Capítulo Ocho

Pero al acercarse, vio que se movía algo en el fondo de la canoa. En seguida se dio cuenta de que era Robin, que trataba de incorporarse.

Gracias a Dios, estaba viva.

– ¿Estás bien? -gritó él, acercándose lo más que pudo.

Ella asintió, pero Jake se fijó en que tenía el pelo y la ropa empapados.

– No puedo acercarme más -gritó-. Te tiraré una cuerda.

Ella volvió a asentir, parpadeando con la mirada perdida. Él no estaba seguro de que lo hubiera oído.

– ¿Seguro que estás bien? -repitió. Ella parecía mareada. Seguramente se encontraba en las primeras fases de congelación.

Jake trataba de pensar rápidamente en qué hacer. No podía acercarse más y arrojarse al agua a rescatarla porque era demasiado peligroso. La corriente era muy fuerte en aquella zona del río. En ese momento, se maldijo por no haber llevado a Derek consigo.

¿Por qué habría sido tan suspicaz con ella? ¿Qué le había hecho para que desconfiara de ese modo? Robin quería quedarse embarazada, pero eso no era ningún crimen. Así que ni siquiera debería habérsele pasado por la cabeza que ella pudiera estar fingiendo haber desaparecido para llamar la atención.

– ¿Te sientes con fuerza para agarrarte a una cuerda? -le preguntó.

Ella asintió con más firmeza en aquella ocasión. Jake hizo un nudo en un extremo de la cuerda y se la arrojó.

– Átala a la proa.

Ella agarró la cuerda despacio y levantó la vista hacia la proa. Él vio lo mucho que le costaba moverse y contuvo el aliento mientras la observaba acercarse a la proa.

Cuando al fin la alcanzó, trató de anudar la cuerda, pero le temblaban demasiado las manos y se le escurrió.

Se frotó las palmas y volvió a intentarlo. Pero la cuerda se le escurrió una vez más.

– No hay prisa, vuelve a intentarlo -le ordenó, tratando de animarla.

Aunque en realidad, sí que tenían prisa. La barca estaba balanceándose cada vez más debido al peso de Robin y, si se desencallaba del banco de arena, caería a la cascada.

Pero aquello no ocurriría. Él se ocuparía de rescatarla y, si hiciera falta, se tiraría al agua. Robin no iba a morir bajo ningún concepto.

Finalmente, la cuerda fue metida en la proa. Ya solo quedaba anudarla.

– Anúdala -gritó.

Robin hizo varios intentos, pero no conseguía hacer ningún nudo.

– No puedo.

Hasta que finalmente consiguió hacer uno.

– Ya está -aseguró, dando un suspiro.

Y casi al mismo tiempo, la canoa salió del banco de arena y giró hacia la cascada. Jake entonces puso el motor en marcha y la remolcó con cuidado hasta la orilla más cercana, rezando para que el nudo aguantara. Después de envarar su barca, tiró de la cuerda para acercar la canoa de ella. Al ver que la cuerda se había helado, comprendió el frío que debía haber pasado Robin.

Finalmente, consiguió ponerla al alcance de la mano. La agarró y entró dentro para ir en busca de Robin.

Cuando la tomó en brazos, vio que tenía los labios azules y que no paraba de temblar. Además, estaba calada hasta los huesos. Como tardarían media hora en llegar a la ciudad, decidió que no podía continuar con aquella ropa mojada. Así que le quitó el chaleco salvavidas y el top empapado, y le puso su camisa de franela.

A pesar de que la camisa estaba seca y conservaba su calor corporal, no iba a ser suficiente. Tenía que hacer entrar a Robin en calor cuanto antes, así que se le ocurrió hacer una hoguera en la playa. No se atrevía a hacer el viaje de vuelta con ella en aquel estado.

Después de llevarla en brazos hasta la playa, recogió un poco de madera y encendió una hoguera.

Luego comenzó a secarle el pelo con su camiseta mientras la protegía del viento con su cuerpo.

– ¿Estás mejor?

Ella asintió, pero le seguían castañeteando los dientes.

– ¿Viste el oso? -dijo ella con un tono inesperadamente excitado.

– Sí -contestó él, abrazándola.

– Se me había olvidado lo excitante que puede llegar a ser el río Forever.

– ¿Excitante?

– Bueno, la verdad es que sería mejor decir aterrador. Porque lo que hice fue esconderme de él.

– Hiciste bien.

– Sí -Robin volvió a temblar-. Oh, tengo mucho frío.

– Lo sé. Nos quedaremos aquí hasta que entres en calor. Derek quizá salga a buscarnos, pero da igual. Lo importante es que te recuperes.

– Oh, estoy tan contenta de que hayas venido -dijo ella, abrazándose a su pecho desnudo.

– Yo también estoy muy contento de haberte encontrado -susurró él-. Y ahora, ¿por qué no me hablas de tu nuevo trabajo? -añadió, consciente de que lo mejor sería hacerle hablar para tenerla distraída.

– Voy a ser la encargada de la sección Tour Mixtos.

– ¿Tour Mixtos?

– Wild Ones ha sacado una nueva clase de viajes en los que se mezcla la aventura con un turismo de tipo más convencional.

– Entiendo.

– Es una clase de viaje pensado para gente que no son exactamente deportistas. Serán salidas al aire libre, pero en unas condiciones muy cómodas y con una cocina de lujo.

– ¿Aventuras para ricos?

– No exactamente. Sencillamente, no todo el mundo es capaz de subir al Everest.

– Yo desde luego no podría.

– Pues imagínate. Lo que vamos a hacer es quitar todos los inconvenientes que tienen esa clase de aventuras. Por ejemplo, la gente podrá escalar una montaña sin equipaje ni nada, y cuando lleguen a la cima, les estará esperando un campamento ya montado y un cocinero de primera categoría.

– Suena bien.

– En cualquier caso, mantendremos los viajes al viejo estilo para los puristas.

– Creo que yo prefiero los mixtos -aseguró él, contento al ver que dejaba poco a poco de temblar-. Y tú, ¿te dedicarás a probar las nuevas rutas?

– No, yo estaré en nuestro despacho de Toronto. Desde allí me dedicaré a diseñar los nuevos recorridos, de acuerdo con los informes de nuestros guías.

– Ah, muy bien.

– Sí, estoy deseando empezar.

– Bien -aseguró él.

Pero rápidamente se corrigió a sí mismo. No, no estaba bien. En poco tiempo. Robin se iría a Toronto para empezar su nuevo trabajo. Y no había nada en Forever que pudiera retenerla. Él no podía ofrecerle nada que pudiera competir con su carrera profesional.

– ¿Y qué hay de ti? Nunca me has contado por qué te dedicas a criar caballos para rodeos.

– Ya de crío me gustaba la idea de ser un vaquero y supongo que no he crecido. Por otra parte, mi abuelo nos dejó el rancho en herencia y mi padre no supo llevarlo. Así que decidí que me tocaba a mí devolverle su esplendor.

– O sea, ¿que lo haces en honor de tu abuelo?

– Sólo en parte. Me gusta la vida que llevo en el rancho -dijo él mientras observaba cómo se ponía el sol detrás de las montañas-. Me encanta trabajar con los caballos.

– ¿Cuántos tienes?

– Aquí, tengo unos cuarenta.

– ¿Tienes más en otro lado?

– Sí, tengo más tierras al Norte de Alberta.

– ¿De veras? -ella se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos.

Él supuso que iba a preguntarle por qué no se iba a vivir allí. Pero afortunadamente no lo hizo. Se limitó a quedarse mirándolo en silencio.

– Casi todos los caballos pasan el invierno en Alberta. Allí tengo un capataz muy bueno al mando de unos cuantos vaqueros, que llevan a los caballos a diversos rodeos por aquella zona.

– ¿Tú vas alguna vez a los rodeos?

– Sí, alguna vez, pero paso casi todo el tiempo aquí.

– Dedicándote a montar los potros salvajes, ¿no? -bromeó ella, apoyándose contra su pecho.

Jake sintió que se le estaba empezando a quedar la espalda fría, pero no le importaba. Podría quedarse allí toda la noche, protegiendo a Robin, si hiciera falta.

– Bueno, sólo a veces. Eso es cosa de jóvenes.

– Tú no eres mayor.

– Pero tampoco soy ya ningún jovencito -motivo por el cual quería casarse y formar una familia.

Pero no sabía si iba a poder casarse con otra mujer que no fuera Robin. En cualquier caso, era mejor no pensar en ello en esos momentos.

– Cuéntame qué te ha pasado -le preguntó para tratar de pensar en otra cosa.

– Me equivoqué de camino -explicó ella, que estaba empezando a entrar en calor.

Jake pensó en lo bien que estaban allí los dos, abrazados antes aquella hoguera. ¿Por qué no podía durar aquello para siempre?

– Creí que me acordaba del río -prosiguió ella-, pero evidentemente no era así -levantó la cabeza y lo miró con sus bellos ojos verdes-. Gracias por haber venido a buscarme.

– De nada -susurró él, observando que los labios de ella ya habían recobrado su color normal.

Jake no pudo resistir la tentación de besarlos e inclinó la cabeza sobre la de ella. Robin los abrió y él la besó despacio.

Fue un beso largo y dulce, carente de la lujuria del que se habían dado la noche anterior.

– Eres todo un caballero, Jake -susurró ella.

Él sonrió melancólicamente, pensando en que no estaba seguro de querer seguir siendo un caballero. Quizá fuera mejor convertirse en su amante.

– Tu caballero, Robin -respondió y luego le dio otro beso, aún más casto que el anterior.

Jake sintió que aquella era la última vez que la tendría entre sus brazos.

En la distancia, empezó a sonar un motor. Al parecer, el mundo real volvía a hacer acto de presencia. Jake la abrazó, consciente de que ese mundo real la apartaría de su lado.


Robin se acurrucó en el sillón de su madre. Vestida con un pantalón de chándal y un jersey de lana, había entrado finalmente en calor. Frente al fuego de la chimenea, se tomaba una taza de chocolate bien caliente.

Tenía que admitir que le encantaba estar con su familia. Había estado mucho tiempo sola.

Una vez pasaron las dos horas que había dado de margen a Jake, Derek había alertado a la familia. Por lo que cuando la habían visto llegar sana y salva, le habían dado un cálido recibimiento. Jake, algo avergonzado por la manera tan efusiva en que le dieron las gracias por rescatarla, no tardó en irse.

Robin se preguntó por qué se habría ido y qué estaría haciendo. Lo echaba de menos.

– Quiero que me leáis el de la señora Winklemyer y el Pez Gigante -gritó Bobbie, entrando en el salón con un libro en las manos.

Después del pequeño, entraron Connie y Robert, que llevaba a su otro hijo en brazos.

Robin, al ver allí a toda la familia, deseó más que nunca tener a su propio hijo. En esos momentos le gustaría poder estrecharlo entre sus brazos.

Aquello le hizo acordarse del modo en que la había abrazado Jake en la playa poco antes. Le había hecho sentirse de un modo especial.

De pronto, le entraron ganas de ir a buscarlo para pedirle que volviera a abrazarla.

Pero sabía que no podía hacerlo. Todavía quería tener un hijo de él y sabía que tenía que darle tiempo para pensarlo.

Mientras Robert se sentaba junto a Bobbie y comenzaba a leerle el cuento, ella cerró los ojos y comenzó a soñar con tener un pequeño entre sus brazos.


La carpa estaba iluminada por cientos de bombillas. Jake, lleno después de la copiosa cena, se sirvió un vaso de ponche.

Los carpinteros de Derek habían hecho una pista de baile y la banda de Patrick Moore estaba tocando desde un pequeño escenario.

En esos momentos. Alma May y Eunice estaban cortando el enorme pastel que habían preparado y los niños estaban rodeando la mesa para conseguir un pedazo.

Jake se quedó mirando a Robin, que estaba sentada al lado de Connie, justo enfrente de él y Derek. Estaba muy guapa con un vestido plateado sin mangas.

Poco después, empezaron a tocar un vals y Derek se levantó.

– Voy a sacar a bailar a Annie.

Al rato, la pareja estaba dando vueltas por la pista de baile. Annie tenía una sonrisa radiante y apretaba su mejilla contra el pecho de Derek. Jake se sintió de repente celoso. Al parecer, Robin tenía razón y su amigo iba a conseguir una esposa en Forever.

En un momento dado, Annie levantó la cabeza hacia Derek y él se inclinó para besarla. Jake apartó la mirada inmediatamente, pero la gente alrededor de ellos no parecieron igual de pudorosos, porque irrumpieron en un espontáneo aplauso.

Annie se sonrojó mientras Derek la abrazaba y la besaba en la frente. Era evidente que aquello acabaría en boda.

Jake, entonces, miró a Derek y levantó su copa en un silencioso brindis.

Luego decidió que él también tendría que sacar a bailar a Robin. Al acercarse donde Eunice estaba cortando los últimos trozos de pastel, ella levantó la cabeza hacia él.

– Jake, ¿quieres un poco?

– No, gracias. Lo que quiero es sacar a bailar a una de tus hijas.

– ¿A cuál?

– A la que no está casada.

– Buena elección.

Jake le guiñó un ojo y luego se volvió hacia Robin.

– ¿Robin?

– ¿Sí?

– ¿Bailamos? -le preguntó, tendiendo una mano en su dirección.

Ella se giró hacia sus familiares, que le hicieron un gesto para animarla a aceptar. Jake se dio cuenta de que contaba con el apoyo de todos ellos.

Robin aceptó la mano de él, que la condujo hasta la pista de baile.

– ¿Has visto a Annie y Derek? -le preguntó él, abrazándola.

– ¿Dónde están?

– Bailando juntos.

Robin sonrió.

– Cuando me vuelva -añadió él-, aprovecha para mirarlos.

– Oh -dijo ella al verlos por encima del hombro de él.

– Creo que ha funcionado.

– Ya lo creo -asintió Robin.

– Sí, me alegro mucho -pero no tanto como se alegraría si él consiguiera hacer lo mismo con Robin-. ¿Se lo está pasando bien Alma May?

– Claro que sí. Es una fiesta estupenda.

– ¿Te alegras de haber vuelto a casa?

– Sí.

– Yo también.

Ella se puso rígida y Jake decidió que tenía que ir poco a poco. Debía esperar un poco para confesarle que estaba enamorado de ella.

Se dio cuenta de que algunas parejas a su alrededor habían empezado a mirarlos. Era evidente que se estaban preguntando cuáles serían sus intenciones.

Así que aprovechó para acariciar la espalda de ella, que el escote del vestido dejaba casi por entero al descubierto.

La apretó contra su pecho y ella, entregada, soltó un suspiro y cerró los ojos mientras se dejaba llevar.

– Estás preciosa -susurró él.

– Gracias.

– En serio, estás realmente guapa.

– Ya veo que sigues siendo el caballero de siempre -contestó ella, pero Jake se dio cuenta de que el piropo la había afectado.

No pudo contenerse y la besó en el pelo. Entonces, levantó la cabeza y se fijó en el gesto de la señora Pennybroke. A juzgar por su expresión, la mujer debía estar haciendo los preparativos para una doble boda.

– ¿Jake?

– ¿Sí?

– ¿Qué vas a hacer después del baile?

– No sé, ¿por qué?

– ¿Quieres que vayamos a dar un paseo?

– Claro.

Al terminar la canción, ella se separó.

– Gracias -dijo.

– No, gracias a ti -repuso él, besándola en los labios.

– ¡Jake! -protestó ella, mirando a su alrededor.

– ¿Qué?

– Que van a pensar que…

– Que piensen lo que quieran.

– Pero…

– No somos unos críos, Robin. Así que no es asunto suyo -aseguró él, abrazándola para seguir bailando.

Pero afortunadamente, sí que era asunto de ellos y, a partir de entonces, nadie les quitó ojo mientras bailaban.

«¡Que Dios los bendiga!», pensó Jake.


Alma May se marchó hacia las once y Jake pensó que, después de bailar tres canciones con Robin, ya habían dado suficiente espectáculo. Además, apenas podía aguantar el deseo que lo había invadido al estar abrazado a ella durante todo ese tiempo.

Decidiendo que ya era hora de que se quedaran solos, condujo a Robin fuera de la carpa. La noche era fresca y el cielo estaba lleno de estrellas. Ella se quitó los zapatos de tacón alto y pisó la hierba con los pies cubiertos por unas medias.

– ¿Tienes frío? -preguntó él, recogiendo los zapatos de ella.

– No mucho -contestó, frotándose los brazos.

Él se quitó la chaqueta y se la puso por encima de los hombros.

– Gracias.

Echaron a andar junto al río en dirección a la casa de él.

Cuanto estuvieron suficientemente lejos de la carpa, Jake se volvió y la abrazó para besarla apasionadamente. Cuando ella respondió al beso con igual ardor, él se separó y le apartó un mechón de pelo de la frente.

– Robin, ¿sigues queriendo quedarte embarazada?

Загрузка...