CAPITULO 02

Jack miró su reloj. Faltaba media hora para aterrizar y no veía la hora de hacerlo. No sabía cuánta más proximidad podía aceptar. Mallory se movió en el asiento y la rodilla derecha le rozó la pierna izquierda. Una lanza de calor surcó su muslo.

– Lo siento -musitó ella y suspiró.

Había sido así todo el vuelo. La proximidad forzada hacía que su cuerpo reaccionara de maneras encontradas y confusas. Ella había cambiado el traje rígido por un vestido ligero con un bajo que terminaba mínimamente más arriba y revelaba una tentadora cantidad de piel. Sin medias, veía una piel bronceada y de apariencia suave que atraía su mirada cada vez más.

– ¿Cuál es el plan cuando lleguemos? -preguntó Mallory

Agradecido de poder mantener al fin una conversación normarse volvió hacia ella.

– Lederman enviará un coche a recogernos al aeropuerto. Deberíamos llegar al centro a las nueve. Doy por hecho que podremos deshacer las maletas y dormir un poco. Después, lo que ocurra depende de nuestro anfitrión.

– Con un poco de suerte, podremos discutir sus planes, plantear la estrategia y estar en casa en un par de días.

No se le pasó por alto el tono esperanzado en la voz ronca.

– ¿Qué tiene en contra de la playa?

– Nada, si estás de vacaciones. Pero cada día que pasemos fuera del bufete significa trabajo que se acumula -comentó con frustración.

– Por eso reasigné el grueso de sus casos. Paul Lederman es excéntrico. No le gusta que le den prisas y si se ha negado a abandonar el centro para reunirse con nosotros en el bufete, no se puede contar con que tome una decisión rápida.

Ella musitó algo que él no captó. La observó y se preguntó por qué no hacía nada por potenciar su aspecto. De hecho, se esforzaba por minimizarlo. Se encogió de hombros y llegó a la conclusión de que el vuelo sería demasiado largo si empezaba a querer ir más allá de la fachada que ofrecía Mallory Sinclair.

– ¿Cuáles son los hechos básicos del caso? -ella sacó un bloc de notas del maletín y un bolígrafo. -Cuando usted quiera -se irguió en el asiento.

La mujer era brusca y eficiente, tal como le gustaban los asociados. Pero no las mujeres. A estas las prefería suaves y dóciles, cálidas y entregadas. Esperándolas como mínimo una semana en el centro, no habría escasez de sexo opuesto. Por desgracia, las desconocidas ya no lo atraían, lo que significaba que la vida se tornaba cada vez más complicada.

Una aventura breve y sin ataduras encajaba con su estilo de vida. Si era coherente con sus reglas, no podría terminar en un juicio por divorcio salvo como abogado de una de las partes. Sin compromisos, no podría llegar a ser la triste excusa de hombre engañado en que se había convertido su padre. Pero con la edad llegaba la sabiduría y la discriminación… y una creciente inquietud que no podía entender.

– ¿Señor Latham? ¿Sucede algo?

Al oír esa voz exuberante lo recorrió una oleada de percepción. Una sensación cálida hormigueó en su ingle. Claro que pasaba algo. Todo lo que le inspiraba su asociada estaba fuera de lugar y no le gustaba nada.

– ¿Qué quería? -soltó.

– Los hechos del caso -agitó el bloc de notas para recordarle por qué iban juntos en el avión. -Quiero conocer la situación para impresionar al cliente.

Se encontró con la mirada de ella detrás de las gafas. La cordura retornó y de inmediato se sintió mejor.

– Bien… Puede llamarme Jack -ella asintió con ojos muy abiertos. El se obligó a apartar la vista de esos ojos azules que no lograba ver bien. -Lederman lleva años casado. Tiene cincuenta y ocho y quiere separarse.

– ¿Por qué? -preparó el bolígrafo para plasmar cada palabra que dijera él.

– Diferencias irreconciliables.

– Esa es la definición legal. ¿Qué hay detrás? ¿Qué decantará el acuerdo a favor de él? Siempre que nos contrate para llevarlo.

Jack estiró las piernas todo lo que pudo pero se cercioró de no tocar a Mallory

– Eso hemos venido a averiguar. Entonces decidiremos cómo exponer las faltas de ella a favor de nuestro cliente.

– Ha empleado un giro interesante… las faltas de ella.

– ¿Y eso?

– Da por hecho que la desintegración del matrimonio ha sido culpa de la señora Lederman. Siempre existe la posibilidad de que nuestro cliente tenga igual parte de culpa. Y si ese es el caso, necesitaremos darle un giro positivo a los actos negativos de él.

Él apoyó la cabeza en el respaldo y la miró.

– Eso es lo que he dicho. Necesitamos darle un giro positivo a las cosas.

– Dijo que necesitamos plasmar las faltas de ella… -calló y movió la cabeza. -Olvídelo.

– No estoy seguro de captar la distinción que intenta establecer.

– Estoy segura de que no -suspiró. Se ocupó en guardar las cosas y cerrar el maletín.

– Buenas tardes, señores pasajeros -sonó una voz por los altavoces del avión pequeño. -Estamos a punto de iniciar el descenso, así que por favor, abróchense los cinturones de seguridad…

La voz del capitán impidió que continuaran. Mallory comprobó su cinturón de seguridad y miró por la ventanilla. Era evidente que no deseaba proseguir la conversación. Sin embargo, le había provocado una sensación extraña en el estómago. Como si en los breves minutos de la discusión, lo hubiera juzgado y declarado insatisfactorio.

No le gustaba la sensación de no estar a la altura de sus expectativas y no supo muy bien por qué. Una vez más lo había dejado desequilibrado, solo que en esa ocasión con el deseo ardiente de modificar tanto la opinión negativa que tenía de él como su falta de interés.

A Jack le encantaban los desafíos, pero solo cuando tenían lógica, Y el interés que despertaba en él Mallory Sinclair no lo tenía.


Una brisa cálida soplaba desde el océano. El cabello de Mallory se rizó con la humedad. Eran las ocho de la mañana y su anfitrión aún no había aparecido.

– Vendrá -indicó Jack en respuesta a su irritación no expuesta. -Dijo que desayunáramos y que cuando hubiéramos terminado se reuniría con nosotros.

Alzó la vista de la tostada que tenía en el plato y lo miró… algo que había evitado toda la mañana. Si lo había considerado devastador con traje, resultaba abrumadoramente atractivo con unas bermudas de color caqui y una camisa de manga corta. En los brazos se flexionaban unos músculos poderosos y la piel bronceada se asomaba entre los botones abiertos en el pecho. Llevaba el pelo negro azabache peinado hacia atrás y unas gafas de sol cubrían sus penetrantes ojos grises. Era la perfección en un envoltorio masculino mientras ella era un caos de conservadurismo en un soso vestido azul marino.

Tampoco estaba allí para impresionar a Jack con su aspecto, sino para deslumbrar con su cerebro tanto a él como al cliente. Lo único que necesitaba era desviar los pensamientos de la fachada sexy que le ofrecía.

– Me alegro de que hayan podido venir. ¿Qué les parece mi centro?

Una voz atronadora interrumpió sus pensamientos inapropiados.

– Es increíble, pero usted ya lo sabe -Jack se puso de pie y Mallory lo imitó. -Hace que me dé cuenta de que me he equivocado de profesión -comentó con una risa.

– Siempre será bienvenido aquí -dijo un hombre robusto. -Ahora ayúdenme a deshacerme del albatros con el que me casé y le daré a una suite su nombre y el de la colega que lo acompaña.

Mallory se esforzó en no realizar una mueca ante la cruel palabra empleada para describir a su mujer. La misma con la que se había casado, para bien o para mal. La mujer que daba por hecho que en una ocasión había amado.

– Paul Lederman, le presento a Mallory Sinclair, una de nuestras mejores asociadas, Mallory, Paul Lederman.

Ella extendió la mano.

– Encantada de conocerlo al fin, señor Lederman.

– Llámeme Paul -le estrechó la mano con entusiasmo. -No se puede ser tan formal sentados en la playa y con esta vista.

Ella miró por encima del hombro para abarcar el claro cielo azul y el agua centelleante de fondo. Tenía razón. Pero había estado tan concentrada en no mirar a Jack, que había obviado la belleza que la rodeaba.

– Es un hombre afortunado, señor Lederman -él la corrigió con un movimiento de cabeza. -Quiero decir, Paul. Jack tiene razón. Este lugar es increíble.

– Entonces después de que hablemos, cerciórese de que se relaja y lo disfruta un poco. Me gusta que mis abogados estén en la misma frecuencia de onda que yo -apartó una silla y se unió a ellos a la mesa bajo el gran parasol. -El matrimonio -movió la cabeza. -Un negocio arriesgado.

Mallory tomó el bloc y el bolígrafo, mientras Jack se reclinaba en su silla.

– Lo hizo funcionar veinticinco años. Algo debió de mantenerlos juntos -comentó.

A Mallory le gustó el hecho de que Jack no se adaptara de forma automática al punto de vista de Lederman, aunque por dentro estuviera de acuerdo con él.

– Mi dinero -repuso Lederman.

– Y los hijos -añadió Jack.

– Los chicos ahora son independientes.

– Entonces, ¿qué busca? -preguntó Mallory. -Un juicio rápido o…

– No me importa que sea rápido -cortó-. Solo busco que no se lleve todo lo que tengo. Por aquello por lo que he trabajado toda la vida.

– ¿Su esposa trabaja? -quiso saber ella.

– Diablos, no. A menos que considere trabajar gastarse mi dinero.

– ¿Y qué me dices de criar a tus hijos, Paul? ¿Cuándo dejó de contar eso? -preguntó una voz de mujer.

Mallory alzó la vista.

Una morena mayor pero aún hermosa se hallaba detrás de Paul Lederman.

– ¿Y qué me dices de organizar tus fiestas? ¿De agasajar a tus invitados importantes? ¿De tus caprichos? ¿Tus necesidades? ¿Tu salud? -la mujer miró a Mallory en un búsqueda obvia de comprensión femenina.

En las profundidades castañas, Mallory vislumbró una tristeza y un cansancio que le desgarraron el corazón. Sin conocer todos los hechos, imaginó a la señora Lederman como a una mujer muy parecida a su madre, que sacrificó todo con el fin de favorecer los deseos de su marido.

Pero no podía permitirse el lujo de compadecerse de la esposa de su cliente. No si quería convencer al hombre de que podía representarlo al máximo de su capacidad.

Se concentró en él. No pudo leer al hombre ni los sentimientos que le inspiraba la que iba a ser su ex mujer. Pero vio a un hombre que envejecía, con una ligera barriga y escaso pelo, casado con una mujer elegante y atractiva que todavía deseaba ser su esposa.

– Sugiero que a partir de ahora se comuniquen a través de sus abogados -indicó Jack con voz amable pero firme.

– No sabía que ya habías contratado a los tuyos -comentó la señora Lederman con semblante triste.

– Aún no he tomado una decisión -Paul Lederman tosió una vez.

– Pero eso no significa que no deba protegerse -aconsejó Mallory.

– La dama tiene razón -asintió-, porque pienso contratar a los mejores.

Mallory reconoció la sutil implicación de que todavía no había decidido si Waldorf, Haynes merecían el trabajo, pero en ese momento su enfoque estaba en la señora Lederman y su dolor.

– No me asustas, Paul. Veo en ti a un hombre incapaz de reconocer lo mejor cuando lo tiene en su vida -con las emociones contenidas, se alejó con la cabeza alta.

– No sabía que todavía vivían juntos -Jack rompió el silencio incómodo que reinó.

– Juntos, no -bufó Lederman. -En extremos opuestos del centro. No quiere marcharse. Dice que me ama pero lo que de verdad quiere dar a entender es que no permitirá que la acusen de abandono. Desde su punto de vista, lo mío es suyo y lo suyo es suyo. El maldito lugar se está convirtiendo en La guerra de los Rose -se levantó con rapidez. -Y quiero a alguien que me saque de esto sin una mella considerable en mi cartera -musitando para sí mismo, se marchó y los dejó solos.

– Maldita sea -Jack gimió y se pasó una mano por el pelo-. Es explosivo. No quiero perder a este cliente.

Mallory asintió.

– Aunque nos dé el caso, con su personalidad, si no podemos controlarlo, ella terminará por tener mejor imagen y ganarse las simpatías de todos -martilleó con el lápiz sobre el bloc de notas-. Hay una historia detrás de cualquier fachada amable. Quizá la señora Lederman tenga un amante.

Jack enarcó una ceja. Aunque se había incorporado a Mallory a ese caso por su género, había esperado tener que enfrentarse a cierta empatía femenina mientras trabajara con ella. Pero ahí la tenía, concentrada en las necesidades de su cliente. Debería estar impresionado, pero la ecuanimidad de ella lo molestaba de un modo que no lograba entender. Después de todo, ¿no sabía ya que era ambiciosa?

– ¿Y si es el señor Lederman quien engaña? -preguntó, curioso por ver cómo salvaba ese dilema hipotético.

Mallory se encogió de hombros.

– Todo se reduce al poder. Quienquiera que tenga más poder, en este caso dinero y fuerza de voluntad, gana. No da la impresión de que vayamos a recibir una gran oposición de la señora Lederman -se detuvo para reflexionar.

Durante un momento, Jack albergó la esperanza de que mostrara algún signo de emoción femenina. Pero al instante el momento pasó y Mallory volvió a mirarlo con la determinación reflejada en su rostro.

– Deberíamos aprovecharnos del hecho de que no parece querer el divorcio -continuó. -Emplear eso a nuestro favor para convencer a Lederman de que tenemos la mejor estrategia.

– Todavía no quiere el divorcio. Pero si recibe un golpe duro, lo más probable es que contrate a un abogado que ataque por ella.

– Exacto -la voz de Mallory subió de tono por la excitación que invadió su espíritu.

– ¿Qué propone?

– Debemos atacar primero y el único modo de hacerlo es ganando el control del caso. Llamaré a Rogers para ver qué logra desenterrar en el pasado de la señora Lederman. Mientras tanto, usted interrogue al señor Lederman. Además, es más factible que se abra con usted. Los lazos masculinos y todo eso.

El esbozó una leve sonrisa. No pudo evitarlo. Le encantaba la actitud de ella de tomar el mando.

– ¿Alguna otra orden?

Un rubor inesperado se extendió por las mejillas de Mallory. Durante unos breves segundos, él se preguntó si lograría que esa sangre bombeara con más potencia. Hasta que se dio cuenta de que estaba fantaseando con Mallory. Su colega formal, tiesa y probablemente reprimida.

Era evidente que necesitaba tener contacto con una mujer y pronto. Sequía sexual. No había otra explicación para las reacciones extrañas que despertaba en él su asociada.

– Lo siento -ella movió la cabeza. -No sé en qué pensaba.

– De hecho, diría que ha dado en el blanco y pensado con claridad. Adelante, llame al investigador privado. Si Lederman ve que invertimos tiempo y dinero en él sin tener una garantía, es factible que quede impresionado. Y estoy seguro de que podré decantarlo a nuestro favor antes de que concluya el viaje.

– ¿De verdad? ¡Quiero decir, fantástico! Me pondré manos a la obra.

Su sorpresa era tangible. Dada su probable historia con los otros socios del bufete, Jack lo entendía. Pero no era dado a descartar una buena idea por el simple hecho de que no se había originado en él. Las ideas de Mallory eran sólidas y coincidían en la forma de llevar el caso. Harían un buen equipo.

– Adelante.

Ella lo miró y asintió.

Jack fue incapaz de romper el contacto visual. ¿Por qué le importaba lo que ella pensaba o sentía mientras cumpliera bien con su trabajo? ¿Por qué tenía la permanente sensación de que poseía un lado femenino? Los sentimientos que le inspiraba Mallory Sinclair carecían de sentido. Aunque dudaba de que Lederman estuviera limpio, estaba seguro de que Mallory tenía razón. Si hurgaban a suficiente profundidad, descubrirían algún trapo sucio de la señora Lederman,

Pero la dura indiferencia de Mallory por la situación de la otra mujer no lo abandonaba. Y sabía por qué. Esa firme determinación de tener éxito a toda costa le recordaba la tenacidad de su madre en tomar lo que quería fuera del matrimonio, sin importarle las repercusiones que tuviera sobre su padre. Una extraña analogía, pero certera.

Y que despertaba el deseo de ver hasta dónde llegaría en nombre del trabajo. Adelantó el torso.

– Mallory.

– ¿Sí? -se detuvo mientras recogía sus cosas.

– Si se encuentra con la señora Lederman, y es posible que lo haga…

– No se preocupe, Jack -se levantó. -Puedo manejarla -respiró hondo. -Puedo llegar a la esposa vulnerable que acabamos de ver. De mujer a mujer, ya sabe.

Jack cerró los ojos. Lo sabía. Era el motivo exacto por el que la habían elegido para ese caso. Pero oírselo exponer de forma tan indiferente, como si no se identificara en nada con la señora Lederman, le ofrecía una impresión de ella en la que no quería creer. Su lado profesional estaba impresionado, pero el hombre anhelaba ver que era humana, que al menos sentía una afinidad femenina con la señora Lederman, aunque no pudiera actuar de acuerdo a dichos sentimientos.

Y aún quería saber que no era tan fría ni calculadora como parecía.

– Aunque sea una vez en este viaje, me gustaría ver a la mujer que hay detrás de la fachada helada.

Se puso rígida y Jack maldijo para sus adentros. No había tenido la intención de hablar en voz alta ni de insultarla. Simplemente, no era capaz de entender las emociones encontradas que despertaba en él. Pero no era una excusa y dudó que ella lo entendiera.

Mallory pegó el bloc contra el pecho. -Doy por sentado que no ha sido un cumplido.

– Escuche, no pretendía decir nada con ello. Solo fue un comentario irreflexivo…

– Sin tacto y machista. No me ha ofendido -pero los labios le temblaban al hablar.

No la creyó. Aunque no había salido corriendo dominada por el llanto y su fortaleza lo impresionaba, había logrado agrietar la máscara fría que había pegado en su rostro. En esa ocasión ella no fue capaz de ocultar el dolor que las palabras le habían producido.

Se sintió más rastrero que una serpiente. Había conseguido lo deseado. No había visto su lado femenino pero sabía que uno existía. Por desgracia, en el proceso había obtenido poca satisfacción y no solo por haberla herido, sino porque al causarle dolor, había aprendido algo sobre sí mismo y Mallory. Le importaban sus sentimientos… algo raro en él en lo referente a las mujeres.

La miró a la cara. Ella había logrado exhibir una sonrisa falsa que Jack no se tragó.

– Nos vemos -dio media vuelta y se marchó, con la falda azul demasiado larga y el pelo recogido en un moño poco atractivo.

– Demonios -dijo en voz alta. Miró en torno a la playa, que se había llenado de mujeres. Mujeres poco vestidas, solteras.

Si Mallory lo atraía de tantas maneras, debía de haber un motivo.

Quizá solo necesitaba hacer el amor.

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