Capítulo 8

Acabas de quedar en ridículo frente al hombre de tus sueños. ¿Qué harías?

a. Suspirar, culparlo a él por ser tan sexy y decirle que, si cambia de opinión, aún tiene tu número de teléfono.

b. Evitas durante el resto de tu vida cualquier lugar donde puedas coincidir can él.

c. Te cambias de nombre y te tiñes el pelo.

d. Emigras.

e. Actúas como si nada hubiera pasado cuando os volvéis a ver. Requiere unas ciertas dotes de actriz, pero si lo consigues, quedaras estupendamente. Puede que incluso se arrepienta de haberte llamado antes…


Cuando Cal llegó hasta mí, tomó el vaso de whisky y apuró la mitad de un trago.

– ¿Tienes frío? Puedo encender la chimenea -propuso.

Pero no era el caso, un fuego interno me consumía desde el mismo momento en que él había posado sus ojos en mí.

– No tengo frío -repuse innecesariamente. El minúsculo vestido negro me estaba algo estrecho y levanté un poco el escote para dejar que entrara un soplo de aire fresco.

Cal me agarró la muñeca para detenerme.

– ¡Santo cielo, Philly! Lo he intentado, te juro que he intentado portarme bien, pero me lo estás poniendo cada vez más difícil.

– ¿Portarse bien? ¿De qué estaba hablando?

– Ten-ten-tengo calor -tartamudeé. Jamás había tartamudeado en toda mi vida.

– Cuéntamelo -dijo él, arrebatándome el cubito de hielo para pasárselo por su rostro, por sus labios… Yo sabía cómo se sentía, también mis labios ardían, hinchados y palpitantes-. Acabo de arriesgarme a contraer una pulmonía -prosiguió él sin esperar mi respuesta-. Diez minutos bajo una ducha fría que apenas ha conseguido bajar un par de grados la temperatura de mi cuerpo, y todo para acabar encontrándome con una chica, en actitud absolutamente seductora, que pertenece a otra persona.

– ¡No! -exclamé-. No pretendía. Simplemente, tenía calor.

– Sí, ya lo sé.

Él retiró el hielo de sus labios y lo aplicó a una de mis sienes mientras yo daba un salto de sorpresa y excitación. Me sentía muy vulnerable a causa de la intimidad que se había creado entre nosotros y cerré los ojos en silencio.

– ¿Cuanto calor tienes? -preguntó él con atrevimiento.

– Cal, por favor… -dije, enfureciéndolo.

Si se hubiera tratado de otra persona, yo habría reaccionado con nervios, incluso con miedo.

– ¿Por aquí? -insistió él pasando el hielo por mi mandíbula.

– Cal… -protesté débilmente mientras sentía debilidad en las rodillas-, por favor. Lo siento…

Lamentaba que él no pudiera desearme de la manera que yo quería. Mi cuerpo parecía querer explotar y mis pezones amenazaban con traspasar la tela del vestido. Deseaba quitármelo y dejar que sus manos lo recorrieran por completo, que me estrechara contra su cuerpo, que me acariciara los lugares más recónditos…

– ¿Por aquí? -continuó él sin compasión, dejando que el cubito de hielo se deslizara por mi garganta, por el escote, por la parte de mis pechos que quedaba al descubierto, por encima de la tela sobre mis pezones… haciéndome estallar de deseo.

– ¡Sí! -exclamé, dándome por vencida-. ¡Sí, sí y sí! ¿Estás ya contento? ¿Te divierte llevarme hasta el límite de lo que una mujer puede soportar?

– No soy homosexual, Philly -dijo con tono de advertencia- Aunque supongo que ya te habrás dado cuenta.

– ¿Qué? -exclamé con los ojos como platos. Su mirada brilló con deseo animal-. ¿Que no eres homosexual? ¿De verdad?

De repente sentí que el interrogatorio podía esperar. Lo que necesitaba en ese preciso momento era pasar a la acción, no conversar. Solté una carcajada-. No puedes imaginarte el alivio que siento.

– ¡Philly, escúchame! Quiero que lo comprendas.

Pensabas que conmigo estarías a salvo, pero no es así. Estás jugando con fuego.

– Yo estoy que ardo -le dije mientras pasaba los brazos en tomo a su cuello para atraerlo hacia mi-. Crepitando -añadí antes de besarlo sin vergüenza, sin reparos, entregándome por completo.

Él se resistió durante unos instantes, luchando contra su propio deseo y apartándome un momento para poder mirarme a la cara.

– Hueles tan bien… -comentó antes de utilizar toda la potencia de su cuerpo para abrazarme-. Eres tan dulce… -murmuró mientras su boca con sabor a whisky se apoderaba de la mía y me transportaba a un lugar oscuro y remoto, primitivo, donde no existía el pensamiento, sólo los sentimientos.

Estaba segura de que Cal ya me había enseñado todo lo que había que saber sobre los besos con el que me había plantado delante de Sophie, pero no era así. Eso sólo había sido el preámbulo de la clase magistral que estaba recibiendo en ese momento.

Cuando me bajó la cremallera trasera del vestido, gemí de alivio. Me besó los pechos con avidez, sacándolos de su confinamiento, succionándome los pezones hasta hacerme gritar de placer, presintiendo ya el momento de éxtasis final. Me sentí diabólicamente hermosa y deseada.

– Cal… -la mención de su nombre expresaba mi urgencia, suplicaba que me llevara a la cima del placer; pero no sabía como pedirlo-. Por favor…

Oí un gemido de dolor, era posible que él me hubiera malinterpretado.

– Philly… Lo siento…

– ¡No! ¡No te detengas! -rogué, estupefacta ante mi propia respuesta libertina, pero incapaz de apartar la atención de la urgencia de mis sentidos. Todo había desaparecido de mi mente, menos la dulzura de la boca de Cal recorriendo las distintas partes de mi anatomía, algo con lo que solo había podido soñar hasta la fecha. La carne suave y caliente de su cuello y sus hombros bajo mis manos, la urgente necesidad que yo había despertado en él y que también corría por mis venas-. Por favor, no te detengas…

– No podemos hacerlo -dijo Cal.

– Sí…, sí podemos.

El deseo de él era evidente incluso para una persona poco experimentada como yo, lo cual convertía su rechazo en algo totalmente incomprensible, hasta doloroso.

– Yo no puedo -aclaró él.

– Pensé que habías admitido que podrías -repuse con amargura cuando me di cuenta de que hablaba en serio. Luego me llevé una mano a la boca y musité-: Lo siento, lo siento, lo siento…

– ¡No digas eso! Tendría que ser yo el que lo dijera. Creí que podría controlarme, pero lo que estamos haciendo no está bien.

Yo no quería que él se sintiera apenado, sólo deseaba que siguiera abrazándome. Y, de hecho, mantuvo el abrazo, pero sólo para que me apaciguara, para asegurarse de que no me desplomaba sobre el brillante suelo de tarima. En cuanto se dio cuenta de que yo había recobrado la compostura, me soltó, tomó su vaso de whisky y lo apuró de un solo trago.

Parecía que había llegado el momento de que me vistiera. Él esperó a oír el sonido de mi cremallera antes de volverse a mirarme.

– Estás sola y eres vulnerable, por eso no debemos hacerlo. Tienes un novio esperándote en Maybridge.

– No pienso volver jamás.

– No sabes lo que dices, Philly.

¿No lo sabía? Aunque me sorprendía haber dicho semejante cosa, todo mi cuerpo sabía que era la pura verdad. Había pasado la mayor parte de mi vida convencida de estar enamorada de Don y, sin embargo, allí estaba, en el apartamento de Cal, a una hora escasa de Maybridge, lanzándome a los brazos de otro hombre, tan entregada como si hubiera llegado el día del fin del mundo. Algo iba mal, pero no tenía ninguna relación con Cal.

– Simplemente estás furiosa porque te ha dejado venirte a Londres sin él -prosiguió Cal.

Me habría echado a reír si hubiera estado segura de no ponerme a llorar al mismo tiempo. No tenía ningún sentido enfadarse con Don, ya me había inundado de frustración cuando su madre había abortado los planes para que me acercara a la estación de tren, pero él solo me había dedicado una suave mirada que quería decir: «no me queda otro remedio». Solo había un hombre en todo el planeta con el que deseaba mostrarme furiosa, y estaba delante de mí.

– ¿Y piensas que hago esto para vengarme'? ¿Es eso? -él no contestó y yo sospeché que había dado en el blanco-. ¿Piensas que esa era la razón por la que me iba de fiesta con Sophie?

– Estabas lo suficientemente provocativa y preparada para entrar en acción cuando nos encontramos en el ascensor.

– Y estás convencido de que has conseguido evitar que cometiera un error, ¿no? ¿Es por causa de Don? Pues quiero dejarte bien claro que me parece un gesto muy noble, excepto por una cosa -dije mirándolo directamente a los ojos-. Al salir del baño, daba la impresión de que tú también estabas deseando entrar en acción.

– No, maldita sea…

– Sí, maldita sea, Cal -dije recogiendo mi bolso mientras me dirigía a la puerta del apartamento. Casi había terminado de ponerme el abrigo, cuando él llegó hasta mí y apoyó con fuerza su mano contra la puerta para impedirme salir. Busqué mi móvil en el bolso y con dedos temblorosos marqué un número que tenía en la agenda.

– ¿Qué demonios estás haciendo?

– Estoy llamando a un taxi. Me voy a la fiesta de Sophie tal y como habíamos planeado. Puede que ésta sea la noche de suerte de Tony.

– Ni hablar -repuso Cal arrebatándome el móvil para desconectarlo, antes de devolvérmelo con una pequeña y taimada sonrisa que procuró contener.

– No se puede negar que tienes arrestos -dije.

– También tengo el número de una agencia de taxis más cerca de Londres que de Maybridge.

– ¿Qué?

– El número que has marcado desde la memoria del teléfono era de una agencia de taxis de Maybridge. ¿Lo utilizaste para que te llevara a la estación? ¿No tenías a nadie que pudiera acompañarte?

– Mis padres estaban fuera y Don no pudo venir conmigo. Surgió algo importante que… -dije mientras una lágrima solitaria escapaba de mis ejes. Antes de que pudiera secármela yo misma, Cal pasó su pulgar sobre ella.

– Debe ser un hombre maravilloso para que hayas aguantado tanto tiempo en él, recibiendo tan pecas atenciones.

Pensé, per primera vez, que era posible que ye me hubiera pegado a él como una lapa y que él había sido le suficientemente dulce y considerado como para no echarme de su lado.

– ¿Qué haces? -pregunté al ver que Cal se colocaba detrás de mí.

– Ayudarte a ponerte el abrigo -dijo mientras me le ofrecía para que metiera el segundo brazo, como si fuera una niña de dos años-. Así está mejor. Ahora ya puedo pensar con claridad.

Parecía tener todo completamente bajo control, pero mi situación estaba muy lejos de poder compararse con la suya. Hice un esfuerzo para reunir todos les restos de dignidad que me quedaban e intenté abrir la puerta con el propósito de marcharme, pero él volvió a impedírmelo.

– Per favor, debo marcharme -supliqué.

– ¿Adónde?

Yo enarqué las cejas sugiriendo que eso no era de su incumbencia.

– A la cama -admití, después de una breve pelea con mi conciencia-. Con una taza de cacao caliente y un buen libro. Te invito a venirte conmigo, pero debes traer tu propio libro -añadí con el mayor descaro, dando por supuesto que él jamás se atrevería a aceptar semejante sugerencia.

– Te había propuesto que saliéramos a cenar fuera juntos…

– ¿Ah, sí? ¿Y eso lo has pensado antes o después de compartir nuestro escarceo sexual? -él sonrió con amargura. Estaba claro que jamás podríamos retomar las cosas donde las habíamos dejado. En todo caso, podríamos seguir siendo simplemente amigos-. Lo siento, pero ésta vez no puedo aceptar tu oferta.

– ¿Has comido hoy?

– Pareces mi madre, claro que he comido.

– ¿Cuándo?

– Sophie y yo nos detuvimos en un restaurante japonés mientras estábamos de tiendas y tomamos unos canapés de sushi. Fue estupendo.

– A sugerencia suya, supongo… Un menú con pocas calorías.

– Efectivamente. La verdad es que yo me hubiera inclinado por unos huevos revueltos con tostadas untadas de mantequilla -admití-. Pero me parece muy sensato poner límites a las calorías. Como siga comiendo a mi manera, pronto no podré abrocharme el primer botón de los vaqueros.

– Los vaqueros te quedan perfectos -me aseguró mientras yo componía una mueca-. ¡Te lo digo en serio! -exclamó con furia al ver mi expresión de recelo-. Lo siento -añadió tomándome por los hombros-, no pretendía gritarte. Pero, dada la hora que es, estoy seguro de que debes tener hambre.

Desde luego, estaba tan hambrienta que hubiera sido capaz de comerme un buey. Y lo cierto era que había pasado toda la tarde con Sophie comprando ropa, pero aún no me había aprovisionado de alimentos.

– Puede que vuelva a intentar lo de la tostada con queso -dije con voz temblorosa a causa de su proximidad. Tenía que alejarme de él cuanto antes.

– ¡Ah, no! No estoy dispuesto a que vuelvas a arriesgarte otra vez con esa cocina a solas,

– La cocina está arreglada -protesté-. Por cierto, ¿qué ha pasado con la factura del electricista?

– El servicio de mantenimiento del edificio cubre todos los gastos, pero no puedo garantizarte que pueda volver a ponerte la primera de la lista.

– Gracias.

– No me des las gracias. Siéntate en el sofá durante un par de minutos, relájate y espera a que me vista. Por favor… -añadió al ver como yo abría la boca para protestar.

Me callé. Si yo me marchaba y desaprovechaba la oportunidad de resolver la situación amistosamente, a partir de ese momento iba a tener que andar con pies de plomo para evitarme la vergüenza de volver a verlo: bajar y subir por las escaleras en vez de tomar el ascensor, escuchar detrás de la puerta antes de salir para asegurarme de que no había nadie en el vestíbulo… También podía regresar a Maybridge, pero en ese caso… ¿qué iba a hacer con toda la ropa nueva que me había comprado?

– Por favor, Philly -insistió él-, necesito explicarte…

¡No! Yo no necesitaba explicaciones. Lo que quería…, bueno, lo que yo quería era algo en lo que no merecía la pena pensar.

– De acuerdo -acepté a regañadientes- Pero debo arreglarme un poco antes de salir a la calle, no me gustaría escandalizar a la gente.

Él no se rio ante mi intento de bromear, sino que abrió la puerta de la habitación de invitados.

– Ahí puedes retocarte el maquillaje y recolocarte el vestido -dijo dejándome a solas.

Yo llevaba un estuche de maquillaje en el bolso.

Sólo lo básico. Y, en cuanto a mi pelo, sabía que por mucho que lo cepillara, jamás conseguiría alisarlo, así que, como siempre, tendría que salir a la calle con una mata de cabello asilvestrado. Me miré en el espejo, me lavé la cara y me apliqué una ligera capa de maquillaje casi imperceptible. Los ojos marrones presentaban un aspecto natural que reforcé con un toque de rímel; la nariz seguía en su sitio, pero los labios… Los labios estaban diferentes: llenos y enrojecidos, bien besados. Y también vi una sonrisa de satisfacción que no podía controlar y que me curvaba hacia arriba las comisuras, recordándome la intensidad del reciente encuentro sexual con Cal.

Éste ya me aguardaba con el abrigo puesto cuando finalmente decidí salir del cuarto de baño de invitados. Me miró y pensé que iba a decirme algo, pero fuera lo que fuera, se contuvo. Abrió la puerta del apartamento y, retirándose, me dejó un amplio espacio para que lo precediera sin que hubiera la menor posibilidad de rozarnos.

– ¿Adónde vamos? -pregunté al sentir que el silencio ya se había prolongado demasiado.

– ¿Qué? Ah, a un restaurante del barrio. Reservé una mesa a primera hora de la tarde. Por eso intenté ponerme en contacto contigo por teléfono, para invitarte a cenar. Antes de que… -se interrumpió. Si seguíamos evitando el tema, la relación no funcionaría, sino que se convertiría en un campo de minas, algo que había que evitar a toda costa. El cuestionario de la revista femenina dejaba bien claro que ninguna «tigresa» dejaría que las cosas llegaran a enconarse en la relación con un hombre.

– ¿ADB? -pregunté.

– ¿Qué?

– Antes Del Beso -repuse, con lo que pretendía ser una risa divertida. Todo lo que él tenía que hacer, según la revista, era unirse a mi risotada, de modo que al trivializar el asunto pudiéramos seguir siendo amigos. Pero parecía que no estaba por la labor. También era posible que mi risa le hubiera sonado histérica en vez de amistosa. O quizá fue la mala suerte de que el ascensor se detuviera delante de nosotros en ese mismo momento. Yo procuraba mantenerme derecha sobre los tacones de aguja y él lo notó.

– Son nuevos -expliqué mientras descendíamos en el ascensor-. Sophie ha hecho un buen trabajo esta tarde, ¿no te parece?

– Son muy bonitos, pero la cuestión es si podrás caminar con ellos o no.

– La prueba de fuego llegara el lunes por la mañana cuando me incorpore al banco. Espero poder soportarlo.

El sonrió.

– Los que no van a poder soportarlo son los hombres que trabajan en el banco -dijo con una mirada enigmática.

– ¿Está lejos el restaurante? -pregunté al llegar al portal haciendo caso omiso de su comentario.

– Al volver la esquina.

– En marcha, pues.

En ese momento entró al portal una mujer imponente.

– ;Cal, cariño! -exclamó, besándolo en la mejilla y dándole un abrazo posesivo que me puso furiosa.

– Tessa -contestó el-, estás estupenda.

– Tú también estás magnífico. ¿Cuándo has vuelto? ¿Por qué no me has llamado? ¿Saben tus padres que estás en casa? Ahora están en Londres.

– Regresé hace un par de días, pero he estado muy ocupado. Además, ya sabes que a ellos no les interesan mis viajes -repuso él brevemente.

La mujer no se mostró ofendida, se limitó a sacudir ligeramente la cabeza con gesto exasperado, antes de dirigirme una mirada con las cejas enarcadas.

– Estarás ocupado, pero eso no te impide reservar tiempo para salir a divertirte -dijo sin un ápice de descontento mientras me tendía una mano de manicura perfecta que jamás había fregado ni un solo plato.

– Tessa, te presento a Philly Gresham -dijo Cal-.Acaba de instalarse en el piso de las hermanas Harrington. Vamos a cenar al restaurante de Nico. Philly, ésta es mi hermana, Tessa Cartwright. Supongo que ha decidido abandonar la remota localidad rural donde reside para venirse de compras navideñas a Londres.

Tessa le dirigió el tipo de mirada que las mujeres reservan especialmente para sus hermanos.

– Encantada de conocerte -dijo estrechándome la mano-. Si necesitas algo, vivo en el sesenta y cuatro -se volvió hacia su hermano-. Si tienes tiempo, podrías sacarme una noche a cenar antes de que tenga que regresar al norte, Cal. Sólo para ponernos al día del cotilleo familiar.

A continuación se despidió con la mano y se dirigió con paso resuelto hacia el ascensor.

Cal abrió la puerta del portal y la sostuvo para que yo pasara. Me estremecí súbitamente de frío.

– ¿Tienes frío? -preguntó

– No debería haber prescindido de la ropa interior de invierno.

– A mí me ha gustado verte tal cual -dijo poniéndome una mano sobre la espalda para orientarme hacia la izquierda, una vez en la calle, antes de tomarme del brazo-. No está lejos.

Caminamos unidos, tal y como habíamos hecho durante el paseo por los jardines de Kensington, cuando yo aún estaba convencida de que él no podría interesarse en mí como mujer, cuando me sentía feliz y a salvo en su compañía. ¿Qué había cambiado? Todo, me dije. Antes podría haber interpretado sus acercamientos, e incluso sus besos, como gestos puramente amistosos, pero desde que sabía que no era homosexual, las cosas habían cambiado de rumbo. Su deseo era real y el mío también.

El dueño del restaurante saludó a Cal en cuanto entramos como si se tratara de un viejo amigo. El restaurante era pequeño y acogedor y, al parecer, todos se conocían. Pensé que había muchas facetas de su personalidad que yo aún ignoraba. Sabía que era una persona amable y dispuesta, que su conversación era divertida y que besaba como un auténtico maestro. Pero también sabía que me había traicionado dejando que me creyera que era homosexual.

¿Por qué había hecho semejante cosa?

Ni siquiera se había molestado en comunicarme que su hermana disponía de un apartamento en el mismo edificio. ¡Ni siquiera sabía que tenía una hermana!

Yo le había contado la maldita historia de mi vida de cabo a rabo, aunque tenía que reconocer que había sido una tarea muy fácil, dado que mi existencia carecía por completo de acontecimientos interesantes. Nada comparado con la excitante vida, llena de anécdotas, de un viajero empedernido, desde luego. Pero, incluso así, la verdad era que yo se lo había contado todo y, por eso, me sentía en inferioridad de condiciones con respecto a él.

Cal colgó nuestros abrigos en el perchero y luego me acompañó hasta la mesa que había reservado. El maître nos entrego una carta a cada uno y nos preguntaba si deseábamos tomar alguna bebida.

Cal se mantuvo fiel al whisky y pidió un agua mineral para mí.

– ¿Con gas o sin gas, señorita'?

Yo me llevé una mano al pecho, sabía que había jurado que me limitaría a tomar agua mineral durante toda la velada, pero era una mujer, y una mujer, especialmente las del tipo «tigresa», tenía derecho a cambiar de opinión.

– El agua, por muchas burbujas que pueda tener, no encaja con mi estado de ánimo actual -dije.

– Lo siento, Philly -se apresuró a disculparse Cal-. Pensaba que decías en serio lo del agua. ¿Qué te apetece beber?

– Una margarita -repuse alegremente, como si estuviera acostumbrada a beber combinados a diario.

– Una margarita, de acuerdo, señorita -dijo el maître.

Las bebidas llegaron con una rapidez digna de encomio, junto a unos tentadores aperitivos. Cal no hizo ningún comentario mientras observaba como yo daba un sorbo a mi bebida, tomó un par de almendras saladas y se las metió en la boca. Luego me preguntó qué deseaba comer y yo se lo dije. Cuando se acercó el camarero, pidió la cena y discutió sobre la calidad de los vinos antes de escoger uno.

– He comprado algo para ti hoy -dijo Cal cuando empezamos con el primer plato.

– ¿Ah, sí? -pregunté, concentrada en la mouse de salmón mientras él se sacaba del bolsillo un pequeño paquete cuidadosamente envuelto y adornado por un elegante lazo dorado.

¡Maldita fuera! Yo ya estaba pensando en como empezar a marcar distancias entre nosotros y él aprovechaba ese preciso momento para recordarme que había estado pensando en mi durante el día.

¡Como si yo necesitara que me lo demostrara! ¡Había recibido tres mensajes de texto en el teléfono móvil mientras estaba con Jay! ¡Incluso había reservado una mesa para cenar! Pero me había mentido con respecto a sus inclinaciones sexuales.

– Muy bonito -dije secamente.

– Vale, me lo merezco -repuso acusando el golpe-. Lo siento…

– ¿Que lo sientes? ¿Te puedes imaginar la vergüenza que estoy sintiendo en estos momentos? Creía que eras homosexual y mira como ha terminado la cosa…

– Lo sé -dijo tomándome la mano con gesto de arrepentimiento.

– Cuando me hablaron de tus supuestas tendencias sexuales, deseé que me tragara la tierra…

– Lo sé -repitió con el mismo tono de voz razonable y comprensivo-. Me di perfecta cuenta de que tus amigas me habían descrito como homosexual y de que tú te contuviste antes de pronunciar esa palabra delante de mí. Recuerdo perfectamente lo que dijiste: «Kate me dijo que eras alto, moreno y muy ho… ho… hombre». Me di cuenta inmediatamente, pero la pizza se iba a quedar fría y preferí dejar las explicaciones para otro momento. Por eso pensaba invitarte a cenar o llevarte al teatro…

– ¿Pretendías embarcarte en una simple aventura amorosa sin importancia antes de viajar hacia el Pacífico?

– Algo por el estilo -replicó el con prudencia-. Pero enseguida empezaste a hablarme de tu novio llevabas años junto a él y te sentías comprometida de cara al futuro. No quería aprovecharme de tu repentina soledad, pero quería seguir viéndote, por eso mantuve el malentendido sobre mis inclinaciones sexuales, para poder disfrutar de tu compañía un poco más.

– Entiendo -dije con tono solemne, aceptando sin remedio que al menos me estaba hablando con una sinceridad total-. Pero entonces. ¿Qué es lo que ha pasado hace un rato en tu apartamento?

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