Capítulo 4

A LA MAÑANA siguiente, cuando Polly se despertó, la cama estaba vacía. Durante un momento, mientras parpadeaba, se preguntó dónde estaba. Siempre le llevaba un tiempo situarse por las mañanas. Poco a poco, las imágenes del día anterior le fueron volviendo. Vio a Philippe, sonriéndola y diciéndole que era bonita, a Martine, con aspecto algo enojado, y por último a Simon…

En aquel momento, Polly abrió los ojos, mientras la memoria parecía regresarle por completo. Lo estaba recordando todo. El enfrentamiento con Martine, el momento en el que Simon la metió en brazos en el hotel, cuando besó a Simon…

Polly se sentó en la cama de un salto, deseando que aquel último recuerdo hubiera sido un sueño, pero sabía que no era así. Recordaba el roce de sus labios y de su fuerte cuerpo, los dedos moviéndose por debajo de la camiseta y subiéndole por los muslos con demasiada claridad.

Cuando Simon se volvió para dormir, ella permaneció despierta durante lo que le pareció una eternidad, ardiendo de deseo y maldiciéndose por haber sido tan estúpida y haberlo besado de aquella manera. En su momento, aquella opción había parecido bastante interesante, pero el problema principal era que ella le había mentido.

Efectivamente, su opinión sobre Simon había cambiado. Polly se había vuelto en la cama, mirando cómo el pelo se le difuminaba en la oscuridad de la habitación, junto con la línea de los hombros y la suavidad de la piel. Había probado aquella piel y sentía una irrefrenable necesidad de tocar aquel hombro con la boca, de abrazarlo y estrechar contra ella aquel cuerpo tan fuerte…

El sonido de la puerta del cuarto de baño devolvió a Polly al presente. El corazón le empezó a latir a toda velocidad al ver que Simon salía secándose la cara con una toalla.

– Ya iba siendo hora -le dijo con una mirada indiferente-. Pensé que nunca ibas a despertarte.

– ¿Qué hora es? -preguntó, horrorizada al comprobar que su voz era un gritito patético.

– Las ocho y media -respondió él, recogiendo el reloj de la mesilla de noche.

Parte de Polly seguía insistiendo en que Simon seguía siendo el mismo. Verdaderamente, parecía el mismo. Como estaba de vacaciones, había hecho la gran concesión de quitarse la corbata y se había puesto una camisa verde de manga corta y unos chinos de color claro. Tenía el pelo húmedo de la ducha, pero sus rasgos seguían siendo los mismos.

Polly hubiera podido convencerse de que nada había cambiado hasta que cometió el error de mirarle la boca. El recuerdo del beso que habían compartido la invadió de nuevo, haciéndose casi insoportable.

Simon parecía el mismo, pero las cosas ya no eran igual. Todo había cambiado.

– Voy abajo a desayunar -le dijo Simon, impasible-. ¿Vienes?

– Me daré una ducha rápida -respondió Polly, aliviada de que su voz volviera a sonar normal-. Me encontraré contigo abajo.

Bajo el chorro de la ducha, Polly se esforzó por convencerse de que lo que había pasado entre ellos la noche anterior no había significado nada para Simon, así que no había que exagerar la situación. Seguramente, estaba cansada, y en la oscuridad todo parecía distinto a lo que era en realidad. Aquel abrazo apasionado sólo existía en su imaginación. En realidad, había sido sólo un beso sin importancia. Sí a Simon ni le había inmutado, a ella tampoco.

Para cuando se puso los vaqueros blancos y una camiseta cortada ya se había convencido de que no había motivo alguno para sentirse incómoda. Además, aquel día se separarían.

Sin embargo, aquella confianza le falló, aunque sólo fue por un momento, al salir a la terraza donde estaban puestas las mesas para el desayuno. Simon estaba sentado en una mesa, leyendo un periódico francés. Todo en él parecía muy definido. Cuando él levantó la vista para mirarla, el corazón de Polly le dio un vuelco, pero se recuperó enseguida. Tenía que recordar que era sólo Simon.

– Te he pedido café y bollos -le dijo, en un tono de voz como el de siempre.

– Maravilloso -replicó ella-. ¡Estoy muerta de hambre!

Desde la comida del día de antes, no había comido nada, así que cuando llegaron los croissants le parecieron lo mejor que había probado en mucho tiempo. Con una taza entre las manos, miró el azul cielo mediterráneo. Podía relajarse, ya que las cosas entre ella y Simon no habían cambiado.

Simon la contemplaba, algo irritado. Era típico de Polly empujar a todo el mundo a hacer lo que ella quería y luego actuar como si no hubiera ocurrido nada. No podía sacarse de la cabeza lo cálida, dulce y apasionada que había estado la noche anterior. El darse la vuelta en la cama había sido una de las cosas que más le había costado hacer en la vida.

Había intentado olvidarse de aquel beso y lo había prácticamente conseguido hasta que, al salir del baño, vio a Polly encima de la cama. Había salido de la habitación tan pronto como había podido, pero parecía que ella no estaba dispuesta a hacerle fácil aquella situación. Verla en aquellos momentos, sonriendo, y chupándose los dedos estaba haciendo trizas su autocontrol. Evidentemente, para ella, aquel beso no había significado nada.

– He preguntado en recepción por los vuelos a casa -dijo él abruptamente-. Podría llevarte al aeropuerto a tiempo para el vuelo de las once y media.

– ¿Al aeropuerto?

– Creo que lo más sensato es que vuelvas a casa.

– ¡No puedo hacer eso!

– Yo te pagaré el billete, por supuesto.

– No es eso. Dije que iba a pasar el verano en Francia y eso es lo que voy a hacer -respondió ella, sin saber si enojarse por el deseo de Simon de devolverla a Inglaterra-. No voy a volver a casa con el rabo entre las piernas al primer contratiempo. Casi no puedo hilar juntas dos palabras en francés y le dije a mi padre que cuando volviera, lo hablaría perfectamente. No puedo volver todavía, Simon.

– ¿Tienes tu monedero contigo? -preguntó él, señalando con la cabeza al bolso que ella había colgado en la silla.

– Sí.

– Sácalo y enséñame cuánto dinero tienes.

Mordiéndose los labios, Polly hizo lo que él le pedía y vació los contenidos del monedero encima de la mesa y los contó lentamente.

– Cuarenta y ocho francos -admitió ella, de mala gana.

– ¿Cuánto tiempo te crees que te va a durar eso?

– Conseguiré un trabajo -replicó ella desafiante, mientras guardaba el dinero.

– ¿Haciendo qué?

– ¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? -exclamó ella, algo enojada-. Debe de haber cientos de cosas que yo pueda hacer. Lavar los platos, trabajar de camarera…, toda clase de cosas.

– Estoy seguro de que las posibilidades son infinitas -dijo Simon, sin intentar ocultar la ironía-, pero, mientras tanto, tienes que tener algo con lo que vivir mientras encuentras alguien que esté dispuesto a contratarte. Incluso en el caso de que encuentres trabajo, no te pagarán enseguida. ¿Cómo vas a pagar el alquiler? ¿Qué vas a comer?

– No estoy del todo sola en Francia, ¿sabes? -le espetó Polly, que, cuanta más oposición encontraba en Simon, más decidida estaba a quedarse-. Tengo contactos.

– ¿Cómo quién?

– Bueno… como Philippe Ladurie, por ejemplo. Él me dijo que podía ir a verlo cuando quisiera.

– ¿Fue esto antes o después de que su hermana te despidiera por contarle una sarta de mentiras?

– Mira -replicó Polly, ignorando aquella pregunta, mientras rebuscaba en el bolso para encontrar la preciada tarjeta-… incluso me dio su tarjeta.

– Marsillac… -leyó él, algo más interesado.

– No está lejos de aquí, ¿verdad?

– Está a un par de horas en coche -respondió Simon, algo preocupado-. ¿Es que no te das cuenta de que la gente reparte tarjetas a todas horas sin que signifique nada?

– Lo sé, pero, sin embargo, estoy segura de que a Philippe no le importaría si yo le pidiera que me recomendara para un trabajo. Cuando hablé con él anoche fue de lo más agradable.

– Entonces -preguntó Simon, suspirando al oír el tono de voz con el que ella hablaba de Philippe-, ¿qué planes tienes?

– Todo lo que tengo que hacer es llegar a Marsillac y ponerme en contacto con Philippe. ¿Qué mejor plan puedo tener?

– ¿Y si él no está aquí? Puede que todavía esté ocupado con la pelirroja.

– Entonces, tendré que buscar un trabajo yo sola -dijo ella-. Marsillac no suena como un lugar muy grande.

Cuanto más pensaba en aquella idea, más le gustaba. Con toda seguridad acabaría encontrándose con Philippe tarde o temprano. Incluso el verlo a distancia de vez en cuando era mejor que nada.

– Pero te costará más de cuarenta y ocho francos llegar a Marsillac desde aquí.

– Puedo hacer autostop -replicó ella.

No le agradaba aquella idea, pero haría todo lo posible para salirse con la suya y no dejar que Simon le impidiera seguir en Francia, con o sin dinero. Sin embargo, le sorprendió el hecho de que Simon no reaccionara ante aquella sugerencia. Se estaba frotando la barbilla, muy pensativamente, mientras consideraba la idea que se le había ocurrido cuando Polly le enseñó la tarjeta de Philippe. A pesar de las desventajas, aquella idea podría funcionar…

– Yo voy a Marsillac -dijo él, por fin.

– ¿De verdad? -preguntó Polly, poniendo la taza encima de la mesa.

– Es el pueblo cerca de mi casa. La Treille sólo está a ocho kilómetros de allí.

– ¿Estarías dispuesto a llevarme? -preguntó Polly con cautela, algo asombrada por el cambio de actitud en Simon.

– Puede que lo hiciera. Pero con una condición.

– ¿Cuál?

– Que seas mi prometida durante las dos próximas semanas.

– ¡Venga ya! Ahora en serio, ¿qué quieres?

– Es exactamente eso. Te llevaré a Marsillac si prometes actuar como mi prometida durante quince días.

– No hablarás en serio, ¿verdad?

– ¿Es que no te lo parece?

– Pero… ¿por qué?

– Te lo explicaré -dijo Simon, mientras hacía una seña al camarero para que trajera más café-. Te dije que estaba aquí de vacaciones, pero es algo más que eso. Estoy intentando conseguir un contrato crucial para el futuro de mi empresa. Nos va muy bien en América y en el Pacífico, pero tenemos que establecernos en Europa. Ahora hemos encontrado una compañía que complementa nuestros intereses perfectamente. Todo lo que tenemos que hacer es convencer al director general que esta fusión les beneficiaría también a ellos.

– ¡Espera un momento! Lo que quiero saber es por qué necesitas una prometida, no que me des una conferencia sobre teoría económica.

– Si me escuchas, te lo diré -replicó Simon, irritado por aquella interrupción-. El director general de la otra compañía se llama Julien Preucel y está casado con Chantal, que fue una antigua novia mía. Fue Chantal la que sugirió que mi empresa y la de Julien tienen mucho en común cuando se enteró de que yo estaba investigando la posibilidad de una fusión con otra empresa europea. Mis empleados han hecho los estudios pertinentes, pero a mí se me ocurrió que sería una buena idea tener una reunión informal con Julien para ver si podríamos pactar un trato a nivel personal, por lo que les invité a él y a Chantal a pasar dos semanas en La Treille.

– ¿Y estos son los amigos con los que te vas a reunir? -preguntó ella. Simon asintió, mientras el camarero llegaba con más café. Polly volvió a llenar las dos tazas-. Todavía no entiendo en dónde encajo yo en todo esto.

– Enseguida te lo explico. Cuando hablé con ella con teléfono, Chantal me avisó que Julien parece tener celos de nuestra relación. Ella y yo seguimos siendo muy buenos amigos cuando Chantal decidió volver a Francia. Es maravillosa -explicó, con la voz llena de afecto-. Hermosa, amable, inteligente… Chantal es una de las mejores personas que conozco.

Polly intentó imaginarse a Simon describiéndola a ella así y fue consciente de que estaba algo celosa. Nunca antes le había oído hablar de nadie con tanto afecto. Chantal tenía que ser una mujer muy especial.

– Si es tan maravillosa, ¿por qué no te casaste con ella?

– Eso no es asunto tuyo -respondió fríamente-. Lo que importa es que Julien se siente molesto por el hecho de que Chantal y yo sigamos siendo buenos amigos. Una de las razones principales por la que les invité era para demostrar a Julien que no tiene ningún motivo para tener celos de mí. En aquellos momentos, por supuesto, Helena iba a venir también. Pensé que si él veía que yo tenía una relación estable con otra mujer, dejaría de preguntarse si yo seguía interesado en Chantal y nos podríamos dedicar a los negocios. Pero tal y como están las cosas…

– Helena está en Londres y él se va a pensar que tú y Chantal lo habéis preparado todo para poder estar juntos, ¿no es eso?

– Sí. Helena iba a venir al principio -explicó él, sin confesarle la verdadera razón por la que Helena no estaba allí. No estaba dispuesto a hacerlo al oír cómo ella había hablado de Philippe-, pero le surgió un trabajo muy importante en el último momento y, antes de cancelarlo todo, pensé que era mejor que viniera yo y viera qué tal iban las cosas.

Polly tomó un sorbo de café, preguntándose si lo de Helena sería sólo una excusa. Incluso una súper mujer como ella se sentiría celosa al oír cómo hablaba Simon de Chantal. Vagamente, Polly recordó que su madre había estado muy deprimida porque Simon tenía una fantástica novia francesa y había rumores sobre un posible compromiso, que nunca fructificaron.

¿Habría roto Chantal el corazón de Simon? Era difícil imaginárselo tan romántico, pero ciertamente parecía otra persona cuando hablaba de ella. ¿Sentiría todavía una pasión secreta por ella? Si era así, Polly no podía culpar a Helena por no haberse querido ver envuelta en aquel asunto.

– Tú me diste la idea -dijo Simon, interrumpiéndole sus pensamientos.

– ¿Cómo? ¿Qué idea?

– Con esa ridícula historia que inventaste para Martine Sterne. Recuerda que le dijiste que yo me recorrí toda Francia hasta que te encontré y que te llevé a la piscina y te pedí que te casaras conmigo.

– Sí, ya me acuerdo -admitió Polly, algo avergonzada.

– Ni Chantal ni Julien conocen a Helena. Todo lo que saben es que estaré allí con mi novia. No hay razón alguna para que tú no puedas ser Helena. Y, dado que todo es una farsa, les podríamos decir que estamos prometidos. Estoy seguro de que eso conseguiría que Julien se relajara por completo. ¿Qué te parece?

– ¡Me parece una locura! Nadie se va a creer que estamos prometidos.

– ¿Por qué no? Martine Sterne se lo creyó.

– No lo creo y, además, Chantal te conoce mucho mejor que la señora Steme. Estoy segura de que ella se dará cuenta de que yo no soy tu tipo.

– Si yo digo que estoy enamorado de ti, no veo por qué ella no me va a creer. Todo lo que tú necesitas hacer es ponerte un anillo y comportarte de manera cariñosa. ¿Qué podría ser más fácil?

– Muchas cosas -replicó ella-. ¡Estar contigo no me hace sentir especialmente cariñosa!

– Sabrás disimular, ¿verdad?

– ¡No tan bien!

– Pues anoche disimulaste muy bien -le espetó él con frialdad-. Lo mismo que esta mañana, a no ser que de verdad te hayas olvidado de aquel beso.

– Oh, eso… -contestó ella, quien, a pesar de querer parecer relajada, no pudo evitar sonrojarse. El recuerdo de aquel beso planeaba entre ellos con demasiada viveza como para ser ignorado.

– Sí, eso -replicó Simon con ironía-. Si me besas de esa manera de vez en cuando delante de Julien, se dará cuenta muy pronto de que no tiene necesidad de ponerse celoso y se relajará.

– ¿Qué es lo que quieres exactamente?

– Te ofrezco un trato. Si accedes, te llevaré a Marsillac y pasarás dos semanas convenciendo a Julien de que estás comprometida conmigo. Al final de esas dos semanas, te pagaré lo suficiente como para que puedas pasar el resto del verano en Francia, haciendo lo que más te apetezca. Si quieres quedarte en Marsillac persiguiendo a Philippe Ladurie, es asunto tuyo, pero podrás viajar lo que quieras y ahorrar un poco de dinero para que vuelvas a casa cuando quieras.

– ¿Y si no accedo?

– Entonces, nos decimos adiós sin ningún resentimiento. Yo recibiré a Julien y a Chantal solo y tú podrás comprobar por ti misma a dónde llegas con cuarenta y ocho francos.

– No me queda mucha elección, ¿verdad?

– Es mejor que irte a casa o tener que ponerte a lavar los platos para ganarte la vida.

– ¿Qué más tendría que hacer a parte de pretender que te adoro?

– Ser la anfitriona perfecta. Yo no tengo empleados en la casa, así que tendrás que ir a la compra y cocinar, pero yo te ayudaré y estoy seguro de que Chantal también lo hará. Además, estaremos de vacaciones, así que podrás hacer lo que quieras mientras no le des motivos a Julien para que sospeche que no estamos locamente enamorados el uno del otro.

– ¿Y cómo se hace eso?

– No se me hubiera pasado por la cabeza que fuera tan difícil. Todo lo que tienes que hacer es no discutir conmigo y besarme de vez en cuando.

– ¿Tendremos… tendremos que compartir habitación? -preguntó ella, sonrojándose.

– Julien podría pensar que nuestra relación es algo extraña si no fuera así -respondió él fríamente-. Anoche compartimos la cama, y entonces no te pareció un problema -añadió. Sin embargo, Polly sabía que no podía negarse porque si no, tendría que admitir que aquel beso le había afectado más de lo que quería admitir-. No me aprovecharé de ti, si es eso lo que te preocupa.

– No me preocupaba eso… ¡aunque sí lo haría si yo fuera Helena! ¿No le importará a ella cuando se entere de que…?

– ¿Nos hemos estado acostando juntos?

– Es sólo una manera de hablar -puntualizó ella.

Simon miró a través de la terraza. Probablemente podría contarle a Polly la verdad sobre Helena, pero tal vez no le vendría mal que ella siguiera pensando que estaban juntos. Meterse con Polly en la cama durante las próximas dos semanas iba a ser el principal inconveniente de un plan que le reportaría muchos beneficios. Era mucho mejor que Polly siguiera pensando que sólo era una sustituta para Helena. Ella estaba obsesionada con Laurie, así que si seguía creyendo que él estaba con Helena, no habría posibilidad de tener malentendidos.

– A Helena no le importará -dijo él por fin-. Sabe lo importante que esta fusión es para mí y que estoy listo para hacer lo que sea con tal que salga adelante.

– ¿Aunque tengas que compartir cama conmigo?

– Aunque tenga que compartir cama contigo. Helena y yo tenemos una relación muy especial. Nos entendemos perfectamente -añadió sin dejar de mirar a Polly a los ojos.

Al menos, así lo había creído él hasta que Helena dejó de ser una abogada muy cotizada y se convirtió en una mujer que quería casarse y tener hijos. Sorprendido, Simon le había sugerido que pospusieran todo durante un tiempo, pero cuando Helena empezó con sus amenazas, todo se acabó. Ella le había dicho que era en aquel momento o nunca, y él había escogido nunca.

– Tenemos una relación ideal -continuó, sintiendo que Polly no estaba del todo convencida-. Vivimos el mismo tipo de vida, queremos las mismas cosas… Helena es inteligente, divertida y muy práctica. Ella sería la primera persona en ver lo conveniente que resultaría que tú la sustituyas durante un tiempo.

Polly lo miró con algo de amargura. Chantal era hermosa y amable. Helena era inteligente, divertida y práctica. Ella era sólo «conveniente».

– ¿Y bien? -insistió él-. ¿Estás dispuesta a hacerlo?

Polly se puso a remover el café. No quería admitir que aquella propuesta le había sorprendido mucho, sobre todo porque no le parecía propia de Simon. Si no hubiera sido por el beso de la noche anterior, no lo hubiera dudado. Sin embargo, tras lo que había pasado, aquella idea le parecía llena de peligros.

Por otro lado, no le quedaba elección. Necesitaba dinero y podría considerar aquella oferta como cualquier otro trabajo. Era algo extraño, pero era mejor que fregar platos.

– De acuerdo, lo haré. Pero me gustaría poner un par de condiciones.

– ¿Cuáles?

– Número uno: no les dirás a mis padres nada de esto. Sé que ellos piensan que soy un poco alocada, pero no es así y para mí es muy importante demostrarles que soy capaz de hacer lo que vine a hacer aquí. Si se enteran de que me despidieron, pensarán que no me las puedo arreglar yo sola y que tú sólo me estás ofreciendo este trabajo por pena.

– No tengo ninguna intención de contárselo a tus padres ni a nadie más, especialmente a Emily. Ella nunca nos dejaría olvidar que hemos pasado dos semanas juntos en mi casa.

– ¡No! ¡No podemos decírselo a Emily! -afirmó ella, horrorizada, pensando en todas las preguntas que le haría y que ella no podría evitar decirle la verdad a su mejor amiga.

– ¿Cuál es la segunda condición?

– No simularé que soy Helena. Nunca sería capaz de convencer a nadie que soy una abogada de altos vuelos ni creo que me gustara. Si Chantal sabe que estás con Helena, tendrás que decirle que te has enamorado de mí. Ése es tu desafío. ¿Qué tal actor eres tú?

Como respuesta, Simon se inclinó sobre la mesa y le tomó una mano. Tras darle la vuelta, depositó un beso en la palma de la mano.

– ¿Te he dicho alguna vez lo hermosa que creo que eres, Polly? -le dijo él, mirándola tiernamente a los ojos.

Polly se sonrojó e intentó apartar la mano, pero él se la sujetó con más fuerza. Aquel contacto hacía que ella sintiera toda la calidez de la fuerza de Simon. Además, le estaba costando mucho respirar. Lo único que quería hacer era echarse a reír y apartar la mirada, pero le resultaba imposible hacerlo. Nunca antes había notado lo espesas que eran sus pestañas y el contraste que hacían, siendo tan oscuras, con el acerado brillo de sus ojos grises.

– Creo que actúo bastante bien -añadió él, sin soltarle la mano-. ¿Y tú?

Las palabras flotaron en el aire como un desafío. Polly tragó saliva. Simon no se estaba tomando aquello en serio y ella debía convencerlo de que ella actuaba de la misma manera. Si se echaba atrás, él sabría que ella le había mentido. Era mucho mejor que él siguiera creyendo que ella no se tomaba en serio aquel asunto.

Polly miró la boca de Simon, recordando lo que había sentido al besarlo la noche anterior y, de repente, todo resultó fácil. Como si fuera lo más natural del mundo, se inclinó sobre la mesa y lo besó en la comisura de los labios antes hacerlo sobre éstos. Simon se inclinó también y, de algún modo, aquel beso casual creó una serie de sensaciones tan dulces que Polly se sintió a punto de perder el control y tuvo que apartarse.

Muy aturdida, se sentó de nuevo y miró a Simon. La expresión del rostro de él era inmutable. Polly esperaba que la suya fuera idéntica.

– Es sólo una farsa -concluyó ella, sorprendida de lo firme que sonaba su voz-. Creo que lo haré bien.

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