Capítulo Siete

Robin había perdido más que un minuto. También había perdido la única oportunidad de ayudar a Jake a entenderla. Le quedaban cuarenta y ocho horas de fertilidad, pero a juzgar por la actitud de Jake, tampoco iba a aprovecharlas.

Así que volvería a Toronto el lunes y tendría que empezar a buscar otro padre para su hijo. Aquel era un pensamiento deprimente. Ya no podía imaginarse tener un hijo más que con Jake.

Quizá si le diera tiempo, cambiaría de opinión. Si se relajara un poco y pensara en todo lo que ella podía ofrecer a su hijo, la ayudaría a tenerlo.

De momento, y dado su cambiante humor, lo mejor que podía hacer era dejarlo en paz.

– Yo también tomaré un té -dijo Annie alegremente a la camarera mientras se sentaba frente a Robin-. Hoy llevarán el tanque de helio y elevarán un globo.

– Estupendo -contestó Robin, sin mucho entusiasmo.

Se concentraría en la fiesta que daba su abuela aquel día, y si Jake al día siguiente no había cambiado de opinión… bueno, sería su problema.

En ese momento, sonó la campanilla de la puerta y apareció Derek.

– Hola, Robin. Hola, Annie -las saludó, haciéndose paso entre las mesas.

Iba acompañado de Jake, que se quedó mirando a Robin como si esta tuviera escondida una serpiente.

– Los van der Pol te adoran -aseguró Derek, sonriendo a Robin y llamando a la camarera.

Esta se acercó a la mesa y les tomó nota. Una hamburguesa para Derek y té para Annie y Robin. Jake no quería nada.

Cuando la camarera se fue, Robin miró a Annie y luego a Derek. Si del baile de la noche anterior había nacido un romance, no lo demostraban. Ambos estaban sentados relajadamente, uno al lado del otro, como viejos amigos.

Jake, por su parte, seguía muy serio y su hostilidad le parecía ridícula a Robin. Se había sentado en un extremo del banco para no tocarla. ¡No se iba a quedar embarazada por sentarse a su lado!

– No sigas enfadado -le susurró.

– No estoy enfadado.

– ¿Qué pasa? -preguntó Derek.

– Le estaba preguntando a Jake por qué no come nada.

– Volviendo a los van der Pol, les voy a llevar hoy a dar un paseo y me gustaría que te vinieras con nosotros.

– ¿Al río? -preguntó después de dar un sorbito a su té.

– Sí, pero llegaremos hasta Hillstock Valley. Quieren dar un paseo y hacer fotos de los métodos de siembra. En Europa ahora están muy de moda los productos ecológicos. ¿Qué me dices? ¿Te vienes de traductora?

Robin miró a Annie, que se estaba tomando su té muy despacio.

– ¿Por qué no vas tú?

– Annie no sabe holandés -dijo Derek muy serio.

– Lo sé, pero yo tengo que hacer un par de cosas esta tarde. ¿Por qué no te la llevas y luego me reúno con vosotros?

Jake tosió.

– ¿Quieres venir, Annie? -preguntó Derek.

– Claro -contestó Annie, sonriendo.

Pero Robin no sabía si sus esfuerzos estaban sirviendo para algo. Finalmente, quedaron en que Robin se encontraría con ellos a las tres. Iría en barca.


Eran las tres y media cuando Robin embarcó. Pasó el primer recodo y se dirigió hacia la playa de las chicas. El agua lamía dulcemente la orilla. Robin observó los árboles, cuyas hojas había dorado el viento del norte. También contempló el rojo de la flor de los arándanos. Se había olvidado de la belleza del otoño.

Casi pudo oír la risa de las chicas y se preguntó si seguirían con la misma costumbre de irse a bañar la noche de la graduación. Pensó que le gustaría que así fuera.

Llegó a un punto llamado Fox Creek y puso rumbo al centro del río. Ayudada por la corriente, llegó en seguida al lugar donde el cauce se bifurcaba. Tomó el tramo que conducía a Hillstock Valley.

Pasó al lado de la casa del guarda y vio unos animalillos de cola corta que bebían junto a la orilla. Robin dejó escapar un suspiro. Durante aquellos años, se había olvidado de la paz que inspiraba el río Forever.

Pasadas unas millas, cuando oyó el grito de un águila, una sensación de inquietud la invadió.

Nada había cambiado. Bueno, el río se había hecho más estrecho y el agua más ruidosa y agitada. Pero había algo más, algo que Robin no podía explicar.

Miró a los arbustos, luego a las copas de los árboles. Y finalmente, echó un vistazo a las distantes montañas. Ya estaba en la zona norte, pero donde deberían estar las montañas Sheep, no había nada más que cielo y árboles.

Sintió un nudo en el estómago. No iba en dirección a Hillstock Valley. Se había equivocado. Pero, ¿cómo era posible?

Frunciendo el ceño, giró hacia la orilla para poder darse la vuelta. Cuando estaba a punto de conseguirlo, la embarcación se balanceó peligrosamente. El motor hizo un ruido y luego se paró. La barca se había quedado encallada en un banco de arena oculto por el agua.

Robin dijo algo entre dientes y se quedó mirando la superficie del agua. ¿Qué iba a hacer? El agua era profunda y estaba helada. Si trataba de ir nadando a la orilla, probablemente se congelaría. El motor, por otro lado, estaba enterrado en la arena y el ruido que había hecho no había sonado nada bien.

Consideró la posibilidad de tratar de liberar el motor de la arena. Pero, ¿y si luego no arrancaba? Se vería arrastrada por la corriente sin otra cosa que los remos y en el río había muchas rocas…

De repente, creyó escuchar algo y ladeó la cabeza. ¿No hacía mucho ruido el agua?

Entornó los ojos y miró a la distancia. Entonces abrió la boca y se puso la mano en el regazo. Después, rezó una oración para que la barca siguiera anclada en la arena.

Un poco más allá, a solo unos metros, el río caía abruptamente. Había una cascada.

Robin se quedó muy quieta, pensando en cómo salir de aquello. Al fin y al cabo, había sido entrenada para salir de ese tipo de situaciones.

Por el momento, la barca parecía bien sujeta en el banco de arena. Así que, aunque estaba atrapada, no corría un peligro inminente y seguramente los otros irían a buscarla al ver que no acudía a la cita.

Por otro lado, el agua que levantaba la catarata había empezado a empaparle las mangas del jersey, pero como el chaleco salvavidas era impermeable, no se quedaría del todo fría.

Después de frotarse la cara mojada con la palma de las manos, decidió que lo mejor sería tumbarse en la canoa de manera que las paredes la protegieran del rocío. Pero al sentarse en el suelo la embarcación se movió y entró un poco de agua helada que la mojó los pantalones.

Dejando escapar un gemido, se incorporó con cuidado y volvió a sentarse en el asiento mientras comprobaba aliviada que la embarcación parecía estabilizarse de nuevo.

Poco después, el viento cambió y el agua dejó de empaparla. Por suerte, todavía hacía sol y podría secarse. Además, Derek no tardaría en encontrarla.

De pronto, un ruido sonó a sus espaldas y al darse la vuelta, vio a un oso que se acercaba a la orilla. El animal, grande y fornido, se metió en el agua y tan cerca de la canoa, que Robin se fue aterrorizada hacia el extremo opuesto. Pero, en un momento dado, el oso se detuvo, metió una zarpa en el agua y sacó un rosado salmón que empezó a comer.

Robin respiró aliviada, pero decidió que lo mejor sería ocultarse. Así que, a pesar del agua, se tumbó en el fondo de la barca. Al poco, comenzó a temblar y se dio cuenta de que debía estar al borde de la hipotermia. Al consultar su reloj, comprobó que llevaba dos horas allí.

¿Dónde estaría Derek?

Se acurrucó en la barca mientras el viento empezaba a soplar con más fuerza. En la lejanía, se oyó un trueno.

Robin pensó que resultaría irónico que, después de todas las aventuras que había corrido por todo el mundo, fuera a morir en el río Forever, a veinte millas de donde nació.

Soltó una risita mientras empezaba a sentir un hormigueo en los dedos. Luego ovó otro trueno. En esa ocasión, más cerca.


Jake observó las nubes negras en el horizonte, contento de haber terminado de poner la carpa, previendo que iba a llover.

– La carpa ha quedado muy bonita -dijo Connie, levantándose del banco que había frente a la mesa donde comerían y acercándose a Jake, que estaba sentado en el tablero.

– Sí, va a ser una fiesta estupenda -dijo, frunciendo el ceño mientras miraba hacia el río.

Según sus cálculos, ya deberían estar de vuelta, pero todavía no había ni rastro de la barca de Derek.

– Mis hijos están deseando que empiece.

Jake sonrió, pensando que él también estaba impaciente. De niño, le encantaban ese tipo de fiestas.

De pronto, una barca apareció en el río y Jake se relajó.

– ¿Son Annie y Derek? -preguntó Connie.

– Sí, Annie y un par de clientes de Derek.

– ¿Crees que bailarán en la fiesta?

– ¿Quiénes? ¿Annie y Derek?

– Sí.

– Claro que bailarán -contestó él, encogiéndose de hombros.

– Estupendo -dijo ella-. Y ahora, será mejor que vaya a buscar a los niños -añadió, alejándose.

– Muy bien, hasta luego -se despidió Jake.

Luego miró hacia el muelle preguntándose dónde diablos estaría Robin.

Derek ayudó a los van der Pol a bajarse de la barca y luego también a Annie. Jake mientras tanto bajó hasta el muelle.

– ¿Dónde está Robin? -le preguntó a Derek.

– No apareció -contestó su amigo-. Nos imaginamos que estaríais ultimando los preparativos para la fiesta.

– ¿Cómo que no apareció? -Jake sintió un pinchazo en la boca del estómago.

– La estuvimos esperando, pero no vino. ¿No está aquí?

– Se marchó hacia las tres y media -contestó Jake.

De pronto, se quedó pensando en si ella estaría en peligro o si simplemente estaría tratando de llamar la atención. Porque al parecer estaba decidida a tener ese niño. Pero, ¿hasta dónde estaría dispuesta a llegar para conseguirlo?

– Iré a avisar a Patrick y a los muchachos -dijo Derek.

– No -le detuvo Jake, que no quería que se armase ningún escándalo.

– ¿Por qué no?

– Tenemos que ir a buscarla -intervino Annie.

– Iré yo solo -aseguró Jake.

– ¿Te has vuelto loco? -le preguntó Derek.

– Dadme un par de horas -pidió Jake-. No hace demasiado frío y, además, sabemos dónde se dirigía. Lo más probable es que esté en alguna playa, fuera de peligro. Además, no quiero alarmar a su familia. Iré yo solo a buscarla, ¿de acuerdo?

– Tienes dos horas -dijo Derek.


Una hora más tarde, a Jake lo había invadido una mezcla de terror y rabia. Si se trataba de un truco, la mataría. Y si se había caído al río, no quería pensar en lo que pasaría.

No, Robin estaba bien, se dijo, cerrando los ojos. Tenía que estar bien.

Nunca debería haberla dejado hacer ese viaje sola. Al fin y al cabo, hacía quince años que no había navegado por el río. Había sido un irresponsable al quedarse, solo porque no sabía si podría resistirse a ella.

Por supuesto que habría podido resistirse. ¡Por el amor del cielo! Pero si era sólo una mujer. Una mujer de carne y hueso. Además, desde que le había confesado lo del niño, ya no le interesaba.

Había recorrido todo el camino entre la ciudad y Hillstock Valley y no había encontrado ni rastro de Robin. Luego había retrocedido hasta el lugar donde el río se bifurcaba y había tomado el otro tramo, pensando en que ella quizá se hubiera equivocado.

Llevaba navegando ya un rato cuando vio un oso. Aquello le hizo pensar en otro peligro con el que no había contado.

Las nubes negras estaban cada vez más cerca y eso hacía más difícil ver en la lejanía. Pero entonces vio la canoa de Derek. Estaba estacionada sobre un banco de arena. Sin embargo, no parecía haber ni rastro de Robin.

Jake, entonces, estuvo a punto de sufrir un infarto.

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