Capítulo 7

AU REVOIR -dijo Simon, imitando a Philippe despiadadamente, mientras se separaban de él. -Si no te gustaba la conversación -replicó Polly, soltándose de él-, te podrías haber ido a comprar el periódico o haberte excusado de algún modo para dejarnos solos. ¡Hubiéramos estado mucho mejor sin ti, de eso estoy segura!

– ¡Sólo Dios sabe lo que habríais hecho si os hubiera dejado solos! Ni siquiera mi presencia fue un obstáculo para impedir que te ofrecieras a él en bandeja de plata. ¡Clases de francés! ¡Ja! ¡Está muy claro la clase de lecciones que él se está imaginando!

– Philippe me va a ayudar con mi conversación, eso es todo -replicó ella, sonrojándose.

– Un hombre como ése sólo conoce una clase de conversación, y es la que tiene lugar encima de una almohada.

– Bueno, pues dicen que ésa es la mejor manera de aprender -replicó ella.

Simon abrió el maletero del coche para que ella pudiera meter las flores y lo cerró con una fuerza absolutamente innecesaria.

– ¡Yo no confiaría en ese hombre en absoluto!

– Nadie te está pidiendo que confíes en él -le espetó Polly, dirigiéndose al asiento del copiloto, mientras esperaba que él abriera el coche-. No tenías necesidad alguna de ser tan grosero con Philippe. Si él se hubiera marchado de repente, no le hubiera echado a él la culpa, pero, además, te invitó a su fiesta.

– No te creerás que yo quiero ir a una fiesta suya, ¿verdad? -replicó Simon, cerrando la puerta del coche de un portazo para luego arrancar el coche.

– Entonces, no vayas. Además, yo preferiría ir sola. No me gustaría que estuvieras allí, controlándome como has hecho hoy. ¿Te diste cuente lo interesado que estaba Philippe?

– Sólo porque se cree que estás comprometida. Es la clase de hombre que sólo muestra interés porque yo estoy presente porque piensa que la competencia hace las cosas más interesantes. Sin embargo, tan pronto como rompe una relación, pierde interés y se pone a perseguir a otra mujer que haya herido su vanidad prestando atención a otro hombre.

– No sé cómo eres tan listo como para saber todo eso con sólo haberle dado la mano -replicó Polly, rechazando la idea de que Philippe sólo había mostrado interés por ella en la fiesta cuando la había visto mirando a Simon-. Es un hombre muy agradable.

– ¿Qué diablos ves en él?

– Encanto, ingenio, atractivo, inteligencia, sinceridad… cualidades de las que tú no conoces ni la existencia.

– ¿Encanto? ¡Todo lo que sabe hacer es sonreír!

– Es mucho más que eso. Philippe es sofisticado y excitante. Hace la vida divertida. Puede que a ti y a Helena os guste pasaros el día escribiendo listas y organizándolo todo cada cinco minutos, pero a mí me gusta divertirme. Philippe tiene un yate y participa en carreras de barcos, esquía, escala montañas y va a casinos y fiestas elegantes.

– En otras palabras, no hace nada que sea productivo o útil.

– ¿Sabes tu problema? ¡Estás celoso!

– ¿Celoso? -repitió Simon, con una carcajada de incredulidad-. ¡Philippe Ladurie no tiene nada que yo quiera!

¿Nada? Simon cambió de marcha con algo de ira al recordar la cara de adoración con la que Polly había mirado a Philippe. ¡Philippe se podía quedar con ella! Ya le gustaría ver cómo se las arreglaba él con su desorden y su falta de responsabilidad. ¿Y también con su sonrisa y sus besos?

Simon insistió. Philippe se lo podía quedar todo. No había nada que Simon quisiera para él. Nada.

El camino de vuelta a La Treille transcurrió en un silencio que se prolongó mientras descargaban el coche.

– Me voy a nadar -anunció Polly, tan pronto como hubo puesto las flores en un cubo de agua.

– Imposible -replicó Simon-. Vamos a guardar todo esto primero.

– ¿Es que no puede esperar?

– No. Ya ha estado más de dos horas metido en un coche a pleno sol.

Polly suspiró y empezó a vaciar las bolsas de mala gana. Cuando intentaba poner algo en un armario, Simon se lo quitaba de la mano y lo ponía en otro sitio.

– Se llama lógica -le espetó Simon-. ¿Sabes lo que es la lógica, Polly?

– ¿Has recibido tú alguna vez un buen puñetazo en la nariz? -replicó Polly, harta de aquella situación, tirando un paquete de azúcar encima de la mesa-. ¡Si tan importante es, lo guardas tú solo! ¡Yo me voy a nadar!

¡Simon era insoportable! Polly se puso a nadar con furia de arriba abajo de la piscina. Quisquilloso, dominante, arrogante… era peor de adulto que de niño. Polly tendría mucha suerte si Simon no había estropeado para siempre sus posibilidades con Philippe. Lo que tenía que haber hecho era marcharse con Philippe y dejar a Simon para que escribiera las listas y organizara la cocina.

Tras unos cuantos largos, Polly se sintió más tranquila y empezó a calmarse. Se puso a flotar un rato encima de la espalda, deseando que Simon no la sacara tanto de quicio. Un minuto estaban tan a gusto el uno con el otro y al siguiente deseaba pegarle. Cuando no la sacaba de quicio, podía ser bastante agradable, como lo había sido hasta que Philippe entró en escena.

Polly cerró los ojos y vio el rostro de Simon cuando le puso el anillo en la joyería. Luego, pensó en la expresión que tenía cuando se detuvieron en la calle y ella le preguntó si de verdad creía que era bonita. ¿Qué habría estado él a punto de decir?

Polly frunció el ceño. Debería estar soñando con Philippe y no con Simon. Además, ¿dónde estaba Simon? se preguntó, abriendo los ojos con un suspiro. Probablemente seguía ordenando la compra por orden alfabético o algo por el estilo. Polly no entendía lo que una mujer como Helena veía en él. ¡Era tan severo en todo! Menos en el modo de besar…

Polly se puso frenéticamente a nadar de nuevo. Ya había vuelto a pensar en los besos y, una vez que el recuerdo se había instalado, no sería fácil deshacerse de él. Respirando profundamente, Polly se puso a bucear como si de aquella manera pudiera deshacerse de unos recuerdos tan turbadores. Sin embargo, cuando salió a la superficie y se apartó el pelo y el agua de la cara, lo primero que vio fue a Simon al borde de la piscina.

No tenía por qué sorprenderle verlo allí, ya que, al fin y al cabo, era su piscina, pero Polly se sintió como si le quitaran el aire de los pulmones. Estaba allí, al pie de la piscina, con una copa de vino en cada mano.

– He venido a hacer las paces contigo -dijo él, levantando una copa.

Polly se dirigió nadando hacia él y salió de la piscina. Se escurrió el pelo y aceptó la copa que Simon le ofrecía. Por un momento, le pareció que él evitaba rozarla.

– Gracias -dijo ella, tímidamente-. Pero no creo que haya hecho nada para merecer esto.

– Creo que te debo una disculpa -respondió Simon, aclarándose la garganta al contemplar a Polly allí de pie, cubierta tan sólo por un minúsculo biquini-. He estado muy nervioso por esta posible fusión para asegurarme de la que reunión con Julien salga bien y me temo que lo has pagado tú.

– No importa -respondió Polly, algo perpleja. Ella estaba acostumbrada a que Simon fuera agrio y burlón con ella, por lo que le sorprendió mucho ver que se estaba disculpando-. Supongo que yo tampoco soy una persona fácil.

Simon la miró. El biquini realzaba sus largas piernas y destacaba sus curvas, haciendo que él deseara que ella se cubriera con algo.

– No -admitió él.

De repente, Polly fue consciente de que estaba casi desnuda y se cubrió con una toalla.

– Lo siento -dijo ella, sin saber exactamente de qué se estaba disculpando.

– No es culpa tuya -respondió él, sentándose en una hamaca y poniéndose los brazos en las rodillas. Entonces se puso a darle vueltas a la copa como si estuviera intentando decidirse sobre algo-. ¿Estás segura de que quieres seguir con esto, Polly?

– ¿A qué te refieres? -preguntó ella, asegurándose la toalla alrededor del pecho.

– He estado pensando.

Simon miró la copa. Después de que Polly se marchara de la cocina, terminó de recoger todo, pero al terminar, la cocina le pareció algo vacía. Su limpieza y funcionalidad siempre le habían gustado, pero en aquellos momentos le pareció fría y triste.

«El amor es como una habitación vacía cuando la persona que amas no está en tu vida». La voz de Polly le resonó en el recuerdo mientras recordaba el profundo azul de sus ojos o la calidez de su sonrisa. Y había fruncido el ceño. El no podía estar enamorado de Polly. No estaba enamorado de Polly.

Simon había estado pensando durante algún tiempo, luego había servido las copas y, deliberadamente, había dejado el corcho de la botella encima de la mesa. No era mucho desorden, pero era un principio.

– Tus padres han hecho mucho por mí -añadió Simon, mirando a Polly a los ojos-. Fue tu padre el que me ayudó mientras estuve en la Universidad y me aconsejó y me animó cuando creé mi empresa. No creo que le haya hecho ningún honor al pedirte que actúes como mi prometida a cambio de traerte a esta zona. Nunca lo debería haber hecho. Lo que sí tendría que haber hecho era prestarte el dinero hasta que decidieras lo que querías hacer y eso es lo que quiero hacer ahora. Mañana podemos ir al banco y te daré el dinero y podrás marcharte antes de que lleguen Chantal y Julien. Ya no tienes que pretender ser mi prometida.

– Pero, ¿qué piensas hacer con Julien y la fusión? Pensé que era realmente importante para ti.

– Y lo es, no sólo para mí, sino para todas las personas que trabajan para mí. Llevamos mucho tiempo intentando establecernos en Europa y ésta es nuestra mejor oportunidad. Julien ha visto nuestras propuestas y son ésas las que nos conseguirán el contrato. Sin embargo, no quería preocuparle a nivel personal y arruinar todo lo que tanto nos había costado, por eso te pedí que me ayudaras.

– ¿Estás intentando decirme que ya no me necesitas?

Simon la miró. Tenía los ojos más azules que nunca y reflejaban una expresión algo dolida. Las gotas de agua le relucían en los hombros y se deslizaban suavemente hasta el escote. Simon apartó los ojos y se concentró en su copa. Lo último que quería en aquellos momentos era ver la suave y generosa curva de sus labios y la sugerente textura de su piel.

– No es que no te necesite. Te necesito, pero no me parece justo tenerte aquí sólo por un estúpido trato que hicimos si lo que realmente quieres es estar con Philippe. Sé que soy muy aburrido comparado con él y hasta ahora no te lo he puesto fácil regañándote constantemente. Así que, puedes tomar el dinero e ir a divertirte con él. Sé que eso es lo que quieres. Pero ten cuidado -añadió él, tras una pausa-. No me gustaría que te hiciera daño.

– No pienso aceptar tu dinero -replicó ella, sin saber exactamente por qué-. No tengo mucho orgullo -explicó, sentándose al lado de él-, pero no podría aceptar el dinero sólo para irme de vacaciones. Sé que probablemente sólo te ofreciste a pagarme por ser tu prometida como una manera de darme el dinero sin herir mis sentimientos, pero lo menos que puedo hacer es ganarlo. ¡Ya sabes que siempre intento terminar mis contratos! Si quieres que me vaya, vas a tener que despedirme, como Martine Sterne. Además, me estoy divirtiendo. ¿Qué otra persona podría ofrecerme un trabajo en el que me llevan a comer y a cenar, me compran todas las flores que quiero y me dejan que me pase la tarde en la piscina?

– En casa de Philippe.

– Eso no lo sé. Como tú mismo me dijiste, no lo conozco muy bien. Sé que me he pasado el día gruñendo -explicó ella, sin saber lo que decir para convencer a Simon de que quería quedarse-, pero no tengo prisa por irme. En lo que a mí respecta, la situación es perfecta. Estoy en una casa preciosa y me divierto durante dos semanas y, al final tengo el dinero suficiente para ser independiente. Después, sería divertido ir a visitar a Philippe, pero dos semanas no me supone mucho. Si al final no consigo nada, por lo menos me parecerá que me he ganado mi dinero. ¡Si me lo prestas, me veré obligada a hacer algo sensato con él, y no quiero!

– No me gustaría pensar que el actuar como mi prometida te va a poner en una situación incómoda.

– No será así. Bueno, es cierto que ha sido un poco raro y que algunas partes no han sido tan fáciles como yo había imaginado. Por ejemplo, anoche me sentí muy nerviosa al dormir contigo -confesó Polly.

– Yo también.

– ¿De verdad?

– Sí.

– Es una tontería, ¿verdad? Somos amigos y simular que estamos prometidos no debería ser tan difícil. Deberíamos relajarnos y disfrutar. ¡Será muy divertido!

Simon pensó que el compartir una cama con Polly durante las siguientes dos semanas no iba a ser muy divertido. Al ver la expresión de su rostro, Polly creyó que él estaba pensando en Helena.

– Con esto no haremos daño a nadie. No es como si la relación fuera de verdad.

– No, no es como si fuera de verdad.

– Además, es una tontería desperdiciar este anillo después de haber pasado tanto tiempo eligiéndolo. ¡Ya me estoy acostumbrando a tenerlo en la mano!

– ¿Estás segura, Polly? No quiero aprovecharme de ti.

– Segura.

De repente, Polly se sintió aliviada por saber que podría quedarse en vez de poder ir donde ella quisiera y hacer lo que quisiera con el dinero que él quería darle.

– Si de verdad quieres quedarte, te estaría muy agradecido. Esto significa mucho para mí.

– Bien, pues trato hecho, entonces. Por cierto, siento haber sido tan desagradable antes. Voy a intentar ser un poco más ordenada.

– Si tú lo haces, yo trataré de ser algo más tolerante -prometió Simon-. Supongo que estoy un poco obsesionado por organizar las cosas, pero creo que me viene porque soy el mayor de la familia, y todos eran tan relajados que no se hacía nada a menos que lo hiciera yo. Ya sabes cómo es mi madre, y Charlie y Emily son por el estilo.

Polly se dio cuenta de que era cierto. Ella siempre había adorado a la madre de Simon, pero no se podía negar que dependía totalmente de Simon para solucionar sus asuntos.

Sentada al borde de la piscina, se preguntó por primera vez lo que habría significado para Simon perder a su padre, lo que le había dejado a cargo de una familia algo errática, con sólo catorce años. Recordó cómo Charlie y Emily se quejaban de lo mucho que él protestaba y se burlaban de él por intentar crear orden en el caos de aquella familia. Los padres de Polly habían sido los únicos que le habían ayudado y él nunca lo había olvidado.

– La próxima vez que vayamos de compras -prometió ella-, te prometo que haré una lista.

– Trato hecho -respondió Simon, con una sonrisa.

Entonces se produjo una pausa. Aquel era el momento en el que ella debía haberse levantado para sentarse en su hamaca, pero no se movió. Simon le tomó un mechón de pelo y se lo colocó detrás de la oreja.

– ¿Crees que éste es un buen momento para nuestro beso diario? -preguntó él.

– ¿Por qué no? -respondió Polly, intentando mantener la calma.

Aquello había sido idea de ella y, cuando antes empezara a pensar en ello como un ejercicio, mejor. Sin embargo, no pudo evitar sentir un embarazoso sentimiento de anticipación y el miedo revoloteándole en la boca del estómago.

– De acuerdo -dijo Simon, esperando sonar alegre y decidido.

Él se inclinó torpemente sobre ella, haciendo que las narices se chocaran cuando Polly se inclinó al mismo tiempo. Ambos se echaron a reír.

– ¡Tenías razón! -afirmó él-. ¡Necesitamos practicar!

– Fue más fácil ayer, cuando no estábamos esforzándonos -respondió ella sin pensar.

Enseguida se arrepintió de aquellas palabras. Se suponía que no tenían que disfrutar con aquellos besos, tal y como lo hacía Simon, sino que tenía que ser una rutina diaria.

– Probemos otra vez -dijo Simon, inclinándose más cuidadosamente.

Polly se inclinó también hasta que sus labios se encontraron. Se besaron suavemente, una, dos, tres veces para luego apartarse y mirarse a los ojos. Durante un momento, dudaron. Lo más fácil hubiera sido dejarlo allí, pero una fuerte atracción parecía atraerlos con una fuerza que ninguno de los dos podía resistir. Los labios de Polly se separaron instintivamente y la boca de Simon tomó la de ella. Se besaron una vez más, profunda, dulcemente hasta que la pasión de hizo la dueña con una velocidad aterradora.

Polly apoyó las manos en los hombros de Simon para sujetarse, como si se sintiera arrastrada por una fuerza incontenible. Se suponía que aquel beso no tenía que ser tan bueno, deberían parar… pero, ¿cómo iban a poder parar cuando todos los sentidos la animaban a que se acercara más a él?

Simon, como si hubiera escuchado sus pensamientos, la estrechó con más fuerza entre sus brazos. Polly se dejó llevar, rodeándole el cuello con los brazos, abandonándose al placer gozoso que surgía entre ellos. ¿Cómo podría ella pensar cuando Simon le había retirado la toalla y le acariciaba la espalda, las caderas y los muslos de un modo que la hacía temblar?

Poco a poco, aquella situación se estaba escapando a su control. De mala gana, Simon se obligó a levantar la cabeza, aunque la mano se negó a moverse de donde estaba. Polly estuvo a punto de murmurar una protesta. Algo mareada, dejó caer los brazos de los hombros de él y se reclinó en la hamaca.

– Creo… creo que se nos va dando mejor, ¿no te parece? -se obligó ella a decir.

Simon forzó una sonrisa. Él también parecía estar teniendo problemas con su respiración.

– Creo que tenemos que trabajar en el principio -dijo él-. Pero lo demás no parece ser un problema.

– No.

Polly sentía que los huesos se le habían hecho agua, pero, del algún modo, se las arregló para recuperar su toalla y sentarse en la otra hamaca. Tenía miedo de que si estaba demasiado tiempo al lado de él, haría algo que lamentaría. Por eso, alcanzó la copa de vino y se la llevó a los labios. Sin embargo, temblaba tanto que se golpeó con ella en los dientes y tuvo que volver a dejarla en el suelo.

– Bien -dijo ella.

– Bien -repitió él.

No parecía que tuvieran mucho que decir. Simon sentía que el cuerpo le palpitaba y que la cabeza le daba vueltas. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llevarla a su dormitorio, quitarle el biquini y hacerle el amor, larga y dulcemente. Simon se miró las palmas de las manos y supo, con un desagradable sentimiento de impotencia, que la deseaba con una intensidad que nunca había experimentado antes.

¿Qué diablos estaba pensando? Aquella mujer era Polly, la Polly que él recordaba con trenzas y que se echaba a reír a la menor oportunidad, pero se había convertido en una mujer hermosa y deseable.

Simon tomó un sorbo de vino para darse fuerzas. Polly era la hija de John, la mejor amiga de Emily. Los Armstrong eran como familia suya. No podía tener una aventura con Polly para luego dejarla cuando hubiera terminado.

Ella estaría en cada fiesta familiar, en cada boda, en cada bautizo…

Aparte de todo eso, no había nada que le indicara a Simon que ella quería otra cosa de él que no fueran aquellas dos semanas. Tal vez lo besaba como si le fuera en ello la vida, pero Polly había sido siempre muy apasionada en todo. Lo que Polly hacía, lo hacía de todo corazón.

Aquella idea de que se besaran todos los días era un ejemplo de lo impulsiva que era. ¡Seguramente estaba convencida de que iba a funcionar! Para ella, él era una figura familiar, alguien a quien resultaba un poco extraño besar, pero no una persona que se le pudiera besar en serio. Sospechaba que, para Polly, besarlo había sido más una forma de pasar el tiempo hasta que pudiera concentrarse en su maravilloso francés, que la haría daño tan sólo para divertirse.

De reojo, Polly lo vio pensativo y se mordió los labios. Parecía tan triste que ella se preguntó si estaría pensando en Helena. Sería terrible que él se sintiera culpable tan sólo porque ella prácticamente le había obligado a besarla. En su momento, le pareció una buena idea, pero ella se había dado cuenta lo cerca que habían estado de perder el control. Si Simon no hubiera parado cuando lo hizo, ella le habría rasgado la camisa y le habría suplicado que le hiciera el amor.

Aquellos besos no significaban nada. Sin embargo, Polly pensó que, si ella fuera Helena, no le agradaría que Simon se besara con nadie, aunque sólo fuese la tonta de la hija de John Armstrong.

Mientras se daba vueltas al anillo, Polly estuvo a punto de sugerir que no se besaran de nuevo. Pero si lo hacía, Simon pensaría que ella se había tomado aquel asunto demasiado en serio y tal vez se temiera que ella se estuviera enamorando de él. Polly se estremeció de sólo pensarlo. Aquella idea era ridícula. ¿Acaso no estaba ella deseando que Philippe se enamorara de ella? Sin embargo, aunque sólo se le pasara por la cabeza, la situación sería muy embarazosa.

De alguna manera, tenía que dejarle claro que no corría peligro de que ella se enamorara de él. Necesitaba que Simon supiera que ella no iba a tomarse aquellos besos en serio y que no se iba a olvidar de que él tenía una novia maravillosa para besarla siempre que quisiera.

Polly intentó encontrar algo alegre y desinhibido que decir para demostrarle lo bien que ella llevaba aquella situación.

– ¿Le has dicho ya a Helena que me estoy haciendo pasar por ella? -preguntó por fin.

– No -respondió él, levantando la vista-. Todavía no.

¿Cómo podría explicarle a Polly que no había llamado a su novia porque no tenía novia? Si Polly se enteraba, lo estropearía todo. Cada vez que la besara, cada vez que la tocara, Polly se preguntaría si él no se lo estaría tomando demasiado en serio.

– No quiero distraerla -añadió él, después de una pausa-. Está trabajando en un caso muy difícil y va a estar muy preocupada con eso durante las próximas dos semanas al menos. Se lo diré cuando haya terminado.

– Tal vez tenga tiempo para venir aquí y pasar contigo el resto de tus vacaciones.

– Tal vez -repitió Simon-. Ya veremos lo que pasa. De todos modos, tú ya no estarás aquí -musitó él, con una sonrisa-. Estarás divirtiéndote con Philippe.

– Sí -respondió Polly sin mucho entusiasmo.

Si todo salía bien, Helena y Simon tendrían las vacaciones que se merecían y ella estaría con Philippe y se lo pasaría estupendamente yendo a los casinos y paseando en yate. Sería perfecto y aquello le debería haber sonado tal y como ella lo había soñado. Sin embargo, no era así.

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