UNA de las veces que bajaron de compras a Marsillac, Simon había insistido en comprarle una maleta. Polly la hizo muy lentamente, con un nudo en la garganta por el esfuerzo que estaba haciendo por no llorar. Todo lo que iba poniendo dentro le recordaba un momento pasado con Simon, un momento en el que ella todavía no había sabido que lo amaba.
Cuando ella bajó con la maleta, él la estaba esperando al pie de las escaleras. Tenía el rostro impasible, pero la boca estaba pálida y rígida.
– ¿Ya lo tienes todo?
– Creo que sí -respondió ella, con una débil sonrisa-. He intentado dejarlo todo bien recogido.
– Entonces, ¿ya estás lista?
Polly asintió con la cabeza, ya que EL nudo que tenía en la garganta le impidió hablar. Al salir de la casa, no se volvió para mirarla y se metió rápidamente en el coche. Sin embargo, cuando iban por la carretera, Polly se sintió como si se dejara algo muy valioso detrás de ella.
Aquel viaje en coche fue una agonía, sin embargo, Polly deseaba que terminara y lo temía al mismo tiempo. Ante la perspectiva de decirle adiós a Simon sentía un dolor profundo en la garganta y los ojos le dolían por el esfuerzo de contener las lágrimas. Aunque hubiera querido hablar, no hubiera podido.
Simon insistió en ir al banco y sacó lo que a Polly le pareció una ingente cantidad de dinero.
– Es demasiado -le dijo ella, cuando Simon se lo entregó.
– Es lo que acordamos.
– Yo no he hecho nada para merecer esto -replicó ella, tomando el dinero de mala gana-. Sólo he estado de vacaciones durante dos semanas.
– Has cocinado y has hecho que Chantal y Julien se sientan bienvenidos y les has convencido de que realmente estamos prometidos. Te has ganado ese dinero, Polly. Puedes hacer lo que quieras con él.
Polly se mordió los labios, sabiendo que aquella cantidad era mucho más de lo que ella necesitaba. Sin embargo, no podían estarse así todo el día. Utilizaría lo que creyera necesario y el resto se lo daría a su padre para que se lo enviara a Simon.
– De acuerdo, gracias…
Simon le había estado llevando la maleta, pero se la dio a ella con un gesto realmente formal, como si le estuviera devolviendo mucho más que una maleta.
– Bueno… -empezó Polly, poniendo la maleta en el suelo-. Pues ya está…
– Quiero que me prometas algo -le dijo Simon, de repente.
– ¿Qué?
– Si las cosas no salen como tú esperas, si necesitas algo, lo que sea… quiero que me lo hagas saber. Me voy a quedar en La Treille durante unos días más, así que ya sabes dónde encontrarme.
– Pensé que ibas a regresar a Londres -respondió ella, muy sorprendida.
– Así era, pero… he cambiado de opinión -replicó Simon, ocultando las verdaderas razones de su estancia allí.
– Estarás muy solo, en esa casa tan grande… -comentó Polly, con la esperanza de que él le pidiera que se quedara.
– Llamaré a Helena -mintió Simon. Tenía que hacerle creer que aquella oferta que le había hecho era desinteresada-. Supongo que ya habrá terminado ese caso. Tal vez pueda venir durante unos días y podamos pasar unas vacaciones juntos.
– Buena idea -dijo Polly, sintiendo que el corazón se le hacía pedazos.
– Entonces, ¿me llamarás si necesitas algo? -insistió Simon, intentando ocultar la urgencia en la voz.
– No puedo imaginarme qué podría necesitar con el dinero que me acabas de dar…
– Prométemelo de todos modos.
– De acuerdo. Te lo prometo.
Sus miradas se cruzaron y Simon sintió que algo se le quebraba en el alma. Polly se marchaba de su lado.
– Adiós, Polly -se oyó decir. Su voz sonaba como si fuera de otra persona-. Gracias por todo.
Polly no pudo decir nada. Sólo pudo mirarlo, mientras Simon la estrechaba entre sus brazos y la abrazaba desesperadamente. Como amigo de la familia, él podía tomarse aquellas libertades. Sin embargo, no se atrevió a besarla, ni siquiera en la mejilla. Todo lo que pudo hacer fue apretarla entre sus brazos y rozarle la mejilla con la suya, sintiendo la caricia sedosa del cabello de Polly por última vez.
– Buena suerte -dijo él, con voz ronca.
– Adiós -respondió Polly.
Entonces, se inclinó para recoger la maleta para que él no pudiera verle las lágrimas en los ojos, se dio la vuelta y se marchó todo lo rápidamente que pudo, sin mirar ni una sola vez hacia atrás.
– ¿Para qué te estás haciendo esto, Polly? -le preguntó Philippe, sentándose a su lado, mientras le ponía un brazo alrededor de los hombros.
Habían pasado tres días desde que llegó al umbral de la casa de Philippe llena de angustia. Philippe había sido mucho más amable con ella de lo que Polly había esperado. Había dejado caer la máscara de la sofisticación tan pronto como se hubo dado cuenta de lo triste que ella estaba y concentró todos sus esfuerzos en alegrarla. Polly se lo agradeció lo mejor que pudo, pero le fue imposible engañarle.
– Sé que no quieres estar aquí -añadió él.
– Lo siento -se disculpó ella, intentando reprimir las lágrimas-. No debería haber venido. Esperaba enamorarme de ti… -confesó.
– Pero todavía sigues enamorada de Simon. Creo que es mejor que me lo cuentes todo -añadió, entregándole un pañuelo limpio.
Aquella compasión rompió la resistencia de Polly y, poco a poco, Philippe consiguió que ella le contara toda la historia.
– Buena chica -dijo él, cuando ella se hubo hartado de llorar-. Ahora, todo lo que tienes que hacer es ir a ver a Simon y contarle lo que me has contado a mí.
– ¡No puedo!
– Claro que puedes -respondió Philippe-. Pareces estar muy segura de que él no te ama a ti, pero yo no estoy tan seguro. Nadie puede disimular tan bien. A mí me parece más bien que Simon está enamorado y está tratando de ocultarlo, lo mismo que tú.
– ¿Tú crees? -preguntó Polly, esperanzada.
– Sólo hay una manera de descubrirlo -concluyó Philippe, poniéndose de pie-. Simon te hizo prometer que irías a verlo si lo necesitabas, ¿verdad?
– Sí -respondió ella, sonriendo débilmente-. Has sido tan amable conmigo, Philippe…
– Es mi nueva faceta -confesó con tristeza-. Normalmente, soy yo el que hace sufrir a las chicas porque no las amo. Me gusta el hecho de poder ayudar a alguien por una vez. Ahora, ¡vamos! Te llevaré a casa de Simon.
Mientras iban a la ciudad en el Mercedes descapotable de Philippe, el viento alborotaba el pelo de Polly. Tenía miedo. No sabía lo que iba a decir cuando viera a Simon. Entonces, vio a Helena.
Para ir hacia La Treille tenían que pasar por la ciudad para tomar la carretera en aquella dirección. El coche estaba parado en un semáforo cuando vio a Helena salir de una panadería, con una barra de pan y una caja de pasteles. Polly sólo la había visto una vez, pero la reconoció enseguida. Fue como si una mano helada le apretara el corazón.
Vio que Helena fruncía el ceño cuando vio que Polly la estaba mirando, evidentemente intentando recordar dónde la había visto antes. Simon debía haberla llamado en cuanto regresó a casa y Helena había decidido ir enseguida. El corazón de Polly dio un vuelco. Estaban en la casa, con los calurosos días y las largas noches para los dos solos. Lo último que necesitaban era que Polly apareciera en la puerta, esperando que dejara de querer a Helena para enamorarse de ella.
– ¿Philippe? -dijo ella, con la voz helada.
– ¿Sí?
– He cambiado de opinión. Ya no quiero ir a La Treille ¿Te importaría llevarme a la estación?
– Estás muy callada, Polly -le decía su madre, algo preocupada, mientras se dirigían a la iglesia una soleada tarde de otoño-. ¿Te pasa algo?
– Claro que no, mamá. Es que el viaje de ayer desde Niza fue un poco largo. Eso es todo.
– Me alegro tanto de que hayas vuelto para la boda de Charlie -replicó su madre-. Todos los Taverner decían que no sería lo mismo si tú no estabas hoy aquí.
– Supongo que Simon también estará aquí hoy -dijo ella, preguntándose si efectivamente, habrían sido todos los Taverner los que habían preguntado por ella.
– Claro, no pensarás que va a perderse la boda de su hermano -replicó su madre, muy sorprendida.
– Espero que, por una vez, vayas a ser amable con él -intervino su padre-. Simon se salió de su camino para asegurarse de que estabas bien en Francia. Fue un alivio para nosotros cuando volvió y nos dijo que estabas bien y que sólo habías estado trabajando mucho, pero, como no nos dio muchos detalles, nos temimos que habrías sido muy grosera. ¡Como siempre!
– No fui grosera con él -susurró ella.
– Me alegro de saber eso, porque, en estos momentos, Simon no es el que era -susurró la madre-. ¡Margaret cree que está enamorado!
Polly sintió que se le rasgaba el corazón y se inclinó, simulando que se le había metido una piedra en el zapato, para que sus padres no vieran la expresión de su rostro. Se había pasado los tres últimos meses convenciéndose de que realmente no estaba enamorada de Simon. Se había dicho que no había sido más que un sentimiento pasajero, que se había dejado llevar por la belleza del paisaje y lo romántico de aquella situación. Sin embargo, a pesar de todo aquello, no había dejado de echar de menos a Simon ni un solo minuto del día.
No estaba segura de que estuviera preparada para verlo de nuevo, especialmente con Helena, pero le había prometido a Charlie que estaría en su boda. Muy dentro de ella, había estado esperando que, tan pronto como viera a Simon, se daría cuenta de que la magia entre ellos ya no existía. Sin embargo, aquel comentario de su madre le había demostrado que no era cierto.
Al llegar a la iglesia, tuvieron que saludar a parientes y amigos y Polly hizo todo lo posible por ver a Simon antes de que él la viera a ella. Pero no parecía haber rastro de él por ninguna parte. Polly pasó de los nervios a la frustración al pánico, pero entonces, él salió de la iglesia con su hermano.
Había esperado que la primera vez que volviera a verlo le resultaría muy difícil. Y así fue. Quería acercarse a él, deseando tocarlo, hablarle, pero le aterrorizaba acercarse a él. Cuando él empezó a mirar en su dirección, ella se escondió detrás de una lápida.
Sin embargo, Helena no parecía estar con él. Probablemente, ya estaba dentro de la iglesia. Polly no sabía si sentirse desilusionada o aliviada al ver que él no parecía estar haciendo ningún esfuerzo para buscarla.
A1 entrar en la iglesia, vio que él estaba sentado al lado de una mujer con un sombrero espectacular. ¿Sería Helena?
La marcha nupcial empezó a sonar y Polly sintió un nudo en la garganta al ver la cara de orgullo y amor con la que Charlie miraba a la novia. ¡Si Simon la mirara a ella de aquella manera!
La ceremonia, tal vez por la presencia de Simon, le resultó a Polly insoportable. Las lágrimas le brotaron de los ojos y su madre, con una mirada de alarma, le dio un pañuelo.
Mientras se tomaban las fotografías, no fue difícil evitar a Simon, pero durante el banquete, Polly empezó a pensar que él también estaba intentando esquivarla. Siempre parecía estar al otro lado de la sala. Ella intentaba no mirarlo, pero podía registrar todos y cada uno de sus movimientos mientras, con una brillante sonrisa en el rostro, Polly charlaba con todo el mundo y bebía champán.
¿Por qué no vendría él a saludarla? Eran amigos ¿no? Ella no le había avergonzado y se había marchado cuando él se lo pidió. ¿Es que no merecía siquiera un saludo?
– ¿Qué está pasando entre tú y Simon? -le preguntó Emily, apartando a Polly de repente del resto de los invitados.
– ¿A qué te refieres?
– No dejáis de miraros, pero sólo cuando os creéis que el otro no está mirando.
Involuntariamente, Polly miró hacia donde él estaba, justo en el momento que él hacía lo mismo. Cuando se dieron cuenta de que los dos estaban haciendo lo mismo, a la vez, apartaron rápidamente la mirada.
– ¿Ves lo que te decía? -insistió Emily.
– No pasa nada -dijo Polly, con una sonrisa-. Probablemente, Simon está esperando a venir a hablar conmigo para decirme que no le gusta mi traje.
– Ni siquiera Simon podría decir nada de cómo vas vestida -replicó Emily alzando las cejas al contemplar el traje azul oscuro, con una pamela a juego, que Polly llevaba puesto-. ¡Te estás volviendo muy comedida! Creo que estás creciendo… De hecho, parece que tu estancia en Francia te ha hecho cambiar. ¿Qué te ha pasado allí?
– Tal vez toda esa clase francesa de la que todo el mundo habla se haya apoderado de mí -explicó Polly, por no decir que era porque estaba enamorada de Simon.
– Tal vez.
– Yo me estaba preguntando dónde estaría Helena -dijo Polly rápidamente, para no darle tiempo a Emily a reaccionar.
– ¿Qué Helena?
– Helena, la novia de Simon.
– ¡Ah, ella! ¡Pero si hace un montón de tiempo que no están juntos!
– ¿Cómo? ¿Estás segura?
– Claro que estoy segura -replicó Emily, algo ofendida-. Creo que rompieron en… junio, supongo. Antes de que Simon se fuera a Francia. No puedo decir que lo sienta. Nunca me cayó nada bien. ¿Y a ti?
– Tampoco -replicó Polly, con la boca seca-. Entonces -añadió, esperando con todo el anhelo que le era posible una respuesta negativa-, ¿no está saliendo con nadie ahora?
– ¡No lo sabemos! -exclamó Emily, mirando a su alrededor, como para decirle una confidencia-. Pero, creemos que sí. Sea quien sea, debe de ser muy especial. Simon está muy misterioso. Le dijo a nuestra madre que estaba enamorado, pero luego se cerró en banda y no quiso hablar más del tema. Lo que nos tememos es que está seguro de que no nos caerá nada bien cuando nos la presente. Es lo único que se me ocurre para justificar tanto secreto -añadió, frustrada por no saber nada más-. Bueno, ya sabes que para nosotros no habría nadie lo suficientemente bueno para él, pero haríamos un esfuerzo por querer a la mujer que él eligiera, ¿no te parece?
– Sí. Claro que sí.
Por la tarde, hubo una gran fiesta y para cuando acabó el banquete, sólo quedaba tiempo para cambiarse de ropa. Como la boda se celebraba en un hotel, Polly tenía su propia habitación para refugiarse si las cosas se ponían mal.
Sentada en la cama, reflexionaba sobre la noticia de que Simon ya no estaba con Helena, sin entender por qué él la había mentido. Sin embargo, se dio cuenta de que, si no hubiera querido que ella se fuera de la casa, le habría dicho la verdad. Tal vez, seguía enamorado de Helena y esperaba volver con ella… Por eso la había llamado y le había pedido que fuera a la casa con él cuando Polly se fue.
Cuando descubrió que las cosas con Helena no iban bien, lo dejaron y encontró otra mujer de la que se había enamorado realmente.
Polly se puso de pie. Tenía que afrontar los hechos. Simon no la amaba ni lo haría nunca. Mecánicamente, se cambió de vestido, poniéndose uno rojo, y se maquilló. No podía estropearle la boda a Charlie. Tenía que pasar unas pocas horas más antes de poder ponerse a llorar.
Y así fue. Intentó por todos los medios sonreír, bailar… pero debía de haber algo raro en su sonrisa y en los brillantes ojos ya que, casi todas las personas que hablaban con ella le preguntaban si se encontraba bien.
Justo cuando Polly había perdido la esperanza de que Simon viniera a hablar con ella, él se acercó. Ella estaba con Emily y uno de sus primos, un corredor de bolsa llamado Giles.
– Hola, Polly -dijo Simon.
– Hola. ¿Qué tal estás? -preguntó Polly, con la voz rota, mientras los otros dos la miraban muy sorprendidos.
– Bien, ¿y tú?
– Bien.
Emily los miraba a los dos alternativamente, pero Giles, más torpe, le dijo a Simon con una palmada en el hombro:
– Ya es hora de que te vayas casando, Simon. No puedes consentir que tus hermanos pequeños lo hagan antes que tú. Estoy seguro de que te podríamos encontrar una buena chica para que sea tu esposa. ¿Qué te parece Polly? Está libre, ¿no es así Polly? ¡Así dejáis las cosas en familia y nos ahorráis a todos un regalo de boda!
Emily miró a Polly y se sorprendió al ver una expresión crispada en la cara de su amiga.
– ¿Qué te pasa, Polly? ¿Te encuentras mal? -preguntó, preocupada.
– ¿Por qué todo el mundo tiene que preguntarme si me encuentro bien? -gritó Polly, casi al borde de la histeria-. ¡No me pasa nada! ¡Estoy bien!
Horrorizada, Polly vio que le empezaba a temblar la boca y se la cubrió con la mano para ocultarlo. Se produjo un silencio, crispado, que Simon rompió, tomándola de la mano para sacarla a bailar.
– Ven conmigo -le dijo, sacándola a la pista sin esperar respuesta, mientras Emily y Giles se quedaban boquiabiertos.
La fiesta estaba en todo su apogeo y los invitados bailaban frenéticamente. Simon tomó una de las manos de Polly y se puso la otra sobre el hombro, con la excusa de que debía confortarla. Polly necesitaba a alguien que le sacara de aquella situación.
Fue un regalo del cielo tenerla de nuevo entre sus brazos. Simon no se había atrevido a acercarse a ella en todo el día por temor a caer en la tentación de tomarla entre sus brazos. Polly tenía un aspecto sofisticado y desconocido para él con aquel traje azul. Sin embargo, con aquel vestido rojo y el pelo suelto era la Polly que él recordaba y no había podido resistirse más.
También notó que ella estaba más delgada de lo que a él le gustaba y había perdido el brillo en los ojos que era tan característico de Polly. Había sabido desde un principio que Philippe no la haría feliz.
Para Polly, era una bendición sentirse de nuevo en los brazos de Simon y le estaba muy agradecida por haberla sacado de una situación bastante embarazosa. Aunque fuera durante unos pocos minutos, se daría el gusto de sentirle cerca de ella, notar sus manos fuertes, imaginarse que, si inclinaba un poco la cabeza, él la besaría en el cuello…
Estuvieron bailando en silencio, sin darse cuenta de que el resto de las parejas saltaban al son de la música. Simon sintió que la tensión iba saliendo poco a poco del cuerpo de Polly y se tomó la libertad de apoyar la mejilla en la de ella y respirar su aroma. Había demasiado ruido como para hablar, así que, al menos durante un rato, podía abrazarla.
Como si la orquesta le hubiera leído el pensamiento, empezaron a tocar una pieza lenta. Tal vez, lo mejor era hablar.
– ¿Es Philippe? -preguntó él, con voz triste.
Durante un momento, Polly no pudo recordar a quién se refería Simon. Aturdida, levantó la cara y lo miró.
– ¿Philippe?
– Tenía miedo de que él te hubiera hecho daño.
Creí que estabas triste por él cuando el idiota de Giles empezó a hablar del matrimonio con tan poco tacto.
– Oh -respondió Polly, asimilando aquellas palabras poco a poco-. No estaba triste por Philippe. No lo he visto desde junio.
– ¿Cómo dices? -preguntó Simon, asombrado-. ¡Yo pensé que habías estado, con él todo este tiempo!
– No, he estado en Niza. Conseguí un trabajo de camarera y he estado allí tres meses. Es un récord para mí, ¿verdad? -explicó, con una sonrisa forzada-. Ahora hablo francés bastante bien. Estarías orgulloso.
– Pero… -empezó Simon, más interesado en lo que había ocurrido con Philippe-… pero, ¿qué ocurrió entre vosotros?
– Bueno, las cosas no salieron bien -respondió ella, sin querer entrar en detalles. ¿Cómo podría decirle a Simon que se había pasado todo el verano sola mientras él lo empleaba enamorándose de otra mujer?
– ¿Y tú? -preguntó con una brillante sonrisa-. Me han dicho que estás enamorado.
– Así es -respondió él, atónito-. ¿Cómo lo sabes?
– Me lo ha dicho Emily.
– Ah.
– ¿Es agradable?
– ¿Quién?
– La chica de la que estás enamorado.
– Sí.
– ¿Bonita?
– Yo creo que es guapísima -respondió él, bajando los ojos para mirarla.
– Es perfecta -añadió ella, sin saber por qué se estaba torturando de aquella manera.
– No, no es perfecta. Hay un par de cosas sobre ella que me sacan de quicio, pero tiene la sonrisa más maravillosa y los ojos más sinceros que yo he visto en toda mi vida. Ella es la única mujer que quiero a mi lado.
– ¿Te vas a casar con ella? -preguntó Polly, a punto de llorar, con voz temblorosa.
– Si ella me acepta…
– ¿Es que todavía no se lo has preguntado?
– No. ¿Crees que debería hacerlo? -preguntó Simon.
– Sí… si estás seguro de que la amas.
– Lo estoy. Estoy más seguro que nunca de que la amo y de que quiero pasar el resto de mi vida con ella.
– En ese caso, deberías pedírselo -le dijo Polly, preguntándose cómo podría estar soportando aquello.
– ¿Y si ella no me corresponde?
– ¿Es que no estás seguro? -preguntó ella, mirándole con los ojos llenos de lágrimas.
– No, pero si tú crees que debería preguntárselo de todos modos, lo haré.
Las puertas de la sala de baile habían sido abiertas para dejar que entrara el aire fresco de la noche y, poco a poco, Simon fue sacando a Polly a la terraza. Al salir a las sombras de la noche, él la soltó, pero sólo para estrecharla aún más entre sus brazos.
– Polly, ¿quieres casarte conmigo?
Polly oyó las palabras, pero no pareció entenderlas. Era imposible que Simon le hubiera pedido a ella que se casara con él cuando estaba enamorado de otra persona. Ella se lo quedó mirando fijamente, muy pálida. Simon sonrió.
– Claro que eres tú -añadió él-. ¿Qué otra mujer podría ser?
– Pero si tú no me amas -susurró ella.
– Sí que te amo. Te amo más de lo que te podría decir con palabras. Antes creía que eras una niñata tonta, pero cuando abriste la puerta de la casa de los Sterne, habías cambiado. Ya no eras aquella niña. Y luego me besaste. ¿Te acuerdas de aquel beso, Polly? Lo hiciste como si cualquier cosa. Para ti, era sólo un experimento para ver si me veías con otros ojos después y a ti no te hizo sentir nada. Pero a mí, me hizo enamorarme perdidamente de ti. Antes de que me pudiera dar cuenta, ya no era capaz de imaginarme la vida sin ti.
– Pero… yo soy desordenada, desorganizada…
– Lo sé, pero cuando te fuiste de mi casa, ésta se quedo vacía, sin vida. No podía soportarlo. Hubiera hecho cualquier cosa para que regresaras… Yo no quería enamorarme de ti, Polly, hice todo lo que pude para resistirme. Sentía celos de Philippe y sabía que tú nunca te enamorarías de mí de la manera en que yo lo estaba de ti. ¿Cómo podrías haberte enamorado de mí cuando estaba todo el día criticándote y discutiendo contigo? De la única manera en la que podías pensar sobre mí era como un gruñón hermano mayor.
– Nunca te consideré un hermano mayor, Simon -dijo Polly, casi sin creer lo que él la estaba diciendo-. El hermano de Emily, sí, pero no el mío.
– Bueno, ya sabes a lo que me refiero.
– Sí, lo sé -reconoció Polly, sonriendo con sinceridad por primera vez-. Sé exactamente a lo que te refieres. Sé lo que es descubrir que alguien al que nunca has tomado en serio se ha convertido de repente en la persona más importante de tu vida. Sé lo que es enamorarse y no ser capaz decirle al amado lo que sientes porque no puedes creer que pueda enamorarse alguna vez de ti.
– Polly… Polly, ¿qué me estás diciendo?
– Te estoy diciendo que te equivocas -confesó ella, derramando por fin las lágrimas que había estado conteniendo todo el día-. Que puedo amarte de la manera que tú me amas a mí y que efectivamente… estoy enamorada de ti.
Al momento, Polly se encontró entre los brazos de Simon y sintió cómo una cascada de felicidad se apoderaba de ella. Él la besó de la manera que ella había soñado tantas veces. Polly le correspondió, rodeándole el cuello con los brazos, como si quisiera asegurarse de que aquello no era un sueño.
– Polly -dijo Simon por fin, con voz temblorosa mientras le tomaba la cara entre las manos-. Dímelo otra vez, Polly. Dime que me amas.
– Te amo.
– Una vez me dijiste que, cuando te enamoraras de alguien, sería para siempre.
– Lo sé y así será. Te amaré para siempre… y ya sabes que yo siempre cumplo mis contratos.
– Entonces, ¿te casarás conmigo?
– Sí -respondió ella, y Simon volvió a besarla.
– Tengo algo para ti -dijo él después, cuando levantó la cabeza y Polly descansaba la cabeza plácidamente en su pecho.
Simon se puso a rebuscar en el bolsillo y sacó la alianza de zafiros y diamantes que habían comprado juntos en Francia. A Polly se le encendieron los ojos y a él se le hizo un nudo en la garganta por la felicidad que sentía al verla tan alegre.
– ¡Mi anillo! -exclamó ella, mientras Simon se lo ponía en el dedo.
– Esta vez es un compromiso de verdad, Polly. Lo he llevado encima desde el día en que me lo devolviste -confesó él-. Era todo lo que me quedaba de ti. Solía mirarlo de vez en cuando, deseando que te cansaras de Philippe y volvieras conmigo…
– Ojalá lo hubiera sabido -suspiró Polly, estrechándole entre sus brazos-. Hemos perdido tanto tiempo…
– No debería haberte dejado marchar, pero me parecía que estabas tan segura de que querías estar con Philippe… Yo esperaba que no tardaras mucho en darte cuenta de que él no era hombre para ti y que regresarías a mi lado, pero no lo hiciste…
– Casi lo hice. Philippe me dijo que debería decirte lo que sentía y me estaba llevando a tu casa cuando vi a Helena en el pueblo. Di por sentado que le habías pedido que fuera a verte, así que no me pareció que hubiera motivo alguno para decirte nada. Así que, me subí en el primer tren que llegó a la estación. No podía soportar el verte con Helena.
– Yo no sabía que la habías visto. Eso debió ser antes de que ella llegara a casa. Apareció tan fresca y segura de sí misma, esperando que lo retomáramos todo donde lo habíamos dejado. ¡Incluso había comprado cosas para la comida! Me dijo que te había visto, pero que no se acordaba de quién eras, así que te describió a ti y a Philippe. Por eso supe que estabas con él. Helena no dejaba de hablar sobre ti, preguntándose por qué tu cara le resultaba tan familiar y lo que estarías haciendo en Francia con un hombre tan guapo…
– Entonces, ¿tú no la llamaste para invitarla a tu casa?
– Claro que no. Sólo te dije que iba a hacerlo para darme una excusa para quedarme en casa por si no funcionaban las cosas con Philippe. ¡Ella era la última persona que yo esperaba ver en aquellos momentos!
Entonces, estrechó a Polly entre sus brazos, alegre de saber que ella también lo amaba y casi sin poder recordar su desesperanza al abrir la puerta y ver a Helena en el umbral en vez de a Polly.
– Antes de que me marchara, tuvimos una pelea. De repente, Helena me dijo que quería casarse y me dijo que no iría a Francia a menos que yo estuviera preparado para comprometerme con ella. Como no lo estaba, nos dijimos cosas bastante desagradables. En lo que a mí se refería, nuestra relación se había acabado y pensé que Helena pensaba lo mismo. Pero cuando terminó su caso, vino porque le parecía que lo único que yo necesitaba era acostumbrarme a la idea. Cuando ella apareció en mi casa, se suponía que iba a ser una sorpresa maravillosa, pero lo único que consiguió fue que yo me diera cuenta de lo mucho que te quería a ti y lo mucho que te echaba de menos. Me parecía tan fácil estar contigo… -añadió, besándola de nuevo.
– No siempre nos resultó fácil -le recordó Polly-. ¡Dormir contigo noche tras noche no fue nada fácil!
– ¿Es que crees que no lo sé? Si a ti te pareció difícil, ¿qué piensas que fue para mí? -le preguntó Simon, mientras le besaba la mandíbula.
– Peor no puede haber sido. Yo sentía que me iba a poner a arder tan sólo con que me rozaras.
Simon se echó a reír y la llevó contra la pared para besarla de nuevo, de una manera insistente y apasionada que hizo que Polly perdiera la cabeza y se viera poseída por un deseo imposible de resistir.
– ¿Y ahora? -musitó él, rozándole los labios.
– Supongo que ahora estarás dispuesto a darme algo más que un roce, ¿verdad? -sugirió ella, con voz seductora.
– Te lo prometo -dijo Simon, sonriendo de un modo que hizo que ella se deshiciera. Entonces, la sacó de la mano y la sacó de la terraza-. Vamos. La fiesta está en pleno apogeo y nadie nos echará de menos.
– ¿Dónde vamos?
– Vamos a resarcirnos por todas aquellas noches desperdiciadas -replicó él, sacando la llave de su habitación-. ¿Tienes alguna objeción?
– No -respondió Polly, radiante mientras Simon la besaba de nuevo y la llevaba hasta el ascensor-. Ninguna en absoluto.