– Fue divertido, ¿verdad, Jane? -al otro lado de la mesa, los ojos de Lyall estaban completamente azules, y Jane tuvo que hacer un esfuerzo para no dejarse arrastrar por los recuerdos, por los tiempos en que la risa y el amor, y las caricias de sus manos habían sido lo único que importaba. Era fácil recordar todo aquello y olvidar que, al final, todo había sido una ilusión.
Jane apartó los ojos de Lyall y tomó su copa con una mano temblorosa.
– Creía que íbamos a dejar el pasado.
– No es fácil, ¿no?
No, no era fácil. Era bastante difícil.
– Creo que podríamos intentarlo aun así -sugirió Jane-. No hay por qué seguir hablando del pasado.
Lyall se acomodó en la silla y la miró fijamente.
– Muy bien, ¿de qué quieres que hablemos?
La mente de Jane se quedó en blanco. ¿De qué podían hablar que no les condujera directamente al verano que habían compartido?
– Dime cómo empezaste con la compañía -sugirió, después de una pausa larga.
Lyall la miró con ironía, pero para su alivio, pareció feliz de seguir lo que ella marcaba, y contarle cómo en diez años había convertido una pequeña fábrica de material electrónico, en una multinacional que fabricaba desde material para comunicaciones vía satélite, hasta lo último en medicina, pasando por las herramientas sencillas que hacían la vida más cómoda y sencilla para un ama de casa.
– Nuestro interés está enfocado en América y Europa -terminó-, pero tenemos sucursales por todo el mundo, y en estos momentos estoy intentando tratar con los japoneses para consolidar nuestra posición en el este.
Era una historia sorprendente, pero Jane no iba a expresar sus sentimientos. Al parecer, Lyall había andado un largo camino desde que había dejado Penbury.
– Parece que te dedicas todo el tiempo a viajar -comentó con una voz indiferente-. ¿Tienes un hogar?
– Tengo varios -dijo con ironía-. No me gustan los hoteles, así que Multiplex posee una serie de apartamentos por todo el mundo que utilizo cuando viajo.
– Tener un apartamento no es lo mismo que tener un hogar.
– La idea de hogar no me interesa mucho. Tuve una casa los primeros diecisiete años de mi vida y nunca me acuerdo de ella. Creo que la mayor parte del tiempo la paso en el apartamento de Londres, pero la verdad es que es donde voy a dormir. No quiero estar atado a un lugar más de lo que puedo estar atado a una persona.
– En ese caso, me sorprende que quieras tener un apartamento en Penbury Manor -exclamó Jane, preguntándose qué diferencia habría con la granja donde había crecido. Jane deseó en esos momentos saber algo más de su familia, deseó haber preguntado.
– Tengo que estar en algún lugar cuando venga -apuntó-. Y no hay por qué comprar otra propiedad que sólo usaría cuando viniera a visitar la mansión.
– Me imagino que no -el dedo de Jane se deslizó por el borde de la copa.
– Pareces muy triste, Jane -dijo Lyall, y ella dio un suspiro profundo.
– Sólo estaba pensando en Penbury Manor y cómo va a cambiar. ¡Si fuera mía no lo convertiría en un centro de conferencias!
– Me imagino que echarías a todo el mundo y pasarías todo el tiempo en el jardín -dijo de manera cortante. Jane se rió de forma extraña.
– Me imagino que sería un gasto enorme -admitió con un suspiro-. Lo que una casa necesita en realidad, es una familia que viva en ella -Jane habló sin pensar realmente en lo que decía, pero cuando alzó la vista y miró a Lyall, vio que la observaba de una manera que, sin saber por qué, la hizo ruborizarse.
– No tengo una familia, pero te gustará saber que he pensado algo para el jardín de rosas.
Jane lo miró fijamente, todavía con las mejillas rojas.
– ¿El jardín de rosas?
– El jardín de rosas que tanto te preocupaba el primer día que nos vimos -explicó con paciencia-. Tú estabas furiosa con la idea de que se construyera un laboratorio, ¿te acuerdas?
– ¿Y qué has pensado?
– Si no hubieras salido de la reunión esta mañana, habrías oído que voy a construir el laboratorio en otro sitio, y el jardín se quedará igual.
– ¿Vas a conservar el jardín? -preguntó con incredulidad.
– No pareces muy complacida -se quejó Lyall-. Creí que estarías encantada.
– Estoy… sorprendida, eso es todo. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
– Creo que no era el lugar adecuado -explicó brevemente, pero la manera en que la miró a los ojos le hizo pensar que lo había hecho para complacerla.
– Gracias -dijo Jane.
Hubo una pausa tensa y se miraron sonrientes, hasta que la sonrisa fue desapareciendo de sus labios. Jane sentía como si estuvieran aislados en un círculo de silencio, separados de todo el ruido del restaurante. Quería mirar a otra parte, pero no podía. No podía moverse, no podía hablar, no podía recordar lo mucho que la había hecho sufrir. Lo único que podía hacer era mirar a sus ojos azul oscuro y recordar lo que había sentido cuando la había besado.
Una vez que se dejó arrastrar por el recuerdo, fue imposible olvidarlo. Sin saber cómo, Jane siguió charlando durante la comida, pero después no podía recordar nada de lo que habían hablado. Estaba demasiado atenta a la presencia de Lyall, de sus dedos jugando con la copa, de su boca; de cómo su corazón palpitaba, y de la conversación educada que se cortaba cuando sus ojos se encontraban.
Las rosas no significaban nada para Lyall. ¿Cuántas veces la había acusado de tratar a las plantas mejor que a los humanos?
– Te gustan las plantas porque con ellas sabes en qué posición estás -solía decir-. No pueden levantarse y caminar porque están pegadas al suelo, como a ti te gustaría estar.
¿Había cambiado el jardín de rosas por ella, o lo había hecho en realidad porque era un lugar inadecuado para el laboratorio? Jane se sintió confusa, desconcertada. Quería convencerse a sí misma de que no importaba, pero siempre que lo pensaba y miraba la boca de Lyall su corazón daba un vuelco.
Terminaron de comer y volvieron caminando hacia el coche. Era una noche cálida de verano, y el cielo tenía un color azul profundo, sin ser todavía oscuro. Las luces del restaurante se reflejaban en el río, y de las ventanas abiertas salía un murmullo de voces y risas. Jane sentía con angustia la presencia de Lyall a su lado. La camisa blanca que llevaba contrastaba con la chaqueta negra, y esa luz parecía darle solidez. Lo miró de reojo y tuvo de repente una necesidad terrible de tocarlo, de sentir la fuerza de los músculos que la chaqueta tapaba, de acariciar la piel suave que tan bien recordaba.
Jane se abrazó a sí misma para mitigar la fuerza de su deseo, como si tuviera miedo de que sus manos fueran capaces de moverse por sí solas. No podía evitar pensar la última vez que habían hecho el amor en el bosque. El cuerpo de Lyall era fuerte y cálido. Y ella se había dejado envolver por él, amando la sensación de tenerlo, su sabor mientras exploraba su cuerpo con manos seguras.
El recuerdo hizo estremecer a Jane y Lyall se dio cuenta.
– ¿Tienes frío?
– Un poco -era una buena excusa, a pesar del calor de la noche y el fuego que sentía en su interior.
Volvieron hacia Penbury en silencio. Jane entrelazó las manos y las colocó en el regazo. Buscó impacientemente algo qué decir, pero su mente rechazó funcionar como ella ordenaba, y seguía recordando la boca de Lyall, el calor de sus besos y la dureza de su cuerpo. Miró a Lyall, era imposible adivinar lo que estaba pensando. Su cara tenía una expresión preocupada, y aunque intentaba concentrarse en la carretera, continuamente la miraba.
Jane nunca se había sentido tan aliviada de ver la señal de Penbury. Lyall paró el coche, y un segundo después Jane salió hacia la verja, dándose la vuelta y mirando a Lyall una vez que la hubo cerrado.
– Gracias por la comida -dijo, dándose cuenta de que su voz había sonado demasiado alta.
– Me alegro de que te haya gustado -dijo Lyall, intentando contestar con la misma formalidad. Era difícil leer la expresión de su cara en la oscuridad, aunque estaban muy cerca, pero Jane estaba casi segura de escuchar un matiz peligrosamente burlón en su voz.
– Bueno… buenas noches -acertó Jane a decir, y dio un paso retrocediendo, pero Lyall la agarró por la cintura con una mano. Con la otra la acarició la cara.
– Buenas noches, Jane -dijo suavemente, e inclinó la cabeza para aprisionar los labios de ella con los suyos.
Su beso fue cálido, seductor y demasiado persuasivo como para seguir resistiendo, y Jane se apretó contra él por un segundo antes de que su mente la hiciera reaccionar, y empujara a Lyall, apartándose de la sensación placentera.
Lyall la dejó apartarse suavemente. Las manos de Jane temblaron dentro de su bolso mientras buscaba las llaves. «Tranquila. No dejes que se entere lo que has estado pensando todo el camino de vuelta a casa. No dejes que se dé cuenta lo mucho que deseas que te abrace».
– ¿Vas a besar a todos los contratistas después de llevarlos a cenar? -preguntó tan tranquila como pudo.
La sonrisa de Lyall brilló en la oscuridad.
– No, a menos que tengan una piel suave como la seda y los ojos grises más claros del mundo -dijo, y se volvió despacio hacia su coche-. Buenas noches, Jane -le dijo de nuevo, hablándole apoyado en su coche-. Nos volveremos a ver.
Querida Jane:
¡Buenas noticias! Carmelita y yo nos hemos casado la semana pasada. Sé que te alegrará. Todo es perfecto aquí, ¿pero podrías mandarme más dinero? ¡La vida de casados es bastante cara!
Con cariño: Kit.
Jane leyó la postal por quinta vez antes de dejarla en la mesa con un suspiro. ¡Su hermano pequeño casado! Ella tenía once años cuando su madre murió, Kit tenía seis años menos, y ella había cumplido el papel de madre para él. Había hecho su cama, preparado su desayuno, limpiado su ropa. Más tarde, Kit siempre la buscaba cuando estaba mal de dinero, o quería que lo llevaran a algún sitio por la noche. Era encantador sin proponérselo, y buscaba continuamente sensaciones nuevas, de manera que alguna vez le había recordado a Lyall; y había sido comprensiva con las chicas que solían llamar a su puerta preguntando por qué Kit había desaparecido sin despedirse.
En esos momentos parecía que Kit había sentado la cabeza por fin, como su padre había querido siempre. Kit había mencionado a Carmelita un par de veces en otras postales, pero no había dado señales de que la relación fuera más en serio que otras.
Jane no podía sentirse dolida, pensaba mientras conducía hacia Penbury Manor para ver los progresos en el trabajo. Era típico de él que no le hubiera escrito contándole anticipadamente que se iba a casar, y que le escribiera después, aprovechando para pedirle dinero. Kit creía que Makepeace and Son eran su banco personal, y nunca intentó saber de dónde salía el dinero. Jane había intentado explicar algunas cosas sobre préstamos, créditos y otros problemas, cuando volvían del funeral de su padre, pero no había hecho ningún caso. Kit sabía que podía confiar en su hermana mayor. Ella nunca lo había abandonado.
Así que tendría que buscar algo de dinero, pensó Jane, ciega por una vez a la belleza del paisaje. Su padre le habría dado algo por haberse casado. Quizá podría obtener un préstamo, ya que tenía el contrato de Penbury Manor. Llevaban trabajando tres semanas y no les pagarían hasta mucho más tarde.
Aparcó la furgoneta y todo el problema se desvaneció al ver el coche de Lyall aparcado. A su lado estaba el coche elegante de Dimity.
El corazón de Jane comenzó a latir con violencia y tuvo que tomar aliento antes de salir de la furgoneta. No había vuelto a ver a Lyall desde la noche en que habían ido a cenar. Así que tenía que estar contenta, claro, pero le había molestado haber estado buscándolo por las calles, sin saber nunca cuándo podía aparecer. No es que quisiera verlo, ¡claro que no!, pero era menos inquietante si lo veía cuando esperaba. Además, era típico de Lyall besarla y a continuación desaparecer, dejándola en la duda de si había sido en realidad una cena de negocios. También era típico de él reaparecer justo cuando ella se había relajado porque él parecía haberse marchado.
Jane pisó el camino de grava pensando en que por lo menos su coche la había avisado de su presencia. Tendría oportunidad de mostrarle lo indiferente que le había dejado aquel beso de buenas noches. ¡Si supiera que había estado las tres semanas siguientes esperando que la llamara…!
Vio a Lyall y a Dimity nada más entrar en el vestíbulo. Estaban juntos sentados cerca de la biblioteca, mirando libros de telas, tan concentrados que no se dieron cuenta de la presencia de Jane. Dimity se tocaba el pelo y se reía, y Lyall la miraba sonriente.
El corazón de Jane sintió un frío repentino. Dándose la vuelta, se dirigió a la planta de arriba para buscar a Ray, que estaba trabajando como capataz en la obra. ¿Qué pasaba si Lyall sonreía a otras chicas? A ella no le importaba. La había llevado a cenar y se lo había pasado bien, pero estaba claro que también se entretenía con Dimity durante su estancia.
Muy bien, así se apartaría de ella.
Jane encontró a Ryan en el baño que Lyall quería arreglar temporalmente hasta que la casa estuviera terminada. Estuvieron discutiendo un rato si cambiar las tuberías o arreglar las viejas.
– Será mejor que preguntemos al señor Harding -dijo Jane, mirando pensativamente las tuberías. Había esperado salir sin tener que hablar con Lyall.
– ¿Preguntarme el qué?
Jane y Ray se volvieron y vieron a Lyall apoyado en la entrada. Iba vestido de manera informal: chaqueta de lino, y unos cómodos pantalones donde tenía las manos metidas. Jane se alegró de haberlo visto hacia un rato, porque en esos momentos lo miró con fría indiferencia, o por lo menos eso intentó.
– Nos estábamos preguntando qué querrías hacer con toda la fontanería -explicó Jane.
– ¿Cuál es el problema? -preguntó mirando a Ray. Aquél le contestó y Lyall escuchó atentamente-. Tú eres el experto -le dijo-. ¿Qué me recomiendas?
– Yo lo quitaría todo -dijo Ray sin vacilar.
– Pues decisión tomada. No hace falta que me preguntes.
– Has cambiado de opinión, ¿no? -dijo Jane con una mirada agria-. Creí que querías intervenir en todas las decisiones de la restauración.
– Eso no quiere decir que tengas que preguntarme todos los detalles. Sólo quiero saber lo que se va haciendo -dijo mientras caminaba con Jane por el pasillo-. ¿Qué te parece si comemos juntos?
– Estoy ocupada -dijo sin pararse.
Lyall suspiró profundamente, pero habló con un matiz divertido.
– ¿No has oído hablar de lo que es ser un relaciones públicas? Pensaba que, como era tu cliente más importante, ibas a ser amable conmigo.
– He sido amable contigo, hasta hemos salido a cenar juntos.
– Eso fue hace mucho tiempo.
– ¿Y qué? ¡No se dice en el contrato nada de un servicio continuo de acompañante!
– No, pero creía que habías entendido el principio de no ser descortés con tu cliente si podías evitarlo -contestó tranquilamente.
Jane se paró bruscamente con los ojos brillantes por la rabia.
– ¿Me estás diciendo que la renovación del contrato depende de si estoy sometida a tu voluntad?
– No, Jane. Sólo es una manera de sugerirte que discutamos sobre cómo va el trabajo comiendo, como dos personas civilizadas.
– ¿Otra de tus comidas de negocios? -preguntó Jane con acritud.
– ¿Por qué no?
– ¡Me prometiste que la cena de hace tres semanas iba a ser únicamente profesional, y mira lo que pasó!
– Cenamos y luego te llevé a casa. ¿Hubieras preferido tomar un taxi? -contestó con un brillo en los ojos.
– Habría preferido que no me hubieras besado -dijo Jane con una mirada glacial.
– ¿Si prometo no volver a besarte comerás conmigo? -continuó Lyall, evidentemente más divertido que perturbado por la hostilidad de Jane. Sus labios esbozaron aquella sonrisa que siempre usaba para obtener lo que quería. Hubo un tiempo en que la resistencia de Jane a las ideas más absurdas de Lyall había sucumbido a esa sonrisa, pero en esos momentos no soportaba esa seguridad. Le recordó demasiado a Kit, cuyo anuncio de boda la había dolido más de lo que estaba dispuesta a admitir. Estaba cansada de hombres, los hombres que daban por supuesto que conseguirían cualquier cosa de ella por una simple sonrisa.
– Tengo muchas cosas que hacer -terminó Jane, empezando a subir las escaleras que llevaban al piso superior-. Si quieres saber cómo van las cosas, te sugiero que leas el artículo que te mando a tu despacho semanalmente. No hace falta una comida para decirte que todo va según lo planeado.
– Bueno, sólo era una idea -dijo Lyall con voz indiferente-. Pero si estás tan ocupada, por lo menos podrías darme algún consejo profesional.
Jane se paró en el primer escalón.
– ¿Sobre qué? -preguntó con suspicacia.
– Dimity quiere empezar a pensar ya en la decoración. Estaría bien que tú pudieras venir también, para pensar en cosas que sean posibles.
– Eso es trabajo del arquitecto -dijo Jane.
– Lo sé, pero acabo de recibir un mensaje de Michael White de que no podía venir. Y era demasiado tarde para hacer que Dimity no viniera, así que Michael sugirió que nos dijeras qué era fácil de hacer y qué no lo era. Por eso quería hablar contigo.
– Ah -dijo, ¿por qué no se lo había dicho antes de nada? Estuvo tentada de rechazar… Lyall era capaz de proyectar cosas imposibles, aun así, pero le pareció que no podía negarse de nuevo-. De acuerdo. Iré al tejado a ver si los hombres necesitan algo, y luego bajaré a verlo.
– No tardes mucho -sugirió Lyall, con una inconfundible nota de aviso bajo su buen humor. Jane podía entretenerse deliberadamente con los trabajadores, pero no podía arriesgarse de nuevo a perder el contrato, así que enseguida bajó.
Los encontró en una de las salas. Dimity estaba guapísima, llevaba una falda de flores y una camiseta de encaje que hubiera quedado ridícula en otra persona. A su lado, Jane se sentía torpe y fea, con sus pantalones de rayas y la camiseta azul oscura recatada que solía llevar en las visitas de trabajo.
Dimity no se puso muy contenta cuando supo que Jane iba a acompañarlos, pero sonrió cuando Lyall explicó el motivo.
– Sería maravilloso ser tan práctica -replicó Dimity-. Yo lo siento, pero no sirvo para eso. Una vez que tengo una idea de cómo va a ser, se me olvidan cosas como las tuberías o los puntos de luz.
Una vez que hubo reducido a Jane a la categoría de fontanera, Dimity sonrió dulcemente y miró a Lyall para dirigirse al ala oeste de la mansión. Jane los siguió por toda la casa, mientras Dimity daba exclamaciones de horror al examinar las habitaciones húmedas y descuidadas.
– ¿Puedes sentir los fantasmas? -gritó a Lyall-. Estoy muy excitada con el proyecto de convertir ese maravilloso y viejo lugar en algo vivo -miró a Jane bajo sus pestañas increíblemente largas, mientras Jane pensaba lo tranquila y serena que era la mansión cuando la señorita Partridge vivía allí-. Jane es increíble, ¿verdad, Lyall? -dijo cínicamente-. Me gustaría ser tan fría como ella.
Lyall había estado observando también a Jane, con una expresión inescrutable.
– Increíble, sí -admitió.
Jane metió las manos en los bolsillos y levantó la barbilla. Evidentemente pensaban que era una persona práctica y nada creativa como para apreciar la belleza o el romanticismo. ¡Así la veían ellos, pero no era así!
– Me imagino esto en una armonía de azules y verdes -decía Dimity con entusiasmo, abriendo una puerta que conducía a lo que se había llamado Habitación Roja debido al papel de la pared, ahora estropeado y desteñido.
– ¿Qué ves, Jane? -preguntó Lyall, divirtiéndose con el contraste de las dos mujeres.
– Manchas de humedad, un radiador roto y un suelo de madera podrido. Será mejor que eliminemos todo eso antes de comenzar con la armonía.
Dimity pareció complacida de que se confirmara lo poco romántica y práctica que Jane era.
– Creía que sabías más de jardines que de edificios.
– Así es, pero no hace falta ser un genio para saber lo que hay que hacer aquí. Es tan evidente que pensé que se le podía ocurrir incluso a Dimity -sabía que estaba siendo grosera, pero no le importó. No sabía por qué iba a tener que darles diversión gratis a ambos.
Dimity miró hacia atrás, y se puso seria al descubrir que Lyall no la seguía, que por el contrario, se había quedado hablando con Jane.
– Creo que podríamos hacer aquí un baño añadido -dijo con firmeza, para reclamar la atención de Lyall-. También en azules y verdes, por su puesto… y un tema marino.
– Hummm -Lyall no pareció muy convencido. Arqueó una ceja y miró a Jane-. ¿Qué opinas?
Jane estaba encantada.
– Es una idea ridícula. Primero, es un muro de carga, así que no puedes quitarlo. Segundo, incluso aunque no fuera, habría que poner otra ventana, lo cual no es nada adecuado. Y tercero, no estamos cerca del mar, y la idea de poner un tema marino resultaría afectada y estúpida.
La expresión dulce de Dimity se congeló ante el inesperado contra ataque, pero se recuperó inmediatamente.
– Oh, Jane, eres muy cruel -dijo haciendo una mueca mimosa-. ¿Por qué tienes que ser tan realista? ¡Tenías que haber nacido hombre! ¡Has arruinado todos mis planes!
– Creí que para eso estaba -contestó fríamente Jane, y se volvió hacia Lyall-. ¿No es así?
– Es una de las razones -admitió el hombre, con los ojos brillantes por la diversión. Jane frunció el ceño, ¿era tan gracioso?
– ¿Seguimos entonces? -agregó Jane, dirigiéndose a la puerta-. No tengo tiempo para estar todo el día aquí.
La última habitación que examinaron era la que Lyall quería convertir en apartamento personal. Jane caminó hacia la ventana y dobló los brazos impaciente, mientras Dimity daba vueltas en ella, haciendo algunos comentarios tan evidentes que Lyall podría haberse dado cuenta él mismo.
– Ésta la veo como una habitación varonil, para que se adecue a tu personalidad -declaró, mirando a Lyall-. Creo que debería ser oscura y dramática. Quedaría bien la terracota roja, hasta puedo mostrarse exactamente los colores que tengo en la mente -siguió Dimity. A continuación salió a buscar uno de los muestrarios que habían dejado en la biblioteca. Lyall se acercó a Jane.
– ¿Alguna objeción a lo de oscuro y dramático?
Jane miró hacia las flores del jardín magnífico, en esos momentos tan necesitados de un arreglo, y trató de no dejarse impresionar por la cercanía de Lyall. Se había echado hacia delante, apoyando las manos en el antepecho de la ventana. Jane veía las manos de reojo, y no pudo evitar examinarlas, como si fuera la primera vez que las veía. Los dedos eran largos y limpios, las uñas bien cortadas. Luego miró su cara. Alrededor de los ojos había arrugas de reírse, pero la expresión risueña quedaba anulada por la firmeza de la mandíbula y la línea casi cruel de su boca. La boca de Jane se secó al mirarla, y fue atrapada de improviso cuando de repente Lyall volvió la cabeza y se encontró con los ojos claros de ella.
Se quedaron mirándose unos segundos, Jane tenía una expresión preocupada y triste, Lyall estaba serio.
– ¿Qué pasa? -preguntó Lyall con una sonrisa.
«¿Qué pasa?», Jane pensó en la pregunta, y apartó los ojos con calma, esperando que Lyall no notara el rubor de sus mejillas.
– Creo que esta habitación da al este -acertó a decir, maravillándose de la firmeza de su voz-. Sería una pena perder el sol de la mañana convirtiéndola en un lugar oscuro.
– Es un buen comentario. Sería fácil comprobarlo. ¿Dónde está ahora el sol? -preguntó, y antes de que Jane pudiera protestar, Lyall salió por la ventana y se subió en el tejado que había sobre ellos.
Jane agarró la chaqueta sin pensar en lo que hacía.
– ¡No hagas eso! -gritó.
– ¿Qué hay de malo? -dijo, mirando la mano de Jane que tenía sujeta la chaqueta-. ¡No me digas que te preocupas por mí! -exclamó con suavidad.
Las mejillas de Jane enrojecieron violentamente y apartó bruscamente la mano de la chaqueta.
– Te podías haber caído -murmuró-. Es estúpido arriesgarse a tener un accidente para descubrir algo que podemos descubrir mirando los planos -dijo Jane, angustiada por haberle agarrado como si fuera una amante desesperada.
– Soy una persona impaciente, como tú sabes muy bien, Jane. He aprendido hace tiempo que no consigues nada de la vida a menos que estés preparado para tomar riesgos. Ésa es una lección que tú no sabes, ¿a que no?