CAPITULO 11

Jack observó la retirada de Mallory y luego se volvió hacia Lederman.

– Vamos, Paul, ya se ha ido. Y ahora dígame qué tiene en marcha; ya he conocido a Eva en el gimnasio.

– Eva es pasado. ¿Recuerda el negocio de Nantucket que le acabo de mencionar? -bajó la voz.

– No me diga que va a comprar un hotel para intimar con una mujer -gimió Jack. Miró hacia la terraza donde estaba Mallory y comprendió que él compraría mucho más que tierra para mantenerla a su lado.

– ¿Qué mejor modo para mantener el control de la situación? -quiso saber Lederman.

Jack suspiró. Sin importar si era capaz de sentir simpatía por el concepto que acababa de expresar el otro, profesionalmente daba un paso suicida. Paul no pensaba con el cerebro.

– Mire, diga que me contrata y lo sacaré de este matrimonio con sus bienes casi intactos. ¿Porqué ir a comprarse un problema? Acuéstese con la mujer si la desea y váyase. Ya conoce el término «acoso sexual». Si compra el hotel, comprará importantes dolores de cabeza.

– Esta mujer es especial -el otro adelantó el torso. -Y me entiende, algo que no me sucede ahora.

– Son especiales al principio -repitió el mismo mantra que había empleado con otros clientes que iban a embarcarse en una aventura mientras acometían un divorcio complicado.

Pero en esa ocasión, una voz que nunca antes había oído arguyó que quizá Lederman tenía razón. Tal vez una mujer podía ser lo suficientemente especial como para hacer que valiera la pena arriesgarlo todo.

En ese momento Jack supo que necesitaba una copa, sin importar que fuera de mañana. O una salida inmediata de la atmósfera cerrada del hotel.

Lederman movió la cabeza haciendo un gesto de decepción.

– Es demasiado joven para ser cínico. Quizá necesita un poco de suerte.

Jack rio. El otro se caería de bruces si supiera lo afortunado que era.

– Me paga para ser cínico. Lo que me recuerda… ¿somos o no sus abogados matrimonialistas? Porque a pesar de lo mucho que me gusta estar aquí, no puedo permitirme el lujo de quedarme ocioso mucho más tiempo.

– Relájese, Jack. Como usted ha dicho, le pago para que disfrute del ocio. Nos veremos luego.

Jack gimió. Lo que necesitaba era largarse de ese centro y regresar al mundo real. Pero con Lederman al mando, no iba a suceder. No obstante, había otros modos de aliviar su fiebre de la cabaña.

La pelota volvía a su lado de la pista. Mallory estaba preocupada y él conocía la solución. La llevaría al mundo real… donde él podría ver lo poco que tenían en común y donde recordaría lo mucho que odiaba la sensación de estar atado a cualquier mujer.

Incluida alguien tan especial como Mallory.


Mallory se hallaba en la tienda de regalos del hotel buscando gafas. Se había probado unas de Fendi de montura dorada, unas negras y gruesas de Gucci y unas de Prada sin montura. Todas se hallaban más allá de su presupuesto.

– ¿Ha tomado alguna decisión? -preguntó la vendedora.

Mallory movió la cabeza.

– Me encantarían estas -se puso las de Prada, tan distintas de las que usaba a diario, y se plantó ante el espejo. Se sintió más ligera y libre.

– El tono lavanda realza el color de su piel.

No sabía si era verdad o un truco de venta, pero no importaba.

– Por desgracia, están más allá de mi alcance -había gastado el dinero que le sobraba en la cabaña para Jack y ella. Los recuerdos que habían creado allí durarían mucho más que unas caras gafas de sol o la ilusión de feminidad y libertad que proporcionaban.

Lo único que necesitaba era mirarse en el espejo sin sus gafas para ver la verdad. Se las quitó y se las devolvió a la vendedora.

– Gracias de todos modos.

– Aquí tiene mi tarjeta por si cambia de parecer.

– Se lo agradezco -sonrió. Salió de la tienda dándose cuenta de que había caído en un círculo vicioso de «pobrecita» que resultaba patético e innecesario.

Había elegido su vida y no pensaba lamentarlo solo porque se había enamorado de Jack.

Fue hacia los sillones distribuidos en el centro del vestíbulo y se dejó caer en uno de ellos. Se había enamorado de Jack. La revelación no debería representar una sacudida. Era justo lo que había temido al embarcar en ese viaje, aunque no había manifestado ese temor en voz alta.

Lo superaría. Por una vez, el pasado iba a trabajar a su favor. Si había podido aprender a vivir sin el amor de sus padres, bien podría aprender a vivir sin el de Jack.

– ¿Señorita?

Al oír la voz de la vendedora, se volvió.

– ¿Me llama a mí? La mujer rubia asintió.

– Son para usted -le entregó un estuche con el logo plateado de Prada en la tapa. -No entiendo.

– Un hombre atractivo de pelo oscuro me pidió que le dijera que había una nota dentro. Es tan afortunada… Me parece un gesto tan romántico…

– Bueno… -atónita, aceptó el estuche. Cuando la vendedora se retiró, permaneció sentada para poder leer las palabras de Jack.


¿Para qué sirven unas gafas de sol sin un descapotable? Reúnete conmigo para el paseo de tu vida. En quince minutos ante la entrada. Si te atreves a salir a plena luz del día.


Se puso las gafas y la adrenalina comenzó a bombearle. No era alguien que se regodeara en la autocompasión. Era una superviviente que aprovechaba lo que le enviaba la vida.

Y sin importar el tiempo que les quedara, el destino le había enviado a Jack. Lo amaba y tal vez no pudiera tenerlo para siempre… pero sí en ese momento.

Logró cambiarse y bajar a tiempo. Salió fuera, vio el descapotable rojo brillando bajo el sol y se enamoró… en esa ocasión del coche estilizado y de la llamada de la libertad. Por no mencionar al hombre sentado al volante.

No podía verle los ojos detrás de las gafas oscuras, pero el simple hecho de mirarlo le dio más calor que el sol. Corrió hacia el vehículo y se sentó al lado de Jack. Sacó sus nuevas gafas del bolso y se las acomodó sobre el puente de la nariz.

– No te preguntaré cómo lo has sabido, pero gracias de todos modos.

– De nada. Complacerte es mi principal prioridad.

– Eso me gusta -se frotó las manos y se recordó que bromeaba. -¿Adónde vamos?

– Ya lo verás -sonrió.

– Estoy impaciente -se quitó las sandalias y acomodó los pies bajo las piernas.

Él la estudió.

– Se te ve sexy con esas gafas.

– Gracias -los dedos de él le rozaron el hombro desnudo y tembló.

– Ese top también te queda bien. ¿O debería decir que lo espectacular es el cuerpo que hay debajo?

– Puedes decir lo que quieras -rio-, mientras no dejes de hacerme cumplidos.

– No será difícil, cariño.

Sintió un nudo en la garganta. No podía permitir que esas palabras dulces se le subieran a la cabeza.

– ¿No crees que deberíamos ponernos en marcha antes de que alguien nos vea comportamos y mirarnos de manera tan poco profesional?

– Como siempre, tienes razón -Jack puso primera, pisó el acelerador y salieron a la carretera. -Y hablando de negocios, ¿cómo marchan las cosas con Rogers?

– Cree que está a punto de descubrir algo -se encogió de hombros. -Estará en contacto,

– Espero que pronto. La indecisión de Lederman me está volviendo loco. John Waldorf dice que en el bufete todo sigue igual y que llevan sus negocios más recientes… y no hay nada de Nantucket, aunque quizá sea demasiado nuevo. Ya veremos. Así que olvidémonos de ello, por el momento, ¿te parece?

– Sí -sonrió. Un día a solas con Jack. Le gustaba.

Ella apoyó la cabeza en el respaldo, cerró los ojos y se entregó a la sensación del viento y de los dedos de Jack jugando sobre su pelo y su piel.

– Esto es el Cielo -comentó en voz alta.

– Espera que lleguemos adónde vamos.

Casi cuarenta minutos de felicidad y cómodo silencio más tarde, se metieron por un camino que corría paralelo a la playa, con enormes mansiones que daban al agua.

Con el sol alto en el cielo y ninguna nube a la vista, el agua parecía continuar hasta la eternidad.

– ¿Te has preguntado alguna vez lo que sería vivir en una de esas casas? -preguntó.

– Yo crecí en un apartamento de dos dormitorios en la ciudad. Estas casas jamás entraban en el reino de la posibilidad.

Apretó la mandíbula y ella pensó que había tocado un punto sensible. De inmediato cambió de tema.

– Bueno, yo crecí en los suburbios. Durante los veranos solíamos ir un par de semanas a Cabo Cod y a Rhode Island -se incorporó para mirar hacia el océano. -Mis padres me dejaban en la casa de mi tía mientras ellos se iban de compras o a hacer turismo. «Tú quédate en casa, Mallory Eres demasiado joven para apreciar las antigüedades» -imitó la voz de su madre.

– Suena encantadora.

– Después de dejarme, se iban a dar esos paseos románticos por la playa o el pueblo. Lo sé porque es de lo único que hablaba mi madre cuando llegaban horas más tarde… a veces días, si les daba el capricho.

– Odiabas que te dejaran al margen.

Ella cruzó los brazos ante los recuerdos que emergían con la misma fuerza que una corriente oceánica.

– Odiaba ser la rueda de repuesto, que no importara que me llevaran con ellos o me dejaran atrás.

– ¿Cómo lo superaste?

– Soñando que vivía en un castillo donde todo el mundo hacía lo que yo quería. En especial mis padres, que no soportaban verse separados de su única hija -emitió una risa cínica.

Jack odiaba que alguien pudiera hacer que se sintiera tan aislada y sola.

– ¿Y ahora? Le mencionaste un problema del corazón a Lederman. ¿Lo superaste bien?

– Resultó bastante fácil superar el incidente si tenemos en cuenta que no me llamaron hasta después de que le dieran el alta del hospital, y solo entonces por cortesía de devolver mi llamada. Como de costumbre, se olvidaron de mí.

Jack hizo una mueca interior. Había querido protegerla del dolor, no hurgar en viejas heridas.

– No era mi intención sonsacarte.

Ella rio y mitigó la tensión.

– Claro que sí, pero no pasa nada. No quería aburrirte con la historia de mi vida.

– Jamás podrías aburrirme -cualquier cosa que le diera una pista de qué la había convertido en la mujer que era le provocaba fascinación.

– Claro -sonrió.

La excitación que Jack, de algún modo, había podido controlar durante todo el trayecto, regresó con plena fuerza,

– ¿Tienes algún sueño más que quieras compartir? ¿Sobre tu futuro?

– Ninguno, ¿Cuál es tu realidad, Jack? Me parece que yo he revelado parte de mi alma mientras la tuya sigue oculta.

– El matrimonio de mis padres era -comenzó-, o debería decir es, lo opuesto al de los tuyos.

– Lo siento.

– No hay liada de qué disculparse -se encogió de hombros-. Es lo que es.

– A mí no me parece tan sencillo. Acéptalo de alguien que sabe. Estas cosas se quedan en tu interior.

Sintió un nudo en el pecho, y supo que ella, involuntariamente, había dado justo donde dolía.

– Estoy seguro de que tienes razón.

– ¿Tu elección de especialidad tiene algo que ver con lo que viste al crecer?

– Era mi vocación -negó con la cabeza y comenzó a darle el mismo discurso ensayado que había ofrecido en muchas ocasiones anteriores, cuando de pronto cambió de idea. -De hecho, tiene todo que ver -extendió el brazo y pasó un dedo por el muslo de ella antes de ponerse a jugar con el borde de los pantalones cortos.

Mallory le cubrió la mano y paró sus movimientos de distracción. El calor de ella lo alivió y pudo continuar.

– Al principio pensé que me haría abogado para sacar a mi padre del infierno en que se había convertido su matrimonio.

– ¿Y luego? -musitó ella.

– Luego me di cuenta de que él se quedaba porque en una parte de su interior le agradaba esa situación enferma, o porque era demasiado débil para salir por su propia cuenta. Después tuve la carrera y me vi en el camino de ser socio que tú tan bien conoces. No iba a abandonar eso, de modo que… aquí estoy.

– El Terminator.

– Sí. Mientras tanto, mis padres siguen casados y haciéndose infelices -avanzaron por el camino paralelo a la playa. Al continuar en silencio, Jack comprendió que reconocer esa verdad en voz alta por primera vez le brindaba una sensación de libertad que nunca había poseído.

– Me has dicho que tu padre se había quedado, pero ¿por qué no lo ha dejado tu madre?

– Porque mi madre desconoce el significado de la palabra «fidelidad», y como mi padre no sabe cómo defenderse y largarse, ella disfruta de lo mejor de los dos mundos -al menos lo había hecho hasta ese momento. No sabía si su padre seguiría adelante con el divorcio.

– Es triste. Y tan opuesto a mis padres. Supongo que te indica que ningún extremo es bueno.

– Supongo -se encogió de hombros, sin saber qué más decir. Inhaló el aire salado. Nunca antes había hablado de su familia, pero confiaba su pasado en manos de Mallory.

– ¿De modo que cierras tus sueños de futuro por temor a terminar de la misma manera? -preguntó ella.

– Eso parecería -pero esos sueños que ella creía que había cerrado empujaban más allá de las barreras que había erigido y se centraban en torno a Mallory, al tiempo que amenazaban la estabilidad y la paz que creía haber encontrado. La miró y se preguntó si de verdad había creído que al alejarse del hotel ganaría distancia. Lo único que había conseguido ese viaje había sido acercarlo emocionalmente. -¿Y tus sueños? ¿También están cerrados?

– Crecí -asintió-, me sumergí en la realidad, decidí seguir los pasos de mi padre y tratar de lograr que se enorgulleciera de mí.

– Es una pena. Porque tengo la impresión de que si te soltaras, encontrarías un caudal enorme de sueños intactos en tu interior.

Lo miró.

– Quizá me equivoqué -puso expresión pensativa. -Creo que nadie puede cerrarse a los sueños -musitó. -Incluido tú.

Antes de ese viaje, él se habría mostrado en desacuerdo. Siempre había asociado a las mujeres con su madre y el matrimonio con el desastre de unión de sus padres.

Pero en ese momento… ¿Por qué se permitía verse atrapado en consideraciones tan serias como las relaciones, el matrimonio y el futuro?

Vio un punto desierto que les ofrecía una vista perfecta del agua. Aparcó y antes de que pudiera parpadear, Mallory pasó por el respaldo del coche al asiento de atrás y le indicó que se uniera a ella.

La estudió y miró alrededor.

– ¿Estás segura?

– ¿Tienes miedo de que nos sorprendan? Se unió a ella.

– Eres mala, Mallory. Y también olvidas quién extendió esta invitación -la tomó en brazos y le dio el beso que había tenido ganas de darle toda la tarde.

Ella no se resistió. Abrió los labios y le ofreció acceso, más profundamente de lo que Jack habría creído posible. Probó sus labios exuberantes antes de besarle la mejilla y bajar por el cuello.

– Qué bien hueles.

– Entonces no pares -ladeó la cabeza para facilitarle la tarea mientras él le pasaba la lengua húmeda por la clavícula. Luego, le bajó el cuello de la blusa y posó besos ligeros sobre la piel blanca del inicio del pecho.

Ella tembló y soltó un suspiro trémulo, pero lo sorprendió cuando deslizó las manos a la cremallera de sus bermudas. El cerebro de Jack le advirtió que parara, tal como había hecho la noche anterior, pero en esa ocasión no pudo. Llevaba conteniéndose demasiado tiempo y necesitaba desesperadamente la liberación de manos de ella.

El sonido de los dientes metálicos al pasar por encima de su tensa erección le provocó un torrente renovado de deseo por las venas.

– Cariño, nuestra primera vez no va a ser en la parte de atrás de un descapotable -dijo. Ella abrió la boca para responder, pero la silenció con un dedo sobre los labios. -Sssss. Porque nada de lo que digas ahora va a hacerme cambiar de idea.

Le lamió el dedo y una corriente eléctrica viajó de su boca ardiente hasta la entrepierna de Jack, quien cerró los puños y ladeó la cabeza.

– Muy bien. Puedo jugar con igual facilidad de otro modo -le abrió las piernas en una «V» amplia y se acomodó entre ellas antes de apoyarse sobre las rodillas delante de él. Llevó las manos a la cintura elástica de los calzoncillos y Jack soltó un gemido estrangulado. -Levanta las caderas.

A Jack le gustó la orden y elevó la cintura en respuesta involuntaria. Mallory rio. -No me refería a eso.

– Sé a qué te referías. Lo que no puedo creerme es que quieras hacerlo aquí.

– Oh, pero quiero -buscó la manta que había en el suelo a su lado. -Buena planificación, ¿no te parece?

– No es el motivo por el que la compré.

– No pasa nada -se encogió de hombros. -No te tendré en cuenta que mi imaginación sea mejor que la tuya. Supongo que es una cuestión femenina -movió las cejas. -Y ahora levanta esas caderas.

– Eres mandona.

– Sí, y te encanta.

Tenía toda la razón. Miró alrededor. No se veía a ninguna persona ni vehículo alguno en lo que parecían kilómetros a la redonda. Pero, por las dudas, extendió la manta por encima del respaldo del asiento delantero. -Por si acaso.

– Puedes taparme a mí y tu tronco inferior si es necesario -rio entre dientes.

El puso los ojos en blanco.

– Y explicar lo que hago solo en la parte de atrás de un coche cubierto con una manta con el calor que hace.

– Eres un hombre inteligente. Estoy segura de que se te ocurrirá algo.

Supuso que en un minuto ya no sería capaz de manifestar una palabra coherente. Levantó las caderas y la ayudó a que le bajara los bermudas hasta los tobillos y liberara su dureza.

Mallory no perdió ni un minuto. Mientras Jack la observaba, tomó su erección entre los dedos delicados, que eran más cálidos y fuertes de lo que parecían. A Jack le tembló el cuerpo, echó la cabeza atrás y soltó un gemido.

– Mírame, Jack.

El abrió los ojos y miró.

Justo cuando ella bajaba la cabeza y lo lamía.

– Cielos -la palabra salió de sus labios al tiempo que adelantaba las caderas y estaba a punto de llegar al orgasmo.

– ¿He de suponer que te gusta? -preguntó al alzar la cabeza.

Pero él percibió la importancia que le daba a sus palabras.

Que no lo hiciera a menudo lo llenó de un ridículo orgullo masculino. Que lo hiciera en ese momento, para él, lo llenó de una emoción tan fuerte que no se atrevió a darle un nombre. Aunque tampoco hubiera podido, porque en ese momento Mallory lo tomó en su boca cálida, húmeda y acogedora, y Jack se perdió.

Con las manos realizó un movimiento vertical en ritmo sincronizado con la boca hábil. Si él era un experimento, había encontrado la fórmula del éxito. Jack comenzó a realizar un movimiento giratorio con las caderas que no pudo controlar, subiendo y bajando ajeno al ataque sensual.

Ella lamió y succionó, proporcionando fricción con la lengua. Tiró y empujó con las manos lubricadas, lo llevó hasta la cima y lo bajó sin permitirle el placer de la liberación.

– Mallory, por favor… -gimió. Nunca antes le había suplicado a una mujer.

Sin advertencia previa, la posición de la mano de ella cambió y lo presionó en la base, en un punto bajo y profundo.

– Cielos, no pares.

No lo hizo, y unos dardos de fuego estallaron en todos los puntos nerviosos de Jack.

Segundos antes de alcanzar el orgasmo, se adelantó y la incorporó sobre él hasta que el calor femenino de ella quedó alineado con su erección volcánica y lista.

Mallory presionó los muslos contra los de Jack e introdujo la pelvis en su miembro. El levantó las caderas una última vez y encontró la liberación más caliente y dulce que jamás había experimentado.

Cuando logró el orgasmo, ella estaba donde tenía que estar, sentada en su regazo y retorciéndose contra él mientras buscaba el propio orgasmo y ayudaba a que los temblores continuaran mucho después de que hubieran tenido que cesar.

Jack cerró la boca sobre la suya y pegó la palma de la mano con fuerza entre la unión de sus muslos. Mallory gimió y se arqueó hacia él.

– Eso es, cariño. Deja que lo sienta -con los dedos, la excitó lo mejor que pudo a través de la barrera de los vaqueros mientras las caderas de ella giraban al ritmo del movimiento de su mano.

– Más fuerte, más, Jack, por favor… por favor…

Las palabras jadeantes provocaron una agitación renovada en su entrepierna y cuando comenzó a experimentar convulsiones contra su mano, los sonidos y las sensaciones fueron tan fuertes e intensos como su propio orgasmo.

Se derrumbó contra él, con la cabeza apoyada en su hombro y el aliento cálido y pesado contra su oído.


Mallory trató de moverse pero no pudo. -No logro recuperar el aliento. Jack le acarició el pelo.

– No puedo decir que sea un problema si tenemos en cuenta la causa.

– Bien dicho -rio entre dientes. Su intención había sido satisfacerlo, y evidentemente lo había hecho. También él le había dado placer, pero en su cuerpo permanecía un vacío palpitante, y conocía muy bien el motivo. No había experimentado nada que él tuviera que dar.

Había pensado lo mismo al cambiarse el simple vestido gris por los pantalones cortos y camiseta que llevaba en ese momento.

– ¿Jack? -se echó atrás para poder mirarlo a La cara.

Nublados aún por el deseo residual, los ojos oscuros la observaron. ¿Qué?

– Espero que comprendas que todavía no hemos terminado.

Riendo, él se reclinó en el asiento de cuero y se mesó el pelo.

– Yo estoy extenuado.

Le dio un golpe ligero en el hombro.

– No me refería a eso.

Aunque no tenía intención de emocionarse con un hombre que solo se tomaba el compromiso en serio cuando se trataba de huir de uno, pensaba dejar las cosas claras.

Buscó el bolso en el asiento delantero y del interior sacó un pañuelo de seda. Se lo pasó alrededor del cuello y tiró de los extremos hasta que Jack se adelantó y sus labios quedaron a unos centímetros.

– Traérmelo esta noche a mi habitación -ordenó.

La expresión de él adquirió un deje de perversidad.

– ¿No a la cabaña?

– Me gustaría decir que está alquilada, aunque la verdad es que me he quedado sin blanca. Pero, créeme, no necesitas la cabaña para lo que he planeado -lo besó para provocarlo, pero su lengua jamás entró en los espacios cálidos de la boca de él.

– Me matas -movió los labios sobre los de Mallory.

– ¿Porqué iba a hacerlo antes de haber recorrido todo el camino? -movió las caderas y sintió que empezaba a crecer debajo de ella.

– Qué contacto agradable.

– Hay mucho más de donde viene este. Y recuerda, el control es una ilusión. Preséntate en mi habitación a las ocho -se cambió al asiento delantero antes de que el deseo y los sentimientos por ese hombre la abrumaran demasiado pronto.

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