Capítulo Cuatro

¿Que conocía lo esencial en ella? Robin se bajó de la yegua y la condujo, a pie, dentro del sombrío y bien ordenado cobertizo de Jake.

¿Qué quería decir con eso? El aire era pesado y anunciaba que iba a haber tormenta.

Él no la conocía en absoluto, aunque cuando la había mirado a los ojos, ella había sentido como si él pudiera leer en su alma.

¿Por qué había sido tan estúpida de ir a cabalgar con él? Jake le había hecho ponerse a la defensiva. Había conseguido que se cuestionara los valores que habían regido su vida hasta entonces. Así que, por su propia seguridad, en el futuro debería mantenerse alejada de él.

De pronto, oyó a sus espaldas el ruido de las espuelas de él sobre el suelo de tarima.

– Tenemos que hablar acerca de ello.

– ¿Hablar acerca de qué? -preguntó ella, dándose la vuelta y dirigiéndose hacia la puerta.

No había nada de lo que hablar. Él quería quedarse en Forever y ella quería ser una ciudadana del mundo. Eso era todo.

– Del elefante -dijo él, bloqueándole el paso.

Ella levantó la cabeza hacia él.

– ¿De qué elefante?

– Es una metáfora. Me refiero al tema que ambos estamos tratando de ignorar. Es como un elefante dentro del salón de una casa.

– No sé de qué estás hablando -aseguró ella, aunque en realidad se temía que sí sabía a qué se estaba refiriendo.

– ¿Vas a decirme que no te acuerdas? -preguntó él, acercándose.

Ella retrocedió, tragando saliva.

– Porque te aseguro que yo lo recuerdo todo perfectamente. Me acuerdo del modo en que me mirabas, del sonido de tu voz, de tu sabor…

– Jake -dijo ella con voz temblorosa.

– ¿Qué?

– Para.

– ¿Por qué?

– Porque me das miedo.

Era cierto. Le daba miedo la poderosa energía que se desencadenaba cada vez que estaban cerca el uno del otro.

– Lo sé. Pero eso no cambia el hecho de que hace quince años estuvimos a punto de hacer el amor.

– Lo recuerdo.

Él la miró a los labios y ella sintió un escalofrío. Si la besaba, el destino los devolvería al lugar donde habían estado quince años antes.

– Nunca te di las gracias -dijo entonces ella.

– ¿Por qué?

– Aquella noche te portaste como un caballero y nunca te lo agradecí. Así que te lo agradezco ahora.

Él frunció el ceño.

– ¿Quieres que te bese?

– No.

– ¿Entonces prefieres un té helado?

– ¿Qué?

– ¿Que si te apetece un té helado? -repitió él, apartándose y yendo hacia la puerta-. Supongo que estarás sedienta después del paseo.

¿Ya estaba?, pensó Robin. ¿Sólo porque ella había contestado que no, él había desistido? De algún modo, se sintió insultada, aunque supiera que era algo totalmente irracional por su parte.

– Sí, es cierto -contestó ella, recobrando la calma-. Sí que tengo sed y me apetece tomar un té helado.


El interior de la casa era magnífico. Robin se detuvo en la puerta de la cocina, perfectamente equipada, y contempló el enorme salón, rodeado de paredes acristaladas. En el centro, había una mesa, para no menos de doce personas, tallada en caoba. Y en una de las paredes, había un mueble magnífico.

– ¿Es de cerezo?

– No, de abedul.

– ¿De veras? Es maravilloso -dijo ella, impresionada.

– Gracias. No es por presumir, pero lo elegí yo mismo.

– Es precioso.

– Sí, siempre que puedo trato de ayudar a Sullivan -dijo él, entrando en la cocina.

– ¿A Sullivan?

– Sullivan Creations -contestó él, sacando la jarra del té helado de la nevera-. La empresa de muebles. ¿No la conocías?

– Sabía que se estaban haciendo muebles de abedul, pero no sabía que eran tan bonitos.

– Derek está vendiéndolos incluso en Europa -aseguró, tendiéndole un vaso de té-. ¿Te importa si nos lo tomamos aquí? -preguntó, señalando una barra en la cocina.

– Claro que no.

– Derek y sus invitados van a venir a cenar dentro de una hora.

– ¿Derek va a traer a sus invitados aquí a cenar?

– Lo hace siempre -dijo, sacando un pollo de la nevera-. Iba a asarlo, pero no sé si se nos va a hacer un poco tarde.

– ¿Y por qué no cenan en casa de Derek o los lleva a un restaurante?

– ¿Al Café Fireweed? -Jake sacudió la cabeza-. Son unos potenciales clientes europeos.

– Entiendo. ¿Y qué vas a prepararles?

– Pollo asado y un cóctel de camarones.

Ella se desabrochó los puños de la camisa y se arremangó.

– ¿Tienes un cuchillo afilado?

Él se quedó mirando su antebrazo.

– Bueno, ya sé que vamos un poco retrasados, pero suicidarse me parece algo drástico.

Ella sonrió. Definitivamente, ese hombre le gustaba. Pero no debía dejar que la cosa fuera más allá.

– Me disponía a deshuesar el pollo. ¿O no te parece bien?

– Claro que sí.

– ¿Tienes leche o crema? -preguntó ella, abriendo la nevera.

– Tengo las dos cosas.

– ¿Y queso? ¿Tienes Feta, o azul, o Emmental? -le preguntó ella mientras sacaba unos cuantos tomates y champiñones frescos que había en el cajón de las verduras.

– Tengo Feta, ¿por qué?

– ¿Y vino? -añadió ella, viendo que también tenía una lechuga y pepinos.

– Sí. ¿Qué vas a hacer?

– Pollo Fricante con una salsa holandesa de marisco. También tienes limones, ¿verdad?

– ¿Pollo Fricante?

– Sí y una ensalada de verdura. ¿Y no tendrás un poco de ese salmón ahumado del señor Brewster?

– Sí, en el congelador.

– Perfecto -dijo ella, frotándose las manos.

– ¿Cómo entiendes tanto de cocina?

– Wild Ones organiza cursos de cocina para todos sus guías.

– ¿De veras?

– Tengo un diploma y todo. Aunque tengo que reconocer que casi todas nuestras prácticas las hicimos con camping gas. Pero en cualquier caso creo que también sabré manejarme con tu horno.

– Muy bien, entonces te dejo a los mandos. ¿Quieres que te ayude en algo?

Ella abrió un par de cajones y sacó un enorme cuchillo de uno de ellos.

– Dame una cacerola grande y cualquier tipo de pasta.

– A sus órdenes.

– ¿Así que los invitados son europeos?

– Sí, holandeses y franceses -dijo él, dándole una enorme caja de tallarines-. ¿Te sirve esto?

– Perfecto.

– Derek suele recibir visitas de sus clientes como una vez al mes y, además, también va a Europa a menudo.

– ¿Y se puede saber por qué vive…? -ella no terminó la frase-. Olvídalo -comenzó a cortar el pollo-. ¿Puedes poner agua a hervir?

– Claro que sí. Derek va a quedarse impresionado.

– ¿Y por qué vienen las visitas?

– Para ver la fábrica.

– No, quiero decir que por qué vienen a tu casa.

– Porque tengo un salón enorme y una buena colección de los muebles de Sullivan. A cambio, Derek me hace un buen descuento.

– De todos modos es muy generoso por tu parte.

– Bueno, algo tendré que hacer con todo este espacio.


Juntos prepararon la cena y un cuarto de hora antes de que llegaran los invitados, Jake subió a darse una ducha mientras Robin comenzaba a poner la mesa. La vajilla era de porcelana y de un gusto exquisito y ella se preguntó cuánto dinero habría hecho él con la cría de caballos.

Al oír el timbre, Robin dudó antes de ir a abrir. El agua de la ducha había dejado de correr hacía solo unos minutos y seguramente Jake todavía estaría desnudo.

Al pensar en aquello, sintió un escalofrío y en seguida se recordó que su relación no debía ir más allá de la mera amistad.

– Hola, Robin -Derek pareció no sorprenderse de verla allí.

– Hola -contestó ella, sonriendo a los cinco invitados, ya que aparte de la pareja que había visto por la mañana, había otra de unos cincuenta años.

Todavía no había empezado a llover, pero el viento soplaba fuerte. En agosto, era normal que hubiera tormentas nocturnas.

– Hola, Derek -se oyó saludar a Jake desde la escalera-. Venga, entrad.

Una vez estuvieron dentro, Derek hizo las presentaciones.

– Estos son Jeanette y Gerard Beauchamp, esta es Robin Medford. A Jake ya lo conocéis -los Beauchamp asintieron sonrientes.

Derek se volvió hacia la otra pareja.

– Jack y Nannie van der Pol, os presento a Jake Bronson y a Robin Medford.

– Hola -les saludo el hombre con un marcado acento holandés. La mujer sonrió tímidamente.

– Va a ser una velada muy interesante -comentó Derek-. Los Beauchamp hablan francés y muy poco inglés. Y los van der Pol hablan holandés, y un poco de inglés.

Robin sonrió a Nannie van der Pol.

– Zo Mevrouw van der Pol. Hoe vond u de zeis naar Whitehorse?

– Heel mooi hoon. Zulke prachtige uitsidchten. Oh… u spreerht Hollands. Wat leuh! -contestó Nannie, encantada.

– ¡Pero si hablas holandés! -exclamó Jake.

Robin se volvió entonces hacia los Beauchamp.

– Comment avez-vous aimé le rodéo cet après-midi?

– C'etait très excitant! Vous parlez très bien le français, mademoiselle.

– Merci. Je n'ai pas souvent l'ocasion de le practiquer.

– ¿También hablas francés? -preguntó Jake, completamente asombrado.

– Te quedarás a cenar con nosotros, ¿verdad, Robin? -le preguntó Derek, esperanzado.

– No tenía planeado…

– Espera un momento -intervino Jake-, te necesitamos.

– Pero no puedo quedarme a cenar vestida así -le susurró ella-. Huelo a caballo.

– Ve a darte una ducha.

– No me dará tiempo de ir a casa de mi madre si además tengo que hacer la salsa -aseguró ella-. ¿O es que quieres que nos quede seco el pollo?

– Pues dúchate arriba -Jake se dio la vuelta y sonrió a sus invitados.

Robin parpadeó. ¿Ducharse en casa de él?

– ¿Y qué ropa me voy a poner? -protestó ella.

– Ponte algo mío.

– Pero Jake…

– Por favor. Llamaré a tu casa para decir que te quedas.


¿Que se ponga algo suyo? ¿Qué diablos iba a encontrar en su armario que pudiera ponerse para bajar a cenar?, se preguntó Robin, apartando un grupo de perchas a la izquierda.

Solo tenía perchas y camisas de vestir, pensó frustrada. Y apenas le quedaba tiempo si no quería que el pollo quedara como un trozo de cuero.

Abrió un cajón y vio que estaba lleno de calzones y camisetas blancas. Pero también encontró una camisa blanca y unos cuantos pañuelos de seda. De repente, tuvo una idea y se metió corriendo en la ducha con todas esas cosas.

El cuarto de baño era igual de lujoso que el resto de la casa. Definitivamente, aquel hombre tenía un gran gusto.


Jake se quedó de piedra cuando la vio bajar vestida con una camisa suya y con unos cuantos pañuelos anudados a modo de falda. Estaba tan sexy que le entraron ganas de pedirle que se casara con él.

¡Basta!, se dijo. Ella le había dicho que no quería que la besara. Así que era bastante difícil que aceptara su propuesta de matrimonio.

– Me da la impresión de que ya no vas a necesitar recurrir a esas cartas -comentó Derek, mirándolos a ambos.

– ¿Qué cartas? -preguntó Jake mientras trataba de recordarse a sí mismo que ella se marcharía de Forever en pocos días.

– Las de las mujeres que han respondido a tu anuncio. Pero es evidente que ya no las necesitas. Por tu cara, veo que es a esta mujer a quien quieres.

– Eso son imaginaciones tuyas -se defendió Jake.

– Nada de eso. Deberías haber visto tu expresión.

– Robin se marcha el lunes.

– Eso te da un margen de cuatro días.

No, bajo ningún concepto debía involucrarse en ninguna relación con Robin.

– Te aseguro que no quiero nada con Robin.

– Entonces, ¿me dejas campo libre para actuar a mí? -preguntó Derek, observando el cuerpo de ella.

– No se te ocurra ponerle la mano encima -le advirtió Jake, de repente celoso.

– Tranquilo, chico, solo estaba tratando de convencerte para que intentes algo con ella. Si no lo haces, te arrepentirás el resto de tus días.

– ¿Quieres un vaso de vino, Robin? -le ofreció Derek cuando ella entró en el salón.

– Claro -contestó ella, sonriendo a Jake.

Él pensó en lo difícil que iba a resultarle lo de no involucrarse en ninguna relación con aquella mujer.

Mientras Derek le servía el vino, Robin se sentó a charlar con las dos parejas. Era sorprendente la facilidad con la que podía pasar de un idioma a otro.


Durante toda la cena, ella lo ayudó a servir y no paró de sonreír a todo el mundo. También estuvo haciendo de traductora para todos los comensales. Pero lo que más le gustaba a Jake era cuando hablaba en francés. Le encantaba su acento.

Después de cenar, Derek le pidió a Robin que los acompañara a visitar la fábrica al día siguiente, aduciendo que sus servicios como intérprete les vendrían muy bien. A Jake no le gustaba la idea de dejar sola a Robin con Derek, pero no se le ocurría qué podía hacer para evitarlo.

Cuando los invitados se hubieron marchado y cerraron la puerta. Robin le sonrió.

– Bueno, ha sido divertido, ¿no?

– Debes estar cansada -comentó él, quitándole un mechón de pelo de la frente.

– Bueno, un poco sí.

En ese momento, hubo un relámpago y, mientras ella llevaba un par de vasos a la cocina, sonó el respectivo trueno.

– No tienes por qué recoger nada -le dijo él.

– No me importa -aseguró ella, abriendo el lavavajillas y comenzando a colocar dentro los cacharros sucios.

– ¿Dónde aprendiste a hablar holandés? -le preguntó él, sin insistir más en que dejara de recoger.

– También por un cursillo de Wild Ones.

– Pues se te da muy bien para solo haber tomado unas pocas clases -comentó Jake, ayudándola a meter los cacharros al lavavajillas.

– Bueno, es que también pude practicarlo con gente que lo dominaba. Eso ayuda mucho.

Una vez pusieron en marcha el lavavajillas, volvieron al salón. Jake recordó que ella era de los primeros del instituto, pero en esos momentos pensó que debía ser alguna especie de genio. No era de extrañar que Forever le pareciera un lugar mediocre.

– ¿Cuántos idiomas hablas?

– ¿Incluyendo el latín?

– ¿Qué quieres decir con que si incluyes el latín?

– Bueno, es que no es una lengua muy práctica -contestó ella, comenzando a quitar las velas de los candelabros-. Solo me apunté porque tenía los jueves libres.

Así que también hablaba latín, pensó Jake, decidiendo que era mejor no saber cuántos idiomas hablaba.

– ¿Dónde dejo estas velas?

– En un cajón del aparador.

Ella abrió el cajón central.

– No, en ese no -dijo él.

– ¿Qué es esto? -preguntó ella, agarrando uno de los sobres sin abrir que había en el cajón-. ¿Yukon Jake? ¿Qué es esto de Yukon Jake? -lo miró sin comprender-. Hay cartas de todos los estados.

– Sí -admitió él.

– ¿Todas estas personas te escriben porque quieren comprarte caballos?

– No exactamente.

– Perdona, supongo que esto no es asunto mío -dijo ella, cerrando el cajón.

¡Santo Dios! Ella pensaría que estaba metido en algo ilegal o inmoral. Jake sacudió la cabeza y se dijo que lo mejor sería contarle lo del anuncio que Derek había puesto en el periódico.

– Son cartas en respuesta a un anuncio en el periódico.

– ¿Un anuncio de qué?

– Bueno… para buscar una esposa.

Ella abrió los ojos de par en par.

– ¿Has puesto un anuncio buscando esposa?

– No fui yo, fue Derek. Una noche estuvimos bromeando sobre ello y bueno…

– Pero, ¿quién quiere casarse? ¿Tú o Derek? -preguntó, poniendo una mano sobre su brazo-. Aunque, si lo prefieres, podemos cambiar de tema.

– No. Es mejor que lo sepas. Al fin y al cabo, ya está enterado todo el mundo. Los dos queremos casarnos. Él pensó que lo del anuncio sería una buena idea y puso mi nombre para hacer una prueba.

– Muy simpático.

– Eso es lo mismo que yo le dije, aunque no con esas palabras.

– ¿Y has encontrado a alguien que te guste? ¿Te vas a casar?

Jacob la miró un instante, tratando de adivinar si podía importarle de algún modo la respuesta de él.

– No he abierto ninguna de las cartas.

– ¿De verdad? -los ojos azules se le iluminaron. Esos ojos del color del río Forever y que siempre brillaban con interés y excitación-. ¿Te parece si…? -añadió, haciendo un gesto hacia el montón de cartas.

Jacob se quedó pensativo unos instantes.

– Te podría ayudar a elegir una -insistió ella.

Jacob pensó que a él no le gustaría elegir un marido para ella.

Y desde luego, si ella lo ayudaba, sería uno de los momentos más extraños de toda su vida.

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