¿Qué mejor modo de apagar su atracción por Jake? Lo ayudaría a encontrar esposa y así dejaría de pensar en él. De ese modo, él ya estaría atrapado y se volvería inaccesible… Sería perfecto.
– ¿Qué decía el anuncio? -preguntó mientras esparcía las cartas por el sofá.
Entraba una luz suave por la ventana y la lluvia golpeaba los cristales.
Jake esbozó una sonrisa tímida.
– Hombre blanco, soltero, busca…
– No me lo puedo creer -dijo ella, soltando una carcajada.
En ese momento, se oyeron truenos en la distancia.
– …busca mujer para contraer matrimonio. Debe gustarle el aire libre, ser inteligente y estar dispuesta a instalarse en una pequeña localidad del norte.
– Pues parece que hay muchas chicas a las que les gusta el aire libre -había por lo menos cincuenta cartas en el montón. Robin eligió una-. ¡Mira! Te han mandado una foto.
Era una mujer guapa, que llevaba pantalones cortos y una camiseta también corta.
Jake levantó la foto.
– ¿Crees que de verdad será ella?
– Por supuesto. ¿Por qué iba a mandar una foto de otra persona? -Robin comenzó a leer la carta-. Dice que tiene treinta y cuatro años.
– Me parece un poco mayor.
Robin frunció el ceño.
– Ten cuidado con lo que dices. Nosotros tenemos treinta y dos. Dice que le gusta la vida sana, las excursiones, hacer barbacoas… y que tiene un caniche -Robin leyó el siguiente párrafo y no pudo evitar soltar una carcajada.
– ¿Qué pasa?
– Está deseando venirse a vivir al norte -contestó Robin, mirando a Jake por encima de la hoja-. Dice que le encanta North Bay.
Jake hizo un gesto expresivo con los ojos.
– Sí, claro, North Bay. Sin nada alrededor y con Toronto a tres horas de viaje. Vamos a ver otra.
– ¿Hacemos una pila con las que vayas descartando?
– ¿Y por qué no las tiramos todas a la basura? No, espera, Derek también quiere verlas.
Robin dejó la carta sobre la mesilla y abrió el siguiente sobre. Jake se recostó cómodamente en el sofá y esperó a que ella comenzara a leer.
– Otra foto. Oye, esta es igual que Cindy Crawford -aseguró, pasándole la foto.
– Es Cindy Crawford.
Robin sonrió.
– ¿Cindy quiere casarse contigo? Pues será mejor que la contestes cuanto antes o cambiará de opinión.
Jake hizo un gesto con la cabeza y tiró la foto sobre la mesilla de café.
– Otra.
Robin abrió otro sobre.
– Me parece un poco drástico. ¿No hay nadie en el pueblo con quien quieras casarte?
Jake no contestó, pero la miró de un modo significativo.
– Normalmente no.
Pero Robin no se dio por enterada.
No podía hacerlo.
– Mira, ésta tiene veintisiete años. No manda foto, pero dice que le gusta ir de excursión y hacer acampadas -Robin tenía que casar a ese hombre antes de que comenzaran a ocurrírsele estupideces.
– ¿De dónde es?
– De Vancouver. ¡Oh! ¿Te gustan las serpientes?
– No sigas.
– Tiene dos crías de pitón.
Jake gimió.
Robin sonrió.
– Dice que es muy cariñosa con los niños.
– Con los míos no. Otra.
– No te preocupes, Jake, quedan como cuarenta más -abrió otra-. Encontraremos a alguien.
– Le pasaré a Derek a la de las serpientes. ¿Quieres un café?
– Sí, gracias. ¡Oh, Dios mío!
– ¿Qué pasa?
– ¿No es un travestí? -Robin sacó la foto para que Jake pudiera verla.
– ¡Caramba! A mí me daría un poco de miedo tener un hijo con ella. ¡Ésa para Derek! -se levantó-. ¿Cómo te gusta el café?
– Sólo y fuerte. Quizá debieras hacer un viaje a Vancouver o Edmonton para conocerlas.
Robin abandonó las cartas sobre el sofá y siguió a Jake a la cocina. Al parecer, esa clase de anuncios no los contestaba gente muy normal.
– No entiendo que intentes casarte de este modo. Eres inteligente, guapo…
– Gracias -dijo él, destapando la lata del café.
– Creo que si de verdad quieres casarte, te estás poniendo trabas tú mismo. Podías criar caballos en cualquier otro lugar.
Jake apretó los labios y luego dejó la lata de café sobre la mesa con un ruido seco. En ese momento, un rayo iluminó su rostro de facciones duras.
Robin tragó saliva, pero continuó hablando.
– ¿No has pensado alguna vez en irte a una ciudad más grande?
– Sí, lo he pensado -contestó, mirándola seriamente.
– ¿Y?
– Maldije a la mujer que me obligó a hacerlo -fue su respuesta.
– ¡Oh!
Jake puso el café en la cafetera, cuando terminó, cerró la misma y miró a Robin.
– ¿Y tú? Tú también eres una mujer inteligente, guapa…
Robin hizo una mueca mientras miraba hacía el techo con ojos expresivos.
– Gracias.
– ¿Por qué no te has casado?
– He estado en todo el mundo, desde Argentina a Zimbawe, pero no he encontrado al hombre adecuado.
– ¿No se te ha ocurrido ampliar tus opciones?
– ¿A qué te refieres?
– ¿No has pensado nunca en venirte a vivir a Forever?
Robin dio un respingo al estallar un trueno. Miró a Jake mientras la tormenta los envolvía con un aire de extrañeza. El deseo de acercarse a él y abrazarlo, de tenerlo contra su cuerpo, resultó casi insoportable. Pero sabía que aquel hombre suponía una amenaza para su libertad.
Sintió que se le encogía el corazón.
– Terminaría maldiciendo al hombre que me obligara a ello.
Jake no iba a obligarla a quedarse. No importaba el deseo que llenaba sus ojos. Ni tampoco la confusión en la que la tenía sumida. Robin nunca se comprometería a algo así. Quedarse en Forever sería un error impensable.
Estiró la colcha que la cubría.
Robin era fuerte y había tomado una decisión. Cinco días allí no iban a destrozar el trabajo de toda una vida… por muy inteligente y guapo que fuera el hombre. Como le había dicho a Connie, ya no estaban en los años cincuenta, de manera que las mujeres habían dejado de adaptarse en todo a la vida de sus maridos.
Se sacó el termómetro basal de la boca. Tenía un plan de maternidad, un trabajo nuevo en Toronto y se había inscrito en cursos de embarazo y en guarderías. Es decir, que tenía montada su vida fuera de allí.
Se dio la vuelta en la cama y levantó el termómetro para ver cuánto marcaba. Parpadeó al ver la temperatura. Se frotó los ojos y volvió a leerla.
Era algo inesperado.
Ya estaba. Según el termómetro, podría quedarse embarazada durante ese día o los dos siguientes.
Si quería hacerlo, claro estaba.
Si tenía cerca al hombre adecuado.
En otras palabras, si hubiera en Forever alguien suficientemente inteligente y guapo, que pudiera ser un buen padre y que no le importara…
Tragó saliva.
¿Sería capaz de hacer el amor con Jake y marcharse como si no hubiera pasado nada? Eso sí que era una pregunta difícil, se dijo, mordiéndose las uñas.
Él sería el candidato perfecto. No podía pedir un espécimen mejor.
Quizá si se concentrara solo en su meta; si pudiera protegerse emocionalmente; si, como decía Connie, fuera en busca de lo que quería como una apisonadora, sin fijarse en nada más; entonces, quizá podría hacerlo.
Y si pudiera, tendría un hijo que se parecería a Jake. Dentro de un año, aproximadamente, tendría a un niño moreno, o una niña, en sus brazos.
Al pensarlo, notó una especie de calor en el corazón. Se pasó la mano por el vientre y se preguntó qué sentiría al estar embarazada, cómo sería estar esperando un hijo de Jake, porque en esos momentos no podía imaginarse tener un hijo de ningún otro hombre.
– Hola, mamá. Hola, Connie -Robin entró descalza en la cocina, dirigiéndose directamente a la cafetera.
Tuvo que hacer un esfuerzo para contener la extraña mezcla de ansiedad y excitación que bullía en su interior.
– ¿Qué tal estás, hija?
Eunice, la madre de Robin, vestida con una bata de color vino tinto, estaba friendo beicon. La cocina era igual a como la recordaba Robin. Y no podía evitar acordarse de aquellas mañanas en que bajaba y se encontraba en ella a su madre y a su abuela haciendo el desayuno.
Connie se parecía a su padre, que había muerto cuando Robin tenía solo tres años, así que apenas era una sombra para ella. Así que su familia había estado formada por su abuela, su madre y Connie.
– Hace un día precioso -exclamó, dando un suspiro y sonriendo después de servirse una generosa taza de café.
Era agradable volver allí a pasar unos días.
– Como anoche volviste muy tarde -comentó Connie-, creí que te levantarías más tarde.
¿Levantarse tarde? No era lo que tenía pensado para esa mañana. Estaba en un día fértil y tenía que intentar quedarse embarazada.
– ¿No te dijo Jake que estuve ayudando a Derek con unos clientes?
– Sí -contestó Connie.
– Me alegra verte tan contenta -aseguró la abuela, tocando en el brazo a Robin cuando esta pasó a su lado para sentarse a la mesa.
– Buenos días, abuela -Robin se inclinó para darle un beso en la mejilla-. ¿Cómo estás?
– Estupendamente. Los chicos de Connie me van a llevar esta mañana de paseo a ver a los cisnes. En eso Sammy es la viva imagen de su bisabuelo, ¿no crees? Eunice, ¿encontraste mi jersey de lana?
– Sí, mamá.
– No le digas a los niños que la abuela ya sabe cómo son los cisnes -advirtió Connie-. Están muy contentos porque creen que la van a sorprender.
– No les diré nada -prometió Robin.
– ¿Cómo va la búsqueda de esposa de esos dos? -quiso saber Connie.
– No muy bien.
– Deberían habernos pedido ayuda -añadió Eunice.
Robin pensó en que, como en cualquier pueblo, en Forever era imposible guardar ningún secreto.
– ¿Qué te parece Derek? Es un buen chico, ¿verdad? -comentó la abuela-. Es muy simpático y tiene su propia empresa.
– Sí, abuela.
– También es guapo.
– No voy a casarme con Derek, abuela.
– Y tiene dinero.
– Lo siento, abuela.
– Bueno, siempre hay esperanza, ¿no?
– No voy a casarme con nadie. Voy a empezar a trabajar en una nueva empresa el lunes.
Aunque eso no impediría que fuera a tener también un niño, pero nada de casarse.
De pronto, se oyó un grito en el salón.
– ¡Mamá! Sammy me ha pegado.
Bobbie irrumpió en la estancia y se arrojó en los brazos de Robin.
– Sálvame, tía Robin -suplicó, abrazándola.
– Me ha tirado el camión -protestó Sammy, parándose también delante de Robin.
– ¿Le has tirado el camión? -preguntó Robin a Bobby al oído.
– Pero sin fuerza -contestó Bobby.
– ¿Lo ves? -interrumpió Sammy.
– ¿Queréis tortitas antes de ir al río? -quiso saber Connie.
Al oír aquello, los niños se olvidaron inmediatamente de la pelea.
La fiesta de cumpleaños sería el sábado, pero Jake había dejado que fueran el jueves por la tarde a ayudarlo a hacer los preparativos. Iban a ir como veinte personas para colocar la enorme carpa bajo la que se pondría la pista de baile, el escenario y la mesa dónde comerían. Como había invitado a casi todo el mundo, la carpa era el único espacio suficientemente grande para albergar a tanta gente.
Mientras Jake esperaba a las personas que iban a ayudarlo, no pudo evitar recordar lo mucho que se había divertido la noche anterior con Robin. Al acordarse de ella, el salón se le antojó de repente muy vacío sin su presencia.
Sonó el timbre de la puerta y Jake, tratando de sacudirse aquella sensación de soledad, fue a abrir.
Media hora más tarde, el salón estaba lleno de gente. Cuando finalmente llegó Robin, con su madre y Connie, Annie Miller se levantó y fue hacia ellas.
– Estás guapísima -exclamó Annie, abrazando a Robin.
Jake sintió celos.
Robin frunció el ceño y se miró el vestido.
– No me había traído nada y tuve que ir al desván y sacar el traje de la fiesta de graduación.
Era el vestido ceñido que había vuelto loco a Jake quince años antes. Si Robin tenía planeado ponerle al límite aquella noche, no lo podía haber hecho mejor.
– ¿Te está bien? -dijo Annie-. Te odio.
Robin dio un paso hacia atrás para observar a Annie.
– Tú también estás estupenda.
Era cierto que Annie estaba guapa, pero era Robin la que le alteraba el pulso a Jake, quien fue hacia ellas.
– ¿Quieren las señoritas un poco de vino?
Annie sonrió e hizo un gesto afirmativo.
– Suena bien. ¿Necesitas ayuda?
– Te ayudaré yo -se ofreció Derek.
Jake le sonrió, agradeciéndoselo, aunque con quien le hubiera gustado ir de verdad a la bodega a buscar el vino habría sido con Robin.
Jake no obtuvo más que unas cuantas miradas de Robin a lo largo de la noche, mientras que ayudaba a poner la carpa. Robin estuvo con el grupo encargado de la decoración y estuvo casi todo el rato hablando y riendo con Annie y Connie.
Pero mientras hablaba, miraba constantemente a Derek. Lo hacía por jugar simplemente, pero hizo que a Jake le entraran unos celos enormes. Apretaba los dientes y trataba de concentrarse en lo que estaba haciendo.
La colocación de la carpa fue complicada. Patrick Moore era el experto, ya que siempre que se había montado, desde que se comprara cinco años antes, él se había encargado de supervisar el trabajo.
– ¿Jake? -la voz de Robin hizo que se le alterara el pulso.
– ¿Sí?
– ¿Crees que podremos bailar esta noche?
– Claro.
«Cuando quieras», pensó para sí.
– Lo que pasa es que… -Robin miró a su alrededor con un gesto nervioso.
Luego le hizo un gesto a Jake para que se apartaran de la mesa.
Jake la siguió alegremente hacia el salón. Así estaba mejor, se dijo, pensando en que Robin en ese momento estaba con él y no con Derek.
– La cosa es que creo que Annie está interesada en Derek.
– ¿Por qué dices eso?
– Hemos estado hablando y… bueno, creo que sí. ¿De acuerdo?
– Claro.
Por él no había problema, siempre que de verdad fuera Annie quien estuviese interesada en Derek.
Pero Jake no estaba interesado en hablar de Annie y de Derek. Prefería volver al tema de bailar con Robin. Quería apretarse contra aquel vestido negro y morir de placer.
– Pensé… -continuó Robin-. Pensé que si ponías algo de música, quizá podríamos hacer que bailaran esta noche.
– ¿Por qué quieres emparejar a Annie y a Derek?
Aspiró el perfume de ella. Le encantaba que le prestara atención. Seguía siendo muy contenida, pero no le importaba.
– Derek está buscando novia y creo que Annie le gusta, pero no va a hacer nada porque trabaja para él.
– Creí que me estabas buscando novia a mí -replicó Jake.
A Robin se le cayó el tirante y él pensó en ponérselo en su sitio, pero luego pensó que sería mejor dejarlo como estaba. Así podría contemplar su piel suave y bronceada.
– ¿Es que te gusta Annie?
– ¡No!
– Entonces déjame que ayude a Derek. ¿Qué clase de amigo eres? ¿Querías darle la carta de la mujer de las serpientes, pero no estás dispuesto a ayudarlo con Annie? -preguntó ella con tono de burla.
Jake soltó una carcajada.
– Él y Annie llevan trabajando juntos cinco años. ¿No crees que si tuviera que pasar algo, habría pasado ya?
– Pon algo de música -sonrió y parpadeó con sus largas pestañas-. ¿De acuerdo?
– Claro, ahora mismo.
– Y di a Derek que saque a bailar a Annie.
– Le das a una mujer la mano y…
– Gracias, Jake -le dio un golpecito en el hombro-. Eres un buen amigo.
¿Un amigo? Jake fue hacia el equipo de música. Derek pronto tendría a una mujer guapa en sus brazos para bailar con ella. Él, sin embargo, solo sería un amigo para Robin.
Ya habían acabado casi con los preparativos, así que ayudaron a Jake a quitar la mesa para despejar el salón. Luego, después de poner un vals, se fue hacia Derek.
Al escuchar la música, la gente se puso inmediatamente a bailar.
– ¿Para qué has puesto música? -preguntó Derek extrañado, al acercársele Jake.
– Me lo han pedido algunas de las chicas -aseguró, dejando su copa de vino en una mesa cercana.
Derek asintió mientras observaba los cuerpos que se movían en la pista de baile.
– ¿Has visto a Annie? -le preguntó Jake, sintiéndose como un estúpido.
– Sí. ¿No está guapísima cuando se arregla?
– Sí, es verdad.
En ese momento, pasaron a su lado Connie y su marido.
– ¿Por qué no bailas con ella? -le sugirió Jake.
– ¿Con Connie? Robert me mataría si saco a bailar a su mujer -contestó.
Era por todos conocido lo celoso que era Robert.
– No, me refiero a Annie.
– Eso sería ilegal -contestó Derek.
– ¿De qué estás hablando? -Jake lanzó a su amigo una mirada de incredulidad.
– Es mi empleada -le explicó Derek-. Estoy seguro de que a ti no te pasa con tus empleados, pero se llama acoso sexual.
– Estaba sugiriendo solo que bailaras con ella. No tiene por qué implicar nada sexual.
– No importa -Derek negó con la cabeza-. Pregunta a cualquier abogado. Además, supongamos que le pregunto si quiere bailar. Quizá no le apetezca, pero dirá que sí porque piensa que tiene que ser amable con su jefe.
– Eso es una tontería.
– No. Tengo poder sobre ella. Si le hago alguna propuesta, ella puede denunciarme.
– Eres un paranoico. Te aseguro que Annie no va a denunciarte porque le pidas que baile contigo.
– En cualquier caso, no pienso hacerlo.
Jake dio un suspiro profundo y minutos después, puso una excusa y dejó a Derek para ir a buscar a Robin.
– No funciona -le dijo al oído, utilizando la música como excusa para tener que acercarse a ella.
– ¿Qué quieres decir con eso? -dijo ella, volviéndose hacia él, que pudo de nuevo oler el maravilloso perfume de ella.
Jake permitió deliberadamente que su cabello le rozara la mejilla.
– Que Derek no le va a sacar a bailar a Annie.
– ¿Por qué?
– Porque es su jefe y tiene miedo de que ella piense que la está acosando sexualmente.
– Eso es absurdo.
– Es lo que yo le he dicho.
– Ve y díselo otra vez.
– Ya le he insistido y no quiere hacerme caso.
Ella se mordió el labio inferior.
– Ven -le dijo de repente-, vamos a bailar.
Jake no le preguntó por qué, no preguntó nada; simplemente la tomó en sus brazos y la llevó hacia la pista.
– ¿Jake?
Las piernas de Robin estaban rozando las suyas, sus senos se apretaban contra su pecho y él se sintió en el paraíso.
– ¿Sí?
– Ya sé lo que vamos a hacer -le susurró al oído.
– ¿El qué?
– Tú sacarás a bailar a Annie y yo a Derek.
Jake no podía decir que le gustara aquel plan.
– Y luego cambiaremos de pareja -añadió ella.
– Robin, me parece que te estás entrometiendo. Son adultos. Déjalos que decidan ellos mismos lo que quieren hacer con sus vidas.
– Vamos, Jake, a veces el destino necesita un pequeño empujón.
– No quiero entrometerme en el destino de nadie -él solo quería tenerla en sus brazos el resto de la noche.
– Entonces, ¿no quieres ayudarme? -le preguntó ella, un poco enfadada.
– De acuerdo, de acuerdo. Tampoco podemos dejar a Derek en manos de la mujer-serpiente y del travestí, así que hagámoslo.
– Gracias -susurró ella con una sonrisa radiante.
Finalmente, Annie y Derek estuvieron bailando tres canciones seguidas. Robin estaba encantada.
Cuando acabó la fiesta improvisada, Annie fue a buscarla a la cocina para ayudarla a recoger. Robin no podía contener la curiosidad.
– Ya he visto que has estado bailando con Derek -le preguntó, tratando de parecer tranquila.
– Sí -contestó Annie desde la entrada de la cocina.
– ¿Y? -Robin arqueó las cejas.
– ¿Y qué?
– ¿Qué tal?
Annie se echó a reír.
– Se pasó toda la primera canción explicándome con todo detalle que no estaba obligada a bailar con él y que nuestro baile no tenía nada que ver con nuestra relación en la oficina. Creo que incluso me ha citado una o dos leyes.
Robin esbozó una sonrisa y sacudió la cabeza.
– Hacia la segunda canción, se relajó un poco. Siempre ha sido un buen jefe y además baila bastante bien.
– ¿Te ha pedido que salgáis o algo así?
– ¿A qué te refieres? ¿A si ha tratado de citarse conmigo? -preguntó su amiga sorprendida.
– Sí.
– No. ¿Por qué iba a hacer una cosa así? Ha sido solo un baile.
Robin se quedó pensativa. No sabía lo que había imaginado, pero se daba cuenta de que había ido demasiado deprisa. Quizá tendrían que preparar otro plan ella y Jake.
– ¿Habéis terminado ya? -les preguntó Jake en ese momento desde la entrada. Llevaba la corbata aflojada y el pelo revuelto-. Dejadlo todo como está. La señora de la limpieza terminará de recogerlo mañana.
– ¿Se han ido todos? -quiso saber Robin, con la esperanza de que Derek llevara a Annie a casa.
– Todos menos la madre de Annie, que la está esperando en el coche.
– Gracias por la fiesta, Jake -Annie se secó las manos y fue hacia la puerta-. Os veré mañana en la carpa.
– Adiós -contestó Robin, despidiéndola con la mano.
La puerta de la calle se cerró y se quedaron los dos solos.
Robin, al darse cuenta, comenzó a recoger algo nerviosa las últimas cosas que quedaban en la mesa.
Seducir a Jake para quedarse embarazada le había parecido mucho más sencillo cuando lo había planeado en la intimidad de su habitación. Pero ahora que él estaba delante de ella, no sabía cómo empezar. Podía ser que él ni siquiera estuviera interesado de verdad en ella.
En ese momento, desde luego, su aspecto no debía resultar muy seductor. Se había manchado un poco el vestido al recoger, tenía el pelo bastante pegado a la cabeza debido al vapor del lavavajillas y su maquillaje debía haber desaparecido hacía ya tiempo.
Cuando miró a Jake, no se sintió como una apisonadora que fuera directa hacia la procreación. Se sintió nerviosa, frágil y con la necesidad de ser consolada. Y el espacio entre ellos le pareció enorme.
Deseó poder dar marcha atrás en el tiempo y volver a cuando estaban bailando. A cuando había sentido la fuerza de sus brazos y la energía de su voz. Quizá entonces podría haberse decidido a intentar algo.
– Gracias por ayudarme, pero no hace falta que lo hagas.
Ella sintió algo parecido a la culpa. El hecho de seguir trabajando en la cocina no era del todo por motivos altruistas. Había estado retrasándose con el egoísta propósito de quedarse a solas con él.
Tragó saliva. De repente su plan le pareció ridículo e imprudente.
– No importa.
No podía.
Pero tenía que hacerlo.
No podía ser más que Jake o alguien de Toronto. Ella sola no podía quedarse embarazada.
Jake agarró un paño de la mesa y lo dejó en un clavo que había detrás de ella.
– Me has sido de gran ayuda.
Jake esbozó una sonrisa llena de calor. ¿Quizá de cariño?, se preguntó Robin, vacilante. De pronto, deseó que fuera él quien diera el primer paso. Le gustaría que así fuera. Con que simplemente se acercara y la besara como había hecho quince años antes, ella se abandonaría a la pasión.
Desgraciadamente, en los ojos de Jake había más compasión que pasión.
– ¿Estás cansada?
Robin pensó que quizá tendría que dejar eso de la seducción para el día siguiente. Entonces estaría más fuerte y más concentrada.
– Un poco. Estoy sudada y me he manchado el vestido con el lavavajillas.
Desde luego, aquella respuesta no era muy seductora.
– Necesitas darte un buen baño.
Robin dio un suspiro de placer ante la idea.
– Por si no lo has notado, somos ocho personas en casa de mamá. No podré bañarme hasta eso de las tres de la mañana.
– Utiliza mi bañera.
¿Utilizar su bañera?
¡Utilizar su bañera!
Esa era una oportunidad única.
– ¿No te importaría?
– Con todos mis respetos por la bañera de tu madre, la mía tiene instalada chorros de agua.
– ¿Sí?
Los chorros de agua eran maravillosos. Y muy sexys. Solo le quedaba inventarse algo para que él se metiera en la bañera con ella.
– Sube mientras yo termino aquí -dijo él, señalando la escalera.
Robin aceptó encantada.