Capítulo 10

Siguió un interminable mes en el que Mike trató de tomar las riendas de su vida nuevamente donde las había dejado.

Trabajó en dos niveles. En apariencia, era eficiente, calmo y controlado, pero por debajo estaba tan nervioso que se preguntaba cómo podía soportarlo.

Quizás, si dejase de ver a Tess cada vez que se daba la vuelta, podría resolver su problema. Pero eso no iba a suceder.

Tess se establecía cada vez más en el valle. Pronto estableció la rutina de ir por la mañana a atender la consulta y por la tarde a hacer las visitas que le correspondían. Con frecuencia, se llevaba a Henry con ella. Entre los dos se compraron una camioneta y la visión del anciano y la joven doctora de pelo rojo por los caminos del valle pronto se hizo algo habitual.

– No sé cómo te las arreglabas sin ella -era algo que Mike oía una y otra vez y él sabía que se las había arreglado mucho mejor sin ella.

El dolor de Mike no pasó desapercibido, especialmente a Tessa.

– Te matarás si sigues comiendo eso, y trabajas demasiado -le dijo directamente una noche, seis semanas después de la muerte de Stan. Fue al hospital a ver un paciente y se lo encontró haciéndose panceta con huevos otra vez-. Sabes perfectamente que quiero más trabajo, Mike Llewellyn. Dámelo.

– No puedes trabajar todo el día y cuidar a Henry.

– Henry está mejor día a día. Ya casi es independiente -titubeó un instante, pero luego entró y se sentó a la mesa mientras él cocinaba-. Pero eso no significa que me vaya a ir, si eso es lo que esperas, Mike. No me voy. En todo caso, estaré más cerca. Henry y yo hemos decidido vender la granja.

– ¡Vender la granja!

– Nos encanta, pero no necesitamos sesenta acres -le dijo-. Además, me queda demasiado lejos del hospital. Fue idea del abuelo. Hay un sitio genial cerca del río a media milla de aquí. El abuelo lo ha ido a ver y le encanta.

– Pero él adora la granja también.

– Los dos la queremos. Pero nos gusta más estar juntos. Sólo yo y el abuelo y Doris, la cerda -dijo Tess. Luego titubeó y suspiró-. Me sigues culpando por la muerte de Stan, ¿verdad?

– No. Me culpo a mí mismo.

– Eso todavía es peor -dijo Tess, pero su voz pronto perdió su agresividad para preguntar-: Estás bien, ¿verdad, Mike? -preguntó, con la preocupación reflejada en el rostro- ¿No te estarás poniendo enfermo o algo por el estilo?

– No pasa nada.

– Pues, si tienes algo y no quieres decírmelo… -titubeó Tess- O incluso tomarte unos días libres para ir a Melbourne… Habría que ser bobo para no hacerlo, ¿no?

No había ningún problema.

Tess se marchó. Mike abandonó sus huevos con panceta y se fue a su apartamento, pero las palabras de Tess le quedaron dando vueltas en la cabeza.

No había ningún problema, se dijo. No había necesidad de hablarlo con Tessa ni con nadie más. Era sólo un dolor sordo en el vientre, sólo eso, causado por la tensión nerviosa. Nada más. Se había puesto nervioso por una mujer y le había afectado el físico.

Eso fue a la medianoche. A la madrugada estaba tan enfermo como nunca lo había estado en su vida.


– ¿Ha visto al doctor Llewellyn?

Había una tormenta espantosa y Tess llevaba más de cinco minutos en el hospital cuando Hannah le hizo la pregunta.

– No responde al móvil y en el apartamento tampoco.

– ¿Ha ido alguien al apartamento? -la preocupación se reflejaba en su rostro.

– Hannah ha llamado más de una vez y no hay respuesta -le dijo Bill-, así que le dije que fuese a escuchar mientras yo llamaba, por si había una avería en la línea, con este viento tan terrible, pero no la hay. Se puede oír cómo suena el teléfono. Ah, y Strop está dentro. Se lo oye caminar.

– Bill… anoche Mike no se encontraba bien. No tenía ganas de comer -dijo Tess, más preocupada aún.

Bill se quedó quieto. Se miraron durante un larguísimo minuto. Fuera, el viento silbaba amenazador.

– ¿Qué esperamos, Bill? -dijo Tess finalmente, y el corazón le dio un vuelco de miedo- Vayamos a ver.

Strop los recibió al abrir la puerta y estaba desesperado por la preocupación. En cuanto ellos entraron, corrió al baño, ladrando angustiado.

Cuando llegaron al cuarto de baño estaban esperando algo malo, y lo encontraron. Mike estaba en el suelo del cuarto de baño, inconsciente.


– ¡Oh, Doctor Llewellyn! ¡Oh, Mike! -no había duda que había emoción en la voz de Hannah. Alegría-. ¡Se ha despertado! No se atreva a cerrar los ojos otra vez, que traeré a Tess.

Tess… ¿Hannah llamaba a Tess, Tess?

Todo era muy difícil de entender y no pudo evitarlo. Por más que lo intentó, no pudo seguir la orden de Hannah. Los ojos se le cerraron y se durmió.

La siguiente vez que abrió los ojos Tess estaba allí. Y lloraba.

Mike casi se había muerto, y le llevó cuatro días enterarse por qué no. Cuatro días que Strop pasó debajo de su cama y el cuerpo lentamente se recobraba.

– Tuviste una hemorragia masiva debido a una úlcera de duodeno -le dijo Tess, aún temblorosa-. Nunca he visto tanta sangre. Te pusimos cinco unidades de plasma antes de comenzar a operar y luego comenzaron a venir donantes de todo el valle. Los tuvimos que aceptar a todos.

De alguna forma lo habían operado allí.

– Yo te operé -le dijo Tess cuando él estuvo lo bastante bien como para hacerle preguntas-. Y no me preguntes cómo, porque nunca en la vida quiero tener que volver a hacerlo. No quiero ni pensarlo.

Fue Bill quien se lo dijo dos días después de la operación, cuando ya podía entenderlo.

– Yo pensé que estabas muerto -le dijo mientras le cambiaba el vendaje con una delicadeza increíble para un hombre con esas manos enormes-. Cuando te vi en el suelo y toda esa sangre… estaba listo para llamar al enterrador. Si no hubiese sido por Tess, estarías en el cementerio.

– ¿Qué pasó?

– No pudimos evacuarte por la tormenta, así que Tess comenzó a meterte plasma, pero te nos ibas. Allí estábamos todos, Louise, Hannah, Tess, Strop y yo, todos mirándonos como tontos, porque tú te nos ibas. Entonces, Tess dijo que si total te ibas a morir si no hacíamos algo, que quién le hacía la anestesia.

– ¿Quién…?

– Yo me la quedé mirando boquiabierto, pero Hannah dijo que si ella le decía qué tenía que hacer, que ella se animaba. Hannah trabajó en quirófano en la ciudad. Tessa inspiró profundamente y dijo que fenomenal y que no se preocupara, porque sería la primera vez que Hannah hiciese una anestesia, pero también la primera vez que ella haría una operación.

– ¿Y entonces…?

– Entonces Tess llamó a Melbourne. Tendrías que haberla visto. ¿Mandona? ¡Increíble! Organizó una conexión telefónica con dos especialistas, un cirujano para ella y un anestesista para Hannah -Bill sacudió la cabeza y el tono de su voz indicaba que todavía le resultaba difícil creerlo-. Vinieron todas las enfermeras de la zona. Había gente sacando sangre a los donantes y ayudando en las salas y en quirófano. Todo el mundo quería ayudar.

– Y ella lo hizo -dijo Mike débilmente.

– Sí. ¿Sabe que te nos quedaste en la mesa?

– No me tomes el pelo.

– En serio. Hannah casi se murió también, pero Tess se mantuvo calma. Me hizo sujetar con pinzas lo que estaba cosiendo y le puso los electrodos. Saltaste y el corazón comenzó a latir otra vez, así que ella tranquilizó a Hannah y con calma volvió coser la maldita úlcera. Trabajó como una verdadera profesional y el cirujano que la estaba ayudando me dijo luego que no creía que él se hubiese quedado tan calmo -Bill esbozó una sonrisa-. Quizás no estaba tan tranquila. Cuando todo acabó y ella se hubo asegurado de que sobrevivirías la vi afuera vomitando hasta las tripas, como si hubiera sido ella la de la úlcera en vez de ti.

Parecía que había algo más que Bill encontraba difícil decir.

– ¿Sí?

– Cuando la estaba ayudando a limpiarse, me dijo que no quieres casarte con ella porque interfiere con tu medicina. Lloraba a mares cuando me lo decía. Habrase visto tontería… ¿Qué ella interfiere con tu trabajo? Si ella no te amara… si ella no se preocupara por ti como para prácticamente tirar abajo la puerta de tu apartamento, si ella no hubiese corrido los riesgos que corrió, incluyendo el de perder su reputación profesional… Pues, sin Tessa, no le podrías dar a esta comunidad ningún tipo de servicio médico. Serías una estadística más en el cementerio.


– ¿Tessa?

– ¿Mmm? -con la bata blanca y aspecto eficiente, Tessa había entrado en la habitación con Hannah detrás. Miró los gráficos y sonrió-. Esto va estupendo, ¿sabes? Podrías comenzar a comer sólidos mañana.

– Pero no huevos con panceta -sonrió Hannah y Tessa sonrió afirmativamente.

– Tiene razón, enfermera. Ni huevos, ni panceta. Puede que probemos un poco de gelatina y…

– ¡Tessa!

– Perdona, Mike. ¿Querías decirme algo? -Tessa levantó las cejas y le dio su completa atención, igual que un cirujano atento y educado.

– Sí. ¿Podemos hablar a solas un minuto?

– Me temo que Hannah y yo estamos realmente ocupadas -le sonrió otra vez-. Como comprenderás, tenemos sobre nuestros hombros toda la responsabilidad de la atención médica del valle. No podemos permitir que nuestras vidas personales interfieran.

Hannah sonrió. Mike se la quedó mirando. Hannah había salido de su concha. Lo que había hecho le había quitado años de amargura de los hombros. La enfermera estaba prácticamente con un ataque de risa boba.

– ¡Tessa!

– ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

– Sí -la miró enfadado-. Quiero que te cases conmigo.

– Oh, ¿es eso todo? -la frente se le aclaró y una chispa de humor relució en su mirada. Detrás de su risa había dicha-. Creo que podríamos organizarlo. Hannah, cuando vayas a mi despacho, ¿podrías mirar si encuentras un hueco en mi horario?

– Tess…

– No querríamos interrumpir las necesidades de la comunidad, ¿no?

– Tess…

– Tengo que irme -dijo ella como si tal cosa-. Pero, por supuesto, me casaré contigo. Cualquier cosa con tal de hacerlo feliz, doctor Llewellyn. Cualquier cosa con tal de hacer a mis pacientes felices.


Pasaron dos días antes de que pudiese tener una respuesta seria. Durante dos días tuvo a Bill o Louise o Hannah a su lado y él sintió que se volvía loco.

Finalmente, la pilló. Era la medianoche. Había estado dormitando y oyó la puerta abrirse suavemente y unos pasos acercarse a la cama.

Silencio. Cerró los ojos.

Quien quiera que fuese, se inclinó sobre él. Hubiese reconocido ese perfume en cualquier lado. Le agarró la muñeca antes de que ella pudiera escaparse.

– Quédate -gruñó.

– Mike…

De repente, la voz de Tessa parecía insegura.

– Quiero pedirte perdón.

– Perdón…

– Por dudar de ti. Por ser tan idiota. Por causarte pena. Te quiero tanto, que quiero que estés a mi lado para siempre. Ya he tenido mis desastres. Y quiero tu amor antes de tener que enfrentarme a más. De ahora en adelante, cualquier desastre que venga, lo enfrentaremos juntos.

– Mike…

– Cásate conmigo, Tess -susurró-. Cásate conmigo y comprueba que no tengo ninguna reserva. Cásate conmigo y comprueba que no puedo ser médico sin ti. No puedo ser nada sin ti. Eres la mitad de mi todo. Tess…

– Oh, Mike -se arrodilló y le hundió la cara en el hombro y lo abrazó, a pesar de la sonda.

– Ya te he dicho que sí -dijo con firmeza-. Me enamoré de ti en cuanto te vi y te amaré para siempre. Por supuesto que me casaré contigo, amor mío. Lo quise en ese momento y lo quiero ahora. Amarte sin parar. Tú recupérate y organizaremos una boda para morirse. O… -pensó lo que había dicho y sonrió-. Mejor, habría que decir una boda para vivir. Porque eso es lo que será, una boda para vivir.

Ya no había dudas en el corazón de Mike. No había ninguna duda. Ése era su destino, lo que iba a suceder.

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