Capítulo Diez

– ¿Tu dama de honor? ¿Es que te vas a casar?

Annie asintió.

– Oh, Annie, me alegro mucho por ti -dijo Robin, levantándose de la silla en la que estaba sentada, en el porche de su madre.

– ¿De manera que lo conseguiste?

– Pues sí -respondió Annie, abrazando a su amiga.

Así que la historia de Derek y Annie iba a tener un final feliz, pensó Robin mientras un nudo se le formaba en el pecho.

– Enséñame el anillo -le pidió a su amiga.

Annie levantó la mano izquierda y el diamante brilló bajo el sol de la mañana.

– ¡Es fantástico! -exclamó Robin, sintiéndose de pronto un poco celosa.

Aunque lo cierto era que Jake también le había pedido a ella que se casara con él. Pero le había dicho que no.

– ¿Quién lo habría pensado? -dijo Annie, sonriendo-. Derek y yo. Nunca pensé que pudiera llegar a ser tan feliz.

– ¿Cuándo os casáis? -el avión de Robin salía aquella misma tarde, pero pensó que no tendría ningún problema para conseguir algún día libre más adelante, cuando se celebrara la ceremonia.

– El viernes -contestó Annie.

– ¿Este viernes?

Annie asintió con una sonrisa radiante.

– Pero si solo faltan cinco días -Robin tardaría dos días en llegar a Toronto, así que apenas tendría tiempo de ir y volver-. ¿Y a qué viene tanta prisa?

– Bueno, es que estamos impacientes porque Derek quiere que esperemos a la noche de bodas para acostarnos juntos -le confesó su amiga en voz baja-. ¿Es que no vas a poder quedarte?

– Lo intentaré -le prometió Robin.

Sí, iba a ser la boda de Annie, y su relación con Jake no tenía nada que ver en ese asunto. Así que llamaría a Wild Ones y les pediría una semana más de vacaciones.


– Está bien -le dijo Harold Rawlings, el vicepresidente de Wild Ones-, entiendo que quieras quedarte. ¿Te parece que te mande por fax los informes de la semana pasada para las nuevas rutas? Así podrás adelantar algo de trabajo.

– Claro -respondió Robin, aliviada por lo bien que se había tomado Harold la noticia-. Voy a buscar un sitio para que puedas mandarme el fax y volveré a llamarte para darte el número.

– De acuerdo. Lorraine es quien tiene los informes, así que llámala directamente a ella para que te los envíe.

– Muy bien. Gracias por todo, Harold.

– A propósito, ¿qué tal te lo estás pasando en ese sitio… cómo dijiste que se llamaba?

– Forever.

– Cierto, Forever. ¿Te lo estás pasando bien en Forever?

– Sí -afirmó Robin.

Y era cierto. Estaba encantada de haber pasado unos días allí con su familia y sus viejos amigos. Lo de la boda de Annie le hacía además mucha ilusión. Aquello sería todo un acontecimiento en Forever.

– Me alegro, pero no te acostumbres. Te necesitamos de vuelta al trabajo.

– No te preocupes -respondió ella-, volveré en una semana. Te lo garantizo.

– Muy bien.

De pronto, empezó a oírse otra voz al fondo.

– Ah, sí -añadió Harold-. Lorraine me está diciendo que si hace falta, estamos dispuestos a subirte un diez por ciento el sueldo para que vuelvas.

– No será necesario -aseguró Robin.

– Y también te daremos un apartamento en las islas Vírgenes.

Robin soltó una carcajada.

– No tenéis por qué sobornarme.

– Necesitamos que vuelvas cuanto antes -se oyó decir a Lorraine al fondo.

– Dile que es solo una boda -dijo Robin-. Os aseguro que no me ha contratado la competencia. El lunes mismo estaré de vuelta en el despacho.

– Que le lo pases bien en la boda -le deseó Harold.


El jueves por la noche fue el ensayo de la boda. Al fin, Jake iba a coincidir con Robin, que había estado evitándole toda la semana. Ella había acompañado a Annie a comprar los vestidos, a elegir las flores y terminar de hacer todos los preparativos para la ceremonia.

Annie, a pesar de todo lo que había tenido que hacer, había conseguido sacar algo de tiempo para estar con Derek. Pero Robin no le había dedicado ni un solo instante a Jake. Así que él no sabía cómo pensaba quedarse embarazada, si ni siquiera quería estar en la misma habitación que él.

En esos momentos, él y Derek estaban en la puerta de la iglesia, esperando la llegada de Robin, de Annie y del padre de esta. Cuando aparecieron, entraron todos juntos en el vestíbulo de la iglesia.

– Primero la dama de honor -les instruyó el pastor-. En cuanto la música empieces a sonar… muy bien… ahora.

Después de hacerle un comentario entre risas a Annie, Robin entró en el pasillo central y comenzó a andar hacia el altar. Su mirada vagó del órgano a las vidrieras. Todo con tal de no mirar a Jake.

Pero a medio camino, no pudo evitar mirarlo. Jake pensó que ella seguramente se habría fijado en lo mucho que la deseaba. El estar junto a ella en el pasillo central de una iglesia y yendo hacia el altar era como un sueño hecho realidad.

Se fijó en que ella, sin embargo, parecía asustada por su presencia y su paso se había vuelto inseguro.

– Ahora, la dama de honor debe situarse a la izquierda -le dijo el pastor-. Exactamente ahí, muy bien.

Robin miró a Annie, parpadeando. Jake sintió ganas de abrazarla al verla tan vulnerable.

– Ahora empieza a sonar con fuerza la marcha nupcial -comentó el pastor, haciendo un gesto al músico con las manos-. Los asistentes se ponen en pie y la novia sale al pasillo central en dirección al altar. El novio entonces debe tratar de calmar sus nervios y aparentar estar feliz.

Derek se echó a reír, comprendiendo que se trataba de una broma.

Pero el novio y la novia no parecían estar muy nerviosos. La que preocupaba a Jake era la dama de honor. ¿Qué le ocurriría a Robin? Estaba blanca como la pared.

Después de dejar a Annie frente al altar, su padre ocupó su sitio. Annie al ver lo pálida que estaba Robin, se acercó a ella.

– ¿Estás bien? -susurró.

Robin asintió y simuló una débil sonrisa.

– Ahora la novia y el novio tienen que ponerse mirándose el uno al otro.

Robin empujó a su amiga para que se pusiera en su sitio.

– ¿El padrino tiene los anillos? -preguntó el pastor.

– Sí -afirmó Jake.

– ¿Y seguro que el padrino no se los olvidará mañana?

Derek volvió a soltar una carcajada, consciente del sentido del humor del pastor.

– El padrino dormirá con ellos esta noche -contestó Jake.

– Vaya, parece que el padrino es muy ingenioso -comentó Derek.

– Ahora el novio y la novia deben darse la mano, hacer sus promesas y yo les declararé marido y mujer. Luego se besarán.

– ¿Podemos ensayar esa parte?

– Después -dijo Annie.

Jake miró hacia Robin, pero ella apartó la mirada inmediatamente. ¿Qué le pasaría? ¿Sentiría vergüenza porque hubieran hecho el amor? Pues no tenía nada de lo que avergonzarse. Había sido una amante sensible y apasionada.

– Finalmente, firmaréis en el registro y yo os presentaré ante todos como el señor y la señora Sullivan. Mientras los asistentes comienzan a aplaudir, la dama de honor devolverá el ramo a la novia y los recién casados saldrán otra vez al pasillo central y se dirigirán a la salida, uno del brazo del otro.

El pastor se volvió hacia Jake y Robin.

– El padrino y la dama de honor los seguirán también uno del brazo del otro.

Jake le ofreció el brazo a Robin y ella se agarró a él débilmente y mirando hacia otra parte. Jake sintió cómo le temblaba la mano.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó.

– Sí.

– Pues estás temblando como una hoja.

– No es nada.

– Robin…

– Por favor, Jake.

Cuando llegaron al vestíbulo, Derek y Annie estaban allí, esperándolos.

– No ha estado mal, ¿eh? -dijo Derek.

Robin soltó el brazo de Jake y se apartó de él. Aquello no tenía sentido, se dijo Jake. ¿Quizá hubiera cambiado de idea respecto a lo tener el niño?

– Claro, porque estábamos solos -replicó Annie-, pero espérate a mañana, cuando toda la ciudad esté observándonos.

– Muy bien -dijo el pastor, detrás de ellos-, pues ya hemos acabado. Os espero mañana a las cuatro. El novio debe estar diez minutos antes y la novia llegará dos minutos tarde para hacerle sudar -comentó, guiñándole un ojo a Annie.

– No te atreverás -bromeó Derek.

Annie se echó a reír.

– Ahora vamos a reunimos con la madre de Annie en el Fireweed -le dijo Derek al pastor-. ¿Le apetece acompañarnos?

– Muchas gracias. Será un placer.


A Robin le dio un ataque de claustrofobia. No aguantaba más allí dentro, necesitaba respirar aire fresco. Así que salió rápidamente de la iglesia y tomó al camino que llevaba al río. En un momento, no aguantó más y se echó a llorar.

No podía dejar de pensar en lo felices que eran Derek y Annie. Al día siguiente se casarían entre las felicitaciones de toda la ciudad. Y comenzarían su nueva vida haciendo el amor durante la noche de bodas.

Con el tiempo, llegarían los niños y ambos cuidarían de ellos. Sería una vida perfecta.

Robin se sentía fatal por sentir envidia de ellos, cuando debería estar radiante de contenta porque sus amigos hubieran encontrado la felicidad.

¿Cómo era posible que siendo la dama de honor estuviera tan celosa de ellos?

¿Y por qué de repente prefería la vida que iba a llevar su amiga a la que había pensado para sí? No tenía sentido. Su plan era perfecto y seguía estando decidida a tener un niño ella sola. Su hijo tendría además los mejores cuidados. Tendría las mejores niñeras e iría a los mejores colegios. Ella se encargaría de que no le faltara de nada.

Comenzó a andar más despacio mientras se secaba las lágrimas. No sabía por qué, siendo su plan perfecto, se sentía tan vacía.

– Robin -la llamó Jake, a su espalda.

«No, ahora, no», se dijo Robin.

Necesitaba estar sola. Necesitaba recuperar fuerzas para la cena en el Fireweed.

Oyó los pasos de él detrás, pero sabía que no podía echar a correr, ya que los otros habrían salido también de la iglesia y seguramente los estarían observando.

Si no se paraba a hablar con Jake, sospecharían que algo no andaba bien entre ellos y comenzarían a hacerles todo tipo de preguntas.

Así que terminó de secarse las lágrimas y tragó saliva. Su amiga iba a casarse y ella tenía que ayudarla. Sí, iba a ser la mejor dama de honor que hubiera habido nunca.

Respirando hondo, se dio la vuelta para encararse con Jake.

– Hola, ¿no has traído tu camioneta? Yo quería pasear un rato.

Su brillante sonrisa quizá pudiera engañar a Annie y los otros, que estaban a unos cien metros, pero Jake pudo ver sus ojos enrojecidos por las lágrimas.

– ¿Qué te pasa, Robin?

– Nada.

– ¿Por qué has salido corriendo de la iglesia?

– Quería tomar un poco de aire fresco.

– No te creo.

– Jake, sonríe, di lo primero que se te ocurra, pero no te quedes callado.

– ¿Qué?

– Se están acercando, Jake, y no vamos a estropearles la cena, ¿de acuerdo? -ella se echó a reír, como si él le hubiera gastado alguna broma y luego se separó de él y fue hacia Annie.

– Bueno -dijo, fingiendo limpiarse el sudor de la frente-, pensé que podría ganarle, pero ya veo que me equivoqué.

– ¿Robin? -Annie parecía preocupada por su amiga.

Robin tomó del brazo a Annie.

– Jake siempre me gana corriendo.

Robin podía sentir cómo Jake la miraba mientras andaba hacia ellas.

– ¿Le has contado ya a Derek lo del regalo de Connie?

– ¿Qué regalo? -preguntó Derek.

Robin agradeció en silencio a Jake el que hubiera cambiado de tema para sacarla del aprieto.

– No se lo digáis -dijo Annie.

– Solo le diré que tiene encaje -dijo Robin, guiñándole un ojo a Derek.

– Siempre me cayó bien Connie.


En el salón privado de la segunda planta del Café Fireweed, Robin parecía ya de mejor humor. Aquel lugar no era el Ritz, pero servía perfectamente para que una pareja celebrara su compromiso con la familia y los amigos. Una chimenea daba a la sala un aspecto muy acogedor y los amplios ventanales miraban al río y a la puesta de sol.

Robin estaba sentada junto a Jake, en uno de los extremos de la enorme mesa. Después de que el camarero les tomara nota, comenzaron a contar divertidas historias de bodas.

Mientras el pastor les contaba una historia acerca de un novio muy nervioso, Jake se inclinó hacia ella.

– ¿Estás bien?

– Sí.

Y era cierto. Ya se le habían pasado los celos y se sentía feliz por Annie.

Jake le tomó la mano por debajo del mantel.

– ¿Has cambiado de opinión?

El sentir el roce de la mano de Jake, le hizo recordar la noche en la que habían hecho el amor Durante los últimos días, había deseado volver a estar con él.

– ¿Cambiar de opinión respecto a qué?

– Respecto a tener un hijo mío.

– No -respondió ella, girándose para ver si alguno del resto de comensales estaba prestándole atención, pero no era así.

– Y entonces, ¿por qué no hemos vuelto a hacer el amor?

– Jake, este no es el lugar más adecuado para discutirlo.

– Me has estado evitando durante toda la semana. ¿Por qué?

Excelente pregunta. Porque ella sabía que las probabilidades de quedarse embarazada serían mayores cuantas más veces hicieran el amor. Y entonces, ¿por qué no había vuelto a acostarse con él?

La petición de mano de Jake había sido una cosa absurda, ya que no había la más mínima posibilidad de que ella se fuera a vivir a Forever. Pero aquello no terminaba de explicar por qué no había vuelto a hacer el amor con él.

¿Sería porque le había confesado que la amaba?

– ¿Robin?

Sí, el hombre que estaba sentado a su lado la amaba y eso la hizo ponerse, de repente, muy contenta. Pero, ¿la amaba realmente?

¿Cómo podía él saberlo? ¿Cómo podía decirlo?

– Robin, ¿seguro que estás bien?

– Sí, solo un poco emocionada. Ya sabes lo que nos pasa a las mujeres en las bodas.

– Sí, se dice que os ponéis románticas -dijo él con voz grave-. Así que si quieres, te espero en mi casa esta noche.

Ella sintió un pinchazo en el estómago. ¿Ir a su casa? No, seguro que volvería a pedirle que se casara con él.

– No.

– Pues entonces tendrás menos probabilidades de concebir un hijo.

– Bueno, en estos momentos tenemos un ochenta y cinco por ciento. Lo leí en una revista y, con la ayuda de un termómetro, es fácil averiguarlo.

Él se quedó mirándola, muy confuso.

– La temperatura de una mujer aumenta cuando está en un período fértil.

– ¿De veras?

– Sí.

– Y tú…

– La tengo muy alta.

Mientras el resto tomaba café. Robin se levantó y fue a contemplar cómo se ponía el sol tras las montañas. «Un ochenta y cinco por ciento de probabilidades de estar embarazada», se dijo, tocándose el vientre. Pero no podía estar segura.

– ¿Robin? -Derek se puso a su lado, frente a la ventana.

– Hola, Derek, ha sido una cena estupenda -aseguró ella, sonriendo.

– Me alegro de que te haya gustado -dijo él, sonriendo a su vez-. Pero antes de que se me olvide, hay un asunto que quiero discutir contigo.

Ella se preguntó qué querría discutir Derek con ella la noche de su boda.

– ¿Y qué es?

– Los van der Pol se quedaron muy impresionados contigo.

– Gracias, ellos también me cayeron muy bien. ¿Van a vender tus muebles en Holanda finalmente?

– Es bastante probable.

– Estupendo.

– Dentro de un par de semanas, vendrán más clientes. Casi todos los meses recibo a alguien y también suelo ir regularmente a visitar Europa para captar nuevos clientes.

– Eso está muy bien.

Robin se alegraba de que el negocio le fuera bien, pero no sabía por qué quería contarle aquello en esos momentos.

– Robin, te lo cuento porque estoy pensando en contratar a alguien que me ayude en esas tareas. Alguien acostumbrado a viajar y que sepa idiomas.

– Me parece una buena idea.

– Pues quiero que esa persona seas tú.

– ¿Qué? -Robin parpadeó, confusa.

– Que quiero que trabajes para mí.

– Pero… espera un momento. ¿Por qué me lo ofreces a mí?

– Ya te lo he dicho. Los van der Pol…

– Sí, pero tú ya sabes que yo… -de pronto, sus ojos se abrieron de par en par-. ¿Ha sido idea de Jake?

Derek apartó la mirada.

– ¡Derek!

– Está bien, Jake lo sabe. Pero te aseguro que el trabajo es real.

– Pero si sabes que no tengo pensado quedarme en Forever.

– Bueno, Robin, no tienes por qué contestarme ahora.

– Sí que voy a contestarte. Y la respuesta es no.

– Piénsatelo al menos -le pidió Derek antes de darse la vuelta para ir a reunirse con el resto de comensales.

Загрузка...