La pasión era un gran misterio para Corrine. La había sentido hasta cierto punto a lo largo de sus años de vida adulta, pero solo de manera limitada. Una emoción tan irracional requería soltar las riendas del control. Podría aflojarlas, pero jamás podría soltarlas del todo. Por ello, cuando se trataba de asuntos del corazón, siempre había podido elegir.
Sin embargo, en esa ocasión, no había elección. Se había apoderado de ella y la tenía sujeta con mandíbulas de depredador. Pero se dijo que no había nacido obstinada por nada. También era tenaz, y si quería alejarse de lo que sentía por Mike, lo haría. Tenía el control de su vida.
Tuvo que repetírselo a menudo durante la siguiente semana. Se hallaban completamente sumergidos en la misión, trabajando con prototipos del cargamento real. En ese momento, trataban de dominar el proceso de descarga, una empresa arriesgada y peligrosa, complicada por el hecho de que nadie lo había hecho antes que ellos.
Los ensayos diarios eran críticos. Si se equivocaban en el espacio, no solo desperdiciarían miles de millones de dólares, sino que retrasarían aún más la terminación de la Estación Espacial Internacional, quizá de forma indefinida.
No podía suceder. Era imprescindible una dedicación total y completa. Corrine estaba segura de que tenía la concentración total de su equipo; la suya propia ya era cuestionable. Le horrorizaba la forma en que su mente vagaba.
Deseaba a Mike, y lo deseaba desnudo. Lo miró en ese momento, y observó cómo por primera vez lograban deslizar el brazo robótico, con Mike encima, hasta el punto preciso que les permitiría descargar correctamente los paneles solares.
Fue un logro enorme, merecedor de una celebración, y cuando una sonrisa enorme apareció en su cara, Corrine se volvió hacia su grupo. Ellos se felicitaron entre sí. Jimmy le dio una palmada a Frank en la espalda. Stephen saltó de alegría y chocó la mano con los otros cuando bajaron.
Corrine observó con el corazón en un puño, hasta que también Mike bajó y alzó la cabeza. A través de los seis metros que los separaban, la miró directamente a ella. El calor siempre presente estaba allí, pero también había más. La alegría de lo que habían conseguido y la necesidad de compartirlo con el otro.
Avanzó un paso hacia ella, con una sonrisa en la cara. Todo en ella se contrajo por la expectación. Entonces, Stephen alargó la mano hacia Mike y frenó su marcha; la conexión se quebró.
Corrine se acercó con el deseo de unirse a la fiesta de testosterona, de ser parte de las palmadas y los hurras. Pero aunque todos se volvieron hacia ella, sin dejar de sonreír, todavía orgullosos y llenos de entusiasmo, se contuvieron de establecer un contacto físico. No ayudó saber que era por su culpa, que ella los había mantenido del lado equivocado de su muro personal.
Tampoco ayudó ver a Mike, tan alegre y sexy. Se preguntó cómo podía sentirse cómodo en su propia piel todo el tiempo. Encajaba en su mundo como una pieza del rompecabezas. «¿Y por qué no?» Tenía pene.
«Fantástico. Pasados los treinta años descubro una envidia de pene. Patético». Dio media vuelta y casi había llegado a la puerta cuando sintió un contacto en el codo. No necesitaba mirar para saber que se trataba de Mike, no cuando todo el cuerpo le tembló con ese ligero contacto. Se preguntó qué diría si le contara lo que acababa de descubrir acerca de sí misma, que estaba patéticamente celosa de la relación que él mantenía con el resto del equipo, que ella ya no disfrutaba con su soledad.
– Corrine -musitó con voz ronca-. Lo hemos logrado.
– Lo sé -no lo miró. No podía.
Volvió a tocarla. De pie detrás de ella, con la espalda hacia el grupo, nadie podía ver cómo le acariciaba la espalda a la altura de la cintura. Solo con unos dedos, nada más, pero eso la conmocionó hasta lo más hondo.
– Me voy arriba -a la sala de control, donde habría más gente feliz, pero a la que podría controlar-. Quiero ver si…
– Lo hemos logrado, Corrine. Creo que eso se merece un abrazo, ¿tú no? O quizá incluso más. ¿Qué te parece?
Nerviosa, soltó una risa breve.
– Estás loco. No puedo tocarte aquí.
– ¿Por qué no? El resto lo hemos hecho. «¿Me ha leído la mente o soy tan transparente para él?»m -¿Por qué iban a pensar algo raro? – continuó él con tono razonable.
En la mente de Corrine bailaron todo tipo de excusas, pero en el fondo de todas estaba la verdad.
– No son ellos, sino yo. No sé qué me pasa cuando estoy cerca de ti.
– Yo sí. Amenazo tu sentido del control -el pecho ancho le rozó un hombro-. Y tú amenazas el mío. ¿Has pensado alguna vez en ello?
– No -estudió la puerta.
– No va a esfumarse -indicó él-. Sería mejor que lo aceptáramos.
– ¿Te refieres a volver a acostarnos?
– Diablos, sí -afirmó con fervor.
Entonces ella rio, pero como fue un sonido medio histérico, se llevó las manos a la boca.
– Oh, Dios, Mike. No sé qué hacer contigo.
La volvió para que lo mirara y ahondó en sus ojos.
– Sí lo sabes. Sabes exactamente lo que tienes que hacer -al no obtener respuesta, suspiró-. Me estás torturando, ¿lo sabías?
– ¿Yo te torturo a ti?
– Todos estos contactos robados y besos salvajes…
– Entonces para…
– Te miro con el pelo recogido, con la ropa severa que te pones y quiero ver a la otra Corrine. Sin la máscara del trabajo, sin el control helado. Me duele.
– Mike…
– Me duele -repitió-. Me hospedo en el Hyatt. En la suite…
– No -jadeó al tiempo que apoyaba un dedo en los labios de él-. No me lo digas…
– Seiscientos cuarenta y cuatro -acabó a pesar de los dedos. Sonrió-. Otra vez la sexta planta. ¿Puedes creer en la ironía? Espero que sea una señal de suerte.
Ella gimió y cerró los ojos.
– No quería saberlo.
– Sí que querías.
«Sí», convino mentalmente.
Como si el destino se burlara de ella, el día concluyó temprano, dejándole dos opciones. Podía irse a casa a ver qué se preparaba para cenar. O podía alquilar una cinta de vídeo, algo que llevaba meses deseando hacer.
Se quedó mirando el edificio donde estaba su apartamento. No había ido al supermercado; debería conformarse con unos cereales y la televisión por compañía. Concluyó que era poco atractivo.
Pero era culpa suya estar tan enfrascada en el trabajo como para haber perdido la vida privada. Podía ir a ver a sus padres, quienes la recibirían con los brazos abiertos. Pero a pesar de lo mucho que los quería, tampoco la atraía en ese momento. Lo que de verdad la atraía era ir al Hyatt a ver qué quería Mike. Aunque ya lo sabía, y muy bien. Era lo mismo que quería ella.
«¿Y luego, qué?», se preguntó. ¿Desaparecería la necesidad casi desesperada que tenía de él?
Diciéndose que sí, que tenía que desaparecer, porque de lo contrario no podría soportarlo, subió a cambiarse, para bajar de inmediato y dirigirse hacia el hotel.
La llamada a la puerta sobresaltó a Mike. El corazón comenzó a palpitarle con fuerza, y aunque se dijo que podía tratarse de cualquiera, fue a abrir con aliento contenido, con la esperanza…
Se encontró con los ojos de Corrine y en ellos vio reflejado todo lo que él sentía: necesidad, cautela e incluso temor.
– No sé qué le está pasando a mi vida perfectamente planificada -comenzó ella desconcertada. -No me concentro, no puedo pensar, no puedo hacer nada salvo soñar despierta contigo, y… -se irguió y le apuntó con un dedo-… todo es por tu culpa.
– Es gracioso.
– No tiene nada de gracioso.
– Es gracioso porque a mí me sucede lo mismo -explicó-. Y estaba convencido de que era culpa tuya.
Ella soltó una risa incrédula.
– Sí, claro. Tienes el mismo problema.
– No duermo, no como -entrecerró los ojos cuando ella volvió a reír-. Ahora te estás riendo.
– Sí, porque no tienes ninguna dificultad en concentrarte y pensar. Lo sé porque te he estado observando. Se te ve sereno y compuesto, y he de decirte, Mike, que eso empieza a molestarme.
Fue el turno de él de reír. Y de acercarla para tomarle la boca y pegarle el cuerpo al suyo, porque iba a tenerla otra vez, debía tenerla, y en ese instante. A juzgar por el sonido hambriento que salió de la garganta de ella, Corrine sentía lo mismo.
Ahondó el beso y ella respondió con igual deseo. Les provocaba un éxtasis mayor que lo que habían conseguido ese día en el trabajo. Metió los dedos en el cabello de Corrine y lo liberó de la pinza que lo mantenía cautivo. Ella plantó una mano sobre la nuca de él para mantenerlo prisionero del beso del que él no quería escapar. Gravitaban hacia algo caliente y fuera de control, con manos y cuerpos, cuando Corrine se apartó para respirar. Él la imitó y ella se mordió el labio inferior.
Cuando Mike llevó los dedos hacia la cremallera del jersey de Corrine, ella apoyó la mano sobre la suya. Casi sin poder ver a través de la bruma sexual creada por ella, Mike movió la cabeza.
– ¿Ya paramos?
La respiración de Corrine era tan irregular como la voz tensa de él; los ojos, vidriosos; la boca, plena y húmeda. Le encantó que no pareciera una comandante de una misión espacial.
– Estamos ante la puerta abierta, Mike.
– Lo había olvidado. Bien podrían haber estado en la luna. ¿Lo ves? Ahí tienes la prueba concreta de que contigo pierdo la cabeza -la hizo entrar, deteniéndose para cerrar la puerta antes de conducirla hacia la cama gigante.
Ella se detuvo con la vista clavada en la colcha.
– ¿Vamos a cometer otro error?
«Diablos, sí», pero no iba a reconocerlo en ese momento, de modo que le dio la vuelta y volvió a besarla hasta que casi no fue capaz de recordar su propio nombre y supo que a ella le sucedía lo mismo. Solo entonces fue otra vez en busca del premio: la cremallera del jersey ceñido que llevaba puesto. Con los nudillos rozó piel al bajarla lentamente, y descubrió que su sexy comandante no tenía nada debajo. Se inclinó y plantó la boca sobre el cuello de Corrine, quien cerró los ojos mientras él la mordisqueaba y succionaba.
– Mike… espera.
Probó la piel suave y blanca.
Ella gimió.
– ¿Ahora? -preguntó él esperanzado, sin dejar de bajar la cremallera.
– No lo sé -le sacó la camiseta de la cintura de los vaqueros y se la quitó por la cabeza. Luego miró fijamente su torso-. ¿Por qué estás tan perfectamente hecho? – preguntó en serio, pasando los dedos por los músculos que se contrajeron ante el contacto.
– Dios diseñó al hombre de esta manera para que, a pesar de nuestra estupidez, las mujeres no se nos pudieran resistir. ¿Funciona?
– Sin ninguna duda -asintió despacio.
– Lamento causarte problemas en el trabajo, Corrine. No es mi intención.
– Lo sé -contempló su cuerpo con lo que parecía una excitación desconcertada.
– ¿Ya? -preguntó él con voz próxima a la súplica mientras jugueteaba con la cremallera entre los pechos de ella.
– Muy bien -susurró-. Ya.
Abrió el jersey y se lo bajó por los hombros hasta que colgó de los codos. A1 mirarla, descubrió que hasta la respiración entrecortada se le paralizaba. Todo se quedó quieto. Todo excepto su corazón, que eligió ese momento para atenazársele.
– Me quitas el aliento, Corrine.
Apoyó una mano sobre la que él se había llevado al corazón.
– Mike…
– No, hablo en serio. Mírate -con gesto reverente, alargó una mano para tocar la punta de un pezón erguido. Ella emitió un sonido quebrado y sexy que a punto estuvo de dejarlo sin habla-. Querría caer de rodillas y adorarte para… -el resto de mi vida».
– Bésame, Mike.
– Pero… -quería pensar en eso, discutirlo.
– Bésame -como si le hubiera leído los pensamientos y hubiera quedado igual de aterrada, lo acercó-. Cállate y bésame.
Pegó la boca a la de él y le hizo el amor con la lengua, introduciéndola y sacándola en un movimiento que Mike ni siquiera trató de evitar, y a los pocos momentos se aferraron el uno al otro. Él quería tocarla toda al mismo tiempo, y cuando se esforzó en ello, Corrine levantó una pierna hasta su cadera para frotarse contra él hasta que Mike se puso bizco.
– Muy bien, hemos de ponernos en postura horizontal -decidió sin aliento-. Antes de que nos matemos -la llevó a la cama y reptó por su cuerpo, le extendió las piernas y se acomodó entre ella.
Corrine alzó las caderas para ir al encuentro de su erección. De algún modo la falda había terminado alrededor de la cintura, dejando únicamente la barrera sedosa de las braguitas entre los dos, aunque esa fricción, junto con el insistente embate de las caderas de ella, estuvieron a punto de ser la perdición de Mike. Aunque no del todo. Porque así como le quitaba el aliento, de algún modo también le había arrebatado el corazón. Quería hablar, quería saber qué estaba sucediendo, por qué de pronto sentía como si lo que generaban en esa misma cama era algo más que un ardor simple e insaciable. Pero ella le bajó la cabeza para reanudar el beso y lo mantuvo ocupado mientras frotaba sus caderas contra la mayor erección que había tenido jamás.
– Ahora -exigió Corrine con un jadeo. Si hubiera sido capaz de oírse, se habría quedado horrorizada, pero no podía, solo era capaz de sentir. La sacudió una sensación tras otra y se encontró pendiendo de un hilo mientras la boca codiciosa y experta de Mike la poseía. Cuando se separaron para respirar, él se deslizó por su cuerpo y abrió los labios sobre un pezón, empleando labios y dientes para provocarle más gemidos. Lo observó desvalida mientras solo con la lengua la empujaba hacia el precipicio. Luego la mano grande y áspera descendió por su vientre hasta colocarse bajo las braguitas. Mike alzó la cabeza y evaluó la reacción de ella mientras el dedo localizaba el punto exacto diseñado para lanzarla al vacío.
Ella emitió un sonido ininteligible que se convirtió en un gemido cuando él frotó ese punto con la yema del dedo pulgar. Todo el cuerpo le palpitó, vibró y suplicó más, pero la verdad era que se encontraba perdida. No tenía ni un indicio, ningún mapa y ninguna guía. Se tiraba al vacío sin paracaídas.
– ¡Espera!
– Creo que ya no -la tocó, la acarició y la dominó, llevándola a un estado de desesperado frenesí. Al mirarla, lo hizo con ojos nublados por el deseo-. Tú lo quisiste – con el dedo que se había transformado en el centro del universo de Corrine, trazó círculos en torno a la entrada, una, dos veces, haciéndola gritar y moverse de manera convulsiva contra su mano-. ¿Verdad?
– Sí -jadeó, retorciéndose en la cama-. ¡Sí, yo lo quise!
Él se quitó los vaqueros y luego hizo que también la ropa de ella se desvaneciera. Abrió un preservativo y mientras se lo ponía la devoró con la mirada. Sin recato, Corrine echó las rodillas hacia atrás y se abrió a él de un modo que le era por completo desconocido pero que en ese momento le parecía el idóneo.
– Eres tan hermosa. Y tan mía -se introdujo en ella solo un poco, apenas unos centímetros, y le provocó un gemido de ansiedad.
– Más -se alzó a su encuentro.
– Oh, sí. Más.
Él echó un poco para atrás las caderas y de la garganta de ella salió otro gemido, pero volvió a embestirla, más y más profundamente, hasta quedar tan encajado que a Corrine le fue imposible saber dónde terminaba y dónde empezaba él.
Entonces, Mike se quedó quieto y la observó mientras por su rostro cruzaban las emociones: asombro, necesidad descarnada.
– Mike -susurró, sintiendo esas mismas emociones, y él la embistió con más fuerza, una y otra vez, en cada ocasión más hondo. Echó la cabeza para atrás y se arqueó hacia arriba. Estaba muriendo-. Mike.
– Estoy aquí. Ven -metió un dedo pulgar en la maraña húmeda de rizos por encima de donde estaban unidos, acariciándola mientras ella se retorcía-. Llega para mí.
La miraba. Esperaba. Le procuró todas esas sensaciones que se liberaron en una explosión descontrolada. Nunca antes la habían observado. Eso debería haberla paralizado, debería haberle impedido que se desmadejara, gritando, sin aire, convertida en una tonta mientras temblaba y se sacudía bajo el asalto del éxtasis, pero no fue así.
Y cuando pudo volver a respirar, comprendió que no había sido la única en perderse. Mike se había desmoronado encima de ella y la tenía abrazada con fuerza. Sorprendentemente, se quedaron dormidos de esa manera.
Él despertó con una sonrisa y otra erección. Giró hacia Corrine, pensando en lo que iba a hacerle, y el asombro lo inmovilizó. Se había ido. Otra vez.
¡Maldita sea! Ella por largarse y él por permitirlo. Debería haberla esposado al cabecero de la cama. No debería haberse quedado dormido.
Debería… debería… debería. La verdad era que no había nada que pudiera hacer para retenerla. Nada. A menos que ella lo deseara.
Lo que evidentemente no era el caso.