Capítulo 2

POR FIN, qué gusto! -exclamó Polly, dejando la bandeja en una silla, cuando se sentó al lado de Simon.

Él la contempló quitarse los zapatos y levantar las piernas para descansarlas encima de la mesa.

– ¿Por qué siempre haces que todo resulte tan complicado? -preguntó él, algo molesto por la maniobra que ella había ideado para que nadie les viera salir juntos al jardín-. Cualquier persona sensata que hubiera sabido que iba a estar sirviendo bebidas toda la tarde, se habría puesto unos zapatos más cómodos.

– Lo sé, pero pensé que podrían mejorar algo el aspecto de este ridículo uniforme -explicó ella, quitándose la cofia para abanicarse con ella.

Simon la miró. Tenía el pelo más rubio de lo que él recordaba. Al quitarse la cofia vio que lo llevaba recogido de mala manera, con unos cuantos mechones sueltos. Siempre había algo de desaliñado en el aspecto de Polly, por mucho que ella se esforzara en tener buena presencia. Incluso aquella blusa blanca tenía un aspecto algo arrugado e incluso sexy…

¿Sexy? ¿De dónde se le habría ocurrido aquella palabra a Simon? Él no podría considerar a Polly sexy. Sacudiendo la cabeza mentalmente, se convenció de que se había equivocado de palabra.

Intentando apartar los ojos de las sombras del pecho que se vislumbraban a través de los botones abiertos del escote, intentó concentrarse en el delantal y en las largas piernas que estaban apoyadas encima de la mesa. Nunca antes de había dado cuenta de que Polly tenía unas piernas verdaderamente espectaculares.

– Además, lo de mis zapatos no tiene ninguna importancia -continuó ella, bajando de repente las piernas al suelo, ya que se había dado cuenta de cómo las estaba mirando él-. Lo que sí me parece importante es por qué no me dijiste que conocías a los Sterne, y más aún, porque no le dijiste a Martine que me conocías.

– Me dijiste que no lo hiciera.

– ¡Sabes perfectamente que te dije eso porque pensé que ella se enojaría mucho al descubrirte en la casa! Me podrías haber advertido que Martine se desharía al verte.

– ¡Estabas tan ocupada intentando echarme de la casa que no me dio tiempo a decirte nada!

– ¡Claro! ¡Como si alguien te hubiera podido impedir alguna vez decir lo que quieres! Lo que pasó fue que te pareció más divertido dejar que yo hiciera el ridículo.

– De acuerdo, lo admito. No me pude resistir, pero, si te sirve de consuelo, yo también me llevé lo mío. No tenía ninguna intención de ir a la fiesta, pero, cuando Martine me vio, no me quedó elección. ¡Acabo de escaparme de las garras de Rushford Sterne! Sin embargo, todo ha merecido la pena por poder haberte visto la cara al ver que Martine me saludaba.

– ¡Me alegro de que te hayas divertido! -exclamó Polly, con algo de amargura-. Pero supongo que nunca se te habrá ocurrido que, por eso, yo puedo perder mi trabajo.

– Tengo que admitir que nunca me había dado cuenta de que Martine fuera una mujer tan difícil. Lo siento. Si quieres, puedo hablar con ella y explicarle que ha sido todo culpa mía.

– Entonces se sentirá como una idiota y será mucho peor -replicó Polly, incorporándose aún más en la silla-. Tal vez podrías ofrecerte a invertir en la nueva película de Rushford y entonces, ella se pondrá de tan buen humor que se olvidará de mí.

– ¡No lo siento tanto como para eso! ¡Prefiero que tú te busques otro trabajo! Por lo que me ha estado contando Rushford, puedo ver que ese nuevo proyecto va a ser un desastre.

– ¿De verdad inviertes en las películas? -preguntó ella, apoyando los brazos en la mesa, muy intrigada.

– Invierto en todo tipo de cosas. Hoy en día, el mundo del espectáculo es un buen negocio, pero sólo es una parte de nuestras inversiones.

– Cuando Philippe me lo dijo, no me lo pude creer -respondió Polly, muy impresionada, aunque a su pesar-. ¡No sabía que fueras tan rico!

– Si hubiera sabido que estabas tan interesada en mis cuentas, te habría mandado copias de los extractos bancarios -replicó él, en tono de burla.

– No puedo entender por qué no me lo ha dicho nadie -afirmó Polly, sin prestar atención a aquella ironía, ya que estaba intentando asimilar aquel nuevo aspecto de la vida de Simon-. Sé que tienes una casa en la Provenza y mi padre siempre me está hablando de lo bien que te va todo, ¡pero no me había dado cuenta de que eras rico! ¿Lo sabe Emily?

– Supongo que sabe que tengo mi propia empresa, pero sin duda, al igual que tú, no tiene ni idea de lo que hago. Sin embargo, no es ningún secreto. Si alguna de las dos hubierais mostrado algún interés por lo que hago, lo habríais sabido como todo el mundo.

– Bueno, ¡yo nunca me lo habría creído!

– ¿Por qué no?

– Porque no me parece que vaya contigo. Yo siempre he pensado en ti como en el bueno de Simon, que va a su despacho todos los días para hacer algo aburrido con el dinero. De repente, descubro que eres un magnate de la jet-set. De la manera en la que Philippe te describió, ¡hasta es seguro que te invitan a fiestas como ésta constantemente!

– Así es, pero pocas veces asisto -le espetó Simon, algo molesto al darse cuenta de lo aburrido que Polly lo consideraba.

– ¡Ves! ¡A eso era a lo que yo me refería! -exclamó Polly, mientras se frotaba los dedos de los pies-. Todo ese dinero es un desperdicio en ti, Simon. No sabes apreciar ni el glamour ni la diversión. Si fuera yo, sería diferente. A mí me encantaría llevar la vida de los de la jet-set. Y eso era lo que pensaba que conseguiría con un trabajo como éste. Lo más cercano a mis sueños es repartirles champán a las personas a las que admiro -añadió, algo triste.

– No sé por qué no te buscas un buen trabajo.

– ¡No empieces! ¡Te pareces a mi padre!

– No es que no seas capaz -siguió él, ignorándola-. Si quieres, puedes resultar bastante inteligente. Estás perdiendo el tiempo con todos estos trabajos temporales. No parece que dures en ninguno de ellos más de dos meses.

– Eso no es cierto -le espetó Polly-. ¡Me pasé seis meses trabajando en una estación de esquí y en el crucero estuve mucho más!

– En cualquier caso, no me parece nada del otro mundo. Siempre había creído que eran los hombres los que temían comprometerse.

– A mí no me asusta comprometerme -respondió ella con dignidad-. Es que no estoy preparada para hacerlo, ni con un trabajo, ni con una relación… Con nada, a menos que lo vea muy claro. Eso es algo muy diferente de tener miedo. No veo el motivo para lanzarme a una profesión a menos que esté segura de que es eso lo que quiero hacer.

– ¿Y cuándo vas a decidir lo que quieres?

– No lo sé, pero lo reconoceré cuando me encuentre con ello. Mientras tanto, estoy dispuesta a probar muchas cosas diferentes y pasármelo todo lo bien que pueda. Sé que mi padre no lo aprueba, pero tampoco creo que esté siendo una irresponsable. Puede que mis contratos no sean muy largos, pero siempre los termino.

– ¿Para cuánto tiempo es este contrato?

– Para tres meses. Todavía me quedan otras seis semanas. Y no puedo decir que me dé pena. Éste ha sido el peor trabajo que he hecho y tampoco me están pagando nada bien. Se supone que el honor de pasar todo el verano con Martine Steme debe ser suficiente. Bueno… -se detuvo un momento, mientras volvía a ponerse los zapatos y se levantaba-… es mejor que vuelva antes de que Martine me descubra. Se pondría furiosa si descubriera que una mísera esclava está charlando con su invitado de honor. ¡Eso estropearía el tono de su fiesta!

– Prefiero estar hablando contigo que con todos esos de ahí adentro -dijo Simon, poniéndose también de pie.

– ¡Vaya, Simon! ¡Creo que eso es lo más bonito que me has dicho nunca!

– Lo que no es decir mucho. ¿Estás segura de que estás bien aquí, Polly? Si necesitas dinero por si acaso algo sale mal…

– Nada va a salir mal, pero gracias de todos modos. Estoy bien -añadió, con una sonrisa, mientras tomaba la bandeja-. ¿Vas a volver a la fiesta?

– ¡No creo! Me marcho. ¿Dónde has puesto mi chaqueta?

– Está en el guardarropa. ¡Puedes darte por satisfecho de que no esté hecha un rebuño en el suelo después de la escenita que me montaste!

– Adiós, Polly -dijo Simon, con otra de sus desconcertantes sonrisas. Luego, para sorpresa de Polly, le acarició con un dedo la mejilla-. Sé buena…

Mientras él volvía al interior de la casa, Polly se quedó parada, mirándolo fijamente. Resultaba absurdo que la cara le ardiera justo en el lugar en el que él le había rozado. Se sentía muy rara. Sólo era Simon, saliendo de su vida tan rápidamente como había entrado, cumpliendo el patrón que seguía su relación en aquellos momentos, viéndose brevemente una vez al año… Entonces, ¿por qué sentía la necesidad de llamarlo para que regresara a su lado?

Polly sacudió la cabeza y decidió volver al interior de la casa para seguir sirviendo bebidas, lo que no era muy divertido, pero al menos le daría la oportunidad de ver a Philippe, que era en quien ella debería estar pensando.

– ¿Qué te crees que estás haciendo? -le preguntó Martine Sterne cuando Polly entraba a través de las puertas del jardín, haciendo que la bandeja le bailara entre las manos.

– ¡Señora Sterne! -exclamó, muy aturdida-. Yo… había salido al jardín para ver si a alguien le apetecía algo de beber.

– ¡No mientas! ¡Estabas ahí fuera con Simon Taverner! Vi cómo le seguías, así que no te molestes en negarlo.

– No es lo que se piensa -dijo Polly, preguntándose si no sería mejor decir la verdad al ver el rostro crispado de Martine-. Simon vino realmente a verme.

– ¿A verte? -repitió Martine, echándose a reír con desprecio-. No me parece probable que Simon Taverner se vaya a sentir interesado por alguien como tú, ¿no te parece?

– ¡Pero así es! Es amigo mío.

– ¿Un amigo que no sabe cómo te llamas? ¿Un amigo a quien tú no querías dejar entrar en la casa?

Polly apretó los dientes. Sabía que resultaría imposible explicarle la relación que había entre ellos a Martine mientras ella estuviera de aquel mal humor. ¿Y si pretendía que ella y Simon tenían una relación más íntima de lo que en realidad era? Tal vez si Martine pensaba que ella era algo especial para su adorado Simon se calmaría…

– Él es más que un amigo. Él es mi… prometido -mintió a la desesperada.

– ¿De veras? -exclamó Martine entre burlas-. Entonces, ¿por qué se vería la prometida de Simon Taverner rebajada a hacer un trabajo como el que tú estás haciendo?

– Nosotros… tuvimos una pelea terrible -improvisó ella-. Decidí que era mejor que nos separáramos un tiempo y solicité este trabajo. Entonces, Simon descubrió dónde estaba y me siguió… Al principio, no quise hablar con él -añadió ella-. Cuando usted nos vio hablando en el vestíbulo, estaba intentando hacer que se marchara porque no sabía que él la conocía. Luego, me convenció para que saliera al jardín con él y hemos solucionado nuestros problemas.

– ¿Y ahora volvéis a estar comprometidos? -preguntó Martine, completamente incrédula.

– Sí.

– ¿Y él se ha ido y te ha dejado de nuevo?

– Sí -replicó ella, sabiendo que no estaba resultando muy convincente-. Simon sabe que yo quiero continuar trabajando para ustedes hasta finalizar mi contrato.

– ¡Deja de mentir, estúpida!

– ¿Por qué no le pregunta a Simon Taverner si estoy mintiendo o no? -preguntó Polly, en tono desafiante.

– ¡Eso es una buena idea! ¡Efectivamente lo haré!

Simon ya tenía la mano en el pomo de la puerta principal cuando oyó que Martine Sterne lo llamaba. Repasando una excusa para tener que marcharse tan pronto, se volvió hacia ella, forzando una sonrisa. Pero entonces vio a la mujer dirigiéndose con paso desafiante hacia él, con Polly a su lado.

– Tal vez puedas aclarar un pequeño malentendido, Simon -le dijo Martine, obligándose a sonreír a pesar de que los ojos le relucían de rabia-. Polly me ha contado que estáis comprometidos.

– Es cierto, ¿verdad, cariño? -le instó Polly, tomándole del brazo para darle un pellizco a modo de aviso-. ¡Has venido aquí con el único propósito de pedirme que me case contigo!

Polly sonrió, segura de que Simon no la defraudaría. Cuando, de niños, Charlie, Emily y ella se habían metido en líos, nunca les había dicho a sus padres lo que habían estado haciendo.

– Sé que habíamos decidido mantenerlo en secreto, pero estoy segura de que no te importa que lo sepa la señora Sterne, ¿verdad?

Simon miró a los suplicantes ojos azules de ella y suspiró. No sabía lo que estaba tramando Polly, pero no podía hacer otra cosa que seguirle la corriente.

– Claro que no -respondió él, recibiendo una deslumbrante sonrisa de Polly.

– ¡No me lo creo! -exclamó Martine, con la voz temblándole de furia-. ¡Estoy segura de que ella te está obligando, de algún modo, a decir esto, Simon!

– ¿Por qué iba ella a querer hacer eso?

– ¡Y en cuanto a ti! -gritó Martine, volviéndose a Polly-. ¿Cómo te atreves a venir aquí con falsa identidad?

– Pero yo no…

– ¡Me mentiste deliberadamente!

– Yo sólo quiero terminar mi contrato -dijo Polly, muy entristecida. Esperaba que aquella maniobra le hubiera ayudado a salvar su trabajo, pero aquella mentira parecía haber enfurecido a Martine aún más-: Simon se va, pero yo me quedo.

– ¿Que te quedas? ¡No pienso tenerte en mi casa un momento más y supongo que no es necesario decirte que no pienso pagarte tampoco! Has sido un desastre desde que llegaste. ¡Eres la peor doncella que hemos tenido, desordenada, desastrosa, insolente y perezosa!

– ¿Perezosa?

– Creo que ya ha dicho más que suficiente, señora Sterne -dijo Simon fríamente, mientras le rodeaba los hombros a Polly con un brazo-. No permitiría que Polly se quedara aquí aunque se pusiera de rodillas y le besara los pies. Ve a por tus cosas, Polly. Voy a sacarte de aquí. Además, puede decirle a su marido que no se moleste en ponerse en contacto conmigo nunca más. ¡No tengo intención de invertir en ninguna de sus películas!


– Y ahora, ¿qué?

Mientras Simon tiraba la última de las bolsas de plástico que contenían todas las pertenencias de Polly en el maletero del coche, ella lo miraba. Tenía un sentimiento de euforia al recordar la expresión en el rostro de Martine Taverner, pero cuando Simon le hizo aquella pregunta, se dio cuenta de que no tenía dinero, ni trabajo ni ningún sitio a dónde ir.

– No sé -admitió ella.

– Bueno, no te puedes quedar aquí -dijo Simon, algo turbado al ver el modo en el que ella se recogía el pelo tras las orejas, mientras le abría la puerta del coche-. Es mejor que entres.

– ¡Qué desastre! -suspiró ella, mientras se repantigaba en el asiento.

– Y eso que cumples todos tus contratos -replicó él, mientras arrancaba el coche-. ¿Por qué diablos le dijiste a Martine Sterne que estábamos prometidos?

– En su momento, me pareció una buena idea. Martine parecía apreciarte tanto que pensé que sería más agradable conmigo si le decía que yo era tu prometida. Por cierto, gracias por apoyarme. Ella nunca me habría creído si no hubiera sido por ti.

– Pues no parece haber tenido el efecto que esperabas, ¿no te parece?

– De todos modos, me hubiera despedido -señaló Polly-. ¡Al menos de esta manera pude darme el gusto de ver la cara que ponía cuando tú le dijiste que no permitirías que yo me quedara aunque se pusiera de rodillas y me besara los pies!

– Esperemos que se sienta lo suficientemente humillada como para guardarse esa escenita para ella sola. ¿Qué más le dijiste?

– En realidad, nada. Sólo le dije que estábamos prometidos y que habíamos tenido una pelea y que me habías seguido hasta la casa porque no podías soportar vivir sin mí ni un momento más.

– ¡Madre mía! No me extraña que no te haya creído.

– ¡No es tan exagerado!

– ¡Lo es si se sabe algo sobre mí o algo sobre ti!

– Bueno, nadie de los de la fiesta lo sabe, así que no importa que Martine se lo diga. Tú mismo dijiste que no vas a menudo a fiestas como ésa, así que no pueden conocerte. ¡Y ciertamente no me conocen a mí!

– Tal vez no, pero eso no les impedirá que dejen de hablar sobre nosotros. El hablar sobre los demás es todo lo que esa gente tiene que hacer y una historia como ésa puede llegar a Londres en cinco minutos. Y allí la gente sí que me conoce. No me gustaría volver a casa y descubrir que todo el mundo piensa que me he estado recorriendo toda Francia, haciendo el idiota por ti.

– Eso no se me había ocurrido -admitió Polly, sintiendo ciertos remordimientos-. Podría resultar algo embarazoso, ¿verdad? Es mejor que llames a Helena y le cuentes que ha sido todo culpa mía por si acaso se entera de algo. Por cierto, ¿dónde está Helena?

– Está trabajando -respondió él, después de una pequeña pausa.

– Entonces, ¿estás aquí de negocios? Pensé que habías dicho que ibas a tu casa de la Provenza. ¿Cómo me dijiste que se llama tu casa?

– La Treille.

– Eso es. Es un nombre precioso -admitió Polly. Ella nunca había estado en la granja restaurada, pero sus padres y Emily sí y le habían contado maravillas-. Entonces, ¿te vas solo?

– Voy a encontrarme con unos amigos allí.

– ¿Y Helena no quiso venir contigo? -insistió Polly ante el gesto de fastidio de Simon. Era evidente que no quería hablar de Helena.

– Iba a venir, pero desgraciadamente le surgió un trabajo muy importante en el último minuto y tuvo que quedarse en Londres -dijo él. No era toda la verdad, pero para Polly valía. A ella nunca le había caído bien Helena, por lo que él no quería hablar del fin de su relación con ella.

– Yo no me puedo imaginar dejar de irme de vacaciones por trabajo -respondió ella, acomodándose en el asiento y bostezando.

– No todo el mundo es tan relajado como tú en lo que se refiere al trabajo -le espetó Simon-. Helena es una excelente profesional. No puede dejar todo en la estacada porque le apetezca.

– ¿Y a ti no te importa?

– No. Siempre he entendido lo mucho que significa su carrera. Es una de las cosas que más respeto sobre ella. Es una abogada con mucho talento -explicó él, guardándose el hecho de lo mucho que le había sorprendido descubrir que la carrera no lo era todo para la excelente abogada.

Polly suspiró, recordando el día en que Simon había llevado a Helena a la boda de Emily. A las dos les había sorprendido mucho que él apareciera con una mujer tan espléndida. Helena era muy hermosa, inteligente y con mucha clase. A Polly le había resultado demasiado imponente, y le había aliviado el saber que al resto de la familia le había pasado lo mismo.

Al volverse a mirar a Simon, vio que tenía el rostro únicamente iluminado por las luces del salpicadero del coche. De repente, tuvo una sensación rara. El le resultaba tan familiar, y, sin embargo, era un extraño para ella. Y por primera vez entendió lo que una mujer como Helena había visto en él. Eran la pareja perfecta.

Sin embargo, no le gustaba oír hablar de la maravillosa trayectoria profesional de Helena cuando a ella la acababan de despedir. A Helena eso nunca le hubiera pasado. Ni hubiera tenido que ponerse a trabajar de doncella.

Pero, por otro lado, Helena tenía que trabajar mientras ella estaba de vacaciones. Como siempre, Polly decidió mirar el lado bueno. Además, Helena no había conocido a Philippe. Tal vez, aquel despido era lo mejor que le podría haber pasado. Ya no había nada que le impidiera ir a buscar un trabajo en Marsillac. Y Philippe le había pedido que fuera a visitarlo.

– ¿Dónde vamos? -le preguntó a Simon.

– Tengo una reserva en un hotel a unos cuarenta kilómetros de aquí. Estoy seguro de que te podrán encontrar una habitación para esta noche.

– No creo que pueda permitirme los precios que tú pagas por una habitación de hotel.

– Yo pagaré tu habitación.

– ¡No puedo permitir que hagas eso!

– No seas tonta, Polly -replicó él, algo irritado-. Me has dicho tú misma que no tienes dinero. ¿Crees que te voy a dejar en la carretera en mitad de la noche, con unos pocos francos en el bolsillo?

– Podrías llevarme a Niza. Estoy segura de que podría encontrar un hotel barato para pasar la noche.

– No pienso andar buscando hoteles por Niza a estas horas de la noche. Además, no vamos en esa dirección.

– No creo que debas pagar mi habitación. La razón por la que vine a Francia fue para demostrarle a mi padre que podría arreglármelas perfectamente yo sola. No quiero depender de nadie.

– ¡Por amor de Dios, Polly! ¡Estamos hablando sólo de una noche! Además, en parte es culpa mía que te hayas quedado sin trabajo.

– No es cierto. No fuiste tú quien le dijo a la señora Sterne que estábamos prometidos. Sólo estaba buscando una excusa para echarme.

– Sin embargo, no se habría enfadado tanto si yo le hubiera dicho desde un principio que nos conocíamos.

– Bueno, ya es demasiado tarde para todo eso. He estado pensando y me parece que es lo mejor que me ha podido pasar. Era un trabajo horrible y así podré buscarme algo mejor. No será lo mismo que haber cumplido mi contrato, pero mientras me pueda pasar el verano en Francia, le habré demostrado a mi padre lo que quería. Yo creo mucho en el destino -concluyó Polly, con otro bostezo.

– Bueno, pues yo creo firmemente en ser sensato, así que te sugiero que dejes de protestar y me dejes llevarte al hotel. Podrás descansar, yo pagaré tu cuenta y podrás pensar lo que quieres hacer por la mañana. ¿Qué te parece?

– Bueno…

– Si te hace sentirte mejor, no pienso aceptar otra propuesta. Ya he viajado demasiado por hoy, y lo único que quiero es llegar al hotel y dormir. Y no podría hacer eso si supiera que tendría que decirle a tu padre que te dejé tirada en medio de Niza con un montón de bolsas de plástico, sin saber dónde ibas, ni lo que ibas a hacer ni de qué ibas a vivir.

– Si lo pones así…

– Sí. Puedes decirte que soy un egoísta si eso te satisface.

Polly nunca hubiera dicho que Simon era egoísta. Sensato, con aire de superioridad sí, pero egoísta no.

Cuando tenía once años, y Polly le había declarado su amor y no le perdía paso por donde quiera que iba, él lo había soportado sin rechistar. Polly le había pedido que se casara con ella a voz en grito y delante de todo el mundo. Otro chico se hubiera burlado de ella, pero Simon soportó las risas de los demás y le había prometido que lo haría.

– Gracias -dijo ella-. Te devolveré el dinero en cuanto pueda.

– ¡De la mejor manera en que puedes pagarme es no volviendo a hablar del tema!

– Sí, Simon. Claro, Simon. Lo que tú digas, Simon.

– ¡No te va nada el ser tan obediente, Polly! -exclamó él, con una carcajada.

Polly se quedó muy sorprendida al ver cómo le cambiaba la cara por la risa, caldeando sus austeros rasgos y relajando la severidad de la boca. ¿Habría tenido Simon siempre el mismo aspecto cuando reía?

– ¡Algunas personas no están nunca satisfechas! -exclamó ella, horrorizándose al notar el tono de desaliento que tenía en la voz.

Tenía que estar más que cansada para pensar que empezaba a notar cosas sobre la boca de Simon y preguntarse por qué nunca las habría notado antes. Tenía que estar muy cansada.

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