Un año más tarde
– E1 transbordador espacial ha aterrizado sin incidentes -anunció el presentador-. Gracias al duro y asombroso trabajo de unos pocos, hemos dado un paso en la realización de la Estación Espacial Internacional.
Corrine suspiró de placer, tanto por el éxito de la misión como porque su marido se había situado detrás de ella y le acariciaba el vientre.
– ¿Te gusta?, -murmuró, inclinándose para besarle el cuello.
– Como sea más agradable, me pondré de parto -las manos de él siguieron acariciándole el vientre hinchado de nueve meses hasta que quiso derretirse de felicidad-. Acabo de ver las noticias -le informó-. Han vuelto. El aterrizaje fue perfecto.
– No tanto como nuestro último año.
– Lo sé -suspiró otra vez al recordar el éxito que había tenido su propia misión-. Estoy preparada para volver a subir.
Mike rio y la giró en sus brazos.
– ¿Crees que podrás esperar hasta que des a luz?
– ¿Qué piensas que será de mayor? – preguntó Corrine al sentir una patadita del bebé.
– Será lo que quiera, aunque imagino que más obstinado que mil demonios. Igual que su madre.
– No soy obstinada.
– Mmm. Y yo no soy el hombre más afortunado de la tierra.
– ¿Lo eres?
Él sonrió, e incluso después del tiempo transcurrido, a Corrine se le aflojó todo el cuerpo. Como de costumbre, su madre había tenido razón. El amor merecía la pena el esfuerzo.
– ¿Qué? -inquirió él sin dejar de sonreír, pasándole el dedo por el labio inferior, los ojos tan llenos de calor y amor que ella sintió un nudo en la garganta.
Sintió una contracción. No era la primera ni la segunda, y supo que había llegado el momento.
– Te amo, Mike.
– Lo dices como si acabaras de descubrirlo -rio él.
– No -escondió una mueca cuando la contracción la dejó sin aire-: Lo he sabido siempre -logró decir-. A propósito -incapaz de contenerse, jadeó cuando la contracción terminó-. Es la hora.
– Cariño, no podemos. Estás demasiado embarazada para hacer el amor.
– No, me refiero a que ya ha llegado el momento.
Él parpadeó y se quedó boquiabierto.
– Santo cielo.
La expresión de terror puro que apareció en la cara de Mike la hizo reír a pesar del dolor.
– Has pilotado todos los aviones conocidos por el hombre. Has salido de este planeta. ¿Y la idea de tener un hijo te aterra?
– Siéntate -ordenó, alzándola en brazos.
– Ya estoy sentada -indicó mientras él se ponía a recorrer la habitación sin soltarla.
– ¡Tenemos que organizarnos!
– Ya lo estamos -señaló la maleta pequeña que había junto a la puerta.
– ¡Necesitamos un médico!
– Es posible -concedió Corrine, acercándole la cabeza para darle un beso rápido-. Pero, de verdad, Mike, todo lo que necesito o necesitaré está aquí mismo.
– Dios mío, Corrine -le acarició la mejilla con la cara-. Tú también me has dado todo lo que jamás podré necesitar.
Y cinco horas después, le dió incluso más. Una niña hermosa, con ojos oscuros, cabello salvaje y un llanto fiero y exigente que le recordó a su sorprendente y hermosa mujer.