«No volveré a casarme otra vez». Aquellas palabras resonaron sin descanso en la mente de Copper durante los siguientes días, aunque no podía explicarse por qué la habían impresionado tanto. Después de todo, Mal y su hija no eran problema suyo. Era una pena que su matrimonio hubiera sido tan desastroso, desde luego, pero no podía evitar resentirse de la forma en que Mal la había comparado con Lisa. Ella no había roto ningún matrimonio, ni privado a ningún padre de su hijo. Había sido Glyn quien la había dejado. Lo único que había hecho era conservar el trabajo que tenía. ¿Qué podía tener eso de malo?
Al menos ahora comprendía la razón del distante comportamiento de Mal. Era amable pero siempre se mostraba alerta, y sonreía muy pocas veces. En algunas ocasiones, Copper había sentido su mirada sobre ella con una expresión que nunca había podido discernir… pero que le había hecho desear gritarle que ella no era ni mucho menos como Lisa.
A veces, Copper se sorprendía odiando a Lisa por haber convertido al Mal que tan bien recordaba en aquel ser frío y reservado. Y en otras ocasiones, como ahora, mientras yacía despierta en la oscuridad, se había sorprendido envidiándola. Había sido una mujer muy hermosa, según le había informado Mal. Debía de haberla amado mucho. Se había casado con ella, se la había llevado a Birraminda y había hecho todo lo posible para que se quedara.
Lo cual significaba que no Mal no había tardado mucho tiempo en olvidarla a ella. Megan ya tenía cuatro años y medio, así que debía de haberse casado con Lisa al menos hacía cinco, seis si se tenía en cuenta el hecho de que el matrimonio ya estaba fallando antes de que la niña fuera concebida. Y eso significaba también que un año después de su idílico encuentro en aquella playa del Mediterráneo, Mal se había desentendido de ella para casarse con otra mujer.
El pensamiento de que se hubiera olvidado de ella con tanta rapidez la hacía sentirse una entupida, porque su propio comportamiento había sido precisamente el opuesto. Siempre lo había recordado con claridad, incluso cuando ya no existía esperanza alguna de que volviera a verlo. Aquellos tres días que pasaron juntos en Turquía habían sido tan maravillosos que, simplemente, le resultaba imposible pensar que no hubieran tenido ninguna continuación, ninguna consecuencia. Solía inventarse interminables excusas para explicarse por qué Mal nunca se había puesto en contacto con ella en Londres, tal y como le había prometido, pero ni una sola vez se le había ocurrido pensar que se había enamorado de otra mujer.
Quizá Mal nunca hubiera estado realmente enamorado de ella. Quizá sólo había sido para él una chica más que conoció en una playa. Ese pensamiento se hundió en el corazón de Copper como un cuchillo.
Al menos así le resultaría más fácil fingir que no le importaba que Mal la hubiera despreciado, calificándola de mujer egoísta, fría, obsesionada por su propio trabajo. Lo único que tenía que hacer era convencerlo de que cediese Birraminda a Viajes Copley… ¡entonces se sentiría más que contenta de volver a Adelaida y olvidarse de una vez por todas de él!
Pero conforme los días fueron pasando, Copper casi empezó a olvidarse del motivo principal de su viaje a Birraminda. Había llamado a su padre para explicarle que se quedaría allí para defender extensamente su proyecto, pero se había atenido a su palabra y todavía no le había hablado de ello a Mal.
La mayoría de las tardes salían a cabalgar con Megan. Y Mal le enseñaba las partes más alejadas de la granja. Durante los primeros días, llevaba un cuaderno donde apuntaba notas y medidas, por ejemplo de la pista de aterrizaje donde Mal tenía una avioneta particular pero después todo aquello empezó a perder importancia.
Sin un contacto diario con su oficina, el negocio había empezado a convertirse en algo irreal para ella. Lo verdaderamente real era la radiante luminosidad del interior, o el rostro alegre de Megan; el sonido de los pájaros cantando en los árboles o la manera en que Mal escrutaba el vacío horizonte sin fin.
Y le encantaba estar con Megan. Le había enseñado a escribir su nombre, le leía cuentos y jugaba con ella. Cada tarde, Copper la acostaba y le daba un beso de buenas noches antes de que entrara Mal. El tierno abrazo que le daba la pequeña era suficiente para que sintiera que aquella jornada de duro y esforzado trabajo había merecido la pena.
– Mira, papá, ¡me estoy lavando el pelo! -le dijo la niña a su padre una tarde, mientras se lavaba la cabeza con champú en la bañera.
Copper estaba de rodillas al lado de la bañera y, al ver a Mal, se incorporó sobresaltada, y disgustada también porque, después de diez días, seguía sin acostumbrarse a sus inesperadas apariciones. Había estado haciendo reír a la pequeña cantando con un vaso de plástico pegado a la boca y, ruborizada, se lo quitó rápidamente al ver la expresión entre burlona y sorprendida de Mal. ¿Por qué cuando más empeño ponía en parecer una mujer fría y profesional, Mal siempre se las arreglaba para sorprenderla haciendo el ridículo?
– Has vuelto temprano -le comentó ella, resentida.
– Lo sé -repuso Mal con irritante tranquilidad-. Pensé que éste sería un buen momento para que me explicases tu proyecto del campamento turístico.
– ¡Oh! -Copper se sentó sobre los talones, sujetándose un mechón de pelo detrás de la oreja con gesto nervioso. Se había arremangado la camisa y el vaso de plástico le había dejado un círculo rojizo en torno a la boca-. ¿Ahora?
– Después de ducharme acostaré a Megan; así mientras tanto tú podrás preparar los documentos que necesites. Luego, podremos discutir tranquilamente sobre ello.
– Bien.
Copper se dijo que si Mal iba a tomar una ducha, ella también. No podía enfrentarse con él tal como estaba, cansada y sudorosa después de una jornada de duro trabajo. Aquélla era su gran oportunidad y no podía desaprovecharla.
Poco después, mientras se duchaba, intentó fortalecer aun más su resolución. Pensó en su padre, que estaría esperando ansioso la decisión de Mal, y en la manera en que estaba decayendo la demanda de Viajes Copley. Necesitaban desesperadamente un nuevo proyecto que cautivara la imaginación de la gente, y las excursiones a Birraminda podrían colocarlos a la cabeza del negocio turístico. Si Mal se negaba, podrían hablar con otros propietarios, pero su padre había puesto todo su corazón en Birraminda… y, en cualquier caso, a esas alturas tardarían demasiado tiempo en cerrar un trato con otros granjeros. ¡Mal tenía que aceptar!
Copper se puso un vestido de color crema, compuesto de una falda plisada y una chaqueta corta. Cuando se miró en el espejo pensó que ofrecía un aspecto fresco y a la vez profesional. Desde su habitación podía escuchar a Mal acostando a Megan, y salió al pasillo con sus carpetas bajo el brazo con la idea de revisar antes su proyecto.
– ¡Estás impresionante! -le comentó Brett silbando de admiración, cuando Copper entró en la cocina para sacar la cena del horno.
Copper pensó que le resultaba imposible que Brett no le cayera bien. Era egoísta, frívolo e irresponsable, pero incluso cuando flirteaba con ella, Copper no podía menos que echarse a reír cuando precisamente más quería expresarle su desaprobación. Cada vez que lo veía se quedaba impresionada por su atractivo, pero sus súbitas apariciones jamás surtían el más ligero efecto sobre ella, y no se le aceleraba el pulso del corazón…, lo cual era bastante extraño, teniendo en cuenta la manera en que reaccionaba ante Mal.
Después de cerrar la puerta del horno, Copper se volvió para sonreír a Brett.
– ¿Habéis tenido mucho trabajo hoy?
– Ha sido un día frenético -respondió Brett con tono perezoso-. Mal no parece darse cuenta de que los días sólo tienen veinticuatro horas -levantó la tapa de la olla para oler satisfecho el guisado-. A propósito, ¿dónde está el negrero?
– Acostando a Megan.
– Oh, bien, así que por el momento lo tenemos fuera de juego -exclamó con expresión radiante, y deslizó un brazo por la cintura de Copper-. Nunca tenemos la oportunidad de hablar a solas tú y yo. Mal siempre anda por ahí y no le gusta que me acerque a ti. ¿No lo has notado?
Copper sí lo había advertido. Mal había decidido no dejarla sola con Brett, aunque resultaba obvio que ella no estaba interesada en él. En cualquier otro hombre, aquel comportamiento habría sido considerado como celoso, pero Copper albergaba la penosa impresión de que ella la última mujer por la que podría estar interesado.
– Tiene muchas cosas en la cabeza -le dijo a Brett.
– Yo también -repuso él-. Unos ojos verdes tan preciosos como los tuyos son capaces de hacer estragos en el ritmo cardíaco de un hombre como yo. ¿Te ha dicho alguien alguna vez que tienes una sonrisa encantadora, Copper?
Copper pensó que si Mal le hubiera puesto la mano en la cintura de esa manera, se habría derretido de emoción; con Brett, sin embargo, la sensación era muy diferente y se echó a reír.
– ¿Por qué tengo la extraña sensación de que ya has usado esa táctica antes?
– Pero si nunca la he utilizado antes, de verdad. -Sonrió Brett-. Te lo juro, eres la chica más bonita que ha pasado por esta casa y estoy desesperadamente enamorado de ti. ¿Por qué no correspondes a mis sentimientos?
– Es una cuestión de gustos -repuso Copper, sacudiendo la cabeza con gesto burlón-. Triste, ¿no?
– Sí, es una pena -asintió Brett-. Una chica tan preciosa como tú debería estar enamorada de alguien. ¿No habrás cometido la estupidez de enamorarte de Mal, verdad? El es un tipo duro, ¡y te lo pasarías mucho mejor conmigo!
Resultaba evidente que estaba bromeando, pero Copper se apartó de él como si le hubiera quemado su contacto.
– ¿Enamorarme de Mal? -Le espetó con innecesaria vehemencia-. ¡Qué idea tan ridícula! ¡Por supuesto que no me he enamorado de Mal!
– Ahora que ya hemos aclarado eso, ¿crees que podrías ir a darle a Megan un beso de buenas noches?
Al oír la fría voz de Mal desde el umbral de la puerta, Copper giró sobre sus talones, ruborizada.
– Luego, si quieres, podríamos hablar de tu proyecto… ¿o es que estás ocupada con Brett?
– No… No, claro que no -balbuceó Copper, pero Brett se limitó a sonreír.
– Pues sí, estamos ocupados -comentó alegremente-. Estoy extremadamente ocupado intentando convencer a Copper de que se enamore de mí… ¡pero por el momento sólo hemos dejado en claro que no lo está de ti!
– Eso he oído -repuso Mal con expresión inescrutable.
– Yo… ¡ejem!… voy a darle el beso de buenas noches a Megan -se apresuró a decir ella. Intentó recoger sus carpetas de la mesa de la cocina, pero estaba tan nerviosa que se le cayó al suelo la mayor parte.
Mal le sostuvo la puerta abierta con irónica cortesía.
– Estaré en mi despacho -le dijo.
Poco después, cuando se inclinaba para besar a Megan en la mejilla, Copper se preguntó qué tenía de malo que Mal la hubiera oído decirle a Brett que no estaba enamorada de él.
Era algo completamente cierto. De acuerdo, estaba lo de Turquía, pero aquello había sido un amor de juventud, y en cualquier caso, ya eran personas diferentes. Mal no estaba enamorado de ella y ella tampoco de él.
Pero entonces ¿por qué sentía ese extraño temor de verlo, de enfrentarse con él?, le preguntaba una voz interior. Copper suspiró profundamente. El futuro entero de Viajes Copley estaba en juego mientras ella estaba allí, vacilando, titubeante. «Deja de comportarte de una manera tan patética. Simplemente entra en su despacho y demuéstrale a Mal lo que eres capaz.», se amonestó.
– Adelante -le dijo él cuando Copper llamó al despacho reuniendo toda la confianza de que fue capaz. Luego rodeó su escritorio para cerrar la puerta a su espalda-. Siéntate.
Aquellas formalidades resultaban un tanto desconcertantes, pero Copper hizo acopio de coraje. Intentando ignorar el ambiente de tensión, abrió una carpeta y sacó el proyecto de campamento que había diseñado su padre para el abrevadero y un fajo de dibujos artísticos sobre el mismo.
Copper estuvo hablando durante cerca de una hora. Y durante todo ese tiempo, fue demasiado consciente, a su pesar, de la presencia de Mal inclinado sobre los planos, de su poderoso cuerpo tan cerca del suyo, de su excitante perfil mientras contemplaba los proyectos. Al final, se quedó callada. Había hecho todo lo posible y sólo le quedaba escuchar su decisión.
– No estoy segura de que pueda explicarte nada más a estas alturas -añadió con cautela mientras comenzaba a recoger los documentos-. Evidentemente, todavía hay muchos detalles que resolver, pero en esta etapa realmente nos gustaría llegar a un acuerdo contigo desde el principio.
Copper no tenía forma de adivinar lo que pensaba Mal acerca de todo eso. Con expresión inescrutable, se levantó del escritorio para acercarse a la ventana.
– Este proyecto significa mucho para ti, ¿verdad? -le preguntó cuando se volvió al fin para mirarla.
– Sí, así es -respondió sincera.
– Sólo me estaba preguntando hasta dónde estarías dispuesta a llegar para convencerme de que lo aprobase.
Y no me estoy refiriendo al dinero. Me estoy refiriendo a lo que estarías dispuesta a ofrecerme personalmente.
– ¿Personalmente? -Copper se echó a reír, nerviosa-. Supongo que eso depende del tipo de cosas que tengas en mente.
– Digamos el matrimonio, por ejemplo.
– ¿Matrimonio? ¿Qué matrimonio? -preguntó Copper, paralizada.
– El tuyo y el mío -repuso Mal con tono tranquilo.
La joven tuvo la extraña sensación de que el suelo cedía bajo sus pies, y se dejó caer en la silla, todavía con las carpetas en la mano.
– ¿Se trata de algún tipo de broma?
– Créeme, no estoy de humor para bromas -dijo Mal-. Te estoy ofreciendo un trato muy serio. Es éste, podrás hacer realidad tu proyecto turístico en el abrevadero si te casas conmigo. No estoy hablando de un compromiso para toda la vida -continuó mientras ella lo miraba absorta-. Estoy pensando en un período de unos tres años…
– ¡Pero… pero eso es una locura! -exclamó-. ¡Tú mismo dijiste que no querías casarte!
– No quiero hacerlo, pero lo haré. Necesito una esposa -Mal recogió un mensaje de fax de unos documentos que estaban sobre su escritorio-. Hoy he recibido esto de la agencia. Han encontrado a una chica que está dispuesta a firmar un contrato de corta duración, pero ya me estoy imaginando lo que va a suceder. Estará bien durante una semana o dos, pero luego empezará a aburrirse, Brett se considerará en la obligación de distraerla, y luego estallará en sollozos para tomar el primer autobús para Brisbane. Mientras tanto, Megan volverá a quedarse sola, abandonada por otra extraña justo cuando había empezado a acostumbrarse a ella -dejó el documento sobre la mesa, con gesto cansado-. He estado pensando en lo que me dijiste acerca de tu proyecto aquel día, y he llegado a la conclusión de que tienes razón.
– ¿De verdad? -inquirió Copper, estupefacta-. ¿Qué es lo que te dije?
– Dijiste que un matrimonio no tenía que ser por fuerza como el que yo tuve con Lisa, y cuanto más pienso en ello, más me convenzo. Un acuerdo de negocios en el que ambas partes conocieran claramente sus compromisos sería un tipo de matrimonio completamente diferente.
– No era ése precisamente el tipo de matrimonio al que me refería -repuso ella con un leve suspiro, pero Mal no la estaba escuchando.
– Eso sí que tiene sentido -añadió él mientras empezaba a pasear por la habitación-. Así contaría con un ama de llaves permanente y Megan vería en ella a una madre. Tres años no es lo ideal, pero sí supone mucha mayor seguridad por el momento. Y… ¿quién sabe?… el matrimonio podría ser un éxito y podríamos renegociar las condiciones para un tiempo mayor.
– ¡No puedo creerlo! -Exclamó Copper, incrédula-. ¡No me estarás pidiendo en serio que me case contigo para resolver los problemas que tienes con tu ama de llaves!
– ¿Por qué no? Tú eres perfecta -Mal dejó de pasear por el despacho y se detuvo junto a ella, mirándola desapasionadamente-. Lo más importante es que eres muy buena con Megan y que a ella le gustas. En segundo lugar -añadió-, parece que no te tomas a Brett en serio. Y tercero, cuando estabas hablando con él, le confesaste que no estabas enamorada de mí.
Copper bajó la mirada a la carpeta que sostenía en el regazo.
– La mayoría de los maridos considerarían eso como un defecto -repuso, sorprendida ella misma de su tono tranquilo.
– Ya tuve una esposa que decía que me quería, y no deseo otra. No, tú misma me dijiste que no eras una mujer romántica, y eso me conviene. Quiero a alguien que pueda considerar el matrimonio como un trato de negocios; que no albergue ni complejos sentimientos ni falsas expectativas.
– ¿Y qué es lo que saco yo de ese trato?
– Yo creía que resultaba evidente -repuso sorprendido-. Consigues la oportunidad de administrar tu negocio en Birraminda. Puedes pensar lo que quieras sobre los guías de grupo y las operaciones logísticas, pero un proyecto de este tamaño necesita de alguien que lo dirija directamente, in situ. Sólo organizar el abastecimiento va a significar un trabajo a tiempo completo, ¿y quién va a encargarse de eso cuando tus grupos de turistas en Birraminda exijan gas, o servicio de teléfono, o alguien que les cambie una rueda pinchada? No puedes hacer todo eso desde Adelaida, así que tendrás que quedarte aquí como supervisora.
– Una cosa es administrar un negocio, y otra muy distinta casarme -señaló Copper, todavía sin poder creer que estuvieran discutiendo una idea tan descabellada.
– Sería como realizar dos trabajos al mismo tiempo -dijo Mal-. Yo ni siquiera te estoy exigiendo que escojas entre tu marido y el negocio, ¿verdad? -Cruzó los brazos sobre el pecho, mirándola directamente a los ojos-. Escucha -continuó como si estuviera hablando de la cosa más razonable del mundo-. Jamás te habría sugerido esto si no me hubieras puesto al tanto de tu situación en Adelaida. Estás sola, tu novio te abandonó para irse con otra mujer y tus amigos se sienten incómodos. Casarte conmigo sería la excusa perfecta para un cambio de aires.
– ¿No crees que el matrimonio sería una solución demasiado extremada para la situación que estoy viviendo? -preguntó Copper con tono irónico-. Podría conseguir un empleo en otro Estado si necesitara desesperadamente escapar…
– Yo te estoy ofreciendo ese empleo -replicó Mal-. No tienes por qué estar desesperadamente enamorada para trabajar con alguien.
– ¡No, pero eso ayuda cuando estás casada con él!
– Según mi experiencia, es precisamente al contrario. Tú misma dijiste que sólo estabas interesada en tu negocio. Bueno, pues por mí no hay problema… te estoy ofreciendo la oportunidad de que me lo demuestres. Puedes quedarte aquí como mi esposa y asegurarte de que tu proyecto tenga éxito, o negociar con el propietario de otra granja para que acepte todo ese lío que vas a montar. En cualquier caso, apostaría a que te vas a pasar la mayor parte del tiempo resolviendo problemas in situ, así que contarías con más posibilidades si te quedaras aquí, en Birraminda, donde tendrías mucha más influencia.
– Vamos a hablar claro -dijo Copper, irguiéndose-. Dejarás que Viajes Copley disponga de Birraminda si consiento en casarme contigo, pero si no… Mi proyecto estará condenado al fracaso. ¿Es eso?
– Efectivamente -asintió Mal, contento de que lo hubiera comprendido con tanta rapidez.
– ¡Pero eso es chantaje!
– Yo prefiero verlo como una cuestión de prioridades -repuso Mal, encogiéndose de hombros-. Yo ya tengo la mía: Megan. Lo único que tienes que decidir es cuál es la tuya.
Copper pensó que aquello era un desafío. No sabía si reír, llorar o simplemente armarse de valor e impresionarlo permaneciendo tan fría como un témpano de hielo, cuando por dentro se sentía terriblemente confundida. Todo lo que sabía era que, silos sueños de su padre no corrieran el riesgo de fracasar tan estrepitosamente, le lanzaría a Mal su propuesta a la cara con el desprecio que se merecía, antes de salir de su despacho dando un portazo. Bajando la mirada, se levantó.
– Yo… me lo pensaré -dijo mientras terminaba de recoger sus carpetas con dedos temblorosos.
– De acuerdo -asintió Mal, abriéndole la puerta-. Esperaré a que tomes una decisión.
Cuando salió del despacho, Copper se quedó mirando incrédula la puerta cerrada, apretando las carpetas contra su pecho. Mal no había pronunciado una sola palabra de estímulo, de confianza, no había hecho ningún intento de persuadirla. ¿Acaso no podía haber demostrado un mínimo interés por ella como persona? Evidentemente. nunca iba a declararle amor eterno a ninguna mujer después de su primera experiencia matrimonial, pero al menos podía haberle dicho que la encontraba atractiva, o que le gustaba… Eso habría sido mejor que nada. En cualquier caso, su propuesta era ridícula. Se negaría a aceptarla, por supuesto.
Durante toda la cena Copper, permaneció distraída, ignorando los burlones comentarios de Brett acerca de su larga entrevista con su hermano, solamente consciente de la presencia de Mal sentado a la cabecera de la mesa. Si estaba preocupado acerca de la decisión que iba a tomar, evidentemente no daba ninguna muestra de ello. No le sonrió, ni siquiera hizo esfuerzo alguno por incluirla en la conversación. Simplemente se sentó allí y se puso a hablar… ¡de vacas!
Copper estaba tan irritada que decidió no pensar siquiera en su propuesta. El problema era que no podía evitarlo; tomó perfecta conciencia de ello cuando se acostó aquella noche con la yana intención de conciliar el sueño. Poco antes, cuando se dirigía a su habitación, pasó un momento por la de Megan con la intención de arroparla, al ver que se había destapado. Mientras le acariciaba tiernamente el cabello la oyó suspirar y murmurar algo en sueños, y sintió que se le encogía el corazón. Y pensó que quizá hubiera peores maneras de pasar los próximos tres años… que asegurándose de que aquella pequeña recibiera todo el amor y la seguridad que tanto necesitaba.
En un principio, había pensado en volver a Inglaterra para pasar un par de años trabajando allí, una vez que el proyecto de Birraminda empezara a funcionar. Recientemente habían contratado a una nueva persona, muy prometedora, para que se hiciera cargo de las tareas de administración de la empresa, así que su partida no le dolería tanto a su padre… Eso significaría un conveniente cambio de aires, y le proporcionaría una oportunidad para librarse de la humillante simpatía de sus amigos. ¿Por qué, en vez de eso, habría de pasar los siguientes tres años en Birraminda? ¿Qué diferencia podría suponer para ella?
La diferencia estaba en Mal. El solo pensamiento de casarse con él le provocaba escalofríos. «Un trato de negocios», había dicho Mal, pero ¿cómo podía pretender que un matrimonio se transformara en eso? ¿Dormirían tranquilamente en habitaciones separadas por las noches, como lo hacían ahora, o compartirían un dormitorio? ¿Esperaría Mal que ella durmiera cada noche a su lado, en la misma cama?
Una ama de llaves o una esposa; ¿qué era lo que realmente deseaba Mal? ¿Y hasta qué punto podría ella soportar serlo?
Agotada, al fin se durmió, y al despertarse se quedó sorprendida al descubrir que se sentía mucho más tranquila. Incluso fue capaz de sostener una tranquila conversación con Mal acerca de las tareas de la granja. Por la mañana, tomó conciencia de que lo único que le importaba no era si Mal dormiría o no con ella, sino el efecto que le causaría a su padre si se negaba a casarse con él y, en consecuencia, fracasaba su ansiado proyecto en Birraminda.
Dan experimentaría una amarga decepción al perder aquella granja, a la que había considerado el lugar ideal. Se quedaría frustrado al ver retrasado su proyecto, y deprimido por la perspectiva de tener que empezar otra vez desde cero. Era lo último que necesitaba en aquel momento, cuando el futuro de su empresa se hallaba en peligro. Si Copper volvía a su casa sin haber conseguido el consentimiento de Mal, tendría la sensación de haberle fallado.
En cierta ocasión, cuando terminó sus estudios en la universidad, Copper había tenido que elegir entre pasar dos días trabajando y estudiando en Europa, o ayudar a su padre en la empresa durante un período particularmente difícil. Dan la había animado a marcharse mientras pudiera, ya que era el momento más adecuado de su vida, pero al tener que hacer frente a tantas dificultades solo, había sufrido su primer ataque al corazón. Y Copper, cuando volvió de Inglaterra jamás pudo perdonarse a sí misma haberlo abandonado. No; ya le había fallado a su padre una vez, y no volvería a hacerlo de nuevo.
En aquel momento, Megan se encontraba cómodamente sentada ante la mesa de la cocina, observando un dibujo de su propia creación titulado Dos caballos en un prado. La niña le había explicado el significado de un garabato casi idéntico, en el que Copper había creído ver un tercer caballo; lo había hecho de manera desdeñosa, como si la sorprendiera su ignorancia en cuestiones artísticas:
– No es una casa, ni tampoco un cocodrilo… Es papá. ¿No te das cuenta?
Copper no pudo evitar pensar que habría preferido mil veces enfrentarse a un cocodrilo antes que con su padre. Estas eran sus reflexiones mientras marcaba el número de sus padres en su teléfono móvil. No tenía intención de pedirles consejo… ya que se quedarían de piedra si supieran lo que pretendía hacer…, pero necesitaba hablar con ellos antes de tomar una u otra decisión.
– Papá está mucho mejor -le informó su madre, Jill. Había bajado la voz para que Dan no pudiera oírla desde el dormitorio, donde se hallaba descansando-. Ya sabes que se preocupa demasiado, y estaba muy inquieto por el resultado de tus gestiones en Birraminda… Pero desde que nos llamaste para decirnos que ibas a quedarte allí una temporada, se encuentra mucho más tranquilo. Creo que piensa que eso es una buena señal, y ya me está volviendo loca con sus planes. Hacía mucho tiempo que no lo veía tan optimista -le confió-. Eso le ha hecho mucho bien y los dos te estamos muy agradecidos, querida.
– Mal… el señor Standish… todavía no se ha comprometido a firmar nada -dijo Copper. Sentía la necesidad de advertirla, pero aparentemente su madre se mostraba tan confiada como su padre.
– No podría negarse cuando tú ya llevas allí cerca de dos semanas, ¿verdad? Y a propósito, ¿cómo es él?
– continuó, antes de que Copper pudiera contestar-. Tu padre no es muy locuaz. Simplemente dice que no es ningún estúpido. ¿Está casado?
– No -respondió Copper, después de una breve vacilación.
– Ah -exclamó su madre, de manera especialmente significativa.
– No seas tonta, mamá -repuso Copper, molesta-. ¿Quieres pasarme con papá?
Dan se mostró encantado de hablar con ella, y tanto le habló de sus planes que Copper apenas pudo abrir la boca.
– Bueno, ¿cómo te está yendo con Mathew Standish?
– le preguntó al fin, optimista-. ¿Ya habéis llegado a la etapa en que podemos hablar de firmar un contrato?
Copper miró entonces a Megan, inclinada sobre su dibujo, y luego al teléfono que tenía en la mano.
– Sólo quedan un par de detalles por arreglar, papá -dijo lentamente-, y luego podremos firmar ese contrato.
– ¡Buena chica! -exclamó Dan, exultante -¡Sabía que no me fallarías!
– No -pronunció Copper casi para sí misma mientras cortaba la conexión-. No te fallaré, papá -cuidadosamente recogió la antena y dejó el móvil sobre la mesa.
Al parecer, ya había tomado una decisión.