Capítulo 3

– Gracias a Dios que has venido! -declaró Dorothy cuando Jane llegó al despacho al día siguiente-. Estaba empezando a preguntarme si te había pasado algo.

– Me he quedado dormida -explicó Jane, tomando la correspondencia e intentando evitar la mirada inquisitiva de Dorothy-. No he dormido muy bien esta noche. Había estado despierta mucho rato, pensando en el beso que la había sacudido hasta el borde de las lágrimas. Estaba furiosa con Lyall por haberla besado de esa manera, y con ella por haber respondido. ¿Cómo había podido abrazarlo de aquella manera después de aquellos diez años? ¡Él la había herido, usado y traicionado, pero cuando la había besado ella había respondido como si siguiera locamente enamorada!

¡Pues no lo estaba! Jane había dado forma de nuevo a la almohada y se había colocado sobre ella una vez más. ¡Había olvidado a Lyall hacía mucho tiempo, y si él creía que un beso iba a cambiar todo, estaba equivocado! Como siempre, la había pillado por sorpresa después de toda aquella charla sobre olvidar el pasado. No tenía que haber confiado en él, había pensado con amargura. Lyall no descansaría hasta no destrozar el mundo seguro que ella había reconstruido a su alrededor, pero ella no iba a permitirlo. Su mejor defensa era seguir siendo la chica fría y razonable que había intentado aprender a ser en aquellos diez años, la chica que había sido antes de que él cambiara todo. La próxima vez que se vieran, si volvían a verse, ella estaría preparada, había decidido. Estaría tranquila, relajada, despreocupada, y con suerte, Lyall pensaría que había imaginado aquel beso.

La luz del amanecer había empezado a iluminar vagamente la habitación cuando Jane se había quedado dormida. En esos momentos, delante de la mesa de Dorothy con la correspondencia en la mano, deseó sentirse tan segura como se había sentido en las primeras horas de la mañana. Su cuerpo todavía temblaba con el recuerdo de la boca de Lyall y de sus manos, y por mucho que mirara a las cartas, lo único que veía era el brillo malicioso de sus ojos mientras se inclinaba sobre ella…

– Michael White ha llamado hace media hora, parece que Multiplex ha tomado una decisión.

Jane había olvidado las preocupaciones de las últimas semanas.

– ¿Y?

– ¡Que tenemos el contrato!

Eran las noticias que Jane necesitaba. Su corazón había abrigado la esperanza de mantener Makepeace and Son, y en esos momentos se sentía feliz. También se daba cuenta lo cerca que habían estado de la ruina, y de que la vida arreglaba las cosas poco a poco. Había dado demasiada importancia al beso de Lyall. Su padre había confiado en ella y eso era lo único que importaba, eso y la gente que había trabajado para ella. Makepeace and Son era su vida, y Lyall no tenía espacio en ella.

Tras semanas de larga espera, de repente tenía un montón de cosas que hacer. Multiplex quería una entrevista inicial con el arquitecto y con ella aquel mismo día, así que Jane tenía que estar en Penbury Manor a las dos en punto, pero primero fue a informar a los trabajadores de la empresa que habían conseguido el contrato.

En aquellos años, Jane había sentido muchas veces el deseo de volver a la jardinería y dejar a un lado la lucha con los contables, con los contratistas, etc… pero la cara de los hombres en esos momentos le hizo pensar que había merecido la pena.

– Tú padre estaría orgulloso de ti -le dijo Ray, haciendo que sus ojos se empañaran.

Seguidamente, Jane se dirigió hacia la casa en un humor excelente. No había olvidado por completo a Lyall, pero intentaba firmemente apartarlo de su mente y concentrarse en el trabajo.

Dejó la furgoneta en la entrada. Estaba vieja y gastada, y contrastaba tremendamente con los demás coches allí aparcados. Se notaba que iba a haber un cambio, y Jane pensó con tristeza en cómo la casa iba a ser transformada en una empresa moderna e impersonal, pero lo aceptó con firmeza. Si Makepeace and Son no hacían el trabajo, otras personas lo harían, y el trabajo para los hombres que trabajaban para ella significaban mucho más que recuerdos de piedras y chimeneas y generaciones de niños para los que aquella vieja casa había sido un hogar.

Jane se estiró y se dirigió hacia la entrada. Dentro encontró a todo el mundo reunido. Ella había hablado por teléfono con Dennis Lang, que era el secretario de Multiplex, pero con quien iba a tratar iba a ser con el arquitecto, Michael White, y fue él quien la presentó a los demás. Multiplex había decidido utilizar trabajadores del pueblo a ser posible, así que ella reconoció a muchos de ellos, excepto a los directivos de Multiplex y a Dimity Price, que iba a encargarse de la decoración.

Dimity era frágil y femenina, con una cascada de rizos rubios que recordaban a la pintura de los Prerrafaelitas; ojos verdes y una voz dulce como de niña pequeña. A su lado, Jane se sentía acomplejada por su vestimenta austera: unos pantalones beis y una camisa blanca, pero sonrió y dio la mano a Dimity, pensando en el nombre, ¿Dimity? Se decía acentuando la primera sílaba, pensó antes de recordar que Lyall la acusaría en esos momentos de ser una mujer fría y reprimida. Ella no era una mujer que expresara abiertamente sus sentimientos.

Jane se quedó un momento pensativa, casi enfadada por permitir que el recuerdo de Lyall volviera a su mente.

– Estamos esperando al director -explicó Dennis Lang, ofreciéndola una taza de café-. Está atendiendo a una llamada desde Estados Unidos, pero no creo que tarde mucho.

– No sabía que el director iba a venir -dijo Jane, sorprendida-. Los directores no suelen preocuparse por este tipo de reuniones, ¿no?

– Este director sí -dijo Dennis con una mirada resignada un tanto cómica-. Se preocupa de todos los detalles. Es uno de los secretos de su éxito, y está especialmente interesado en la restauración de esta casa. Quiere cuidar todo desde el principio.

El corazón de Jane dio un vuelco. No había cosa peor que los clientes que querían revisarlo todo.

– Será maravilloso trabajar para alguien tan cuidadoso -apuntó Dimity-. Y es un hombre maravilloso. ¡Te encantará, Jane!

– ¿Sí? -preguntó Jane mirando a Dennis.

– Suele gustar mucho a las mujeres -declaró Dennis-. Pero aquí está, es mejor que lo decida usted misma.

Dos hombres acababan de entrar en la habitación, pero Jane no necesitó preguntar quién de los dos era el director. Relajado y seguro de sí mismo, dentro de un traje gris inmaculado, era un hombre que atraía todas las miradas sin ningún esfuerzo. Mirándolo se podía saber que dirigía la compañía con energía, y que era un hombre acostumbrado a arriesgarse y a ganar.

Un hombre al que ella conocía demasiado bien.

Era Lyall.

Jane sintió ganas de vomitar. Lo miró fascinada, mientras el eco de sus propias palabras parecían resonar en la habitación: «No deberías estar aquí… una compañía horrible va a arruinar esta casa… el director que parece que sólo se dedica a jugar al golf y a comer en restaurantes caros…»

Las palabras parecieron rebotar en la pared de madera y volvieron a sus oídos. Una oleada de sorpresa y humillación la invadió, y la dejó sin aliento y casi incapaz de sostenerse en pie.

La cabeza oscura de Lyall estaba en esos momentos vuelta hacia Michael White, escuchando algo que el arquitecto le decía, pero Jane tenía la horrorosa sensación de que todo el mundo la miraba. Los ojos azules burlones miraron a los ojos grises y sonrieron.

¡Cómo debía estar disfrutando ese momento! Michael llamó a Lyall para presentarla y la vergüenza de Jane se trasformó en una rabia ciega. ¿Cómo se atrevía a burlarse de ella? Podía haberle dicho quién era, y ella no hubiera hecho el ridículo delante de todas aquellas personas, pero eso no le hubiera divertido tanto.

Lyall dejó que Michael hiciera la presentación como si fuera la primera vez que la veía.

– ¿Cómo está usted? -dijo gravemente, con un brillo irónico en los ojos.

Como Michael estaba mirando Jane no pudo hacer otra cosa que aceptar la mano que le ofrecía, pero fue un error. El roce de sus dedos la hicieron recordar el beso del día anterior. Sólo unas horas antes había estado suspirando bajo sus labios y sus manos.

Jane murmuró algo y retiró la mano. A continuación todos tomaron asiento alrededor de una mesa y la reunión comenzó, pero Jane apenas escuchaba. Aunque se sentó lo más lejos posible de Lyall, sólo era capaz de notar su presencia, la línea de su boca y las manos fuertes descansando con absoluta seguridad sobre la silla mientras, de pie, hablaba a todos. Nunca lo había visto en traje, pensó Janet. Le hacía parecer mayor, más peligroso y más valiente. ¿Por qué ella no había visto aquello antes?

¡Qué idiota había sido! ¿Por qué no había pensado en cómo había cambiado? ¿Por qué no había imaginado que su vuelta a Penbury Manor era debido a que estaba relacionado con Multiplex? Se lo había dicho en la cocina con otras palabras. Jane estaba furiosa consigo misma, y al advertir lo gracioso que parecía a Lyall su aparente disgusto. Su intención de ignorarlo se disolvía en esos momentos. ¿Cómo iba a poder hacerlo si iba a ser el mejor cliente de Makepeace and Son?

Lyall estaba hablando sobre los planes que tenía pensados para la restauración, y mostraba bocetos mientras todo el mundo asentía con exclamaciones de admiración.

– Todo es maravilloso -dijo Dimity, que se había sentado lo más cerca posible de él. Jane pasó los bocetos casi sin mirarlos, seguía sumergida en su rabia. Había sido maravilloso saber aquella mañana que tenían el contrato, había pensado que todo iba a solucionarse después de todo, y en esos momentos estaba derrotada, y todo por culpa de Lyall. ¡Era culpa suya por haber vuelto, por besarla, por estar allí tan frío, tan seguro de sí mientras ella sólo tenía deseos de golpearlo!

De repente, se dio cuenta que todos la miraba esperando una respuesta, y se fijó en los ojos burlones de Lyall, que la miraban con una ceja arqueada. Ella no sabía lo que había dicho, y era evidente que él se daba cuenta.

– ¿Puede repetirlo, por favor?

– Estaba preguntando si tiene suficientes hombres capaces de comenzar a trabajar enseguida -repitió Lyall con una humillante paciencia.

– Por supuesto -contestó Jane con los labios apretados.

– Muy bien -su cara seguía seria, pero Jane sabía que se estaba riendo de ella-. Se corren rumores de que pierdo el tiempo jugando al golf y comiendo en restaurantes lujosos -continuó-. Estoy aquí para desmentirlo. Me gusta saber exactamente cómo van las cosas, y vendré a menudo para ver el trabajo. Habrá visto en los planos que el piso de arriba del ala oeste ha sido diseñado para albergar un apartamento aislado. Me gustaría que Makepeace and Son lo hicieran habitable cuanto antes, para poder hospedarme mientras esté en Penbury. Me imagino que no tendrá problemas en trabajar duramente antes de que empiece el trabajo más especializado.

– ¿Importaría si tengo alguno? -dijo Jane, enfadada. Los demás la miraron sorprendidos, pero ella ni siquiera se dio cuenta. Sus ojos se posaron en los de Lyall como si estuvieran ellos solos en la habitación.

– ¿Quiere eso decir que tiene algo que objetar?

– No estoy en posición de objetar nada, como sabrá. Mi única preocupación es por mis hombres, y francamente, pienso que es mejor que revise a los suyos en lugar de revisar el trabajo de mi equipo. Son todos buenos trabajadores y no pueden trabajar adecuadamente si un cliente está observando continuamente su trabajo, haciendo críticas y cambiando de opinión.

– No voy a cambiar de opinión -dijo Lyall. La burla en sus ojos había desaparecido y sólo quedaba un azul implacable-. He decidido lo que quiero, y quiero que sea así -Jane sabía que siempre había sido así-. No tengo intención de interferir en el trabajo de sus hombres, pero me imagino que admitirá que me preocupe por lo que vayan haciendo. Si tengo algo que decir, lo trataré con usted. Después de todo es para lo que está, ¿no?

– No quiero perder el tiempo innecesariamente -dijo Jane, ignorando las señales de Michael para que se callara-. Si cree que Makepeace and Son no es capaz de hacer el trabajo sin que usted lo revise, es mejor que se busque otra empresa -dicho lo cual se levantó y empujó la silla hacia atrás-. Me imagino que me hará saber lo que decida. ¡O confía en nuestra empresa y nos deja trabajar tranquilos, o se busca otra compañía cuyos hombres no les importe que usted les importune cada cinco minutos!

Hubo un silencio sepulcral cuando ella salió de la habitación con la cabeza bien alta y sin mirar para atrás. Todavía con rabia y vergüenza, atravesó la puerta de entrada y se dirigió hacia la furgoneta. Llegó al despacho en un tiempo récord, frenando justo a tiempo para no derribar un montón de maderas apiladas que había en la entrada. La noticia del contrato se había extendido rápidamente y los proveedores habían empezado a llevar ya material.

Jane apagó el motor, y se quedó mirando el rótulo dorado y verde de Makepeace and Son que había en la entrada. Recordaba haberlo visto desde siempre, y recordaba que su padre le había dicho lo mismo.

– ¿Qué he hecho? -exclamó en alto cuando la rabia hubo desaparecido, dejando paso a un sentimiento de fracaso y desastre. Pensó en los hombres que la habían felicitado aquella mañana, en los proveedores que habían estado esperando el teléfono, ya que el trabajo de muchos de ellos dependía del nuevo contrato. ¿Cómo iba a poder decirles que el contrato no había sido firmado?

Invadida por una sensación de angustia y estupidez, Jane cerró los ojos y apoyó la cabeza en el volante.

– ¿Qué he hecho? -repitió con desesperación.

Apretó los ojos con fuerza, pero fue imposible eliminar la imagen de Lyall de pie delante de la mesa, mirándola con dureza mientras ella salía. Sabía demasiado bien lo que había hecho: había destrozado el futuro que parecía mejorar para todos, sólo por la forma en que Lyall la hacía sentir.

Jane abrió los ojos para mirar de nuevo el rótulo. ¿Qué había dicho Ray? «Tu padre estaría muy orgulloso de ti». Su cara se contrajo en una mueca de tristeza. Su padre no se sentiría nada orgulloso. Había estado trabajando para levantar Makepeace and Son, y se quedaría amargamente avergonzado de cómo ella lo había tirado todo por la borda. Él nunca había dejado tirados a sus hombres de la manera que ella lo había hecho, y ahora de ella dependía la solución.

Y sólo podía hacer una cosa.

Jane encendió de nuevo el motor y se dirigió hacia Penbury Manor.

La reunión había terminado poco después de ella salir, ya que la mayoría de los coches se habían ido. Jane aparcó en una esquina, ya que no tenía deseos de enfrentarse a nadie, y se quedó un rato sentada, mirando a la puerta de entrada tratando de armarse de valor.

Cuando estaba mirando la puerta se abrió y Dimity salió. La mujer se tocaba el pelo y parecía complacida consigo misma. Jane entrecerró los ojos pensativa. Faltaba mucho para que empezaran con el trabajo de decoración. ¿Por qué Dimity había ido a la reunión? Era un poco pronto para discutir sobre el papel de la pared… o es que había algo más importante?

Jane observó a la mujer meterse en su coche y mirarse al espejo. Revisó delicadamente sus ojos, y satisfecha con su apariencia arrancó el motor y se marchó, sin haberse dado cuenta de la presencia de la furgoneta de Jane debajo de uno de los árboles.

Jane se mordió los labios. Ella nunca se preocupaba sobre su apariencia, pero instintivamente se miró al espejo y estudió su reflejo. Su cara parecía delgada y pálida, y sus ojos tenían una oscuridad culpable. Era muy diferente de la belleza frágil de Dimity. No había fragilidad en Jane, hasta que Lyall la había besado.

No debía empezar a pensar en el beso de Lyall, se ordenó a sí misma desesperadamente mientras salía de la furgoneta y se secaba sus manos húmedas en los pantalones. Debía pensar en el contrato y en esos hombres que necesitaban mantener sus trabajos. Tomó aire y cruzó el terreno de grava de la entrada hacia la puerta.

La puerta fue abierta por la secretaria que había estado tomando notas durante la reunión. La muchacha la miró con aire de incredulidad.

– Me gustaría ver al señor Harding, por favor.

Lyall estaba de pie, cerca de la ventana de la biblioteca, hablando con Dennis Lang, pero se interrumpió inmediatamente cuando la secretaria abrió la puerta y anunció a Jane.

– Dennis, ¿te importaría dejarnos a solas? -preguntó, y esperó a que el hombre saliera antes de ir hacia Jane, que estaba en la puerta totalmente rígida y vulnerable a la vez.

– ¿Y bien?

Jane tragó saliva.

– He venido a disculparme. No tenía que haber salido de la reunión como lo hice.

– No, no deberías de haberlo hecho -declaró con ojos duros e indiferentes -Me dejaste como un estúpido.

– ¿Te dejé como un estúpido? -repitió con incredulidad.

– No estoy acostumbrado a que me traten así en las reuniones, ni a que me digan que molesto a los trabajadores. Según hablabas, parecía que mi juicio era equivocado.

– Lo siento -murmuró.

Lyall se volvió con una exclamación de impaciencia y se dirigió hacia la ventana.

– Creía que necesitabas el contrato -dijo bruscamente, mirando por encima del hombro-. En la carta que me enviaste, parecía que estabas desesperada por conseguir el trabajo.

– Y lo necesito -Jane estaba más cohibida de lo que quería admitir por el nuevo Lyall, pero permaneció con los dientes apretados-. Lo estoy.

– Tienes una manera un poco extraña de demostrarlo -apuntó, todavía con expresión enojada-. Si el contrato significa tanto, ¿por qué reaccionaste así?

– Sabes por qué.

– ¿Y si me lo dices tú?

La mirada del hombre era fría y casi despreciativa, y Jane, que hubiera querido mirarlo con desafío, apartó la vista.

– ¿Por qué no me dijiste quién eras? -preguntó.

Lyall se quedó mirándola desde el otro lado de la habitación.

– Tú sabes quién soy, Jane. Eres una de las pocas personas que lo saben.

– ¡Tú sabes lo que quiero decir! ¡Me podías haber dicho que eras el director de Multiplex!

– Y tú te podías haber dado cuenta. Si fueras la mitad de razonable de lo que afirmas ser, habrías investigado un poco para saber quién era tu cliente, así que no me culpes por tu falta de profesionalidad. Si hubieras investigado, habrías estado preparada para verme hoy aquí.

– ¿También tenía que estar preparada cuando viniste como si fueras un fontanero?

– No me hice pasar por fontanero -la corrigió Lyall-. Todo lo que dije es que había hecho muchos tipos de trabajos, y es verdad.

– Y el ser director de una gran compañía de material electrónico, y poseedor de Penbury Manor surgió de repente, ¿no?

– No, pero a diferencia de ti, yo soy capaz de diferenciar mi vida privada y profesional, y, además, francamente no pensaba que me hubieras creído si te lo hubiera dicho, ¿a que no?


– No es lo que tú crees, Jane -suplicó Lyall, antes de que Jane saliera del bosque.

– ¡Déjame en paz! -gritó Jane, limpiándose las lágrimas que rodaban por sus mejillas.

– No, no hasta que me escuches -dijo, agarrándola del brazo, pero ella se apartó.

– Ya he escuchado bastante. Tenía que haber escuchado a mi padre en vez de a ti. Me avisó de que no saliera contigo. Todos sabían cómo eras, pero fui demasiado estúpida y te hice caso.

– Tú sabes cómo soy, Jane. ¿O no han significado nada las últimas semanas?

– ¡Parece que para ti no! ¡Creí que estabas enamorada de mí, y has estado viéndote a mis espaldas con esa bruja!

– ¡No tienes por qué hablar de Judith así! Ella no es una bruja, y yo no he estado viéndome con ella ni con nadie.

– ¿Esperas que me crea eso? -la escena bajo el árbol se había metido profundamente en la mente de Jane, Judith en los brazos de Lyall, su cabeza oscura pegada a la pelirroja de la chica. No entendía cómo podía seguir negándolo.

– Sí, lo espero. Espero que confíes en mí… ¿o prefieres confiar en los cotilleos de los que han estado hablando de mí desde que empezamos a salir?

– Yo sé lo que he visto -insistió Jane, enfadándose cada vez más.

– No, Jane, no sabes lo que has visto. ¡Todo lo que sabes es que lo que eliges saber, y eso te hace ser tan llena de prejuicios y tan estrecha de mente como todo el mundo que hay por aquí! -Lyall soltó una exclamación de disgusto-. Creí que eras suficientemente valiente como para poder pensar por ti misma, pero no es así. Tú no quieres ser diferente, eres demasiado cobarde para ello. Tú quieres estar en tu mundo a salvo de todo, y dejar que los demás piensen por ti. Bueno, si eso es lo que quieres, quédate ahí, ¡pero no esperes que me quede contigo!


En esos momentos, se enfrentaban de nuevo el uno al otro, y en la vieja biblioteca el pasado se abría entre ellos mientras el silencio se prolongaba insoportablemente. Fue Lyall quien lo rompió. Se sentó detrás de la mesa y observó a Jane, que seguía de pie al lado de una de las estanterías. Su bonito pelo estaba recogido detrás de las orejas, y la barbilla estaba levantada en un gesto de orgullo. Su silueta resaltaba sobre los libros oscuros y la hacía parecer más delgada y más vulnerable de lo que ella creía. Lyall respiró profundamente.

– ¡Para ser una chica sensata, te comportas de manera bastante estúpida! Sólo Dios sabe cómo has podido conservar la firma todo este tiempo. ¿Te has comportado así con todos tus clientes?

Jane estaba derrotada, pero seguía luchando. Levantó más la barbilla y lo miró a los ojos con intensidad.

– ¿Y tú te comportas así con tus contratistas?

– Yo no soy el que ha salido de la reunión -recordó Lyall.

– Y yo no te besé ayer noche -añadió Jane, después de pensar un rato en las palabras que quería decir.

– ¿No lo hiciste, Jane? -preguntó con suavidad. De repente, apareció el brillo burlón en sus ojos-. Creía que sí.

Jane intentó seguir tranquila, pero lo único que sintió fue el color que subía a sus mejillas.

– Sabes a lo que me refiero -exclamó con firmeza-. Tú sabías perfectamente que me ibas a ver hoy aquí. ¡No creo que después de haberme dicho que nos comportáramos como desconocidos para luego besarme, sabiendo que hoy íbamos a discutir un asunto importante, te deje en una posición en la que puedas criticar mi comportamiento profesional!

La boca de Lyall se relajó.

– Ya, fue un impulso irresistible… y no es la primera vez que te beso.

– ¡Eso no tiene nada que ver!

– No -añadió Lyall-. Lo único que importa es si quieres el trabajo o no, ¿es así, Jane?

– Sí.

Lyall se levantó de la silla.

– Teníamos otras firmas que querían este contrato, y elegí Makepeace and Son por su reputación.

– ¿Entonces no fue porque…? -comenzó Jane sin querer.

– ¿Por qué razón?

– Porque… nos conocíamos.

– No. Ya te lo he dicho, Jane. Trato de separar mi vida personal de la profesional. Fue el trabajo de Dennis estudiar todas las posibilidades y elegir, y como sabía la relación especial que tenía con Makepeace and Son, estaba el primero de la lista. Reconocí el nombre, claro, entonces dije a Dennis que indagara un poco más. Creí que tendría que tratar con tu padre, pero Dennis dijo que tú estabas ocupándote de todo. Dennis me dijo que se suponía que eras fuerte, fría y se podía confiar en ti, aunque si te hubieran visto esta mañana, no lo hubieran creído.

– No suelo tener que enfrentarme con ex-amantes sin aviso previo -apuntó Jane enojada, antes de poder evitarlo. Ella había venido a suplicar, y era mejor que lo hiciera-. Mira, sé que me he comportado mal. No esperaba verte después de ayer noche… y no estaba preparada. Normalmente, me comporto como dicen -Jane vaciló un momento, pero Lyall no parecía que quisiera seguir escuchando, así que Jane lo miró directamente a los ojos-. Tienes todo el derecho de dar el contrato a cualquier otro, pero te agradeceré mucho si das a Makepeace and Son otra oportunidad.

Lyall no contestó inmediatamente. Estaba observando con curiosidad cómo luchaba en la cara de Jane el orgullo y la humillación. Jane tomó aire. Su futuro entero dependía de lo que Lyall dijera ahora.

– Con dos condiciones -dijo finalmente, y Jane se quedó tan aliviada que hubiera aceptado cualquier cosa.

– ¿Cuáles?

– Primero, que no te vuelvas a comportar como esta mañana. Quiero que la gente que trabaja conmigo sea profesional en todo momento, y si tú no estás preparada para hacerlo, entonces no dudaré en dar el contrato a otra empresa, aunque haya empezado la tuya.

– Eso no será necesario -dijo Jane, ruborizándose. Había ido a pedir eso, después de todo. Se puso seria y se preparó para el resto-. ¿Y lo segundo?

Lyall la miró a los ojos con una expresión inescrutable.

– Que cenes conmigo esta noche.

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