Capítulo 4

El aeropuerto situado en la zona norte de Fool’s Gold tenía dos pistas y carecía de torre de control, por lo que los pilotos eran responsables de mantenerse alejados unos de otros. Finn estaba acostumbrado a volar en esas circunstancias; en South Salmon era igual, aunque con un clima mucho peor.

Salió de su coche alquilado y fue hacia la Oficina Central de Aviación de Fool’s Gold. Le habían dicho que era el mejor lugar para informarse sobre el alquiler de un avión. Además, aprovecharía para hablar con el propietario, tal vez podía encontrar un trabajo extra. No estaría allí sin hacer algo más productivo que transportar a los concursantes del programa dos veces por semana.

Llamó a la puerta, que estaba abierta, y entró. Allí había unos cuantos escritorios destartalados y una cafetera sobre una mesa junto a la ventana con vistas a la pista principal. Una mujer estaba sentada en uno de los escritorios.

– ¿Puedo ayudarle en algo?

– Estoy buscando a Hamilton -le habían dado un apellido y poco más.

La mujer, una guapa cincuentona pelirroja, suspiró.

– Está con los aviones. Le juro que si pudiera dormir con ellos, lo haría -señaló al oeste-. Por ahí.

Finn asintió, le dio las gracias y rodeó el edificio. Vio a un hombre mayor agachado sobre un neumático de un Cessna Stationair.

Finn conocía el avión. Podía volar durante siete horas y sus puertas dobles facilitaban el transporte de mercancías.

Hamilton vio a Finn acercarse.

– Anoche al aterrizar me pareció que había perdido la válvula del neumático. Ahora parece que está bien.

Se acercó a Finn y le estrechó la mano. Debía de tener unos setenta años.

– Finn Andersson.

– ¿Eres piloto?

– Sí.

Finn le habló de su negocio de transportes en Alaska.

– Aquí no tenemos ese clima. Estamos por debajo de los ochocientos metros, así que nos libramos de lo peor de la nieve y del viento. Hay algo de niebla, pero nada como con lo que tú tienes que lidiar. ¿Qué te ha traído a Fool’s Gold?

– Mis hermanos -admitió y le contó lo de los gemelos y el concurso-. Voy a trabajar transportando a concursantes. Supongo que así se ahorran dinero.

– No me importa quién alquile mis aviones siempre que sepa lo que hace. Y me parece que tú sabes.

Finn sabía que a ese hombre no le bastaría con su palabra, pero tenía credenciales que mostrarle.

– Estaré aquí unas cuantas semanas y me preguntaba si usted necesita algún piloto. Puedo transportar pasajeros o mercancías.

Hamilton sonrió.

– Tengo trabajo extra y odio rechazarlo, pero solo puedo hacer un vuelo cada vez. Hay mucho que hacer. A la gente rica le gusta ir al pueblo en avión, les hace sentir especial. El restaurante del hotel está de moda y yo les llevo el pescado. Tengo contratos con unas cuantas empresas de reparto y esas cosas. Dime cuándo quieres trabajar y te tendré ocupado.

– Se lo agradecería -le dijo Finn, aliviado al saber que no tendría que pasarse el día sentado y viendo a sus hermanos.

– Vamos a mi despacho a ver cómo tengo la agenda. Supongo que tendré que hacerlo oficial y comprobar tu licencia. Si tienes tiempo, podemos salir a pilotar cuando terminemos con el papeleo.

– Tengo tiempo.

– Bien.

De nuevo en la oficina, entraron en el despacho de Hamilton. Era pequeño, pero estaba ordenado. Había fotografías de viejos aviones cubriendo las paredes.

– ¿Cuánto tiempo lleva aquí? -le preguntó Finn.

– Desde que era pequeño. Aprendí a volar antes que a conducir, eso seguro. Nunca quise hacer otra cosa. Mi mujer no deja de decirme que nos mudemos a Florida, pero no sé… tal vez pronto… El negocio está en venta, por si te interesa.

– Tengo un negocio, aunque aquí se pueden hacer muchas más cosas -no solo repartos y transporte de mercancías y de personas, sino también esa idea que tenía de impartir clases de vuelo.

«Deja tus sueños para otro momento», se recordó; para cuando supiera con seguridad que sus hermanos eran lo suficientemente adultos como para no cometer ninguna estupidez.

– Si cambias de opinión, dímelo -le dijo Hamilton.

– Será el primero en saberlo.


En su vida normal, Dakota pasaba el día elaborando planes de estudio para programas de Matemáticas y Ciencias. En teoría, en un año o dos, los estudiantes de todo el país podrían ir a Fool’s Gold y pasar un mes inmersos en un programa de Matemáticas o Ciencias. Dakota y Raúl trabajaban duro para solicitar donaciones de benefactores privados y de empresas. Era un trabajo que la llenaba, era un trabajo que suponía una diferencia, ¿pero estaba haciendo ahora algo importante? No. Por el contrario, había pasado la última hora al teléfono hablando con distintos hoteles de San Diego negociando habitaciones en las que los concursantes pudieran tener sus citas de ensueño.

La puerta de su improvisado despacho se abrió y allí apareció Finn. Hacía días que no lo veía, desde que se había anunciado a los concursantes. Casi se había esperado leer un artículo en el periódico local diciendo que dos gemelos habían desaparecido, pero por el momento, Finn parecía estar controlándose.

– ¿Interrumpo algo?

– Sí, y no sabes cuánto te lo agradezco -soltó los papeles que tenía en la mano-. ¿Sabes que tengo un doctorado? Puedo hacer que la gente me llame doctora. No lo hago, pero podría. ¿Y sabes lo que estoy haciendo ahora con esa titulación?

Él se sentó.

– ¿No te gusta tu trabajo?

– Hoy no -dijo con un suspiro-. Me digo que estoy haciendo lo correcto, me digo que estoy ayudando al pueblo, pero…

– Deja que adivine, no está funcionando.

– Estoy a un paso de golpearme la cabeza contra una pared y eso nunca es una buena señal. Como experta en psicología, soy muy consciente de ello.

Se recostó en su silla y lo observó. Finn estaba guapo, aunque eso no era ninguna sorpresa. ¿Cuándo lo había visto mal? Era un hombre formal y cumplidor, y así lo demostraba su preocupación por sus hermanos. El siguiente pensamiento lógico sería que era un buen tipo, pero por el contrario se vio reconociendo que era la definición exacta de un tío bueno.

– ¿Puedo ayudarte? -preguntó él.

– ¡Ojalá! -respondió ella con un suspiro-. Hablemos de otra cosa. Cualquier otro tema me animaría más -señaló unos papeles que tenía sobre la mesa-. Veo que Geoff ha mantenido su palabra y eres el piloto para las citas. Lo que estás haciendo por tus hermanos… -sonrió-, digamos que todos los padres de América estarían orgullosos.

– Es una forma de verlo, pero preferiría no estar aquí -la miró-, excluyendo lo presente.

– Gracias. ¿Sigues pensando en entrometerte entre Stephen y Aurelia?

Finn se encogió de hombros.

– En cuanto se me ocurra qué hacer. Aún no han tenido ninguna cita y mis hermanos están evitándome.

– ¿Y te sorprende?

– No. Si fuera ellos, yo también estaría evitándome -sacudió la cabeza-. ¿Por qué no han podido rebelarse en Alaska?

– ¿Echas de menos tu casa?

Finn se encogió de hombros.

– Un poco. Esto es diferente.

– ¿Por el paisaje o por la gente?

– Por las dos cosas. Comparado con donde yo vivo, Fool’s Gold es como la gran ciudad. En South Salmon aún hay varios metros de nieve, pero los días cada vez son más largos y cálidos. Bill, mi socio, y yo deberíamos estar preparándonos para la temporada de más trabajo, pero ahora Bill tendrá que hacerlo solo. Vamos a tener que contratar temporalmente a algunos pilotos.

– Eso no debe de ser muy bueno.

– Es un fastidio.

– Y culpas a tus hermanos.

Él enarcó una ceja.

– ¿Alguna razón por la que no debiera hacerlo?

– Técnicamente no tienes por qué estar aquí.

– Sí, sí que tengo por qué -miró por la ventana-. Si no estuviera preocupado por mis hermanos y por el trabajo, estar aquí no estaría tan mal.

Ella sonrió.

– ¿Estás diciendo que te gusta Fool’s Gold?

– La gente es muy agradable. He ido al aeropuerto y he hablado con un hombre sobre alquilar aviones para el programa. Voy a trabajar con él el tiempo que esté aquí.

– ¿Para transporte de mercancías?

Él asintió.

– No sabía que transportáramos mercancías dentro y fuera de Fool’s Gold.

– Te sorprendería saber lo que llega por transporte aéreo. Incluso aquí. Además, tiene vuelos chárter para llevar a gente a lugares remotos.

– ¿Haces eso en South Salmon?

– A veces, aunque Bill y yo estamos especializados en mercancías. He pensado en expandir el negocio o incluso en abrir una empresa nueva, pero Bill quiere evitar tener que tratar con pasajeros. Puede ser difícil de creer, pero yo soy el más sociable de los dos.

Sonrió y ella experimentó una sacudida de calor en su interior mientras se le encogían los dedos de los pies. Por suerte, eso era algo que él no pudo ver.

– ¿Y estás preparado para llevar turistas? -le preguntó intentando cambiar de tema.

– Puede ser divertido. También he pensado en abrir una escuela de vuelo. Ahí arriba hay mucha libertad, pero tienes que tener cuidado. Mi padre solía decir que solo sabía que yo no estaba cometiendo locuras cuando estaba volando -se rio-. Aunque, claro, se equivocaba. Aun así, te enseña responsabilidad.

– Parece que es tu vocación.

– En cierto modo, sí -la miró-. Has sido muy agradable conmigo. Sé que no tenías motivos y agradezco tus consejos.

¿Agradable? Genial. Quería que la viera sexy e irresistible, alguien a quien estuviera deseando meter en su cama. El primer hombre que le había llamado la atención en un año y solo le parecía agradable.

– Hago lo que puedo. Si necesitas algo, dímelo.

Él posó su oscura mirada azul en su rostro y curvó su boca en una de esas sonrisas diseñadas para lograr que una mujer hiciera cualquier cosa.

– He estado buscando un sitio para cenar. Un lugar tranquilo. Un lugar donde pueda tener una conversación con una bella mujer.

Si ella hubiera estado de pie, habría corrido el peligro de caerse al susto. ¿Estaba Finn invitándola a cenar? ¿O estaría refiriéndose a otra? Era muy presuntuoso por su parte dar por hecho que ella era esa bella mujer; si, por el contrario, Finn hubiera dicho «razonablemente atractiva», eso sí que podría habérselo creído.

– Bueno, yo… -se detuvo, no sabía qué decir.

Finn sacudió la cabeza.

– Está claro que no tengo práctica. Estaba invitándote a cenar, Dakota.

– Oh -ahora fue ella la que sonrió-. Me gustaría -y entonces, antes de poder evitarlo, añadió-: ¿Y si cocino yo? Quiero decir, podrías venir a mi casa. No es que sea una cocinera gourmet ni nada parecido, pero conozco unas cuantas buenas recetas.

– Me parece perfecto. Tan solo dime cuándo y allí estaré.

– ¿Qué te parece mañana?

– A mí me va bien.

Fijaron una hora y ella le dio la dirección. Cuando se marchó, Dakota se vio sonriendo un poco más al levantar el teléfono para llamar a otro hotel de San Diego.


Aurelia estaba frente a la mesa de Geoff haciendo todo lo posible por parecer más segura de sí misma que aterrada. A pesar de sus vaqueros y de su camiseta desgastada, ese productor de Hollywood la intimidaba. Y no era de extrañar: la mayoría de la gente la intimidaba. El único lugar en el que se sentía segura era en el trabajo, en su despacho, con su ordenador y sus cuentas. Fuera de allí, solo le faltaba pedir disculpas por respirar.

– Ha habido un error -dijo obligándose a mirarlo a los ojos-. Agradezco que me hayáis elegido para el programa, no me lo esperaba, pero…

¿Cómo decirlo? ¿Cómo explicar la verdad sin confesar sus más profundos y oscuros secretos?

– No soy una devora jóvenes -dijo hablando muy deprisa y sonrojándose-. Y no soy un imán para los hombres -¡qué comentario tan ridículo!

El productor levantó la mirada de su portátil y frunció el ceño, como si no se hubiera dado cuenta de que estaba allí.

– ¿Quién eres?

– Aurelia. Soy la pareja de Stephen, uno de los gemelos. Tienen veintiún años. Puede que sea un error, o tal vez podamos hacer algún cambio. ¿Y si me pusierais con alguien más mayor? ¿Qué tal un viudo con un hijo? Eso me iría mejor.

Geoff volvió a centrar su atención en el portátil.

– Eso no va a pasar. Necesitamos audiencia. No hay audiencia con un viudo con un hijo. Ahora lo que se llevan son las mujeres mayores que salen con jovencitos. Será divertido.

Normalmente, ella aceptaba las circunstancias sin más, pero en esa ocasión no podía hacerlo. En esa ocasión tenía que luchar.

Se puso recta y miró al hombre que tenía su destino en sus manos.

– No -le dijo con firmeza-. No soy una de esas mujeres. Mírame -y cuando él no levantó la mirada del ordenador, le gritó-: ¡Mírame!

A regañadientes, Geoff apartó la mirada de la pantalla.

– No tengo tiempo para esto.

– Pues tendrás que sacarlo de algún lado -le contestó Aurelia-. Solo estoy en el programa porque mi madre insistió. Hace que mi vida sea un infierno y tú no vas a hacerlo también. Está claro que quiero conocer a alguien, que quiero casarme y tener hijos. Quiero una vida normal, pero nunca la tendré con ella hundiéndome. Pensé que si hacía esto, tal vez podría tener un descanso.

Sintió cómo le ardían los ojos por las lágrimas e hizo lo que pudo por reprimirlas.

– Y mira lo que ha pasado. ¡Me habéis emparejado con un crío!

Cuando terminó, se esperaba que Geoff le dijera que se largara, pero él se recostó en su silla, se colocó las manos detrás de la cabeza y la observó.

Sintió su lenta mirada deslizándose por su melena castaña y bajar hasta sus rodillas.

Había ido directa del trabajo y por eso llevaba uno de sus conservadores trajes azules. Eran como un uniforme. Tenía cinco, junto con dos trajes negros y uno gris para los días de excesivo calor.

Junto a ellos en su armario tenía toda una variedad de camisas y, debajo, varios pares de zapatos de tacón bajo. El suyo no era el armario de una devora jóvenes.

– Tienes razón, no eres una de esas mujeres. Pero el sexo vende y a los telespectadores les gusta ver a una mujer al acecho.

– No cuando esa mujer soy yo. Yo nunca he ido al acecho de ningún hombre.

– Nunca se sabe. La gente podría sentir lástima por ti.

¡Qué bien! Votos por pena.

– No puedo hacerlo.

Geoff sacudió la cabeza.

– Odio tener que ser un fastidio, Aurelia, pero o estás con Stephen o estás fuera.

Aunque esas palabras no fueron una sorpresa, había estado esperando un milagro.

– Tengo que hacer esto -dijo con empeño. A los concursantes se les pagaba veinte mil dólares. No era una cantidad enorme, pero sí suficiente, y si la añadía a la pequeña cantidad que había logrado ahorrar, por fin podría comprarse un piso. Tendría su propia casa.

El sueño era aún mejor con un marido y un hijo, pero ahora mismo estaba dispuesta a conformarse con eso.

– Pues hazlo -le dijo él-. Si tienes que salir en el programa para que tu madre te deje tranquila, tienes que correr el riesgo. ¿Qué es lo peor que te podría pasar?

Las humillantes posibilidades eran infinitas, pero ésa no era la cuestión. Geoff tenía razón. Si creía que el programa era su válvula de escape, entonces tenía que estar dispuesta a hacerlo.

– Stephen no es un mal tipo -añadió Geoff.

– ¿Me puedes poner eso por escrito?

Él se rio.

– En absoluto. Y ahora, márchate.

Aurelia se sintió un poco mejor al salir del despacho de Geoff. Podía hacerlo, se dijo. Podía ser fuerte, e incluso podía fingir ser una…

En ese mismo momento se topó contra alguien alto y fuerte.

– Oh, lo siento -dijo y se vio frente a los ojos azules de Stephen Andersson.

Solo lo había visto otra vez y en aquellos minutos apenas lo había mirado porque solo había podido pensar en la humillación que estaba sufriendo, en el hecho de que ése era el último hombre con el que se había imaginado salir.

– ¿De verdad crees que va a ser tan malo? -le preguntó él-. ¿Estar conmigo?

La pregunta era horrible, pero más aún lo era saber que él había oído parte de la conversación que había tenido con Geoff. Sintió cómo se sonrojaba.

– No es por ti. Es por mí. Seguro que eres un buen chico.

– No digas «buen chico». No hace más que empeorar las cosas.

– De acuerdo. Seguro que no eres un buen chico. ¿Mejor así?

La sorprendió al sonreír. Fue una sonrisa natural y afable; una que hizo que se le olvidara respirar.

– No mucho -la agarró del codo y la llevó a una sala de reuniones vacía-. Bueno, ¿qué pasa? ¿Por qué no quieres estar en el programa conmigo?

Era difícil pensar cuando él estaba agarrándola así. En su mundo, los hombres no la tocaban. Apenas sabían que estaba viva.

Estaba demasiado cerca. ¿Cómo podía pensar cuando él le estaba arrebatando el aire?

– Mírate. Eres un chico guapísimo. Podrías tener a cualquiera. Jamás te interesaría nadie como yo. Incluso obviando la diferencia de edad, no soy tu tipo. ¿Sabes a qué me dedico? Soy contable. Busca la palabra «aburrida» en el diccionario, y verás mi foto al lado.

Sabiendo que si seguía hablando se adentraría en un hoyo más profundo, Aurelia se soltó y dio un paso atrás.

Pero Stephen parecía estar divirtiéndose. Sus ojos lo reflejaban y también su sonrisa.

– Es una lista bastante larga. ¿Por dónde empiezo?

– No -dijo ella con un suspiro-. Sé que es culpa mía. Jamás debería haberme apuntado como concursante. Lo cierto es que no quería, pero… Aun corriendo el riesgo de que suene como un cliché, mi madre me obligó. Pensé que si… encontraba a alguien… me sería más fácil enfrentarme a ella -resopló-. Todo esto me hace parecer patética.

– Ey, lo entiendo. Sé lo que es que alguien de tu familia piense que puede dirigir tu vida. No querer hacer lo que ellos dicen no significa que no los quieras.

Aurelia no estaba segura de lo que sentía por su madre. Amor, por supuesto, pero a veces ese amor parecía más obligado que sincero, lo cual la convertía en una persona horrible.

– Mi hermano ha venido desde Alaska para gritarme por haber dejado los estudios -dijo Stephen-. Para que veas la poca gracia que le hace que haga esto.

– ¿Qué tiene de malo que estés en el programa? -echó las cuentas en su cabeza y añadió-: Estás a punto de graduarte, ¿verdad?

Stephen, más de metro ochenta de tío bueno, respondió algo incómodo:

– Estaba en el último semestre.

– ¿Antes de graduarte? -le preguntó casi chillando-. ¿Has dejado la facultad por esto?

– Ahora hablas como mi hermano.

– Puede que tenga razón.

– No podía seguir. Tenía que alejarme de todo.

Ella sacudió la cabeza.

– ¿Ves que es una tontería?

Él sonrió de nuevo.

– Tal vez, pero no pienso volver.

– Siento que tengo que estar de parte de tu hermano en esto.

– Pero no te pondrás de su parte, ¿verdad? -se metió las manos en los bolsillos-. Porque si me marcho, no saldrás en el programa.

Y eso era algo en lo que ella no había pensado.

– ¿Por qué estás aquí? No me creo que la facultad te resultara tan difícil.

– No era difícil -suspiró-. Nuestros padres murieron hace ocho años y desde entonces hemos estado solos Sasha, Finn y yo. Antes estábamos muy unidos, pero perderlos lo cambió todo. Fue muy duro.

Aurelia imaginaba que la palabra «duro» no podía llegar a abarcar todo lo que debieron de sufrir.

– Por lo menos eso os uniría -dijo pensando que el abandono de su padre no las había unido a su madre y a ella.

– Finn estaba siendo demasiado protector y exigente con nosotros y entonces Sasha vio el anuncio en el periódico. Es él el que quiere trabajar en televisión. Yo solo quiero estar lejos de South Salmon -la miró a los ojos-. Me parece que podríamos ayudarnos. Yo hago que tu madre te deje tranquila y tú me proteges de Finn.

– No estoy segura de que necesites protección.

– Todo el mundo necesita protección de vez en cuando.

Hubo algo en el modo en que pronunció esas palabras, cierta vulnerabilidad, que lo hizo más atractivo todavía.

A lo mejor Stephen no era tan malo como se había imaginado, pero lo fuera o no, estaba corriendo un gran riesgo. Las cosas podrían salir mal.

– No dejaré que te suceda nada malo -le dijo él con una suave voz.

Sus palabras la impresionaron. Fue como si pudiera leerle la mente. Nunca nadie había hecho eso antes, probablemente porque nunca nadie se había tomado la molestia de conocerla.

– Eso no puedes saberlo -respondió ella, queriendo creerlo, pero temerosa de intentarlo.

– Claro que puedo. ¿Por qué no intentamos estar el uno al lado del otro?

Tentadora oferta, pensó ella.

Lo miró a los ojos en busca de la verdad y, al hacerlo, se dio cuenta de que la respuesta no podía encontrarla en Stephen, sino en ella misma. O reunía el valor suficiente para dar el siguiente paso o quedaría atrapada para siempre.

– Hagámoslo -dijo y se prometió que no se arrepentiría.


Dakota miró el pollo sin estar segura de si debía meterlo ya al horno o esperar a que Finn llegara. ¿En qué había estado pensando al invitarlo a cenar? A decir verdad, en cierto modo él se había invitado a sí mismo, pero aun así… La noche era claramente una cita y debería haber sido algo bueno de no ser porque estaba nerviosísima. Las piernas llevaban temblándole todo el día.

Antes de poder decidir qué hacer con el pollo, sonó el timbre. Corrió hacia la puerta, volvió corriendo a la cocina, abrió el horno y metió dentro la bandeja. La cena estaría lista en cuarenta minutos y tendrían que pensar en algo que los mantuviera ocupados ese rato.

Respiró hondo, se puso recta y abrió la puerta.

– Hola -dijo.

Fue positivo que lo saludara tan rápidamente, antes de poder verlo, porque una vez que se fijó en ese alto y esbelto cuerpo, en ese hermoso rostro y en la camisa de algodón que esta vez no era de cuadros, se sintió algo desorientada.

– Hola -respondió Finn con una sonrisa al darle una botella de vino-. Espero que esté bueno. He parado en una tienda para comprarlo y el tipo me ha dado algunas recomendaciones. No soy muy de vinos, aunque no me importaría aprender un poco. Seguro que tú sabes algo con todos los viñedos que hay por aquí.

Mientras esas palabras danzaban a su alrededor, notó que Finn estaba hablando demasiado deprisa. ¿Era posible que él también estuviera nervioso? La idea hizo que se sintiera mucho más cómoda.

– No sé nada de vinos -contestó-. Excepto que me gustan. Pasa.

Fueron hasta la cocina, donde solo tuvo que buscar en dos cajones antes de encontrar el sacacorchos. Finn le quitó la botella y la abrió. Ella colocó dos copas sobre la encimera y él las sirvió. Después de brindar, fueron al salón.

La casa era pequeña, con dos dormitorios, y de alquiler. Su lado más práctico le había dicho que se comprara una casa, pero era bastante tradicional como para querer comprarse su primera casa junto al hombre al que amara. De ahí lo del alquiler.

Finn se sentó en el sillón que había comprado tras dejarse convencer por su hermano Ethan. En aquel entonces le había parecido que era demasiado grande para esa habitación, pero ahora que veía a Finn sentado en él supo que su hermano no se había equivocado.

– Es bonita -dijo él mirando a su alrededor.

– Gracias.

Se miraron y al instante desviaron la mirada. Dakota sintió el desastre acechando. Sabía que ninguno de los dos solía tener citas, así que la cosa podía terminar muy mal.

– Espero que no te importe no comer carne. Soy vegetariana.

Él se quedó un poco atrapado, pero asintió y respondió:

– Me parece bien.

– Oh, genial. Entonces te gusta el tofu. Muchos chicos se niegan a comerlo.

– ¿Tofu?

– Ajá. Es uno de mis platos favoritos. Una pasta especial hecha de verduras. Y de postre tenemos helado de soja.

– Suena delicioso.

Dakota vio el pánico en sus ojos y no pudo evitar reírse.

– Estoy de broma. He hecho pollo.

– ¿En serio? ¿Así es como te diviertes? ¿Torturándome?

– Todo el mundo necesita una afición.

Él se recostó en el sillón y la observó.

– No eres nada previsible, ¿verdad?

– Intento no serlo. Además, has sido muy fácil.

– Ha sido la pasta ésa de verduras lo que me ha puesto los nervios de punta.

– ¿No el helado de soja?

– Supongo que me habría marchado antes de que lo sirvieras.

– Cobarde.

Se sonrieron y ella sintió cómo una agradable sensación la invadía.

– Creciste con hermanos, ¿verdad? Con chicos, quiero decir.

– ¿Cómo lo sabes?

– No te preocupa mi ego.

– Interesante observación -contestó ella y dio un trago de vino-. No había pensado en eso, pero tienes razón. Tengo tres hermanos mayores.

Él enarcó las cejas.

– ¿Seis hijos?

– Sí. Creo que mi madre estaba deseando una niña y al final tuvo tres por el precio de una.

– Tuvo que ser un impacto al principio.

– Seguro que sí. Al parecer, tener trillizos es muy duro para el cuerpo de una mujer. Estuvo en el hospital después de damos a luz y durante un tiempo los médicos pensaron que no saldría adelante. Mi padre tenía que estar aterrado y mis hermanos eran muy pequeños y echaban de menos a mamá. Por si eso no era suficiente, se acercaba la Navidad y para distraerlos, mi padre les dijo que podían elegir nuestros nombres, pero que los tres tenían que ponerse de acuerdo.

Se detuvo y arrugó la nariz.

– Por eso somos Dakota, Nevada y Montana.

– Muy patriotas.

Ella se rio.

– Cuando me enfadaba por los nombres que habían elegido, mi madre me recordaba que podría haber sido peor. Al parecer, Oceanía estaba entre los candidatos.

– Parecéis una familia muy divertida.

– Lo somos. ¿Cómo era la tuya antes de perder a tus padres?

– Buena. Divertida. Estábamos muy unidos -se encogió de hombros-. Mis hermanos eran mucho más pequeños que yo y eso marcó la relación.

– Debiste de quedarte hundido cuando tus padres murieron.

Asintió.

– Sí. No sabía cómo iba a hacerlo. No sabía cómo criar a los chicos y hacerlo bien.

– Puedes estar orgulloso de lo que has conseguido. Yo no creo que pudiera haberlo hecho. Perdimos a mi padre hace diez años. Mis hermanas y yo acabábamos de salir del instituto e íbamos a ir a la universidad. Mis hermanos estaban ya en la facultad y otros habían terminado. Fue muy duro seguir adelante, así que no puedo imaginarme tener que enfrentarme a esa pérdida emocional y además criar a dos hermanos pequeños.

Finn parecía incómodo con los cumplidos.

– Hice lo que tenía que hacer. Algunos días pienso que lo hice bien, y otros, como cuando estoy en el hotel, aquí en Fool’s Gold, pienso que lo he estropeado todo completamente.

– No es así. Lo que están haciendo ahora no tiene nada que ver contigo.

La miró.

– Quiero creerte.

– Pues deberías.

– Eres una mandona. ¿No te lo han dicho nunca?

– ¿Estás de broma? ¿Con tres hermanos? Tengo una corona y todo. Soy la reina de los mandones.

Finn se rio y ese cálido sonido llenó la habitación y la hizo sonreír. Siguieron hablando hasta que sonó el timbre del horno.

– Vamos -le dijo ella levantándose-. Nuestra sorpresa de tofu nos espera.


Finn disfrutó de la cena. No solo por el pollo y el puré de patatas, que fueron lo mejor que había comido en meses y tal vez en años, sino también por la conversación. Dakota le contó divertidas historias sobre su vida en Fool’s Gold.

Él sabía cómo eran los pueblos pequeños, pero South Salmon hacía que Fool’s Gold pareciera Nueva York. Dónde él vivía, la gente solía ser muy reservada. Sí, claro que podías contar con la ayuda de los vecinos, pero nadie se metía en tus asuntos. Por lo que Dakota había dicho, Fool’s Gold era un pueblo que se entrometía en todo.

– Si hubieras venido aquí en otras circunstancias, estoy segura de que te habría gustado mucho más.

– Me gusta Fool’s Gold.

– Para ti, éste siempre será el lugar al que huyeron tus hermanos.

– Míralo de este modo: cuando Sasha se mude a Los Ángeles, en lugar de odiar este lugar, odiaré aquello.

– Eso no es muy reconfortante.

Se sonrieron. A Finn le gustaba cómo la luz parecía juguetear con el cabello de Dakota marcando en él distintas tonalidades de rubio. Cuando ella se reía, sus ojos se arrugaban de un modo que lo hacían querer reír a él también. Era una mujer con la que resultaba sencillo hablar. Ya había olvidado lo agradable que podía ser disfrutar de la compañía de una mujer.

– ¿Cómo es que tienes un jefe tan comprensivo? Me dijiste que tenías otro trabajo. ¿Qué hace mientras tú trabajas en el programa?

Dakota arrugó la nariz.

– No me echa de menos -farfulló-. Raúl está ocupado jugando a las casitas con su mujer, acaban de casarse. ¿Te gusta el fútbol?

– Un poco. ¿Por qué?

– Mi jefe es Raúl Moreno.

– ¿El quarterback de los Cowboys de Dallas?

– Eso es. Cuando se retiró, se vino a vivir aquí. Había un campamento abandonado en las montañas y lo compró y lo reconstruyó. Me contrató para coordinar los distintos programas educativos y tuvo la idea de tenerlo abierto todo el año. En invierno íbamos a ofrecer programas de Matemáticas y Ciencias. Cursos intensivos para chicos de secundaria, para que se interesen en las posibilidades que tienen.

– ¿Y qué pasó?

– Una de las escuelas de primaria se incendió y Raúl se ofreció a ceder el campamento para dar las clases. Fue en septiembre. Hasta que se construya una nueva escuela y los niños regresen a ella, el campamento estará lleno, así que nuestros grandes planes están en suspenso, lo cual es una de las razones por las que no le importó que ayudara con el programa.

Se inclinó hacia él.

– La otra razón es que acaba de casarse. Pia, su mujer, está embarazada de gemelos. Dará a luz en pocos meses y eso lo tiene muy ocupado.

– ¿Qué harás cuando acabe el programa y hasta que la escuela deje de utilizar el campamento?

– Raúl quiere que siga trabajando para él. Hay mucho que hacer. Tenemos que solicitar subvenciones, encontrar patrocinadores, redactar un plan de estudios.

– Y preferirías estar haciendo todo eso ahora.

Ella sonrió.

– Totalmente.

– ¿Marcharte es una opción? ¿Alguna vez has pensado en vivir en otra parte?

– He vivido en otras partes. Me gradué en la universidad de California, hice el máster y el doctorado en Berkeley. Pero Fool’s Gold es mi hogar. Es el lugar al que pertenezco. ¿Tú piensas en marcharte de South Salmon?

Durante un tiempo lo hizo, cuando había tenido la edad de sus hermanos y había soñado con ver mundo. Pero entonces sus padres habían muerto y él se había quedado con dos hermanos que criar. No había tenido tiempo para soñar.

– Tengo un negocio allí, así que marcharme no es una opción. No sería muy práctico.

– ¿Y tú eres un tipo práctico?

– He aprendido a serlo.

– Dijiste que habías sido un rebelde -lo miró a los ojos-. ¿Me habrías gustado?

– Te habría gustado.

Todo en Dakota lo atraía. Era preciosa, sin duda, pero había mucho más que eso. Le gustaba escucharla, le gustaban sus opiniones y cómo veía el mundo. Tal vez a una parte de él le gustaba que estuviera tan unida a Fool’s Gold como él lo estaba a South Salmon. Sin embargo, no podían cometer un error porque aquello no podía ir a ninguna parte.

El deseo salió a la superficie. Había pasado mucho tiempo desde que había tenido el tiempo o la energía para sentirse atraído por una mujer, y, dado lo preocupado que estaba por sus hermanos, era algo extraordinario que ahora lo estuviese. Por eso, la pregunta era: ¿Qué tenía que hacer ahora?

– Tengo postre -dijo Dakota al levantarse-. Y no está hecho de soja. ¿Te apetece?

Él también se levantó y rodeó la mesa. Supuso que debía preguntar, porque, después de todo, no se trataba solo de él. Dakota era una mujer racional, sensata. Pero en lugar de preguntarle, se acercó, tomó su cara entre sus manos y la besó.

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