Capítulo 9

POLLY se quedó en el agua, que todavía estaba agitada por la repentina marcha de Simon y lo contempló alejarse, atónita por una sensación de incredulidad y frustración. Él iba a besarla, había querido besarla, Polly lo había visto en sus ojos… ¿Por qué la habría empujado como si sintiera asco de ella? ¿Por qué se habría marchado sin una explicación o una disculpa?

La desilusión dejó paso a la humillación al recordar cómo ella lo había animado al deslizarle las manos por los hombros. Prácticamente, le había estado suplicando que la besara, por eso Polly sintió que la cara le ardía de vergüenza al recordar cómo él la había rechazado. Sin embargo, Simon no tenía que explicar nada. Evidentemente, por un momento, se había olvidado de quién era ella para luego darse cuenta de repente de que ella era la última chica a la que querría besar a menos que fuera absolutamente necesario.

A punto de llorar, Polly nadó un par de largos en la piscina. Podía oír a Simon hablar con Chantal y Julien en la terraza. Tenía una voz tan normal… De repente, aquella voz actuó como una cura para su sentimiento de vergüenza. No era culpa suya que él hubiera estado a punto de besarla. Él lo había empezado todo, nunca debería haberla abrazado de aquella manera, ni debería haberla mirado de aquella manera… ni haberla hecho sentirse de aquella manera.

– ¡Polly! La comida está lista -le gritó Chantal desde la terraza.

– ¡Voy!

Polly se envolvió con una toalla y se puso una camisa para protegerse del sol. Las piernas le temblaban, pero no podía pasarse todo el día en la piscina. Estaba claro que ella no estaba a la altura de Helena o de Chantal, pero tampoco quería estarlo. ¡Si Simon no quería besarla, mejor para ella!

Respirando profundamente, Polly subió los escalones que llevaban a la terraza con la cabeza muy alta. Durante la comida, ignoró a Simon, y resultaba evidente que él estaba tratando de hacer lo mismo. Se sentó lo más lejos de ella que pudo y se concentró exclusivamente en Chantal, sonriendo y haciéndola reír de un modo que a Polly sólo se le ocurría describir como necio. Pero, ¿qué le importaba a ella? Intentando convencerse de ello, se sacudió la melena y sonrió espléndidamente a Julien.

Simon sintió aquella sonrisa como si se le hubieran quemado las comisuras de los ojos, pero se obligó a no mirarla. ¿Acaso Polly no se daba cuenta de que él estaba intentando no pensar en ella, no recordar el tacto de la piel mojada de ella bajo sus manos?

Simon estaba todavía abrumado por lo cerca que había estado de perder el control. No era justo que Polly se limitara a sentarse allí como si no hubiera pasado nada. Efectivamente, así había sido, pero no había sido gracias a ella. ¿Por qué no podía volver a ser la irritante Polly de siempre, la que resultaba tan fácil de ignorar? ¿Por qué tenía que haberlo mirado con aquellos ojos tan azules, haberle deslizado las manos por el pecho como si no supiera lo que aquello le causaba? ¿Por qué tenía que comportarse de aquella manera?

Simon pensó que las dos semanas estaban a punto de finalizar y, deliberadamente, se puso a alimentar su resentimiento para no tener que pensar lo que habría ocurrido si él hubiera sucumbido a la tentación en la piscina. ¿Por qué tenía Polly que estropear las cosas?

– Julien, ¿por qué no me ayudas a recoger todo esto? -preguntó Chantal, levantándose de la mesa tan pronto como hubieron terminado de comer. Obviamente, había sentido la tensión que reinaba entre Polly y Simon y quería dejarlos.

– ¡Deja eso, Chantal! Ya has hecho bastante por hoy -exclamó Simon, mientras se levantaba, como movido por un resorte. No podía dejar que su preciosa Chantal se ensuciara las manos con los platos sucios-. Venga, Polly. Nosotros nos encargaremos de esto -añadió, dirigiéndose a ella con un tono airado.

Cuando llegaron a la cocina, Polly se puso a cargar los platos en el lavavajillas.

– ¿Cómo pudiste quedarte ahí sentada y dejar que Chantal lo hiciera todo? -le espetó Simon, en cuanto trajo los últimos platos que quedaban encima de la mesa-. Se supone que ella está de vacaciones.

– Ella sólo preparó la comida de hoy -replicó Polly, mientras metía con estrépito los platos en las ranuras del lavavajillas-. Yo la he preparado casi todos los días, por si no te acuerdas.

– Para eso te pago, por si te has olvidado tú de eso.

– ¿Cómo lo podría olvidar? No te creerás que haría estado trabajando como una esclava y durmiendo contigo todas las noches a menos que me estuvieras pagando, ¿verdad?

La cara de Simon estaba muy pálida. No quería entrar en una discusión sobre a quién le había disgustado más dormir con quién. Tras poner los platos que había traído en el lavavajillas, le quitó a Polly de las manos los que ella tenía.

– ¡Mira, hay migas de pan por todas partes! -exclamó él, furioso, cambiando a un tema que le resultaba más seguro-. No me extraña que Martine Sterne te despidiera si ni siquiera sabes cómo poner un lavavajillas. ¿Es que no sabes que antes de colocar los platos hay que enjuagarlos?

– ¡Sólo las personas reprimidas como tú y Helena hacen eso! -le espetó ella, sintiendo que, gracias a aquella furia podía superar las ansias de echársele en los brazos y ponerse a llorar.

– Helena es la última persona del mundo a la que se le podría llamar reprimida. Tiene una actitud abierta con todo en esta vida y eso incluye el sentido de la higiene, algo que parece que tú desconoces.

– ¿De verdad? ¡Entonces, es una pena que ella no esté aquí!

– Pues sí, es una pena -afirmó Simon, secamente.

Si Helena hubiese estado allí, él no se hubiera tenido que pasar las dos últimas semanas sintiéndose distraído y furioso. Se hubiera concentrado en hablar de negocios con Julien en vez de pasárselas preguntándose dónde estaba Polly y lo que estaba haciendo. Su vida no se habría puesto patas arriba y, en aquellos momentos, no estaría allí sin saber si quería zarandear a Polly o besarla.

– Las cosas hubieran sido algo más sofisticadas si Helena hubiera podido venir -dijo él-. No hubiera convertido la casa en una leonera y hubiéramos podido mantener una conversación inteligente, para variar.

– ¡Sí, como por ejemplo, inteligentes y sofisticadas conversaciones sobre cómo se carga un lavavajillas! -exclamó Polly, con los ojos brillantes.

De repente, el teléfono que había colgado de la pared de la cocina empezó a sonar. Polly lo descolgó, diciéndose que, si era Helena, le iba a contar unas cuantas cosas sobre cómo se carga un lavavajillas.

– ¿Sí? -respondió, muy secamente. Sin embargo, la expresión de su rostro cambio enseguida-. ¡Philippe! ¡Qué alegría que hayas llamado! Estaba precisamente pensando en ti… -añadió, mirando a Simon con una expresión de desafío, mientras bajaba la voz para que la conversación resultara más íntima, aunque todavía fuera inteligible para Simon-. No, claro que no me he olvidado… ¡Claro que voy a ir! Lo estoy deseando… ¿Cómo dices?… No claro que no -respondió, riendo con intención-… ¿Significa eso que todavía sigue abierta tu oferta para enseñarme francés?… Bien, entonces no puedo esperar… Hasta mañana entonces. Era Philippe -le informó a Simon, que la miraba con una dura expresión en el rostro, cuando colgó el teléfono.

– ¡No me digas! -exclamó Simon, con la voz llena de sarcasmo.

– Ha llamado especialmente para recordarme la fiesta que da mañana.

– Mañana es el día que se marchan Chantal y Julien: Había pensado que podríamos todos ir a cenar fuera.

– De acuerdo, entonces podemos ir a la fiesta después.

– Tal vez ellos no quieran ir a la fiesta.

– Entonces, iré yo sola. A mí sí me apetece.

– No hay razón alguna para que yo te haya soportado estas dos últimas semanas si vas a acabar por estropearlo todo al final -afirmó Simon, con una expresión sombría en el rostro-. Chantal y Julien van a sospechar que algo va mal si insistes en largarte por tu cuenta.

– Tampoco hay razón para que yo haya soportado estas dos semanas si yo voy a tener que privarme de ver a Philippe de nuevo.

– De acuerdo -respondió Simon, intentando controlarse-. Pero si tú vas, vamos todos. Y es mejor que sigas recordando lo que acordamos. Estamos comprometidos hasta el domingo. Entonces, Chantal y Julien se habrán ido y yo me marcharé a Londres tan pronto como pueda, cosa que estoy deseando hacer. Después de eso, puedes hacer lo que te venga en gana.

– ¡Supongo que me creerás si te digo que yo tampoco puedo esperar!

El domingo… Aquello significaba que sólo quedaba otro día que pasar al borde de la piscina, sólo dos mañanas más en las que despertarse con el sol, entrando a raudales a través de las contraventanas, para luego salir descalza a la terraza… Sólo dos noches más al lado de Simon.

Evidentemente, él estaba deseando volver a ver a Helena. Polly intentó convencerse de que se alegraba, de que estaba harta de que la mandaran de acá para allá, recibiendo críticas constantemente. Era mejor que Simon volviera con Helena para que los dos pudieran hacer las cosas a su gusto. Ella tenía otros planes. Sería libre, se divertiría… Tendría todo lo que siempre había deseado.

Polly intentó recabar todo su entusiasmo antes las perspectivas para los próximos días mientras se arreglaba para salir aquella noche. Siempre había querido ir a una de aquellas sofisticadas fiestas de la jet-set. Estaría llena de hombres elegantemente vestidos y hermosas mujeres cuyas revistas aparecían en todas las revistas. Habría música, periodistas y todos los componentes de aquella vida disoluta.

Y ella estaría allí. Polly se miró en el espejo y sintió náuseas. Se había puesto su mejor vestido, de color rojo y muy cortó, y los zapatos que le habían destrozado los pies la noche que Simon había aparecido en la fiesta de los Sterne. Desde entonces, sus pies se habían recuperado y, además, aquella noche no tendría que servir como camarera. Su lugar estaría entre los que tomaban las copas de las bandejas que otros ofrecían.

Debería estar muy emocionada. Philippe estaría allí y él le había dicho que estaba deseando verla. Polly practicó una sonrisa, pero no resultaba nada natural. ¡Tendría que mejorar mucho! Se suponía que tenía que estar contenta, estaba contenta. Todo lo que tenía que hacer era convencer a Simon de que estaba contenta.

Simon iba y venía por la habitación, detrás de ella, poniéndose unos gemelos. Simon se decía que Polly se estaba tomando muchas molestias por Philippe. El vestido le hacía unos pliegues muy sugerentes en la espalda mientras ella se inclinaba para ponerse rimel en las pestañas. Simon sintió que se le hacía un nudo en la garganta. ¿Qué pasaría si él fuera a acariciarle los hombros desnudos y dejara que los pulgares le acariciaran la nuca? ¿Inclinaría la cabeza ella y, sonriendo, le diría que ya no le apetecía salir?

Ella nunca diría eso. Estaba deseando salir. Aquélla era su mayor oportunidad para impresionar a Philippe Ladurie, y resultaba evidente que ella no estaba dispuesta a dejarla escapar.

Como si quisiera darle la razón, en aquel momento, Polly se levantó y se alisó el vestido para volverse luego a mirarlo.

– ¿Qué tal estoy? -preguntó ella, con una frágil sonrisa.

– Bien -respondió Simon. En realidad, estaba hermosísima.

– ¿Crees que a Philippe le gustará el recogido que me he hecho en el pelo?

– Me imagino que sí -replicó él, a pesar de que quería decir que no tenía ni idea de lo que le gustaba a aquel patán.

– Espero que no vayas a ser tan grosero como la última vez -le advirtió Polly-. No quiero que me estropees mis posibilidades con él. No me importa tener que simular que soy tu prometida durante una noche más, pero no hay ninguna necesidad de que, esta noche, te comportes como un prometido celoso.

– No lo haré -replicó Simon, apartando la mirada.

Polly fue el alma de la fiesta mientras estuvieron cenando en el restaurante. Tenía los ojos brillantes e incluso su risa resultaba algo febril. Pero Simon sabía que aquello sólo se debía a que estaba excitada por verse en la maravillosa fiesta de Philippe y por el hecho de volver a verlo. Mientras ella levantaba la copa y sonreía a Julien, él la contempló y se dio cuenta, de repente, lo mucho que la amaba.

¿Cuándo había perdido él el control de lo que sentía por ella? ¿Cuándo había aprendido a apreciar lo risueños que eran sus ojos, la suave curva de sus labios y la manera en la que le brillaba el pelo cuando volvía la cabeza?

Simon torció la boca al darse cuenta, con amargura, de que aquélla sería la última vez que la vería. Lo único que deseaba en aquellos instantes era sacarla del restaurante y llevársela a casa para suplicarle que se quedara. Sin embargo, con aquello, no conseguiría nada. Ella buscaba glamour y sofisticación. No quería pasarse el resto de la vida con un hombre que le decía constantemente cómo tenía que hacer las cosas. Al día siguiente, ella se habría marchado y Simon intentaría convencerse de que le gustaba su ordenado estilo de vida.

– Simon, ¿te encuentras bien? -le preguntó Chantal, sacándole de sus pensamientos.

– Sí -respondió él, esbozando una sonrisa-. Si todavía quieres ir a esa fiesta -le dijo él a Polly-, creo que deberíamos marcharnos.

Mientras miraba a Polly, deseó con todas sus fuerzas que ella dijera que había cambiado de opinión y que ya no quería ir. Sin embargo, tras un momento de duda que hizo que Simon albergara ciertas esperanzas, Polly se puso de pie con una radiante sonrisa.

– Estoy lista. ¡Vamos de fiesta! -exclamó ella.


La fiesta era todo lo que Polly había imaginado y Philippe estaba mucho más guapo de lo que ella recordaba. El la había recibido con una halagadora bienvenida. Sin embargo, lo único que Polly no pudo olvidar era que a Simon aparentemente no le importaba que otro hombre la cortejara.

Aquella tarde, debería haber sido la que los sueños de Polly se hicieran realidad. Aquella fiesta era la clase de fiesta con la que Polly había soñado toda su vida y de la que sólo había sabido a través de las revistas. Allí estaba ella, rodeada de famosos, monopolizada por el hombre más guapo de la fiesta y…, lo único que quería era marcharse.

Escuchando sólo a medias lo que le decía Philippe, recorrió la vista por los invitados buscando a Simon, sin saber si se sentía halagada o herida por la manera en la que él la había dejado en manos de Philippe y había desaparecido. De vez en cuando, lo había visto hablando con alguien, pero por mucho que ella riera o flirteara con Philippe, Simon ni siquiera la miraba.

De repente, vio que se marchaba con Chantal y Julien en dirección a la puerta. Polly los miraba incrédula. ¡Simon iba a abandonarla allí!

Murmurando entre dientes una excusa para Philippe, Polly luchó por abrirse paso entre los invitados y llegar a tiempo a la puerta para tomarle a Simon por el brazo.

– ¿Dónde vais? -preguntó, muy enojada.

– Chantal está cansada -respondió él, mirando por encima del hombre para asegurarse de que ellos no podían oírlos-. Tienen que volver a París mañana en coche, así que me ofrecí a llevarles a casa.

– ¿Y yo?

– Di por sentado que querrías quedarte -replicó Simon con frialdad-. Me pareció que te estabas divirtiendo mucho con Philippe y me pediste que no interfiriera entre vosotros, así que pensé que preferirías que nos marcháramos. Además, ya no hay razón alguna para que no le digas la verdad a Philippe, si eso es lo que quieres.

– Me podrías haber dicho que os ibais -afirmó ella. Se sintió horrorizada al sentir que se estaba a punto de llorar.

– No creí que te dieras cuenta. Siempre que te miraba, te veía encantada con Philippe. Parece que le gustas mucho -dijo él con tristeza.

– Sí.

– Debes de estar encantada de que todo esté saliendo de la manera que tú esperabas.

– Sí.

Entonces, se produjo una pausa. Chantal y Julien se detuvieron para ver qué le pasaba a Simon. El levantó una mano para decirles que ya iba y se volvió a Polly.

– Me hubiese gustado que volvieras a casa esta noche para que pudieras despedirte de Chantal y Julien mañana, pero, tal vez, si las cosas van tan bien que quieres quedarte aquí, estoy seguro de que podría encontrarte una excusa.

– ¡No! Claro que no. Volveré a casa.

– Entonces, regresaré a recogerte dentro de un par de horas.

¿Dentro de un par de horas? ¿Es que no se daba cuenta de que ella estaba desesperada por volver a casa, de que lo único que quería era regresar y meterse en la cama?

– De acuerdo -dijo ella, por fin, con una falsa sonrisa.

Las dos horas siguientes fueron un purgatorio. Philippe estuvo más atento que nunca y la sacó a bailar, obsequiándola constantemente con champán. Sin embargo, todo lo que Polly podía pensar era en lo que faltaba para que Simon viniera a recogerla. No dejaba de mirar a la puerta, aterrada de no verlo cuando entrara.

Por fin, él entró por la puerta, frío, seguro de sí mismo. Comparado con los otros hombres que había en la fiesta, él no era tan sofisticado, pero en cuanto lo vio, Polly sintió que los pulmones se le vaciaban y que el corazón le daba un vuelco.

Él la estaba buscando. Rápidamente, Polly se volvió a Philippe y se puso a sonreír, decidida a que Simon se pensara que se lo estaba pasando estupendamente. Incluso se las arregló para sobresaltarse cuando Simon apareció a su lado.

– Ah, ya has llegado -dijo ella, simulando indiferencia.

– ¿Nos vamos?

– ¿Tan pronto? -preguntó ella, como si no se hubiera pasado toda la noche deseando marcharse.

– Si quieres, puedo esperar fuera.

– Para eso, es mejor que nos marchemos ya -protestó Polly.

– Entonces, te espero en el coche -replicó él, sin esperar a ver cómo ella se despedía de Philippe.

Intentando luchar para que no se le saltaran las lágrimas por el cansancio y la frustración, Polly le siguió. Le dolían la cabeza y los pies, y todo lo que quería era poder apoyarse en el brazo de Simon.

– ¿Te lo has pasado bien? -preguntó él, una vez estuvieron en el coche.

– ¡Ha sido maravilloso! -mintió ella-. No sabía que Philippe fuera tan divertido. Nos pasamos la noche hablando y bailando… ¡ha sido tan romántico! Es tan agradable, tan afectuoso e interesante… Ahora me parece que lo conozco mucho mejor… Además, me dijo que le gustaba mi pelo y se acordó de que llevaba estos zapatos en la fiesta de su hermana.

– ¿Le dijiste que no estábamos verdaderamente comprometidos?

– No exactamente. Le dije que estábamos teniendo problemas, así que no creo que se sorprenda cuando le diga que todo ha terminado entre nosotros. Me dijo que si alguna vez necesitaba algún sitio donde ir, me podría quedar con él. Todo lo que tengo que hacer es llamarlo.

– ¿Es eso lo que vas a hacer mañana? -preguntó Simon, cuyos nudillos estaban blancos de apretar el volante.

– Yo… bueno… supongo que sí -contestó Polly.

De repente, lo entendió todo. No quería ir a ningún sitio. Lo que quería era quedarse en La Treille, con Simon. Lentamente, se volvió a mirarlo. Tenía la cara iluminada por las luces del salpicadero. El reconocimiento de saber cuánto lo quería le pilló por sorpresa, dejándola aturdida y desorientada.

Así que, aquello era. Polly siempre había deseado enamorarse, pero nunca había esperado que sería de aquella manera. Se había imaginado llena de pasión o radiante de alegría, no envuelta por una sensación turbulenta de alegría y desesperanza. Aquel amor podría nos ser como ella se había imaginado, pero Polly sabía con toda seguridad lo que era y no podía hacer nada por evitarlo.

«Te amo», dijo para sí. El deseo de pronunciar aquellas palabras era tan fuerte que tuvo que taparse la boca con la mano para retenerlas. Por supuesto que lo amaba, pero ¿cómo podía decírselo en aquellos instantes? ¿Cómo podría decírselo?

Simon amaba a Helena, no a ella. Al mirarle al rostro, Polly comprendió la tensión que habían significado para él las dos semanas anteriores. Ella le había dicho que estaba enamorada de Philippe, pero aquello sólo había sido una fantasía. Sin embargo, lo que él sentía por Helena era real.

A menudo, le había dicho a Polly lo perfecta que ella era y lo bien que los dos se llevaban. Simon no iba a dejar todo eso por ella, desorganizada y caótica, una mujer que no hacía otra cosa que irritarle y discutir con él.

Al mirar por la ventana comprendió que jamás le podría decir a Simon que lo amaba. Aquella confesión no conduciría a nada y sólo les causaría a los dos una profunda vergüenza. Si él hubiera sido un extraño, Polly se habría arriesgado, pero Simon era parte de la familia. Tendría que acostumbrarse a verlo con Helena, tendría que ir a su boda y sonreír, simulando que no tenía el corazón destrozado.

Al entrar en la casa, Polly evitó mirar a Simon para que él no notara la tristeza que había en sus ojos. Chantal y Julien ya se habían acostado, por lo que ella subió rápidamente al dormitorio y se metió en el cuarto de baño. Tras encerrarse, contempló con desesperación la patética imagen que se reflejaba en el espejo y tuvo que armarse de valor para encontrar el coraje que iba a necesitar para dormir con Simon por última vez.

Mientras tanto, en el dormitorio, Simon se maldijo mientras se desnudaba. Todo había salido mal. Había esperado que, si le daba la oportunidad a Polly de pasar una tarde con Philippe, ella descubriría que no estaba enamorada de él, pero aquella velada parecía haber tenido un efecto contrario. A juzgar por lo que ella había dicho en el coche, Polly estaba locamente enamorada de Philippe.

Y no había nada que él pudiera hacer. Era evidente que ella apenas podía esperar al día siguiente para llamar a Philippe y aceptar su oferta y una vez que estuviera allí, Polly no podría resistirse a sus encantos.

Simon iba a tener que dejarla marchar, aunque cada fibra de su cuerpo le pidiera que no lo hiciera. Sin embargo, sabía que Philippe no la haría feliz. Él no sabía lo afectuosa, divertida y exasperante que podría ser. No había visto la transformación de una niña traviesa en la espléndida mujer que ella era. El corazón de Philippe no le daba un vuelco cada vez que ella sonreía.

No. Simon estaba convencido de que todo lo que Philippe sabía de ella era que tenía unas piernas espectaculares y que, aparentemente, pertenecía a otro hombre. Aquello era todo lo que Philippe necesitaba para interesarse. Comprometida con otro hombre, Polly era un desafío. Por sí sola, Polly tenía poco que ofrecerle y Simon temía que, al final, resultaría herida.

Simon se juró que, si aquello llegaba a ocurrir, él estaría allí el primero para recoger los pedazos. No le resultaría difícil encontrar una excusa para seguir unos días más en Provenza. Si ella lo necesitaba, allí estaría. Si no, se volvería a Londres y seguiría su vida sin ella.

En aquel momento, la puerta del cuarto de baño se abrió y Polly salió, tal y como lo había hecho las noches anteriores, vestida con una enorme camiseta. Se había lavado la cara y el pelo le caía por los hombros. Simon tuvo que reprimir un suspiro, igual que había hecho todas las demás noches, durante dos largas semanas.

Al mirarla, se dio cuenta de que aquélla era la primera vez que le había visto la cara desde que había ido a recogerla a la fiesta. Al ver la mirada triste que tenía en los ojos, se sintió desorientado. Sólo había esperado ver pura felicidad.

– ¿Te pasa algo, Polly?

Polly quiso responder que todo iba mal, pero allí estaba él, de pie, con la camisa abierta. Resultaba una imagen de lo más tentadora para ella. Polly quiso acercarse a él y apoyar la cabeza sobre su pecho y oír los tranquilizadores latidos de su corazón. Polly deseaba tanto hacer aquello que las lágrimas estuvieron a punto de escapársele de los ojos, por lo que tuvo que dirigirse al lado opuesto de la habitación.

– No -respondió ella, sentándose en la cama-. Es que estoy un poco cansada, eso es todo. Ha sido una tarde de lo más emocionante.

Polly hubiera deseado que él no la hubiera mirado, por si él notaba que se le estaba partiendo el corazón. No quería que Simon se sintiera culpable por no poder amarla tanto como ella lo amaba a él. Él le había dado lo que creía que ella quería y ella estaba dispuesta a hacer lo mismo por él. El quería marcharse a casa, con Helena. Todo lo que tenía que hacer era convencerlo de que estaba bien.

– ¿Qué podría pasarme? -añadió, lanzándole una sonrisa por encima del hombro-. He estado bailando toda la noche con el hombre más guapo que conozco y mañana voy a volver a verlo.

– Parece que, después de todo, has conseguido el amor maravilloso y romántico que estabas buscando -respondió Simon, con pesar.

– Sí.

Sin embargo, se sintió de lo más aliviada cuando por fin apagaron las luces y pudo dejar de sonreír.


– Adiós, Polly -le dijo Chantal, dándole un afectuoso abrazo-. Muchas gracias por todas esas maravillosas comidas.

– Ojalá no tuvierais que marcharos -respondió Polly, muy sinceramente.

– Me temo que no podemos hacer otra cosa -replicó Chantal-. En cualquier caso, creo que ya va siendo hora de que tú y Simon paséis algún tiempo solos. Nos avisareis cuando sepáis la fecha de la boda, ¿verdad?

– ¿Qué boda? -preguntó Polly, inocentemente.

– ¡La vuestra, por supuesto! -exclamó Chantal, riendo.

– Te enviaremos una invitación tan pronto como esté todo organizado -afirmó Simon, tomando a Polly por la cintura.

Aquel abrazo era agridulce. Sería la última vez que tendrían que mentir, la última vez que Polly sentiría el cuerpo de Simon contra el suyo. Cediendo a la tentación, ella lo tomó también por la cintura, esperando que nadie notara lo mucho que luchaba por no llorar.

Julien la besó afectuosamente y le dio un golpe a Simon en los hombros.

– Seguiremos en contacto sobre lo de esa fusión -prometió-. Y no esperéis demasiado para decidiros por la fecha de la boda. Estáis hechos el uno para el otro.

Simon y Polly siguieron abrazados mientras el coche se perdía en la distancia. Era casi como si los dos estuvieran deseando prolongar aquel momento antes de separarse para siempre. Por fin, el coche desapareció, dejando sólo el rugido del motor y las palabras de Julien flotando en el aire.

«Estáis hechos el uno para el otro…»

Sin embargo, no era así. Ya no quedaba nada que les mantuviera abrazados y que les impidiera separarse y marchar en direcciones opuestas. Fue Simon el que dejó caer el brazo el primero. Al sentir que lo hacía, Polly hizo lo mismo, ya que no quería que él pensara que ella estaba intentando prolongar aquel momento. El silencio era desolador.

– Se van a sentir muy desilusionados cuando sepan que no nos vamos a casar -comentó ella, con la voz temblorosa.

– Sí.

– ¿Qué piensas decirles?

– No sé. Diré que tú encontraste a otra persona. Además, si todo sale bien entre tú y Philippe, será cierto.

– Será un alivio dejar de fingir, ¿verdad? -afirmó Polly, dando vueltas el anillo de compromiso alrededor del dedo.

– Sí.

– Ya no me necesitas.

– No -replicó Simon, tras un momento de duda.

– Entonces, es mejor que te quedes con esto -replicó ella, sacándose el anillo del dedo y entregándoselo.

– ¿Estás segura de que no quieres quedártelo? -preguntó él, sin tomarlo.

– Sí. Un anillo de compromiso es algo muy especial. Éste sólo representa una farsa. La próxima vez que lleve un anillo, quiero que sea de verdad. Ya no quiero mentir más -añadió, pensando que aquellas palabras resultaban irónicas. Lo que estaba haciendo era mentir para no confesar que amaba a Simon.

– De acuerdo -dijo él, metiéndose el anillo en el bolsillo-. ¿Quieres llamar a Philippe?

– Preferiría hacerlo desde el pueblo -respondió Polly, a punto de llorar-. ¿Crees que podrías llevarme en el coche?

– Claro. Estoy seguro de que tienes muchas ganas de marcharte con él.

Polly quería gritar a los cuatro vientos que no quería marcharse de allí que quería estar con él. Sin embargo…

– Sí -replicó ella-. Voy a recoger mis cosas.

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