CAPITULO 04

– ¿Qué pasa, Jack? ¿Te comió la lengua el gato?

Mallory se acercó tanto, que no fue capaz de respirar, y mucho menos contestar.

Las uñas de ella, pintadas de un profundo color coral, marcaron un sendero desde su mandíbula hasta el primer botón del polo. Tembló ante el ataque descarado.

– O tal vez el cuello es demasiado prieto para que respires y hables al mismo tiempo -murmuró ella. Con dedos ágiles, le desabrochó el primero.

Habría respirado mucho mejor de no ser por el aliento cálido de ella en la mejilla, el mohín de esos labios también de color coral y el aroma embriagador que lo envolvía. Todo se combinaba para excitarlo. Nunca habría imaginado que estaría ante su colega supuestamente reprimida, y en ese sentido lo había sorprendido.

Y a Jack no le gustaban las sorpresas. En el tribunal jamás formulaba una pregunta cuya respuesta desconocía. Demasiados abogados habían caído por simples presunciones. Demasiados hombres habían caído en el engaño de creer que conocían a la mujer con la que estaban. Jack no pensaba caer ni dejar que lo engañaran, y menos una mujer.

Establecía sus propias reglas y luego vivía de acuerdo con ellas. Pero había roto una al responder a la invitación, de modo que el único culpable de que en ese momento se encontrara en desventaja era él.

– Quizá me sorprendiste -la miró y volvió a callar aturdido por el azul impactante de sus ojos.

– La fachada helada -asintió.

Captó el hielo en su voz junto con el deje de dolor que no logró esconder. Era Imposible que volviera a asociar a esa mujer con la palabra «fría».

– Te Insulté.

Ella inclinó la cabeza.

– Sí, me insultaste. No obstante, he de reconocer que fue una descripción interesante de una mujer a la que apenas conoces.

Sus palabras daban a entender que pretendía corregir no solo su errónea suposición, sino también el estado de su relación.

El siguiente movimiento de ella le demostró que tenía razón. Se acomodó en los cojines al lado de él, tan cerca que se olvidó de respirar durante unos momentos.

Mallory dobló las piernas al estilo indio. La mirada de Jack se vio atraída a la tela suave y brillante de la falda de seda amarilla, luego a la fina y delicada sandalia que le cubría los pies. El tono coral acentuaba sus uñas, tal como lo hacía con los labios y las manos.

Ella jugueteó con la falda hasta que cayó provocativamente entre sus piernas, tapando y revelando al mismo tiempo. Jugaba con él. Los dos lo sabían, pero Jack disfrutaba tanto que no quería pararlo.

– Doy por hecho que si estoy aquí, es para que puedas demostrar que me equivoqué en mi suposición.

– La dicotomía es interesante, ¿verdad? -preguntó ella.

Tentar. Atormentar. Incitar. Era evidente que no pensaba contestarle de forma directa. La miró. Se negaba a entregar el poco poder que poseía en ese juego preparado por ella.

– Todos y todo en la vida tiene dos caras, dos lados. No siempre agradables.

Temprano en la vida había aprendido que su cariñosa madre, en público la esposa devota, era en la intimidad una mujer fría, indiferente y mentirosa. A medida que pasaba el tiempo, dejó de importarle quién conociera la verdad y la dicotomía que había ofrecido terminó por fundirse en una mujer infeliz. Desde entonces, Jack se había convertido en un experto de los dos rostros de la naturaleza humana.

Mallory entrecerró los ojos, como si comprendiera que sus palabras revelaban parte de su alma. Maldijo en silencio. ¿Cómo había podido olvidar que esa mujer seductora tenía una mente como una trampa de acero y los instintos de un tiburón asesino? ¿Por qué le resultaba tan fácil olvidar que poseía otro lado más frío y calculador?

¿Qué Mallory era real y cuál la impostora?

– De modo que ya estás sintonizado con las sutilezas de la naturaleza humana. Estupendo, ya que facilita mucho mi trabajo -esbozó una sonrisa sexy.

Jack se preguntó qué tramaría a continuación.

Pero no le cabía ninguna duda de que sería la primera en retroceder. La política que prohibía los romances en el bufete pesaría mucho más en su mente, ya que esperaba ascender y sabía que el voto de él podía destruir sus posibilidades y todo aquello por lo que había luchado. El jamás pondría en peligro su carrera por esa invitación a la seducción. La respetaba demasiado como abogada y admiraba demasiado a la mujer que lo había incitado a presentarse allí para enseñarle una lección bien merecida.

Pero podía disfrutar durante el trayecto.

– Es evidente que hablé fuera de lugar esta mañana al emplear la palabra «helada», Pero la palabra «fachada»… fue certera.

Ella esbozó una amplia sonrisa y su rostro adquirió una cualidad radiante.

– Eres un hombre inteligente, Jack. Fachada, Definida significa una apariencia o efecto falso, superficial o artificial.

– ¿Y es eso? -aunque los trajes que se ponía a diario hacían poco para revelar curvas femeninas, en ese momento Jack veía en abundancia. Poseía unos pechos plenos, más llenos de lo que había imaginado, y por encima del escote en «V» se insinuaba una piel de porcelana.

– ¿Te preguntas quién es la Mallory real? -la risa ronca iluminó el aire nocturno-. Eres tú quien debe averiguarlo.

Lo provocaba con infinitas posibilidades sensuales,

– ¿Estás preparado para comer? -preguntó ella.

La cuestión conducía a pensamientos de delicias decadentes, de manjares sobre sus labios brillantes y secretos femeninos ocultos, Pero dudaba de que fuera eso lo que Mallory tenía en mente.

Quería cerrar la distancia que los separaba, pasar la mano por la extensión de piel de su cuello y hombros, acercarla lo suficiente como para devorarla con la boca.

– Estoy hambriento -respondió, Y si ella bajaba la vista, podría calibrar exactamente lo famélico que estaba. Se le resecó la garganta-, Aunque preferiría primero una copa.

Ella se levantó con gracilidad y se dirigió al minibar.

– ¿Vodka con hielo?

– ¿Lo recuerdas?

– Presto atención -«a todo acerca de ti», pensó.

Jack Latham era un potente envoltorio masculino. Y ahí estaba el problema. Su obsesión mental con él y lo que pensaba de ella la habían llevado a ese precipicio peligroso. Había desafiado su feminidad y había respondido, arriesgando su carrera y su futuro. No podía creer que hubiera llevado tan lejos la humillación que le había provocado el comentario insultante. Pero una vez hecho, no le quedaba más alternativa que seguir adelante,

– Yo también presto atención. Tu fama de minuciosidad y tu pericia no tienen igual entre los asociados del bufete.

– Gracias.

Después de servir el vodka para Jack y un vino para ella para ganar coraje, regresó al sofá. Con un poco de suerte podría mantener el control de sí misma y de sus reacciones al mismo tiempo que ponía a prueba las de él.

Cuando le entregó la copa sus manos se rozaron. Un contacto breve y fortuito, pero una oleada de percepción le recorrió el cuerpo, «Ahí se va el control», pensó. Se obligó a mantener la calma, a olvidarse de los negocios y a concentrarse en Jack.

Cuando hubiera acabado la velada, a él no le quedaría ninguna duda sobre sus atributos y armas de mujer. Pero, una vez establecida la aclaración, las cosas entre ellos podrían volver a la normalidad. Como si algo pudiera volver a ser normal después de haber estado tan cerca de su fantasía.

Se sentó junto a él y reinó el silencio.

– Háblame de Terminator -pidió ella antes de que Jack pudiera tomar el mando de la conversación.

– Es una gran película, pero la primera fue mejor que la secuela -respondió con celeridad.

Percibió su incomodidad y se preguntó cuál sería la causa de su retraimiento. Se llevó la copa a los labios.

El líquido arrutado le humedeció la boca y le permitió hablar,

– Estoy de acuerdo. Las secuelas rara vez son tan buenas como el original. En Terminator II, Linda Hamilton exhibía demasiados músculos. Sin embargo, hacía que los hombres babearan -se encogió de hombros. -Siempre pensé que os gustaban las mujeres más suaves.

Él se mostró sorprendido por la respuesta de ella. Evidentemente, creía que insistiría para que le diera respuestas acerca de qué lo convertía en el terminator del bufete.

Mallory prefería la sutileza. De esa manera, él no sabría que era tan fácil de leer. La inoportuna broma cinematográfica le había brindado una mayor visión personal de sus sentimientos que si hubiera respondido con hechos comprobados.

Pasó la lengua por el borde de la copa y disfrutó de cada gota de vino. Se sintió gratificada cuando él siguió cada movimiento y los ojos se le dilataron por el deseo.

– Y bien, ¿cómo te gustan las mujeres a ti, Jack? ¿Suaves y femeninas o más duras, con un toque de acero?

El esbozó una sonrisa sexy.

– Me gusta que posean un poco de ambas cosas. Fuertes y capaces por fuera, pero suaves y dóciles, cálidas y entregadas por dentro -alargó la mano y le quitó la copa, que dejó sobre la mesita.

– Más o menos como tú -murmuró. Le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.

Su contacto era cálido y sexy, igual que el timbre de su voz, y Mallory reaccionó. Los pezones se le contrajeron bajo la seda y el escueto sujetador que llevaba. Faltaba poco para que perdiera el escaso control que poseía.

– A menos, desde luego, que esto sea una representación.

Así que quería poner a prueba sus límites y ver si volvía a ser la Mallory distante y helada. Quería ver quién huiría primero. Pobre Jack. No tenía ni idea de que estaba dispuesta a llegar hasta el final y asumir las consecuencias más tarde,

– Quizá es una representación. Tal vez no, La cuestión es que aún no estás seguro, ¿verdad?

– Todavía no -se inclinó hasta que sus labios casi se unieron. -Pero la noche aún es joven y pretendo averiguarlo.

Encendido con un rastro de vodka, su aliento la tentaba con promesas seductoras que ella aún no estaba preparada para hacer o mantener.

– No tan deprisa -con suavidad lo empujó por los hombros antes de que pudiera poseerle la boca en el beso que con tanta desesperación anhelaba. Pero no podía arriesgarse a involucrarse de forma seria con Jack Latham, y cualquier cosa más allá de esa velada juguetona constituiría una relación. Algo que ni sus emociones ni su carrera podían permitirse.

Había dedicado demasiados años a encaminarse a formar parte del bufete en términos de igualdad. Quizá demasiados años solitarios y frustrados, pero si quería recibir la recompensa final, no podía sucumbir a la necesidad emocional con el único hombre al que siempre había deseado,

Se obligó a recordar sus prioridades, algo difícil cuando tenía al alcance de la mano besarlo, y se levantó.

– Dijiste que tenías hambre -se acercó a la mesa donde el servicio de habitaciones había dejado una cena completa y una bandeja con canapés.

– Estoy famélico.

La risita profunda reverberó dentro de ella, No se sentiría divertido cuando ella hubiera terminado.

Jugó con una bandeja con uvas y diversos quesos distribuidos de forma elegante. Lo único que quedaba por descubrir era si tendría agallas para ejecutar su plan.

«Fachada helada. Fachada helada». Las palabras de él rebotaron en su mente, avivando todos y cada uno de sus instintos femeninos. No sabía nada de ella y quería que lo descubriera.

No quería que lo olvidara jamás.

Depositó la bandeja delante de ellos en una mesita y arrancó una uva.

Se acercó a él al tiempo que se la llevaba a la boca y el zumo suculento estallaba en el interior.

– ¿Te gustan las uvas?

Él miró fugazmente la bandeja antes de encontrarse con sus ojos.

– Podría dejarme convencer de probarlas.

– Esperaba que dijeras eso -«ahora o nunca», pensó Mallory mientras cerraba la distancia entre ellos y apoyaba los labios sobre los de Jack.

Los ojos de Jack al principio registraron sorpresa, luego se oscurecieron por el deseo. Mallory cerró los suyos para no ahogarse en la profundidad de la mirada de él, le frotó los labios con delicadeza y empleó el zumo de la uva para provocar y excitar. Los labios de él estaban húmedos, y cuando dejó escapar un gemido ronco con sabor a vodka y a hombre, Mallory sintió que una bola de calor estallaba en su interior al descubrir que la pasión era recíproca. Pero eso no bastaba.

– Querías probar las uvas -musitó sobre sus labios. -Ábrete y prueba la fruta, Jack.

Sabía que no era un hombre propenso a recibir órdenes, pero no tuvo que exigírselo dos veces. El abrió los labios e introdujo la lengua en la boca ardiente y húmeda. El gemido que emitió en esa ocasión fue más ronco y notó que le temblaba el cuerpo. Jack alzó las manos, le enmarcó el rostro con ellas y se lo inmovilizó.

En todos sus años de vida, Mallory jamás había experimentado el descontrol de la llama del deseo. Aunque había disfrutado de sensualidad, aún no había encontrado al hombre que desencadenara su «yo» oculto. Jack Latham era ese hombre y no podía negar el anhelo. La enlazó por la cintura y la aproximó más. Ella respondió arqueando la espalda para frotar adrede los pezones dolorosamente erectos contra el torso masculino, buscándolo al tiempo que buscaba alivio.

Sin advertencia previa, la lengua de él se tornó más exigente e insistente. Tomó el control con los mismos movimientos de penetración que ella había probado. Se mostró persistente y la vació de la humedad que poseía. Mallory echó la cabeza hacia atrás y él le recorrió todos los rincones de la boca como un amante que se entregara al olvido carnal.

Una vocecilla en la cabeza le susurró algo acerca de enseñarle una lección y le advirtió que recuperara el control antes de que fuera demasiado tarde. Los labios de él eran tan duros y perfectos, las caricias tan exigentes, que Mallory anheló sucumbir a cada sensación, sabor y matiz. Cuando él frenó y le mordisqueó el labio inferior, tenía todo el cuerpo encendido. Todos sus pensamientos y deseos estaban sincronizados con Jack.

Lo agarró de las muñecas con el fin de anclarse en algo. No pudo decir quién rompió primero el beso, pero cuando se separaron, necesitó el contacto encendido que proporcionaba su piel, que permaneciera la conexión establecida con él.

– Delicioso -la voz ronca de Jack sonó como un gruñido.

– Así que te ha gustado el zumo de las uvas -sus labios sensibilizados esbozaron una sonrisa.

Él asintió. Ella alzó el anillo circular de uvas de la bandeja y se lo pasó de forma provocativa por el cuello.

– Me gustó, pero creo que necesito cerciorarme -musitó Jack.

Inclinó la cabeza y mordisqueó del collar que había creado, Mallory creyó haber muerto y subido al Cielo. La cabeza oscura se inclinó sobre su pecho y el cabello sedoso le acarició el cuello. El poderoso aroma masculino era embriagador y líquido como el deseo. Y los labios en ese momento no solo se dedicaron a mordisquear la fruta, sino también a probar su piel.

Tembló y gimió. Echó la cabeza atrás para ofrecerle mejor acceso, tanto a la fruta suculenta como al valle entre sus pechos. Suspiró cuando el aliento la provocó, pero él no la tocó.

Al final alzó la cabeza con una sonrisa perversa.

– Una fruta dulce y generosa -ella volvió a sentir la boca llena-. Húmeda, no seca -el calor se apiñó en su estómago. -Sorprendentemente caliente al tacto.

La humedad goteó entre sus piernas, aunque logró formar un pensamiento coherente y hablar.

– ¿Caliente? -la palabra escapó de su garganta.

– Echa humo.

– ¿Como lo opuesto a helado? -preguntó.

– Desde luego -sonrió.

Con más pesar del que dejó entrever, se adelantó para rozarle los labios con un último beso. Antes de obligarse a ponerse de pie sobre piernas inseguras.

El la observó con cautela y Mallory percibió que sabía exactamente qué era lo que pasaba por su cabeza. Sus palabras demostraron que no se equivocaba.

– Has demostrado tu punto.

– Supongo que sí -sabía que esa noche también ella había aprendido una lección valiosa.

Bajo ningún concepto quería que acabara la velada, pero había conseguido su objetivo y una buena estratega se marchaba en el momento óptimo… antes de perder lo ganado.

– Creo que podemos dar por concluida la sesión.

– Supongo que sí -se puso de pie. Inició unos pasos sexys y perezosos hacia la puerta, pero se volvió y se aproximó otra vez a ella. -Eres una oponente extraordinaria, Mallory Sinclair.

Le dio un beso muy breve y se marchó, dejándola sola, sexualmente cargada y, por algún extraño motivo que no entendía, emocionalmente insatisfecha.

Al quitarse el anillo de uvas, se preguntó quién había sido el maestro y quién el alumno. Y quién había aprendido la mayor lección de todas. Porque aunque le había dado a Jack la lección que tan merecida tenía, sabía que jamás podría repetirla sin sucumbir ante él.

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