Capítulo 7

Mike llegó tarde a la cena, pero Tessa no lo había esperado. Cuando llegó al hospital, Tessa se había ocupado de la cena. Abrió la puerta del apartamento y ella se encontraba allí.

– ¿Qué hacer aquí? -preguntó Mike, parándose en seco en la puerta. Hasta allí le llegaban aromas deliciosos.

– Me invitaste a comer, ¿recuerdas? -miró el reloj-. Hace una hora y media. Strop y yo teníamos la opción de quedarnos sentados en el escalón con cara triste o ponernos en acción. Y poner cara triste no es nuestro estilo.

Strop estaba echado cuan largo era bajo la mesa roncando levemente. Tess se dirigió a la ventana y señaló una magnífica caseta para perro hecha a mano. Estaba pintada de color dorado y rojo y tenía escrito en caracteres griegos «Stropacrópolis» en el frente.

– ¿La construiste tú? -preguntó Tess, admirada.

– Tenía la cadera rota cuando vino aquí. Era lo mínimo que podía hacer.

– ¿Sabes, doctor Llewellyn? Me estás empezando a gustar mucho, pero mucho, mucho.

– Bien… quiero decir, estupendo -Mike se sentía amenazado por la sensación de domesticidad, de que eso era lo correcto, que aquella mujer le comenzaba a gustar…

– Vete a lavar mientras hago los filetes. Apuesto a que estás cubierto de antiséptico o algo asqueroso, y no quiero que se arruine la carne. ¿Te gusta hecho o poco hecho? Yo me niego a hacerlo muy hecho. Es un crimen quemar una carne tan buena como ésta -señaló las dos enormes chuletas-. Hacía años que no veía carne como ésta.

– Bienvenida a Australia, entonces, doctora Westcott -sonrió Mike débilmente y fue al cuarto de baño sin rechistar.

Hizo algo más que sólo lavarse. Se quitó los pantalones y se puso unos cómodos vaqueros y una camisa abierta al cuello, tomándose su tiempo para calmar sus pensamientos. Cuando volvió a la cocina, Tess servía la comida y parecía que ella era la dueña de la casa y Mike el invitado.

Y los agradables y tranquilos pensamientos de Mike, que tanto trabajo le había constado conseguir, se revolvieron otra vez.

– Siéntate -su matriarca personal le ordenó-. Espero que no te importe que haya abierto el vino. Hannah me dio la llave de tu apartamento y me echó una miradita cuando le dije que comíamos juntos, como queriendo decir, «tú también». No fue demasiado agradable. ¿Habéis estado enrollados alguna vez?

– ¡No! Quiero decir, a quién le importa si… -las cejas parecieron tocarle el nacimiento del cabello.

– ¿Así que nunca ha habido nada entre vosotros? No dejes que se te enfríe la carne -añadió Tessa amablemente cuando Mike se sentó-, está fabulosa.

– No -dijo Mike y cortó un trozo considerable de la carne, llevándoselo a la boca. Las cejas se le levantaron aún más. La salsa de vino que Tess había hecho para el filete estaba magnífica-. Tessa, esto está buenísimo, ¿qué lleva? -la sensación de estar en un hogar le quitaba el aliento.

– Vino tinto, ajo, zumo de limón y unas cuantas hierbas. Nada especial -Tessa tenía la cara seria y era evidente que no tenía la cabeza en la comida-. Mike, Hannah dice que tendría que hacer las gestiones para meter al abuelo en la residencia. Dice que es imposible que se quede en la granja y que me hartaré de este sitio en cuestión de meses. Se cree que no me quedaré.

– ¿Sí? -mientras masticaba otro bocado enorme, se le borró la sonrisa a él también. Hannah Hester era una metomentodo que tenía una habilidad especial para preocupar pacientes. Si no fuese tan difícil encontrar buenas enfermeras la echaría en ese preciso momento. Y había preocupado a Tessa…

El silencio continuó, pero no era incómodo. Miró la cara de Tessa mientras comían.

– ¿Te ha preocupado en serio Hannah? -preguntó finalmente.

– Peor que eso -dijo Tess. Terminó lo que le quedaba del filete y empujó el plato-. Preocupó al abuelo al hablar frente a él. Lo trató como si no hubiese estado allí y toda enfermera que se precie sabe que quienes han sufrido una apoplejía oyen perfectamente, aunque estén totalmente paralizados.

– Hannah es una buena enfermera -frunció el entrecejo Mike.

– Puede que sea buena técnicamente, pero es mala tratando a la gente. En realidad, es terrible.

Mike suspiró. Estaba de acuerdo.

– Tess, este sitio, pues, es una comunidad cerrada. Ya sé que Hannah no es fantástica. Parecería que estuviese resentida por algo y, por más que lo he intentado, nunca he podido sacarle el lado bueno. Hablaré con ella, pero no me puedo permitir echarla y ella lo sabe. Enfermeras con buena formación son como ranas con pelo por aquí. Son tan escasas que casi no existen.

– Ya lo sé -dijo ella, tensa-. Por ese motivo, por ese único motivo, no le di un cachete -enseguida se alegró y sonrió. ¡Cielos! Era un verdadero camaleón, cambiando frente a sus ojos-. Eso y el hecho de que es más grande que yo.

– Me las imagino a las dos -sonrió él-, peleándose en el pasillo del hospital. Muy profesional -la sonrisa desapareció nuevamente-. En serio, Tess, hay que llevarse bien con el único personal profesional que tiene el valle. Aprecias sus habilidades y con el tiempo aprendes a contrarrestar el daño que una persona poco cuidadosa puede hacer.

– Sí. Comprendo -su sonrisa era nuevamente abierta-. Y creo que lo he hecho. Le dije al abuelo que se tenía que poner bueno, aunque sólo fuera para demostrarle a Hannah que estaba equivocada. Le ha dado otro incentivo, como si no tuviese suficientes.

– ¿Ves? Estás aprendiendo.

– Mientras no sea dañina con el abuelo para atacarme a mí. Porque está celosa.

– ¡Eso es una ridiculez! -exclamó él, volviendo a atacar el filete.

– ¿Por qué? Quizás se ha enamorado de ti.

– Las mujeres no se enamoran de mí.

Tessa levantó las cejas, pero no dijo nada. Terminó y llevó su plato y su copa al fregadero.

– ¿Estás seguro de que no eres gay, doctor Llewellyn? -preguntó, echándole una mirada especulativa-. Ya sé. Me has dicho que no eres gay, pero eres amable, sensible y guapo. Ganas mucho dinero y tienes un coche fabuloso. ¿Cómo es que esa combinación no ha logrado que alguien se asegurase… ¿Estás seguro?

– No, doctora Westcott -sonrió-. No soy gay -dijo con firmeza. Se levantó y se acercó a ella con su plato.

– ¿Eres casado, entonces? ¿Divorciado? ¿Viudo? ¿Separado? -preguntó ella, dando instintivamente un paso atrás, poniendo distancia hasta tener la información que quería.

– ¿Quién quiere saberlo?

– Yo -le espetó.

– ¿Y a ti en qué te concierne?

– En nada en absoluto -respondió ella con calma-. Pero tú tienes intenciones de ser socio mío y al menos una enfermera ha insinuado que te quiero pescar. Quiero saber si decirle a ella tal cosa es ridículo.

Mike bajó la mirada hasta la de Tessa y ella se la devolvió sin pestañear. Podía leerle la mirada como un libro abierto. Era casi como si le estuviese haciendo una proposición. Si fuese un hombre, estaría comprándole rosas y bombones y sitiándolo. ¡Atacando!

– Esto es ridículo -dijo secamente. Le echó una mirada turbada y puso el plato en el fregadero. ¿Cómo diablos iba a resolver eso?

Tessa estaba adorable. Su suave vestido blanco era escotado y se le ajustaba al cuerpo. Tenía unos ojos enormes que resaltaban en su cara de duendecillo y las pocas pecas que le adornaban la nariz eran increíblemente atractivas. Rogaban que las besase.

– No, doctora Westcott -logró decir débilmente-. No estoy casado, comprometido, viudo, enrollado y tampoco soy gay. Pero no tengo intenciones de cambiar de estado.

– ¿Se puede saber por qué?

– Estoy casado con mi trabajo -dijo escuetamente-. Y hay más que suficiente para volvernos locos a los dos -le dijo, mirándola a los ojos y luchando por recobrar la compostura.

– Pero yo no tengo intención de volverme loca -levantó la barbilla-. Mi medicina es importante para mí, pero no lo es todo. Aún pienso ocuparme de mi abuelo. Sigo queriendo tener vida propia.

– Mi vida es mi medicina.

– Ya me doy cuenta -se humedeció los labios. Se sentía rara. Como si alguien más estuviese en su cuerpo y ese alguien fuese una mujer que ella no conocía. Ese alguien se sentía tan atraído por Mike que ella no tenía casi control sobre su persona.

– Qué desperdicio -murmuró.

– ¿Un desperdicio? -la miró, sardónico-. ¿Desperdicio para quién?

– Un desperdicio para mí.

Silencio. Las palabras retumbaron en la habitación, sorprendentes por su simplicidad.

– ¿Qué diablos quieres decir con eso? -dijo él por fin y la cara se le cerró, como si se arrepintiese de haber hecho la pregunta.

Tess también tendría que haberse arrepentido de haber hecho esa aseveración. Su pregunta era una pregunta que Tessa tendría que haber encontrado imposible responder. Tendría que murmurar una disculpa, lanzar una risita boba e irse de allí antes de hacer el ridículo totalmente.

Pero en lugar de ello, inhaló profundamente y lo miró a los ojos, desafiante.

El rol de la mujer era ser tímida y controlada, pensó Mike con desesperación. Así él podía enfrentarse a ellas. Pero, ¿cómo podía enfrentarse a una mujer tan directa como Tessa? Como si lo encontrara increíblemente atractivo y no le importara quién se enterase. Especialmente, que no le preocupaba que Mike se enterase. Quería que él supiese exactamente cómo se sentía, y lo que sentía se le reflejaba en el rostro claramente.

– Quiero decir que eres el hombre más atractivo que yo haya conocido -le dijo con suavidad-. Quiero decir que eres cariñoso y dulce y con sólo mirarte las rodillas me tiemblan. Quiero decir que Hannah tenía razón cuando dijo que una de las razones por las que quiero quedarme aquí es para conocerte mejor.

– ¿Eso dijo?

– Dijo eso. Y es verdad. Oh, no es la única razón -añadió apresuradamente-. Por supuesto, me quedo por mi abuelo -volvió a tomar aire, tratando de encontrar las palabras adecuadas-. Pero si quieres una socia con rodillas que no le tiemblen, será mejor que me digas ahora que el pelo rojo te vuelve loco, o que te dedicas a coleccionar sellos en lugar de mujeres -esbozó una sonrisa torcida-. No me puedo creer que esté diciendo esto.

– Yo tampoco me lo creo -dijo Mike débilmente-. Las mujeres no dicen ese tipo de cosas.

– Acabo de hacerlo.

– Pues, nadie lo ha hecho antes -dijo él directamente-. Tess…

– No me digas que las mujeres no te encuentran atractivo -le espetó, y había algo en sus ojos que le indicó a Mike que la divertía ponerlo nervioso.

Tess se sentó en la encimera, columpiando las preciosas piernas envueltas en medias de seda.

– Puede que sí -admitió finalmente-. Pero ninguna me lo ha dicho.

– Oh, pobrecito. ¿No te ha dicho nadie que te encontraba muy atractivo?

Y Mike no lo pudo evitar y lanzó una carcajada.

– Tessa Westcott, eres incorregible. Yo pensaba que las doctoras, especialmente doctoras que se dedican a la medicina de urgencias, supuestamente son sensatas y racionales y tan románticas como un ladrillo.

– Es verdad. Dicen que lo único que debería amar una doctora sensata y comprometida con ambiciones es un pececito -dijo como si tal cosa-. Pero me lo he pensado bien y creo que eres mucho mejor que un pececito.

– ¡Caramba! Gracias -dijo Mike y la miró un largo rato. Luego caminó hacia ella y la tomó de las manos. Tenía que hacerla ver-. Tess, esto es una locura.

No era una locura en absoluto. Agarrarle las manos fue un error. ¡Un enorme error! La locura desapareció en el preciso instante en que sus manos se tocaron.

– Locura o no, es la forma en que me siento -dijo ella. Sólo Dios sabía cómo lograba que su voz pareciese despreocupada, pero de alguna forma, Tess lo logró.

– Tessa, lo que te digo de mi trabajo es cierto -le soltó las manos, pero no se movió. ¿Cómo le podía hacer entender que esa relación era totalmente imposible?-. Es todo lo que quiero. No tengo espacio para nada más.

– Yo soy muy pequeña. ¿No me podrías encontrar un rinconcito?

– No -se puso totalmente serio y retrocedió un paso. En su rostro se leía que ya era suficiente la broma-. Ya he visto lo que sucede cuando la gente olvida sus responsabilidades.

– No te pido que te olvides de tus responsabilidades -dijo Tess. Ella también había dejado de sonreír. Se bajó de la encimera y se acercó a él, casi rozándolo. Ya que había llegado tan lejos, era mejor que lo hiciera del todo-. Mike, no te pido que te cases conmigo -dijo, y logró otra vez que su voz pareciese despreocupada-. Lo que quiero decir es que hay algo entre nosotros. Algo… -se encogió de hombros-. No sé qué. Es un sentimiento que no puedo definir. Es un sentimiento que nunca he sentido antes y quiero, más que nada, explorarlo. Suena desvergonzado, ¿no? Como si fuese una casquivana. No lo soy, Mike. Sólo que… Sólo siento…

Y luego su voz recobró la firmeza, como si de repente estuviese segura del suelo en que pisaba.

– Siento que eres una parte de mí. Es una locura, ¿no? Pero es lo que siento. Así que, dime, Mike -exigió-. Dime que soy una idiota. Dime que no sientes nada.

– No quiero…

– No te pregunto lo que quieres. Te pregunto qué es lo que sientes.

Antes de que él le pudiese responder, ella dio otro paso adelante y poniéndose de puntillas le dio un beso con todo su corazón. Y lo hizo tan rápido que no hubo nada que él pudiera hacer para evitarlo.

¡Qué pedazo de beso! Se lo dio de pura bravuconería, pero era más que eso. Era un beso lleno de interrogantes, lleno de asombro.

Tess nunca había hecho nada por el estilo en su vida. Su actitud podría parecer desvergonzada, atrevida, pero no había nada de eso en su beso. Sus labios eran tiernos, dulces e inseguros, como si realmente quisiera tocarlo. Era como si su cuerpo fuera atraído por él como una abeja a la miel.

Cuando sus labios tocaron los suyos, el beso le hizo darse cuenta de golpe de que eso era algo totalmente nuevo. Ella era tan deseable…

Por supuesto que había besado a otras mujeres. ¡Cielos! Había hecho un juramento, pero no uno de castidad. Su juramento había sido el de no comprometerse emocionalmente. Había hecho el amor a otras mujeres antes, pero ellas siempre habían sabido las reglas. Ningún compromiso. Jamás había habido promesas de un mañana. Sólo había pasión según sus propios términos.

Pero aquello, aquello no iba según sus términos, porque cuando sus labios se unieron, fue como si las dos partes de un todo partido se hubiesen unido. Aun más, era como el fuego y la paja. Separados, no eran nada. Juntos, eran fuego.

Nada en su vida le había parecido tan correcto, tan completo. Allí había fuerzas trabajando que escapaban su control, pensó desesperado. El deseo de responder a aquella mujer que le era tan desconocida… era casi incontrolable.

Sus labios eran suaves y cálidos y urgentes. Olía a flores, a sol y a tibieza y no podía resistirse a su encanto del mismo modo que no podía dejar de respirar.

¡Dios Santo! ¿Qué podía hacer con aquello? No sabía que podía sentir de esa forma. Su promesa había sido hecha sin conocer esa maravilla, y si lo hubiese sabido… ¿podría haber hecho tal juramento? Pero lo había hecho y tenía que cumplirlo.

Haciendo un esfuerzo, logró separarse de ella. Sin saber cómo, logró alejarla de él y descendió la mirada a la de ella con ojos desesperados en los que se reflejaba la confusión.

– Tess, no…

– Bien, ahora lo sé -logró decir Tess con una voz que era apenas más que un suspiro trémulo.

– ¿Sabes qué?

– Que es verdad que no eres gay -intentó sonreír, pero no lo logró-. ¡Cielos!

– Cielos digo yo también. Y ahora, ¿qué hacemos?

El teléfono. Dios fuera loado. Sonó en el salón y Mike salió disparado a atenderlo como un ahogado que se trata de agarrar a un flotador.

– ¿Dígame?

– ¿Doctor Llewellyn? Soy Mavis, de recepción. ¿Es usted? -obviamente no parecía su voz.

– Sí -dijo Mike, después de aclararse la garganta.

– Acaba de llamar Kyle Wisen -le dijo Mavis, que parecía saber que estaba interrumpiendo algo y que se moría por saber qué-. ¿Se acuerda de ella?

Mike hizo un supremo esfuerzo por cambiar el chip y convertirse en el doctor Llewellyn. Recorrió su fichero mental con rapidez.

– Kyle. La hija de Bill y Claire Wisen. Diecisiete años, pelo oxigenado y media docena de sortijas.

– Exacto -suspiró Mavis-. Está cuidando a Sally, su sobrinita de dos años y la niña ha metido el dedo gordo en el desagüe de la bañera y no lo puede sacar -suspiró nuevamente Mavis-. Lo siento mucho, doctor, pero han tratado todo lo posible sin resultado y creo que usted tendrá que ir.

– Estaré allí en cinco minutos -dijo Mike, sin mirar a Tessa-. Lo más importante es que llames a Kyle y le digas que ya voy y que trate de evitar que Sally tire. Si el dedo se le hincha de forcejear, tendremos serios problemas.

Colgó y se volvió a Tessa.

– Tengo que irme -dijo.

– Ya he oído. ¿Puedo ir también?

– Tess…

– Cuanto antes conozca a la gente de este pueblo, mejor será para los dos -miró el reloj-. Tengo una hora antes de ir a cuidar a la madre de Louise y tú tienes una hora antes de ir al baile. Vayamos a desatascar dedos gordos.

– Yo…

– ¿No me quieres? -puso cara de pena, como a un niño que le quitan un caramelo.

¡Porras! No podía trabajar con ella, pensó desesperado mirándole la cara y tratando de decidir si reír o llorar. No podía.

Pero tampoco podía decirle que no la quería.

– Venga, entonces -dijo, con voz que indicaba que había hecho un esfuerzo sobrehumano-. Estupendo. Vayamos a ejercer la medicina. Quizás te haga olvidarte del sexo.

– ¡Hala! No estaba pensando en el sexo -bromeó suavemente, con los ojos elevados hacia él llenos de risa. Y luego se puso un poquito seria-. Bueno, por ahora.


Sally seguía atascada en la bañera. Cuando llegaron, había vecinos, dos bomberos, un mecánico y un fornido fontanero cargado de una amenazante caja de herramientas intentando caber en el pequeño cuarto de baño de la granja. Era obvio que Mike era a la última persona a la que habían recurrido.

Sally estaba completamente alterada. Estaba desnuda hecha un ovillo en la bañera vacía, y sus sollozos eran los de un niño que ya ha perdido las esperanzas. El ruido era ensordecedor.

– Vaciemos la habitación -sugirió Tess con firmeza mientras Mike se dirigía recto a la niña. ¿Por qué no había nadie sujetándola?

– Bien -se acercó Mike a la niña y la sujetó de los hombros-. De acuerdo, Sally. Te sacaremos de aquí pronto, pero primero vamos a hacer que entres en calor.

– Necesitamos a los padres de Sally y al fontanero -dijo Tess bruscamente. Lo que había sucedido entre ellos pertenecía al pasado. Se había vuelto a convertir en la doctora entrenada para solucionar situaciones como aquélla-. El resto, me gustaría que se quedara fuera hasta que los necesitemos. ¿Quién es la madre de Sally?

– No está aquí -le dijo una rubia con el pelo oxigenado y demasiado maquillaje-. Yo soy Kylie, la tía de Sally. Mi hermana y su marido han salido a comer y no sé dónde se han ido -echó una mirada agresiva, como si esperase que Tess le dijese que era su culpa.

– Uno de los vecinos se está ocupando de localizarlos -dijo el fontanero y se dirigió a Mike, que había cambiado a la chica de posición para que el dedo no sufriera tanta presión-. Doctor, he estado pensando. La única forma de sacar ese desagüe es rompiendo la bañera alrededor de él.

– Entonces, eso es lo que habrá que hacer -respondió Mike, que estaba prácticamente metido en la bañera, apretando a la niña contra sí-. Está helada. Necesito mantas y bolsas de agua caliente. Rápido.

– Supuse que eso sería lo que me diría -dijo el fontanero, satisfecho-. Por eso tengo las herramientas listas. Lo hubiera hecho antes, pero la niña estaba muy mal. Creo que lo mejor será que me meta por debajo de la casa, así si lo rompo por debajo, no alteraré a la niña tanto.

– Hágalo -dijo Mike, sin quitar los ojos de la cara de la niñita. Tenían que sacarla de allí rápidamente porque comenzaba a dar señales de tener un colapso.

– ¿Podrías meterte en la bañera y abrazarla? -le pidió Tess a Kyle.

A los dos minutos tenían a la malhumorada adolescente en la bañera con la niña echada en sus brazos. Al no estar la madre, era lo mejor que podían hacer. Mientras Mike revisaba el dedo, Tess envió a las vecinas a que consiguiesen bolsas de agua caliente y reemplazó la toalla que cubría a la niña con una gran manta esponjosa.

– Ha estado tironeando -dijo Mike suavemente, mirando del hinchado dedo a la cara pálida de Sally. Que estuviese silenciosa era mal síntoma. La recomendación para los médicos era que nunca se preocupasen demasiado por un niño que lloraba. Si un niño estaba silencioso era el problema.

– Creo que podemos administrarle un poco de petidina, doctora Westcott -dijo Mike, y Tessa la buscó en el maletín y la preparó.

Se oyó un ruido bajo la casa y voces de hombres. El fontanero y su ayudante. La niña comenzó a sollozar otra vez y Kyle le apoyó la cabeza contra el pelo.

– Tranquila, Sally -le dijo con dulzura-. Tenemos dos doctores y un fontanero enorme que te sacarán el dedo de allí, ya verás. Y después podrás contarlo en la guardería. Si tenemos suerte, quizás los bomberos te lleven a pasear en el camión.

– Bien hecho -dijo Tess con entusiasmo. Bajo todo ese maquillaje, pendientes y actitud desafiante había una buena niña. Kyle estaría casi tan asustada como Sally al tener que enfrentarse al problema sola.

Con la ayuda de su tía, la chiquilla se tranquilizó, y unos minutos más tarde el fontanero logró cortar el caño. El piececillo estaba libre, aunque no el dedo.

– ¿Y ahora, qué? -preguntó Kyle inquieta, abrazando a Sally con caño y todo.

– La llevaremos al hospital -dijo Mike. El pie se había hinchado y el dedito estaba totalmente pálido. No le gustaba nada su aspecto.

– Quiero ir con mi mamá -lloriqueó la niña y hundió el rostro en el pecho de Kyle.

– Sí. Tendría que haber averiguado dónde iban -murmuró Kyle, a punto de llorar también.

Mike le puso la mano en el hombro.

– Te lo tendrían que haber dicho. No te sientas culpable, Kyle. Lo estás haciendo muy bien -dijo Mike y luego miró a Tess, analizando las opciones que tenían-. ¿Tienes ganas de hacer una anestesia, doctora Westcott? Bajo mi supervisión, por supuesto.

Tess lo miró a los ojos y se mordió el labio. Sabía lo que le estaba pidiendo. Mike le pedía a una doctora sin colegiar que administrase anestesia general a una niña sin el consentimiento de los padres.

Si no lo hacía, la niña perdería el dedo gordo. Y si lo hacía… las implicaciones legales eran incontables.

– No tenemos otra opción, Tess -dijo Mike, serio-. Sé que es mucho pedir, pero yo me haré responsable. Si quieres, te lo pondré por escrito.

– ¿Confías en mí?

– Sí -dijo él, y era verdad. Tess podía ser todo lo frívola que quisiese, pero Mike estaba seguro de que era una excelente doctora.

– De acuerdo. Hagámoslo -dijo Tessa suavemente-. ¿No es fantástico que haya venido de tan lejos?


Mike aplicó compresas frías al dedito mientras Hannah aplicaba compresas calientes al metal para lograr la mayor expansión posible. Luego le puso lubricante al dedo, que cuando lo empujó por la punta, salió como un corcho de una botella. Tess levantó la vista de los monitores y vio que recobraba el color casi instantáneamente.

– ¡Felicitaciones! -exclamó, y comenzó a invertir la anestesia inmediatamente. No había razón para mantener a la niña anestesiada ni un segundo más de lo necesario.

– Felicitaciones a ti también -dijo Mike, mirando el otro extremo de la camilla donde Tessa se hallaba controlando cuidadosamente la respiración de Sally. Mientras masajeaba el dedito, se dio cuenta de que la anestesia no lo había preocupado en lo más mínimo. Con mirar los cuidadosos preparativos de Tessa fue suficiente para darse cuenta de que ella sabía perfectamente su trabajo.

Era casi increíble. De repente tenía una doctora con formación en anestesia y traumatología. Si lo hubiese buscado a propósito por toda Australia, no habría encontrado a nadie más idóneo.

En cuanto ella se colegiase, no habría nada que no pudiesen hacer, pensó súbitamente, lleno de júbilo. Toda la cirugía menor que hasta ese momento enviaba a otro lado… los accidentes de coche que no podía resolver por su cuenta… las urgencias. Había perdido pacientes en el pasado porque estaba solo.

Si era verdad que ella se quería quedar…

Ella se quería quedar, pero había un problema. El compromiso emocional. ¡Diablos! La podía tener de socia y mantener las distancias. ¡Tenía que hacerlo! No podía pensar con claridad cuando la tenía cerca. Le sucedía en ese mismo momento.

– No hay necesidad de que te quedes -le dijo a Tess con brusquedad. Sonaba tenso y enfadado, no como se tendría que sentir después de haber realizado una operación con éxito-. Si tienes que cuidar a la madre de Louise…

– De acuerdo, de acuerdo -dijo ella, haciendo un gesto burlón de vencida con las manos-. ¿No tendrías que estar en el baile ya? Empezó hace veinte minutos.

– A Liz no le importará que llegue tarde.

– Estoy segura de que sí, pero no te lo dirá nunca, Mike Llewellyn -dijo Tess pensativamente-. Me parece que tienes a las chicas del valle demasiado bien entrenadas para su propio bien.

– Estoy totalmente de acuerdo -dijo Hannah sin poder evitarlo y Tess sonrió.

Hannah también, lo que hizo que Mike se sintiera…

¿Estúpido?

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