Capítulo Dos

Jake sintió la fragilidad y confusión de Robin y tuvo que hacer un esfuerzo para no dejarse llevar por los recuerdos. La última vez que ella lo había mirado de aquel modo, había estado desnuda en sus brazos y él había tenido que utilizar toda la energía y el valor que poseía para evitar hacerle el amor.

Por un momento, fue como si hubieran viajado en el tiempo a la noche de antes de la graduación. Habría jurado que podía oír el murmullo del agua y oler el perfume a limón de ella, que podía sentir de nuevo su piel húmeda, suave y caliente bajo sus manos.

De repente, se abrió la puerta de cristal, dando un golpe.

– ¿Robin? -gritó Connie, su hermana mayor-. Hola, Jake. ¿Has terminado de trabajar por hoy?

Jake apartó los ojos de Robin e hizo un esfuerzo por borrar los recuerdos. No había vuelto a aquella playa jamás.

El hombre tomó aire profundamente y pensó en el anuncio del periódico, en las proposiciones de matrimonio… y en que justo cuando creía que su vida no podía ser más surrealista, aparecía Robin Medford.

– Sí, he terminado -respondió.

– ¿Jacob Bronson? -dijo Robin, con aspecto de haber vuelto a la vida.

Soltó una risita y se colocó el pelo detrás de la oreja con mano temblorosa.

– No te había reconocido al principio.

Aquello era, sin duda, ofensivo para el ego de un hombre. Él había estado soñando con aquella mujer durante quince años y ella ni siquiera lo había reconocido. Perfecto.

– La abuela quiere que te quedes a cenar, Jake -añadió Connie.

Jacob supuso que debería alegrarse de que al menos una hermana supiera quién era. Connie se arremangó su jersey de colores y se cruzó de brazos. Aunque era solo cuatro años mayor que él, tenía la costumbre de tratarlo como si fuera uno de sus hijos.

– No quiero molestar.

Entendía que si estaba allí Robin, era porque la familia se había reunido al fin, después de varios años. Probablemente querrían estar solos.

Además, tendría que ser un poco masoquista para sentarse voluntariamente a cenar junto a Robin. La chica no recordaba ni siquiera los besos que habían desequilibrado por completo su adolescencia y lo habían acompañado durante una década y media.

– No seas tonto -insistió Connie, abriendo la puerta y haciendo un gesto para que entraran ambos-. Tú eres como de la familia.

Robin esbozó una sonrisa y se levantó elegantemente de donde estaba sentada. No repitió la súplica de su hermana, probablemente porque le daba igual que él se quedara o no.

Al dirigirse a la puerta de la cocina, su cabello se balanceó suavemente y sus vaqueros gastados se ciñeron sensualmente a sus piernas. Las manos de Jacob recordaron el tacto de aquellas curvas y se cerraron. Por lo que veía, aquel cuerpo no había cambiado nada.

Hizo un esfuerzo para ignorar la reacción de sus hormonas. Robin no había cambiado desde que se graduaron. Ni en el físico, ni en el carácter. Para ella él seguía siendo Jacob Bronson, el chico pobre de la clase. Y la Princesa de Hielo era tan distante en ese momento como entonces.

Debería repasar las cartas que le habían enviado, contestando a su anuncio. Derek tenía razón. Jake debería encontrar cuanto antes una esposa y así se olvidaría de Robin para siempre.

Era lo más lógico y lo más seguro. Pero en el momento en que la mujer de sus sueños desapareció por la esquina, todo pensamiento lógico lo abandonó y se dio cuenta de que, si no lograba remediarlo rápidamente, se metería en un lío.

Miró inmediatamente a Connie, confiando en que no se hubiera dado cuenta de cómo había mirado la parte posterior del cuerpo de Robin. Se pasó una mano por el pelo.

– Lo siento, Connie, pero no puedo…

– La abuela no va a admitir que le digas que no, Jake. Trabajas demasiado. Ahora vete a tu casa y ponte una camisa decente. Si no estás aquí en cinco minutos, les diré a los chicos que vayan a buscarte.

– De verdad que…

– Les diré que vayan por ti -lo amenazó de nuevo-. Y la abuela se enfadará contigo.

Jacob dio un suspiro de impotencia.

– De acuerdo.

No quería enfadar a Alma May cuando estaba tan cerca el día de su cumpleaños. Y los chicos de Connie, de ocho, seis y cuatro años, eran capaces de hacer cualquier desastre en su casa.

Así que, de acuerdo, iría a cenar con ellos. Aunque, eso sí, intentaría no sentarse frente a Robin.


No podía estar ocurriendo. Con Robin sentada justo enfrente, le iba a ser imposible hablar con el resto de la familia. De hecho, al fijarse en sus labios húmedos y ligeramente abiertos, pensó en que no podría apartar la vista de ellos. Estaba seguro de que su sonrisa iba dirigida a sus sobrinos, pero le dio exactamente igual.

Jacob había creído siempre que el instituto había sido un infierno, pero aquello era mucho peor.

– ¿Eran leones de verdad, tía Robin? -preguntó el más pequeño de los hijos de Connie.

El rostro de Robin se iluminó con una sonrisa que reveló una dentadura perfecta.

– Claro que eran de verdad, Bobby -contestó. Estaba contándole a su familia el reciente viaje que había hecho a Kenia-. Había una leona, un león y sus dos cachorros.

– ¿Tenías miedo? -añadió Bobby, inclinándose hacia delante.

– Un poco -contestó Robin.

Los ojos verdes de Robin se movieron de un modo que Jake sintió un escalofrío. Su profundidad y claridad le recordaron al río Forever.

– Pero estábamos dentro de la furgoneta, así que no corríamos peligro.

Connie se aclaró la garganta.

– ¿Nos puedes contar alguna aventura más antes de irnos a la cama, Robin? -le preguntó-. Me imagino que últimamente no habrás ido a ningún parque de atracciones.

Robin entendió el mensaje de su hermana, para que no siguiera hablando de temas demasiado excitantes que pudieran provocar pesadillas a los niños.

– Pues de hecho nunca he estado en un parque de atracciones -respondió, quitándose el jersey-. Pero siempre he tenido ganas de tirarme por un tobogán gigante en una piscina.

Su confesión hizo que Jake se la imaginara inmediatamente en bikini, lo que le hizo removerse inquieto en la silla.

– Nosotros nos tiramos por unos toboganes el año pasado -gritó Bobby excitado.

– ¿Sí? ¿Por qué no me cuentas cómo son?

Bobby y sus hermanos empezaron a hablar y Robin dejó el jersey sobre el respaldo de la silla. Jake se sumergió por completo en la imagen que tenía delante, mientras que las voces de los niños se alejaban hasta convertirse en un murmullo.

Los hombros de Robin, ligeramente bronceados, y su cuello esbelto quedaron al descubierto. Llevaba una camiseta sin mangas, cuya fina tela se ceñía perfectamente a sus pechos.

El pasado asaltó a Jake, que no pudo evitar visualizar sus senos con todo detalle. Es cierto que aquel día estaba muy oscuro, pero los había visto. Eran muy claros de piel, redondos y los pezones eran del color del coral. Y debido al agua fría, se le habían puesto duros.

Oh, sí, los había visto una vez. Y aquello era algo de lo que nadie más de Forever podía presumir.

De hecho, él tampoco había presumido nunca de ello. Ni siquiera había pensado en tal posibilidad. Bueno, excepto una vez.

Fue el día después de que sucediera. En la cena después de la ceremonia de graduación que se celebró en el gimnasio. Robin estaba allí sentada, fría y discreta, haciendo honor a su fama de Princesa de Hielo.

Se había recogido el cabello y algunos rizos le caían alrededor de la cara. Llevaba un maquillaje discreto y su vestido negro ceñido resaltaba sus senos altos y sus caderas. Era el ideal de belleza de un adolescente o, por lo menos, el ideal de Jake.

Mientras la miraba desde el otro lado del salón, deseaba que ella lo mirara a su vez y, con un simple gesto, le demostrara que le había aceptado como amigo. Que apreciaba y le agradecía su comportamiento caballeroso.

Jake estaba sentado solo, vestido con el traje usado que había sacado del armario de su padre. Se imaginaba que ella iba a aproximarse a él, le iba a hablar y le iba a dar las gracias por lo de la noche anterior, demostrando así a todos que eran amigos.

Pero ella no lo hizo. Y por un instante, sintió el impulso de acercarse a Seth y Alex y contárselo todo.

Ella no lo habría negado. No habría podido hacerlo. Todos sabían que se ponía colorada cuando decía mentiras. Jake podía haber ascendido su status social con solo unas cuantas frases bien elegidas.

Fue una tentación enorme para un adolescente inadaptado de dieciocho años, pero el hombre de treinta y dos se sentía orgulloso, pasado el tiempo, de no haber caído en ella. Había sido la cosa más noble que había hecho en su vida. Era una lástima que ella no lo recordara siquiera.

Al otro lado de la mesa, Robin se rio de algo que los chicos habían dicho.


– Debes recordar la sensación de ser madre -Robin colgó la camiseta de su sobrino en el tendedero de casa de su madre.

Tocó la camiseta con cariño y pensó que ella también sería madre muy pronto. Y entonces también ella tendría que lavar prendas de niño pequeño.

– Pero ya estaba casada -contestó Connie-. Y tenía a alguien que me apoyaba y ayudaba.

– Yo no necesito que nadie me ayude -el dinero no era importante en ese caso-. Ahora tengo contrato fijo en la empresa y gano un buen sueldo.

– No me refiero solo a ayuda económica -insistió Connie, tendiendo una sábana-. Me refiero a ayuda emocional.

– Por si se te ha olvidado, soy una mujer bastante independiente.

El trabajo que tenía con Wild Ones Tours la había hecho viajar por todo el mundo. Tenía que buscar lugares y rutas posibles que la empresa pudiera promocionar. A Robin le encantaba la libertad.

– Ya, pero nunca has probado la independencia a las dos de la mañana, dando vueltas en una habitación con un niño llorando en los brazos.

– Pero he estado cuarenta y ocho horas seguidas dando vueltas en una habitación sin poder salir porque había leones fuera -explicó.

– No es lo mismo. Aunque puede ser un buen entrenamiento.

– ¿Lo ves? -Robin sujetó con una pinza la sábana de su hermana y luego alisó las arrugas con la palma de la mano-. Estoy totalmente preparada.

– Pero los leones se fueron a las cuarenta y ocho horas. Los niños se quedan para toda la vida.

– Lo sé.

Robin había considerado su plan desde todos los ángulos posibles. Le encantaban los niños y no quería terminar como la tía solterona y decrépita de los hijos de Connie sólo porque no hubiera encontrado el hombre adecuado en el momento justo.

– Solo estoy sugiriendo que esperes un poco. Nunca se sabe lo que te puede deparar la vida.

– Tengo treinta y dos años, así que no puedo esperar demasiado. ¿Has leído las estadísticas sobre embarazos después de los treinta y cinco?

– Ahora las mujeres tienen hijos hasta los cuarenta.

– Pero es mucho más arriesgado.

– Lees demasiado.

– ¿A qué edad tuviste tú a Sammy?

– A los veintiocho.

– ¿Lo ves?

– Pero estaba casada.

– No estamos en 1950. Las mujeres no tienen por qué casarse para tener hijos.

Robin creía en aquello al pie de la letra. Por supuesto, ella querría un padre para su hijo, pero después de haber trabajado en más de treinta países diferentes, había conocido a hombres de todos los tamaños, formas, ideologías y personalidades; y lo cierto era que jamás había conocido a ninguno con el que quisiera pasar el resto de sus días.

No iba a casarse por el solo hecho de estar casada.

– ¿Qué vas a decirle a la abuela? -le preguntó.

Connie, colgando el último almohadón y agarrando el barreño vacío.

– No lo he decidido todavía -Robin se mordió el labio inferior-. Probablemente me inventaré que tengo un novio.

– ¿Entonces no le dirás la verdad?

Robin se quedó callada. No le gustaba mentir a su abuela, pero le resultaba más difícil decirle la verdad.

– En cualquier caso, ya he tomado una decisión.

– Seguro que sí -Connie se dirigió hacia la escalera del porche-. Y conociéndote, hasta habrás leído un libro sobre ello.

– Por supuesto. He leído un montón sobre fertilidad y concepción -le explicó a su hermana.

Hasta tenía un termómetro basal en la maleta. El mes anterior había estado apuntando su temperatura y ese mes iba a hacer lo mismo. Así sabría cuáles eran sus días más fértiles.

Connie soltó una carcajada.

– Confío en que te asegures de que tu bebé lea los mismos libros que has leído tú. Te aseguro que suelen ignorar a los expertos y hacen lo que quieren.

– También he leído eso.

– Claro, ya me lo imagino.

– Estoy preparada -le aseguró Robin a su hermana-. Posiblemente esté más preparada que la mayoría de las mujeres casadas.

Connie dio un suspiro. Luego se sentó en un peldaño de las escaleras y dejó el barreño sobre la hierba.

– No tienes por qué agarrar a la vida por el cuello y sacudirla hasta que te dé lo que quieras.

– ¿A qué viene eso? -replicó Robin, que, intrigada, se sentó al lado de su hermana.

– Siempre has sido así.

– ¿Cómo?

– Cuando decides algo, no miras a la izquierda o a la derecha, sino que vas hacia delante como una apisonadora.

– Soy eficiente y consigo las cosas que me propongo.

Robin creía que no había nada peor que darle vueltas a una idea durante meses. Una vez que tomabas una decisión, tenías que cumplirla. Era así de sencillo.

Connie agarró una brizna de hierba y la retorció entre sus dedos.

– Por ejemplo, Wild Ones. Decidiste que lo mejor para viajar por todo el mundo era trabajar en una agencia de viajes.

– Y lo ha sido -contestó la chica.

Su trabajo en Wild Ones había sido todo un éxito.

– Necesitaban pilotos y te hiciste piloto.

– ¿Y qué?

– Necesitaban traductores y aprendiste portugués.

– No entiendo dónde quieres ir a parar. ¿Qué hay de malo en aprender portugués? Las dos cosas son buenas.

– Todo lo que has hecho durante años ha sido enfocado para convertirte en la empleada perfecta de Wild Ones.

– Sigo sin entender dónde está el problema.

El viento despeinó el cabello de Robin.

– En que nunca has pensado en ti.

– ¿Qué?

– Que nunca has confiado en que pueda haber gente alrededor tuyo que puede hacer que te pasen cosas buenas. Cosas buenas que a lo mejor ni siquiera sabes que querías. Te estoy diciendo que te relajes un tiempo y que dejes actuar al destino.

¿Destino? Robin le había dado oportunidad una vez. Hacía quince años en el río Forever. Pero Jacob Bronson la había detenido, afortunadamente.

Todavía se estremecía ante las posibles consecuencias de haber hecho el amor con Jake. Podía haberse quedado embarazada con dieciocho años. O peor aún, podría haberse creído que estaba enamorada de él y haberse quedado allí para siempre.

No. El destino no podía gobernar la vida de uno, pensó, mirando a su hermana.

– ¿Quieres que pase por la vida y deje que el destino me lleve de un lado para otro como una hoja seca?

– Para mí ha funcionado. Nunca habría conocido a Robert si no hubiera perdido aquel avión a Seatle.

– Eso fue suerte.

– Llámalo como quieras.

– No lo sé, Connie. No puedo imaginarme vagando por los aeropuertos, esperando a conocer al hombre de mis sueños.

Connie soltó una carcajada.

– Lo único que te sugiero es que te dejes llevar por la corriente durante un tiempo. Deja que el viento te lleve.

– ¿Igual que a una hoja seca?

– No eres una hoja seca -Connie dio un suspiro mientras abrazaba a su hermana-. No te preocupes tanto por las cosas que dejes pasar la oportunidad que tienes delante de ti.

– Lo intentaré -los ojos de Robin se posaron en las paredes de madera de la casa nueva de Jake.

– Pero decidas lo que decidas, tendrás mi apoyo -afirmó Connie.

Robin sintió un calor repentino en el pecho y parpadeó rápidamente.

– Gracias.

– ¡Mamá! -gritó la voz de Bobby, desde dentro-. Sammy ha roto mi camión.

– No lo he roto.

– Sí que lo has roto.

– No.

– Mientras tanto, piénsate bien lo de tener hijos -concluyó Connie, yendo hacia la casa a toda prisa.


Cuando los niños dejaron de pelear, comenzaron a oírse risas procedentes de la casa de Jake. Robin miró hacia allí y lo vio a él y a otras tres personas, dos hombres y una mujer. Estaban paseando entre los corrales llenos de caballos.

Observó la elegante postura de Jake y pensó en el destino. ¿Habría sido el destino lo que había llevado a Jake hasta ella aquella noche en el río? ¿Habría sido el destino lo que le había hecho desearlo o quien había hecho que él la detuviera?

¿Se habría quedado embarazada? ¿Se habría enamorado?

Se dijo que no. Además, era algo que no tenía importancia, ya que no podían retroceder en el tiempo y descubrirlo.

Jake y sus amigos se detuvieron ante el corral principal, donde había un semental que levantó la cabeza y luego las patas traseras en el aire fresco de la mañana.

Robin sabía que debería ir con su hermana y ayudarla a hacer la comida para los niños, pero no podía apartar los ojos de Jake. Había cumplido sobradamente las expectativas de belleza que ella había vislumbrado entonces. Fuerte y musculoso, se movía con gran agilidad. Si quisiera salir de Forever alguna vez, ella podría encontrarle trabajo en Wild Ones. Podría posar como modelo para los folletos de viajes.

Jake se subió a la valla del corral y se echó el sombrero hacia atrás. Luego se llevó los dedos a la boca y emitió un silbido penetrante. Los caballos de todo el rancho alzaron las orejas y se volvieron hacia él. Robin trató de enfocar la visión para verlo mejor.

El caballo que estaba dentro del corral se puso a dar vueltas frente a Jake, quien, muy despacio, bajó a la arena. La gente que tenía alrededor lo tapó por un momento y Robin no pudo ver qué hacía.

Pero en seguida volvió a verlo. Jake se había subido al caballo. Llevaba el sombrero bien calado en la cabeza y la camiseta se ceñía a sus musculosos bíceps. Picó espuelas al animal y este se arrojó hacia delante.

Robin sintió el impulso de correr hacia allá.

El cuerpo del caballo se arqueó y bajó al suelo bruscamente, provocando una nube de polvo. Entonces alzó las patas traseras e hizo un movimiento furioso.

¿Se había vuelto loco Jake?

Los músculos del hombre guardaban perfecta sintonía con el enfadado animal. Se echó hacia atrás y acomodó el cuerpo al del caballo. Robin, sin darse cuenta, también estiró los músculos con los de él. Jake levantó un brazo y lo balanceó, armonizando sus movimientos con los del animal.

Éste apenas tocó el suelo antes de arrojarse de nuevo hacia delante.

Luego el caballo cambió de táctica y fue hacia la valla como si intentara tirar a Jake. Robin se acercó un poco, juntando las piernas como si pudiera ayudar a Jake con la fuerza de su mente.

Jake se mantuvo firmemente en la silla. Parecía formar una unidad cósmica con el caballo.

Éste dio un giro repentino y varios de sus compañeros gruñeron excitados cuando el sombrero de Jake golpeó el suelo. Las piernas de Robin se murieron como por voluntad propia hasta llegar a la valla que separaba las dos propiedades. Se agarró a ella con las dos manos y miró el espectáculo con los ojos muy abiertos, preparada para saltar por encima y usar sus técnicas de primeros auxilios si hacía falta.

Se encogió cuando el caballo volvió a girarse. Justo cuando pensó que Jake había ganado, el animal se fue a un lado y Jake se acomodó un segundo más tarde de lo necesario. Cayó al suelo boca abajo, levantando una densa nube de polvo marrón.

¿Se habría golpeado la cabeza? Parecía como si así hubiera sido.

Robin saltó la cerca y el caballo retrocedió. Tenía la boca llena de sudor. Robin cruzó la pista y se dirigió hacia Jake.

Pero antes de que llegara, éste se levantó y fue hacia el nervioso caballo. Se detuvo un momento a recoger su sombrero, que sacudió contra la pierna antes de ponérselo.

Robin siguió acercándose, pero él iba en dirección contraria, hacia el salvaje animal. Jake empezó a hablarle con voz suave. Aquel hombre estaba verdaderamente loco. El caballo no pareció tranquilizarse, sino que, amenazante, golpeó el suelo con las patas traseras al tiempo que relinchaba.

Pero Jake continuó acercándose. Robin no podía dejar de pensar en cuándo había sido la última vez que había colocado un hueso roto o en si habría un médico de guardia en el hospital de Forever.

Cuando Jake llegó al lado del animal, este se quedó totalmente quieto y alzó las orejas. Robin se encogió, preparada para una nueva sacudida del caballo.

Las tres personas, al otro lado de la cuadra, vieron a Robin y esbozaron una sonrisa. Se comportaban como si les diera todo igual. Robin tomó aire y se detuvo.

Para su sorpresa, el animal no atacó a Jake. Al contrario, acercó el morro a la camisa de Jake hasta que este sacó algo del bolsillo que el caballo se metió en la boca rápidamente.

Robin se balanceó sobre las piernas. Era evidente que había algo que no había entendido, ya que era la única que parecía enfadada. Y eso incluía al animal.

La audiencia estalló en un espontáneo aplauso y Jake se volvió hacia ellos. Se quitó el sombrero e hizo una reverencia. Ese gesto, desde luego, no era el de alguien que había desafiado a la muerte. Finalmente se echó el pelo hacia atrás y se puso el sombrero.

Robin miró hacia ambos lados y deseó haberse quedado en su jardín. Jake había estado representando un espectáculo para aquellas personas.

El más joven y alto de ellos fue hacia Robin. Se detuvo y extendió la mano.

– Soy Derek Sullivan, un amigo de Jake.

– Robin Medford -contestó ella, estrechando la mano del desconocido.

Era lo único que podía hacer. Quizá creyeran así que también ella se había acercado para ver a Jake.

El hombre parecía de su misma edad, pero estaba claro que no se había criado en Forever.

– Es un bonito caballo -dijo Robin, haciendo un gesto hacia el animal.

Jake fue entonces hacia ellos y sus botas de cuero se hundían en el suelo polvoriento a cada paso.

– Sí, de los mejores.

De ser eso cierto, Robin prefería no ver a ninguno de los malos.

– ¿Suele hacer esto para entretenerse?

– ¿Dyanamo?

– No, Jake.

Derek sonrió.

– No, lo ha hecho solo por mí.

¿Derek quería que a Jake lo tirara un animal salvaje? ¡Vaya amistades! Robin miró a la otra pareja, que se habían alejado un poco para observar de cerca una yegua y su potrillo.

– Hola, Robin -la saludó Jake, entornando los ojos y poniendo una bota sobre la valla.

Posiblemente se estaba preguntando qué estaba haciendo ella allí, ya que la noche anterior no había hecho ningún intento por hablar con él.

También ella se estaba preguntando qué demonios estaba haciendo allí. Los recuerdos de su encuentro en la adolescencia estaban tan vivos, que le daba vergüenza hasta mirarlo a los ojos. Y se seguía sintiendo atraída hacia él igual que lo había estado quince años antes.

– Hola -contestó después de aclararse la garganta.

Normalmente el polvo no le agradaba, ni tampoco el sudor, ni los vaqueros gastados o las botas de cuero viejas.

Jake ladeó la cabeza y su expresión se hizo más insegura.

– ¿Qué te ha parecido?

«Increíble, muy sexy».

– El caballo parecía un poco… juguetón -contestó sin embargo.

Ambos hombres se echaron a reír.

– Pero a nosotros nos gustan así.

– Claro, en gustos no hay nada escrito -dijo Robin, deseando que su pulso volviera a la normalidad.

– Sabes en qué trabajo, ¿verdad? -preguntó Jake.

– No exactamente -respondió ella, tratando de concentrarse en la nube que coronaba una lejana montaña.

Sabía que él criaba caballos, pero nunca se había preocupado por lo que hacía con ellos. Se imaginaba que daría paseos con los turistas. Con turistas que tuvieran mucho dinero.

– Entreno caballos para rodeos.

– ¿Caballos para rodeos? ¿En Forever? -los ojos de Robin volaron desde la montaña al rostro de Jake.

– Sí, aquí mismo.

– Gracias por la demostración -dijo Derek, dando una palmada en el hombro de Jake-. Nos vemos por la noche. Encantado de conocerte. Robin.

Derek se dirigió hacia la pareja.

Jake hizo una señal de despedida a su amigo. Luego, se quedó mirando a Robin con dulzura. Esta sintió que se le aceleraba el pulso.

– Entonces, ¿qué puedo hacer por ti?

A Robin se le ocurrieron varias respuestas, pero no las expresó en voz alta.

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