Dakota abrió la puerta principal y se encontró allí a Finn, de pie en el porche. Eran poco más de las siete de la tarde. Finn y ella habían logrado subir al avión de las cuatro treinta y eso significaba que no llevaba en casa más de una hora.
– Lo sé, lo sé -dijo él-. Tienes cosas que hacer. No debería molestarte.
– Pero aun así estás aquí -respondió ella con una sonrisa-. No pasa nada. No tenía planes.
No se lamentaba de verlo allí. Y en cuanto a si tenía o no otros planes, con él le bastaba.
Finn entró y le dio una botella de vino.
– Te traigo un obsequio, por si eso ayuda.
– Sí que ayuda.
– Estoy pasando tanto tiempo en la bodega que el tipo de allí quiere saber si los dos vamos a planear fugarnos juntos.
Ella se rio.
– Sabes que está de broma, ¿verdad?
– Espero que sí. La gente no bromea de ese modo en South Salmon.
– Pues entonces la gente de South Salmon tiene que trabajar para mejorar su sentido del humor -fue a la cocina y dejó el vino sobre la encimera-. ¿Es suficiente con el vino o también quieres algo de comer?
– No tienes que alimentarme -dijo él.
– Ésa no es la cuestión -fue a la nevera y la abrió. Tenía ingredientes para preparar ensaladas, yogur y unas cuantas almendras crudas en un cuenco. No era exactamente comida para hombres.
Se giró hacia él.
– No tengo nada que pueda gustarte. ¿Quieres que pidamos pizza?
Finn ya había abierto el cajón donde guardaba el sacacorchos.
– La pizza me parece genial. Incluso te dejaré poner algo saludable en tu mitad.
– ¿Me dejarás? Qué generoso.
Él se encogió de hombros.
– Yo soy así.
– Qué suerte tengo.
Pidieron pizza y llevaron el vino al salón. Mientras, ella intentaba ignorar el hecho de que le gustaba tener a Finn en su casa. Era como un recorrido sin un destino feliz. Y para no pensar en ello decidió preguntarse cuál sería la razón de su visita.
– No ha habido cita, así que Aurelia y Stephen corren el peligro de que los echen. ¿No estás contento?
– Sí, siempre que vuelva a la facultad.
– No puedes seguirlo por todas partes el resto de su vida. En algún momento tendrás que dejar que sea un adulto.
– Cuando actúe como un adulto, lo trataré como tal. Hasta entonces, no es más que un crío.
Dakota se recostó en su sillón y lo miró por encima del borde de la copa. Seguía sin entenderlo. El modo en que actuaban sus hermanos tenía mucho que ver con el modo en que los había criado y nada que ver con su presencia en el pueblo. Tanto si se quedaba como si se marchaba, los gemelos no cambiarían de opinión. Pero, ¿cómo conseguir que lo entendiera?
– Aparte de que vuelvan a la facultad sin que los lleves a rastras, ¿qué consigues con esto?
– No lo sé. Supongo que algo. ¿Y si nunca vuelven a la universidad? Tengo que saber que están bien y que nadie se aprovecha de ellos -levantó su vaso-. Es algo en lo que no quiero pensar. Cambiemos de tema. ¿Te da pena que hayamos tenido que marchamos de Las Vegas tan pronto?
– No lloraré hasta quedarme dormida esta noche, si eso es lo que me estás preguntando. Pero habría sido divertido estar allí. He oído que en ese hotel había muchas tiendas estupendas.
– ¿Te gusta ir de compras?
Ella se rio.
– Soy una chica. Es prácticamente genético. Tú, en cambio, compras la misma camisa una y otra vez y tus calcetines vienen en paquetes de diez o doce.
– Así es más sencillo. ¿Y qué tienes en contra de mis camisas? Esta vez no llevo cuadros, es azul claro. Deberías haberte fijado.
– Ah, sí, ya lo veo. No tengo nada en contra de tu camisa. Creo que estás guapo.
Él suspiró dramáticamente.
– Lo dices por decir. Has herido mis sentimientos. No creo que pueda seguir hablando de esto. Es muy duro cuando un hombre intenta estar especial y nadie se da cuenta.
Ella dejó la copa en la mesa para no derramar el vino porque, aunque intentó no reírse, no lo logró. Ese lado bromista de Finn era muy atractivo.
– ¿Quieres que diga que eres guapo?
– Si lo piensas de verdad… De lo contrario, estarás jugando con mis sentimientos.
Dakota se levantó y rodeó la mesa de café. Después de quitarle la copa de vino y dejarla sobre la mesa, lo puso de pie. Le agarró las manos y lo miró a los ojos.
– Me gusta mucho tu camisa.
– Seguro que eso se lo dices a todos.
– Solo a ti.
Esperaba que Finn siguiera con el juego, pero por el contrario, él la acercó a sí y la besó.
El beso tuvo una intensidad que la dejó sin aliento; en sus caricias había deseo, un deseo que se igualaba a la poderosa pasión que sentía ella. Lo rodeó con sus brazos y se dejó llevar por el placer de sentir su cuerpo contra el suyo.
Él era fuerte y todo lo que ella deseaba en un hombre. Separó los labios y recibió su boca.
Se vio invadida por el deseo, sus pechos se inflamaron a la espera de sus caricias y su vientre palpitaba y la instaba a acercarse más a él. Cuando Finn comenzó a llevarla hacia el sofá, ella no se resistió.
Pero entonces oyó algo. Una insistente llamada a la puerta.
– El repartidor de pizza -murmuró contra la boca de Finn.
– Que se busque a su propia chica.
Ella se rio.
– Tengo que ir a pagarle.
– Ya voy yo.
La soltó y fue hacia la puerta.
Cuando se dio la vuelta, ella salió corriendo del salón y recorrió el pequeño pasillo hasta su dormitorio. Unos segundos después, estaba descalza y con la lamparita encendida. Finn apareció enseguida en la puerta de su habitación.
– ¿Es ésta tu manera de decirme que no tienes hambre?
Ella ladeó la cabeza.
– Sí que tengo hambre, pero no de pizza.
La sexy sonrisa de Finn hizo que se le encogieran los dedos de los pies.
– Eres la clase de chica que me gusta -le dijo él mientras se acercaba.
– Seguro que eso se lo dices a todas.
– Solo a ti -le susurró antes de volver a besarla.
– Charlie es un chico encantador, pero me preocupa que no sea lo suficientemente inteligente como para entrar en el programa -dijo Montana.
– ¿Cuándo lo sabrás con seguridad? -le preguntó Dakota.
– Max podrá hacerse una idea cuando Charlie tenga seis meses. Hasta entonces, le enseñaré lo básico y veremos cómo va -se giró y frotó la barriga de Charlie-. Pero tú quieres a todo el mundo, ¿verdad, chico grande?
El «chico grande» en cuestión era un cachorro de labrador de tres meses con unas pezuñas del tamaño de pelotas de béisbol. No sería pequeño en absoluto.
– ¿Qué le pasará si no entra en el programa? -preguntó Nevada.
– Se le entregará en adopción. Los perros de Max son criados y educados para ser unos perros cariñosos y amigables, así que siempre hay lista de espera. Charlie encontrará un hogar, aunque odiaría verlo marcharse. Es el primer perro que entreno desde su nacimiento. Bueno, desde que tenía seis semanas. No se puede hacer mucho con ellos cuando aún tienen los ojos cerrados.
Las tres hermanas estaban tumbadas en mantas en el jardín de Montana. Era sábado y las temperaturas habían vuelto a recuperarse. Otros dos perros jugaban por allí: una caniche color melocotón llamada Cece y una labrador llamada Buddy olfateaban la hierba y perseguían mariposas.
– No entiendo lo del caniche. ¿No es demasiado pequeño? -preguntó Nevada.
– Cece está muy bien entrenada y trabaja muy bien con niños enfermos. Como es tan pequeña, puede sentarse sobre las camas. Muchas veces, los niños ni siquiera tienen fuerza para acariciarla. Se sienta cerca de ellos o se acurruca. Tenerla a su lado los hace sentirse mejor. Y al ser un caniche, no suelta pelo como los otros perros. Se la baña antes de ir al hospital y se la lleva en brazos para que no recoja gérmenes con las pezuñas. Por eso puede entrar en algunas de las guardias especiales.
Dakota se incorporó.
– ¿Es eso lo que haces todos los días? ¿Llevar a perros a visitar a niños enfermos?
– A veces. Hay perros que visitan guarderías. Los llevó allí y me paso parte del día entrenándolos. Los perros más viejos no necesitan mucha instrucción, pero los más jóvenes reciben formación constante. Los cachorros llevan mucho tiempo y estoy trabajando con el programa de lectura.
Cuando Montana había dicho que empezaría a trabajar con la terapia de perros, Dakota no se había imaginado cuánto supondría.
– Estás muy volcada en tu trabajo.
Montana se giró.
– Creo que por fin sé lo que tengo que hacer. Jamás me haré rica haciendo esto, pero no me importa. Me encantan los perros y me encanta trabajar con la gente. Cuando estás solo, tener a alguien que te quiera es muy importante. Incluso aunque ese alguien sea un perro.
Nevada se incorporó.
– Ahora yo me siento fatal. Lo único que hago es diseñar cosas.
– Pero esas cosas son casas -dijo Montana-. Todo el mundo necesita un lugar donde vivir.
– Yo no diseño casas. Trabajo en remodelaciones o mejoro diseños ya existentes.
Dakota miró a su hermana. Nevada siempre había querido ser ingeniero. ¿Estaba lamentando ahora haber tomado esa decisión?
– ¿Es que no te gusta trabajar para Ethan?
– No me disgusta. Es solo que… -se llevó las rodillas contra el pecho y rodeó las piernas con sus brazos-. ¿Sabéis que nunca he solicitado un puesto de trabajo? Sí, es verdad que trabajé mientras estuve en el instituto, pero me refiero a un trabajo de verdad. Cuando me decanté por la ingeniería todos dieron por hecho que trabajaría para Ethan. Me gradué y al día siguiente no tuve que demostrar nada.
– Que hubiera nepotismo no significa que no estés haciendo un buen trabajo -le dijo Dakota-. Ethan no te tendría a su lado si no quisiera que trabajaras allí.
Nevada sacudió la cabeza.
– Tiene razón. Ethan no puede despedirla.
– ¿Quieres que lo haga? -preguntó Dakota.
– No. Trabajo mucho para él, sé que está contento con mi trabajo, pero ésa no es la cuestión. Me metí en el negocio familiar porque jamás me imaginé haciendo otra cosa, pero ahora quiero saber si estoy en el lugar correcto. Si estoy haciendo lo correcto.
– ¿Será una maldición de trillizas? -preguntó Montana-. Durante mucho tiempo no sabía qué quería hacer, y ahora, por fin, estoy feliz de saberlo, ¿tú estás confusa?
– No hay ninguna maldición -le dijo Dakota.
– Llevo un tiempo pensando en esto -admitió Nevada-. La cuestión es que no quiero marcharme de Fool’s Gold. Me gusta estar aquí. Es mi hogar, pero no ofrece muchas oportunidades. No me sentiría cómoda trabajando para otra constructora. No quiero estar compitiendo con Ethan.
– Entonces, ¿cuál es la solución? -preguntó Dakota.
Nevada se puso recta.
– ¿Habéis oído hablar de Construcciones Janack?
Dakota frunció el ceño.
– El nombre me resulta familiar, ¿no había un chico en el colegio llamado Tucker Janack? Era amigo de Josh y de Ethan. Fueron juntos a un campamento de ciclismo, aunque no recuerdo todos los detalles.
– Yo sí lo recuerdo -dijo Montana-. El padre de Tucker es riquísimo. ¿No enviaba un helicóptero para recoger a Tucker?
– Sí y sí -contestó Nevada-. Es una de las empresas de construcción más grande del país. Al parecer, al padre de Tucker le gustó lo que vio cuando visitó todo esto hace años y compró muchas tierras al norte del pueblo.
– ¿Cómo pudo hacerlo? -preguntó Dakota-. ¿No es eso tierra india? No puede comprarse.
– El padre de Tucker tiene algo de Máa-zib y, al parecer, la madre también.
Dakota se preguntó cómo podía su hermana saber tanto sobre la familia Janack.
– ¿Los has visto, que nosotras no sepamos?
– ¿A los padres? No, no los he visto en mi vida.
– ¿Qué van a construir ahí? -preguntó Montana.
– He oído que será un complejo turístico exclusivo -dijo Nevada-. Un gran hotel con spa, casino y algunos campos de golf. Se invertirá mucho dinero en el proyecto y van a contratar a mucha gente.
– Entonces, ¿trabajarías para ellos? -preguntó Dakota.
– No lo he decidido. Puede que solicite el puesto y ya veremos qué pasa. Así al menos podré decir que he tenido una entrevista de trabajo.
Dakota se preguntó si habría algo más que Nevada no quisiera contarles. ¿Es que no se llevaba bien con Ethan? ¿O era la situación exactamente como había dicho y tenía necesidad de probarse a sí misma?
– No he oído a nadie hablar de este proyecto -dijo Montana-. Supongo que si están en tierras indias, no necesitan aprobación del concejo municipal. Pero es de esperar que al menos hablen con la alcaldesa.
– A lo mejor ya lo han hecho y Marsha no se lo ha contado a nadie -dijo Dakota-. Están pasando muchas cosas ahora mismo con todo esto del programa y los hombres que están llegando a la ciudad.
– ¿Cuándo vas a decidir qué hacer? -preguntó Montana.
– Aún no -respondió Nevada-. Aún están en la fase de diseño y podría llevar meses o incluso un año. Una vez que sepa que están avanzando con el trabajo, pensaré en lo que quiero hacer. Por favor, no le digáis nada a Ethan. No es que no me guste trabajar con él, es que tengo que saber que también podría trabajar en otra parte.
– Yo no voy a decir nada -dijo Montana-. Comprendo perfectamente que necesites saber qué hacer.
– Yo tampoco diré nada -prometió Dakota-. Si necesitas que alguien te escuche, si quieres alguna idea, siempre estoy disponible.
– Lo sé -le dijo Nevada-. Gracias.
– ¿Habéis pensado que ninguna hemos tenido una cita en meses? -preguntó Montana-. A lo mejor es por la tontería esa de la escasez de hombres.
– Yo sí estoy saliendo con alguien -dijo Dakota.
– No. Estás acostándote con Finn. Eso no es salir con alguien.
– Esto yo no lo sabía. ¿Cuándo empezaste a acostarte con Finn? -preguntó Nevada.
Dakota le explicó brevemente sus recientes encuentros con el hermano de los gemelos.
– No es nada serio. Cuando vea que sus hermanos son más que capaces de cuidarse solos, volverá a South Salmon. No es una relación a largo plazo. Y técnicamente, como ha dicho Montana, en realidad no estamos saliendo.
– Entendido -dijo Nevada con una sonrisa-. Así que la pregunta es: ¿queréis una cita o preferís sexo?
– ¿No se puede tener ambas cosas? -preguntó Montana-. ¿Hay que elegir?
– Encuentra al chico correcto y podrás tener ambas cosas -le respondió Nevada.
– ¿Es eso lo que quieres tú? -preguntó Dakota.
Nevada se rio.
– Yo me quedo con el sexo, al menos por ahora. El amor es demasiado complicado.
– A veces el sexo también es complicado -le recordó Montana.
Nevada sacudió la cabeza.
– Estoy dispuesta a correr riesgos -miró a Dakota-. ¿Y tú qué? ¿Te basta con el sexo?
Había cosas que sus hermanas no sabían, pensó Dakota, como por ejemplo que no podía tener hijos y que eso lo cambiaba todo. Se lo contaría con el tiempo, no ahora. No cuando estaban divirtiéndose, disfrutando de un precioso día.
Por eso les sonrió y respondió:
– ¿Que si es suficiente el sexo con Finn? Absolutamente.
Finn esperaba con Sasha en el vestíbulo del hotel Gold Rush de la estación de esquí. Era un lugar muy bonito, aunque preferiría estar en casa.
Cuando Geoff se enteró de lo que costaría llevar a todo el mundo hasta San Diego, decidió dejar a Sasha y a Lani en el pueblo.
La zona de la piscina del Lodge se había transformado en un paraíso tropical, con palmeras de mentira, luces titilantes y antorchas. Por desgracia, ese día, el clima no era tropical y todo el mundo llevaba abrigo e iba temblando de frío.
– ¿Y si os doy diez mil dólares? -le preguntó a su hermano-. Para volver a casa y terminar los estudios. ¿Lo haríais?
Sasha le sonrió.
– El programa nos paga veinte mil, hermanito.
– De acuerdo, que sean treinta. Volved a la facultad y ese mismo día tendréis un cheque -su negocio marchaba muy bien y no tenía muchos gastos. Además, la casa en la que habían crecido sus hermanos y él ya estaba pagada.
– ¿Qué te ha dicho Stephen cuando se lo has ofrecido?
– Que me lo metiera por donde me cupiera.
Sasha sonrió con mayor amplitud.
– Me ha leído la mente.
– Me lo imaginaba, pero tenía que preguntártelo. ¿Qué planes tenéis para hoy?
– Todo sucederá esta noche. Íbamos a dar una vuelta por la ciudad, pero como estamos fingiendo que no estamos en Fool’s Gold, no creo que eso suceda.
Finn miró todas las plantas falsas que lo rodeaban.
– Esto es una locura.
– Me gusta.
Pensó en destacar que el amor de Sasha por la fama estaba vinculado a la muerte de sus padres, pero su hermano y él ya habían tenido esa conversación muchas veces. Sospechaba que Sasha tendría que vivir la experiencia y aprender de sus errores, aunque fuera por las malas.
Y ésa era precisamente la parte en la que él objetaba. No en el aprendizaje, sino en el inevitable dolor que seguiría. Si pudiera estar seguro de que sus hermanos podían estar solos, que había hecho todo lo posible por mantenerlos a salvo… entonces podría irse. Pero, ¿cómo saberlo?
– Deberías relajarte -le dijo Sasha.
– Me parece que has pasado demasiado tiempo con la chica Hawái.
Su hermano se rio.
– Me gusta la chica Hawái. Es divertida.
Finn estaba seguro de que a Sasha le gustaba Lani, pero sospechaba que su relación era más bien un medio para llegar a un fin que algo romántico. La idea de Sasha de una relación estable era una cita que durara dos horas. Por otro lado, Stephen siempre había preferido las relaciones largas. A pesar de ser gemelos idénticos, los hermanos eran muy distintos.
– Deberías hacer algo divertido -le dijo Sasha-. Piensa en esto como si fueran unas vacaciones.
– Con la diferencia de que no lo son. Me relajaré cuando Stephen y tú volváis a Alaska a terminar vuestros estudios.
Sasha suspiró.
– Lo siento, pero no lo haremos.
Antes de que Finn pudiera decir nada, una de las asistentes de producción llamó a Sasha para que se preparara para una prueba de luz. Su hermano se despidió de él y siguió a la chica hacia el hotel.
Finn miró el reloj. Tenía que trasladar a un grupo de turistas dentro de un par de horas. Serían los segundos de esa semana. El grupo anterior había sido una familia, incluido un chico de trece años que se había mostrado fascinado con la idea de pilotar un avión. Finn había hablado con él sobre dar clases.
– Estás muy serio.
Alzó la mirada y vio a Dakota caminando hacia él. Llevaba una carpeta y se detuvo delante.
– Por una vez, no estoy pensando en lo de siempre.
– ¿Va todo bien en South Salmon?
– Por lo que sé, sí.
Ella se quedó allí, como esperando alguna explicación más.
– Estaba pensando en el viaje que tengo en un rato y en el del otro día. Estaba ese chico, entusiasmado con la idea de volar. A veces pienso en abrir una escuela de aviación centrada en jóvenes y niños -se encogió de hombros-. ¿Quién sabe si funcionaría?
– ¿No se tiene que tener cierta edad para obtener la licencia de piloto?
– Puedes volar solo con dieciséis años, pero el entrenamiento puede empezar antes. Tendría que haber un modo de sacar dinero para cubrir las clases, o becas o algo -sacudió la cabeza-. Es algo que no dejo de pensar.
Ella ladeó la cabeza.
– Deberías hablar con Raúl, mi jefe. Está volcado en ayudar a niños. Su campamento se centraba en traer a las montañas a niños de las grandes ciudades del interior para sacarlos de aquel ambiente. Puede que tenga alguna idea sobre cómo empezar.
– Lo haré, gracias.
Ella le dio el número de contacto.
– Le diré que lo llamarás.
Se preguntó si lo que había pensado hacer sería posible. No había muchos niños de ciudad en South Salmon, aunque su negocio de transportes estaba allí.
Pero la idea de hacer algo un poco distinto lo emocionaba. El transporte de mercancía le pagaba las facturas, pero dar vueltas por los alrededores era mucho más interesante. Y hacer algo útil por los niños lo atraía también. Aunque le preocupaban sus hermanos, por dentro se sentía satisfecho de haber sido él el que los había educado… Claro que aún desconocía si lo habría hecho bien o no.
Dakota miró hacia la decorada zona de la piscina.
– En San Diego habría hecho más calor. Podría haberme tumbado al sol junto a la piscina y haberme tomado unos cócteles con sombrillitas -dijo suspirando.
– Creía que te encantaba Fool’s Gold.
– Y me encanta, pero me gusta mucho más cuando hace más calor. Es primavera, tendría que hacer mucho calor -la recorrió un escalofrío-. He tenido que sacar la ropa de invierno.
– A mí me parece que está bien.
– Eres de Alaska. Tu opinión no cuenta.
Él se rio.
– Vamos. Te invito a un café.
– ¿En Starbucks? Un café de moca me ayudaría sentirme mejor.
Él la agarró de la mano.
– Y hasta puedes echarte nata, si quieres.
Dakota se apoyó contra él.
– ¡Mi héroe!