Capítulo 8

– Es probable que no te acuerdes de mí -dijo Judith, creyendo que por eso la miraba Jane sorprendida.

– Sí… sí que te recuerdo -acertó a decir. ¿Era posible que fuera la secretaria de Lyall? ¿Por qué no se lo había dicho? ¿Por qué no la había avisado?-. Has… has cambiado mucho.

– Eso espero. Si ha sido así es gracias a Lyall. Le debo todo a él.

– Lyall no me dijo que fueras su secretaria.

– Me imagino que hay muchas cosas que Lyall no te ha dicho -la mujer miró a ver si Lyall había desaparecido y se acercó un poco más-. ¿Nos sentamos? Lyall no querría que te contara nada, pero creo que es mejor que sepas lo que pasó aquel verano, él no va a decírtelo.

– ¿Qué quieres decir?

– Nunca hubo nada entre él y yo, Jane. Sólo éramos amigos, de verdad.

– No parecía eso cuando os vi juntos.

– ¡Si no nos hubieras visto aquel día! -dijo Judith con un suspiro-. Yo estaba muy mal por algo que me había pasado y él me estaba consolando -miró a Jane y vio que no se lo creía-. Íbamos juntos a la escuela, Lyall era dos años mayor que yo, pero solíamos ir juntos. El padre de Lyall era muy autoritario y la madre no estaba muy bien, así que ninguno de los dos lo cuidaban. Y en cuanto a mí… -los ojos de Judith se entristecieron con los recuerdos-. Te diré que mis padres no se querían mucho y aquel día habían discutido, así que Lyall vino a casa tan pronto como pudo y me vio muy deprimida. Tú nos viste y todo el mundo me señalaba después de aquello, pero Lyall sólo me cuidó porque yo en esos momentos estaba desesperada y asustada.

Jane se miró las manos avergonzada. Ella había oído hablar mal de Judith muchas veces, y no entendía por qué era tan agresiva.

– Lo siento.

– No te preocupes, yo tampoco hacía fácil que nadie me ayudara -reconoció-. Lyall estaba muy enamorado de ti aquel verano, pero se dio cuenta de que me pasaba algo. Solía ir a buscarme y hablábamos. Fue la única persona que me trató con cariño -añadió con amargura-. En un principio no quería contárselo, pero era la única persona en la que podía confiar: estaba embarazada. Y si te soy sincera, no sabía quién era el padre, ni me importaba, pero me di cuenta de que de repente todo había cambiado. Quise tener el hijo, pero mi padre no podía saberlo. El día que nos viste en el bosque, Lyall había conseguido que le dijera la verdad. Le dije que quería a ese niño, aunque no sabía cómo iba a salir adelante. Me puse a llorar y él me rodeó con sus brazos cariñosamente. En ese momento, llegaste tú.

Hubo un silencio. Para Jane la escena estaba tan presente como si la hubiera vivido aquella mañana mismo.

– Lyall corrió detrás de ti, claro, pero volvió y me dijo que no le dejaste que te explicara nada. Fue a verte al día siguiente, también, y cuando le dijiste que todo había terminado entre vosotros fue a buscarme. Me dijo que estaba cansado de Penbury y que quería marcharse, y que si quería, me fuera con él y me cuidaría. Nunca lo había visto como aquel día, ni antes ni después. Creo que no se dio cuenta hasta mucho después lo mucho que significabas para él. Le sugerí que intentara hablar contigo, pero no quiso. Era demasiado orgulloso para admitir que estaba herido. Lo único que dijo es que se marcharía, y para mí era una oportunidad, así que la tomé. Dos días más tarde nos marchamos.

Judith miró a la piscina y continuó hablando.

– Creo que le hizo bien tener alguien a quien cuidar para no pensar demasiado. Se portó maravillosamente. Cuando llegamos a Londres se ocupó de todo. Me buscó un lugar para vivir, e incluso un trabajo, y cuando volvió de Estados Unidos y comenzó con Multiplex, me contrató de secretaria. Trabajo sólo media jornada para poder cuidar a mi hijo Jonathan. Es muy agradable trabajar para él y es el mejor amigo que he tenido en la vida.

Jane escuchaba el sonido del agua de la fuente y el murmullo de las voces, pero todo parecía muy distante. Se humedeció los labios. ¿Por qué no lo había escuchado cuando él quiso explicar todo? ¿Porque ella era tan prejuiciosa como decía?

– Desearía haber escuchado, me dijo que yo era demasiado cobarde para confiar en él, y parece que tiene razón.

– Eras muy joven -dijo Judith, intentando consolarla-. Yo también hubiera sospechado. ¿Cuántos años tenía Lyall? ¿Veinticinco? Era mayor para saber lo dolida que tú podías estar. ¡Pero es tan cabezota…!

– Tú lo conoces mucho mejor que yo -dijo tristemente Jane-. ¿Y nunca fuisteis…?

– ¿Amantes? No. No te estoy diciendo que alguna vez lo hubiera deseado, pero yo primero estaba preocupada por Jonathan y, él después de lo que pasó contigo, no quería tener ninguna relación estable. No, Jane sólo fuimos amigos y todavía lo somos. Me casé hace seis años y Lyall se alegró mucho de que fuera feliz. A mí me gustaría que él también pudiera ser feliz.

Se quedaron calladas un rato. Jane miró al agua y pensó en cómo había juzgado tan mal a Lyall, en los años que había perdido sumergida en una tristeza innecesaria. Había acusado siempre a Lyall de ser egoísta y de no ocuparse de nadie, de ser arrogante y un irresponsable, pero ella no le había dado la oportunidad de que le contara nada sobre Judith. Se sentía pequeña y vacía.

– Gracias por decírmelo -dijo al final-. No lo sabía.

– Imaginaba que no, y pensaba que debías saberlo.

– Sí. También siento haberte juzgado mal a ti, Judith.

– No te preocupes. Ahora todo me va bien. Si lo sientes, díselo a Lyall -añadió, y Jane asintió despacio.

– Lo haré.

Los últimos recepcionistas se preparaban para salir cuando Jane volvió de recoger las chimeneas, el aparcamiento estaba ya vacío. Pidió hablar con Judith y fue en el ascensor hasta el quinto piso.

– Lyall está en una reunión -dijo Judith-. No estoy segura lo que va a tardar, no he podido decirle que estás aquí. ¿Estás segura de que quieres hablar esta noche con él?

– Sí -Jane había estado las últimas horas recordando las cosas que había dicho a Lyall, y era una cuestión vital disculparse lo antes posible. Lo único que pensaba decirle era que lo sentía, luego se marcharía-. No me importa esperar.

– Yo tengo que ir a buscar a Jonathan. ¿Por qué no lo esperas en el despacho? Así te enterarás cuando la reunión termine.

Eran casi las siete cuando Jane escuchó la puerta del despacho de Lyall abrirse. Se oyeron despedidas y promesas de seguir en contacto, y luego la puerta se cerró de nuevo.

Jane se levantó y se acarició el pantalón con las manos. Habría querido llevar puesto algo femenino y bonito, incluso una barra de labios. Llamó a la puerta y empujó.

Lyall estaba sentado escribiendo algo en el ordenador. Tenía la chaqueta colgada en el respaldo de la silla y se había aflojado la cortaba, pero su aspecto seguía siendo autoritario y duro. Jane se quedó sorprendida al ver que llevaba gafas.

– ¿Todavía no te has ido, Judith? -dijo sin mirar.

– No soy Judith, soy yo.

Cuando oyó su voz, Lyall alzó la vista y vio a la muchacha en la entrada moviéndose inquieta. Lyall se quitó las gafas y se puso de pie despacio.

– ¿Jane? -acertó a decir, como si no se lo creyera.

– Sí -Jane no parecía ser capaz de decir nada más.

Se le había olvidado todo lo que había preparado durante las dos últimas horas.

– ¿Trajiste las chimeneas?

– Sí -volvió a decir.

– Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?

– He venido a disculparme por todo lo que te dije la última vez que nos vimos. Judith me ha contado todo lo que pasó aquel verano.

– ¡Le dije que no lo hiciera! -Lyall se volvió hacia la ventana y se metió las manos en los bolsillos con brusquedad.

– ¿Por qué?

– Porque creo que no vale la pena. Tú has demostrado que no quieres nada conmigo, y sé que para Judith es muy duro hablar de aquella etapa de su vida.

– Me alegro de que me lo haya contado. Desearía haberla encontrado antes. Desearía haber dejado que te explicaras hace diez años. Desearía… -se interrumpió sin saber si seguir o no, sin saber si Lyall estaba o no escuchando-. No importa. Sólo quería decirte que lo sentía, y que me equivocaba al decirte que nunca te preocupabas por nadie más. Es evidente que has cuidado de Judith, pero yo fui demasiado ignorante para ver en ello únicamente una amistad.

Lyall seguía sin moverse, de espaldas a ella.

– Eso es todo. Y ahora, adiós.

– ¿Dónde vas? -preguntó Lyall.

– Hacia Penbury.

– ¿Ahora? -tenía una expresión seria y su voz sonaba enojada.

– ¿Por qué no?

– Porque estás agotada.

Lyall pasó del silencio absoluto a la actividad frenética: se puso la chaqueta, apagó el ordenador, tomó algunos informes y los metió en su maletín. Jane lo observaba con expresión confundida.

– Estoy bien -aunque no tenía ganas de volver a Penbury.

– No estás bien. Llevas todo el día conduciendo y ahora no vas a volver otra vez a conducir.

– Puedo quedarme en un hotel -insistió Jane. ¡No tenía derecho a inmiscuirse en sus planes!

– No te estoy sugiriendo que te quedes en un hotel. Te vas a venir conmigo.

– Bueno, creo que… quiero decir. No estoy segura de…

– ¡No tienes por qué asustarte! No tengo preparada ninguna escena de seducción, si es eso lo que te preocupa. Vuelo a Frankfurt mañana por la mañana, y tengo que salir a las cinco de la mañana, así que me acostaré temprano esta noche.

Jane lo miró indecisa. Lyall se comportaba de manera extraña. De repente parecía no escuchar siquiera, y de repente insistía en que se quedara con él.

– Lo siento. Sé que debe de haberte costado mucho venir a disculparte. No esperaba volver a verte, y no pensaba intentar hablarte más. Pero estás aquí, y los dos podemos admitir que hemos cometido errores, ¿crees que podremos olvidarnos del pasado? Ahora estás cansada y yo también. Podemos tomar una copa, cenar un poco y acostarnos temprano. ¿O prefieres pasarte tres horas en atascos en la autopista?

– ¿Qué hago con las chimeneas?

– Hay un guardia de seguridad en el aparcamiento toda la noche. La furgoneta estará protegida y la recogerás mañana por la mañana.

– Bien…

– Puedes quedarte en uno de los cuartos de invitados -prometió Lyall, cruzando los dedos y esbozando una sonrisa demasiado familiar e irresistible.

– No he traído nada.

– No necesitarás nada, sólo a mí.

Casi todo el mundo se había marchado, así que no se cruzaron con nadie al ir hacia los ascensores. Bajaron en silencio. Jane no quería mirar a Lyall, pero se daba cuenta de su impresionante fuerza y la seguridad con que actuaba.

En la entrada esperaba un coche y ambos subieron en la parte de atrás, Lyall dijo algo al chófer y se acomodó en el asiento, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Estaba realmente cansado. Jane lo observó atentamente, y por vez primera vio canas en sus sienes.

Éste era el Lyall verdadero, un hombre con preocupaciones cada día, un hombre que trabajaba y quería descansar por la noche al llegar al hogar. Había pensado en él tanto que cuando volvió a verlo no pensó que hubiera cambiado, por el contrario, siguió viendo en él al mismo joven impulsivo que había amado años antes. No había visto más que su mirada provocativa, pero era ella la que no había cambiado, no Lyall. Ella seguía siendo la misma chica ingenua, confusa ante el mero roce de su mano, y tan llena de preocupaciones que no se daba cuenta de cómo era él.

Lyall abrió los ojos repentinamente y vio a Jane mirándolo, como si nunca lo hubiera visto antes. Se miraron y no hicieron falta palabras. Jane sintió que todas las dudas y malentendidos, todas las acusaciones desaparecían como la niebla bajo los rayos del sol, hasta que su corazón quedó desnudo y supo que lo amaba, que siempre lo había amado y que siempre sena así.

Lyall vivía en un apartamento increíble en Belgravia, con una terraza en el ático que daba a una plaza. Había un pub cerca escondido entre los árboles, y la gente estaba tranquilamente fuera tomando sus bebidas disfrutando del tiempo veraniego. Las risas subieron hasta la barandilla donde Jane estaba apoyada.

– Toma -dijo Lyall, apareciendo con dos copas de vino en la mano-. Sentémonos.

Se sentaron en un banco entre plantas exuberantes. Jane tomó una hoja de romero y la frotó entre las manos, pensando en qué decir. Fue Lyall quién primero habló.

– Pareces cansada. ¿No has dormido?

– Claro que he dormido -dijo Jane defendiéndose, luego se calló un segundo. ¿Por qué iba a negarlo?-. No muy bien.

– ¿Por qué no?

Jane olió el romero despacio. No quería engañarle, pero tampoco quería estropearlo todo diciéndole las noches que había permanecido en vela pensando en la pelea que habían tenido y deseando que todo hubiera sido diferente-. He tenido muchas cosas en qué pensar últimamente -dijo sin más explicaciones.

– Creía que con el contrato de Penbury Manor acabarían tus preocupaciones. No tengo ninguna queja, va todo bien. ¿Tenéis problemas?

– No me preocupa el trabajo -dijo Jane.

– Entonces, ¿qué?

– Bueno… algunas cosas. Principalmente Kit -era la verdad, aunque no la verdad completa.

– Me imaginé que sería Kit -dijo Lyall, resignado-. ¿Cuándo no has estado preocupada por él?

– Kit tiene ahora otra persona a quién preocupar. Ya no me necesita. Se acaba de casar y es feliz en Buenos Aires.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

– Necesita dinero. Mi padre dejó la firma a los dos, y sé que hubiera querido regalar a Kit algo de dinero cuando se casara, pero las cosas han ido tan mal en estos dos últimos años, que no tengo nada guardado en el banco para emergencias. He ido a ver al director del banco, pero lo único que me sugirió es que vendiera la casa, pero ahora mismo, tal como está el mercado, no va a ser nada fácil.

– ¿Me estás diciendo que vas a vender la casa donde has vivido toda tu vida por ese hermano inútil que tienes? -preguntó Lyall, impaciente.

– No quiero, pero no sé qué otra cosa puedo hacer.

– ¡Lo primero dile que tendrá que esperar por ese dinero! O que lo gane él mismo.

– No puedo hacer eso.

– ¿Por qué no?

– Porque recuerdo su cara cuando mi madre murió. Tenía cinco años, era un niño.

– Y tú sólo eras una niña. ¿Cuántos años tenías? ¿Diez? ¿Once? Interrumpiste tu infancia por Kit, Jane. No dejes ahora tu hogar también. Kit ya no es un niño, es mayor para cuidar de sí mismo.

Tenía razón y Jane lo sabía, pero no era capaz de decirle que ya no iba a poder confiar en ella nunca más. Se quedó silenciosa, pensando en su hermano y en lo que le costaría vender su casa.

– Hay otra alternativa -aventuró Lyall.

– ¿Cuál? -dijo Jane, volviéndose con los ojos brillantes.

– Puedo prestarte dinero.

– No, nunca te pediría eso.

– No me lo estás pidiendo, te lo estoy ofreciendo yo.

– Incluso así. No podría.

– Piensa que es un adelanto, y será más fácil -insistió Lyall.

– ¿Un adelanto?

– ¿Por qué no? Multiplex puede pagarte ahora algo del trabajo ya hecho.

– No sé… -dijo recelosa.

– ¡No seas tan estirada, Jane! ¿No te parece una solución sensata? ¿O es que no eres tan sensata como me dices?

– Pues claro que lo soy -dijo automáticamente, y vio la boca de Lyall esbozar una sonrisa.

– En ese caso sólo tienes que sonreír y darme las gracias amablemente.

Jane sucumbió a la sonrisa de Lyall, como siempre había hecho, como siempre haría.

– Gracias -dijo con una sonrisa.

Debajo, en la plaza, la vida continuaba ruidosamente. El aire de la noche estaba lleno de sonidos de pájaros y voces, y estallidos de música que atenuaban el murmullo distante del tráfico, pero en la terraza sólo se oía el silencio. Jane podía oler el romero, y sentir la copa fría en su mano. Los ojos de Lyall eran azules y cálidos, y seguía sonriendo de una manera intensa, haciendo que el corazón de Jane palpitara precipitadamente.

Notó que sus sentidos estaban alerta hasta hacerla estremecer. Su pelo caía suave en las mejillas y podía sentir el brillo dorado del sol en él.

El sentimiento de bienestar continuó mientras siguió a Lyall hacia la cocina para cenar. Prepararon una tortilla y un poco de ensalada.

– ¿Dónde vas mañana?

– Tengo una reunión en el aeropuerto de Frankfurt por la mañana, luego iré a Japón. Hemos hablado con una compañía japonesa y voy a firmar el contrato. Para Multiplex es algo tan importante como Penbury Manor para Makepeace and Son.

– ¡Espero que lo hagas mejor que yo! -exclamó Jane con una sonrisa.

– ¡Lo que si puedo decirte es que la negociación con los japoneses es aburridísima comparada con la que tuvimos que hacer contigo!

Comieron la tortilla y de postre uvas negras con queso de Brie. Jane había olvidado lo fácil que era hablar con Lyall, lo fácilmente que la hacía reír.

Lyall preparó café y lo tomaron en la sala, donde las puertas corredizas que conducían a la terraza seguían abiertas a la noche. Fuera el cielo era de un violeta oscuro sobre el brillo de las luces de la ciudad.

Se sentaron en ambos extremos de un sofá largo. Lyall encendió una lamparilla de mesa y su luz tenue eliminó la oscuridad, pero de alguna manera rompió la atmósfera que habían creado en la cocina, quedando una tensión que podía palparse.

«Una copa, una cena tranquila y camas separadas», pensó Jane. Era todo lo que él había ofrecido. Tenía que permanecer totalmente fría. Y tenía que decir algo para romper el silencio.

– ¿Cuánto tiempo vas a estar fuera? -dijo con voz ronca. Se aclaró la garganta y trató de beberse el café, esperando que Lyall no se diera cuenta de su nerviosismo.

– Dos semanas, quizá tres.

– ¿Es verdad que te vas a casar con Alan Good? -la voz de Lyall salió de repente de las sombras.

Era demasiado tarde para disimular. Jane lo miró, pero su cara estaba en sombras y no podía ver su expresión.

– No.

– Bien, entonces no te importará saber que Dimity estuvo consolándolo cariñosamente este fin de semana cuando tú no estabas.

– ¿Dimity? Creí que Dimity había pasado el fin de semana contigo.

– ¿Conmigo? ¿Y por qué demonios pensaste eso?

– Por lo que me dijo.

– La verdad es que estuve con ella. Quería discutir algunos diseños, así que nos vimos el sábado por la mañana en Penbury Manor. Como terminamos al mediodía nos fuimos a comer algo al pub, pero eso fue todo. Yo no llamaría a eso pasar juntos el fin de semana.

– ¿No estuviste aquella noche con ella?

– No, decidí volver a Londres. Los dejé preparándose para ir a cenar juntos. ¿Te importa?

– ¿Alan? No -si sentía algo era alivio-, ¿y a ti?

– ¿Por qué tenía que importarme?

– Dimity es muy guapa.

– Es verdad, pero tú sabes mejor que nadie que me gusta un tipo de mujer diferente.

Se quedaron de nuevo en silencio. La boca de Jane estaba seca, y notaba su pulso acelerarse rápidamente.

– Será mejor que te vayas a dormir si mañana tienes que levantarte temprano… -acertó a decir, y se levantó de repente del sofá.

– Sí -reconoció Lyall, levantándose también él.

Se miraron en silencio a la luz suave. La lámpara producía un brillo sobre la cara de Jane, justo en la boca y en los ojos. Se aclaró la garganta y sonrió nerviosamente.

– Bueno… gracias por una cena encantadora.

Lyall la dejó pasar primero y no hizo ademán de tocarla, sólo pronunció su nombre de una manera desesperada.

– ¿Jane?

– ¿Sí?

– ¿No quieres saber por qué no me quedé en Penbury el fin de semana pasado?

– ¿Por qué? -preguntó Jane, tragando saliva.

– Porque tú no estabas. Sólo había ido con la esperanza de verte. No querías hablar por teléfono, así que pensé que sería mejor verte. Pero el pueblo estaba vacío sin ti y volví. En ese momento, pensé que iba a dejar de pensar en ti para siempre. Y entonces, tú vienes hoy…

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