Jane lo miró. ¡No esperaba eso!
– ¿Lo dices en serio?
– ¿Por qué no?
– Me parece una condición un poco extraña para alguien que se supone que es un profesional -contestó Jane, incapaz de evitar un tono hostil-. Creía que querías mantener separadas tu vida profesional y tu vida privada.
La expresión enigmática de los ojos de Lyall se convirtió en la conocida expresión divertida, lo cuál dejó a Jane más desconcertada.
– ¿Qué puede ser más profesional que cenar con la directora de la empresa a la que contrato?
– ¿Vas a hacerlo con todas? -preguntó Jane con suspicacia.
– Sin duda, pero como las demás no pueden empezar a trabajar hasta que tú hayas terminado, me parece razonable empezar por ti.
– Ah -la expresión de Jane era de desconcierto. Lo que menos le apetecía era salir a cenar con Lyall, sin embargo, no estaba segura de querer ser tratada de una forma meramente profesional. ¿Por qué Lyall siempre la desestabilizaba? En un momento la estaba regañando, y al siguiente la invitaba a cenar, aunque no se pudiera decir los motivos por los que lo hacía. La experiencia, sin embargo, le había enseñado a ser cuidadosa con Lyall.
– ¿Las otras empresas tienen que cenar contigo como parte del contrato?
– Ninguno de ellos ha cometido el error de tirar sus contratos por la borda -le recordó Lyall-. Tú, por el contrario, quizá necesites aceptar las condiciones si quieres conservarlo.
– ¡Eso es chantaje! -protestó indignada.
– Eso es ser un buen negociante -insistió Lyall, sin importarle lo más mínimo la acusación-. Tú ya has estropeado todo una vez, Jane. Si tienes algo de sentido del negocio, es mejor que me invites a cenar.
– ¿Por qué demonios debería hacerlo?
– Creo que es evidente -dijo Lyall, levantando las cejas sorprendido-. Si yo tuviera que tratar con un cliente cuya decisión afectara a mi empresa, lo haría con mucha delicadeza. ¡Lo que no haría sería tomarme una simple invitación a cenar como si fuera un caso de esclavitud!
– Lo harías si supieras de él tanto como yo se de ti -replicó Jane enfadada, olvidando por completo su decisión de mostrarse tolerante.
Por un momento, pensó que había ido demasiado lejos. La boca de Lyall se endureció, y la expresión de sus ojos hizo que su corazón diera un vuelco, pero al momento se convirtió en una sonrisa amarga y de hastío.
– ¡No me puedo, creer que haya nadie que se arriesgue a perder el contrato dos veces en un mismo día sólo por una cena! Estoy empezando a preguntarme si de verdad quieres ese contrato o no.
– Lo quiero -reconoció Jane, dándose cuenta de la amenaza implícita en sus palabras-. Quiero decir que si es tan importante, iré a cenar contigo.
– He escuchado respuestas más agradables a una invitación a cenar -añadió Lyall, y Jane se sintió aliviada cuando vio que intentaba disimular una sonrisa-. ¿Serás más amable esta noche?
– ¿También está escrito en el contrato que sea amable?
– ¿Crees que debería estar?
– No -contestó Jane con rapidez, antes de meterse en aguas más profundas-. Como será una cena de negocios, estoy segura de que seremos agradables el uno con el otro.
– Eso espero -dijo con una mirada burlona-. Creo que puede ser una manera de darme el trato atento que prometiste en tu carta. Te recogeré a las siete -terminó, abriendo la puerta para que Jane saliera.
Era claramente el fin de la entrevista. Lyall de repente se convirtió en un ejecutivo duro y frío. Jane no sabía si sentirse aliviada o enfadada por el hecho de que le abriera la puerta.
– Ponte algo elegante -fue todo lo que dijo cuando pasó a su lado, y antes de que le diera tiempo a tragarse el orgullo y agradecerle la aceptación del contrato, Lyall había cerrado la puerta y ella se quedó en la oscuridad pensativa.
Por lo menos podría mirar a la cara a Dorothy sabiendo que el contrato era de ellos. Una cena con Lyall no era un precio demasiado alto a cambio. Todo lo que tenía que hacer era intentar que fuera un simple compañero de negocios. Una comida, un vaso de vino, una despedida indiferente… ¿Qué había de malo en ello? Nada… si no fuera Lyall. Jane aparcó la furgoneta y pensó con tristeza que nunca podría tratarlo de la manera tranquila con la que trataba a cualquier otra persona. Su fama estaba bien fundada. Después de su relación desastrosa con Lyall, había decidido no permitir que nadie la hiciera daño, y había enterrado su vulnerabilidad profundamente, escondiéndola tras una barrera de eficiencia que alejaba a los demás. La chica cálida y vibrante que Lyall había enseñado a vivir años antes se había encerrado en sí misma desde entonces. Su familia y amigos se habían alegrado al ver reaparecer a la antigua Jane, a la chica buena y responsable, y durante años se había convencido a sí misma de ser la Jane verdadera. Pero con la vuelta de Lyall, todas las barreras de protección saltaron a la primera sonrisa. Jane se sintió como si caminara sobre hielo, el corazón a punto de salirse del pecho, sabiendo que un movimiento en falso abriría de nuevo el suelo a sus pies. Cenar era lo que menos necesitaba para mantener su serenidad interior.
Tardó mucho en decidir qué ponerse aquella noche. Jane se probó casi todo lo que tenía en el armario, antes de elegir una blusa blanca sin mangas con el cuello bordado, y una falda suave de un color indefinido, entre el rojo y el rosa. Luego se puso un cinturón ancho de cuero y zapatos bajos. No quería provocar innecesariamente a Lyall yendo de cualquier manera, pero tampoco quería que se notara que se había esforzado demasiado.
Jane estaba nerviosa cuando la hora se aproximaba. Era otra encantadora tarde de verano, pero ella no notaba la luz dorada y la esencia embriagadora del jazmín. Se paseó por el jardín, intentando convencerse de que Lyall era otro cliente más, pero cuando el timbre sonó, supo que había estado perdiendo el tiempo. Ningún otro cliente haría que su corazón latiera más deprisa, o que su sangre hirviera en sus venas.
Tomó aliento y respiró profundamente. Ella era la tranquila Janet Makepeace y no, definitivamente no, iba a dejar que Lyall la provocara. Se colocó la falda con las manos, puso una expresión de educada indiferencia y fue a abrir.
Lyall estaba de pie tranquilo, a punto de apretar de nuevo el timbre. Iba con un traje oscuro y una corbata, y resultaba peligrosamente atractivo. Jane tuvo el sentimiento de no haberse fijado bien en él con anterioridad. Todo en él era diferente: las arrugas alrededor de los ojos, las facciones frías de su cara, la excitante línea de su boca… Jane pensó que el corazón iba a salírsele del pecho. Lyall también pareció sorprenderse de la imagen de ella, y por un momento se quedaron mirándose en silencio, como si se encontraran por sorpresa, sin haberlo negociado sólo unas horas antes.
Como siempre, fue Lyall quién se recuperó primero.
– Hola, Jane.
Sólo él era capaz de pronunciar así su nombre. Era un sonido muy sencillo, pero Lyall hacía que vibrara con calor y promesas.
– Hola -acertó a decir casi sin aliento.
– ¿Estás preparada?
– Sí -dándose cuenta de lo ronca que su voz había sonado, se aclaró la garganta. «Frialdad, profesionalidad… ¿recuerdas?», se dijo a sí misma-. Voy a por mi bolso.
Lyall la observó mientras cerraba la puerta y ponía las llaves en el bolso. Cuando terminó, se dio cuenta de la expresión extraña en los ojos de Lyall.
– ¿Pasa algo?
– No -Jane tenía la sensación de que él estaba tan desconcertado como ella-. Sólo estaba… sorprendido.
– ¿Sorprendido? No sé por qué -dijo Jane-. Dejaste bien claro lo que pasaría sí yo… pero entonces hiciste lo posible para conseguir lo que querías, como siempre.
– No siempre -dijo Lyall suavemente, y tomó un mechón del pelo de Jane y lo peinó hacia atrás. Los dedos de Lyall hicieron arder la piel de Jane, y su corazón se contrajo al recordar ese mismo roce mucho tiempo atrás.
El coche que estaba en la verja era elegante y caro, con lujosos asientos de piel. Lyall abrió la puerta para que entrara, y Jane intentó cuidadosamente no rozarse con él al hacerlo.
Era una tarde de verano. Jane podía oler la hierba del seto que rozaba el coche, y la luz dorada del sol caía en sus mejillas a través del techo abierto del coche. Las notas de un piano llenaban el automóvil. Lyall conducía bien, con las manos apoyadas firmemente en el volante, Jane las veía con el rabillo del ojo. Intentaba mirar al paisaje, pero sus ojos estaban fijos en el perfil de Lyall, en la línea del pómulo y la mandíbula, en su boca.
Decidida a demostrarle que era una mujer fría y madura de veintinueve años, y no una adolescente impresionable que una vez había sucumbido a sus caricias, Jane intentó mantener una conversación superficial que se fue haciendo cada vez más tensa. Lyall contestaba con seriedad y con la misma educación, pero su voz tenía un matiz irónico, como si estuviera jugando con ella.
Fue un alivio cuando el coche redujo la velocidad y salió de la carretera, pero su expresión tranquila desapareció cuando vio que Lyall había aparcado en uno de los restaurante más lujosos de la zona.
– ¿Vamos a entrar aquí?
– He reservado una mesa, pero podemos ir a otra parte si quieres.
– Creí que tenías que reservar con varios años de antelación -declaró Jane acusadoramente, y Lyall sonrió de repente.
– ¡Eso depende de quién seas!
Cuando sonreía así, los años se borraban y parecía tener de nuevo veinticinco años, volvía a ser joven, arriesgado, arrogante y seguro del futuro. El corazón de Jane se hizo un nudo. Había sido aquella seguridad lo que más le había atraído. Había sido siempre positivo, seguro de sí, muy diferente de todo el mundo en Penbury, que solían ser cuidadosos y precavidos. La había deslumbrado con su voluntad de arriesgarse, la había envuelto con la certeza de que el mundo fuera de Penbury podía ofrecer éxitos y diversiones a condición de que estuviera preparada para arriesgarse. Sólo al final ella se había quedado y él se había ido, y si él podía conseguir una mesa en aquel restaurante, era obvio que había encontrado lo que había estado buscando.
El propietario del restaurante saludó a Lyall con respetuosa familiaridad y les condujo a una mesa bastante aislada, con una hermosa vista sobre el río.
– Me debías haber dicho que veníamos aquí -susurró Jane a Lyall cuando se sentaron. Jane se había dado cuenta de que las mujeres que estaban allí iban muy bien vestidas y todas parecían mirar a Lyall-. No voy apropiada.
Jane recordó de nuevo el pasado al encontrarse en una situación inesperada, y su expresión se endureció, pero sus ojos brillaban de emoción. Su pelo suave y dorado enmarcaba las líneas elegantes de su cara y relucía con la luz dorada que llegaba la ventana.
– Lo curioso de ti, Jane, es que sin proponértelo, haces parecer a las demás mujeres artificiales -declaró pensativo.
Jane lo miró sorprendida, Lyall miraba el menú. Con la cara ruborizada, abrió el suyo, pero no podía leer nada. De repente, llegó un camarero y colocó una copa de champán delante de ella.
– He creído que la ocasión se merece algo especial -explicó Lyall, y Jane intentó parecer relajada.
– ¿Sí? ¿Qué estamos celebrando exactamente?
– ¿Nuestra unión? -sugirió Lyall.
– Esto no es una unión -le recordó con acritud-. Esta es una cena de negocios.
– ¿Es por eso por lo que estás siendo tan educada? -preguntó con sorna.
– Creí que eso era lo que querías.
– Sólo dije que quería que fueras amable.
– ¡Y estoy siendo amable!
– No, no es verdad. Te estás comportando como si fueras a un cóctel aburrido y tuvieras unas ganas tremendas de que terminara, y créeme, he estado en bastantes cócteles aburridos y sé reconocer ese tipo de charlas superficiales cuando las escucho.
– ¡Muchas gracias! Tú eres el que dijiste que esto iba a ser una cena de negocios, si te acuerdas. ¡Y te estoy tratando como trataría a cualquier otro compañero de trabajo, que es más de lo que puedo decir de ti, aunque invites a todas las personas con las que trates profesionalmente y luego las acuses de estar haciendo un esfuerzo porque hacen lo que tú quieres que hagan porque si no se verán en la maldita calle! -los ojos grises de Jane brillaban de rabia, a continuación tomó su copa de champán de un trago y dejó la copa en la mesa con brusquedad, pero para su rabia, Lyall no pareció molesto por el comentario. Lejos de ello, la miraba divertido.
– ¡Eso está mejor, Jane! Por lo menos así puedo reconocer a la Jane que una vez conocí.
– Parece que no me reconoces -apuntó Jane con impotencia, furiosa por dejarse provocar tan fácilmente-. Ayer dijimos que nos trataríamos el uno al otro como desconocidos, ¿recuerdas?
– No quería decir eso exactamente. Quería decir que empezáramos de manera que no nos afectara el hecho de haber sido amantes.
– Entiendo -dijo con sarcasmo-. Entonces lo de besarme fue la manera de olvidar el pasado, ¿no?
– No, lo siento, pero fue algo que no pude evitar. Tú insististe en pagarme y yo acepté, eso es todo. ¿Y no fue tan malo, no?
Las mejillas de Jane se ruborizaron, y abrió el menú con estudiada tranquilidad.
– Prefiero que no ocurra de nuevo.
– A muchas personas les hubiera gustado arreglar sus calentadores de manera tan barata.
– ¡Si hubiera sabido que me iba a costar un beso, me habría duchado con agua fría!
– No, Jane. Tú siempre has sido sincera -protestó él furioso-. Mírame a los ojos y dime otra vez, con la mano en el corazón, que no te gustó.
Jane hubiera vendido su alma por ser capaz de hacerlo, pero Lyall había tenido siempre una habilidad increíble para leer en sus ojos. Así que los mantuvo fijos en el menú.
– Tú tenías ventaja porque yo no sabía quién eras, y tú sí.
– ¿Quiere eso decir que hubieras disfrutado del beso si hubieras sabido que era el director de Multiplex?
– ¡No! -dijo con una mirada hostil-. Quiero decir que no hubiera dejado que llegáramos a esa situación… en primer lugar.
– ¿No me hubieras dejado arreglar el calentador?
– ¡Por supuesto que no! -Jane bajó el menú, y miró a Lyall que estaba totalmente relajado, como si estuviera hablando del tiempo-. ¿Por qué lo hiciste?
– ¿Por qué qué?
– ¿Por qué lo arreglaste tú mismo? ¡Podrías haber contratado al fontanero que quisieras con sólo abrir la boca! No teníamos por qué pasar por esa farsa ninguno de los dos… ¿O lo hiciste a propósito para reírte de mí?
– No seas tan melodramática, Jane -dijo Lyall-. No va contigo. Yo no planeé nada. Te llamé ayer por la mañana porque era evidente que habíamos empezado mal con el encuentro en Penbury Manor. Si puedes recordar, no estuviste lo que se dice agradable, y no pensé que me creyeras si te decía quién era. Pero yo ya había tomado la decisión sobre el contrato, y pensé que quizá debería avisarte. Pero no me diste oportunidad de decirte nada. Todo lo que conseguí fue una serie de insultos que iban destinados al pobre de George Smiles. Imaginé que sería peor si volvía a llamar para decirte lo que habías hecho, y decidí que sería mejor decírtelo a la cara.
– ¡No me di cuenta de que quisieras explicarme nada!
– No, la verdad es que estabas tan irritable que era imposible hablar contigo. Intenté decírtelo un poco después, cuando te sugerí que dejáramos el pasado a un lado, pero fue cuando insististe en pagarme por lo del calentador… y me distraje.
¡Se distrajo! ¡Aquél beso había hecho que el mundo diera la vuelta ciento ochenta grados y él se había distraído! Jane miró a la lista de platos sin ver ninguno de ellos. Lo único que veía eran las manos de Lyall sujetando su carta, las mismas manos que habían desabrochado su blusa la noche anterior, las manos que habían acariciado su piel, que habían rodeado sus formas hasta que ella se apretó contra él…
Tragó saliva y se esforzó por concentrarse en el menú. No iba a poder comer nada si seguía pensando en aquel beso. Afortunadamente, el camarero llegó en esos momentos y cuando pidieron la comida y discutieron sobre qué vino pedir, ella ya estaba más tranquila.
– ¿Hay algo más que no me has dicho sobre ti por distracción? -preguntó Jane, cuando el camarero se hubo marchado.
– ¿Hay algo más que quieras saber? -preguntó Lyall, ofreciéndola un plato de canapés exquisitos.
– La única cosa que quiero saber es por qué has vuelto a Penbury -dijo, tomando un canapé.
– Tú sabes por qué -dijo, encogiéndose de hombros-. Multiplex tiene sus oficinas en el centro de Londres, pero queríamos buscar algo fuera. Quería un lugar donde los científicos e investigadores pudieran reunirse a intercambiar ideas, donde pudiéramos dar conferencias, entretener a los clientes o que los trabajadores de la firma se puedan reunir con otros trabajadores de todo el mundo. Aunque el trabajo tenga que ver con aparatos electrónicos, son personas que saben apreciar el encanto de un lugar como Penbury Manor.
– Eso no explica por qué estás aquí -dijo Jane-. Un hombre de tu posición no tiene por qué ir donde no quiere, y cuando te marchaste hace diez años dijiste que nunca volverías. Me pregunto qué te ha hecho cambiar de opinión.
– No ha sido el hecho de querer encontrar mis raíces, si es lo que estás pensando. Corté con el pasado hace mucho tiempo. Estoy interesado en el futuro, no en el pasado.
Su voz era franca, firme, y Jane lo miró con curiosidad. Y de repente, pensó que sabía muy poco sobre él. Sabía que su madre había muerto, había sido una de las pocas cosas que tenían en común, pero nunca había conocido a su padre. Joe Harding tenía fama de haber sido un hombre reservado y taciturno, pero Lyall nunca había hablado de él, y Jane siempre había estado demasiado metida en su mundo como para preguntar. En esos momentos le gustaría haberlo hecho, pero había una mirada en los ojos de Lyall que la detuvo, como si fuera un terreno prohibido.
– Así que… ¿por qué Penbury ahora? -preguntó, queriendo mantener el tono lo más ligero posible.
Lyall tenía un tenedor en las manos y jugaba con él con expresión ausente, como si pensara en el pasado.
– Ha sido una decisión puramente profesional -dijo, dejando el tenedor-. Una vez que me dieron el proyecto, di los detalles a Dennis. El vino a ver una serie de casas posibles, y Penbury Manor parecía la más adecuada -tomó la botella de vino y llenó la copa de Jane-. Yo no había pensado en Penbury Manor, y habría insistido en que Dennis encontrara otro sitio, pero siempre trato de separar los sentimientos del trabajo, y fue elegido por razones económicas.
– No tenías por qué haber venido -repitió Jane-. Podías haber dejado que Dennis se encargara de la restauración.
– Sí, podía haberlo hecho, pero como dije en la reunión hoy, me gusta revisar todos los aspectos de las actividades de la firma. Es inútil sentarse en un despacho a tomar decisiones cuando no sabes exactamente lo que está pasando, y sobre todo porque quiero que este lugar sea una base importante para un mayor mercado, o para un proyecto de investigación a gran escala. Cualquier contratista que trabaje conmigo, y eso te incluye, Jane, tiene que tomarse este trabajo en serio, porque no estaré satisfecho con algo que no sea lo mejor.
– ¿Y has venido tú para conocernos?
– En parte. También tenía curiosidad, tengo que admitirlo. Me fui a Londres cuando dejé Penbury, y luego a los Estados Unidos. Allí fue donde entré en contacto con la industria electrónica. Los siguientes años estuve demasiado ocupado formando la empresa, como para perder tiempo en rememorar el pasado. Nunca pensé que volvería, y me sorprendió cuando vi el nombre en la lista de Dennis. Si alguien me lo hubiera preguntado antes, habría dicho que no quería volver, pero comencé a recordar cosas que creí olvidadas. De repente, me vinieron a la mente las tardes en que iba a pescar al río Pen, o las mañanas de invierno en las que subía con las ovejas a las montañas, o el bosque detrás de la mansión-, hizo una pausa y levantó los ojos de la copa para mirar a Jane, sentada derecha en su silla con los ojos grises atentos-. Y te recordé -añadió suavemente-. Me acordé de cosas extrañas sobre ti, como por ejemplo, cómo solías volver la cabeza y cómo el sol caía en tu piel tamizado por las hojas en el bosque.
Los recuerdos hicieron mella en la piel de Jane. Casi pudo sentir el calor de la luz, y oler las hojas secas bajo los pies mientras esperaba en el bosque, y su corazón empezó a palpitar como lo hacía cuando Lyall se acercaba a ella.
– ¿Recuerdas cómo me rompiste el corazón? -preguntó Jane indecisa, pero Lyall sólo negó con la cabeza.
– Te lo rompiste tú misma. No tuvo nada que ver conmigo.
– No, no tuvo nada que ver contigo -declaró con amargura-. Tú simplemente te marchaste, y nunca volviste.
– Sí volví -exclamó.
– ¿Volviste? ¿Cuándo?
– Unos meses después. Mi padre murió de repente y volví para arreglar las cosas y vender la granja. Había pensado las cosas y pensé que tú también habrías pensado, así que fui a Penbury para verte y tratar de explicarte, pero tu padre me dijo que te habías marchado fuera a estudiar jardinería, y que no querías volver a verme -se encogió de hombros-. Me imagino que podía haber convencido a tu padre, pero tú me habrías dicho más o menos lo mismo. Así que pensé que era mejor que siguiéramos cada uno nuestra vida.
– No me dijo nada -declaró Jane, mirándose las manos y pensando en todos aquellos días en los que había pensado que Lyall no había hecho ningún esfuerzo por hablar con ella. Cuando miró a Lyall, sus ojos estaban muy oscuros-. Tenía que habérmelo dicho.
El sentimiento de oportunidades perdidas impregnó la atmósfera entre ellos mientras se miraron a los ojos, y sólo se rompió la tensión con la llegada del camarero llevando los platos. Jane no tenía hambre, pero se quedó tan aliviada con la interrupción, que tomó su cuchillo y su tenedor rápidamente, intentando mostrarse alegre con la llegada de los platos. Pero, en el fondo, seguía pensando en que su padre no la había dicho lo que más le hubiera gustado escuchar.
– Tú padre lo haría probablemente con la mejor intención. Yo no le gustaba más de lo que él me gustaba a mí, y me imagino que intentaba protegerte. ¿Y quién no nos dice que fuera lo más acertado?
– No estoy diciendo eso -replicó Jane, alzando la barbilla. ¡Lo que menos quería es que Lyall pensara que ella lo sentía!-. Creo que los dos pensamos que ha sido para bien.
Los ojos azules la miraron con ironía.
– ¿De verdad?
– Por supuesto -dijo, complacida de la frialdad y serenidad que había conseguido demostrar-. Hubiera sido un error terrible si me hubiera ido contigo. Tú nunca habrías ido a los Estados Unidos ni habrías tenido tanto éxito en Multiplex, y yo no hubiera hecho lo que quería hacer.
– Tú no estás haciendo lo que quieres -señaló Lyall con franqueza-. Tú querías dedicarte a la jardinería, y en lugar de ello estás ocupándote de una empresa.
– Estoy viviendo de la manera que quiero -dijo Jane con una mirada fría.
– ¿Sí? ¿O estás viviendo de la manera en que tu padre quería? Él quería que te quedaras en Penbury y dirigieras la empresa.
– Por muy extraño que te parezca, me gustaba vivir en Penbury -dijo-. Me gusta tener raíces, me gusta tener un jardín y tener amigos cerca. No tendría ninguna de esas cosas si me hubiera ido contigo. Tú siempre habrías querido cambiarte, ir a otro lugar, intentar algo nuevo, y después de un tiempo, también habrías querido una chica nueva. Los compromisos nunca te gustaron.
– Me he comprometido con Multiplex. No puedes pedirme un compromiso más grande.
– Me refiero a algo personal -dijo Jane, jugando con un trozo de salmón ahumado.
– Tampoco me parece que tú te comprometas con nada especialmente -dijo Lyall con una voz cortante-. Si tanto lo necesitas, ¿por qué no te casas con tu abogado? Por la manera en que te miraba la otra noche en el pub, lo conseguirías inmediatamente.
– Probablemente -dijo con desafío.
– ¿O es que tú no te atreves? Y él tiene que esperar hasta que te decidas.
– El matrimonio es un gran paso. Es inteligente esperar hasta que estés segura.
– Tú lo llamas inteligencia, yo lo llamo cobardía. Tú lo amas o no lo amas, si lo amas te lanzas y te casas en lugar de esperar a ver si viene alguien mejor.
– ¿Por qué de repente eres tan aficionado al matrimonio? -preguntó Jane, suspicaz-. Tú no piensas así, ¿no?
– Yo sólo quiero que hagas lo que predicas, pero nunca lo haces. Tú hablas mucho de sensatez, pero es una excusa para no comprometerte con nada. Tú no estas es posición de hablarme sobre compromisos, Jane, por lo menos soy sincero con lo que quiero, y eso es más de lo que tú puedes decir.
– ¡Ser sincero con las cosas que quieres es otra manera de admitir que eres un egoísta!
– Quizá -admitió Lyall inesperadamente-. El éxito de Multiplex significa para mí que puedo ir a donde quiero, cuando quiero, no estoy preparado para aceptar otra cosa. Cualquier mujer que quiera estar conmigo tiene que aceptarlo. No ofrezco matrimonio, yo la ofreceré un tiempo maravilloso mientras estemos juntos. ¡Creo que es más sincero que ser sensato, y más divertido! ¿Te diviertes mucho con tu abogado?
No mucho. Alan era un buen hombre, un hombre amable, pero no era muy divertido. No la hacía reír de la manera que Lyall solía hacer. No hacía que su corazón palpitara sólo por entrar en una habitación, no la enfadaba ni la ponía furiosa y el mundo no parecía tan brillante ni lleno de posibilidades cuando él estaba cerca. Pero estaba a salvo, se recordó Jane con desesperación. Se podía confiar en él. Nunca rompería su corazón de la manera que Lyall lo había hecho.
Y nunca lo amaría de la manera en que había amado a Lyall.
– A veces divertirse no es suficiente -aclaró Jane.