CAPITULO 14

Jack entró en el gimnasio atestado. Las siete y media de la mañana representaba la hora punta. Miró alrededor y vio a su objetivo en la cinta de correr, con una toalla blanca alrededor del cuello fornido.

Se preparó para la discusión que iba a tener lugar. Había estado demasiado relajado en ese viaje, demasiado distraído por la excitación del juego al que se habían dedicado Mallory y él.

Fue al rincón de la sala.

– Paul, me gustaría tener unas palabras con usted -se contuvo de mostrar su furia o frustración. Aún existía la ligera posibilidad de que su instinto acerca de los motivos de Lederman estuviera equivocado. Aunque lo dudaba,

Lederman se volvió a regañadientes de la cinta y observó a Jack.

– Iba a llamarlo esta tarde.

No lo creía. Desde su regreso, se había dejado ver poco. Y debido a la aventura con Mallory, él había estado demasiado preocupado para que le importara. Pero si la actitud fría que el otro exhibía esa mañana indicaba algo, la luna de miel se había acabado, y quizá fuera lo mejor.

– ¿Qué pasa? -preguntó Paul.

– ¿Por qué no me lo dice usted? He pasado cuatro días aquí y no he recibido ningún mensaje. Mientras tanto, mis fuentes me indican que me ha retenido información -miró alrededor para cerciorarse de que nadie los oía. -¿Abuso de medicamentos recetados? -observó con atención la reacción de Lederman.

– ¿Cómo diablos se enteró de eso? -entrecerró los ojos y luego se encogió de hombros. -Ya no importa. ¿Está dispuesto a utilizarlo?

– Si me contrata, y si eso es lo que usted quiere y si tiene sentido estratégico, entonces sí -al hablar, rememoró la expresión de decepción de Mallory.

Luego, la cara de súplica de su padre. No tenía que cuestionarse cómo reaccionaría si el divorcio de sus padres se complicaba y su codiciosa madre decidía aprovechar las debilidades de su padre. Ni cuestionó los nombres que le dedicaría al abogado dispuesto a representar a su madre y recurrir a esos juegos sucios que él había empleado durante años en los divorcios de otros.

Lederman soltó una carcajada.

– He llevado a cabo una investigación propia. Tiene usted un historial muy bueno, evidentemente un buen equipo de investigadores y pelotas. Me gusta eso en un hombre -sin advertencia, extendió la mano. -Considérese contratado.

Jack se obligó a estrechársela.

– No lo lamentará. Waldorf, Haynes le ofrecerá la mejor representación del mercado. Pero primero debemos aclarar una cosa.

– ¿Cuál?

Jack entró en el espacio personal de Lederman.

– Puede que yo esté dispuesto a jugar duro, pero no me gusta que lo haga conmigo mi propio cliente. Mi reputación me precede -manifestó, sin importarle lo arrogante que sonaba. -O confía en mi habilidad o no lo hace. La próxima vez que se dedique a jugar, me largaré.

– Trato hecho -Lederman le estrechó la mano con entusiasmo antes de excusarse y volver a la cinta.

Jack atravesó el gimnasio. Acababa de lograr algo importante. Había asegurado el cliente más grande del bufete al tiempo que mantenía contento al hombre excéntrico. Y aunque Lederman era basura, él no había aceptado ensuciarse las manos ni comprometer su ética de trabajo.

Pero en vez de sentirse contento, en vez de experimentar la habitual descarga de adrenalina que siempre había vivido en el pasado, sintió un nudo en el estómago. Aunque no tenía ganas de enfrentarse a ella, debía poner a Mallory al día sobre la conversación mantenida con Lederman. Y con el regreso inminente al bufete, también necesitaban mantener una charla sincera acerca de lo que había sucedido entre ellos.

Por no mencionar que él necesitaba una última vez a solas con Mallory antes de que la realidad se asentara.


Mallory cerró la cremallera de la maleta. Debía largarse de ahí y regresar a su vida antes de perder el sentido del «yo». Al enamorarse de Jack, había descubierto a una Mallory para perder a otra. La que estaba orientada hacia objetivos y que anhelaba ser socia del bufete. La que nunca creyó que quería un marido o una familia. La que estaba contenta con esconder su feminidad.

La que consideraba a Jack un sueño inalcanzable.

Nunca podría poner a la nueva Mallory atrás, como no podría regresar por completo a la princesa de hielo que había sido la mejor asociada de Waldorf, Haynes. La mujer femenina y erótica en ese momento era una parte de sí misma.

Había cambiado. Y cuando llegara a casa tendrían que producirse más cambios.

El teléfono la sacó de sus pensamientos. Levantó el auricular.

– ¿Hola?

– ¿Señorita Sinclair? -respondió una profunda voz masculina que ella no reconoció. -Sí. ¿Quién es?

– El conserje del hotel. Se me ha pedido que la informara de que se reúna con su socio en la habitación quinientos veinte a las ocho de la tarde de hoy.

La habitación de Jack, del otro lado del pasillo. El corazón comenzó a latirle con fuerza.

– Gracias -murmuró.

Sintió un nudo en la garganta. No era una invitación, sino una reunión de trabajo. Y desde luego no una declaración de amor. Mallory Sinclair, la abogada, jamás rechazaría la petición de un socio. Pero Mallory Sinclair, la mujer, no tenía elección. Depositó la maleta en el suelo. Bajo ningún concepto podría sobrellevar una última reunión con Jack. No con el corazón roto y su carrera en una encrucijada.

No lo culpaba por la actitud mostrada esa mañana. Emplear la información del detective era lo correcto… para alguien que quería representar a Paul Lederman. Era la misma estrategia a la que habría recurrido ella el día que llegaron. Pero ya no.

Era una pena que hubiera sido la única en experimentar una revelación, de lo contrario no tendría que irse sola del centro.

Se secó una lágrima que le cayó por la mejilla. No se presentaría a la reunión de trabajo. Encontraría un modo de dejarle el mensaje para no dejarlo plantado, Y luego se iría a casa. Sola.


Jack iba de un lado a otro de la habitación. A las nueve se dio cuenta de que Mallory no iba a aparecer. A las diez, llamaron a su puerta.

En lo profesional, debería haber estado furioso porque apareciera tan tarde, pero en ese momento era su corazón el que pensaba por él. Estaba enfadado y dolido. Ya fuera una reunión de trabajo o una petición personal, lo mínimo que podría haber hecho era enviarle una negativa cortés.

Se levantó del sofá y fue a la puerta. Del otro lado estaba Alicia Lederman, la última persona que esperaba ver.

– ¿Puedo ayudarla?

– Tengo un mensaje para usted -la mujer le extendió un sobre blanco con el logo del centro. -Prometí traérselo antes. Mucho antes. Pero tuvimos una emergencia en el vestíbulo -movió la cabeza. -De todos modos, aquí lo tiene con mis más sinceras disculpas.

– No es necesario que se disculpe -de hecho, con lo que le reservaba, era él quien debería disculparse.

El pensamiento lo sorprendió, ¿Cuándo había sentido la necesidad de disculparse por realizar su trabajo? Miró a Alicia. Aunque estaba tan elegante como siempre, el cansancio en su rostro le sacudió el corazón. Se preguntó si la veía por primera vez o si lo hacía a través de los ojos de Mallory. Sea como fuete, no le gustó lo que veía y se preguntó si Mallory tenía razón… si habría algún modo de alcanzar un acuerdo sin causar un dolor innecesario.

Encontró la mirada de Alicia, impresionado por su dignidad y coraje.

– Podría haber enviado a un botones -movió la nota. -¿Por qué la ha traído en persona?

– Porque si a Mallory le importa, entonces usted ha de ser un buen hombre aquí -se llevó la mano a la altura del corazón.

– ¿Ha hablado con ella?

– Antes de marcharse -asintió. -Ha vuelto a casa. Estoy segura de que esa nota lo explica todo.

– Pase, por favor -retrocedió a la habitación.

Alicia lo siguió pero permaneció en silencio. Y también él. Descubrir que Mallory no lo había plantado no hizo que se sintiera mejor.

No le importó tener público; solo quería saber qué tenía que decir Mallory Sacó el papel perfumado del sobre y leyó.


Así como lamento no decírtelo en persona, soy lo bastante inteligente como para no librar una batalla que no puedo ganar.

Este viaje me ha enseñado mucho sobre mí misma y lo que quiero en la vida.

Me voy a casa para empezar a realizar algunos cambios. Por desgracia, voy a tener que dejar pasar éste último encuentro.

Fue divertido mientras duró.

Con amor,

Mallory


El dolor en las entrañas de Jack se agudizó.

– Los finales nunca son fáciles -Alicia apoyó una mano en su brazo; luego, avergonzada, la retiró con rapidez.

Jack observó su mirada de simpatía.

– Supongo que usted lo sabe bien -comentó con amabilidad.

– Comprendo que no puedo retener a Paul si él no quiere quedarse -asintió. -Y sé que usted creyó que no le hacía caso cuando me aconsejó que contratara a un abogado, pero no era así. Me preparaba.

– Y mantenía las cartas ocultas. Respeto eso.

– No sé si lo que he hecho lo merece. Pero lo que sí sé es que el matrimonio se terminó. Y me niego a abandonar sin plantar cara.

– Comprende que aquí es cuando he de aconsejarle que busque asesoramiento -era fácil hablar con ella. No pudo evitar sonreír.

– Lo haré. Pero esperaba que primero pudiéramos hablar -sacó un sobre del bolso. -No soy tan ingenua como cree mi marido. Hay cierta información mía que estoy seguro de que querrá utilizar. Comuníquele que dispongo de munición.

Jack repasó con rapidez el contenido del sobre… fotos comprometidas de Paul Lederman y una mujer joven. En cada una aparecía la fecha de la relación. Alicia Lederman tenía pruebas de la infidelidad de su marido. Jack soltó un gemido.

– Es una empleada -explicó ella. -Una empleada muy joven e inexperta -el dolor en su voz era inconfundible. -Le juro que él no era así cuando nos casamos. El ataque al corazón y la mediana edad lo cambiaron -movió la cabeza con disgusto.

Jack pudo simpatizar con ella. Los actos de Paul Lederman lo ponían enfermo.

– ¿Piensa emplearlas?

La mujer mayor se secó los ojos.

– No quiero hacerlas públicas. Tengo hijos que son más importantes que cualquier dinero que saque del acuerdo de divorcio.

Jack no supo qué decir. Ahí había una mujer con pruebas palpables que podrían conseguirle una suma muy importante si sabía jugar sus bazas, pero dispuesta a prescindir del dinero por el bien de sus hijos.

Era única. Y también lo era Mallory, que desde el principio había visto la bondad de esa mujer.

– ¿Señor Latham?

– Lo siento -carraspeó. -Si no está dispuesta a utilizarlas, ¿por qué me las enseña?

– He dicho que no quiero que se hagan públicas, no que no las utilizaría si me viera forzada.

A través del dolor, captó la determinación y la respetó por ello.

– No se equivoque. Sufriría si Paul insistiera en emplear la información de que dispone contra mí, y no quiero arrastrar a mis hijos por el fango dos veces. Necesitan creer que tienen un padre a quien poder admirar. Aunque sea una charada. Así que muéstrele estas fotos, son copias, y dígale que lo único que quiero es lo que es justo. Yo he ayudado a dirigir este centro y he criado a sus hijos. Soy una mujer de mediana edad sin otra fuente de ingresos. Lo único que pido es un acuerdo justo y equitativo, para que luego pueda despilfarrar su dinero en esas mujeres jóvenes que tanto prefiere.

Contuvo un sollozo y Jack sintió un nudo en la garganta.

– Espero que esas fotos sean suficiente. Pero si me arrincona, lucharé -concluyó ella.

– Lo entiendo -Jack permaneció con el sobre en la mano, convencido de que el cliente más grande del bufete había sellado su propio destino.

Titubeó, y luego apoyó una mano en el hombro de Alicia.

– Se las mostraré y le aconsejaré en consecuencia. Mientras tanto, mañana a primera hora consígase un abogado.

Ella asintió con gesto de gratitud.

– Mallory tenía razón con usted. Solo le faltaba comprobarlo por su propia cuenta. Adiós, señor Latham.

– Buenas noches.

Una vez solo, se dirigió al espejo que había en el dormitorio principal. Apoyó las manos en la cómoda y se observó. Jamás se había considerado un cobarde, pero era la imagen exacta que le devolvía el reflejo. Un hombre que, como su padre, temía dar el paso que cambiaría para siempre su vida.

La ironía era evidente. Había dedicado toda la vida a huir del amor y del compromiso hasta que cayó en su trampa.

Aunque amar a Mallory no era una trampa. Sí el resto de su vida.


– ¿Que has hecho qué?

Mallory soltó la caja con sus cosas personales en el suelo del apartamento que compartía con su prima.

– Lo he dejado, Julia. «Dejado». ¿Qué es lo que no entiendes?

De hecho, había dado dos semanas de aviso, pero los socios no estaban interesados en retenerla. No después de enterarse de que no estaba dispuesta a utilizar la información que tenía sobre Alicia Lederman. Jack había caído con la gripe desde su regreso y el caso Lederman había recaído en manos de ella. Había decidido irse antes de causarle sufrimientos y dolor a Alicia Lederman.

Debido a su ética profesional, al irse del centro no había sido capaz de hacer nada más que aconsejarle que contratara a un abogado. Pero se negaba a ser ella quien echara a Alicia a las fauces de su marido, el tiburón.

– Ven, siéntate -Julia palmeó el sofá a su lado. -Cuando anoche llegué a casa estabas dormida, y en el primer momento en que te veo, me sueltas que has renunciado al trabajo al que has dedicado toda la vida. Te faltaba esto para ser socia -junto los dedos pulgar e índice. -¿Qué ha pasado? ¿Qué ha sucedido en esos cinco días que pasaste en el hotel con el socio más elegible de tu bufete?

Mallory observó a su prima con cautela al sentarse.

– No es elegible -volvió a sentir el maldito nudo en la garganta.

– ¿Que no es elegible? ¿Quieres decir que está comprometido o casado? Qué miserable -bufó con una mueca de desagrado.

A pesar de sí misma, Mallory rio entre dientes.

– No está comprometido ni casado, pero aquí no está disponible -se tocó el pecho, justo encima del corazón. -Ni aquí -se señaló la cabeza.

Y si la intimidad que habían compartido no había logrado que cambiara de actitud, nada lo conseguiría.

Julia se adelantó para consolarla con un abrazo y Mallory agradeció el apoyo silencioso y sólido de su prima.

– ¿Ha expuesto sin rodeos que no está interesado o es una conjetura tuya? Porque hasta el soltero más empedernido encuentra su pareja -una expresión perversa le iluminó los ojos.

– No me digas que crees que la mujer adecuada puede cambiar la mentalidad de un hombre obstinado.

– Solo digo que no abandones la esperanza hasta que lo hayas oído de su propia boca -sonrió.

– No creo que tenga nada más que decirme.

– ¿Qué vas a hacer ahora que no tienes trabajo? -suspiró, cambiando de tema de forma poco sutil.

– Tengo suficientes ahorros y puedo permitirme abrir mi propio despacho, aunque tarde un poco en despegar. Voy a buscar un despacho para alquilar… quizá en La oficina de otra empresa para reducir costes. Ya es hora de hacer algo por mí.

– ¿No por tu padre?

Mallory apoyó la cabeza en el respaldo del sofá.

– ¿Quieres decir que en todo momento supiste que ser socia del bufete no era lo que yo quería?

– Lo utilizaste como excusa para que tu padre se enorgulleciera, cuando nada va a conseguir que se centre en alguien que no sea él mismo. Mientras tanto, te convenciste a ti misma de que eras feliz, ¿Quién era yo para llevarte la contraria?

– Tienes razón -suspiró. -Pero ya se ha terminado -y solo había necesitado treinta años para comprenderlo.

Sin embargo, había aprendido tanto de sí misma que podía iniciar una vida nueva.

Aunque esa vida sería mucho más brillante si Jack hubiera aprendido las mismas lecciones.

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