LA FIESTA estaba en pleno apogeo cuando el timbre volvió a sonar. Polly, que estaba tratando de recorrer la habitación de modo que pudiera encontrarse con Philippe, se preguntaba si podría pretender que no lo había oído cuando Martine Sterne le chascó los dedos delante de la cara.
– ¡Polly! ¡Ve a abrir la puerta enseguida!
Con un suspiro, Polly se abrió camino a través de los invitados y se dirigió al vestíbulo. Aquel trabajo había sonado tan prometedor cuando se decidió a responder el anuncio… Si ella hubiera sabido que tres meses en el sur de Francia como ayudante personal de un director de Hollywood significaban tener que ser la esclava de su insoportable esposa francesa, nunca lo hubiera aceptado.
Polly sacudió la cabeza. Se sentía algo triste al recordar lo mucho que había presumido con su familia y amigos por su nuevo y maravilloso trabajo al lado de Rushford Sterne.
Polly trató de ver el lado positivo. Mientras dejaba la bandeja en la mesita del vestíbulo y se enderezaba la cofia por enésima vez, intentó convencerse de que, en realidad, no era tan malo. Tal vez Martine Sterne fuera una pesadilla como jefa por haberle obligado a ponerse una cofia de encaje y un delantal para servir las bebidas, pero aquella mujer tenía un hermano del que Polly se había enamorado en el momento en que lo vio.
Philippe era la clase de hombre que ella había creído que sólo existía en las películas. Era alto y esbelto, de pelo oscuro, ojos marrones dormilones y una sonrisa que hacía que Polly se derritiera por dentro. Al contrario de su hermana, Philippe la trataba como a un ser humano. Sólo el pensar que él iba a visitar frecuentemente la casa durante aquel verano había hecho que las seis semanas se le hicieran algo más llevaderas.
Aquella tarde, Polly se había puesto en su honor sus mejores zapatos, que atraían la atención sobre las largas y esbeltas piernas de ella, pero no sabía por qué se había molestado. Philippe no se iba a fijar en ella, con zapatos o sin ellos, por culpa de aquel estúpido uniforme.
En cualquier caso, Polly no tenía muchas posibilidades de que se fijara en ella. Era bastante agraciada, rubia de ojos azules, pero nunca podría ganar un concurso de belleza, sobre todo si se la comparaba con todas aquellas elegantes mujeres que luchaban por ganar su atención en la sala. Polly, a su lado, se sentía demasiado gorda. Por su constitución, nunca podría alcanzar la extrema delgadez de aquellas mujeres. Además, sus generosas curvas y su alborotado cabello le hacían parecer desaliñada, fuera lo que fuera lo que llevara puesto.
En aquel momento, el timbre de la puerta sonó con impaciencia.
– ¡Ya voy, ya voy! -musitó Polly, mientras se colocaba la cofia en su sitio.
Intentando olvidar por un momento la tortura de aquellos zapatos, intentó fijar una sonrisa en el rostro antes de dirigirse a la puerta. Al abrirla, vio que en el umbral estaba un hombre de unos treinta años, de aspecto muy austero, con un rostro inteligente e irónicos ojos grises. Entonces, la sonrisa de Polly se borró de los labios.
– ¡Simon! -exclamó ella, atónita. Era imposible que Simon Taverner viniera a la casa de los Sterne. Momentáneamente, él pareció algo desconcertado, tanto que ella se preguntó si estaría teniendo una alucinación-. ¿Simon? -añadió, en un tono más dudoso.
– Hola, Polly.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó ella. Al oír aquella voz, estuvo segura de que era él. Simon era la única persona que conocía con aquel tono de voz tan pausado y la capacidad de avergonzarla con sólo un movimiento de la ceja, lo que la exasperaba. De repente, Polly fue consciente del aspecto que debía tener con aquel ridículo uniforme.
– Te estaba buscando.
– ¿Cómo? ¿Qué es lo que pasa? -quiso saber ella. Tal vez Simon había venido a traerle malas noticias-. ¿Están mi madre y mi padre bien?
– Están bien -respondió Simon-. Ellos se preguntan lo mismo de ti. La semana pasada comí con ellos y estaban muy preocupados porque no habían tenido noticias tuyas desde algún tiempo. Por eso, me ofrecí a visitarte para comprobar que estabas bien, ya que voy de camino a La Treille.
– ¡Dios mío! Debería haberlos llamado. Iba a hacerlo, pero sabía que me preguntarían sobre mi trabajo y nunca se me ha dado bien mentir, así que hubiera tenido que decirles la verdad. Les dije que iba a ser el mejor trabajo de mi vida… No quería admitir que había terminado siendo una doncella de lujo.
– ¿Cómo ha sido eso? Yo pensé que ibas a ser la ayudante de un director de cine.
– Yo también -respondió Polly con amargura, mirando por encima del hombro para asegurarse de que Martine Sterne no revoloteaba por allí en busca de un nuevo invitado-. Ya me veía por el Festival de Cannes, con una carpeta y codeándome con las estrellas. Pero resulta que la última película de Rushford Sterne fue un fracaso, así que, él mismo tiene que perseguir a las estrellas, y no las estrellas a él. Está intentando conseguir el dinero para un nuevo proyecto, por eso está organizando muchas reuniones sociales. Para todo lo que me quieren es para abrir puertas, servir bebidas y fregar los platos. ¡Es decir, que tan sólo soy una esclava doméstica!
Simon la miró con desaprobación, como lo hacía normalmente. Lo llevaba haciendo desde que ella tenía uso de razón. Los padres de ambos eran buenos amigos. Las dos familias solían irse juntas de vacaciones cuando ellos eran niños. Cuando era una niña, Polly adoraba a Simon, que era siete años mayor que ella, le seguía a todas partes e incluso le pidió que se casara con ella cuando tenía sólo cuatro años. Pero no tardó mucho en darse cuenta de que aquello había sido un error. Polly se alió con Charlie y con Emily, que eran mucho más divertidos, por lo que Simon se convirtió en el hermano mayor, aburrido y sensato, que intentaba controlarles.
– ¿Por qué sigues aquí si el trabajo es tan malo? -preguntó Simon.
– Es una cuestión de principios.
– ¿De principios?
– Bueno, tal vez no exactamente, pero mi padre me aconsejó que no aceptara el trabajo, así que ahora no puedo volver y admitir que tenía razón. Me dijo que todo sonaba muy vago, y que si no tenía cuidado, acabaría siendo explotada, que ha sido exactamente lo que ha ocurrido. Estaba tan decidida a demostrarle que estaba equivocado que me negué a aceptar el dinero que me ofreció. Ahora no me podría ni siquiera permitir el marcharme, aunque quisiera. Me tuve que pagar el viaje yo misma, y todavía no me han pagado, así que, en este momento, tengo unas cinco libras hasta que se me acabe el contrato.
– ¡No me extraña que tus padres estén preocupados por ti! -dijo Simon, sacudiendo la cabeza.
– No es tan malo. Al menos estoy viendo cómo vive la otra mitad. Esta casa es fabulosa, y conozco a montones de personas muy sofisticadas, aunque sólo sea para ofrecerles una copa.
– No veo el interés de un trabajo en el que lo mejor que haces es servir copas a unas personas que se las podrían servir perfectamente ellos mismos.
– Tú no lo entiendes -replicó ella, enojada.
Aquella actitud era la típica de Simon. La frivolidad le era completamente ajena, lo que era una pena. Cuando dejaba de ser tan serio, podría ser bastante divertido, pero la mayor parte del tiempo se empeñaba en mostrarse superior a los demás.
¡Y el aspecto que llevaba! Tenía que ser la única persona en el sur de Francia con traje y corbata. Por muy ligera que fuera la tela y lo atrevido, para él, de aquel tono amarillo en la corbata, no dejaban de ser un traje y corbata.
De repente, el murmullo proveniente de la fiesta se hizo más fuerte, como si alguien hubiera abierto una puerta.
– Mira, tengo que seguir trabajando -añadió Polly-. La señora Sterne se pondrá furiosa si me ve hablando contigo. No te preocupes por mí, estoy bien. Mañana llamaré a mis padres y les diré que dejen de preocuparse.
– ¿Es que no puedo quedarme unos minutos? -preguntó él, dando un paso hacia el vestíbulo-. He venido directamente desde el aeropuerto y me vendría bien descansar un poco.
– ¡No! -exclamó Polly-. Me encantaría invitarte -añadió, al ver el gesto de sorpresa de Simon-, pero hoy no puedo. Los Sterne están dando una fiesta, como podrás oír, y tengo que trabajar.
– No te preocupes por mí. Me uniré a la fiesta. Así podré echar un vistazo a esta gente tan sofisticada que tan impresionada te tiene -afirmó él, dirigiéndose al lugar de donde provenía el ruido.
– ¿Qué estás haciendo? -exclamó Polly, horrorizada, mientras le agarraba por el brazo-. ¡No puedes entrar ahí!
– ¿Por qué no?
– Porque no te han invitado.
– No creo que a nadie le importe. Me parece que todos se están divirtiendo mucho -dijo él, inclinando la cabeza como si escuchara, para luego seguir avanzando hacia la puerta-. Nadie se va a dar cuenta de que hay uno más.
– ¡Simon, por favor, déjate de tonterías! -gritó ella, intentando detenerlo. Sin embargo, aquello era como intentar detener una roca. Nunca se había dado cuenta de que Simon era tan fuerte. Pero él se detuvo, para alivio de Polly, justo al llegar a la puerta-. ¿A qué te crees que estás jugando? ¡Esto no me hace nada de gracia! Si Martine te encuentra aquí, me matará.
A duras penas, Polly se las arregló para empujarlo de nuevo hasta la puerta. Sin embargo, cometió el error de soltarle un brazo para poder abrir la puerta. Inmediatamente, Simon de dirigió de nuevo a la fiesta.
– No me puedo creer que a tus jefes les importe que invites a un amigo a la fiesta. ¿No te estarás pensando que voy a hacerte quedar mal?
– Tú no conoces a mis jefes -replicó ella, ya sin aliento, mientras intentaban detenerlo-. Además, en lo que a mí respecta, has dejado de ser mi amigo, ¡así que vete!
– ¡Polly! -resonó una voz detrás de ellos, haciendo realidad los temores de Polly.
– Mira lo que has hecho -musitó ella, al ver que la señora Sterne avanzaba por el vestíbulo hacia ellos-. Sí no quieres que le diga a mi padre que me has echado a perder mi trabajo, es mejor que simules ser un completo extraño. Puede que me salve si se cree que estabas intentando colarte en la fiesta. Si le dices queme conoces, ¡nunca te perdonaré!
– ¿Qué estás haciendo, Polly? -preguntó Martine con dureza-. ¡Deja entrar al señor Taverner enseguida!
Polly se quedó con la boca abierta.
– Se te van a meter las moscas en la boca si no tienes cuidado -murmuró Simon, estirándose la chaqueta de un modo muy exagerado.
Antes de que Polly pudiera entender lo que estaba pasando, vio que Martine saludaba a Simon con mucha efusividad y una sonrisa que ella no había visto hasta entonces.
– ¡Me alegro tanto de verlo, señor Taverner…! ¿Puedo llamarte Simon? -preguntó ella, con un tono de voz encantador.
– Me estaba empezando a preguntar sí me habría equivocado de casa -respondió Simon, besándole en ambas mejillas, a la manera francesa-. Su doncella no parecía estar dispuesta a admitirme -añadió, mirando a Polly con malicia.
– ¿Doncella? -repitió Polly, sintiéndose ultrajada.
– ¡Cállate! -le espetó Martine-. Lo siento tanto, Simon -le dijo a él, con voz aterciopelada mientras a ella le echaba miradas venenosas-. Es nueva y no sabe lo que está haciendo.
– Pero… -empezó Polly.
– ¡Te he dicho que te calles! -le gritó Martine-. Debes perdonarla -dijo a Simon, con una sonrisa-. Vamos a buscar a Rushford. Sé que está deseando volver a verte.
Polly se sentía como si estuviera en una pesadilla. ¿Cómo si no se podría explicar que Simon fuera amigo de su jefa? Sin embargo, al ver la manera en la que él la miraba, con un horrible brillo de diversión en los ojos mientras le daba la chaqueta, sintió que todo era real. ¡Aquello estaba ocurriendo de verdad!
– ¿Crees que tu doncella se haría cargo de mi chaqueta? -le dijo él a Martine, quien le hizo un gesto con la cabeza a Polly.
– Supongo que eso sí podrá hacerlo -replicó Martine, con sarcasmo.
– Yo… yo creo que todo esto es una equivocación -balbució Polly, que, de alguna manera, había extendido la mano para tomar la chaqueta.
– Efectivamente -contraatacó Martine, con una mirada gélida-, pero ya lo hablaremos mañana.
– Pero…
– Se supone que lo que tienes que estar haciendo es servir copas. Te sugiero que te pongas a hacerlo si quieres mantener tu trabajo hasta mañana.
Y con eso, tomó a Simon por el brazo y se lo llevó a la fiesta, dejándola a ella con la boca abierta y la chaqueta de él en la mano. ¡Incluso tuvo el valor de guiñarle un ojo desde la puerta!
Tal vez aquello había sido un sueño. Tal vez podría haber otro Simon Taverner, uno diferente, que sí tendría relación con los Sterne. Aquélla era la única manera de explicar que aquel hombre pareciera tan corriente y a la vez tan seguro de sí mismo.
Inconscientemente, se llevó la chaqueta de él a la cara y la olió. Aquel era el olor de Simon, un olor limpio, masculino y tremendamente familiar.
Polly apartó la cara de la chaqueta, algo avergonzada de sí misma y la llevó al perchero. Luego, recogió la bandeja de las copas, jurándose que Simon tendría mucho que explicarle cuando pudiera hablar con él a solas.
De vuelta a la fiesta, Polly lo buscó con la mirada. Allí estaba, flanqueado por los Sterne, quienes, obsequiosamente, le estaban presentando a un grupo de celebridades.
Aquel era Simon, el niño con el que ella había jugado de pequeña, que había sido su hermano mayor…
Hacía mucho tiempo desde la última vez que habían hablado, pero él le había parecido el mismo en la boda de Emily, el año anterior. Era imposible que, desde entonces, él hubiera cambiado tanto…
Mientras servía las copas, Polly no podía dejar de preguntarse por qué todos le prestaban tanta atención. Estaba completamente segura de que no era ni por su aspecto ni por su estilo. Toda la sala estaba llena de actores que eran mucho más guapos que él.
No era que Simon fuera feo, pero no tenía nada de especial. Tenía el pelo castaño, ojos grises y una cara de lo más normal. Era del montón. Era Simon.
Polly lo observaba, sin poder entender por qué Simon parecía ser el centro de la fiesta. Tal vez fuera el hecho de que no parecía estar intentando atraer la atención de la gente lo que le hacía más interesante. Allí, rodeado de las personas por las que Polly hubiera dando un mundo por conocer, ignoraba a las personas que hacían toda clase de gestos extravagantes para llamar su atención.
Olvidándose de que tenía la bandeja en las manos, Polly se quedó quieta en el centro de la habitación. Tal vez el hombre que ella había considerado aburrido y remilgado era algo más de lo que ella no se había dado cuenta. Algunas de aquellas personas parecían encontrar muy atractivo aquel aire de autoridad, en particular una actriz que no lo dejaba a solas ni un momento. En aquel momento, Simon miró a su alrededor y su mirada se cruzó con la de Polly. En vez de parecer arrepentido por poner en peligro su trabajo, él sonrió.
Mientras todos intentaban averiguar quién habría atraído la atención de aquel dios, Polly se dio la vuelta, mortificada por que él la hubiera sorprendido mirándolo. No cabía la menor duda de que Simon estaba disfrutando de aquella situación, en la que él se veía rodeado de admiradores y ella tenía que servir copas. Ya se lo imaginaba contándole a su padre la verdad del trabajo del que ella había presumido tanto…
– Pareces estar muy interesada en Simon Taverner -le dijo Philippe, apareciendo de repente a su lado.
Mientras él tomaba una copa de la bandeja, Polly se sintió algo dolida. Se había pasado seis semanas soñando con el momento en el que Philippe la buscaría. Y lo había conseguido sólo gracias a Simon.
– ¿Simon Taverner? -repitió ella, sorprendida de que alguien como Philippe conociera a Simon.
– El hombre que has estado observando durante la última media hora. Lo mismo que he estado haciendo yo contigo.
¿Qué Philippe la había estado observando a ella? Al oír aquellas palabras, Polly se olvidó inmediatamente de su dolor de pies. Philippe, de cerca, era mucho más guapo. Tenía que hacerle entender que no estaba interesada en Simon.
– ¿Ese hombre de aspecto tan aburrido que está hablando con tu hermana? ¿Es así como se llama?
– Dista mucho de ser aburrido. Simon Taverner es el dueño de una importante compañía financiera.
– Eso me parece bastante aburrido -dijo Polly. Sabía que Simon tenía que ver con las finanzas, pero nuca se había interesado demasiado.
– Pues no lo es cuando haces con ese negocio tanto dinero como Simon Taverner.
– ¿Quieres decir que es rico?
– Parece un hombre muy sencillo y puede que, con sólo mirarlo, uno no se dé cuenta de ello. Sin embargo, Simon Taverner podría comprar a la mitad de las personas que hay en esta fiesta
– ¿De verdad? -preguntó ella, incrédula.
– ¿Por qué crees que mi hermana lo ha invitado a esta fiesta? Está esperando que él ponga el dinero para el nuevo proyecto de Rushford.
– ¿Quieres decir que invierte dinero en películas? -insistió Polly, preguntándose si Philippe no la estaría engañando.
– La gente como Simon son los que dirigen el mundo del espectáculo. Sus nombres nunca aparecen en los créditos, pero ellos son los que pueden hacer triunfar una película. El interés de Taverner es sólo financiero, pero sabe muy bien lo que está haciendo. Si él invierte en tu película, puedes garantizar que será un éxito de taquilla.
– ¿De verdad?
Aquello era demasiado para Polly. Al volverse a mirar a Simon, él los estaba mirando, como si supiera lo que estaban hablando.
– Me parece que el señor Taverner también está interesado en ti.
– Yo no estoy interesada en él -replicó Polly-. Y si él es tan rico como tú dices, no es muy probable que esté interesado en mí, ¿no te parece?
– No sé. Eres una chica preciosa, Polly.
– ¿De verdad? -repitió ella, sin aliento, avergonzándose de haber utilizado la misma expresión en varias ocasiones. Philippe se iba a pensar que su inglés era tan malo como su francés.
– Sí. ¿Acaso creías que no me había dado cuenta? Nunca he tenido oportunidad de hablar contigo. Martine te hace trabajar mucho, ¿verdad?
– Me gusta tener cosas que hacer -respondió ella, mintiendo porque, después de todo, Martine era su hermana.
– ¿Cuánto tiempo vas a seguir trabajando para Rushford?
– Hasta que vuelvan a los Estados Unidos.
– ¿No vas a ir con ellos?
– No, quiero quedarme en Francia -respondió, sin decirle que probablemente Martine no estaría dispuesta a tanto-. Quiero mejorar mi francés, pero tu hermana y Rushford hablan en inglés, lo mismo que todas las visitas, así que, casi no he practicado desde que llegué.
– Bueno, si quieres hablar francés, efectivamente debes quedarte en Francia. ¿Vas a buscar otro trabajo o te vas a dedicar a viajar?
– Espero que un poco de las dos cosas.
– Si te diriges hacia Marsillac, tienes que venir a verme.
– ¿Lo dices en serio?
– Claro -respondió Philippe, sacándose una tarjeta del bolsillo de la camisa-. Toma mi tarjeta.
– Gra-gracias -tartamudeó a duras penas Polly.
Aquella conversación había cambiado de un plumazo aquella desastrosa tarde. Hasta entonces, una sonrisa de Philippe le hacía sentirse en el paraíso, pero él la había invitado a ir a visitarlo… Polly no podía creer su suerte.
Tras echarle a Philippe una última mirada llena de ensoñación, Polly se volvió con la bandeja y se encontró con Simon, que la miraba con más severidad que de costumbre.
– ¿Quién era ése?
– Philippe Ladurie -suspiró Polly-. ¿A que es guapísimo?
– ¡Así que ése es Philippe Ladurie! -replicó él, con un bufido-. He oído hablar de él. Es uno de estos donjuanes que viven por encima de sus posibilidades y no tienen más talento que el de ser invitado a las fiestas y romper matrimonios.
– Es muy agradable -le dijo Polly, en tono desafiante. No estaba dispuesta a dejar que Simon le estropeara de nuevo la tarde.
– Eso es lo que tú crees. Pero siempre has tenido un gusto pésimo para los hombres.
– ¡Eso no es cierto!
– Sólo alguien como tú se podría sentir impresionada por un hombre como ése. ¡Míralo! Está tan seguro de sí mismo y es tan baboso que me sorprende que no se resbale con el rastro que va dejando.
– ¡Al menos él tiene encanto! -le espetó ella, muy enojada-. ¡Tú no reconocerías lo que es eso aunque lo tuvieras delante de las narices!
– Pues a Martine Sterne le parezco encantador.
– ¿Me vas a decir de una vez lo que estás haciendo aquí, Simon?
– Ya te lo he dicho. He venido a asegurarme de que estás bien.
– Si, claro, y, además, daba la casualidad de que tenías una invitación para la fiesta de Martine Sterne en el bolsillo.
– Eso no es del todo cierto. Martine Sterne siempre me está mandando invitaciones que yo inevitablemente tiro a la basura. Simplemente, ella dio por sentado que yo me acordé de que hoy daba una fiesta… ¿Qué estás haciendo? -preguntó Simon, al ver que ella cambiaba el peso de un pie al otro con un gesto de dolor.
– Me duelen los pies.
– Bueno, pues entonces, siéntate -le dijo Simon, buscando algún sitio para sentarse.
– ¡No puedo hacer eso! Martine me despediría en el acto si me viera sentada.
– De acuerdo. Entonces, vamos fuera.
– No sé si…
– Venga, sólo cinco minutos -insistió Simon, tomándola del brazo-. Creo que le sentaría muy bien a tus pies.
– Hay una mesa al lado de la piscina -cedió Polly por fin, sin poder resistirse-. Supongo que allí no nos verá nadie.
– Martine Sterne no es tan mala, ¿verdad?
– ¡Lo es! -exclamó ella, sintiéndose aliviada al ver que Martine estaba hablando con un famoso actor-. Tienes que prometerme que si alguien se da cuenta dirás que todo esto ha sido idea tuya.
– No se darán cuenta -replicó Simon con amargura-. Están todos tan ocupados felicitándose por ser tan guapos, que no se darían cuenta si nos desnudáramos y nos pusiéramos a bailar el cancán. ¡Vamos!