Capítulo 6

Mike durmió hasta las once de la mañana siguiente. Abrió los ojos y se quedó mirando el reloj. ¿Qué cuernos…?

Salió de la cama de un salto y luego hizo una pausa al oír un golpe en la puerta de entrada del apartamento. Eso debió de ser lo que lo había despertado. Se metió bajo la sábana nuevamente y dos segundos más tarde la puerta del dormitorio se abrió y Tess apareció. Al ver que él estaba despierto, sonrió.

– Buenos días.

– ¿Te gusta mi traje de novia? -dio una vuelta con la bandeja en la mano para que él la inspeccionara. Estaba vestida de blanco de pies a cabeza, como una eficiente médica. Hasta llevaba el pelo atado con un gran lazo blanco.

¡Estaba genial!

También olía genial, porque en la bandeja llevaba huevos fritos con panceta, tostadas y humeante café. Parecía que hacía un siglo que no comía.

– Aquí tienes el desayuno -dijo ella alegremente-. Si lo dejo un poco más tarde, habría sido comida. Y éste es el último huevo que puede comer esta semana. Si a usted no le preocupa el colesterol, a mí sí.

– Pero… -la miró y luego miró el reloj. Se habría parado, porque él lo había puesto a las seis.

– Lo apagué -dijo Tess, sonriendo como si le hubiese hecho un favor.

– Tú…

– Me asomé a las cinco para ver si estabas dormido -le dijo-. No sé quién dormía más, si tú o Strop. Miré la hora que habías puesto al reloj. ¡Seis de la mañana! ¿Estás loco? Lo apagué -su sonrisa se hizo más amplia-. ¿No estás contento de que lo haya hecho?

– No -dijo él secamente, cubriéndose con la sábana. ¿Por qué no usaría pijama?-. No estoy contento. Tengo consulta. Los sábados por la mañana son una locura.

– No estoy de acuerdo.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Que acabo de pasarte la consulta -respondió ella-. Por eso estoy vestida así, no como tú, que vas muy informal, debo decir -él se comenzó a ruborizar, pero ella continuó como si nada-. Pensé que tenía que dar una buena impresión antes de que me conocieran de veras. Y no ha sido una locura en absoluto. Ha sido de lo más divertido. He conocido a un montón de gente de lo más agradable.

– ¿Qué…? -sacudió la cabeza, tratando de despertarse. Parecía un sueño-. ¿Qué has visto? ¿A quién…?

– Un montón de cosas -dijo Tessa, acercando una silla y sentándose junto a la cama-. Un montón de gente. Cómete el desayuno, que se enfría -sirvió dos tazas de café y se arrellanó en la silla, igual que una visita que no piensa irse del hospital hasta que la echen. Mike se sintió más raro todavía.

– Vi la rodilla artrítica de la señora Dingle -le contó, como si realmente le encantase la sensación-. Le saqué los puntos a Susie Hearn. Escuché los silbidos de pecho de Bert Sharey y le di una regañina sobre los problemas de fumar demasiado. Le dije a Caroline Robertson que está embarazada y luego se lo tuve que decir a su marido también porque llevan tanto intentándolo que no me creían.

– ¿Caroline Robertson está embarazada?

– De tres meses, más o menos. Le hice un examen completo y todo está bien -respondió ella serenamente.

– Pero… -sacudió Mike la cabeza incrédulo-, los Robertson han tratado todos los tratamientos que se conocen. En enero dejaron de intentarlo y se pusieron en la lista de adopción.

– Pues, parece que no lo dejaron del todo -sonrió ella, y luego intentó concentrarse nuevamente-. ¿Quién más? No me acuerdo. Hubo pilas de pacientes. Te he dejado sus fichas sobre el escritorio para que las mires. También tienes que pasarte por la farmacia para firmar las recetas, por favor. También vi a los pacientes del hospital, incluido al abuelo.

– ¿Está bien?

– Sí. Sus electrolitos están casi normales y hay función nerviosa en todo el lado afectado. Y está encantado de que yo trabaje aquí -sonrió con placer-. Yo también, así que somos dos. ¿Y tú, qué tal, doctor Llewellyn?, ¿estás contento de tenerme trabajando aquí?

– Parece que no tengo más alternativa -dijo lentamente, masticando una tostada sin darse cuenta. Dios, qué bien se sentía. Raro, pero bien. Un buen sueño seguido de desayuno… El peso gris del cansancio que arrastraba había desaparecido y se sentía diez años más joven. Se encontraba confundido, pero al menos no se sentía agotado como antes-. ¿Hay algo que no hayas hecho?

– Sí, pero… no todo ha sido bueno -la sonrisa de Tess desapareció-. Fui hasta lo que queda del hotel a eso de las siete. Estaban removiendo los escombros y he identificado unos restos humanos. He organizado que los trasladen a la morgue, pero… -se encogió de hombros- me temo que tú tendrás que identificar a Sam, Mike. Tendrás que ver su historial dental… no lo sé. Me gustaría habértelo evitado, pero…

– ¡Cielos! Bastante has hecho ya.

– No -negó Tess con la cabeza-. ¡Qué va! -cruzó las manos con la misma tranquilidad que había visto la noche anterior en la ambulancia y su cara se llenó de entusiasmo-. Mike, cuanto más veo, más segura estoy de que ésta es la medicina que quiero hacer. En Estados Unidos jamás habría visto en una mañana todo lo que he visto hoy.

– Puede ser bastante estresante -le dijo Mike-. Y atemorizante. Y, a veces, los dos. Tienes que tratar toses, resfriados y problemas personales de la gente, además de traumatismos, todo el mismo día…

Ella se mordió el labio y se lo pensó, y cuando asintió, él supo que estaba segura.

– Ya lo sé. Sé que puede ser terrible y que puede ser cansado -dijo finalmente-, pero esto es lo que quiero. Con o sin período de pruebas, quiero trabajar aquí, Mike. Al margen de lo del abuelo. Aquí es donde quiero estar.

– Tessa… -se la quedó mirando, desconcertado. No la conocía en lo más mínimo. Parecía tan segura, pero él no se encontraba seguro en absoluto. Todo lo que sabía de esa mujer lo paralizaba de miedo.

– Te estoy presionando -dijo ella suavemente, poniéndose de pie-. Acaba el desayuno, tómate otra taza de café, y piénsatelo. Estás de guardia en el hospital durante el siguiente par de horas. Ése es otro motivo por el que te llamo ahora. Me han invitado a un partido de fútbol esta tarde y, antes de ir, tengo que hacer una visita obstétrica a domicilio.

– ¿Una visita…?

– A Doris, la cerda -dijo ella alegremente-. Creo que Doris ya puede recibir visitas. Me llevaré la Polaroid para tomarles unas fotografías a los cerditos para mostrárselos al abuelo. ¿Quieres que le dé recuerdos tuyos?

Lo dejó desayunando. Jamás en su vida se había sentido tan aturdido.


El día pasó como en un sueño.

Mike no recordaba cuánto hacía que tenía tan poco que hacer. Miró las historias clínicas que Tess le había dejado y no encontró nada de lo que quejarse. Había sido concienzuda y cuidadosa, y no había hecho nada que él no hubiera hecho. Luego sacó a Strop a dar un paseo hasta la farmacia para firmar las recetas que Tess le había pedido.

– Su nueva socia es una chica estupenda -le dijo Ralph, el farmacéutico del pueblo-. Nuestra Wendy fue a la consulta esta mañana toda consternada porque su período es irregular. Lo tiene cada dos meses y cuando se enteró de que había una doctora, se fue corriendo a verla.

El farmacéutico metió las manos en los bolsillos de la bata blanca y suspiró.

– Una doctora -dijo satisfecho-. Eso es lo que el pueblo necesita. Además… -esbozó una sonrisa-, le puedo leer la letra. Pues bien, Wendy volvió a casa hecha unas pascuas. La doctora Westcott le ha dicho que es la chica más afortunada del distrito, porque tiene el período cada dos meses. Su madre se lo lleva diciendo hace tiempo, pero su doctora ha solucionado el problema. Una doctora con letra legible. Hágala firmar el contrato enseguida, doctor.

Mike salió de la farmacia con una sensación de irrealidad.

Se oían las bocinas de los coches junto al río y miró el reloj. Era media tarde. El partido estaría en pleno apogeo.

«Me han invitado a un partido de fútbol…»

Hizo una pausa indecisa. Tenía el teléfono móvil. Seguro que en cualquier momento lo llamaban. El juego en Bellanor era bastante duro.

– ¿Qué te parece, Strop?, ¿tienes ganas de ir al partido?

Caminó los doscientos metros hasta el campo de fútbol, diciéndose todo el tiempo que lo hacía para ahorrarles a los jugadores tener que ir a urgencias.

El juego, fútbol australiano, era a la orilla del río. Con cuatro postes se había marcado el campo y en ambos extremos habían erigido las tiendas para los jugadores. También había una tienda para cerveza y pastel. Eso era todo. Como estadio, dejaba mucho que desear, pero lo que los hinchas no tenían en instalaciones, lo suplían con el entusiasmo.

Había coches aparcados alrededor del campo. Los sábados por la tarde el fútbol era un ritual en el pueblo. Las mujeres miraban desde los coches, con termos y cestas de pic-nic en los asientos. Muchos habían viajado desde granjas circundantes y ése era su contacto con el mundo. Sólo se daba uno cuenta de que estaban mirando cuando metían un gol, porque las bocinas sonaban en todos los coches.

Los hombres no necesitaban el calor de los coches, eso era de mujeres. La población masculina de Bellanor se pasaba el partido alrededor de la tienda-bar. Alrededor de cien hombres que se desparramaban a su alrededor, no demasiado lejos para la siguiente ronda.

El resto del perímetro era para los niños y los adolescentes.

– No comas demasiado -dijo Mike, soltando a Strop de la correa.

Strop meneó el rabo con altanería y se fue meneándose a la tienda-bar.

Mike se acercó al campo, recorriendo su perímetro para acercarse a la tienda de los jugadores. Allí era donde lo necesitarían, se dijo, tratando de no buscar a Tessa.

Pero la encontró. Estaba sentada en el capó del coche de Alf Starret, en medio de un grupo de adolescentes. Alf era un fanático de los coches, que abrillantaba su Holden dos veces por semana y que no dejaba que nadie se le acercara a menos de dos metros, pero Tessa estaba sentada en él, charlando y riéndose, como si ella también tuviese diecinueve años y conociese a aquellos chicos de toda la vida. Estaba vestida de violeta fosforescente y amarillo brillante con una gorra llena de pompones y entre el rojiblanco y el rojinegro de los dos equipos era imposible no verla.

– Mike. Ven aquí -lo llamó ella en cuanto lo vio-. ¿No es un juego de lo más increíble? Los chicos me han estado enseñando las reglas, pero creo que hay que ser australiano de tercera generación para entenderlas. ¿Por qué no llevas los colores de tu equipo? Y nosotros, ¿de quién somos hinchas?

– ¿De quién…?

– Los chicos dicen que tengo que elegir, y que tengo que hacerlo ahora, que no puedo quedarme en la ciudad sin decidirme por alguno de los equipos de Bellanor. El único problema es, ¿cuál elijo?, ¿Bellanor Sur o Bellanor Norte? -miró las caras de los divertidos chicos que la rodeaban-. Las opiniones parecen estar empatadas y, como el abuelo odia el fútbol, pensé que si tú y yo queremos ser socios, entonces tendré que ser del mismo club que tú. Los chicos dicen que si no, nos pelearemos.

Si querían ser socios…

Por un instante pensó en cómo siempre se había imaginado a su socio. Pensaba en un doctor cuarentón, responsable y sobrio, no en aquella aparición color violeta y amarillo.

– Jancourt -dijo débilmente, porque fue lo primero que se le ocurrió, lo que hizo elevarse un coro de protestas entre los chicos.

– ¿Sí? -preguntó Tessa, sin alterarse ante la reacción de los adolescentes. Miró a Mike con ojos chispeantes y asintió con la cabeza-. De acuerdo. Si tú lo dices, Mike, elegiré Jancourt. Cuéntame sobre nuestro equipo.

– Pero Jancourt es un desastre -interrumpió Alf-. No lo haga, doctor. Jancourt es el equipo peor de todos. Pierden todas las semanas.

– Jancourt es más un nombre que un sitio -asintió Mike-. Casi no logran reunir los dieciocho hombres. A veces incluso tienen que jugar con seis hombres de menos y la línea de atrás tiene una edad promedio de sesenta años.

– Me gusta como equipo -dijo Tessa con aplomo, y Mike sonrió.

– Si te haces del Bellanor Norte o Sur, los lunes por la mañana la mitad de la población te mirará como si fuese tu culpa que ellos se sientan mal. Si te haces del Jancourt, pues… lo único que inspirarás los lunes por la mañana será conmiseración.

– Muy sensata elección, entonces -pareció perfectamente satisfecha con la lógica del razonamiento-. ¿Cuáles son nuestros colores?

– Lo siento, Tessa, no son púrpura y amarillo.

– ¡Porras! Estos son los colores de mi equipo en casa. Los Vikingos.

– Son un poco llamativos -dijo Mike débilmente, y la sonrisa de Tessa se amplió.

– ¿Llamativos? ¿Quieres algo llamativo? ¡El verdadero uniforme de Los Vikingos tiene un sombrero con cuernos! ¿Cuáles son los colores del Jancourt?

– Crema y marrón.

– ¡Puaj! -exclamó Tessa, arrugando la nariz del disgusto. Luego se encogió de hombros- No importa. Me encantan el púrpura y el amarillo, pero no se puede tener todo en esta vida -la sonrisa volvió a iluminarle la cara y Mike se la quedó mirando.

Parecía haber vivido allí toda su vida, como si no hubiese nada mejor en la vida que sentarse en un día de frío viento en el capó de una antigualla vitoreando el partido de un deporte cuyas reglas no comprendía.

Tess estaba con los chicos más populares del pueblo y había más adolescentes acercándose al grupo todo el rato. Al día siguiente se habría corrido la voz de que había una doctora en el pueblo que era fantástica.

– ¡Oh, diablos!

Hubo un súbito aullido de la multitud. Uno de los jugadores se había caído y se apretaba la rodilla desesperado de dolor.

– Se acabó la tranquilidad -suspiró Mike, resignado- Te dejo con tus amigos, doctora Westcott.

– ¡Eh, que yo también voy! -exclamó ella, deslizándose del coche y enlazando su brazo con el de él-. Soy tu socia, ¿recuerdas? Además, siempre he soñado con entrar al campo corriendo cuando se lastima un jugador. O como en las películas, cuando dicen, «¿Hay un médico en la sala?»

– La última vez que entré en el campo me pegaron en la cara con el balón -dijo Mike, increíblemente consciente de su brazo. Le hacía sentir que cada nervio de su cuerpo estaba alerta, pero no quería parecer grosero y retirarlo-. El jugador sólo tenía una rodilla magullada, pero yo acabé con la nariz sangrando y un ojo negro. Por eso, lamento desilusionarte, pero no entraremos en el campo.

– ¿Dónde lo atenderemos?

– En la tienda roja, que es la de su equipo, ¿ves la camiseta?

– Oh, cierto, trataré de recordarlo.


Jason Keeling se apretaba la pierna, desesperado de dolor. Estaba casi en posición fetal sobre el banco, agarrándose la pierna y jurando como si su vida dependiese de ello.

– ¡Eh, no conozco ni la mitad de esas palabras! -dijo Tess, mirándolo con franca admiración y Jason se quedó tan aturdido que se olvidó de jurar momentáneamente. La miró y se relajó un poco.

– ¿Quién diablos eres?

– Soy la mitad del equipo médico de Bellanor -dijo bromeando-. La parte mejor. Muéstranos tu pierna, Jason.

Y Jason se quedó tan asombrado que quitó las manos de la pierna. Mike comenzó a revisarlo antes de que pudiera volver a ponerlas, sujetándole la pierna y extendiéndola suavemente.

– ¿Qué quieres decir con eso? -exigió Jason. Los entrenadores del equipo miraban a Tess como si fuese una extraterrestre y Jason también. Era como si Mike no existiera.

– Soy médico -rió ella mientras miraba a su alrededor las caras asombradas de los hombres-. Lo creas o no, eso es lo que soy. ¿Cuál es el problema, doctor Llewellyn?, ¿cree que tenemos que amputar? ¿Quiere que lo sujete mientras usted se la corta?

– Me parece que podremos arreglarnos sin amputar -sonrió Mike. Examinar a Jason cuando estaba herido era generalmente una pesadilla, pero ella había logrado que él estuviese totalmente silencioso-. ¿Qué sucedió, Jason?

– Estaba corriendo -murmuró Jason-, y sentí como si algo se hubiese soltado, como un disparo -seguía mirando a Tessa, fascinado.

Mike asintió con la cabeza, tocándolo encima del tobillo. Sus sospechas se veían confirmadas. Notaba perfectamente un bulto.

– ¿Puedes mover el tobillo, Jason? ¿Levantas los dedos?

Jason retiró los ojos de Tessa y miró a Mike tratando de entender lo que le decía, tan fascinado estaba por los pompones amarillos y púrpura de su gorra y la melena roja.

– No -logró decir finalmente. Luego la cara se le contrajo al recordar su dolor-. ¿Qué me pasa? ¿Qué tengo?

– Creo que te has lesionado el tendón de Aquiles. Es difícil saber si se te ha cortado del todo sin examinarlo mejor, pero eso es lo que parece.

– ¡Ay! ¡Diablos!

– ¡Oye! ¡Es mejor que una fractura múltiple! -exclamó Tessa, tocándole ligeramente la mejilla.

– ¡No podré jugar en un montón de tiempo! -lloriqueó Jason como un niño-. Tendré que pasarme el resto de la temporada mirando los partidos desde el perímetro…

– Igual que yo -dijo Tessa alegremente-. No sé nada de este juego. Es totalmente distinto al fútbol que jugamos en mi país. Me encanta el fútbol. Necesito alguien que me enseñe. Me pareces el hombre ideal, es decir, si no te molesta que sea del Jancourt.

– Jancourt… -Jason se recostó en el banco y la miró, estupefacto-. Jancourt. ¿Por qué diablos eres del Jancourt?

– El doctor Llewellyn me dijo que lo hiciera -dijo Tessa como si tal cosa-. Y como ahora es mi jefe… Es sensato hacer lo que el jefe te dice, ¿no crees?

– Sí. Es verdad -dijo Jason, sin saber qué otra cosa decir.

Mike tampoco.


No hubo más heridos esa tarde, así que pudieron ver el resto del partido. Mandaron a Jason al hospital para que las enfermeras le limpiaran el lodo y su familia lo mimase un poco antes de que le tomasen las radiografías y lo revisasen más concienzudamente. No se podía hacer más a corto plazo.

– ¿Y si se le ha cortado? -preguntó Tessa mientras estaban sentados en el banquillo mirando a Bellanor Norte ganar el partido.

– Lo mandaremos a Melbourne.

– ¿No hay nadie más cerca para hacer cirugía ortopédica?

Si el tendón de Aquiles estaba totalmente roto, habría que recomponerlo quirúrgicamente.

– Yo lo podría hacer -dijo Mike pesadamente. Se sentía de lo más raro sentado al lado de aquella chica. Actuaba como si se hubiesen conocido de toda la vida, como si fuesen socios en todo el sentido de la palabra. Y sin embargo… ¡Cielos! ¡Qué raro se sentía!

– ¿Has hecho cirugía?

– Me preparé para este puesto -respondió él-. Sabía que estaría aislado cuando viniese a trabajar aquí, así que estudié de todo lo que tenía a mano. Puedo hacer casi todos los casos de cirugía de urgencias, pero he encontrado que de poco me sirve si no tengo anestesista.

– Yo te puedo hacer la anestesia.

– Tú…

No sería necesario que ella hiciera la anestesia, pensó Mike. Con que moviese esos pompones frente a los ojos de un hombre, ya lo tenía hipnotizado. Podía hacer lo que se propusiese.

– Maureen me ha dicho que puede arreglar lo de mis papeles en veinticuatro horas, así que si lo hace el lunes, lo podemos operar el martes. No es urgente.

– ¿Qué tipo de anestesia has hecho? -dijo, intentando escuchar en vez de mirar.

– General -una vez más, los pompones se sacudieron-. Tengo una base sólida. No me estoy ofreciendo a hacerte la anestesia para una operación a corazón abierto, pero desde luego que puedo causarle a un muchachote saludable como Jason un buen sueñecito.

Mike se quedó callado, mirando el campo de fútbol mientras la mente le trabajaba a mil por hora. ¿Qué infiernos…? Tener una anestesista allí mismo…

– Mira, no te pido que te fíes solamente de mi palabra -dijo Tessa, malinterpretando su expresión-. Llama a mi ex-jefe el lunes y habla con él. No me tomes por lo que yo te diga. Yo no lo haría.

El teléfono de Mike sonó, y cuando él acabó de hablar, el partido había acabado y Tessa estaba en el campo felicitando a los jugadores.

Mike se acercó por detrás y ella se dio la vuelta sonriente.

– De acuerdo. He palmeado tantas espaldas que me duelen las manos. ¿Nos llaman? ¿Tenemos que irnos?

– Yo tengo que irme.

Necesitaba estar solo un rato, tener un poco de tiempo para pensar.

– Era Stan Harper, un granjero de sesenta años que vive del otro lado de Jancourt -le dijo-. Llamó para decir que le duele el pecho.

– ¿Sí? -la sonrisa desapareció- ¿Corazón?

– Algo por el estilo -sonrió tristemente, sacudiendo la cabeza-. La mujer de Stan se murió hace seis meses y, desde entonces, le dan dolores de pecho de vez en cuando y le entra el pánico. Le he hecho todos los tests habidos y por haber, pero no le pasa nada.

– Pero irás, de todos modos -la cara de Tessa se suavizó.

Stan quería que Mike lo mimase un poco, que se preocupase por él como su Cathy lo había hecho para indicarle así que no estaba solo en el mundo. Quería alguien con quien compartir una cerveza y mirar unas vacas y hablar de los resultados de un partido, algo que Stan no podía enfrentar sin Cathy.

– Sí, iré, pero necesito ir solo. Perdona -se mordió el labio al oírse hablar. Sus palabras sonaron hoscas.

¿De qué otra forma iban a sonar? No lo sabía. Necesitaba encontrar una forma de que las cosas tuviesen una base sólida y sensata. Quizás necesitaba hablar con ella un rato. Sí. Eso era. Necesitaba saber todo sobre su formación médica antes de tomar una decisión sobre si enviar a Jason a Melbourne o no.

– Tess, estaré de vuelta a eso de las siete -dijo lentamente, pensando en las cosas que tenía que hacer. El baile del condado era a las nueve. Tendrían tiempo de hablar primero, especialmente si lo hacían durante la cena-. Hay unos filetes en mi nevera. Me voy al baile más tarde, pero bueno, podríamos comer antes. Hablar un poco…

– Estupendo -sonrió ella y quedaron antes de que él pudiese decir nada más.

– Me reuniré contigo en tu apartamento a las siete -dijo ella-. A menos que me necesites antes. Mientras, me quedaré aquí un rato y luego me iré a sentar con el abuelo. Pero estaré allí a las siete, Mike. Me parece fenomenal.

¡Diablos! Sintió como si le hubiese pasado una topadora por encima, pero poco podía hacer para evitarlo. Y quizás… quizás eso era lo que quería.

– Tengo… que ir a buscar a Strop. Está en la tienda de la comida -dijo débilmente.

– Claro. Debí suponerlo -sonrió Tess-. No te preocupes. Yo lo llevaré a casa.

– ¿Estás segura?

– Desde luego. Será un placer ocuparme de tu perro, doctor Llewellyn.

Y, mientras se alejaba, Mike creyó oír un débil eco.

– Y sería un gran placer ocuparme de ti.

¡Seguro que se había equivocado!


* * *

Tal como se había imaginado, Stan Harper no tenía nada.

Le hizo una revisión concienzuda, pero sus signos vitales eran los normales de un sexagenario saludable. Stan aceptó el veredicto con resignación, como si quisiese en realidad tener un ataque al corazón, y le sirvió una cerveza. Se fueron a tomarla al porche trasero, siguiendo el ritual que habían establecido.

– Qué pena que no fuera al partido -le dijo Mike, mirando las montañas donde se ponía el sol-. Su equipo perdió. Lo juegan igual sin que usted esté allí en el bar alentándolos.

– O Cathy tocando la bocina como loca en el coche -dijo Stan tristemente-. Ya sé que no estábamos juntos en los partidos, pero yo sabía que ella estaba allí. No sé, Doc, no es lo mismo sin ella. Nada es lo mismo.

No sabía qué decir a eso. Mike tomó un trago de cerveza y miró a la distancia. Eso era todo lo que podía hacer por ese hombre. Estar allí. Hacerle compañía.

– ¿Por qué diablos no se casa? -preguntó Stan de repente. Volvió a llenar los vasos-. Un hombre que no se casa es un idiota.

– Todos somos distintos.

– Sí, pero usted no es un solitario. Le vendría bien una buena mujer -dijo Stan, echándole una mirada especulativa-. Su madre era una mujer fabulosa.

– Quizás sea por eso que no me caso -dijo Mike, inquieto-. Nadie es como ella.

– Es cuestión de mirar. Hay muchas buenas mujeres. Su madre, mi Cathy… -miró el fondo del vaso, pensativo.

En cierto sentido, Mike agradecía esa conversación, a pesar de que lo hacía sentirse incómodo. Al menos Stan pensaba en algo que no fuera su propia miseria.

– ¿Qué tal esa nueva doctora? -preguntó Stan, y, de repente, a Mike no le gustó más la conversación.

– ¿Qué pasa con ella?

– Dicen que es fabulosa.

Mike pensó en los pompones y no pudo menos que estar de acuerdo.

– ¿Qué tal, doctor? -exigió Stan-. ¿Le interesa?

– No.

– ¿Por qué no?

– Estoy demasiado ocupado para pensar en mi vida amorosa.

– Entonces, piense en esta chica -dijo Stan con entusiasmo-. No en una vida amorosa. Un futuro. Una doctora por esposa… Eso significaría que se dividirían el trabajo por la mitad y además tendría a alguien con quien compartir la cama por la noche. Un hombre que no aprovechase una oportunidad así sería un idiota.

– Sí. Sería un idiota.

De todas formas, era un idiota.

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