Capítulo 5

El período de prueba de Tessa se inició quince minutos más tarde.

– Doctor, hay un incendio en el hotel. Ha llamado Rachel, de los bomberos, que lo necesitan -despertó Louise a Mike con el teléfono cuando éste casi acababa de apoyar la cabeza en la almohada.

– ¿Muy grave? -de repente, estaba totalmente despierto y el cansancio había desaparecido.

– Rachel dice que hay gente atrapada -dijo Louise. La voz, normalmente calma, le temblaba-. Llamaré a todo el personal. Si usted va con la ambulancia, organizaré las cosas aquí.

¡Infiernos!

Le llevó diez segundos ponerse los pantalones, el jersey y los zapatos y dejando a Strop dormido en su cesta, salió de su apartamento en la parte de atrás del hospital justo a tiempo para ver el segundo coche de bomberos pasar como una exhalación sonando la sirena.

La ambulancia ya estaba retrocediendo en la entrada de emergencia.

– ¿Qué llevamos, Doc? -gritó uno de los muchachos al ver su silueta dirigiéndose a ellos- ¿Algo extra?

– Meted tanto suero como haya en la sala de emergencia y empapad unas mantas antes de salir. Dejadlas en el suelo de la furgoneta, bien empapadas.

Ésta era justamente su pesadilla. Un accidente con múltiples víctimas y no contar con un equipo médico.

– ¿Sabemos lo que pasa?

– Raquel parecía descompuesta. Y ya conoce a Raquel. Si ella está preocupada, quiere decir que es grave -le respondió Owen, el jefe de la ambulancia.

– De acuerdo. Vayamos a ver.

– Yo también voy.

Era Tessa. Había reemplazado la bata por pantalones negros y un jersey rojo. Se había recogido el cabello y se estaba poniendo las deportivas mientras corría.

– Estaba charlando con Louise cuando entró la llamada. Pensé que me podías necesitar.

Antes de que Mike pudiera articular palabra, se había subido a la parte de atrás de la ambulancia. Le quitó las bolsas de suero a Owen y las guardó, como si hubiese estado trabajando con él toda la vida. Luego miró la cara sorprendida de Mike.

– Y, ¿qué esperamos?

No había forma en que Mike pudiese discutir con ella. No había tiempo y si había muchas víctimas… lo cierto era que estaría agradecido de tener a Tessa. Estaría agradecido de tener un médico a su lado. Las palabras de Bill sobre Doris, la cerda, le volvieron a la mente.

Pero, de repente, dio gracias por tener a Tess. ¿Por qué el pensamiento de ella a su lado hacía que el pensamiento de lo que se aproximaba era menos amenazador?

Tess se movió hacia un costado para hacerle sitio y él se subió sin mediar palabra. Parecía que su colaboración médica estaba por comenzar.


Mike se mantuvo silencioso los tres minutos que tardaron en llegar a la ciudad. Con la sirena, no podría haber hablado tampoco, pero mentalmente se estaba preparando para lo que se acercaba.

Era medianoche. A esa hora de la noche el bar del hotel estaría cerrado, así que no habría gente de fuera, sólo los clientes del hotel.

Por suerte, el hotel estaba bastante venido a menos y no tenía demasiados clientes, sólo uno o dos hombres que pagaban unos pocos dólares por un alojamiento mínimo y no pretendían demasiado.

Mike sintió cómo Tess lo miraba, como si le leyese la mente. Estaba sentada tranquilamente en la camilla frente a la suya, con las manos en el regazo, esperando que la ambulancia llegase a su destino.

Para ser una bola de fuego, era una mujer calmada, pensó Mike de repente. Sintió que ella lo apoyaría hasta el final. Se comportaba como una verdadera profesional y Mike sintió una abrumadora gratitud porque ella hubiese ido.

El hotel estaba completamente encendido. El viejo edificio de dos pisos hacía años que no se pintaba. El verano había sido largo y caluroso. El tiempo más fresco que anunciaba la proximidad de invierno ya había llegado, pero había habido poca lluvia. El edificio estaba seco como la yesca. Una mirada le indicó a Mike que no había nada que los bomberos pudiesen salvar.

¿Y quién estaba dentro? ¿Podrían ayudarlos?

Que no hubiera nadie, por favor, Dios…

La ambulancia se detuvo junto a los coches de bomberos, con cuidado de dejar sitio para las mangueras y que los hombres circularan y Mike salió al ruido y el calor para ver en qué podía contribuir.

Se había alejado un metro de la ambulancia cuando lo atajó Rachel Brini, la jefa de bomberos. Rachel era diminuta y dura, y más capaz que diez hombres.

– Tengo a Les Crannond aquí para ti, Doc. Necesita que lo veas primero.

Mike asintió. Les era el responsable del bar y si Rachel decía que había que verlo primero, así sería.

– ¿Quemaduras?

– Sí. Está en el suelo detrás del coche de bomberos. Tengo a los chicos rociándolo con agua. No creo que se muera, pero sus piernas… Los pantalones se le prendieron fuego cuando lo estábamos sacando.

– ¿Qué más, Rachel?

– Todavía, nada más. La mala suerte es que no podemos subir a la primera planta, que se está derrumbando. Les dice que quedan dos allí arriba, pero Dios los proteja si tiene razón.

Y luego se dio la vuelta y comenzó a lanzar órdenes mientras corría hacia el incendio.

Mike se dio vuelta también para encontrarse a Tess a su lado con los brazos llenos de mantas mojadas y el maletín de Mike.

– Dime dónde hay que ir.

No le respondió, sino que dio la vuelta al camión donde Raquel había dicho que encontraría a Les, dejando que Tess lo siguiese.

Les estaba realmente mal. Estaba echado en la tierra con la cara gris de dolor y susto mientras uno de los bomberos le remojaba las piernas con agua. La tela de sus pantalones casi se había quemado por completo y Les parecía a punto del desmayo.

– Continúa, Robby -le dijo al joven bombero-. Cuanto más agua le eches, más posibilidad habrá de que no tenga quemaduras de tercer grado.

Poca gente sabía que aunque la causa de las quemaduras se hubiese retirado, la carne seguía quemándose. Veinte minutos seguidos refrescando era la regla de la medicina de urgencias.

Se arrodilló junto a Les y Tessa se arrodilló a su lado. Mientras Mike levantaba la muñeca del herido para tomarle el pulso, ya que parecía que estaba al borde del colapso y un ataque cardíaco era una posibilidad, Tess abrió el maletín.

– Tiene problemas de corazón -dijo Mike con brusquedad-. Tuvo un paro cardíaco hace dos años y le hicieron un bypass -las quemaduras eran graves, pero lo que más temía era un ataque al corazón.

– ¿Quieres morfina? -preguntó Tess, asintiendo con los ojos clavados en la cara de Les. Si sufría del corazón además de las quemaduras y el colapso… La expresión de Tessa le indicó que sabía con lo que tendrían que vérselas.

– Primero suero, luego morfina.

– De acuerdo.

Trabajaron con prisa y en silencio, y Mike se sintió nuevamente agradecido por la presencia de Tess. Los dos enfermeros de la ambulancia habían desaparecido, dejándole el enfermo grave a él y haciendo su propio reconocimiento para ver qué más había que hacer.

Ésa era la forma en que generalmente trabajaban en las emergencias. Con sólo un médico en Bellanor, era imposible que Mike pudiese hacer una distribución de las prioridades en una emergencia. Los enfermeros se la hacían.

Sin duda, en cuanto acabase con Les, le tendrían preparado más trabajo. Mike estaba acostumbrado a trabajar solo, pero tener a Tess a su lado era un regalo de Dios.

El calor era indescriptible. Aunque sabían que ningún bombero saldría ileso, lo seguían intentando. Con el hotel tan cerca de los otros edificios, tenían que intentar contener el incendio, y contenerlo rápido.

Además, había posibilidad de más gente dentro.

Mike no quería ni pensarlo. Tess le alcanzó una jeringa. Él la agarró y mientras buscaba la vena, ella improvisó una sujeción para colgar el suero. Para cuando el suero comenzaba a gotear, la bolsa ya estaba colgada.

No necesitó pedirle a Tess lo que necesitaba a continuación. Ella ya tenía la morfina preparada.

Les masculló algo y movió los ojos. Mike estaba inyectándole la morfina, así que fue Tess quien levantó la muñeca de Les y le tomó el pulso. Se inclinó sobre él para poder oírlo sobre el ruido de las llamas y los gritos alrededor de ellos.

– Calma, Les -le dijo con urgencia y suavidad a la vez-. Calma. Está fuera de peligro. El fuego está controlado. Tranquilícese. No luche más. Ahora nosotros estamos a cargo, no usted. El analgésico le hará efecto en un minuto, pero no quiero que luche más, relájese.

Mike la miró sorprendido. Parecía tener todo bajo control…

Pero, ¿qué esperaba? No lo sabía, pero ya sabía lo que tenía. Tessa parecía competente y segura de sí. Daba la impresión de que no había nada de lo que preocuparse.

– Sam… -gimió Les- Fue Sam.

– ¿Está Sam Fisher dentro?

Les logró dar una cabezadita.

– Imbécil. Le dije que no usara estufa, pero insiste en meterlas. Y luego bebe en la cama, se emborracha, le da calor y se quita las mantas.

– Ya ha sucedido antes.

– La semana pasada. Quemó un agujero enorme en el suelo antes de despertarse. Estuve a punto de echarlo entonces, pero me juró que no lo volvería a hacer.

– Sam Fisher es alcohólico -le explicó Mike con cara seria a Tess-. Muchas veces se queda en el hotel. Se podría considerar su casa.

Terminó de administrar la morfina y le tomó la mano. El joven bombero seguía mojándole las piernas suavemente y Mike le dio una orden silenciosa con los ojos de que continuara.

– Ya estás bien, Les -le dijo al dueño del hotel-. Puede que Sam se haya causado la muerte, pero sabes que cuando caía en la cama su borrachera era tal que casi estaba paralítico. El humo habrá acabado con él antes de que se diese cuenta de nada.

– Pero Hugh… -gimió Les- ¿lo recuerda, doctor? Mi sobrino, el que se casa la semana que viene con Doreen Hirrup. Vive en una granja a diez millas. Vino para el ensayo de boda y le di una habitación para que se quedase.

– Oh, no…

El segundo piso del hotel se desplomó con estrépito. Las llamaradas se elevaron rugientes y las chispas saltaron hacia el cielo.

– Dios mío… -gimió Les, y la cara se le puso aún más gris.

– Mike… -advirtió Tess. Si Les tenía una parada cardíaca allí… Mike le miró la cara e imaginó lo que ella pensaba. Quería los servicios de urgencias a los que estaba acostumbrada en los Estados Unidos. Quería un desfibrilador electrónico, un cardiólogo o seis disponibles…

Ellos estaban solos con un bombero pálido que no era más que un niño que intentaba que la mano no le temblara mientras le echaba agua a las piernas de Les. Y eso era todo.

Y luego se oyó otro grito detrás de ellos, distinto a las órdenes y gritos de los bomberos. Era una voz masculina, fuerte y llena de temor y estaba sin aliento, como si hubiese estado corriendo.

– ¡Les! ¡Les! Dios mío, Les… ¿Ha visto alguien a mi tío?

– ¡Hugh! ¡Hugh! -llamó Mike.

Un joven alto y desgarbado se acercó tropezando hasta ellos, con la cara pálida de susto.

– Doc, se trata de mi tío. ¿Lo ha visto? Les… Oh, Dios, ¿está allí?

– Aquí está, Hugh -dijo Mike rudamente, empujando al chico hacia abajo para que Les pudiera verlo también-. Se ha quemado las piernas, pero está bien.

– Oh, diablos, Les… -dijo el joven, rompiendo a llorar.


Pasaron veinte minutos antes de que finalmente cargaran a Les en la ambulancia. Durante ese tiempo trataron a seis bomberos por inhalación de humo y daños en los ojos. Pero no hubo más tragedias que lamentar, así que Mike y Tess quedaron libres para llevarse a Les al hospital.

Uno de los enfermeros de la ambulancia se quedó con un maletín de primeros auxilios, pero cualquier otro herido seguramente sería de poca importancia y podría ser llevado a Urgencias en un coche normal. Sam Fisher no había aparecido, pero nadie esperaba un milagro.

Hugh fue al hospital con su tío.

El chico miró las piernas de su tío. Ya sabían que se las había quemado tratando de subir las escaleras intentando llegar hasta su sobrino.

– No le dije que saldría -murmuró Hugh-. Nuestras familias son tan correctas… la habitación de Doreen da al jardín, así que cuando sus padres se fueron a dormir yo volví a entrar… -se puso a la defensiva-. Nos casamos la semana que viene. Pero luego oímos las sirenas y Doreen se asomó y vio que el hotel estaba en llamas, así que viene lo más rápido que pude.

– Mira que tratar de sacarme… -dijo, apoyándole la mano en el hombro a su tío.

– Hubiera tratado igual de sacar a Sam, que estaba al lado de tu habitación -gruñó Les, agarrándole la mano-. Me habría quemado de todas formas. No ha sido culpa tuya, Hugh. Y podré ir a tu boda, ya lo verás.

Tess le miró las piernas chamuscadas e hizo un gesto de dolor. Difícil. Les tenía meses de transplantes por delante.

En cuanto llegaron al hospital, trataron de estabilizar a Les, pero poco podían hacer por sus quemaduras en Bellanor. Mike organizó su evacuación en helicóptero.

Cuatro horas más tarde Hugh se fue con él y el equipo médico.

– No puedo sacarme de la cabeza que lo ha hecho por mí -explicó al irse-. Y no tiene mujer o hijos que se ocupen de él. Sólo estoy yo. Yo lo cuidaré.

– Probablemente sea verdad -dijo Mike mientras se dirigía a la cola de bomberos esperando que los atendieran, la mayoría de heridas leves en los ojos. Dios Santo, estaba cansado, pero también era tristeza lo que lo invadía-. Y Hugh lo sabe. Dudo que Les se hubiera lanzado a atravesar una cortina de llamas para salvar a Sam.

– No lo pienses más -dijo Tess, apoyándole la mano en el brazo-. Lo hecho, hecho está. Nuestro trabajo es tratar de hacerlo lo mejor que podamos.

Gracias a Dios que Tessa estaba allí. Hacía que su cansancio y su tristeza fueran un poco más soportables.

Trabajaron codo con codo, lavando ojos y tratando a un bombero tras otro por quemaduras de menor grado. El incendio había sido un infierno y los hombres habían corrido graves riesgos para sacar a Les. A las tres de la mañana, Mike estaba tan exhausto que apenas se podía mantener en pie. Si Tess no hubiese estado allí…

– Ya te puedes ir a la cama -le dijo cuando el último paciente desapareció en la noche.

– No.

– ¿No?

– Yo he dormido siesta. Estoy perfectamente. Tú estás exhausto -dijo ella suavemente-. Vete a la cama.

La cama. ¡Ja! ¿Cómo podía irse a la cama?

– Los chicos de la ambulancia todavía están trabajando. Habrá más gente que ver antes de que amanezca.

– Los puedo ver yo.

– Tú no estás…

– ¿No tengo permiso para ejercer la medicina aquí? -se irguió cuan alta era y le echó una mirada furiosa-. No, ya sé que no. Pero permítame que le diga algo, doctor Llewellyn. Preferiría ser atendida por un doctor sin colegiar que por uno que lleva días sin dormir. Habría que ponerte un sello que dijera: «Este médico no ha dormido el número requerido de horas», como hacen con los camioneros en mi país. Así que considérate sellado, doctor Llewellyn. Vete a la cama.

– No puedo.

– ¡Vete! -le puso las manos en los hombros y lo empujó, una turbina roja que lo llevaba por el corredor-. A menos que creas que soy incapaz, que no lo soy. Si quiero hacer algo realmente difícil, como un poquito de neurocirugía, te llamaré. Te lo prometo.

– Tess…

Ella se ablandó un poco entonces y le sonrió, y su sonrisa le hizo sentir algo raro dentro. Qué extraño.

– De acuerdo. Te llamaré por cosas menos complicadas que la neurocirugía. Por cualquier cosa que me puedan llevar a juicio si meto la pata. Te lo prometo. Pero ahora vete a la cama. Por favor, Mike.

Todavía le tenía las manos apoyadas en los hombros. Bajó la vista hasta ella y la sensación se hizo más y más intensa. ¿Qué pasaba?

No tenía ni idea. Sin embargo, lo que importaba era que… Diablos, tenía razón.

Si no dormía un poco se iba a caer redondo. Seguro que era la falta de sueño la que lo hacía sentir tan raro. ¿Qué otra cosa podía ser?

– De acuerdo -dijo, y la voz le salió sin ninguna emoción, exactamente opuesta a lo que sentía. Pero no se podía mantener de pie ni un minuto más-. De acuerdo, doctora Westcott. Me iré a la cama.

Y, sin saber cómo, logró separarse de sus manos y girar para el otro lado y dar unos cuantos pasos para echar a andar por el pasillo.

Cuando lo único que quería hacer era estrecharla en sus brazos y besarla.

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