivamente a Mal buscando la seguridad de su cuerpo.
– No sabía que fueras tan perspicaz, Brett -observó Mal. Copper no pudo menos que preguntarse si aquel sarcástico comentario le resultaría tan obvio a Brett como a ella. Aparentemente no era así, ya que seguía asintiendo con la cabeza, satisfecho de sí mismo.
– Pues lo noté mucho mejor de lo que tú te imaginas. Fingíais que os ignorarais mutuamente, pero por las miradas que os lanzarais a hurtadillas, ¡yo sabía que lo vuestro era verdadero amor!
– ¿Qué sabes tú de eso? -le preguntó Mal.
– No mucho, la verdad -admitió Brett-. Pero puedo reconocerlo cuando lo veo, y creo que los dos sois muy afortunados -de repente se puso serio-. Muy afortunados -añadió, antes de sonreír de nuevo-. ¡Venga, esto hay que celebrarlo!
– Yo… -Copper tuvo que aclararse la garganta en un desesperado intento por recuperarse; no podía seguir eternamente agarrada a Mal-. Será mejor que vaya a buscar a Megan para darle de cenar.
– Te acompañaré -se ofreció Mal.
– Sí, mientras tanto yo me aseguraré de enfriar la cerveza -intervino Brett-. No tardéis mucho.
– Esperemos que todo el mundo sea tan fácil de convencer como éste -musitó Mal cuando su hermano volvió a entrar en la casa. Miró a Copper, que todavía estaba apoyada en él intentando reunir las fuerzas necesarias para apartarse-. ¿Te encuentras bien?
La preocupación que destilaba su voz la tomó por sorpresa. ¡Lo último que deseaba era que Mal pensara que aquel beso había significado mucho más para ella que para él!
– Sí, estoy bien -respondió a la defensiva-. ¡Qué curioso que Brett haya pensado que estábamos enamorados durante todo este tiempo! -exclamó después de un largo e incómodo silencio, con una risa nerviosa, cuando ya se dirigían a buscar a Megan…
– Sí, qué curioso -asintió Mal con tono inexpresivo, y la joven deseó haber mantenido la boca cerrada.
El día estaba tocando a su fin cuando volvían a la casa con Megan. La niña correteaba alegre entre ellos, contenta de haber estado jugando con los pequeños de Naomi. Copper era muy consciente de la presencia de Mal a su lado, inclinando la cabeza para escuchar gravemente las palabras de su hija. La ternura que le demostraba, de alguna manera sorprendente en un hombre tan fuerte y silencioso, la conmovía profundamente. Mal debía de querer mucho a Megan si, por su bien, estaba dispuesto a casarse con una mujer a la que no amaba.
Aquel pensamiento tranquilizó en cierta forma a Copper. Megan se adelanté corriendo para entrar primero en la casa, y desapareció en la cocina.
– ¿Vas a decírselo esta noche? -le preguntó Copper.
– Puede que sí -respondió Mal.
Cuando subía las escaleras de la veranda, Copper titubeó de repente. Una vez que se lo dijeran a Megan, ya no habría ninguna posibilidad de volver atrás. Definitivamente, para ella comenzaría una nueva vida.
– ¿Realmente crees que podremos lograrlo? -le preguntó, temerosa.
Mal se había detenido a su lado, y en ese momento se volvió para mirarla a los ojos.
– Claro que podemos. Yo pensaré constantemente en Megan y tú en tu proyecto, y los dos tendremos éxito -de manera inesperada, le tomó una mano y se la apretó-. Todo saldrá bien -le prometió y, muy lentamente, inclinó la cabeza para acariciarle los labios con los suyos.
La irrefrenable excitación que Copper antes había sentido se transformó esa vez en una infinita calidez y ternura. Poco después, tomados de la mano, se miraban en silencio, como asombrados de lo que había sucedido entre ellos. Fue en ese momento cuando Brett se asomó a la puerta de la casa, pidiéndoles que se apresuraran.
– ¡Hey, venga! ¡No estáis solos y la cerveza se está calentando!
En la cocina, Copper evitó mirar a Mal. No sabía qué hacer con las manos. Las sentía extremadamente sensibles como si en sus yemas se hubiera quedado grabado el contacto de su piel. ¿Habría tenido Mal realmente intención de besarla? ¿Habría querido consolarla de esa forma? ¿O habría escuchado a Brett saliendo de la cocina y se habría forzado a sí mismo a asumir su nuevo papel?
Mal sentó a Megan en sus rodillas para explicarle que se iba a casar con Copper, y que se quedaría con ellos en Birraminda.
– ¿Eso te gustaría? -le preguntó.
Megan no parecía todavía preparada para comprometerse demasiado.
– ¿Cuánto tiempo se quedará?
– Mucho.
– ¿Para siempre? -le preguntó la niña a Copper.
– Espero que sí, Megan -respondió, mirando por un momento a Mal por encima de su cabecita.
Megan pareció contentarse con su respuesta y puso fin a la conversación. De alguna manera, Copper se había imaginado que reaccionaría echándose en sus brazos, pero la niña había visto a demasiada gente llegar a la casa para después marcharse, de forma que se había acostumbrado a no confiar en nadie desde un principio. Simplemente se bajó de las rodillas de su padre y continuó jugando como antes.
Sin embargo, cuando Copper la acostó poco después y le dio un beso de buenas noches, la pequeña la abrazó cariñosamente.
– Te quiero -dijo con tono ferviente, y a Copper se le llenaron los ojos de lágrimas.
– Yo también te quiero, corazón.
– Y estoy muy contenta de que vayas a casarte con papá -le confesó en voz baja.
– Yo también -susurró Copper y, cuando levantó la mirada, vio a Mal observándolas desde el umbral.
– Y papá -añadió él.
– ¡Ya lo veo!
Megan tiraba de la mano a Copper, exultante de alegría, al distinguir la figura de Mal entrando en la sala de espera del aeropuerto, acompañado de Brett. Los dos hombres se detuvieron por un momento, buscándolas con la mirada entre la multitud.
Copper descubrió a Mal en el mismo momento en que lo hizo Megan. La niña y ella habían estado dos semanas en Adelaida y ahora volvía a verlo allí, tan tranquilo y contenido como siempre. Le habría encantado comportarse con la misma desinhibición que Megan, que en ese momento corría hacia su padre segura de que la estrecharía cariñosamente entre sus brazos.
– Hola -los saludó Copper con una sonrisa mientras se acercaba a ellos, y Mal se quedó inmóvil al verla; llevaba un ligero vestido de color amarillo pálido, con escote, y en las manos sostenía un sencilla pamela.
– Copper… -pronunció, sin saber qué añadir. Su voz sonaba extraña, casi como si estuviera turbado. Luego la tomó de una mano para acercarla hacia sí mientras sostenía a su hija con el otro brazo. El fugaz contacto de sus labios en los suyos sacudió a Copper como si se tratara de una descarga eléctrica-. Te he echado de menos -le confesó.
Copper no sabía si lo había dicho sinceramente o si sencillamente estaba actuando delante de Brett que contemplaba la escena interesado.
– Yo también te he echado de menos -pronunció con voz ronca.
En el caso de Copper era verdad. Hacía unas dos semanas que había llegado a Adelaida en compañía de Megan, y había echado de menos a Mal mucho más de lo que había creído posible. Se había acostumbrado a convivir con él, a su manera de sonreír cuando volvía del trabajo… A veces le ocurría que se olvidaba por completo de que todo aquello era una farsa.
Y a veces, cuando Mal la sacaba a pasear a caballo por el arroyo, o cuando se sentaban en la veranda para contemplar la luna, le parecía absolutamente natural que estuvieran juntos, hablando tranquilamente de los sucedidos en el día. Sólo cuando sus miradas se encontraban de manera inesperada, el ambiente se llenaba de una súbita tensión y Copper recordaba que no estaban enamorados de verdad, que sólo estaban fingiendo.
Y no se trataba de que Mal no le hubiera dejado suficientemente clara su posición. A juzgar por su ostentosa ausencia cada noche. Brett no parecía albergar duda alguna acerca del carácter de su relación, pero Copper tenía demasiado bien presente el hecho de que Mal y ella se despedían amablemente en el pasillo para retirarse cada uno a su dormitorio.
– Supongo que con esa actitud pretende ser discreto -le había comentado Mal la primera noche, cuando Brett había salido del salón asintiendo con la cabeza y haciendo expresivos guiños.
– ¿Te das cuenta de que está esperando que nos lancemos a la cama tan pronto como cierre la puerta a su espalda? -le había preguntado Copper en un fallido intento por adoptar un tono de diversión.
– Claro.
– ¿Quieres… quieres que empecemos ahora? Me refiero a lo de compartir una habitación -le había comentado, incómoda-. ¿No crees que será un poco extraño si no lo hacemos?
– Dejemos a Brett que saque las conclusiones que quiera mientras esté fuera -había repuesto Mal con tono despreocupado-. Pronto nos casaremos, y luego dispondrás de tiempo más que suficiente para acostumbrarte a compartir un dormitorio.
Copper debería haberse sentido aliviada, pero en vez de eso no pudo evitar sentir una punzada de decepción. Cuando aparentaba tanta indiferencia, no estaría bien insistir en acostarse con él…
Durante el día tenía tantas cosas que hacer que le resultaba fácil olvidarse de ello, pero por la noche el convencimiento de que Mal en realidad no la deseaba le recordaba constantemente el acuerdo que habían firmado. Y conforme fueron transcurriendo las semanas, la irritabilidad de Copper fue en aumento.
Al final, fue un verdadero alivio cuando Mal la llevó a ella y a Megan en su avioneta a Brisbane, donde las embarcó en un avión para Adelaida con el fin de que organizara los preparativos de la boda. Y sin embargo, cuando se despidió de Mal, Copper no pudo evitar sentir un nudo de emoción en la garganta, algo que siempre le sucedía cuando pensaba en él. Conforme se acercaba la fecha de la boda se había sentido cada vez más nerviosa… una sensación que, en aquel instante, después de volver a verlo en el aeropuerto de Adelaida, se había acrecentado aun más.
Mal y Brett habían tenido tanto trabajo en la granja que sólo dos días antes de la boda habían podido abandonarla, para volar a Adelaida en su avioneta de seis plazas. Copper sintió un escalofrío al pensar que cuando volvieran a Birraminda todos juntos en aquel aparato, para entonces ya sería la esposa de Mal…
– ¡Hey, Megan! -La llamó Brett-. Ven a darme un abrazo para que papá pueda saludar a Copper apropiadamente Mal bajó a la pequeña, que de inmediato corrió alegremente a los brazos de su tío. Copper apenas podía oírlos. Mal se había vuelto hacia ella, con una sonrisa brillando en las profundidades de sus ojos castaños, y la joven se alarmó terriblemente al darse cuenta de que se disponía a besarla.
Copper se dijo que Mal no tenía por qué besarla por obligación, sólo porque Brett le hubiera recordado que un simple beso de bienvenida no era un saludo adecuado para dos amantes que habían estado separados durante dos semanas. Eso fue lo que pensó irritada en el momento en Mal la tomó de las dos manos, acercándola hacia sí.
Se esforzaba por mantener su orgullo intacto y comportarse como la fría mujer de negocios que era, pero por otro lado su corazón la urgía a renunciar a luchar contra el anhelo que latía en su interior. Al fin, consolándose con la idea de que sólo estaba fingiendo, se apoyó en el pecho de Mal con un débil suspiro.
Se encontraban muy cerca, envueltos en una especie de halo mágico. Poco a poco, todo empezó a desaparecer a su alrededor hasta que sólo quedó Mal, deslizando las manos por sus brazos desnudos. Muy lentamente inclinó la cabeza hasta acariciarle los labios con los suyos. Poseída por un delicioso sentimiento de anticipación, Copper cerró los ojos, esperando. Y fue entonces cuando Mal se apoderó de su boca con un beso violento, apasionado, dolorosamente dulce.
Copper pudo sentir cómo sus dudas anteriores se disolvían en un aquel hechizo. Deslizó las manos por su pecho y le acarició el cuello, mientras se abandonaba a aquel torrente de sensaciones que la hacían perder toda noción del tiempo o del espacio. Fue como una bendición sentir sus brazos en torno a su cuerpo, hasta el punto de que, cuando él empezó a apartarse, no pudo evitar musitar una débil protesta. Mal la besó entonces de nuevo, un beso más tierno y breve, y luego otro, todavía más fugaz… Cuando al fin la soltó, esbozó una sonrisa ver su turbada expresión.
– Hola -la saludó, obediente a las instrucciones de Brett.
– ¡Papá, tengo un vestido rosa! -exclamó en ese momento Megan, acercándoseles. Tantas novedades tenía que contarle a su padre, que se había impacientado al verlos mirándose el uno al otro, en silencio.
Copper parpadeó y se echó a reír, convencida de que debería agradecerle a Megan aquella interrupción. «Tómatelo con calma», se dijo desesperada. Aquél no había sido un beso de verdad; Mal simplemente había estado fingiendo porque Brett andaba cerca. Y ella también había estado fingiendo… ¿O no?
Sentía débiles las piernas y, fingiendo o no, se sintió patéticamente alegre cuando Mal volvió a tomarla de la mano. Su contacto era reconfortante, indescriptiblemente consolador.
– ¿Un vestido rosa? -Le estaba diciendo Mal a su hija-. Eso suena muy elegante.
– Sí, y ahora tengo una amiga que se llama Kathryn -le informó solemnemente Megan mientras correteaba entre ellos seguida de Brett, que llevaba las maletas-. Esta tarde voy a jugar con ella.
– Espero que no te importe… -le comentó Copper a Mal, humedeciéndose los labios-. Sé que llevas mucho tiempo sin ver a Megan, pero ha congeniado maravillosamente con la hija de mi prima y…
– No, claro que no me importa -respondió Mal cuando llegaron al coche que Copper le había pedido prestado a su padre-. Hoy tenía intención de pasar el día contigo a solas.
– ¿Oh? -esperando no parecer demasiado contenta, Copper se concentró en buscar en su bolso las llaves del coche.
Aprovechando que Megan había rodeado el coche para entrar por la otra puerta, y que Brett se hallaba entretenido apuntando el teléfono de una chica a la que había conocido en el avión, Mal le dijo a Copper bajando la voz:
– Ya he hablado con un despacho de abogados de la ciudad para que nos redacte el contrato. Hoy será el único día de que dispongamos para firmarlo antes de la boda.
– Estupendo -repuso Copper, tensa, sintiéndose una estúpida por haberse ilusionado tanto de aquella forma. Bueno, ¿qué se había esperado? Aquel beso, ¿había supuesto acaso alguna diferencia para Mal?
Megan no dejó de hablar durante todo el trayecto hasta la casa de los Copley, y Copper se alegró de concentrarse en conducir para dominar la amarga decepción que sentía. Por otro lado, no podía evitar sentirse nerviosa ante la perspectiva del primer encuentro de Mal con su madre, que siempre había estado muy encariñada con Glyn y que además se había mostrado mucho menos convencida que su padre acerca de sus planes de boda.
Pero se había olvidado de lo encantador que podía mostrarse Mal cuando quería. Al cabo de muy poco tiempo, la señora Copley ya veía a los dos hermanos como a los hijos que nunca había tenido, y para cuando empezó a relatarles embarazosas anécdotas de su infancia, Copper decidió que preferiría firmar el contrato después de todo.
Dan Copley, interpretando correctamente la angustiada expresión de su hija, se apresuró a cambiar de tema.
– Me temo que vais a tener que soportar una fiesta familiar esta noche, pero habíamos pensado que quizá Caroline y tú desearíais pasar la tarde a solas…
– Me parece muy bien -observó Mal y, después de mirar su reloj, se levantó-. Brett y yo hemos reservado una habitación en un hotel del centro, así que será mejor que vayamos para allá. ¿Por qué no vienes con nosotros, Copper? Luego podríamos comer juntos.
La joven sonrió, tensa, sabiendo que tan pronto como se desembarazara de Brett, Mal no la llevaría a un romántico restaurante sino al despacho de abogados para firmar su contrato.
No tardaron mucho tiempo en hacerlo. Instruido por Mal desde Birraminda, un abogado admirablemente discreto había redactado un conciso documento que recogía exactamente los términos que habían acordado. Copper inclinó la cabeza sobre el documento fingiendo leerlo, pero tenía los ojos llenos de lágrimas cuando al fin lo firmó.
– Aquí tienes tu copia -le dijo Mal cuando ya se marchaban-. Será mejor que la guardes bien.
Hacía un día soleado y caluroso, y Copper se alegró de poder esconder los ojos detrás de sus gafas de sol.
– ¿Podrías guardármela tú hasta después de la boda?
– le preguntó con frialdad-. No me gustaría que mis padres la encontraran por error, y supieran el precio que estoy teniendo que pagar para que su negocio tenga éxito…
– Si eso es lo que quieres… -Mal se guardó las dos copias en un bolsillo de la chaqueta-. Bueno, pues ahora iremos a comer, que eso es lo que supone que deberíamos estar haciendo en estos momentos.
Caminaron en silencio hasta llegar a un restaurante con vistas al río, donde eligieron una mesa al aire libre, a la sombra de un emparrado. Mal se había cambiado en el hotel y ahora llevaba unos ligeros pantalones de piel y una camisa de algodón color azul pálido. Sacó las dos copias del contrato del bolsillo interior de su chaqueta y las extendió sobre la mesa, entre ellos. Copper intentó no mirarlas mientras Mal hablaba con los camareros, y cuando levantó la cabeza se llevó una sorpresa al ver que pedía tranquilamente una botella del mejor champán de la casa.
– Pasado mañana nos vamos a casar -le explicó en respuesta a la pregunta que leyó en sus ojos.
– Lo sé, pero… bueno, ahora que estamos solos no necesitamos fingir, ¿no? -pronunció Copper con alguna dificultad.
– No, pero tus padres quizá nos pregunten por esta comida, y creo que esperarían que pidiéramos champán, ¿no te parece?
– No creo que necesiten una mayor dosis de convencimiento por nuestra parte -repuso ella-. Mamá pensó al principio que lo de la boda era un tanto precipitado, pero al final ha terminado por acostumbrarse a la idea. Y a los dos les encantará tener a Megan como nieta, así que a estas alturas ya te consideran parte de la familia.
– Con Brett ha pasado igual -comentó Mal-. Ha aceptado lo de la boda sin hacer una sola pregunta.
– Entonces, es que debemos de ser mejores actores de lo que creíamos en un principio -sonrió Copper con amargura.
– Supongo que si -comentó Mal después de un largo y tenso silencio.
Llegó el camarero con el champán. Copper pudo ver cómo los otros comensales contemplaban sonrientes la escena, evidentemente pensando que eran amantes, y deseó levantarse para gritarles que no era verdad, que Mal no la quería… ¡que todo aquello no significaba nada, nada!
Pero no podía hacer eso. Mientras observaba el líquido burbujeante en su copa, recordó la alegría que se llevaría su padre cuando viera en marcha su proyecto. Luego pensó en Mal, en la tibieza de sus labios, en sus manos…
– Bueno… -sonrió valientemente y levantó su copa-. ¡Por nuestro acuerdo!
Mal vaciló por un momento antes de hacer el brindis.
– Por nuestro acuerdo.
Copper dejó la copa en el mantel mientras buscaba desesperadamente algo que decir, pero al final fue Mal quien habló primero.
– Entonces, ¿cómo te ha ido durante estos días?
– No muy mal. Mi madre se ha pasado los últimos veintisiete días pensando en la boda -suspiró-. Le insistí en que queríamos una ceremonia sencilla, con un banquete discreto, pero cada dos por tres se le ocurre invitar a alguien más y me temo que Ja celebración se está complicando por momentos.
– Yo habla pensado que toda esa labor organizativa le habría convenido mejor a alguien con tu talento para los negocios -repuso Mal, indiferente.
Aquellas dos semanas habían sido muy difíciles para Copper. Había tenido que soportar la tensión de mantener bajo control los planes de su madre, pero peor había sido el esfuerzo de representar constantemente el papel de novia feliz.
– Eso no me habría preocupado si se hubiera tratado de una boda verdadera -comentó ella-. Pero esto de fingir de continuo cansa muchísimo, y resulta estúpido realizar tantos esfuerzos cuando tú y yo sabemos que esto no es más que una farsa.
– Pronto pasará -fue la única respuesta de Mal.
– Durará por lo menos tres años -replicó Copper.
– ¿Estás intentando decirme que has cambiado de idea?
– Ya es demasiado tarde para eso, ¿no? -Copper desvió la mirada hacia los contratos que estaban sobre la mesa-. Ya los hemos firmado.
– Pero todavía no estamos casados -señaló él, impasible-. No es demasiado tarde para que cambies de idea.
– No, no me hagas caso. Es sólo que estoy…
– ¿Nerviosa?
– ¡Sí, nerviosa! -le confesó, sin poder contenerse-. Si de verdad quieres saberlo, ¡estoy absolutamente aterrada!
– ¿Por la boda?
– ¡Por todo! Apenas nos conocemos y ya vamos a casarnos. Está muy bien hablar de contratos, pero un trozo de papel no va ayudarnos a vivir juntos, ¿verdad?
– Al menos sabes lo que tienes que esperar de este matrimonio -repuso Mal, mirándola por encima del borde de la copa.
– Si, sé las tareas que tendré que hacer cada día, pero no sé cómo nos irá juntos, o si seré capaz de vivir en el interior, o si de repente me voy a convertir en madre de una niña de cuatro años… ¡o cualquier cosa! -exclamó Copper, desesperada.
– Has estado viviendo en el interior con Megan durante unos dos meses -le dijo Mal con tono razonable-. Y en cuanto a lo de cómo nos irá junto… bien, ya tuvimos una experiencia en el pasado y no veo por qué no podríamos hacer lo mismo Otra vez…, sobre todo si ninguno de nosotros alberga falsas expectativas sobre lo que el otro realmente desea. Y si termina en desastre, al menos sabrás que no estás atrapada y que tu vida no va a cambiar para siempre. Además, cuando terminen los tres años, ya habrás fundado tu nuevo negocio y podrás volver a Adelaida para recibir los beneficios.
Copper intentó imaginarse a sí misma alejándose de Birraminda, de Megan, de Mal, esforzándose por fingir que nunca hablan existido. En aquel momento no podía hacerlo. Entonces, ¿cómo podría hacerlo después de tres años?
– De alguna manera, creo que no será lo mismo -repuso con amargura.