Capítulo 3

Al principio, Tess y Mike pensaron que Henry estaba muerto. Durante un largo instante, ella se quedó en la pequeña arcada mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad. Su abuelo estaba acurrucado en una esquina alejada y no se movía.

Tess lanzó un gemido de angustia, pero luego Mike la hizo a un lado y se acercó de dos zancadas para inclinarse sobre la figura del anciano. Le levantó la muñeca y se dio la vuelta para mirar a Tess en la penumbra.

– Está vivo, Tess, ayúdame.

– Vivo… -dijo Tess y se acercó a donde Mike se arrodillaba en la arena- Oh, Mike, vivo…

Strop se sentó. Había aprendido a reconocer el tono de voz de Mike que indicaba que tenía que esperar.

– ¿Cómo…? ¿Cómo…? -preguntó Tess, mirándolo.

– Está inconsciente, Tess, pero tiene pulso. Está muy deshidratado. ¡Cielos, mira su piel! Tiene la lengua hinchada. Encontrarás una linterna en la mochila y una bolsa de suero -mientras hablaba sus manos examinaban al viejo, moviéndose con cuidado y preocupación-. ¡Ha de haber estado aquí todo el tiempo!

Tess le quitó la mochila de los hombros y revolvió dentro, buscando la linterna. La encendió e iluminó con ella la cara de su abuelo.

Hacía diez años que no lo veía, así que la visión debió de asustarla un poco, pensó Mike, ya que el hombre de ochenta y tres años que yacía en la arena parecía no tener ni pizca de energía. Tenía la piel blanca como el alabastro y recubría sus viejos huesos como pergamino. Sus ojos se veían hundidos en sus órbitas y miraban sin ver la pared opuesta. Las mejillas eran dos huecos y tenía los labios tan secos que se le habían rajado, sangrado y vuelto a rajar una y otra vez.

– Dame una gasa, doctora Westcott -dijo Mike, echándole una mirada y rogando que no se desmayase. Su voz cortó la desesperación como un cuchillo-. No pierdas tiempo, Tessa. Necesito una gasa y luego hay que ponerle un goteo. Rápido. No lo hemos encontrado para dejarlo morir ahora.

– ¡Oh, Mike! ¡Tiene un aspecto terrible!

Pero Tessa no tenía intenciones de desmayarse. Inspiró profundamente y enseguida pasó de ser la nieta asustada a médico competente. El hecho de que aquél era su adorado abuelo fue rápidamente dejado de lado. Henry era un paciente de urgencias que se moría en sus manos.

– ¿Qué crees?

– Está deshidratado -respondió Mike secamente-. Vasta con mirarle los labios… si lleva cuatro días sin agua… Todo lo demás puede esperar, Tess, pero tenemos que meterle líquido como sea.

– De acuerdo -ya estaba en marcha, buscando gasa y tubos y jeringa en la mochila de Mike. Se lo alcanzó a la débil luz de la linterna.

Mike tenía todo lo que necesitaban en la mochila y Tessa lo encontró, lo preparó y se lo fue alcanzando cuando lo necesitaba como si hubiesen estado en una sala de urgencias totalmente equipada en vez de hallarse en cuclillas en el suelo de una cueva mal iluminada. Dos minutos más tarde lo habían intubado y le estaban dando el suero fisiológico. Mike puso el goteo al máximo y, tomando el estetoscopio que Tess le alargaba, lo acercó al pecho de Henry y finalmente se sentó en los talones y la miró.

– Tenemos una infección de grandes proporciones en el pecho, y no es extraño, considerando que lleva tanto tiempo sin atención -le dijo-. Hay un teléfono móvil en la bolsa, Tess. Pásamelo y pediremos auxilio. Los chicos de la ambulancia traerán una camilla y lo sacaremos.

– Si no es demasiado tarde… -como habían terminado de hacer todo lo que se podía hacer por él, fue como si se hubiese abierto la puerta para dejar pasar a los parientes. La doctora Westcott se convirtió nuevamente en sólo la atemorizada Tess. En su rostro se reflejó el miedo-. Abuelo, ni te atrevas a morirte ahora que estamos tan cerca de…

– No pierdas las esperanzas, Tess -dijo Mike, alargando una mano y estrechándole la suya con firmeza-. Está vivo, y eso es más de lo que esperábamos. Ha sucedido un milagro. Veamos si podemos hacer otro ahora -le dirigió una sonrisa tensa y cansada antes de llamar por teléfono.

Tess se sentó y lo escuchó ladrar órdenes a través del teléfono a gente desconocida del otro lado, acariciando la cara de su abuelo mientras esperaba. Había estado todo ese tiempo solo. Le tomó la yerma mano, tratando de infundirle vida a través de las venas. A su lado, Strop metió el hocico y le lamió la otra mano. Tess se relajó un poco, como si esa lametada fuese lo más reconfortante del mundo.

– Abuelo… estoy aquí, abuelo -titubeó ella-. Soy Tessa. He vuelto a casa.

Mike no le quitaba los ojos de encima mientras hablaba por teléfono. Casa… sonaba bien.

¡Qué idea más tonta! Ésa no era la casa de Tessa. Ella no tenía vida allí, y no sabía por qué esa idea lo alteraba tanto. Tessa no tenía nada que ver con el valle, nada que ver con él.

Abrió la boca para hablar, pero al hacerlo vio cómo los ojos de Tess se abrían mientras miraba a Henry. Miró y vio cómo un músculo se movía casi imperceptiblemente en el rabillo del ojo derecho de Henry.

– Abuelo… -dijo ella, acercándose a él y Mike se quedó mirando, incapaz de creer lo que había visto. Dejó caer el teléfono. No eran imaginaciones suyas, también Tess había visto el movimiento. Le tomó la otra mano a Henry.

– Henry, soy Mike Llewellyn -le lanzó una mirada incierta a Tessa, sin saber cómo ella reaccionaba y luego fijó toda su concentración en Henry-. Soy el doctor Llewellyn. Está a salvo, Henry, y su nieta está aquí también. Tessa ha venido desde los Estados Unidos a encontrarlo. Llevábamos días buscándolo, pero sólo ella sabía dónde estaba la cueva. Ahora nos quedaremos con usted hasta que lo podamos llevar en una camilla al hospital. Está totalmente a salvo.

El ojo derecho de Henry se abrió con un parpadeo y los vio.

Su mirada fue de Tess a Mike y luego de vuelta a Tess. Estaba claro que enfocar era un esfuerzo tremendo. Se lo notaba confundido. Su ojo izquierdo continuó cerrado, pero la mano que Tess sujetaba tembló convulsivamente.

Sus labios se movieron levemente y Tess se inclinó a escuchar.

– Tess…

Los ojos de Tess se llenaron de lágrimas.

– Soy yo, abuelo -murmuró-. Estamos aquí. Mike y yo estamos aquí.

Mike y yo. Sonaba bien. Inspiraba confianza, incluso a Mike.

– No te preocupes, abuelo -le dijo ella-. Enseguida te llevaremos al hospital.

– Que… quédate.

– Te lo prometo -dijo ella.

Era un juramento y, de repente, al oírselo decir, Mike supo que el juramento que hacía no era en vano. Se quedaría.

– Me ocuparé de que se quede, señor Westcott -dijo suavemente-. No se preocupe por ello.

¿Por qué diablos habría dicho aquello?


– Es fabulosa.

– Sí.

No había duda de quién hablaban. Eran las seis de la mañana y Mike había logrado dormir un par de horas escasas con una interrupción a las dos de la mañana por un niño con una infección bronquial y a las cinco para cambiar una sonda. A las seis se había ido a la cocina a tomar un café bien cargado. Hacía unos minutos que Bill había llegado y se estaba comiendo un plato de avena con leche.

– ¿Se quedará? -preguntó Bill.

– ¿Qué quieres decir, si se quedará? Supongo que se quedará hasta que Henry decida si va a vivir o no.

– Pero, ¿vivirá? -se había enterado del hallazgo de Henry al llegar al hospital. Aunque fuera antes del amanecer, seguro que la noticia ya había recorrido el valle entero.

– Quizás.

– Pero ¿quizás no?

– Todavía no sé la gravedad del derrame cerebral -dijo Mike-. Primero tendremos que rehidratarlo, meterle antibióticos en vena para que le baje la infección del pecho y recuperarlo. Las ha pasado canutas.

– Tiene un aspecto terrible.

– ¿Lo has visto?

– Me asomé por la puerta de su habitación cuando llegué.

– ¿Están sus constantes bien? Se estaba estabilizando cuando lo dejé a medianoche y nadie me ha llamado para decirme que hay problemas. ¿No ha habido cambios?

– Tessa está contenta con ellos.

– Tessa… -repitió Mike, mirándolo- Tessa está dormida. Le encargué a Hannah que se ocupase de él.

– Tessa lo está velando -dijo Bill con calma-. Hannah está con Billy y su infección. Menudo trabajo ha dado Billy al personal de la noche. Tessa le dijo a Hannah que no la necesitaba porque ella cuidaría de su abuelo.

– Pero yo le dije a Tessa que se fuese a la cama.

– No parece el tipo de chica que obedezca órdenes -dijo Bill, con una ligera sonrisa-, al menos si no está de acuerdo con ellas.

– Está exhausta. Es una estupidez.

– ¿Está tan cansada como tú, entonces?

– Yo no estoy cansado.

– Conque no, ¿eh? -dijo Bill, echándose atrás y cruzándose de brazos-. Has dormido un promedio de… déjame ver… más o menos cuatro horas por noche estas dos últimas semanas. Y dices que no estás cansado.

– Yo me las puedo arreglar.

– Pero Tessa Westcott es también médico -dijo Bill, con sus ojos calmos pero inteligentemente reflexivos-. ¿Sabes?, si hay algo que necesitamos por aquí, es otro doctor.

– No necesitamos a Tessa.

– Mike, aceptaríamos a Doris, la cerda, si tuviera un título de médico -dijo Bill sin andarse con chiquitas-. Y tu Tessa tiene un título médico. Mike, muchacho, tienes una obligación que cumplir.

– ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que tú tienes suficiente atractivo como para conquistar a un harén entero de Tessas -dijo Bill, levantando una mano para silenciar la protesta de Mike-. Sabes bien que todas las mujeres de la comarca están locas por ti, desde las viejecitas que vienen en tropel a hacerse poner la vacuna contra la gripe, hasta mis enfermeras. Pero es obvio que te has estado reservando para alguien especial. Y me parece que la dama para la que te estabas reservando acaba de entrar en tu órbita.

– ¡Me estás tomando el pelo!

– ¿Crees que bromearía con algo tan serio como conseguirte una novia? -preguntó Bill. Sonrió y levantó un dedo de la mano- Escucha al tío Bill, muchacho. Uno, la dama es muy atractiva. Hasta yo me doy cuenta de ello, con lo que quiero a mi Barbara. Dos, tiene diploma de médico. Tres, necesita quedarse en el valle. Lo único que tienes que hacer es mantener a Henry vivo para que requiera a su familia. Y cuatro -dijo mientras Mike se levantaba para dirigirse a la puerta-, necesitas casarte, Mike Llewellyn. Necesitas una mujer, unos niños y una hipoteca como el resto de nosotros.

Y mientras Mike salía dando un portazo, Bill esbozó una gran sonrisa, porque Mike no tenía aspecto de enfadado, sino más bien confuso.

¡Diablos! ¿Habría algo entre los dos en realidad?

– ¿Me daría otro plato de avena, señora Thompson? -le pidió Bill a la cocinera- Tomaría champán si pudiese, pero tendré que contentarme con avena. ¡Créalo o no, puede ser que el doctor Mike esté seriamente interesado en algo más que el trabajo!


El doctor Mike no estaba seriamente interesado. ¿O sí?

Normalmente su concentración era total cuando trabajaba. Sin embargo, esa mañana sus pacientes se dieron cuenta de que había algo distinto. Era igual de atento, pero tenía un cierto aire de confusión.

– ¿Te preocupa Henry Westcott? -le preguntó Sandra Lessing, que había dado a luz la misma noche que Doris. Se hallaba incorporada en la cama amamantando a su bebé y, como todos los pacientes del hospital, estaba fascinada por la noticia del hallazgo de Henry.

– Supongo que sí. No sé, Sandra. Aún no se puede saber la gravedad de su estado.

– Tuvo mucha suerte. De no ser por su nieta… -dijo Sandra, mirando a Mike con una chispa en los ojos-. Es fantástica, ¿verdad? Bill me la presentó cuando le estaba mostrando el hospital ayer. Es encantadora.

– Sí -dijo Mike, pero no quería pensar en lo encantadora que era Tessa. Necesitaba concentrarse en su trabajo-. Sandra, ¿puedes poner al niño en la cuna para que te haga la revisión?

– Por supuesto. Ya ha acabado de comer y sólo le gusta que lo mimen -le dio un beso al bebé en la frente al ponerlo en la cuna-. Ya sé. ¿Qué tal si organizo una cena cuando vuelva a casa? Puede ser una cena para agradecerte a ti por el nacimiento de Toby y darle la bienvenida a Tessa a la vez. ¿Qué te parece?

– Si todo sale bien, Henry estará reponiéndose y Tess ya se habrá ido a los Estados Unidos cuando tú vuelvas a casa -dijo Mike escuetamente.

– Si el valle puede hacer algo, no -sonrió Sandra ampliamente-. El valle entero está hablando de Tessa Westcott, y el valle entero piensa que podría ser algo realmente bueno.

– Sandra…

– Trabajaremos en ello -dijo ella plácidamente-. Danos tiempo. ¡Con un día o dos, nos basta!


Para cuando Mike llegó a la pequeña habitación que usaba de Unidad de Cuidados Intensivos, sentía que no quería entrar. El hospital al completo, tanto los pacientes como el personal, había comenzado a hacerse ideas sobre Tessa Westcott, lo cual no le gustaba nada. Su alegre sonrisa habitual había desaparecido y se aproximaba a la UCI con cierta incomodidad.

¿Qué les pasaba a todos? Era cierto que Tessa era una mujer diferente y también que el valle necesitaba otro médico, pero Tessa vivía en los Estados Unidos, ¡por el amor de Dios! Se quedaría, a lo sumo, una semana.

A pesar de su lógico razonamiento, el corazón le dio un vuelco al abrir la puerta de Henry.

Tess dormitaba con la cabeza apoyada en la cabecera de la cama de su abuelo. Su maravilloso cabello era un halo de fuego contra la sábana blanca. Llevaba la misma ropa que cuando habían ido a buscar a Henry.

No había sido fácil sacarlo de la cueva. Los chicos de la ambulancia habían tenido que ir campo traviesa hasta encontrarlos y, además, eran sólo dos. Pero Mike no había querido esperar refuerzos, ya que quería oxígeno y equipo rápido. Y, como llevar la camilla por terreno agreste era muy arriesgado, habían acabado llevándola entre los cuatro.

– Yo puedo hacerlo -dijo ella cuando dijeron que esperarían ayuda-. Es mi abuelo, soy fuerte como un toro y no necesito usar mi brazo malo. Callaos y llevémoslo a un lugar seguro.

Le debió de haber dolido un montón, pero no quiso escuchar sus protestas y fueron los chicos de la ambulancia los que decretaron que se detendrían a descansar cada cien metros más o menos, no Tessa.

Ella tenía una voluntad de hierro. Si había que hacer algo, Tess Westcott iba y lo hacía.

Desde donde la miraba, parecía una niña de catorce años. ¡Diablos! Era sólo una mujer y él tenía que recordar su juramento.

Pero era más fácil decirlo que hacerlo.

Tenía trabajo que hacer allí, así que manos a la obra.

Dio un paso adelante y le puso una mano en el hombro. Los ojos de Tessa se abrieron llenos de pánico y se había incorporado antes de darse cuenta de que él sonreía.

– No pasa nada, Tess. No hay motivo de alarma -levantó el gráfico de observación y lo observó mientras ella recobraba la compostura-. Esto tiene un aspecto fenomenal -le dijo-. No quería molestarte, pero quería hablar contigo antes de comenzar el trabajo del día.

Ella parpadeó, se frotó los ojos y miró el reloj. Eran las siete de la mañana.

– Ya he hecho la visita matinal -continuó él y le sonrió. La sensación de intimidad se intensificó. Era como si se hubiesen conocido en otra vida-. Los pacientes de este hospital están acostumbrados a que sea pronto -dijo, intentando mantener la voz firme-. Os he dejado a vosotros hasta el final.

– ¡Hasta el final! -exclamó ella, haciendo un gesto de desagrado- Caramba, doctor Llewellyn. Si esta es una visita tardía, recuérdame que no me interne nunca en este hospital. Me gusta dormir.

– Pensé que me lo agradecerías -dijo, mientras su sonrisa se hacía más amplia-. Ahora puedes hacer lo que hacen todos mis pacientes -le dijo amablemente-. Disfrutan del coro de la aurora, desayunan, y luego se vuelven a dormir. Eso quiere decir volver a meterse en cama. Allí es donde deberías estar tú. Sabes que cuidaremos a Henry, Tess. Está profundamente dormido, se está rehidratando perfectamente con el suero y el antibiótico tendría que comenzar a dar resultados en estas doce horas. Está mejorando minuto a minuto. Lo único que necesita es seguir durmiendo.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Que una vez que sus fluidos se estabilicen y se haya recuperado del cansancio y controlemos la infección de su pecho, creo que se recuperará totalmente. Que lograse decir tu nombre anoche a pesar de la hemiplejia es asombroso. Y aunque no haya hablado desde entonces, sus músculos han de estar operativos. Eso es todo lo que quería decirte, doctora Westcott. Así que no quiero caras tristes que asusten a Henry y le causen otro colapso.

– No tengo la cara triste -dijo ella, sin poder evitarlo, y él sonrió.

– Quizás tengas razón -asintió él-. Lo cierto es que no es triste en absoluto -dijo sonriéndole, y Tess sintió que se ruborizaba bajo su escrutinio-, pero un poco atemorizada por el futuro de tu abuelo.

– Corre riesgo de otro ataque, Mike, ¿no? -preguntó ella, aunque no era necesario, sabía las probabilidades.

– Sí -dijo él bruscamente. No valía la pena tratar de dar falsas esperanzas-. Pero con el tratamiento que le estamos dando ahora, lo dudo. Creo que su debilidad se debe más a haber estado tanto tiempo sin atención que al ataque de apoplejía en sí. Creo que con una buena rehabilitación, podrá volver a su querida granja. Entre los dos hemos hecho un buen trabajo.

– Supongo que sí…

– Te digo, Tess, que no habrá una parálisis grave -le dijo suavemente y le cubrió la mano con la suya. Era una acción inconsciente que hacía con muchos pacientes, pero de repente se dio cuenta del contacto y sintió la unión de sus manos, pero no la soltó.

– No, pero…

– ¿Pero?

– No se recuperará en una semana -dijo con tristeza-, ni en un mes. Imposible. Y entonces, ¿qué sucede ahora? -preguntó, mirando la cara enjuta de su abuelo mientras un músculo se le movía en la mandíbula-. No podré volver a América -dijo finalmente-. Tendré que quedarme.

Mike frunció el ceño, pero a la vez sintió que el corazón le daba un salto, como si algo dentro de sí se sintiera profundamente satisfecho por lo que acababa de oír.

– Y eso, ¿en qué circunstancias te deja? ¿Estás con permiso?

– Renuncié para venir aquí.

– ¿Renunciaste?

Ella levantó la mirada hacia él con una sonrisa irónica. No había movido la mano. Seguía bajo la de él y no encontraba las fuerzas para sacarla de allí. Ese hombre era su único apoyo en todo ese jaleo.

– Parece drástico, ¿no? -se encogió de hombros y logró esbozar una sonrisa-. Pero no lo es. He trabajado los dos últimos años en urgencias. Ha sido emocionante, pero ya he tenido suficientes emociones. Me voy a dedicar a la medicina familiar.

– ¿Te está esperando un trabajo?

– Me he presentado a montones de puestos en los Estados Unidos. Estaba esperando saber si me habían aceptado o dónde, cuando tuve que venirme aquí. Estoy segura de que tendré una pila de ofertas esperándome en casa cuando vuelva a casa -dijo, esbozando un instante su fantástica sonrisa-. Así que me pareció justo decirle al hospital que no volvería.

– ¿Así que estás libre?

– Supongo que sí. Al menos hasta que tenga que empezar a trabajar para alimentarme -volvió a esbozar esa sonrisa cegadora que hizo que casi se le cayeran los calcetines-. Me da la impresión de que si el abuelo sólo tiene una cerda, ocho cochinillos y seis cabras, estoy en apuros si creo que la granja me dará de comer. No me apetece demasiado matar los cerditos.

– No -dijo Mike, devolviéndole la sonrisa mientras el cerebro trabajaba a mil por hora. Las palabras de Bill le resonaban en la mente…que aceptarían a Doris si tuviese título de médico.

¡Diablos!

La habitación le pareció de repente demasiado pequeña.

La puerta se abrió. Era Bill, con una enfermera. Gracias a Dios. La presión le estaba subiendo hasta el techo mientras trataba de pensar.

– Hemos venido a hacer el verdadero trabajo aquí -anunció Bill, echando a Mike y Tess una mirada especulativa y divertida mientras ellos separaban las manos, cohibidos. Aja. Las cosas progresaban-. No queremos doctores -añadió alegremente-, a menos que tengáis algo urgente que hacer.

– Yo me voy -dijo secamente Mike con una voz que hizo a Bill fruncir el ceño-. Avísame cuando se despierte, Bill.

– Yo me quedo -dijo Tess-. Éste es mi abuelo. Búscate uno para ti.

– Tess…

– Tiene más o menos diez abuelos y abuelas esperándolo en la consulta esta mañana -dijo Bill, sonriendo nuevamente-. Tiene para elegir.

– Pues, ahí tienes -dijo ella con cariño-. Adiós, doctor Llewellyn. Ve y ocúpate de las necesidades médicas de los abuelos y abuelas del valle. Nosotros nos ocuparemos de éste.

Y no tuvo más remedio que irse.

Antes de que tuviera una excusa para volver a la habitación de Henry, sería de noche, pensó mientras cerraba la puerta a regañadientes. A no ser que Henry se despertase.

Ojalá Henry se despertase. Y no sólo por Henry mismo.


Mike trabajó todo el día, mientras que Tess no se separó de su abuelo más que para darse una ducha y cambiarse, cuando Bill le insistió que él la reemplazaría mientras ella se arreglaba.

– Es muy difícil -le dijo a Bill con la voz tensa-. Estoy tratando de decidir qué es lo mejor. Quizás Mike tenga razón y él se recuperará totalmente, pero mientras tanto no puede volverse a la granja y vivir solo. ¿Dónde está la Unidad de Rehabilitación más cercana?

– Melbourne.

– A menos que tenga alguien que le haga hacer los ejercicios en casa, tendrá que ir a la ciudad, y eso logrará que deje de valerse por sí mismo, además de que no tiene quién se ocupe de la granja los meses que esté fuera.

– Se podría vender la granja.

– No, eso es impensable.

– ¿Por qué?

– Mi padre me transmitió el amor a la granja. Cuando la vi por primera vez, y conocí al abuelo, ya tenía dieciséis años y sentía que el sitio era mi hogar. Me encanta.

– ¿Es una chica de granja?

– En absoluto. Crecí en la ciudad, aunque quizás sea una chica de granja en el corazón. Por eso es que decidí dedicarme a la medicina familiar, para poder mudarme al campo. Ya sé que es una idea un poco bucólica, en realidad soy una tonta idealista -dijo sonriendo.

– No se lo crea. En este hospital apreciamos mucho a los tontos idealistas.

– ¿Quiere decir que eso es lo que es Mike, que a pesar del trabajo que tenía encontró un rato para ir a buscar a mi abuelo y luego tuvo que levantarse al alba para recuperar el tiempo perdido? Qué pedazo de doctor. Tiene el coche más maravilloso y el perro más bobo…

– Parece que ha ganado su corazón -dijo Bill lanzando una risita. Un timbre sonó en el pasillo, haciéndolo esbozar un gesto de disculpa-. El deber me llama. La dejo para que haga sus planes, doctora Westcott, y me interesará mucho saber lo que decide.

– Y yo también -masculló Tess cuando se cerró la puerta tras él-. Porque, si estás haciendo planes que incluyan a Mike, quiere decir que tienes sueños de aire, Tess Westcott.

Cuando se volvió a mirar la cama, Henry se estaba moviendo. Y la miraba.

– Sueños de aire… -la voz de Henry era un susurro casi ininteligible, pero fue lo suficiente. La cara de Tessa se iluminó de alegría y le enterró la cara en el hombro.

– Oh, abuelo…

– Pensé que eras un sueño -susurró él en la mata de pelo-. Mi Tess. Un sueño de aire. ¿Es lo mismo?

– No -dijo, levantando la cabeza para mirarlo con cariño largamente-. Soy real. Soy verdadera cien por cien. Sólo hacía planes.

– ¿Planes?

– Planes para mí, planes para ti. Y… -inspiró profundamente-… planes para Mike Llewellyn.

– Ya veo -la sombra de una sonrisa jugueteó en la cara de Henry.

– Pues yo no lo veo nada claro -dijo ella, tomando una de las delgadas manos y pasándosela por la mejilla-. Lo único que sé es que estás vivo y que te tengo nuevamente.

– Y tú estás aquí, pequeña. Si supieras cuánto quería que vinieras…

– Oh, abuelo -la voz se le quebró de la emoción. Luego se controló y logró mirarlo duramente-. Eh, ¿no te he dicho siempre que tuvieses cuidado? ¿Quieres decirme para qué te metiste en una cueva y tuviste un derrame cerebral?

– Me sentía muy mal -le dijo, intentando modular cada palabra-. Tenía un dolor de cabeza terrible que no me podía quitar. Sabía que llamarías a la noche, así que me tomé la tarde para ir a la cueva. Por si acaso era algo serio… era como si… como si hubiera tenido que decirle adiós.

– Así, si era algo serio, ¿te quedarías allí durante cinco días sin ayuda médica?

– ¿Es necesario que seas tan mandona? -dijo con voz débil y ella rió.

– Sí. Ya me conoces, abuelo.

– Una verdadera marimandona.

Se quedó silencioso, exhausto. Pasaron diez minutos antes de que volviese a hablar. Tess no avisó a nadie. Por el momento, quería estar a solas con él.

– Así que… ¿qué planes estás haciendo para Mike Llewellyn? -susurró finalmente y ella se lo quedó mirando.

– Oh, ninguno.

– Cuéntame.

– Pues, sólo es que Mike tiene exceso de trabajo, exceso de generosidad y exceso de encanto, además de que es guapo a más no poder -dijo, con un brillo en los ojos-. Y yo tengo que quedarme aquí y cuidarte, pero también necesito trabajar, así que…

– ¿Qué…?

– Que puede que me haya encontrado un socio -dijo ella sencillamente-. Si él me quiere.

– ¿Y si no?

– Pues entonces, tendré que pensar en alguna forma de hacerlo cambiar de opinión.

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