Capítulo 18

Las hermanas de Dakota se miraron con idénticas expresiones de sorpresa. Su madre se abalanzó sobre ella y la abrazó.

– ¿De verdad? ¿No estás gastándome una broma para distraerme?

– Nunca haría eso. Estoy embarazada, lo cual es muy inesperado dado mi historial médico. No tenía esto planeado, pero no puedo evitar alegrarme.

– Finn debe de tener unos espermatozoides asombrosos -dijo Montana-. Es de Finn, ¿verdad?

Dakota se rio.

– Sí, es suyo. No ha habido nadie más. Sé que es complicado y que él no quería esto, pero no puedo evitar estar feliz. Voy a tener un bebé cuando pensaba que jamás podría tenerlo.

– Seguro que estás practicando tanto sexo que has vencido todo pronóstico -le dijo Nevada-. Estadísticamente siempre es posible. Solo necesitas que se den las circunstancias apropiadas.

Dakota dio un paso atrás y se dio una vuelta.

– Me da igual si han sido sus espermatozoides, o la luna o una invasión alienígena. ¡Estoy emocionada! -sí, seguro que tener dos hijos tan seguidos era todo un desafío, pero si otras mujeres habían podido con ello, ella también podría.

– Cuando decidiste ser madre, lo hiciste a lo grande -dijo Denise con una carcajada-. Si tú estás feliz, yo estoy feliz.

– Lo estoy. A Hannah le va a encantar tener un hermanito o hermanita.

Montana y Nevada se miraron y Dakota supo exactamente lo que estaban pensando.

– No, no se lo he dicho -dijo respondiendo a la pregunta que no le habían formulado-. Lo haré. Sé que tengo que hacerlo. Y sé que no se lo va a tomar bien. Finn me dejó claro qué es lo que quiere de la vida y no quiere más responsabilidades. Ha sido genial con Hannah, pero no es su hija. Puede irse cuando quiera. Un bebé lo cambiará todo para él.

Se acercaba una gran tormenta emocional. Por mucho que quisiera creer que a él le haría feliz, sabía bien que no sería así. Incluso podría pensar que ella había intentado engañarlo. Pasara lo que pasara, lo superaría. Y aunque él se marchara, estaría bien. Los corazones rotos acababan sanándose y el suyo también lo haría. Porque tendría a su bebé.

– Puede que te sorprenda -le dijo su madre con una expresión esperanzada.

– No lo creo -respondió Nevada-. En estos casos los hombres suelen decir la verdad. Si un hombre dice que no quiere familia, lo más seguro es que no esté mintiendo -se giró hacia Dakota-. Lo siento. Ojalá me equivoque, pero no quiero verte sufrir más.

– Lo sé -Dakota comprendía los riesgos que corría. Finn y ella habían comenzado una relación movidos por el sexo y la atracción y a lo largo del camino, ella había ido descubriendo que era un tipo genial. Había empezado a sentir que estaba enamorándose y se había dado cuenta de que ése era el mayor problema al que se enfrentaría: estar enamorada de un hombre que lo único que quería era marcharse de allí.

Ahora tenía que explicarle que eso de que no podía tener hijos había resultado no ser verdad del todo y la conversación no pintaba muy bien.

– A lo mejor te sorprende -dijo Montana-. Puede que se enfade al principio y que luego se dé cuenta de que esto es lo que ha querido siempre. A lo mejor está enamoradísimo de ti y no sabe cómo decírtelo.

– Lo siento, cielo, pero creo que Dakota tiene razón -dijo su madre entre suspiros-. No creo que Finn se alegre de esto.

– Lo sé -Dakota sonrió-. Estaré bien, pase lo que pase. Sé que os tengo a vosotras, a mis hermanos y a todo el pueblo. Y tengo a Hannah… y voy a tener un bebé. ¡Es un milagro! Pase lo que pase, tendré mi milagro. Casi nadie puede decir eso, la mayoría de la gente vive su vida sin experimentar algo así. Tener a Finn a mi lado habría sido fantástico, pero me conformo con lo que tengo.

– Lo quieres -dijo Nevada.

– Pero no quería admitirlo.

¿Amor? Amor… Le dio vueltas a ese concepto en su cabeza y vio que encajaba. Lo amaba. No había duda de que lo amaba desde hacía tiempo.

– Será un final feliz nada convencional -les dijo-. No tendré al chico, pero tendré todo lo demás. Y con eso me bastará.

Se acercaron a ella y la abrazaron. Ella sintió su amor bañándola y fortaleciéndola. Había gente que tenía que pasar sola por situaciones mucho peores, pero ella era afortunada. Tenía a su familia y se tenía a sí misma.


Finn comprobó las cajas que había cargado. Era un buen día para volar; el viento era suave, el cielo estaba despejado e iría a Reno. Estaría de vuelta en menos de una hora, pero siempre era interesante volar a un lugar donde no había estado antes.

Estaba disfrutando del espacio aéreo de la Costa Oeste. El tiempo era predecible y había mucho más aeropuertos. Había gente por todas partes, pequeños pueblecitos y grandes ciudades. En lugar de montañas heladas y tormentas árticas, tenía que encontrar su camino tras la estela de aviones comerciales 757. Distintos retos, la misma emoción.

Llevaba eso de volar en la sangre y era algo de lo que no podía, ni quería, escapar. Lamentaba que ninguno de sus hermanos estuviera interesado en la aviación, pero lo aceptaba. A él tampoco le habría gustado que lo hubieran obligado a dedicarse a otra cosa.

Terminó de hacer anotaciones y fue hacia la oficina. Si volvía pronto, podría hacer un segundo trayecto ese mismo día y Hamilton se pondría muy contento. Ese hombre le recordaba a su abuelo; ambos inteligentes emprendedores, pacientes, honestos y generosos. Eran hombres de otro tiempo.

– ¿Finn?

Se detuvo y se dio la vuelta. Sasha estaba allí.

Lo habían expulsado del programa la noche anterior, pero dado lo que se había emitido sobre Lani y él, no era de extrañar que los espectadores se hubieran sentido engañados.

Se había preguntado si Sasha estaría decepcionado, pero ahora que lo veía acercarse con esa expresión, supuso que traía buenas noticias.

Sabía que no volvería a South Salmon, pero aun así se detuvo y esperó a que su hermano hablara.

– ¿Viste el programa? -le preguntó más contento que triste-. No puedo creerme que nos pillaran. Habíamos tenido mucho cuidado -se encogió de hombros y sonrió-. Aunque supongo que no lo suficiente.

– No pareces muy disgustado.

– Me voy a Los Ángeles. Esta mañana me ha llamado un agente y quiere que me vaya allí. Vamos a hablar y ya tiene algunas ideas sobre dónde va a mandarme. Hay una serie en la que quieren sustituir a uno de sus personajes y también un pequeño papel en una película.

Sasha siguió hablando y contándole que esa misma tarde, Lani y él podrían rumbo hacia allí y que se alojarían en un apartamento. Al parecer, ella también tenía un casting.

Finn supo que había llegado el momento de dejarlo volar.

– Esto es lo que quiero de verdad, aunque sé que estás decepcionado.

– Un poco, aunque no sorprendido. Llevabas tiempo apuntando en esta dirección.

– Casi parece que no estés enfadado.

– Y no lo estoy. No diré que no me hubiera gustado que todo fuera distinto, pero tienes que tomar tus propias decisiones y vivir con las consecuencias. Espero que todo esto sea para mejor y que salgas en la tele o en una película.

– ¡Gracias! -exclamó su hermano, feliz y sorprendido-. Creía que estarías furioso.

– Me has dejado agotado, chaval. Ya no tengo fuerzas ni para eso -sacó su cartera y contó el dinero que había sacado de su cuenta esa misma mañana-. Aquí tienes trescientos dólares y un cheque con mil más. Búscate un lugar decente donde vivir e intenta comer bien.

– No sé qué decir -admitió aceptando el dinero-. De verdad que te lo agradezco. Esto cambiará mucho las cosas.

– Tu hermano va a terminar los estudios. El dinero sigue ahí, en vuestro fondo de estudios. Si decides volver, podrás terminar siempre que quieras.

– Eres el mejor hermano que alguien puede tener. Sé que he sido un fastidio, pero no lo hice a propósito.

Finn sintió un nudo en la garganta.

– La mayoría de las veces, sí.

Sasha se rio.

– Puede que un cincuenta por ciento -se puso serio-. Has hecho un gran trabajo con nosotros. Mamá y papá estarían orgullosos. Tengo un plan. Ya puedes dejar de preocuparte por mí.

– Eso no pasará nunca, pero estoy preparado para dejarte marchar.

Se dieron un abrazo y unas palmaditas en la espalda, conteniendo la emoción para no mostrar demasiados sentimientos, y después Sasha se guardó el dinero y se alejó.

Finn había ido a Fool’s Gold para obligar a sus hermanos a volver a casa. Había creído que el único lugar donde tenían que estar era o la universidad o South Salmon, pero se había equivocado. Ninguno de sus hermanos regresaría y, por extraño que pareciera, le parecía bien.


Dakota llegó al trabajo a la mañana siguiente con grandes ansias de café y la promesa de que antes de que se pusiera el sol, le habría contado a Finn lo del bebé o tal vez, antes de que terminara la semana.

No quería ser una cobarde ni ocultarle esa información, pero es que estaba tan feliz que quería seguir estándolo un poco más. Quería fingir que todo estaba bien y quería imaginarse una casa con un gran árbol en el jardín y dos niños jugando junto a ella y Finn.

Porque, por mucho que deseaba ese bebé, también deseaba estar con el padre de ese bebé. La gran sorpresa no era que se hubiera enamorado de él, sino que hubiera tardado tanto tiempo en darse cuenta.

Caminó hacia las improvisadas oficinas de producción y se sorprendió al ver frente a ellas unos grandes camiones. Vio a unos tipos cargando cajas y todo apuntaba a que se marchaban.

Vio a Karen sentada en una mesa en mitad de la acera.

– ¿Qué está pasando? ¿Por qué estás trabajando aquí fuera?

Karen la miró. Tenía los ojos rojos e hinchados, como si hubiera estado llorando.

– Se termina. El programa ha sido cancelado. Geoff me llamó desde el aeropuerto. Él ya está en Los Ángeles.

– ¿Cancelado? ¿Cómo pueden hacer eso? ¿Quién ha ganado?

– Nadie. Empezamos con audiencia, pero los índices bajaron a la tercera semana. Es un desastre.

– ¿Y qué pasa con los concursantes?

– Se van a casa.

– ¿Y qué pasa contigo?

Se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Trabajo para Geoff y ahora mismo eso no es nada bueno. Tengo muchos amigos en el negocio y ellos me ayudarán. Tengo que trabajar con otra productora -suspiró-. Tengo ahorros. Estas cosas pasan todo el tiempo, así que si quieres sobrevivir, tienes que estar preparada para pasar semanas sin trabajo. Supongo que la gente se estará preguntado si yo sabía algo de esto, pero no. No sabía nada.

– Lo siento -no sabía qué más decir. No comprendía cómo se podía invertir tanto dinero en un programa para luego cancelarlo en unas pocas semanas-. Si necesitas una recomendación o si puedo ayudarte de algún modo, por favor, dímelo.

– Gracias -Karen miró su reloj-. Será mejor que vayas a tu despacho y recojas tus objetos personales, porque van a desmantelarla a las nueve.

– De acuerdo. Lo haré -se quedó allí unos segundos más, pero Karen centró la atención en sus papeles y no volvió a alzar la mirada.

Mientras caminaba hacia su pequeño despacho, sacó el teléfono y le dejó un mensaje a la alcaldesa, aunque suponía que la noticia ya habría corrido como la pólvora. Miró a su alrededor y vio a gente cargando vehículos y marchándose. La televisión había llegado y se había hecho con el pueblo, pero tenía la sensación de que en cuestión de horas sería como si nunca hubieran estado allí. Tal vez así era ese negocio: una ilusión que nunca duraba.


Al mediodía, Dakota estaba de vuelta en su viejo despacho preparada para ponerse manos a la obra con el plan de estudios para el que la habían contratado. Había tenido una breve reunión con Raúl para hablar, como él lo llamaba, de su plan de juego. Se lo permitía, por un lado, porque había jugado como quarterback en la Liga Nacional y los deportes le hacían sentir bien y, segundo, porque era el que le pagaba el sueldo.

Antes de que su campamento de verano se hubiera transformado en una escuela elemental, su sueño había sido abrir unas instalaciones para niños de secundaria en las que se haría hincapié en las Matemáticas y las Ciencias. Estarían allí durante tres o cuatro semanas y volverían a sus escuelas entusiasmados por lo que podían llegar a conseguir en esas dos materias. Ya que la escuela elemental necesitaría las instalaciones durante al menos dos años, tenían tiempo más que de sobra para preparar su plan de estudios.

Montana llegó al despacho exactamente a las dos, con una correa en una mano y empujando un carrito con la otra. Buddy iba deteniéndose cada ciertos pasos para comprobar el estado de la niña y asegurarse de que estaba bien.

– No sé si Buddy sería un buen padre si fuera humano, o si estaría todo el día tomando Prozac -dijo Montana.

– Es muy guapo, seguro que descubriría el mundo de las chicas y se le olvidaría ir a recoger a sus hijos a la guardería.

Montana se agachó y acarició al perro.

– No la escuches, Buddy, yo sé que nunca se te olvidaría recoger a tus hijos de la guardería. No le hagas caso a mi hermana. ¿Quién es mi perrito bonito?

Dakota se rio.

– Lo siento, Buddy, solo estaba de broma -tomó a Hannah en brazos-. ¿Cómo está mi chica?

– Se ha portado genial y está comiendo mucho mejor. Te juro que la veo crecer. No puedo decir que me gusten los pañales llenos de caca, pero se me da muy bien cambiarla.

– Te agradezco que estés cuidando de ella. Ahora que ya estoy aquí, podría traerla al trabajo tres días a la semana como poco. Así que ya no te necesitaré tanto. Mamá se quedará con ella uno de estos días y ya me han llamado otras cinco mujeres del pueblo diciendo que quieren cuidarla otro día.

– Debe de ser genial ser tan popular.

– No es por mí, es por Hannah. Es más popular que todas nosotras.

Montana se sentó en el borde del escritorio.

– No creo que yo pudiera hacer lo que tú.

– ¿Planes de estudio?

– Tener un bebé sola… Bueno, dos bebés.

– No estaba planeado -admitió Dakota, diciéndose que no podía dejarse llevar por el pánico ante la idea de ser madre soltera de dos niños-. Admitiré que estoy asustada, pero no voy a pensar en eso. Los dos niños son una bendición.

– ¿Y qué es Finn?

Una buena pregunta, aunque una que no podía responder.

– Lo quiero -dijo y se encogió de hombros-. Sé que es estúpido, pero no he podido evitarlo. Él… -sonrió-. Él es el único para mí.

– ¡Vaya! Así que ya has encontrado a tu hombre.

– No estoy diciendo que haya sido una elección inteligente.

– Podría funcionar.

– Te agradezco tu lealtad, pero ¿de verdad lo crees?

– Podría sorprenderte.

– Dakota la miró con escepticismo.

– Me ha dejado claro que quiere recuperar su antigua vida y ahora que sus hermanos se van, ya es libre del todo. Sé que le importo, pero no es lo mismo que el amor.

– Entonces, ¿no vas a preguntárselo?

– No voy a volverme loca deseando algo que jamás se hará realidad.

Montana empezó a hablar, pero se detuvo.

– Dime qué puedo hacer para ayudar.

– ¿Qué ibas a decir?

– Que estás rindiéndote sin intentarlo. Si lo amas, ¿no deberías al menos intentar que las cosas funcionen? ¿Luchar por él? Aún no te ha dicho que no y eso es porque aún no le has contado nada.

– Se lo diré. Estoy esperando porque sé qué es lo que va a pasar y no quiero arruinar lo que tenemos. Confía en mí. Cuando Finn se entere de que estoy embarazada, habrá marcas de ruedas en la carretera.

– Si tú lo dices…

La conversación no estaba desarrollándose como Dakota había pretendido, y empezó a enfadarse. Se dijo que no era culpa de Montana, que ella no lo entendía, y que solo el hecho de desear algo no hacía que eso se cumpliera.

– Tienes que darle la oportunidad de sorprenderte -murmuró Montana-. Y puede que lo haga.

Dakota asintió porque no quería discutir, pero sabía que la verdad era muy distinta.


Aquella noche la pasó muy inquieta; no podía olvidar la discusión con su hermana y no podía ignorar la voz que le decía que estaba escondiéndose en lugar de ser sincera. Que Finn y ella se merecían algo mejor.

Cuando lo recibió en casa esa noche, tenía una salsa marinera en el fuego y una suave música de fondo. Hannah ya estaba echándose su siesta.

– Hola -dijo Finn al entrar-. ¿Qué tal tu primer día lejos de la televisión? ¿Lo echas de menos?

Le sonrió mientras le hablaba, con esos ojos azules destellando suavemente. Era alto, fuerte y guapo. Alguien en quien podría apoyarse para siempre.

Tal vez nunca se había enamorado hasta ahora porque no había encontrado al hombre adecuado. Siempre había tenido una sensación de vacío, pero ahora con Finn se sentía llena… completa.

Esperó a que él cerrara la puerta y lo abrazó dejando que la besara. Decirle lo que sentía podía llevarlos al desastre, pero demostrárselo, eso podría ser distinto.

Lo besó con intensidad y volcando en ese beso toda su frustración, su amor y su preocupación. Finn la abrazó con fuerza, como si sintiera que ella lo necesitaba.

Un fuerte deseo tomó protagonismo, pero fue más que un mero deseo sexual. Fue un deseo de lo que podrían haber tenido juntos.

Sin poder decir nada, lo llevó hasta su dormitorio y dejó la puerta abierta para poder oír a Hannah si lloraba.

Una vez estuvieron en la oscuridad del dormitorio, se giró hacia él. En sus ojos pudo ver preguntas, pero él no le preguntó nada. Al parecer, sabía que ella necesitaba algo más que una conversación.

Le quitó la camiseta y ella se desabrochó el sujetador. Cuando estuvo desnuda de cintura para arriba, él agachó la cabeza y tomó en su boca su ya terso pezón mientras le acariciaba el otro pecho con la mano.

Su boca era cálida y su lengua la excitó, pero con eso no le bastó. Deseaba más. Lo quería todo de él, lo quería llenándola, tomándola. Lo necesitaba. Necesitaba esa conexión.

De nuevo, él le leyó la mente y, así, le desabrochó los pantalones. Ella terminó de desnudarse e inmediatamente, Finn deslizó una mano entre sus piernas. Ya estaba húmeda y comenzó a acariciarla con el pulgar antes de introducir en ella dos dedos.

Un sinfín de sensaciones la asaltaron, provocadas por su boca en sus pechos y su mano acariciándola. Finn se adentró más y encontró esos lugares que hicieron que se le entrecortara la respiración. Aunque Dakota se aferró a él, no pudo evitar que le temblaran las piernas. Estaba teniendo dificultades para mantenerse en pie, pero no quería que parara. No quería que nada la distrajera del modo en que él la estaba haciendo sentir.

La invadieron la tensión, el placer y el deseo de ser arrastrada hasta un océano de satisfacción. Estaba acercándose más y más, tan cerca que…

Él se detuvo y ella gritó a modo de protesta, no segura de lo que estaba pasando. Antes de poder decir nada, Finn la había sentado en la cama y él se había arrodillado para, a continuación, separarle las piernas y acariciarla con la lengua. La besó íntimamente mientras seguía hundiendo sus dedos en ella.

Sentir su lengua y su aliento fue demasiado y al instante ya estaba gimiendo mientras su cuerpo se sacudía y se estremecía de placer.

Al momento, Finn se puso de pie, se desnudó y se reunió con ella en la cama.

– Dakota -susurró él al hundirse dentro de ella.

Ella lo recibió rodeándolo con sus piernas por las caderas y acercándolo a sí. Normalmente cerraba los ojos, pero en aquella ocasión los mantuvo abiertos para ver cómo la miraba. Estaban conectados. Dakota sentía lo que él sentía y, así, cuando él se acercó al borde del éxtasis, también lo hizo ella y juntos y aferrados el uno al otro se dejaron invadir por el placer.

La noche cayó a su alrededor y tuvieron la sensación de haber estado siempre juntos y de que jamás podrían separarse.

«Te quiero».

Ella pensó en esas palabras, pero no las pronunció porque sabía que, una vez que las dijera, tendría que contarle la verdad y después esas palabras serían una trampa. Un modo de obligarlo a quedarse a su lado.

Ojalá…

Pidió un deseo a las estrellas. ¿Era mucho pedir estar con el único hombre al que había esperado durante toda su vida?

Mientras formaba la pregunta oyó a Hannah suspirar y obtuvo su respuesta. Ya había recibido mucho y no podía tenerlo todo.

Aunque no pudiera tener a Finn, tendría a su hijo y con eso bastaría, de algún modo.

Загрузка...