Capítulo 9

Las siguientes semanas pasaron como un sueño, con Mike sintiéndose como si un mundo nuevo se hubiese abierto ante él. ¡La vida era más brillante, más clara, fantástica!

Doquiera que fuese, estaba Tessa.

La colegiatura de Tessa fue aprobada increíblemente rápido. Sus credenciales médicos eran impecables, al menos eso era lo que pensaba el colegio, y Mike también. Parecía un sueño.

Pero Tess era totalmente real.

Mike la miró mientras lo ayudaba a coser el tendón de Aquiles de Jason y no dudó en un instante de su habilidad como anestesista. A través de la pared, escuchó cómo aconsejaba a los pacientes y se maravilló de su habilidad para quedarse callada y dejar que descargaran sus preocupaciones y angustias. Había que insonorizar las paredes. Con el tiempo, había que hacer gran cantidad de cambios si Tess se quedaba. Mientras escribía las historias clínicas de sus pacientes, Mike podía oír todo.

– Haz lo que tu corazón te diga -sugirió Tess suavemente-. Si piensas que es lo correcto, no dejes que nadie se interponga en tu camino.

Sigue tu corazón…

Luego, Mike vio cómo Tess ayudó a su abuelo a recuperarse. Se pasaba las mañanas ayudándole a caminar tambaleante por los pasillos del hospital, como si tuviese todo el tiempo del mundo, y como si mirar a un hombre usar un andador fuese lo más interesante.

Henry se recuperó de una forma increíblemente rápida bajo sus cuidados.

También Tessa se ocupó de conocer a los lugareños. Se presentó a cada uno de los jugadores del equipo de Jancourt y se tomó el trabajo de aprenderse las reglas de su nueva pasión con toda seriedad. Para asombro de Mike, incluso se puso a tejer una bufanda con los colores del club.

– Creo que haré un par de ellas -le dijo, haciendo punto con toda la concentración de una abuela-. O quizás una bien larga, para que podamos usar una punta cada uno…

Y por la noche…

Por la noche Tess iba a la granja y visitaba a Doris y sus bebés, ocupándose de que todo estuviese bien. Pero más tarde, volvía a la ciudad y tomaba a Mike en sus brazos. Y dormía exactamente donde quería. Con su Mike.

Hasta Strop pareció aprobarlo. Cuando ella estaba allí, no intentaba subirse a la cama, y Mike encontró en el cuerpo de Tess una paz que nunca creyó que tendría.

La vida nunca había sido tan perfecta, pensó Mike, dichoso, mientras amaba a aquella mujer. Nunca se había imaginado que sería tan perfecta.

La abrazaba y la amaba, pero sólo la mitad de él sabía que vivía en una pompa de jabón.

– ¡Oye, que no estoy por desaparecer! -bromeó Tess con dulzura cuando se cumplieron dos semanas de estar juntos-. Me quedo aquí para siempre.

Mike no la creía, pero igualmente la estrechó entre sus brazos.


En un pueblo como Bellanor, era imposible mantener una relación como ésa secreta. Después de la primera noche que Mike pasó con Tessa, se había encontrado con miraditas y risa.

– ¡Qué bien, doctor! -era el comentario general-. ¿Qué le llevó tanto tiempo?

Tanto tiempo… tres días completos…

Al final de las dos semanas, la aprobación general comenzó a estar teñida de un mensaje más fuerte.

– Así que, ¿cuándo va a convertirla en una mujer decente, Doc, y conseguir una madre para su chucho?

Matrimonio…

Mike nunca había pensado en ello, pero una vez que lo mencionaron, no se podía sacar la idea de la mente. Lo mirara como lo mirase, ya había roto su promesa, y no había forma de empeorarla más.

Esa noche Tess lo acompañó a hacer su visita semanal a Stan Harper.

– Me siento como la m…, Doc -le dijo Stan, dirigiéndole una mirada de disculpa a Tess-. Disculpe mi lenguaje, señorita.

Tess se había quedado sentada en la cocina de Stan mientras Mike le auscultaba a éste el pecho y su rostro expresó compasión.

– No comprendo las palabrotas australianas -mintió-. Quería que Mike me las enseñara, pero prefiere que no me las aprenda. Por más que le pido y le pido, ¿se cree que me las enseña? ¡No, señor!

Stan lanzó una risita y su tristeza desapareció por un rato. Pero sólo por un rato.

– Me gustaría que se viniese al hospital unos días -sugirió Mike, mientras Stan se bajaba el jersey-. Stan, no parece que haya nada malo en su corazón y los dos electros han sido buenos, pero como el dolor persiste… pues, parece que hay algo. Será mejor que se interne y le hagamos un chequeo completo.

Pero Stan no quiso saber nada.

– No. Me quedo aquí, pero, ¿vendrá otra vez el sábado? -sonaba ansioso y Mike sabía lo solo que se encontraba el anciano.

– ¿Qué tal si le digo a la enfermera del distrito que venga a mitad de semana? Yo vendría igual el sábado, pero…

Pero Stan no quiso saber nada.

– Ya sé que a veces me da dolor en el pecho y me siento mal, pero si Cathy estuviese conmigo no me sucedería nada de eso -suspiró y miró detenidamente a Mike y luego a Tessa-. Pero aquí estoy, haciéndome mala sangre cuando tendría que estar diciéndoles lo contento que estoy de que finalmente se haya decidido a buscarse una mujer, Doc. Se nota que está flotando en una nube rosa. ¿Cuándo van a casarse?

Tess enrojeció y Mike sacudió la cabeza.

– Está por verse -le respondió, pero el pensamiento de lo que se avecinaba le calentaba el corazón. Miró por el rabillo del ojo a Tess y sonrió, y ella le devolvió la sonrisa.

– No lo retrasen demasiado, entonces -rogó Stan-. Es demasiado importante. Agárrala mientras puedas y no la dejes escapar.


La conversación durante el viaje de vuelta fue tensa.

– Sigo preocupado por Stan -le dijo a Tess.

– Aja -respondió ella, abrazándose las rodillas. Llevaba pantalones negros y un enorme jersey púrpura que le quedaba precioso-. Me parece que no está comiendo nada.

– ¿Por qué lo dices?

– Pues… cuando fuimos la semana pasada estuve curioseando mientras tú lo revisabas en el dormitorio. Miré dentro de sus armarios a ver cuánta comida tenía. Y hoy, cuando él nos acompañó al coche y yo corrí adentro a buscar mi bolso, eché una mirada rápida y casi todo estaba exactamente igual. No ha tocado sus cereales, que están al mismo nivel que la vez pasada y también tiene el mismo número de huevos. Seguro que se ha comido un par de botes de sopa de tomates y nada más. Hasta el paquete de pan en el congelador es el mismo. Le había cortado una puntita al paquete para marcarlo y es el mismo paquete. Habrá comido unas seis rebanadas.

– Estás hecha una Sherlock Holmes.

– Sí que lo soy -dijo ella, contenta, pero su sonrisa se desvaneció al preguntar-: ¿Estás de acuerdo conmigo?

– Sí. Todo casa -dijo Mike despacio-. Por eso quiero que se interne. Está perdiendo mucho peso.

– Echa en falta tanto a su Cathy…

– Sí -dijo Mike con seriedad-. Una vez que te ataca, no lo puedes superar.

– Es un problema -asintió Tess, lanzándole una mirada de reojo a su amor.

Silencio. Parecía que no había más que decir. El elegante Aston Martin devoró las millas entre Jancourt y Bellanor y el silencio se extendió más y más.

Mike echó su propia mirada de reojo. Tess miraba al frente, contemplando pacíficamente el cielo vespertino y él tomó una súbita decisión. Era imposible. La quería tanto… Estrecharla en sus brazos cada noche de repente no era suficiente.

– Cásate conmigo, Tess -dijo de súbito, con urgencia, y luego contuvo el aliento.

– ¿Casarme contigo?

– Eso es lo que he dicho.

Tess cerró los ojos y él titubeó, deteniendo el coche a la vera del camino, de modo que quedaban enfrentados al valle y a la ciudad abajo. Un pájaro campana cantaba desde los matorrales fuera del coche.

Y Tess se quedó en silencio más tiempo de lo que él hubiese pensado nunca.

– Te quiero, Mike -susurró finalmente-. Pero no me casaré contigo. Todavía no.

Él se humedeció los labios, que de repente estaban secos. No le quitó los ojos de encima.

– ¿Puedo preguntarte por qué?

– Porque estoy segura de que todavía crees que estás traicionando a tu madre. Te casarás conmigo y luego estarás todo el tiempo pensando que en cualquier momento llegará el desastre. Y es verdad, porque si me caso contigo, habrá alguna vez que interfiera con tu medicina. Seguro que te ayudaré. Seguro que estaré a tu lado y la atención en el valle será mejor por mi contribución, pero el día que interfiera, dudo que eso cuente. Te odiarás y también me odiarás a mí. Te amo, Mike, pero quiero más que eso, y estoy dispuesta a esperar.

– Esto es una tontería -dijo él despacio.

– Será estúpido, pero es la verdad -le dijo, y él se dio cuenta de que no cedería, que ella también había estado pensando-. Aún no te das cuenta de lo que quiero decir, pero yo sí -y tomándole la cara entre sus manos, lo besó dulcemente-. Necesitas esperar. Ambos necesitamos esperar, Mike, para ver lo que nos depara la vida. Pero sin boda. Sólo amor… y veamos si con eso nos alcanza.


Tess se negó a ceder, y finalmente él aceptó su postura. No tenía otra elección. Era una locura, pensó. Ella estaba equivocada.

Oh, no estaba equivocada al pensar que él se culparía si se distrajese. Lo que ella no veía era que no era necesario que eso sucediese. Con Tess trabajando con él, seguro que no habría ningún momento en que ella se le cruzaría por el medio.

Mientras tanto, la vida resultaba infinitamente dulce. Tessa y él trabajaban hombro con hombro. El trabajo del valle se dividió en dos por arte de magia. Tenía tiempo para levantar la cabeza de su trabajo, y cuando la levantaba, Tess estaba allí, dispuesta a deslizarse a sus brazos.


* * *

Con la dedicación que su nieta le otorgaba, Henry Westcott superó todas las expectativas y en cinco semanas estaba listo para volverse a la granja.

– De ahora en adelante, tendré que quedarme en la granja -le dijo Tess a Mike la noche anterior a que diesen de alta a Henry. Ésa sería su última noche juntos. Ambos conocían las dificultades que se les presentarían. La granja estaba demasiado lejos para que Mike estuviese de guardia, aunque quisiese quedarse con Tess.

Pero no quería hacerlo. Aunque su cuerpo gritase su necesidad por Tess, Mike conocía a Henry lo suficiente como para saber que si Tess dormía con Mike sin casarse bajo su techo, el anciano se alteraría enormemente. Pero Tess tenía razón. Ella tenía que quedarse.

– Así que tenemos que casarnos -dijo Mike, apartando los rizos de la cara de Tessa. La besó en los labios profundamente-. Pronto. Strop te echará de menos, y yo te echaré de menos más todavía. Cásate conmigo.

– No.

– ¿No?

– No. Todavía no has tenido tu desastre.

– No tengo ninguna intención de tener un desastre.

– Sucederá. Te diré una cosa -dijo, devolviéndole el beso-. Si el desastre no te ha ocurrido para cuando yo tenga cincuenta, me casaré contigo de todos modos.

– ¡Hala! Gracias.

– ¿No te quieres casar conmigo cuando tenga cincuenta?

Mike gimió.

– Puede que no viva hasta los cincuenta. Puede que no viva ni diez minutos más. Tess…

– Es una oferta excelente. Tómala o déjala.

– Tess…

– Mike, sucederá. Sé que sucederá. Vivamos cada día como venga y ya veremos.


Así que el sábado por la tarde tomaron prestado el coche del hospital y Tess, Mike y Strop llevaron a Henry a casa. La alegría del anciano al estar en su casa, al ver a Doris y los bebés, al saludar a sus cabras y sentarse en su sillón frente a su chimenea era demasiado grande como para permitir que la rigidez ocasional de Mike se la empañase.

Se sentó y miró a su alrededor encantado.

– Es una maravilla -le dijo a su nieta-. Eh, Tess… -la voz se le atragantó por la emoción y Mike se encontró casi tan emocionado como Henry.

Pero tenía que irse. Stan lo estaría esperando.

– Tess lo cuidará bien, señor -le dijo a Henry-. Y la enfermera del distrito pasará todos los días.

– ¿No te quedas? -preguntó Henry al darse cuenta de lo que intentaba hacer- ¡Caramba, hombre, tienes que quedarte! Le he pedido a Tess que nos haga algo bueno para los tres.

– ¿Te quedas? -sonrió Tess a su abuelo y luego a él-. He comprado una lata de comida para Strop, y para nosotros tenemos todo lo que el abuelo me pidió. Cerdo asado con puré de manzana, calabaza, patatas asadas y guisantes, seguido de pastel de limón con merengue.

– Pastel de limón con merengue…

– ¡Eh, que no sólo soy una cara bonita! -exclamó Tess y luego lanzó una risita-. Para ser honesta, la señora Thompson me hizo el pastel, pero el resto es todo mío. Quédate, Mike, a ambos nos gustaría.

– Stan sólo necesita una visita social -dijo titubeante-. Supongo que podré pasar mañana.

No pudo.

A las once de la mañana del día siguiente llegó a la granja de Stan Harper y Stan estaba muerto.


– De acuerdo -dijo Tess mientras se lavaba las manos después de haberlo ayudado a hacer la autopsia-. Puede que la hora de la muerte haya sido el sábado a la tarde.

– Cuando yo tendría que haber estado allí.

– Por el aspecto de este daño, no podrías haber hecho nada aunque hubieses estado allí. La arteria está totalmente bloqueada.

– Pero no había ninguna señal de ello, aparte del dolor, que no podíamos identificar. El electrocardiograma era normal. Intenté que fuese a un especialista en Melbourne, pero no quiso.

– Ésa era su opción -la voz de Tess era tranquila y sin emoción, y los ojos lo miraban atentos.

– Tendría que haber insistido.

– Y él se habría negado.

– Al menos tendría que haber estado allí.

Allí estaba, el quid de toda la cuestión.

– ¿Quieres decir que si hubieses estado allí lo podrías haber salvado?

– Sí. No. No lo sé -se dio la vuelta y miró sin ver la pared-. ¿Quién sabe? Se había deteriorado. No comía. Si hubiese pasado más tiempo con él, haberlo empujado un poco para que comiese…

– En vez de pasar tiempo conmigo -dijo ella suavemente.

– Eso tuvo algo que ver.

– ¿Y el hecho de que si yo no estuviese aquí no habrías tenido tiempo de hacer ninguna visita social en absoluto no cuenta?

Pero él no la escuchaba.

– Tendría que haber estado allí. No tendría que haberme quedado contigo y con tu abuelo. Sabía que Stan me esperaba.

– No te esperaba. Tú ibas cuando podías. Sólo porque yo te he dado más tiempo libre has podido ir -suspiró Tess.

– Tendría que haber estado allí.

Silencio. Tess se secó las manos y se quitó la bata de laboratorio. Luego cruzó la habitación y lo agarró de las manos. Él la miró sin verla, con el corazón vacío.

– Mike, ¿es éste nuestro desastre?

Él no pudo responder. Su cara estaba fría y rígida, y reflejaba lo que él sentía.

– No lo sé, Tess -dijo finalmente-. No lo sé. Lo único que sé es que…

– ¿Qué quieres que me vaya?

Él cerró los ojos, y cuando los abrió supo lo que tenía que decir.

– Sí, por favor -le dijo.

Silencio.

– Sabía que esto iba a pasar -dijo Tess suavemente, y el dolor de su voz era patente-. ¿No te alegras ahora de que no estemos casados?

Caminó lentamente fuera de la habitación y cerró la puerta tras de sí.

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