Liz estaba encantadora de negro y plateado. Usualmente disfrutaba de su compañía, pero esa noche el baile resultó un fiasco. Liz era una mujer orientada a su profesión que no tenía intenciones de comprometerse y con quien podía bailar tranquilo, sabiendo que no había intenciones ocultas.
– Liz, ¿crees que soy un bastardo? -le preguntó, cuando ya acababa la velada. La música era más lenta y las parejas bailaban pegadas.
Aunque Liz bailaba perfectamente en sus brazos siguiéndolo a la perfección, ninguno de los dos sentía deseos de aproximarse más.
– ¿Qué quieres decir?
– Me han lanzado la indirecta de que soy un bastardo sin corazón por no invitar a salir a las chicas más de dos veces seguidas.
– A mí me has invitado a salir más de dos veces seguidas.
– Eso es diferente.
– Sí -sonrió Liz-. Porque yo también soy una bastarda sin corazón. Tú y yo encajamos muy bien, doctor Lewellyn.
Quizás Tessa tenía razón, entonces. ¿Qué era lo que tenía que hacer? ¿Salir sólo con mujeres como Liz?
Sí. ¡Una promesa era una promesa!
Cuando volvió a casa, era la una de la madrugada, hora de irse a la cama, pero no se sentía cansado en absoluto. Strop estaría durmiendo. Después de algo tan excitante como un partido de fútbol, solía dormir una semana, así que Mike no tenía prisa por volver a casa.
Pasaría a ver a Sally, decidió. Habían dejado a la niñita internada para asegurarse de que la anestesia no le había dejado secuelas. Finalmente, habían localizado a su madre y a su padre. Pasaron un largo rato con ella, ya que decidieron no ir al baile, pero Mike suponía que ya se habrían ido a casa.
Así que echaría una mirada.
Abrió la puerta de la sala de niños y Tess estaba allí. Sentada en una silla al lado de la cuna, tenía a Sally en los brazos en la semi oscuridad, dándole la espalda a la puerta. Tess estaba totalmente ajena a todo menos a la chiquilla que tenía en los brazos. Le tarareaba una nana.
Se quedó petrificado, mirándola largo rato.
Tess no lo vio. Tenía la cara metida en el cabello del bebé y se mecía mientras cantaba. Dios Santo, era hermosa. Estaba totalmente concentrada en lo que hacía y no tenía más pensamientos que para la niñita que tenía en los brazos.
Mike tragó y cerró los ojos. ¡Cielos! Tess había pasado la primera parte de la noche cuidando a la madre de Louise para que ella pudiese tener una oportunidad de tener vida amorosa y luego había hecho el esfuerzo de volver al hospital para cerciorarse de que un bebé que quería estuviese bien.
Tenía un corazón tan grande… tan cálido…
Se volvió al pasillo, pero no supo cómo.
Conque aquello era lo que había jurado no tener nunca, pensó con amargura. Nunca había comprendido las consecuencias de su promesa hasta ese momento. Hasta entonces, su juramento había sido fácil de cumplir. No había habido nadie como ella para tentarlo.
El pensamiento de su madre le pasó por la mente. Muerta… cuando un médico decente, un médico con la cabeza en su trabajo, la podría haber salvado.
Aquella mujer, Tessa, tenía el poder para distraerlo. Tenía el poder de hacerlo pensar en cosas distintas de la medicina y no se atrevía a arriesgarse.¡De ninguna manera se comprometería emocionalmente con aquella mujer.
Mantuvo la visión de su madre en la mente y se agarró a ella como si se fuese a ahogar si no lo hacía. ¡No! Su madre se merecía que no rompiese su promesa. Pero no podía hacer que se fuese. El valle la necesitaba tanto como lo necesitaban a él.
Una enfermera salió de la habitación de Henry Westcott. Era la horrible Hannah.
– ¿Está Henry despierto?
– Sí. Le acabo de dar unas friegas. Se ha quejado de que las escaras le duelen.
– Iré a verlo -dijo, frunciendo la frente. Seguro que Hannah le había dado unas buenas friegas a Henry, pero sus palabras infringían más daño de lo que las manos curaban.
No se parecía en nada a Tess, que era capaz de quedarse media noche despierta para hacerle compañía a una vieja protestona y darle libertad a su hija para que se divirtiese un poco y luego volver al hospital para acunar a un bebé…
Con razón no se había sentido tentado de romper su promesa cuando había salido con mujeres como Hannah. No había ni punto de comparación.
Henry estaba totalmente despierto. El anciano miraba la puerta con esperanza en los ojos cuando Mike la abrió. Era tristemente obvio que esperaba la llegada de su nieta.
– Tessa está en la sala de niños. ¿Quiere que la vaya a buscar?
– No… -dijo Henry y tosió. Luchó por recuperar el aliento mientras se cerraba la puerta-. No, no la necesito. No necesito a nadie. Tendrías que estar durmiendo, en vez de perder el tiempo conmigo.
Mike lo observó más detalladamente, notando la emoción en la cansada y vieja voz.
– ¿Qué pasa, Henry? ¿Dolor?
– No, las friegas ayudaron.
– ¿Es Hannah? ¿Lo ha estado molestando?
– No, no…
– Sí. Lo noto en su voz. Hannah es una de mis mejores enfermeras, técnicamente hablando, pero tiene una lengua… Dígame lo que le ha estado diciendo.
– Sólo…
– ¿Sólo?
– Me ha estado contando lo buena que es la residencia de aquí.
– ¿Ah, sí?
– No es un mal sitio para acabar, supongo -dijo Henry con cansancio-. Tan bueno como cualquier otro.
– ¿Tan bueno como su granja?
– No, pero…
– Pero nada -dijo Mike con firmeza. Esa Hannah… Tendría que darle unas buenas instrucciones sobre lo que podía y no podía hablar con los pacientes-. Tessa ya lo tiene todo solucionado. Le guste o no le guste, se lo llevará a la granja en cuanto se pueda poner de pie, y tiene todas las intenciones del mundo de vivir con usted y con Doris.
– Eso no es vida para una chica.
– ¿Quién dice eso?
– Lo dice Hannah. Yo estaría bien si ella estuviese bien…
– ¿Si quién estuviese bien?
– Tessa. Tessa dice… -Henry sufrió un acceso de tos, y le llevó dos minutos enteros recuperarse lo suficiente para hablar, pero Mike esperó como si tuviese todo el tiempo del mundo. Aquello era importante.
– Tess dice que no es solamente ella y yo y Doris -logró decir Henry finalmente-. Es…
– ¿Es?
Henry titubeó, y luego su cara se arrugó en una sonrisa avergonzada.
– Es… eres tú, muchacho -confesó-. Tess me dijo que intenta casarse contigo -luego, al ver que la cara de Mike se quedaba quieta, se apresuró a explicar-: Oye, que estaba bromeando. Le dije que no quería que perdiese su vida aquí y ella dijo que tonterías, que su futuro esposo se encontraba aquí y que no tenía intención de marcharse. Nunca. Entonces yo pensé… -le sonrió- Quizás sea una tontería, pero pensé que hasta que me sintiese un poco mejor, haría como si fuese verdad. Sólo que se lo dije a Hannah. Bromeando, ¿sabes? Y Hannah me dijo que era una locura, porque tú no te casarías nunca, ni con alguien como Hannah o Liz, ni, mucho menos alguien como Tessa.
Dios Santo. ¿Qué le podía responder?
– Mire, Henry. Hace sólo tres días que conozco a su nieta -se sentía a la deriva, como si lo arrastraran olas que ni siquiera podía ver- Es una locura…
– Sí -Henry hizo una mueca-. Pero Tessa dijo que a ella le alcanzaba con tres minutos. Lo sabía -suspiró profundamente e intentó darse la vuelta, pero su lado paralizado se lo impidió. Lanzó un gruñido de frustración y Mike se inclinó a ayudarlo.
– Su abuela era igual -dijo Henry finalmente cuando estuvo cómodo nuevamente-. La abuela de Tessa me vio por primera vez y me dijo que me olvidara de la soltería, que yo era el elegido. Le llevó a Ellen un año convencerme, pero me podría haber ahorrado el esfuerzo de luchar. Casarme con Ellen fue lo mejor que hice en mi vida. Pero tú…
– Pero a mí no me convencerán -dijo Mike pesadamente-. Esto es una tontería, igual que la idea de una residencia para usted, Henry. Hay un trabajo y una vida para su nieta en este valle sin necesidad de meterme a mí en el baile. Así que será mejor que usted se reponga para que pueda volver con Doris. Doris… esa sí que es una hembra sin complicaciones.
– No existe tal cosa -dijo Henry sombríamente-. ¿Una hembra sin complicaciones? ¡Ja!
La mañana del domingo era la más tranquila de la semana, y a veces su único descanso en toda la semana. No había nada urgente en el hospital y, después de la intervención de Tessa el día anterior, no quedaba nada pendiente.
Le dio el alta a Sally, que se fue a casa con sus aliviados padres. Convenció a Jason para que se sometiese a una reconstrucción del tendón de Aquiles en el valle en cuanto le diesen la colegiatura a Tessa.
Tessa no estaba por ningún lado. Había visitado a Henry, que estaba profundamente dormido. Louise estaba de guardia, alegre y todavía ruborizada después de su salida nocturna.
– Tess se fue a la granja temprano -le dijo-. Se muda allí hoy.
Genial. Eso quería decir que tenía el hospital para él solo.
De repente, el día se le hizo triste y totalmente aburrido.
Le quedaba una tarea realmente desagradable. Identificar los restos de Sam Fisher. Cuando acabó de asegurarse de que lo que había allí era decididamente lo que quedaba de Sam, el día le pareció más que triste. Más deprimido no podía estar.
¿Y después qué?
Pasó a buscar a Strop y salió del hospital al brillante sol del otoño. Era un día fantástico. Se quedó en el aparcamiento, llenándose los pulmones de aire fresco e intentando olvidarse del olor y el recuerdo de lo que acababa de hacer.
Pues… iría de paseo con Strop. Su Aston Martin era el orgullo de su vida.
Se dirigió al norte, hacia las montañas. Tenía el teléfono consigo. Si lo necesitaban, lo podían llamar.
El elegante deportivo llegó a la granja de Henry Westcott como si lo hubiese atraído un imán. Sólo iba para ver si Tessa necesitaba ayuda, se dijo con firmeza, pero no se creyó.
Sólo era porque quería ver a Tess. ¡Cielos! Tenía menos autocontrol que un adolescente.
Tessa se hallaba en el granero con Doris. Se había vestido para estar en la granja, con unos vaqueros manchados y una camiseta. Llevaba el rojo pelo sujeto con un hermoso pañuelo azul.
Cuando Mike entró, ella estaba en cuclillas mirando a los cerditos y, al verlo, se puso de pie y no hizo nada por esconder el placer de verlo.
– No me atreví a pensar que vendrías -le dijo.
Y luego lo miró realmente. La sonrisa se esfumó y los ojos lo escrutaron.
– Mike, ¿qué pasa?
– No pasa nada…
Ella dio un paso hacia delante.
– ¡Oh, Dios! ¿Es el abuelo? -preguntó. La cara se le había puesto pálida y él habló rápido para tranquilizarla.
– Henry está bien.
– Entonces, ¿por qué tienen ese aspecto tus ojos? -y luego el rostro se le despejó al recordar-. Oh, Mike, me olvidé. Ya sé lo que es. Los archivos dentales llegaron anoche. Has estado identificando a Sam.
¡Lo podía leer como un libro! Dio un paso atrás, como poniendo distancia entre él y Tess, pero ella no se dio por aludida. Dio un paso adelante y le dio un abrazo gigantesco.
– Tendría que haber estado contigo -dijo suavemente-. Al menos ahora está hecho, pero ha de haber sido horrible. No te olvides que yo lo vi antes que tú. Por lo menos, su final habrá sido rápido. Ven, cambiemos de tema. Ven a ver lo que he hecho en la casa -le rogó. Lo tomó de la mano y lo arrastró hacia la casa antes de que él pudiera protestar. Su mano le daba un calor que le subía por el brazo y que no podía negar.
Ella no paró hasta llegar a la cocina y él se detuvo, aturdido, al entrar.
El sitio estaba totalmente transformado.
Para empezar, estaba limpio. Desde la muerte de su mujer, Henry no se había ocupado demasiado de la casa. La había mantenido básicamente limpia, pero eso era todo.
– ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -preguntó Mike débilmente, mirando la transformación a su alrededor.
– Me levanté a las siete con Louise. Su madre ronca y no podía dormir. Tomamos el desayuno juntas y hablamos de lo maravilloso que es Harvey Begg. La dejé en la luna de Valencia y me fui al hospital. Tomé prestados unos útiles de limpieza. Necesitaba más, pero aunque la ferretería estaba cerrada, en al camino hacia allí me encontré al ferretero, el señor Harcourt, recogiendo el periódico del jardín. Lo reconocí porque ayer le traté la tos y le dije que si no dejaba de fumar se moriría dentro de dos años. Llevaba un pijama con patitos amarillos. Le dio un poco de vergüenza que lo encontrara así, pero fue muy amable y me dio la llave de la tienda.
Lo que Tess quería decir era que el pobre ferretero estaba totalmente petrificado de vergüenza al verla. Cualquiera lo estaría.
Y William Harcourt… no le podía haber pasado a un hombre más agradable. Patitos amarillos, ¿eh? Mike esbozó una media sonrisa.
– Así que después fregué y fregué. Vacié todo y luego blanqueé las paredes. Y después, volví a entrar las cosas. ¿A que hace una diferencia?
Vaya si la hacía. Mike se había quedado boquiabierto.
– Necesito ayuda para colgar las cortinas -le dijo, sin darle tiempo a que él comentara-. Las lavé temprano e iba a ver si estaban secas cuando me distraje con Doris y los chicos. Iré a buscarlas ahora. Qué bien que hayas venido.
Y salió corriendo. Era como un tornado, un remolino loco y adorable que agarraba todo y lo levantaba y lo dejaba caer de nuevo de forma distinta.
Y él no sabía cómo parar de dar vueltas. Trabajaron duro un rato. No lo dejó protestar. Él simplemente obedeció órdenes y la experiencia fue totalmente nueva.
Mike era un animal sin domesticar, pero Tess no pareció notarlo. Le hizo bajar las cortinas del segundo piso, sacudir alfombras, quitar las sábanas a las camas y hacerlas con sábanas limpias, barrer habitaciones que hacía años que no se usaban… Strop los seguía a todos lados, metiendo el hocico y olisqueando.
– Tú y Henry sólo vais a usar dos dormitorios -protestó Mike-. Este sitio tiene cinco. ¿Para qué necesitamos limpiar los otros?
Sus protestas fueron recibidas con desdén.
– Si hay que hacer algo, hay que hacerlo bien -dijo ella-. ¿No te enseñó nada tu madre?
Y luego ella lo miró de reojo al ver que su cara se cerraba. Y él supo que ella estaba ocupada sacando conclusiones y quién sabe a qué conclusiones llegaría. No tenía la más mínima idea de lo que estaría pensando.
Nunca había conocido a nadie como a aquella mujer en su vida.
Tessa decidió parar a las dos. Milagrosamente, el teléfono móvil de Mike no había sonado en todo ese tiempo. Casi deseó que lo hubiera hecho.
Ella sacó pan fresco y queso y fue a buscar una botella de vino del sótano de su abuelo. A Stop le dio un hueso de jamón. ¿Cómo diablos había adivinado que estaría allí? Luego extendió una manta bajo los eucaliptos, se sentó al sol y le sonrió.
Casi que no quería que su teléfono sonase.
– Venga, te lo has ganado -le ordenó, dando golpecitos en la manta con la mano.
– ¿De dónde has sacado todo esto?
– Le pedí el queso a la madre de Louise y fui la primera cliente de la panadería. Le dije al panadero que tenía esperanzas de que compartieses la comida conmigo y me dijo que él también y que el pan de centeno era tu favorito.
Estarían en boca de todo el pueblo, pensó Mike débilmente. Si Tess iba por la calle principal al amanecer charlando con sólidos ciudadanos con pijamas estampados con patitos y discutiendo con el panadero sus preferencias…
¿Cómo se había dado cuenta de que él iría a la granja?
Tessa se mantuvo silenciosa, disfrutando del sol, el pan fresco y el queso y el aroma de los eucaliptos. Mike estuvo solo con sus pensamientos.
No por mucho rato. Nunca por mucho rato con Tess alrededor.
– Háblame de tu madre.
– ¿Qué…?
– Louise dice que tu padre se fue cuando tú eras pequeñito. Dice que tu madre te crió sola y luego, cuando tenías dieciséis, ella se murió. ¿Cómo murió?
– Tess…
– Ya sé. No es de mi incumbencia, pero dímelo lo mismo.
– ¿Por qué?
– Porque quiero saberlo.
Parecía que no había otra alternativa.
– Mi madre murió de un coma diabético -dijo, con la voz ahogada-. Su diabetes era inestable. Un sábado por la tarde, se desmayó. Nunca me había dejado tocar sus medicinas y aunque hubiera podido ponerle una inyección, no habría sabido qué ponerle.
¿Cuántas veces había repasado lo que sucedió esa tarde? Estaba cansado de ello, infinitamente cansado, pero no lo podía olvidar.
– En esa época… -se forzó a continuar- no había hospital aquí ni enfermeras. Había sólo un doctor. Un doctor que no fue a casa. Mi madre estaba en coma cuando la encontré, de lo contrario quizás me habría dicho qué hacer. Pero no había nadie.
– ¿Culpas al doctor?
– Tendría que haber ido.
– Entonces, ¿tú estarás disponible veinticuatro horas, siete días a la semana, durante el resto de tu vida?
– Algo por el estilo -hizo un gesto de dolor, y luego una sonrisa compungida-. No. No soy tan idiota, sé que no soy Dios. Les pago a los suplentes una vez al año para tomarme unas vacaciones.
– ¿Los suplentes?
– Dos suplentes.
– ¿Dos suplentes para dar el mismo servicio que das tú?
– Efectivamente.
– Porque ningún otro médico soltero sería tan idiota como para hacer lo que haces tú -la voz de Tessa era amable pero insistente.
– Ése es tu punto de vista.
– Pues… -ella se echó hacia atrás, tendiéndose a su lado y poniendo las manos tras la cabeza como él-. Suerte que he venido, entonces -dijo con decisión-. Me necesitas, Mike Llewellyn.
– Yo…
– Admítelo -dijo ella, mirando al árbol sobre sus cabezas-. Necesitas a otro doctor.
– Si tú te quedas, significa que no necesitaré tomarme tantas vacaciones.
– Significa que no te cansarás tanto -asintió con la cabeza Tess con decisión. Se había quitado los zapatas y se estudiaba las uñas de los pies contra el fondo de eucaliptos. Era como si estuviese mirando una obra de arte. Y, en realidad, lo eran-. ¿Así que lo admites, Mike? ¿Me necesitas?
– De acuerdo -dijo él, incómodo. Ella estaba demasiado cerca y esos pies desnudos… ¡Diablos! ¡Nunca se había dado cuenta de que los dedos de los pies podían ser tan atractivos!-. Es verdad que necesito a otro médico -dijo a regañadientes-. Si te quedas, te lo agradecería.
– Oh, me quedaré -se incorporó sobre los brazos y lo miró desde arriba, con la cúpula de los árboles detrás, a unos diez centímetros de su cara.
– ¿Y qué tal el resto de ti, doctor Llewellyn? -exigió-. La parte de ti que es doctor me necesita como médico. ¿Me necesita tu parte personal como mujer?
– Tess…
– ¿Quieres decir que no hay parte personal?
– Por supuesto que hay una parte personal.
– Pero nadie que interfiera con tu medicina, ¿no es verdad? -exigió ella-. Debido a lo que sucedió con tu madre en el pasado, has bloqueado tus necesidades personales. Y… -los verdes ojos se pusieron pensativos-. Piensas que si te enamoras de mí te distraeré.
Luego, mientras él la miraba en un silencio atónito, Tessa esbozó una sonrisa.
– ¡Eh! Puede que tengas razón. Suena divertido un poco de distracción -le puso un dedo juguetón en la nariz y su toque fue eléctrico-. Pero no te distraería tanto, doctor Llewellyn. Si el deber llamase, estaría allí a tu lado, trabajando como una hormiguita y siendo un doctor tan dedicado a su trabajo como tú. Insinuar otra cosa es insultante.
Él la miró y ella le sonrió. ¡Diablos! Su cabello casi le tocaba la cara. Los verdes ojos le sonrieron. Tenía la cara tan cerca…
Se suponía que las mujeres no hacían eso, pensó, como mareado. Se suponía que las mujeres no tomaban la iniciativa.
Aquélla no era sólo una mujer. Aquélla era Tessa.
Mike apenas podía respirar. Le dolían los pulmones. El mero esfuerzo de no tomar a aquella mujer en sus brazos casi lo estaba matando.
Pero Tessa no tenía necesidad de ayuda. Tenía todo bajo control y sabía perfectamente lo que quería.
– Así que relájate y déjame presentarte a la mujer que tiene intención de ser el amor de tu vida, Mike Llewellyn -susurró-. Y, en caso de que no lo hayas adivinado, soy yo.
Su nariz descendió un poco más y Mike se encontró con que lo besaba y que no podía oponer ni un ápice de resistencia.
Dentro de sí, se levantó un peso que había sido casi demasiado grande para soportar y que no sabía que llevaba. Había jurado que nunca amaría, pero no sabía lo que era el amor. Se había prometido no comprometerse, pero no sabía que el compromiso podía resultar tan dulce, que una mujer podía sentirse de ese modo en sus brazos… parecía que pertenecía precisamente adonde se hallaba, como si fuese parte de él, como si fuese la forma de completar su todo.
Lo que quedaba de su resistencia se desmoronó. Apretó a Tessa contra sí y su cuerpo se amoldó al de él en el suave sol de otoño. Al contacto de su cuerpo contra el suyo, Mike sintió que sus promesas se esfumaban como si nunca hubiesen existido.
¿Promesas? ¿Qué promesas? Promesas basadas en la premisa equivocada de que no podía comprometerse son la medicina si amaba a una mujer.
Sí que podía. Esa mujer era su pareja. Podía comprometerse. Lo quisiese o no, estaba total y maravillosamente comprometido con aquella mujer en sus brazos.
Su Tessa.