Jack seguía tenso después de dejar a Mallory. La ducha fría no había mitigado su excitación y dormir era imposible. Solo podía pensar en ella. Que hubieran acordado separarse antes de que las cosas fueran más lejos no significaba que eso tuviera que gustarle. Apartó las sábanas y se levantó de la cama.
Inquieto y frustrado, llegó a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era ponerse a trabajar. Estar en el bar y charlar un rato con el barman podía ofrecerle algunos ángulos desconocidos de la personalidad de Paul Lederman. Se puso unos vaqueros, una vieja sudadera de la Universidad de Michigan y bajó.
Miró el reloj y quedó sorprendido de lo tarde que era. Al entrar en la sala, se dio cuenta de que no había sido el único al que le costaba dormir.
Su asociada había tenido la misma idea que él, solo que Mallory había seducido al barman de un modo que él jamás podría.
Cerró los puños al observarla, con unos vaqueros ceñidos, inclinarse sobre la mesa de billar para que el barman, un rubio de aspecto surfista, pudiera pegársele por atrás y corregirle el modo de agarrar el taco.
Mallory se echó el pelo para atrás y rió por algo que el otro le susurró al oído. Las entrañas de Jack se atenazaron por los celos, una emoción desconocida cuando se trataba de mujeres. No sabía qué los motivaba. Quizá que fuera una fruta prohibida, ya que su encuentro solo podía realizarse en secreto. Quizá fuera la excitación de la persecución, el desafío que representaba. No podía aparta ría. Aún no. Era hora de aceptar el reto.
Se dirigió hacia la luz que rodeaba la mesa de billar.
– ¿Os importa si me uno al juego?
Al oír su voz, Mallory gimió mientras el barman giraba la cabeza para reconocer la intrusión.
– El bar está cerrado -indicó.
Jack apoyó un codo en el borde de madera de la mesa y señaló a Mallory con la cabeza.
– A mí me parece que ella es una clienta.
Mallory entrecerró los ojos y le lanzó una mirada mordaz.
– Es una invitada. Puede volver mañana por la noche. Las copas correrán por cuenta de la casa -el barman se concentró otra vez en ella. Cerró las manos en la piel de la cintura, allí donde la blusa se había levantado.
Una ira que Jack no había experimentado en siglos emergió a la superficie junto con otro recuerdo… el de llegar con quince años a casa temprano de la escuela, para encontrar a un desconocido y a su madre saliendo del dormitorio que compartía con su padre, con las manos del desconocido en la cintura de ella mientras la ayudaba a cerrarse los pantalones.
Pero a diferencia de su madre, Mallory no emitía risitas bajas y se pegaba más al hombre. Se puso rígida y se habría apartado de no haber tenido la mesa de billar delante y los fuertes brazos del barman inmovilizándola. Fuera lo que fuere lo que hubiera interpretado antes, la representación se había terminado.
– No parece que quiera ser esa clase de invitada -soltó Jack a través de dientes apretados.
– Ella puede hablar por sí misma.
Mallory giró la cabeza hacia el barman y agitó las pestañas de un modo que Jack no le había visto nunca.
– Parece que mi amigo no sabe cuándo una dama juega a ser difícil, Jimmy -musitó con voz ronca. Pero con gesto indiferente le apartó la mano de la cintura.
– ¿Conoces a este tipo? -lo señaló con el dedo pulgar.
– Trabajamos juntos -Mallory soltó un suspiro de sufrimiento y se apartó un paso de Jimmy, el joven barman. Fingió tropezar, y antes de que ninguno de los dos pudiera socorrerla, se agarró a la mesa.
– Creo que ya has tenido suficiente -Jack sabía que no estaba borracha, que solo trataba de mantener al barman desconcertado e intrigado. Pero se adelantó y la tomó por el codo antes de que la competencia pudiera llegar primero.
– ¡No cree que la dama puede decidir cuándo ha tenido suficiente? -habló el barman.
Mallory le dedicó una sonrisa dulce.
– Un hombre que respeta la independencia de una dama. Eso me gusta.
– ¿Has olvidado nuestra reunión de primera hora? -preguntó Jack. -¿Con el señor Lederman? -introdujo el nombre del jefe de Jimmy y obtuvo la reacción que esperaba.
– ¿Trabajan con Lederman? -Jimmy se puso rígido.
Mallory apretó la mandíbula, descontenta por la invasión que había hecho Jack de su territorio.
– Está pensando en contratar a mi bufete. Pensé que lo había mencionado.
– ¿Antes o después de sonsacarme información?
Ella se encogió de hombros con gesto dulce.
– Soy una observadora por naturaleza. No me lo vas a echar en cara, ¿verdad? Te diré una cosa, ¿por qué no volvemos a quedar cuando él no esté cerca? -le dio un ligero codazo a Jack en el costado.
Antes de que él pudiera hablar, el barman negó con la cabeza.
– El jefe me cortará la cabeza por mezclarme con los clientes -musitó. -No es que él no sepa apreciar tus encantos, pero necesito este trabajo.
– Sabia elección -Jack tomó nota mental de la referencia al gusto de Lederman por las mujeres.
– Es cosa suya, amigo -Jimmy frunció el ceño.
– No soy de nadie -espetó Mallory. -Y menos de él.
– No sabe lo que dice, ¿verdad, cariño? -Jack sonrió.
El barman maldijo en voz baja y regresó a la barra a terminar de recoger. Jack se volvió hacia su colega.
– Es hora de llevarte arriba -sin esperar respuesta, la tomó en brazos y se la acomodó al hombro. -Nos vemos -se despidió del barman, quien aún maldecía y lamentaba su orgullo herido.
Mallory golpeó inútilmente la espalda de Jack hasta que el último golpe impactó en un riñón. Él gruñó.
– Quizá podamos comparar notas -logró decir.
– Bájame -le gritó ella.
Jack enfiló con velocidad hacia los ascensores. No tenía ganas de montar una escenita en el vestíbulo.
Una vez dentro del ascensor privado, puso a Mallory sobre sus pies.
– Justo a tiempo -se bajó la falda y lo miró con ojos centelleantes.
– Lo sé -justo antes de soltarla había sentido las suaves manos de ella deslizarse por la cintura de los vaqueros en busca de los calzoncillos. Soltó una carcajada. -¿Un hermano mayor te enseñó el truco?
– Soy hija única. Y estuviste a esto de convertirte en una soprano -juntó los dedos pulgar e índice.
– Tendría que llevar ropa interior para que esa arma funcione.
Ella enarcó las cejas en gesto de sorpresa y los ojos azules se nublaron ante la posibilidad de que dijera la verdad.
El sonrió cuando ella se acercó.
– Demuéstralo.
– ¿Qué?
Los dedos de ella fueron al botón de los vaqueros mientras él contenía el aliento.
– Has dicho que no llevas ropa interior. Quiero que lo demuestres.
Su entrepierna, libre de limitaciones a excepción de la dura loneta, quería hacer justo eso, pero le aferró las muñecas y la miró a los ojos.
– ¿Cómo mantuviste las manos del surfista lejos de ti? -preguntó.
Ella ladeó la cabeza.
– ¿Estás celoso? Reconozco que tiene un gran cuerpo y un bronceado estupendo, pero…
Eso fue el límite. La silenció con un beso. Comenzó lento, pero no tardó en descontrolarse. Las lenguas se unieron, los gemidos, los suspiros sentidos… no supo reconocer la diferencia entre los de ella y los suyos. Como un moribundo en un oasis, bebió de Mallory, tomando todo lo que ofrecía, lo que tenía que dar. Y le entregó lo mismo, hasta que se separaron para respirar.
– Estabas celoso -musitó ella aturdida.
– Ni lo sueñes, encanto -respiró hondo. Pero el martilleo de su corazón le decía que mentía. Dio un paso atrás y la contempló. -Y bien, ¿cómo hiciste que el barman hablara y no tocara? -buscó una conversación inocua que le permitiera recuperar el equilibrio.
– Me senté junto a una maceta enorme en un rincón, pedí copas, las alargaba mientras inflaba su ego y las tiraba en la maceta cuando se iba a servir a otros clientes.
– Eres un personaje -sonrió.
– ¿Por qué no se han abierto aún las puertas? -ella desvió la vista.
Jack miró alrededor por primera vez y comprendió que ninguno le había dado al botón de su planta.
Apretó el del quinto piso, Comenzaron a subir.
– Elemental -las puertas se abrieron y la escoltó fuera del ascensor con la mano apoyada en su cintura. -Dame la llave. Te ayudaré a abrir la puerta.
La expresión de ella se tornó cauta.
– Los amigos ayudan a los amigos, ¿de acuerdo? -metió la mano en el bolsillo.
– Quedemos para desayunar y analicemos lo que descubriste sobre Lederman. Dejó un mensaje anunciando que regresaría pasado mañana y me gustaría estar preparado -aunque lo frustraba el continuo retraso, una parte de él agradecía el tiempo a solas con Mallory que la ausencia de Lederman le proporcionaba.
– ¿Podemos hacer que sea el almuerzo? Estoy agotada -apoyó la tarjeta en la palma de la mano de él.
– Claro.
Gracias a Mallory, Jake despertó temprano, algo que empezaba a convertirse en costumbre en esas falsas vacaciones. Al abrirle la puerta, se había demorado para darle un beso de despedida antes de obligarse a desaparecer.
Después de unos ejercicios en el gimnasio y de una reparadora ducha, se dirigió al restaurante para encontrarse con Mallory. Ocupó el que se había vuelto su asiento habitual en la cafetería, pidió café solo y se pasó una mano por la cara, preguntándose cuándo iba a regresar la cordura.
Al verla hablando con la camarera, comprendió que la respuesta era un sonoro «jamás». Su destino era vivir en ese infierno desconcertante y excitante creado por Mallory Sinclair.
Esa mañana había cambiado el vestido azul marino por uno gris, y una hebilla le recogía el pelo con severidad.
Movió la cabeza. Su nivel de frustración crecía con la dualidad de ella.
Pocas cabezas masculinas se volvieron mientras avanzaba hacia la mesa de Jack, y aunque le producía placer saber que solo él conocía a Mallory la seductora, una parte perversa quería que otros hombres lo envidiaran por tener a esa mujer increíble a su lado. Deseó que mostrara a la persona sensual que realmente era.
Estaba decidido a descubrir los motivos que había detrás del cambio. Aunque seguía siendo un misterio para él por qué le importaba tanto cómo eligiera llevar sus asuntos, su apariencia y su carrera. Igual que los motivos que podía tener para continuar en ese momento con la charada.
– Hola.
Al sentarse frente a él, fue abrumador el deseo que tuvo de soltarle el pelo para verlo caer por sus hombros.
– Hola.
– Mataría por una taza de café -dejó el bolso a su lado.
Jack deslizó su taza sin tocar por la mesa.
– Adelante. Invito yo.
Le ofreció una sonrisa agradecida.
– ¿Qué has pedido para desayunar?
– Una tortilla francesa. ¿Lo mismo para ti?
– Tortitas con una ración de beicon. Un zumo de naranja. Y café, gracias.
Se presentó La camarera para apuntar sus pedidos y llevarse los menús.
– Lo de anoche te dio apetito, ¿verdad?
Mallory frunció los labios y tuvo ganas de desinflarle el ego.
– Que me lleve en vilo un macho surte ese efecto en mí -fue la respuesta que ofreció. -Y pedí el café para ti.
Él soltó una carcajada.
– ¿Es mi culpa que esa escena que montaste sacara lo peor de mí? -dejó de reír. Los sentimientos de la noche anterior no eran una broma.
– No sabía que ibas a aparecer.
– Pero cuando me viste, te lo pasaste en grande.
– Quizá durante un minuto -se mordió el labio e inclinó el torso. -Y solo porque pensé que los celos eran un montaje.
La confesión lo sorprendió. Su colega inabordable se había convertido en una mujer vulnerable. También él se acercó, hasta que sus labios quedaron a pocos centímetros de distancia y sus alientos se mezclaron.
– No fue un montaje.
– Lo descubrí luego. Pero jamás pensé que reaccionarías de esa manera por mí.
– Desde luego yo tampoco lo esperaba. No a primera vista.
– Gracias por la sinceridad -ladeó la cabeza.
– Aún no he terminado -incapaz de acercarse más ya que ella se había parapetado detrás de la mesa, le tomó la mano. -No estaba celoso solo porque había visto a la seductora que hay en ti. Estaba celoso porque me intrigas. En todas tus facetas.
Ella abrió y cerró la boca. Pero no emitió sonido alguno.
– ¿Te importaría decirme por qué no podrías haber pensado que sería capaz de ponerme celoso? -después de las sensaciones físicas que compartían, no entendía por qué dudaba de su sinceridad y de la fortaleza de esa emoción.
Ella se encogió de hombros.
– Porque nadie, jamás, ha reaccionado de forma posesiva conmigo.
– Entonces tendría que decirte que has tenido una serie de hombres estúpidos en tu vida.
– Y yo tendría que estar de acuerdo contigo -le sonrió.
Le apretó más la mano.
– Esta incapacidad de verte como deberías… ¿de dónde viene? -ninguna mujer minimizaba y ocultaba de esa manera un aspecto tan increíble sin un buen motivo.
Ella cerró los labios como si pudiera contener la verdad solo con simple fuerza de voluntad.
– ¿Una mala relación? -aventuró Jack.
– Una mala educación -replicó, comprendiendo que ya no podría ocultar la verdad entre ellos.
– Continúa -se echó para atrás y esperó, pero no le soltó la mano, ya que sabía que su conexión emocional solo se podía fortalecer con el contacto físico.
– Primero fui un accidente, luego una decepción. Mi padre quería un varón. A cambio me tuvo a mí -al hablar, la luz de sus ojos expresivos se apagó. -Con el tiempo aprendí a no esperar mucho.
– Y tus padres jamás estuvieron a la altura.
– Exacto.
El movió la cabeza en una mezcla de ira y frustración ante dos personas que habían creado a una niña para luego dedicarse a negarle la autoestima. Al menos él había tenido el apoyo de su padre.
Mallory solo se había tenido a sí misma… y había logrado establecer la ruta de su propio destino.
Para Jack, había tomado el camino equivocado. Ocultarse no podía hacerla feliz durante mucho tiempo, pero solo ella podría comprender esa verdad.
– Sabes que tus padres estaban equivocados.
Mallory se encogió de hombros, pero la expresión intensa le reveló a Jack que escuchaba.
– Y ellos se lo perdieron.
Los ojos de Mallory se llenaron de humedad con obvia gratitud. Respiró hondo.
– Gracias otra vez. La verdad es maravillosa y no la oigo a menudo.
A Jack se le formó un nudo emocional en la garganta.
– Cuando estoy contigo, mi cuerpo te dice lo que siento exactamente. ¿Qué sentido tendría mentirte ahora?
– ¿Te han comentado alguna vez que eres un tipo agradable? -sonrió.
El negó con la cabeza.
– Nunca antes había dado motivos para ello.
Mallory luchó por calmar su corazón desbocado. Sentía que la conexión que había entre ellos se hacía más fuerte.
Quería huir pero no se atrevía.
– En cuanto a lo de los celos -cambió el tema hacia lo sucedido la noche anterior. -No disfruté de la representación -solo la búsqueda de información la había mantenido en el asiento del bar y la había impulsado a permitir la atención no deseada del camarero. -No quería que me tocara -lo miró a los ojos. -Deseaba que fueras tú.
– Agradezco que me devuelvas el favor.
Mallory sabía que se refería a su sinceridad en la respuesta y asintió. Más tarde le daría más sinceridad.
– Y ahora, ¿te importaría decirme qué has descubierto sobre Lederman? -continuó Jack en voz baja.
– Ojalá pudiera -suspiró al mirar a su alrededor-pero Alicia Lederman está haciendo la ronda por las mesas, charlando con los clientes.
– Aquí tienen -la camarera llegó con sus platos y les dio otro motivo para postergar la charla de trabajo.
– Supongo que tendremos que esperar -convino él con tono de frustración.
Mallory asintió y tomó el tenedor. Terminó de desayunar en un tiempo récord, satisfaciendo con el apetito de comida otra clase de apetito, mientras la necesidad que tenía de Jack no hacía más que crecer.
Jack había prometido despertar a Mallory de la siesta, pero unas llamadas a su secretaria y a otro cliente lo ocuparon más tiempo del previsto. Cuando abandonó la sala de conferencias que Lederman le había dado para realizar su trabajo y subió a su planta, supuso que ella ya se habría despertado para ir a dar un paseo, pero decidió pasar ante la duda.
– Despierta, Bella Durmiente -llamó a la puerta.
– ¿Busca a la señorita de la habitación? Se volvió.
Detrás de él había una camarera con unas toallas en el brazo.
– La vi salir hace un rato.
Su decepción fue grande, a pesar de no tener ningún plan concreto, solo el ardiente deseo de volver a verla.
– ¿Está segura de que era ella? Pelo oscuro, ojos azules.
– Estoy segura. Solicitó unas toallas y… -movió la cabeza. -Olvídelo. Los pedidos extraños de otras personas no son asunto mío.
– Le agradezco la información -no siguió interrogándola.
– De nada -sonrió-. Que tenga un buen día -entró en la habitación de Mallory con las toallas. Jack retrocedió hacia su cuarto. -Espere -él se volvió. -No sabía que usted era el caballero del otro lado del pasillo. Ella… -señaló la puerta de Mallory. -Dejó algo para usted. Iba a depositarlo en su cama cuando terminara aquí. Espere -fue hacia su carrito de la limpieza y regresó con una hoja blanca en una mano y una bolsa de papel marrón en la otra. -Son para usted.
– Gracias -se le aceleró el pulso al levantar el papel e inhalar la fragancia. La excitación lo golpeó con más fuerza que nunca.
Una parte de él sabía que ella respondía al desafío de la noche anterior. Otra percibía que respondía a la nueva intimidad que habían descubierto ese día. Jamás había experimentado unos sentimientos tan intensos por otra persona hasta conocer a Mallory.
El pensamiento lo aterró, de modo que se concentró en la invitación. Esperó hasta quedar a solas en su cuarto, miró en la bolsa y sacó la mitad inferior de un biquini tanga, demasiado escueto para cubrir algo.
Se le resecó la boca y abrió la hoja para leer en voz alta:
– En nuestra cabaña a las ocho -acarició el biquini de nylon.
Tuvo una visión de Mallory luciendo la mitad superior sin nada debajo. Se puso a sudar. Movió la cabeza. No tendría valor. Las siguientes horas se extendían demasiado largas ante él. Sin duda la intención de Mallory era dejarlo con el ínfimo traje de baño en las manos y un montón de tiempo para pensar.
Y fantasear.
A las ocho de la tarde, Jack se hallaba en un estado acalorado de necesidad. Y cuando llegó a la puerta de la cabaña, las manos le temblaron al llamar.