12

No había duda al respecto, la presencia de Mike en el hogar de su familia asustaba a Corrine, la asustaba mucho. Parecía a gusto, cómodo. Confusa, fue a dar un paseo. Insatisfecha, terminó en el jardín de sus padres, donde su padre le mostraba con orgullo las rosas premiadas a Mike.

Los dos se hallaban acuclillados en la tierra, de espaldas a ella. Era una contradicción ver a esos dos hombres tan masculinos contemplando una rosa; y, sin embargo, era una de las cosas que tanto le gustaban en su padre.

No encajaba en ningún tipo. Se quedó quieta ante esa súbita comprensión. Por eso le gustaba también Mike.

Era un astronauta, lo que por definición significaba que debería haber sido arrogante e intrépido. Un aventurero. Y era esas cosas, pero era mucho más. Y observarlo alargar la mano para tocar el capullo de una flor con tanto gozo reflejado en la expresión, con el rostro iluminado, le atenazó el corazón.

Corrine nunca había comprendido el motivo para ser la mitad de una pareja, principalmente porque jamás había querido ser la mitad de nada. Desde luego, jamás había querido que alguien pudiera vetar sus decisiones.

No obstante, sus padres formaban una pareja sólida, y durante años habían logrado sacar adelante las cosas con una facilidad que Corrine siempre había admirado y nunca entendido.

Los dos habían triunfado en sus respectivas carreras, eran tenaces y obstinados, de modo que el éxito de la pareja era un gran misterio.

Un misterio que de pronto necesitaba solucionar.


Esperó hasta la cena, cuando encontró a sus padres en la cocina. Él cortaba verduras y ella se hallaba junto a él y movía la cabeza.

– No cortas en diagonal, querido. Tienes que…

– Creo que sé cómo cortar un tomate, Louisa.

– No, es evidente que no. Tienes que…

– ¿Louisa, cariño? O dejas que lo haga yo o pides la cena por teléfono.

– Eso último me parece una buena idea.

– No te atrevas -Donald sonrió cuando su mujer rio.

– ¿Cómo hacéis eso? -preguntó Corrine desconcertada por la mezcla de temperamento y afecto-. ¿Cómo os peleáis por un tomate y seguís queriéndoos?

– Cuarenta años de práctica -su padre sonrió-. ¿Vas a casarte con Mike y a aprender cómo se consigue?

– ¡No!

– Vaya -su madre suspiró.

– Mamá, yo no lo invité a venir.

– Pero él te siguió -su madre la miró con expresión soñadora-. Te ama.

– ¿Qué?

– Bebe los vientos por ti. Ha perdido la cabeza por ti.

Corrine sintió que palidecía, pero consiguió reír.

– Has estado bebiendo el jerez con el que cocinas.

– No, de verdad… -al sentir el codazo, miró a su marido con ojos centelleantes. Fuera cual fuere la comunicación que compartieron sin palabras, Louisa dejó el tema. Pero logró quitarle el cuchillo de la mano y empujarlo hacia la puerta.

– Sé cuando no soy bien recibido – besó a su mujer en la mejilla antes de irse.

– ¿Por qué discutiste con papá por el cuchillo, mamá? Él solo intentaba ayudar.

– Oh, lo sé.

– Pero lo echaste.

– Echarlo… Oh, cariño -Louisa rio-. Piensas que herí sus sentimientos. Créeme, no es así. Lo que pasa es que él siempre cocina y ya ha trabajado ochenta horas esta semana. El pobre está agotado, pero no quería dejarme todo a mí. Es un pequeño juego que jugamos entre los dos, nada más.

Corrine miró hacia la puerta por la que acababa de marcharse su padre y supo que los misterios de la convivencia se le seguían escapando.

– Un juego -repitió.

– Sí -Louisa dejó el cuchillo y sonrió-. De amor.

Mike asomó la cabeza en la cocina.

– ¿Puedo ayudar en algo? -se acercó a la tabla de cortar y recogió el cuchillo que acababa de soltar la madre de Corrine-. Se me da bien cortar verdura -anunció, siguiendo los cortes diagonales de Louisa.

Esta irradió felicidad.

– Eres un hombre perfecto -1e lanzó una mirada clara a Corrine, señalando la espalda de Mike y esbozando las palabras «Te ama».

Corrine puso los ojos en blanco y se dio la vuelta, pero no duró más de un segundo antes de ladear la cabeza para mirarlo. Era el mismo hombre de siempre. Entonces, ¿por qué lo miraba bajo una luz tan diferente en la casa de sus padres?

– Louisa -Donald apareció en la puerta y agitó una chequera-. Cariño, esto es un desastre. No logro descubrir cuánto dinero tenemos.

– Mira la última cantidad -indicó ella mientras sacaba más ingredientes de la nevera para la ensalada.

– ¿Cuál? Tienes tres.

– Oh -Louisa irguió la espalda, con una lechuga en una mano y una remolacha en la otra-. Bueno, la primera es por si el cheque que perdí pasó por el banco. Si lo perdí antes de rellenarlo, lo cual es posible, no será necesaria. De ahí la segunda cantidad.

– ¿Y la tercera? -Donald suspiró.

– Es lo que tendremos cuando mi ingreso automático llegue mañana.

– Mañana.

– Exacto.

– Pero, ¿qué tenemos hoy?

– Te lo acabo de decir, es una de las dos…

– ¡Olvídalo! -se marchó.

– Perfecto -Louisa sonrió.

– ¿Por qué es perfecto hacer que se enfade? -inquirió Corrine, cada vez más confusa.

– Le acabo de comprar su regalo de cumpleaños -Louisa sonrió-. Y si no estuviera tan enfadado, habría encontrado la entrada de ese cheque. Y sin duda me convencería de que le entregara el regalo antes. Ahora se rendirá y dejará la chequera -rio-. El secreto está bien guardado.

– ¡Louisa! -bramó Donald desde la otra habitación-. ¡me voy a cortar leña!

– Santo cielo -murmuró Louisa-. Quería que el joven tan amable que vive al otro lado de la calle lo hiciera antes de que lo intentara tu padre. El año pasado a punto estuvo de perder los dedos.

Mike dejó el cuchillo.

– Iré a ayudarlo.

– Bendito seas -alabó la madre de Corrine y le dio un breve abrazo.

Corrine observó el placer que se reflejó en la cara de Mike mientras le devolvía el gesto, en esa ocasión con más soltura y facilidad. Se preguntó por qué seguía todavía allí.

– Es un hombre maravilloso -afirmó su madre cuando él se marchó-. Es una pena que escondas tanto tus sentimientos.

Mike reapareció más allá de la ventana de la cocina y se dirigió hacia su padre.

– Es insoportable.

Louisa rio.

– Muy bien, cariño. Si es así como quieres llevar toda la situación. Simplemente dime que no es un hombre aventurero, inteligente y guapo y te creeré.

– No lo había notado.

– Mmm.

– De acuerdo, es aventurero.

– E inteligente.

– Sí.

– Y guapo.

– Mamá, por favor.

– Y guapo -repitió Louisa.

– De acuerdo -accedió Corrine-, y guapo.

– No lo dejes escapar, Corrine. -Se le encogió el corazón.

– Sí, acerca de eso, hay algo que no entiendo -respiró hondo-. Papá y tú. ¿Qué os mantiene unidos? Ya tendríais que haberos matado.

– ¿Por qué? ¿Porque somos dos personas de voluntades y mentes fuertes?

– Bueno… sí.

– Eso no significa que no podamos establecer la paz por cosas tan sencillas como preparar la cena y pagar las facturas.

– Es que parece… -volvió a mirar por la ventana. Observó los músculos de Mike al alzar el hacha por encima de la cabeza y bajarla en un movimiento perfecto que partió en dos un leño. Todas las hormonas de su cuerpo reaccionaron, pero eso era algo físico. ¿Seguiría queriéndolo al cabo de cuarenta años?-. Duro -concluyó-. Parece duro.

Louisa pareció sorprendida y enfadada.

– No puedo creer que no te mostráramos algo mejor en todos estos años.

– ¿Me quieres decir que es fácil?

– ¡Claro que no! Pero de todos modos merece la pena esforzarse.

– ¿Te es… esfuerzas? -preguntó dubitativa. Lo que había visto hasta el momento no le había parecido tanto una cuestión de esfuerzo y trabajo como de… buena suerte.

– Santo cielo, cariño -su madre rio-. Creo que me siento insultada porque tengas que preguntarlo. Sí, me esfuerzo mucho. No puedes creer que una relación tan cariñosa surja de forma natural.

– Es así en las novelas románticas – musitó, mirando otra vez a Mike. Este se irguió y se quitó la camisa, que arrojó a un costado antes de volver a alzar el hacha.

Santo cielo. Músculos. Piel que brillaba por el sudor. Adrede se obligó a mirar a otro lado.

– Tonterías -decía Louisa-. Nada tan bueno resulta fácil. Requiere compromiso volvió a empuñar el cuchillo de cortar-, Dar y recibir. Y después de tantos años, se vuelve cada vez mejor.

– ¿Sí? -no supo por qué al oír eso en su interior brotó una tonta esperanza. ¿A ella qué podía importarle que el matrimonio fuera maravilloso? No pensaba probar.

¿O sí? Se dio cuenta de que así era. Estaba planeando exactamente eso. Se llevó una mano a la frente de repente húmeda y se dejó caer en una silla.

– ¿Corrine? Cariño, ¿qué sucede? -se arrodilló y apoyó las manos en las rodillas de su hija-. ¿Te vas a poner mala? ¿Necesitas una palangana?

– Sí, creo que sí -tragó saliva, pero logró emitir una risa histérica cuando su madre se volvió para irse. La aferró de la muñeca y movió la cabeza-. No, no de esa manera. Es el corazón -se frotó el dolor que se había asentado allí desde que conoció a Mike y que ni una sola vez en todos esos meses había desaparecido.

– Oh. ¿Tienes problemas de corazón? ¡No me lo dijiste! Buscaremos una segunda opinión. Tu padre…

– Mamá, es… -respiró hondo-. Es amor. Creo que estoy enamorada de Mike. Acabo de darme cuenta ahora mismo, y eso ha hecho que me sienta así de mal.

– ¡Cariño!

– No te entusiasmes tanto -advirtió al ver la expresión de júbilo de su madre-. Es terrible. De hecho… -se llevó las dos manos al pecho-… quiero estar con él para siempre.

– Oh, pequeña -los ojos de Louisa se humedecieron.

– No te atrevas a llorar.

Su madre se secó una lágrima rebelde.

– No lloraré -se le escapó un sollozo y se llevó una mano a la boca-: De verdad, no lloraré.

– ¡Mamá!

– No puedo evitarlo -exclamó-. Estoy tan encantada por mí. Es lo que siempre he querido en un yerno.

– ¡No! ¡Mike no puede saberlo!

– ¿Qué? ¿Porqué no?

– ¿No lo ves? No puede suceder. No puede. Es una situación imposible, por un millón de razones diferentes.

– Dime una -ordenó su madre.

– Está… bueno…

– ¿Por qué, Corrine? -Louisa enarcó una ceja.

– Sí -convino Mike desde la puerta con expresión inescrutable en la cara-. ¿Por qué?

Sintió un nudo en el estómago. Se preguntó cuánto había oído. Era imposible descubrirlo por su expresión.

– Pen… pensé que estabas cortando leña.

– Y así era. Hasta que tuve la extraña impresión de que aquí sucedía algo mucho más interesante -se apoyó en el marco-. Y no me equivocaba.

– Sí, bueno -Corrine se puso de pie de un salto y comenzó a ocuparse en arreglar una cocina ya ordenada-. Estábamos…

– Hablando de mí -la tomó de los hombros y la obligó a encararlo.

A regañadientes, ella miró en esos ojos oscuros y pensó: «Por favor, que no me haya oído, que no me haya oído». Pero en esos ojos bailaba el conocimiento; tragó saliva.

– Lo has oído todo, ¿verdad? -susurró.

– Cada palabra.

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